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Ricard Vinyes (editor) EL ESTADO Y LA MEMORIA Gobiernos y ciudadanos frente a los traumas de la historia Emilio Ariel Crenzel, Patrizia Dogliani, Xavier Doménech, Jean-Claude Duclos, Filippo Focardi, Jordi Font, Jordi Guixé, Montserrat Iniesta, Elizabeth Jelin, Elizabeth Lira K., Anna Mifiarro, Conxita Mir, ‘Teresa Morandi, Lila Pastoriza, Isabel Piper, Manel Risques, Régine Robin, Marfa Fernanda Rojas Vallejos, Beatriz Sarlo, Macarena Paz Silva Bustén, Carla Tonini, Pere Ysas Est libro ha contado eon el apoyo econsmico de la Diceccié General ‘dela Memana Democrats de Ia Generalitat de Catalunys, ee melMforial dejpocratic © defo vext0s, los aurores respectivos © de esa ediiin: 2609, RBA Libros, SA. Pézez Galdés, 3608212 Barcelona balibrostrba.s / wwe chalibros.com Primera eiién: junio de 2909 Reservados todos los derechos. [Nanguna parte de esta publican puede see reproducda, almacenada 6 transmitida por ningtin medio sin perso de editor. ner: ONFLx346 Inhn: 978-84-9867-575-7 Depésit legalss-25377-2209 ‘Composicions Viewor igual SL. linpreso por Novugrafic CONTENIDO Los autores Presentaciin, Ricard Vinyes 1. ronfricas +, La memoria del Estado, Ricard Vinyes 2, Las resistencias de la memoria. Olvidos jusiicos y memorias sociales, Elizabeth Lira K. 3. y lo que la puebla es un = amasijo de seres en bisqueda [.]. 2M, LEFEBVRE, 1988, pp. 475-477) Espacios para hablar (en el égora) El agora y el teatro fueron dos espacios que protagonizaron la vida de Atenas en la Ancigiiedad, Hacia el s. vt a. C, la primera se definié como un recinto consagrado al metcado, que se convertiria en centro de Atenas y simbolo de la capitalidad cultural que ostent6 entre los siglos V y1V a. C. y, pasada la épo- ca de su dominio politico, hasta el vr d. C, La vida del agora estaba abierta a todos los habitantes, fueran ricos o pobres, pero la mayoria de los actos cere- maoniales y politicos estaba rescrvada a los ciudadanos que, a lo largo de la época clisica, nunca superaron el 20 % de la poblacién masculina adulta, Para poder pacticipar plenamente en la vida del Agora se requetia, en la pric- tica, reunir tres tequisitos: ser ciudadano; vivir ociosamente (aquellos que te fan la riqueza suficiente como para disponer de tiempo que dedicar a las ac tividades colectivas no superaba el ro % de la poblacién total, y vivir cerca del égora para poder hacer acto de presencia con asiduidad. EI égora era un lugar cadtico, Era un espacio libre, destinado a encuen- tos politicos, en el que no tenia cabida el comercio ni las mercancias, Alli se desarrollaban, simultaneamente, actividades sin relacidn alguna entre si: dan- 228 y rit religiosos junto a operaciones bancarias y negocios, charlas, espec téculos populares... Ningiin plan urbanistico regia la distribucion del §gora. El ‘orden eta impuesto por el comportamiento corporal (orz0s): el ciudadano ca- minaba ripida y decididamente en medio de la multitud arsemolinada; cuan- do se paraba, establecia contacto visual con otros ciudadanos en una actitud 483 {que pretendia itradiar compostura y dignidad. La libertad de movimiento que permitfa este espacio simulténeo era adecuada para la democracia participati- va, puesto que paseando de geupo en grupo, una persona podta enterarse de lo ue estaba sucediendo en la ciudad y discutirlo (Sennet, 2997, P. 59). ‘A Clistenes se debié la reforma de la democracia ateniense que, en el aio 508 a. C,, introdujo las nociones de isonomsia (igualdad ante la ley) y de ise- ‘goria (igualdad en el 4gora) que conllevabsa la libertad de expresion (parrhe- sia). Para evitar los peligeos de las derivas ret6ricas de la palabra, hizo tara- bign que los grupos de ciudadanos fueran colectivamente —y no sélo a titulo individual— responsables de las decisiones que tomaban. Reto el orzos no po- dia vencer el bazullo del 4gora. Para ordenar la participacién de la multitud, fueron surgiendo edificios especializados: Ia sala del comiré de consejeros de la ciudad (tholos}, el tribunal, edificios administrativos, archivos, tiendas, es- pacios para espectéculos, pequefios altares y templos, lugares de reunién en forma de colurnatas cubiertas (stoas).. Para petmitir una experiencia mas continuada del lenguaje, fue concebida la sala del Consejo (bulewterion), cuya distribucién seguia un principio contratio a la simultaneidad del resto del Jgora: sus cerca de 500 miembros ocupaban asientos alineados verticalmente, por lo que podian verse entre si para escuchar y ver al orador que se situaba al pie de la graderia. Como el teatro, era una arquitectura de exposicién indi- vidual, que primaba la visi6n frontal. Sennet identifica en esta dualidad de espacios 1a paradoja de Ja democra- cia ateniense: en la colina del Payx, un teatro utilizado para las asambleas po- liticas ya hacia el 500 a. C., los espectadores «tenian que realizar la tarea de gobernarse desde tuna postura pasiva y vulnerable, En esa posicién escucha- ban la voz desnuda que hablaba desde abajo ...]