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$A® Sp ere coreccion EpWIDGE DANTICAT ETNICOS re BRONCE PALABRA, OJOS, MEMORIA ‘Traduccién de Damiin Alou EDICIONES DEL BRONCE ‘TETULO ORIGINAL: BREATHE EYES MEMORY ‘SEGUNDA EDICION: OCTUBRE DE 1006 PROYECTO GRAFICO: COLUMA COMUNICACIS, SA, 1 1604 BY RDWIDCE DANTICAT © DELA TRADUCCION: DAMIAN ALOU, 1008 ‘© DELAS CARACTERISTICAS DEESTA EDICION (GELC. / EDICIONES DEL BRONCE (CALLE VILADONAT, 195- 00015 BARCELONA [DRPOSITO LEGAL: 2217-1008 IMPRESION: HUROPE, SL. ‘CALLE LIMA, 3315-08090 BARCELONA [ESTA OBRA HA SIDO FUBLICADA CONTA AYUDA BELA DIRECCION GENERAL DEL LIMRO, ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS ‘DEL MINISTERIO DE EDUCACION ¥ CULTURA ENLACUBIERTA, PARTIDA DE PESCA EN EL BSTRECHO DS LONG ISLAND, "FRENTE A NEW ROCHELLE (L840, ‘DE JAMES GOODWYN CLONNEY NY MANERA ALGUNA NUFOR NINGON MEDIO YA S80 ‘iacraico, uRNCO MECN, ETC. bb onamereno Dt Forocof, sn reso A las valientes mujeres de Haiti, 4 las abuelas, madres, tas, bermanas, primas, bijas y amigas de esta y otras orillas. Hemos tenido algin tropezin, pera no cacremos. ‘Muchas gracias a mi padre y mi madre, ‘André y Rose Danticat. A mis hermanos Kelly, Karl y Eliab André. A mis primos Nicky Jean. A mi tio Joseph y a mi tia Deni- se, en Haiti. A mi tfo Frank, en los Estados Unidos. A mi tio Max, dondequiera que estés. ‘Muchas gracias a los de la antigua pandilla, Chantal, Maryse, Stephanie, Michele y San- dra. jA toda la pandilla de Barnard! Suzanne Guard... mi dngel de la guarda. A Christo- pher Dunne por su muito amor y apoyo. Ya ‘Laura Hraska, por su fe en mi. UNO CAPETULO 1 1G) ey. aplastado sobresalia de la pequefa tarje- ta de felicitacién que habia hecho para mi tis Atie en el Dia de la Madre. Apreté la palma de la mano sobre Ja flor y la aplané contra Ia cartulina marrén. Cuando doblé Ia esquina, cerca de Ia casa, 1a vi sentada en una vieja mecedora, en el patio, mirando a un grupo de nifios que aplas- taban unas hojas secas y amarillas que previamente habian deja- do al sol para que se secaran. Por la noche las quemarfan en la improvisada cena konbit. “Antes de llegar al patio me meti la tarjeta en el bolsillo. Al verme, tfa Atie levanté el trozo de tela blanca que estaba bor- dando y lo agit a modo desaludo. Cuando quedé frente a ella, abrié los brazos lo suficiente como para que yo cupiera entre ellos. — ;Cémo ha ido la escuela? —me pregunt6 con una amplia sonrisa. Se incliné y me besé la frente, y a continuacién me sent en suregazo. 2 —My bien, tfa —dije—. Lo iinico que no me gusta son esas clases de lectura por la tarde, en Jas que dejan venir a los padres. ‘Vienen los padres de todos los nifios, todos menos ti. Nunea tengo a nadie con quien lees, y monsieur Augustin siempre me coloca con una sefiora que quiere aprender a leer, pero que no tiene ningtin hijo que vaya a la escucla. —No quiero que un pufiado de nifios me enseiie a leer —dijo tie Atie—, Son los jévenes los que deben aprender de los vigjos. No al revés. Ademés, tengo mucho trabajo, y cuando estés en clase aprovecho para descansar la es ‘Un rubor se extendié por sus mejillas pardas. —-Hobo un tiempo en que habria dado lo que fuera por ira In escuela. Pero no a mi edad. Ya se me ha pasado la hors. Coci- nar y limpiar, cuidar de los demés, esa es ahora mi escuela. La que ensefia a leer es tu escuela. Cuando yo tenfa tu edad la tinica opcién que tenfas era cortar cafia. Por eso no te quiero ofr nin- giana queja de la escuela. —Se arreglé el trapo color rosa que, prieto, le protegis la cabeza, y me lanzé una sonrisa que revel6 Ja ausencia de dos dientes laterales—. Mientras tno tengas que trabajar en los campos, poco importa que yo jamds aprenda a leer esa vieja Biblia que tengo bajo la almohads. ‘Siempre que estaba triste, tia Atie hablaba de los campos de cafia de azsicar, donde ella y mi madre précticamente vivian de nifias. Alli veian cOmo cada dia moria gente de insolacién. Tia ‘Atie contaba que un dia, mientras trabajabaicon su padre —mi abuelo—, este hizo una pausa para secarse la frente, doblé el tronco y murié. Mi abuela tomé el cuerpo en brazos y a gritos conminé a la vida para que volviera a aquel cuerpo. ‘Todos siguieron gritando y chillando, al tiempo que las lagrimas de mi abuela inundaban la cara de aquel cadéver. Pero le vida no le regres6. ui Elvendedor de bifét avanzaba por el camino. Era alto y amarillo ‘como una cucaracha mbar. Los nifios que habia al otro lado de Ja calle se acodaban en la verja para verle pasar, tironedndose mientras el tipo pasaba silbando junto a ellos. Este albino, de nombre Chabin, era el principal lotero ambu- lante de la aldee. Se crofa que posefa algunas aptitudes que nada tenfan que ver con la loterfa, pero que, en opinién de tia Atie, hacian que los espiritus estavieran de su parte. Si alguien le per segufa, por ejemplo, podfa convertirse en serpiente con un sim- ple chasquear de lengua. En ocasiones podfa ver el futuro con ‘s6lo mirarte a los ojos, y la tnica manera de evitarlo era cerran- do el zlma, lo que se conseguia pensando en oraciones y cénti- os religiosos mientras estabas en su presencia. Adiviné que tia Atie estaba pensando en uno de sus versos favoritos mientras el hombre se acercaba, «La muerte es el pas- tor del hombre, y en cl alba final el bien derrotaré al malo» —Honneuer, mes belles, Stic, Sophie. Chabin nos guifé el ojo desde Ia verja. No tenfa pestafias... 0 eso parecia. Tenia las cejas rojizas y finas como el estigma del maiz, pero en la cabeza luefa una tupida mata de pelo sucio y rojo. Como estiis hoy? —pregunts. —Hoy, muy bien —dijo tia Atie—. Mafians, quién sabe, Ki niméro queréis hoy? —pregunt6—. ;Qué ndmero os gustaria? —Hoy jugaremos el de Ja edad de mi hermana Martine ijo tia Atie—. La edad de la madre de Sophie. Treinta y uno. Alo mejor me trae suerte. —El treiata y uno te costaré cincuenta centavos —dijo el lotero. ‘Tia Atie introdujo la mano en su sujetador y sacé una gourde, —Pues jugeremos a ese mimero dos veces —dijo. ‘Aunque tfa Atie jugaba con mucha fe, jamds habia ganado. Nin chavo, ni una sola vez. 6 Deefa que la loterfa era como el amor. La providencia no estaba con ella, pero no desesperaba. ¥l albino nos hizo un recibo con los mimeros y la cantidad que tia Atie le habia dado. ‘Los chavales se encogieron tras la verja mientras él proseguia su camino. Tia Atie alz6 su reeibo hacia el sol para verlo mejor. —Aqué ha escrito tu nombre —dije sefalando las letras— y aqui ba escrito el mémero treinta y uno. Pasé los dedos sobre los niimeros, como si estuvieran borda- dos sobre el papel. — {No serfa estupendo que pudieras leer? —dije, probable~ mente por centésima vez. “Ya te he dicho que mi momento pas6. La escuela no es para gente de mi edad. Losnifios que haba al otro lado de la calle amontonaban hojas en el jardin de madame Augustin. Los mayores aguardaban en linea mientras los més pequefios se dejaban caer sobre el montén, rebotando y levantindose, chillando y riendo. Se llamaban uno al otro por su nombre: Foi, Esperanza, Fe, Espérance, Querido, Don-de-Dios, Mi Alegria, Primogénito, Benjamin, Aséfi, Basta~ de-Chicas, Basta-de-Chicos, Parto, Pequefia Miseria, Gran Miseria, Basta de Miseria. Nombres tan llamativos y pintorescos ccomo las poincianas gigantes del jardin de madame Augustin. ‘Los niios se agarraban entre sf y cafan al suclo; disfrataban. como si acabaran de caer de los altos rboles.de fuego que res- guardaban el jardfn del térzido sol haitiano. —Estos nifios deberfan ayudar a sus madres y quitar todas esas hojas —dijo tia Atie—. En lugar de eso estén haciendo un desastre. —Como si no lo supieran —dije, con el secreto deseo de poder sumergirme también en aquel mar de hojas secas. Tia Atie me rodeé con sus brazos y me apreté tan fuerte que el perfume a limén que cada mafiana se aplicaba en el pecho comenz6 a cosquillearme la nariz. 16 —EI domingo es el Dia de la Madre, non? —dijo tia Atie, pasindose sonoramente la lengua por los dientes—. Los j6venes eben demostrar 2 sus madres que quieren ayudarlas. Lo que ves en tas hijos cuando son pequeiios dice mucho de cémo se portarén contigo cuando tengas un pic en la tumba. ‘Yo apreciaba a tfa Atie, sunque quizé no lo demostraba lo suficiente. Quizé ella querfa ser una madre de verdad, tener a ‘una hija de verdad con la que llevar ropa a juego, aprender a leer y ala que darle la mano. EI Dia de la Madre te pone triste, zverdad, tia Atic? Por qué lo dices? —pregunts. Tienes aspecto de estar triste, Siempre has sido muy lista para tu edad, igual que tu madre. ‘Me sujeté suavemente por la cincura mientras me bajaba de su regazo. Entonces apoyé la cara en las palmas de las manos y Inundié Ios codos ex los pliegues de su falda color rosa. Mi intencién era deslizar la tarjeta de felicitacién bajo su almohada el sibado por Ia noche, a fin de que lz encontrara ‘cuando hiciera la cama el domingo por la mafiana. Pero por la manera en que aplasté la cara entre las palmas de las manos pensé que lo mejor seria darsela enseguida. ‘Met! la mano en el bolsillo y se {a entregué. En la tarjeta habfa un poema que yo haba escrito para ella. ‘Tia Atie cogié la tarjeta, La flor casi se cayé. Apreté la cinta contra el tallo, poniendo el pequefio narciso de nuevo en su sitio, y me devolvié Ja tarjeta. Ni siquicra miré el interior. —Este afio no —dijo. —:Por qué no? —Sophie, este regalo no es para mf. Es de tu madre. Debe- ‘mos envidrselo a tu madre. Sélo conocfa a mi madre por la foto que habia en Ja mesilla de noche junto al almohadéa de tia Avie. Mama saludaba con la mano desde el interior del marco, con una amplia sonrisa en la "7 cara y una enorme flor en el pelo. Presenciaba todo lo que ocu- ria en la buganvilla, cada paso, cada tropezén, cada abrazo, cada beso, Nos vefa al levantarnos, al acostarnos, cuando refa- mos, cuando reiifamos. Pero su expresién jamés cambiaba. ‘Nunca se le borraba la sonrisa. ‘Avveces vefa a mi madre en suefios, Me perseguia a través de ven campo de flores silvestres tan altas como el cielo. Cuando me atrapaba, intentaba comprimirme para que cupiera en el pequefio marco y estuviera en la foto con ella. Yo chillaba y chi- Tlaba hasta que me quedaba sin voz, y a continuacién tia Atie venia y me salvaba de su abrazo. Voivi a poner la tarjeta en el bolsillo y me levanté para entrar en casa, Tia Atie bajé la cabeza y se cubrié la cara con las manos. Los dedos le amortiguaron la voz. al hablar: —Cuando me encuentre mejor, entraré y buscaremos un bonito sobre para tu tarjeta, Seguramente le legard después del Dia de la Madre, pero le encantaré igual recibirla, pues se la envias ti directamente. —Es una felicitacién para ti—insisti. —Es para una madre, tu madre. —Me hino sefia de que me alejara—. Cuando sea el Dia de la Tia, puedes hacerme una. —2Me dejas que te la lea? —No soy yo quien la tiene que oft, angel, sino tu madre, Volvia meterme la tarjeta en el bolsillo, saqué la lor y la dejé caer bajo mis zapatos. ‘Al otra lado de la calle, los nifios segufan Ilaméndose a gritos, invitando a los amigos que pasaban a unirse ala algarabia. Se senta- ron en cfrculo y Janzaron las hojas secas por encima de sus cabezas. Las hojas aterrizaban en sus caras y se les prendfan en el pelo. Era casi como si estuvieran atrapadas en una lluvia de narcisos. Seguf observando 2 los nifios mientras tia Atie preparaba lo que iba a llevar a aquella cena improvisada. Dio los tltimos toques a una gran bandeja de pudin de boniato, que llenaba toda Ja casa de olor a melaza. 8 raianna, gros, nanonia 4 En cuanto se puso el sol, se fueron encendiendo lémparas por todo el barrio. Los nifios més pequefios jugaban a las cani- cas cerca de cualquier luz. que pudieran encontrar. Los mayores se apifiaban para charlar en pequefios grupos cerca del patio de Ja escuela. Las chicas formaban circulos « los pies de sus abuelas para aprender « coser. ‘Tia Atie me habfa prometido que en el plazo de un afio me ensefiarfa a coser. —No debes mirar —decia mientras pasibamos junto a una anciana corta de vista que le susurraba 2 una nifia los secretos misticos de la aguja y el hilo. La nifia entrecerraba los ojos mientras seguia con Ia mirada los vaivenes de los dedos enveje- cidos de su abuela. —Podré empezar a coser pronto? —le pregunté a tfa Atie. —En cuanto tenga un poco de tiempo. ‘Me puso una mano en el hombro y se incliné para besarme la mefilla. —Algo te preocupa? —le pregunté. —No dejes que mis preocupaciones te afecten —dijo. —Cuando hice la tarjeta, pensé que eso te alegrarfa. No que- xia ponerte triste, —Nunea has hecho nada para ponerme triste —dijo—. Por eso todo esto va a ser tan duro. ‘Una fria brisa nocturna cifé el polvo que habfa a nuestros pies. —Deberias ponerte la blusa de manga larga —dijo—. Asi no te enfriaris. Quise preguntarle qué era eso que iba a ser tan duro, pero sme puso el dedo en los labios y sefial6 en direccién a la casa. Dijo «Vamos» y yo fui. RAS Uno por uno, los hombres comenzaron a salir de sus casas. Unos Hevaban cambures, otros grandes fiames (si tocabas un flame rr crudo, acababa picindote toda el cuerpo). No habfa ningéin bom- ‘bre en nuestra casa, de modo que nosotras mismas llevabamos la comida hasta el jardin donde los nifios habfan estado jugando. Las mujeres legaban al jardin con botes de humeante té de jengibre y cestos de pan de mandioca. Tia Atie y yo nos senta- mos cerca de la puerta, ella detris de las mujeres y yo detrés de las nifias, ‘Monsieur Augustin apilé algunas ramillas con una horca ori- dada y dejé caer los cambures maduros y el mafz descascarado sobre la pila, Encendi6 una larga cerilla y la arrojé en Jo alto del monton. La Llama se extendi6 de ramilla en ramilla, hasta que todas se fundieron en un gran fuego humeante. ‘La esposa de monsieur Augustin comenzé a hacer circular grandes tazas de té de jengibre. Los hombres formaron peque- Bos grupos y bajeron por el caminillo del jardin, fumando en. pipa. Tintes —tias—y madres ancianas acunaban y arrullaban a Jos mas pequefios. Los ya adolescentes se retiraban a rincones oscuros, ocultos por las sombras susurrantes de las hojas de plé- tano. "Tia Atie dijo que el origen de estas cenas improvisadas se remontaba a mucho tiempo atrés, en las colinas. En aquel tier~ po, toda la aldea se reunia para desbrozar una parcela que pos~ teriormente serfa plantada. El grupo se turnaba para desbrozar todas las parcelas, hasta que todas estaban sembradas. Las muje~ res cocinaban en grandes cantidades mientras los hombres tra~ bajaban. Al ocaso, al acabar el trabajo, todos se reunian y disfru- taban de la comilona, bailando y riendo. "Aqui, en Croix-des-Rosets, casi todos eran obreros urbanos que trabajaban en fibricas textiles 0 de pelotas de béisbol, y viv ‘an hacinados en pequetias casas para poder mantener a sus fami- lias de las provincias. Tifa Atie | decia que tenfamos suerte de vivir fen una casa tan grande como la nuestra, con ua salén en el que recibir a nuestros invitados, plus una habitacién en la que dox- snir las dos. Tia Atic decia que s6lo la gente a Ja que le manda~ 2» savanna, o7os. aemonta 4 ban dinero de Nueva York, o aquellos que tenfan una profesién, como monsieur Augustin, podian permitirse habitar una casa sin verse obligados a compartir el patio con otras personas. Los demés vivian en chozas, chamizos o casas de tna