. En esa inmovilidad se con- vertian en ptisioneros de las voces individuales. La imagen prototipica del poder corporal no creé la unidad cfvica, el cédigo sexual que afirmaba la igualdad, la armonia y la integridad mutua no pudo ser recreado en la politi ca. Por el contrario, el cuerpo del cindadano en su posicién politica se vio ex- puesto al desnudo frente a los poderes de la voz [.]- En la colina del Pay, el pueblo era responsable de sus actos pero no los controlaba« (Sennet, 1997, pp. 65-721) Espacios para mirar (en el espacio piiblico) 1La Revolucién Francesa instaur6 un programa politico del recuerdo y del ol- vido. La Repiiblica se dots de un aparato administrativo encargado de identi- ficar y de conservar los monumentos historicos, es decir, aquellos elementos 434 conmemorativos que, al ilustear la historia nacional, son dignos de ocupar el ocio y de embellecer el territorio de un pueblo libre. El museo paiblico se con- vierte en el monumento por excelencia, El Estado-nacién burgués reclama nuevos espacios de sociabilidad erudita, instituciones creadoras de consensos donde la nacién aparezca al mismo tiempo como objeto mostrado y como sux jeto que muestra, La modernidad, con todo su aparato disciplinario, instituyé una «l6gica ccultural> que Ray (2001, pp. 3-7) ha descrito como un mecanismo de confor- macién personal basado en la tensién que se establece entre dos acepciones del tétmino «cultura»: la que se refiere a las tradiciones, valores y relaciones ‘compartidos por una comunidad (la «cultura»), y la que se refiere a los es fucrzos artisticos e intelectuales que los individuos ejercen conscientemente ara expresarse, entiquecerse y distinguirse, es decir, a los esfuerzos por con- formarse como seres particulates (la «Cultura»).© La ligica de la cultura fue inculcada emel imaginario piiblico a través de instituciones y practicas discu sivas (el viaje el café, la novela, la prensa, la retérica de la revoluci6n, el mu- seo) mucho antes de que fuera teorizada por la filosofia. Bennet (1988) aplica el concepto de exhibitionary complex a este conjunto de pricticas e institu- cas, constituido a lo largo del siglo xrx para promover nuevas for- mas de autodisciplinarizacién entre las ciudadanias democréticas reciente- mente emancipadas, y cuyo epicentro habia sido el museo. La museologia critica desarrollada a lo largo de las tilkimas décadas del siglo xx puso de manifesto que toda estrategia de coleccién responde a histo- rias particulates de dominio, jerarquia, resistencia y movilizacion, Si la colec- i6n «representa» mediante la discriminacién de vestigios, la exposicién re- presenta al seleccionar una estrategia narrativa. Si bien el museo en sf eS u espacio privilegiado para escenificar versiones , ML, Les France 1, Pais, Quarto-Gallimard, 1997 [1992] POCOCK, J. 6. EI momento maguiavélico, Madrid, Tecnos, 2002 [1975] PRADAS, JOSEP, «Cindadarios a la sombra del sudoku», en BERMUDO, JOSE MANUEL (coord, Hacia wna ciudadania de calidad. 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CIUDAD ¥ MUSEO por BEATRIZ SARLO Los estilos contemporineos fluyen, coexisten, se precipitans las tendencias —no sélo del mercado de objetos, sino del mundo simbélico— estin sujetas a la ley del reemplazo que se ensaiia con lo que se juzga més firme, Nada es para siempre. La aceleraci6n y la obsolescencia acechan como una sombra a los ob- jetos o las crcencias, Por eso mismo, la sustancia intangible del pasado inten- ta ser captada o restaurada, ennoblecida o recordada para siempre mediante estrategias que se desarrollan en el mercado del heritage (una moda turistica en expansisn), de los escenarios temiticos, del gusto por las artesanias, de las politicas identitarias que se manifiestan como derechos y como estos. Los reclamos de las victimas que se transfieren a sus descendientes y el re- conocimiento piblico de los eximenes cometidos por los Estados o las nacio- ‘hes No son, por supuesto, una moda; han adquirido dimensiones de religién civiea a partir de un acontecimiento central del siglo xx, el Holocausto. Pero encuentran en la cultura contemporénea un tenor afin. El presente oscila et tre el envejecimiento inmediato de lo que recién acaba de suceder y la aspira- cin a no dejar escapar nada de lo sucedido. Hay hambre de pasado justa- mente en una época en la que la aceleracién devora el presente. Se busca en la historia un tiempo més estable, en sus atrocidades en sus conquistas, frente ala fluidez de un ahora que pasa antes de ser aprendido significativamente. El deseo de permanencia, en vez de trasladarse a un futuro que no encierra de- masiadas promesas, se euelve hacia el pasado, como si al lo sucedido pudie- ra adquirir una estabilidad de la que cazece lo contemporanco. Por eso, cuando hablamos de pasado incluimos los acontecimientos mas prdximos, para preservar la memoria incluso de algo que sucedi6 hace pocos meses, como si las sociedades fucran protagonistas y memorialistas de sf mi ‘mas. Este tono cultural es comiin a todo Occidente, no simplemente a sus re- giones centrales sino, notablemente, a sus periferias. Una faneasia impulsa este 499,

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