habitacién que, a veces, tenfan que construir ellos mismos. "A esta cena improvisada podia asistir todo el mundo, sin importar dénde viviera. No habfa ningén campo que plantar, pero los trabajadores se reunfan con sus amigos de las fabricas 0 con las familias. con que compartfan patio, y con esa excusa comafan y celebraban la vida. AAR ‘Tia Atie no dejaba de mirar a madame Augustin mientras ésta iba repartiendo té a todas Jas personas del circulo de mujeres que nos rodeaba. —¢Cémo est Martine? Madame Augustin le entregé a tia Atie una taza de té humeante. La mano de tla Atie sufsié una sacudida y el tésalpicé el dorso de la mano de madame Augustin. —Ayer vi que el facteur te trafa un paquete bastante grande —Madame Augustin soplé su té mientras hablaba—. Es que tu hermana te ha enviado un regalo? "Tia Atie procuré hacer caso omiso de Ja pregunta. — gra un regalo? —insistié madame Augustin—. No me digas que vuelve a ser el cumpleatios de la nifia. No hace ni dos meses que cumplié los doce. “Me pregunté por qué tia Atie no me habfa ensefiado aquel paquete, Generalmente, mi madre nos enviaba dos casetes junto con nuestra asignacién regular de dinero. Uno era para mi, el otro para tia Atie, Tia Ate y yo soliamos escuchar juntas nues- tros casctes. Quizé lo guardaba para més adelante. Intenté escuchar sin mirar directamente a las caras de las mujeres. Eso habria sido irrespetuoso, tan incorrecto como hablar sin que te preguntaran. a :Cémo le va a Martine? —pregunté Stéphane, le mujer del albino. Trabajaba en una fibrica de lentejuelas, y se hacia sombreros con las sobras de la fabrica. Aquella noche Hlevaba un gorro dorado, y parecia que una estrella acabara de aterrizar sobre su cabeza, —Mi hermane esté bien, gracias —respondi por fin tia Atie. ‘Madame Augustin dio un sorbito a su téy me mir6. Me lanz6 una mirada censoria que traduje como: Por qué no ests jugan- do con los otros nifios? Enseguida bajé la mirada, fingiendo estudiar algiin guijarro del suelo, —Apuesto a que Nueva York es precioso —dijo madame Augustin. —Supongo —dijo tia Atie. —;Cémo es que ti nunc has ido? —pregunté madame Augustin. —Puede que atin no sea e! momento —dijo tia Atie. —O puede que sf —la corrigié madame Augustin. Se incliné sobre el hombro de tia Atie y le susurré en vor no muy baj —gCudndo nos lo vas a decir, Atie? ;Cuando venga a buscar- te el coche para Ievarte al aeropuerta? {Martine ha enviado a buscarte? —pregunté la mujer del albino. De pronto, todas las mujeres formaron un murmullo de pre- guntas. @Cuando te vas? —gDe verdad que te vas tan pronto? Crees que allf encontrards marido? £Te acordaras de nosotras? —No voy 2 ninguna parte —les interrumpié tfa Atie, —Una fuente muy de fiar me ha dicho que lo que recibiste el otro dia era un billete de avién —dijo madame Augustin—. Si xno vas ti, gpara quiégn era el billete? ‘Al instante, todas las miradas cayeron sobre mi. 2 —zLa madre cnvia a buscar a la nifia? —pregunté la mujer del albino. —Yo vi cémo entregaban el paquete —dijo madame Augustin. —Entonees envfa a buscar a Ja nifia —concluyeron todas. De pronto, una mano grande me daba unos golpecitos en la espalda. —Eso si que son buenas noticias —dijo la voz que corres- pondfa a esa mano—. Es lo mejor que podia ocurrirve. AAS Fui incapaz de probar el bol de comida que tfa Atie me puso delante. Lo fnico que deseaba era que todo el mundo desapare- ciera y poder irme a case. La noche avanz6 suave, hacia las primeras horas de la matiana, Todos comenzaron a volver a sus casas. Los sfbados babfa que limpiar a casa e ir a buscar agua a gran distancia, y ha- bia que lavar y planchar la ropa para la misa del Dia de la Ma- are. En cuanto se hubo marchado todo el mundo, monsieur Augustin acompaiié @ tia Atie y a mi a casa. Cuando legamos a la puerta se aceres a tia Atie, como si quisiera susurrarle algo al ofdo, Ella le mir6 y sonrié; entonces, répidamente, se cubri6 los labios con los dedos, como si de pronto recordara los dientes que le faltaban y no quisiera que él se diera cuenta. Monsicur Augustin miré a derecha e izquierda de le calle. Su mujer estaba entrando elgunos cacharros en le casa. Monsieur Augustin apreté la mano de tia Atie y acercé su mefillaa la de ella, —Son buenas noticias, Arie —dijo—. Ni tii ni Sophie debéis estar tristes, Una nifia debe estar con su madre, y una madre con su hija. ‘Ahora su mujer estaba sentada en las escaleras del porche, delante de la buganvilla, esperindole. 2 No imaginaba que se lo dirfas a tu mujer antes de que yo muviera oportunidad de decirselo a la nifia —le dijo tfa Atie a monsieur Augustin. —Debes ser valiente —dijo él—. Para la nifia es una noticia maravillosa. La noche comenzaba a ser un poco fifa, pero las dos nos que- damos alli quietas, viendo c6mo monsieur Augustin cruzaba la calle, cogia los cubos que evaba su mujer y se inclinabe para besarle la frente. A continuaci6n la rodeé con los brazos ¥ cerr6 la puerta detris de ellos. pe Cuando le cuentas algo a alguien y le dices que es un secre to, no deberfa decirselo a nadie —murmuré tfa Atie para sf misma. Se quedé mirando la casa de los Augustin, La luz de su dor~ mitorio estaba encendida. Sus siluetas se recortaban tras las ondulaciones de las cortinas, que oscilaban con la brisa noctur- na. Monsieur Augustin sc sent6 en una mecedora, junto ala Ventana, Su mujer se sent6 en su regazo mientras se deshacia Ia larga trenza de pelo negro. Monsieur Augustin le ccpill6 el pelo, extendido como una sibana de seda sobre la espalda de Inadame Augustin. Cuando laubo acabado, monsieur Augustin se levanté para desvestirse. Entonces, lentamente, madame ‘Augustine se quité la ropa y se puso su camisGn de manga larga. Sus risas llenaron la noche mientras comenzaban a hacerse cos- quillas. La Inz se apagé y cayeron en la capa. “Tia Atie siguié mirando la ventana incluso después de que Jos Augustin se hubieran desvanecido en la noche. ‘Una ldgrima le cayé por las mejillas mientras abrfa la puerta de muestra casa. De inmediato me encaminé al dormitorio. Ella yino corriendo detris de mf. Cuando me alcanzé apret6 st mano-en mi-hombro e intenté hacerme dar media vuelta, para mirarme a la cara. —Sabes por qué siempre quise saber leer? Me clavé sus ojos lorosos. Py sicaticiniostuekentt —No lo sé. —Intenté responder lo més educadasnente que pude. —Siempre soaié con saber leer ~-dijo— para poder leer la vieja Biblia que hay bajo mi almobad6n y encontrar en sus pégi- nas las respuestas a todo, ¢Qué crees que esa vieja Biblia nos aconsejarfa hacer en este momento, en esta situaci6n? —No lo sé —ije. ,Cémo que no lo sabes? —pregunt6—. Me dices que leyen- do se aprende todo, pero en este momento me decepcionas. {Me has mentida! —grité. ‘Me agarré las dos orejas y me las retorcié hasta que me ardieron. ‘Di una patada en el suelo y me alejé. Antes dellegar ala cama comencé 4 quitarme la ropa tan deprisa que casi la rompi, ‘Al taparme Ja cabeza con la sibana me lleg6 aquel aroma a perfume de limén. —No te he mentido —dijo—. Guardé el secreto, que es muy distinto. Yo queria decirtelo. Necesitaba tiempo para hacerme a Ia ides, para aceptsrla. Fue todo muy repentino, sélo una casete de Martine diciendo: «Quiero a mi hija», y luego, en un abrir y cerrar de ojos, me envfa un billete de avién con una fecha. Ni siguiera estoy segura de que esté haciendo las cosas como es debido. Todo lo que me dice es que Jo ha arreglado con una mujer que trabaja en el avién. —2¥ yo no me hubiera enterado? re hubiera puesto a dormir, metido en una maleta, y te hubiera enviado con tu madre. Un dfa te hubieras despertado y cercerias que tu vida conmigo habfa sido un suefio. —Fora6 una carcajada, pero no pasd de la garganta—. Este era mi plan, ya vves, Me parecfa un buen plan. Iba a decirte que en una semana irfas a ver a tu madre, para que pensares que s6lo ibas de visita Estaba segura, ¥ por eso segui el consejo de monsieur Augus- ‘in, de que en cuanto legaras a Nueva York te gustarfa tanto que le suplicarias a tu madre que te dejars quedarte. Ya has ofdo zB Jo que he dicho todo el mundo. No tenemos derecho a estar tristes. ‘Me hundf més y mas en la cama, y mi cuerpo se extravi6 en la oscuridad, en los pliegues de la sabana. La cama emitié un sonoro crujido cuando tia Atie se senté en el borde. —No le digas a nadie que lloré cuando vi que Donald y su mujer se preparaban para meters en la cama —dlijo sollazando. En a oscuridad busqué en mis ropas a tientas y encontré la tarjeta de felicitacién que le habia hecho. La coloqué bajo su almohadén mientras la escuchaba susurrar en suefios. CAPITULO 2 Jag {toe ¢padin de arr con canela perfumaba la cocina. BM Cuando entré, tia Avie estaba sentada a la mesa, con un bol delante. Quise decir algo, pero me entraron ganas de llozar, asf que no abri la bocs. ‘Me senté donde siempre y por el rabillo del ojo la vi Ilenar un bol de pudin y aceredrmelo. —Bonjou —aijo, ondeando una cuchara ante mis ojos—. Te bonjou, ta saludo, es tu pasaporte. ‘Mantuve la cabeza baja y s6lo cogi la cuchara cuando Ia dejé delante de mf, No tenia ganas de comer, pero si no comfa ten- driamos que permanecer alli sentadas, mirindonos, y tarde 0 temprano una de las dos tendria que decir algo. Cogf la cuchara y empecé a comer. Los labios de tia Atie se ensancharon en tna sonrisa. Su risa présagiaba el inicio de lo que iba a ser una historia divertida, ‘Habfa muchas historias que a tia Atie le gustaba contar. En su mayor‘a eran historias tristes, pero de vez en cuando habia alguna divertida. Cuando tia Atie era pequefia, mi abuela Ifé era z protestante practicante, ¢ intent6 demostrarle su fe cristina permaneciendo al borde de un pozo de serpientes y oxdenando 2 los demonios que regresaran a las profondidades de la tierra. “Tia Atie siempre se partfa de risa al recordar la cara que puso la abuela Ifé cuando una de las serpientes comenzé a subir por un lado del pozo en direcci6n a ella. Después de eso, mi abuela se pasé varios dias sin salir a la calle, ‘El que la historia fuera divertida 0 no dependia de la manera en que tia Atie la contaba. Aquella mafiana no consigui6 arran~ carme ninguna carcajada. Incluso ella le costé reft. ‘En cuanto acabé de comer, lavé los platos y los puse a secar en el cesto. —Quiero decirte un par de cosas —dijo tia Atie, atin sentada alamesa—. Debes saber algunas cosas de tu madre. ~-@Por qué no puedes venir a Nueva York tii también? —la interrumpf. —Porque ain no es momento. Cuando te hayas ido, volveré con la abuela para cuidarla. Sime be quedado todo este tiempo en Croix-des-Rosets ha sido sélo porque debia cuidar de ti mientras ibas a la éscuela. En cuanto te marches, regresaré. No entiendo por qué no puedes venir también a Nueva York —insistt. Las dos vamos a volver con nuestra madre. Asf debe ser. Tu madre quiere verte shora, Sophie. No quiere que te olvides de quién es tu verdadera madre. Cuando te dejé conmigo, las dos acordamos que esto seria s6lo temporal. Entonces no eras ‘mas que un bebé. Se fue sola porque iba 2 un Ingar desconoci- do. No queria correr ningéin riesgo llevindote con ella. “Tia Atie abrié la puerta delantera y dejé entrar el sol de la matiana. Recorrié con los dedos el enrejado de hierro mientras Jevantabe la mirada hacia el cielo, despejado y afl. Cogié la escoba y comenzé a barrer el suelo de mosaico. —Angel mfo—dijo—, me gustarfa que supieras que, de pala- bra o de obra, he intentado ensefisrte a amar. Debo decirte que 8 quiero a tu madre: Todo lo que amo en ti, lo amé primero en tla, Por eso seria incapaz de refir con ella por retenerte aqui. Y¥ tampoco quiero que una vez alli rifias con ella, En este pafs sobran las razones para que las madres abandonen a sus hijos. —Callé para sacudir el polvo de los cojines de la sala—. Pero a ti munca te abandonaron. Estabas conmigo. De nifias, ni tu madre ni yo tenfamos control sobre nada. Ni siquiera sobre nuestros cuerpos. —Se golped el pecho y el estémago con el pufio—. Cuando mi padre muri6, mi madre simplemente cavé lun agujero y lo arrojé dentro. Eramos una familia con tierra bajo las uiias. :Sabes lo que eso significa? ‘No esperé a que yo respondiera. —Significa que trabajébamos la tierra, No tenfamos estudio, ‘Nien suefios se le habria ocurrido a mi padre que vivirfamos en ‘ana casa como la de monsieur y madame Augustin. El, un maes- tro de escuela, y nosotras, hijas de las colinas, de una antigua estizpe de campesinos, pitit soyét, destripaterrones. Si podemos vivir aqui, si tienes esta puerta abierta, ¢s por tu madre. Promé- teme que no vas a refiir con tu madre cuando Llegues a Nueva ‘York. —No refiiré con ella —dije. —Bien —dijo ella—. Seria una léstima que las dos os pelea- rais, porque tienes en comtia con eila mucho mas de lo que te imaginas. ‘Alargé el brazo y tocé el euello de mi vestido color limén. —Tado lo que tienes es emarillo —-dijo—, del amarillo de las flores silvestres, del diente de le6n, de los girasoles. —Amarillo como los narcisos —afiadé. —Tienes razén —dijo—, a tu madre le encantaban Jos narci sos, —Tfa Atie me conté que a mi madre le encantaban los nar- cdsos porque brotaban en lugares donde parecia imposible. En realidad eran flores europeas, capullos y tallos franceses, pro- pios de climas mas frfos. Mucho tiempo atrés, una francesa los ‘rajo a Croix-des-Rosets y los plant6 allt. Se ered una variedad 2 de narcisos resistentes al calor, aunque del color dorado tipico de la calabaza de verano, como si hubiesen adquirido el matiz broncineo de la piel de los nativos que las adoptaron. “Tia Atie cogié la tarjeta de felicitacién de debajo de su almo- hadén y Ia paso en la mesilla de noche, junto al billete de avién. Dijo que seria muy bonito que se la diera a mi madre personal- ‘mente, aun cuando ya no estuviers el narciso. CAPITULO 3 FE Lrsie s La Novrelle Dame Marie consi en tes hors de traqueteo en una camioneta. Sin embargo, tfa Atie consideré que no podia irme a Nueva York sin la bendi- cién de mi abuela. Ademds, a la abuela Ifé le iban pesan- do los afios, y quiz fuera esa mi tiltima oportunidad de verla. La camioneta nos dej6 en el mercado de Dame Marie. Las calles que Ievaban a casa de mi abuela s6lo eran aptas para carretillas, mulzs o para ira pie. ‘Tia Atie y yo decidimos ir a pie. Recorrimos una hilera de chozas de techo de paja donde un grupo de mujeres molfan mijo en un almirer con una maja. Otras cocinaban grandes pasteles de mandioca en sartenes planas sobre lechos de carbén. En los cafiales, los hombres cortaban los tallos mientras entonaban canciones en las que todos intervenfan, respondién- dose el uno al otro. Nos embistié una carretilla abarrotada. Nos hicimos a un lado y dejamos pasar 2 unos chavales que iban con elpecho desnudo y empapados en sudor, sin otra proteccién del sol que sus sorbreros de paja. a Pasamos junto a una granja rodeada por una valla de bambi. El propietario era Man Grace, una mujer alta con mechones de vyello en la barbilla. Man Grace y su hija estaban trabajando en Ul patio, arrojando pufados de maiz parpura a un grupo de gallinas de Guinea. ‘Mi madre habfa enviado dinero para que reconstruyeran sa casa, La casa destacaba entre las demfs de Dame Marie. Bra de Jadrillo rojo, con amplias ventanas y techo de tablllas. Una valla de alambre de espinos rodeaba la parcela de calabaceras y tallos tuberosos de mi abuela. ‘Cori hacia la parte delantera de a casa hasta llegar junto ala ‘yeleta rematada por un gallo que giraba en cl porche. Mi abuela ‘estaba en el patio, sacando agua del pozo de piedra. “Anciana, te he trafdo a la nifia—dijo tia Atie. La cuerda se deslizé de las manos de mi abuela y el cubo cay end interior del pozo golpeando el agua. Salté hacia sus brazos, derribindola casi. A mi corazén le hace saucho bien verte —dijo. “Tia Atie bes6 a mi abuela en la mejilla y a continuaci6n entr6 en la casa. La abucla Ifé me habia rodeado con sus brazos, y el vello blanco de su cara me cosquilleaba los labios. — {Tienes bambre? —me pregunt6—. Voy a preparar sélo lo que te guste. . AA De noche, las chozas de las colinas parecfan un pufiado de velas. Cenamos en el porche de atrds. Mi abuela preparé arroz y judfas del Congo con sctas secadas al sol. Llevaba un yestido largo de color negro en sefial de deni, de duelo por mi abuelo. Dime, gqué has estado haciendo de bueno? —me pregun- 6 la abuela. 2 Es la que saca mejores notas en la escuela —dijo tia Atie—. Su madre estar muy orgullosa. Nunca debes olvidar —dijo mi abuela— que tu madre es tumejor amiga, AAA ‘Dorm sola en la tercera habitacién de la casa. Habfa una gran cama de cuatro columnas y un guardarropa de caoba con un hhibisco gigante labrado en todo el mueble. El colch6n cedié cuando me met bajo las sdbanas. Era agradable poder tener una cama para mi sola de vez en cuando. ‘Me eché en la cama, a la espera de que llegara esa pesadilla en la que mi madre al final consigue llevarme con ella. ABA Al dia siguiente regresamos a Croix-des-Rosets, Tia Atic tenia que ira trabajar. Ademés, mi abuela dijo que mejor que nos fué- semos antes de que se acostumbrase demasiado a nuestra pre- sencia y acabara suftiendo un disgusto. Para mi abuela, sufrir un disgusto se convertia en una autén- tica enfermedad fsica, como hacerse dafio en una pierna 0 rom- perse un brazo, Para tratar ese disgusto, habfa que beber un té hecho de hojas que s6lo mi abuela y otras sabias ancianas cono- cfan. Te dimos dos besos a la abuela, que nos apremié 2 que nos fuésemos antes de que decidiera quedarse con nosotras para siempre. —=2Crees que es posible morir de un disgusto? —Ie pregunté a tfg Ate en la camioneta que nos llevaba de regreso. Dijo que no de repente, pero sf poco a poco, arrancéndote un trozo de vida cada dia, hasta arrebatirtela toda. —,Cémo se puede evitar? —pregunté. 2 —No somos nosotros quienes elegimos —dijo—, sino que él nos elige a nosotros. Un caballo tiene cuatro patas, pero tam- ign puede caer. ; ‘Me habié de unas gentes de Guinea que sustentan el cielo sobre sus cabezas. Son el pueblo de la Creacién. Un pueblo alto, fuerte y poderoso que puede soportarlo todo. Su Creador, dijo mi abucla, les encargé sustentar el cielo porque eran fuertes. Bisas gentes no saben quiénes son, pero si en ta vida aparecen ‘muchos problemas es porque se te ha elegido para llevar parte del cielo sobre tu cabeza. CAPITULO 4 JING sess semana ta Ati e ibaa tabsjar muy temprano y venfa a casa muy tarde, ya de noche. Me dejaba comida preparada y le pedia a monsieur Augustin que se pasara por casa por la maiiana y altima hora de la tarde para ver si todo iba bien. Cuando voivfa a casa yo observaba, a través del débil rayo de luz. que rozaba las sibanas, cémo avanzaba de puntillas hasta la cama antes de acostarse, Asi me aseguraba de que no me habia abandonado. ‘Tha. la escuela cada dia, como siemapre. Después de la escue- Ja, me iba al patio y pasaba las tardes recogiendo ramillas y hojas para tenezlo limpio. ‘Cuando el viernes por la tarde volvi de a escuela, me encontré a tia Atie sentada en el porche, delante de la buganvilla. Cuando me vio corrié hacia mi, me levant6 y me balanceé en el aire. —Qué limpio esté todo —dijo. Habfa limpiado por la mafiana, antes de irme a Ja escuela. Apilé las hojas muertas sobre las ramas caidas, las ramillas y las flores secas. 35 Tia Atié me besé en las mojillas y entré mi cuadern gran maleta Ilenaba la sala: me la habfa comprado para mi viaje ‘Mientras trabajaba en el patio, me babfa repetido una y otra vez aque atin asistiria a més cenas improvisadas, que haria més viajes 2 casa de la abuela, ¢ incluso me darian mi primera leccién de costura. La maleta me hizo comprender que todo eso habia aca- bado. —Sé que casi no me bas visto en toda Ja semana —dijo tia ‘Atie—-. Querfa hacer horas extras y comprarte algunos regalos para el viaje. ‘Se sirvid leche caliente del hervidor de plata que siempre tenfa en un estante para que todos lo vieran. Pegado a Ia base habfa una nota que decta: «Je t'aime de tout mon coeur. Te quicro con todo mi corazén». Estaba firmada por monsieur Augustin. “Alargué el brazo para coger la nota que colgaba del bervidor. “Tia Atie répidamente la aparté de mi alcance. La tenfa al revés, y a miraba como si fuera una foto que se desvaneciera ante sus ojos ‘Me dio la espalda con brusquedad y colocé la nota en la estanteria. ‘Nos sentamos a la mesa sin decir nada. Procuré ocultar mis ligrimas tras la taza de té. “No llores —dijo-~. Vamos a ser fuertes como miontafias. Las lagrimas ya me corrfan por las mejillas. —Como montaiias —dijo, caténdome Jas costillas con el code. : Se inclin6 y cogié una cajita blanca del montén de cosas que habia comprado. Dentro habia un vestido azafrén con un gran cuello blanco y diminutos narcisos bordados en toda la tela. Es para que lo Ileves en el viaje —dijo. ABS La cara de mi madre me acompaié toda la noche en mis sue~ fos. Tha envaelta en sébanas amarillas y levaba narcisos en el % pelo. Abia los brazos, como dos largos garfios, y no dejalya de gritar mi nombre. Me atrapabs por el dobladillo del vestido y ine tiraba al suelo. Yo llamaba a tfa Atie todo lo fuerte que podia. “Tia Atie se inclinaba hacia nosotras, pero no podia verme. Yo me confundia con el amarillo del vestido de msi madre, ARK (Mc desperté y via tfa Atie agachada sobre mi. Iba vestida con. ‘uno de sus vestidos rosa de los domingos, y se habia puesto per- fame y empolvado la cara, Fui junto a ella de camino a la jofai- na. Me apreté la mano y me susurré: Recuerda que vamos a ser como montafias,y las montaiias no lloran. Ano ser que Ihueva—dije. —Cuando Ilueve, es el cielo el que Hors. Cuando volvi de lavarme, me esperaba con una toalla. Era ‘una de las muchas toallas blancas que guardaba en una caja, bajo Ja cama, para ocasiones especiales que munca se daban. Utiicé la toalla para secarme el cuerpo, 2 continuacién me puse la ropa interior almidonada y el vestido que ella me entreg6. ‘La maleta estaba en un rincéa de la cocina. La mesa estaba cubierta de una tela de encaje blanca. La vajilla especial de tia ‘Atie, de porcelana y totalmente nueva, estaba puesta en la mesa, con leche en los vasos y harina de avena en los platos. "Mee puso en la cabecera de la mesa y se sent a mi lado. Una ligera liovizna matinal golpeaba el enrejado de la puerta — También tendr€ que ir si Ineve? —le pregunté. Se pasé el dedo por una vistosa cicatriz que tenfa a un lado dela cabeza. —Si, también tendrés que ir si IIueve —dijo—. Ya no pode- mos hacer nada para evitarlo. Ya le he pedido a alguien que venga ¥ nos lleve al aéroport, Dio un sorbo de leche y puso una gran sontisa forzada. s —No debes tener miedo —dijo—. Martine fue una herman: maravillosa. Seri una madre muy buena. De un cangrejo no nace una papaya, Esmihermana. + Se metié la mano en el bolsillo y sacé la tarjeta de felicita- ci6n que le hiciera el Dia de la Madre. Ahora estaba muy arru- gada, y las palabras a lépiz.comenzaban a borrarse. —No te permiti que me Ia leyeras, pero sé que dice cosas smuy bonitas —dijo, poniendo la tarjeta cerca de mi plato— Abora ya no es tan bonita, pero a tu madre le gustaré igual. ‘Antes de que ella pudiera evitarlo, comencé a leer lo que hhabfa escrito: ‘Mi madre es un narciso, jgual de fuerte y flexible Mi madre es un narciso, pero en el viento, fuerte como el hierro. —Ya ves — ‘Aparte de Mare, no conocia a més hombres. Para mf los hombres eran tan misteriosos como los blancos, pues los tini~ cos que habiamos visto en Haitf eran los misioneros. Intenté imaginar cémo reaccionarfa mi madre ante Joseph. Casi podia ofrle decir: «Ni aunque fuera el dltimo hombre soltero de la tierra». ‘Cuando mi madre llegaba a casa y le vefa sentado en el por~ che, Ie saludaba con una breve inclinacién de cabeza y apretaba n el paso, A continuacién me apretaba entre sus brazos, como para rescatarme de la mirada de Joseph. ‘No sé por qué, pero desde buen principio me parecié que yo podria gustarle. La manera en que me seguia con la mirada lo delataba. Mi madre solfa decir: «Admiro a los sacerdotes, pues Jas mujeres les gustan por algo més que por su cara y sus nal- gas». La mirada de Joseph iba més alli de mi cara y mis nalgas. ?Parecia el tipo de hombre capsz de invitar a cenar a una chica sin pedirle el sujetador a cambio. Siempre que me acercaba a su porche sentfa que éramos cémplices en una conspiracién. ¢Cémo podia sonreitle sin que mi madre se diera cuenta? ;C6émo podfa responder é1 al fogaz saludo de mi madre y al mio sin que ella se enterara de que ese guifio era s6lo para mi? Por la noche le imaginaba sentado en algtin lugar, languide- ciendo de amor,-sofiando conmigo, planeando cémo entrar en ini vida, Y un dia, como Ja Iluvia, apareci6 en mi puerta. Yo estaba estirada en el sof estudiando qufmica cuando of lamar a la puerta. Por precaucién observé por la mirilla. Era él —;Puedo usar tu teléfono? —dijo—. Yo me he dado de baja porque me voy de la ciudad. Le absi la puerta y le Llevé al teléfono. Nuestros dedos se tocaron cuando se lo entregué. Marcé répidamente, sonriendo ‘con los ojos clavados en mi cara i —zLo conseguimos? —pregunté al auricular. Pegé un bote al ofr la respuesta. Si! —gritd—. (St Me guitié.el ojo al devolverme el teléfono. —zAlguna vez has deseado algo y lo has conseguide? —pre- gunts. Deb de quedarme sin expresién. Repitié la pregunta; de pronto se golpe6 la frente, No me he presentado. ¢ llamo Sophie —dije, adelantindome. Yo soy Joseph —dijo. Yo ya lo sabfa. —;Te han dado buenas noticias? —{Se ha notado? ‘Me miré como si esperara que yo dijera algo igual de inge- nioso. Pero yo no tenfa la mente tan despierta ni la lengua tan suelta. No se me ocurrfa nada que decir. —Eran buenas noticias —respondié—. Me acaban de deciz que tenemos bolo en el East Village desde esta noche hasta que empiece la gira. — Bolo? —Actuacién. Soy misico. —Lo sé —dije—. A veces, por la noche, te oigo tocar. —£Te molesta? —Nom, es muy bonito. —Te noto un acento. ‘Oh, por favor, di que casi no se me nota, pensé. Después de siete aos en ese pals, estaba hasta las narices de que la gente notara mi acento, Querfa sonar totalmente norteamericana, sobre todo para él. —=:De dénde eres? —me pregunté. —De Haiti. Ah —dijo—. No he estado munca. {Hablas criollo? —Oui, oui —dije en broma. —Oui, oui —repitis él. Tenemos algo en comtin. Muin aussi. Yo también hablo una variante de criollo. Soy de Louisia- na. Mis padres se consideraban lo que denominamos criolles. El smundo es un pafiuelo, gverdad? ‘Dije que si con Is cabeza. Desde luego, el mundo era un patiuelo — {Vives sola? —pregunté. Azuzada por la permanente suspicacia de mi madre, ensegui- da dije: . Intenté revivir todos los recuerdos agradables de mi vida. “Todos esos momentos tan especiales que habia pasado con tia tie, con Joseph, incluso con mi madre. ‘Mientras me hacia la prueba, para distraerme, me conté: —Los Marassas eran dos amantes inseparables. Eran la misma persona, duplicada. ‘Tenian el mismo aspecto, hablaban igual, andaban igual. Cuando refan, sus carcajadas eran iguales, y cuando lloraban, las légrimas eran idénticas. Cuando uno iba al sf, el otro se metia en el agua para verle mejor. Cuando uno se miraba al espejo, el otro se ponfa detrés del espejo para imi- tarle. Qué amantes tan presumidos eran esos Marassas. Se admiraban mutvamente por parecerse tanto, por ser idénticos. ‘Cuando amas 2 alguien, quieres que esté més cerca de ti que tu Marassa. Mas cerca que tu sombra. Quieres que sea tu alma. ‘Cuanto més os parecéis, més facil resulta. Si te miraras en un rio y vieras la cara de un hombre, gpensarfas que es un espiritu de las aguas? {No gritarfas? {No pensarfas que se estaba ocultando a bajo una sébana de agua o detrés de un cristal para matarte? El amor entre madre e hija es mas profundo que el mar. Me dejart- as por un hombre a quien el aiio pasado no conoefss. Tii y yo podriamos ser como Marassas. Estés renunciando a pasar la vida ‘conmigo. {Me entiendes? »Hay cosas que no pueden ocultarse —dijo mi madre tras, hacerme le prueba. ‘Me tapé con I sdbana y salié del dormitorio con la cara entre Jas manos. Yo cerré las piernas e intenté ver la cara de tfa Atie. Comprendf por qué chillaba cada vez. que su madre le hacfa la prucba. Hay cosas que no pueden ocultarse. ' ‘CAPITULO 12 BIG ° conta Jeseph lo ocrrdo, Se marché a Providence y estuvo alli cinco semanas. Mi madre atin tenfa el turno de noche. No podia cambiarlo. Sin embargo, me hacfa la prueba cada somana pare asegurarse de que yo atin estaba intacta. Cuando Joseph volvi6, hice todo lo posible por evitarle. “Tenia la esperanza de que regresara pronto a Providence y se olyidara de que me haba conocido. Peto no se dio por vencido tan ficilmente. Una noche estuvo dos horas golpeando la puer- ta hasta que por fin le abri. —La semana que viene me voy 2 Providence para siempre —4ijo con frialdad—. Queria saber si querfas algo de lo que hay en esa casa. —No quiero nada —dije, cerrando la puerta. BAR 9 Jugaba con el anillo entre los dedos mientras escuchaba los ‘gemidos del saxofon en la oscuridad. Desde que mi madre ‘comenzara a hacerme la prueba, casi munca me hablaba. Cuan- do salfa con Mare, yo me negaba a ir,y ella tampoco mostraba deseo de Ievarme. “Me sentia sola y desesperada, como si ya no existiera razén para vivir. Fui a la cocina y busqué en la alacena el mortero y la ‘maja que utilizébamos para moler las especias. Me llevé la maja ala cama y la apreté contra el pecho. ‘Cuenta Ja historia que una vez hubo una mujer que se pasea~ ba con el pecho sangrante, aunque en la piel no se le vefa herida alguna. Esto se prolongé durante doce largos afios. La mujer fue a muchos médicos y especialistas, pero ninguno fue capaz de curarla. La sangre segufa manando a borbotones de Ia piel intac- ta, a veces de los brazos, a veces de las piernas, a veces de la cara y el pecho. Y solia ocurrir que en ocasiones muy especiales, como funerales 0 bodas, le empapaba las ropas de un vivisimo rojo. Por fin la mujer se hart6 y dijo que iba a ver a Eraulie para consultarle qué hacer. Después de la consulta, la mujer comprendié lo que tenia aque hacer. $i querfa dejar de sangrar tendrfa que renunciar a sa derecho a ser humana, Podria escoger entre ser una planta o un animal, pero ya no podia ser humana. La maujer estaba cansada de sangrar, de modo que se fue a casa y dividié sus bienes entre sus amigos y seres queridos. Entonces fue a Erzulie para que obrara la transformacién, .Qué forma de vida quieres asumir? —pregunté Erzulie—. ¢Quieres ser una planta verde y exuberante en un jardin? de mi «nosotros». La prime- ray Giltima letra de mi nombre, el de alguien que es «su seguro sezvidor», su mis bumilde esclavo y transportista, Era ua sofocante dia de agosto. El sol, que un tiempo fue el dios de mis ancestros, me azotaba Ja cara como si yo hubiese hecho algo malo. El aroma de las hojas de menta molidas y de % pipf estancado se alternaban en Ja brisa. La radio del vebfeulo emitia una miisica soka que penetraba en los huesos mientras Jos pasajeros descendfan de la Iamativa camioneta en la que yo habia pasado las tiltimas cuatro horas. ‘Los lados estaban pintados de vivos encarnados, desde el escarlata cereza al carmesi sangre. Jirafas y leones se dibujaban sobre un paisaje color ladrillo, como si buscaran algiin matiz de verde. ‘No habria conseguido el codiciado asiento al lado del con ductor de no hsberme considerado (en sus propias palabras) ‘emi joven belleza enfandada en negro». De otro modo, me habrfa visto obligada a sentarme con las mujeres del mercado y sus hijos, su ganado, sus cestos de mitbre y los sacos de harina (que protegian sus espaldas de los tallos de catia de azticar. En la parte delantera de la camioneta habia una placa que proclamaba: DIEU SI BON. Sin duda, Dios es bueno, De lo contrario, mi hija Brigitte y yo no habriamos llegado hasta aqui. —Maravilloso viaje, pa vré? —pregunté el conductor mien- tzas bajaba mi malets. —Al menos hemos llegado —dije. —No es culpa mia, hermosa estrella, el que esto traquetee un poco, La carretera esti Ilena de dunas y socavones, y yo no Jos he puesto abs. No te echo la culpa. Al contrario, te agradezco que haya- mos llegado sanos y salvos. f —No todos mis viajes han acabado tan bien. Ti debes de ser vin Angel. Llevas contigo una bendicién. Mis de una vez he caido por un barranco. —2Y los pasajeros? —Espero que estén en el cielo. Se sacé la camisera blanca que llevaba. El sudor le cafa desde el cuello hasta la barriga. La piel era de un vivo color castaiio, como la mia y la de Brigitte. —{No tienes calor? —pregunté. 86 —Para una mujer os peligroso desvestirse en piblico —dije. Ab, cémo me gustarfa ver si desnuda también pareces una diosa. gPuedo hacer algo para convencerte? Movin, soy una mujer casada. —Ya Jo veo —dijo sefialando primero mi anillo, luego a mi hija—. Esta nifia es tan perfecta como ti. —Ou byen janti. «Eres muy amable» —Hablas un criollo perfecto —di —Este no es mi primer viaje a La Nouvelle Dame Marie. Nact aqui. —Eso dice atin més en tu favor, querida. Hay mucha gente que ha pasado fuera de Haiti muchos menos afios que ti'y que cuando regresa finge no saber hablar criollo. A lo mejor no saben. {Tan fécil de olvidar es? —Hay gente que necesita olvidar. —Como es obvio, ti no necesitas olvidar. —Yo necesito recordar. ‘Una anciana gibosa se acercé a pagarle el billete. El estiré las sucias gourdery las cont6 répidamente. ‘La mujer se disigié a la parte de atrfs de la camioneta y le sefialé su carga de sorgo a un adolescente sudoroso. El mucha- cho tenfa un bowrét, una carretilla hecha con dos neumticos y una lamina de contrachapado. Le acompefiaba un grupo de ayudantes, unos cuantos chavales més pequetios con los pies sucios de tierra. Un nifio le seguia con una comets. El nifio les, adelanté y eché a cozrer, tirando del hilo de la cometa para que volara, Cuando esta cayé al suelo, casi hizo tropezar @ la Brigitte se desperoz6 en mis brazos. Abri6 los ojos, movis sus largas pestafas y a continuacién volvié a cerrarlas. Entre los guayabos que ahora flanqueaban el camino sin pavimentar su- surraba una suave brisa que acariciaba la tierra, desde las colinas hasta el valle, donde estaba la casa de mi abuela. a Brigitte abrié la boca para bostezar, estirando los labios hasta el limite. —Creo que mademoiselle necesita volver a comer —dijo el conductor. ‘Miraba hacia el otzo lado de la carretera, a una mujer que estaba sentada en un tenderete del tamafio de una nevera, Bra rolliza y guapa, de tez rojiza, Llevaba un paftuelo azul cielo en la cabeza, y en las mejillas le rebotaban unos pendientes que eran dos aros entrelazados. Era Louise, la hija de Man Grace. Delante de ella, tras el cris- tal que cerraba el tenderete, habfa una hilera de botellas de cola. —:Quieres beber algo mientras esperas a los tuyos? —pre- gunté el conductor. —Podria beberme el océano —dije. i esa mademoiselle vende océanos, ten por seguro que te traeré uno. ‘Las vendedoras ambulantes se saludaban mientras iban cami- no abajo. Cuando una dejaba caer su pesada cesta, otra se inte- resaba por ella: «Ou libéré@n. ¢Eres libre de esa pesada carga? ‘La mujer que habia soltado la pesada carga decfa sf, si habfa conseguido dejarla en el suelo sin hacerse dafio. ABA ‘Me senté a la sombra de un framboyin carmesf, en la curva de la bifurcacién, Brigitte répidamente apret6 los labios alrededor del biberdn que le di. Sorbi6 como si no hubiese comido nada en dias. ‘Unos cuantos tonton macoutes subieron a la camioneta 7 almorzaron en. los asientos vacfos. Las humeantes hojas d= banana y las medias calabazas que les servfan de bol contrasta- ban fuertemente con sus uniformes militares de mahén. Refan en vor alta mientras se lanzaban el uno al otro trozos de carne a la parrilla y galletitas. % PALABRA. OJOS. MEMOR! —Te vendo un cerdo —susurré wna vor detris de mi, Di tal respingo que casi le meto a Brigitte el biberén en la sgarganta, Brigitte comenz6 a llorar, escupiendo leche. — Has perdido el juicio? te grité a la mujer. Tenia la cara oculta tras las ramas lénguidas del framboyén. Levanté a Brigitte, la apoyé sobre mi hombro y le di unos ¢golpecitos en la espalda para que eructara. —Perdén. Perdén —dijo Louise, saliendo de detras del arbol—. No pretendia asustarte. El conductor se habfa sentado en su tenderete, en el asiento gue antes ocupara ella, y recogia monedas y destapaba los refres- cos antes de entregar las botellas espumeanites a los clientes. ‘Mect a Brigiste hasta que se tranquiliz6. —Tengo un cerdo —dijo Louise, sentindose sobre la hierba rreseca, a mi lado. La corteza del arbol me ara8é la espalda cuando intenté ponerme en pie. zLe echarés un vistazo a mi cerdo? —insistié—. Al verte mie he dicho: he aquf alguien que ama a todas las eriaturas de Dios. No sabria qué hacer con un cerdo—dije. —Es una piyay, una ganga, solo quinientas gourdes. —No necesito ningtin cerdo —dije, negando con la cabeza—. Por favor, ghas visto a mi tia Atie? —Yo te conozco. Ya lo creo —dijo. —También conoces a tfa Atie. —Pues claro que conozco a tfa Atie. Somos como el café con leche, como los labios y Ia lengua. Somos dos dedos de le misma mano. Dos ojos de la misma cabeza. ‘abes donde esté? Habiamos quedado en que nos encon- trarfamos aqui. Le envié un casete desde los Estados Unidos. —Cémo es aquello? —Aparecié un resplandor en sus ojos—. gEs como dicen? ;Grande? ,lmpresionante? gE verdad que hay dinero por las calles y muchos trabajos de doncella? Mein rélé Louise. 98 WIDGE DANTICAT —Sé quien eres. —Mi madre era Man Grace. —Lo sé —dije. —Murié, mi madre maurié —dijo—. Se ha ido 2 Guinea antes gue yo. Yo te conozco. Eres Sophie. Atie siempre est hablando de ti. Le estoy ensediando las letras a Atie, pero todo la que sabe escribir es tu nombre. —Espero que cuando me vea me reconozea. —Las personas como tfa Atie reconocen a los suyos en cuan~ to les echan la vista encima. —He cambiado mucho desde que me fui. Yo era muy peque- fia. Apuesto a que ella también ha cambiado. —zAtie? gEsa solterona? —Sois amigas, everdad? —Desde que murié mi madre, las dos estamos solas en el mundo. : — Por qué no habré llegado atin? —me pregunté en voz alta. —-El viento la tracr pronto. @Puedo hacerte una pregunta? —Pregunta. — Qué haces en los Estados Unidos, Sophie? zCval es tu profesién? Soy dactylo —dije. —Ki sa? Secretaria. —2¥ ganas dinero? —-No he trabajado desde que tuve 2 la nifia. —Pero has tenido suficiente para el viaje, nan? —No planeaba hacer este viaje. Tenia a Brigitte en mi regazo, Sus mejillas se movieron de un lado a otro como globos de came. Quiero ir a los Estados Unidos —dijo Louise—. Me subi- réa.una de esas balsas. —-Es muy peligroso ir en balsa. 200 Ya me he enterado. Dicen que ha pasado mucho tiempo desde que muestra gente iba andando a Africa. El mar no tiene puertas. Dicen que los tiburones de este mar sélo comen carne baitiana, Eso es todo Jo que saben comer. —Si te has enterado de todo esto, gpor qué quieres hacer el viaje? “Mejor agua vertida que jarra rota. Todo lo que necesito son quinientas gourdes Yo conoico el otro lado. Miles de personas sparecen muertas en la costa. Lo dice la prensa, la televisin. —Aquf también muere gente. Rezamos por ellos y los ente- ‘ramos. Pero basta de hablar de cosas tristes. Delante de un bebé, da mala suerte. ¢Qué tiempo tiene? ‘Alargé un brazo y cosquilled la frente de Brigitte. —Veinte semanas. —:Qué sentiste durante el parto? —Como si me saliera una sandfa. — Wu. —Puso cara de asombro—. Eres muy még, huesuda, No eres como las mujeres de aqui, que después de dar a luz ‘comen para Ilenar el agujero. Cuando estabas embarazada, gno comfas maiz para que el bebé saliera amarillo? Ni se me ocurrié. a —Deberias haber comido miel para que tuviera el pelo suave. —Lo recordaré. —gLa préxima ver, quizé? Oni —:Como se llama tu hija? —Buigitce 186 Woods. —cWoods? No es un nombre haitiano. —No, non. Su padre es norteamericano. Llamé al nifio de la cometa y le introdujo usa moneda entre los dedos llenos de barro. Susurr6 a ofdo del muchacho y este se fue a toda velocidad camino abajo. a0 Fue hacia su tenderete y volvié con una botella de papaya cola. ‘Todo el cuerpo se me cnfrié mientras el Iiquido me bajaba por la garganta. —Sé que me la pagers luego —dijo. ‘Tfa Atic aparecié en el cruce, con una amplia sonrisa en su cara rolliza, No habfa cambiado nada. Caminaba con las manos en las lumbares, como si Je dolieran. En la cabeza levaba un cefido panamé, y a la espalda un cesto de costura hecho de pal- mito, que le rebotaba contra las amplias nalgas. —Debia de estar de camino —dijo Louise. Mim maoin! —le grité a tfa Atie—. Estoy aqui! ‘Tia Atie vino corriendo hacia nosotras. Tuvo que echarme un buen repaso para reconocer a la chica que habia dejado en el avién mucho tiempo atris. Los aiios me habfan cambiado, —Ya le ests dando la tebarra a mi sobrina —dijo déndole unos golpecitos a Louise por detrés—. Siempre mareando a todo el mundo con tus tonterias. Louise regres6 a su tenderete. —Te daria un gran abrazo —dijo mi tia—. Te envolveria como una gran manta, pero no quiero aplastar ala nifia Le entregué a Brigitte mientras yo me levantaba del suelo. —Quién lo hubiera imaginado? —dijo—. Esta preciosidad tiene la cara negra de tu manman. Parece més hija de Martine que tuya. 102 CAPITULO 14 alta que llevaba una ealabaza en equilibrio sobre la cabeza. ‘Yo llevaba una maleta pequefia lena en su casi totali- dad de las cosas de Brigitte. Cuando tia Atie la cogié en brazos, Brigitte estaba dormida. Las mujeres con las que nos cruzamos por el camino llama- ban a tia Atie Mademe, sun cuando jamés se hubiera casado. —No me hago a la idea de que sea hija tuya —dijo tia Atie, meciendo a Brigitte en sus brazos. —A veces yo tampoco. —Me acuerdo de cuando eras pequefiay te tenfa en brazos. “Tengo la misma sensacién. Como si tuviera en mis manos algo muy valioso. A veces no te parece que se te va a romper entre Jas manos? —Es una auténtica Caco; es muy fuerte. ‘Una mujer estaba sentada junto al camino ensartando lente juelas mientras su hija le hacfa una trenza. FAY 2: bois seruian montondndore en los arroyuelos que anqueaban el camino. Nos cruzamos con wna muchacha 103 1caT, 4 sowivet on Me ha dicho Louise que has aprendido a leer —le dije a tia Atie. —Debe de pensar que quiero que todo el mundo se entere. Me alegra mucho oftlo, Siempre pensé que tenia las palabras en la cabeza. Sélo que no las sabfa poner en papel. Ahora, de vez en cuando, apunto palabras bonitas. Louise las lama poemas. ‘Una anciana intentaba matar un gallo en el patio de atrés de su casa. El gallo se le escap6 de entre las manos y estuvo corriendo unos metros sin cabeza hasta que se derrumb6 en mitad del camino. Sorteamos el rastro de sangre mientras la mujer recogia al animal muerto. —zLe has ensefiado la nifia a Martine? —pregunté tia Ate. —Nunca responde a mis cartas. Cuando la lamé, me colgé, No ha visto a mi hija. No me ha hablado desde que me fui de casa. —Eso es muy triste para las dos. Muy triste porque allf no tenéis a nadie ms. Y Martine no tiene la cabeza en muy buenas condiciones. ‘Un hombre remachaba unos clavos en un ataiid delante de su cabafia. —Honnewr, monsié Frank. —Tya Atie saludé al sepulturero. Mis respetos. —El le devolvié una sontisa amistosa. —Siempre hemos oido decir que aquello es impresionante —Alijo tia Atie—. De verdad Nueva York es tan impresionan- te como dicen? —Es un lugar en el que resulta ficil perderse. —Pues yo no sé si esto es impresionante, pero yo aqui tam- bién me pierdo. Pasamos junto ala granja de Man Grace, rodeada por su ctema verja de bambu. Se la vefa ajada por el tiempo y azotada por el viento. Grandes tablones de madera clausuraban las ven~ tanas. —:Cuiindo murié Man Grace? —le pregunté a tia Atic. 108 —Pricticamente el dia en que volvi a vivir aqui. —2Qué le pasé? —Simplemente se metié en la cama y dej6 de respirar. Le Iegé la hora. Para Louise fue muy duro que su manman murie- ra. Louise y Grace, tode la vida durmieron en Ja misma cama. Louise estaba en cama cuando Grace se fue a Guinea. Todavia hoy no puede soportar dormir sola. AAA La casa de mi abuela no habia cambiado, Dejé la maleta en el porche y seguf a tis Atie hasta la parte de atrés. La abuela Ifé regaba el suelo antes de ponerse a barrer. —Anciana, te he traido a tus nifias —dijo tia Atie. a edad y el casar cansiguen a la bestia domar —dijo mi abuela—. Estoy viendo a Sophie? ‘Me acerqué a ella. Apreté sus dedos contra mis mejillas. —{Tenias pecho la tiltima vez que te vi? ~pregunt6 mi abuela. No hace tanto de eso —dijo tia Atie. ‘Los ojos de mi abuela estaban lenos de lagrimas, Enterré la cara en mi pecho y me rode6 la cintara con los brazos. “Mi hija se llama Brigitte If —dije—. El Ifé es por ti. ‘Alarg6 el cuello para ver més de cerca. —Mirad a mi niera —dijo, recorriendo la barbilla de Brigitte con el pulger—, El érbol no ha perdido ni una astlla. ¢No es un milagro que podamos visitar a todo nuestro linaje s6lo mirando cesta cara? 105 CAPITULO 15 FB 22s Ge una colina lean brillaben como candeas en un velatorio. Cenamos en la pequefia mesa que habia en el porche trasero. La silueta de los rascacielos de Nueva York decorada con lentejuelas cubria el pecho de tia Atie. A toda prisa habia comprado un par de t{picas camisetas de I LOVE NEW YORK. para ella y mi abuela, olvidéndome del deui! perpetuo que man- tenfa esta iltima por la muerte de mi abuelo, y que le impedia evar cualquier prenda que no fuera negra. ‘Mi abuela masticabe interminablemente el mismo trozo de carne, mientras su mirada iba de mi cara al pecho de tia Atie y viceversa. Tragué un bocado de jugo de guanabano, saboreando Ja grucsa capa de azticar marrén. —;Tu madre atin prepara platos haitianos? —pregunts tt Atiecon laboctllena, eee Nolo sé. ‘Mi abuela bajé los parpados, oculté su disgusto y siguié mas- ticando. 106 1 | ratasna, o7os, menonia “A iY ti? :Sabes preparar algén plato? —pregunt6 tia Avie. —Un dia me dejaréis preparar la comida —

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