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LA LOCURA DE MACARIO MARTES TRECE Capituls! Dicen que los martes trece son de mala suerte. El diltimo martes trece que recuerdo fue hace cuatro afios. Ese dia murié mi abuelo Angel. Antes de sepultatlo, el cielo se puso negro como el catbén. Llovié tanto que el foso que cavaron para enterrarlo sellené deagua, y todos —mamé, pap, mi hermano, mi abuela y yo— sentimos una pena casi insoportable al pensar que ah{ adentro, en ese hayo negro y mojado, se quedarfa mi abuelo para la eternidad. Hoy es martes trece y una mariposa negra se posa en mi ventana, Siento temor al verla abrazar con sus enormes alas una esquina del techo. Dice mi abuela que las mariposas negras son de mal augurio, no lo sé. Este es uno de esos dias en los que quisiera quedarme en casa, no salir, pero es imposible. A la una y media de la tarde mi padre me manda a buscar a don Lacho para cobrarle unos pesos que le debe. Resignado, cruzo la plaza del pueblo y de pronto, como si fueran péjaros, veo pasar tres piedras volando. La més grande se estrella en la tierra produciendo un golpe seco. Por puro ins- tinto me cubro la cabeza. La segunda cae con menos fuerza, le vantando apenas una pequeiia estela de polvo. Sin saber de dénde vienen los proyectiles, veo cémo una tercera piedra, mediana, se impacta a toda velocidad en la cabeza de Joaquin. jRayos!, parece que la mala suerte le cayé justo a él. De un solo golpe lo veo tirarse al suelo. ;Pobre! Joaquin se revuelea chillando como un marranoa punto de ser sacrificado, Casi al mismo tiempo descubro a los agresores: cinco nifios de entre siete y nueve afios que huyen a toda prisa, Soy el tinico testigo, me quedo inmévil El cuerpo de Joaquin se estremece yun hilo de sangre mana de su cabeza. Enroscado en el suelo, parece un gusano fuera de su capullo, Tiembla y algo parecido a la stima se apodera de mi, pero no me acerco. Joaquin me da miedo, siempre me ha dado miedo desde que yo era un nitio. Pronto los dos cumpliemos dieciséis afios, aunque él se ve mayor que yo. Joaquin es el loco del pueblo. Es enorme, tiene las piernas més largas y robustas que yo haya visto. Su cabeza es asombro- samente grande, como un melén chino. Tiene los ojos separa- dos, tan llorosos y tristes como los de una vaca. Esté bien chiflado, siempre anda pellizcéndose los brazos y has piernas, gritando que las hormigas se lo estén comiendo, pero en su cuerpo no hay nada, solo es su mente la que alucina cosas que no existen. Dicen en el pueblo que Joaquin nacié sano. Un dfa, de re~ pente, se enfermé de la cabeza y por eso estéloco. También dicen que es inofensivo, aunque nadie lo soporta, y si algdin chamaco se le acerca es para molestatlo o para hacerle burla. Para todos es “el loco de la plaza”, “el vigfa de las palomas”. (Cada maiiana su maméle da una bolsa con pan duro que élarroja por toda la plaza hecho pedacitos. A veces se pone las migajas ena cabeza y algunas palomas se posan en él, como si fueran un sombrero de alas blancas y grises. Entonces él se rfe y da vueltas con las manos extendidas. Y si, supongo que el pueblo entero tiene razén: Joaquin estd completamente loco! Los minutos se largan uno detris de otro y no aparece nadie para ayudarlo. Son las dos de la tarde y la plaza esté desierta, jy cémo no, si hace un calor endemoniado! Es la canicula; la gente huye de la ferocidad del sol. Las palomas son las tinicas que se acercan a Joaquin, picoteando las migajas que quedan a su alre- dedor entre las piedras. Joaquin ya no tiembla. gEstard muerto? Nunca he visto a un muerto, nia mi abuelo Angel pude verlo, Mi madre no me dejé acercarme a su atatid, me dijo que no tenia edad para esas cosas. Me asegur6, ademis, que los muertos se le aparecen a los nifios en los sueiios, y claro que mi madre no querfa verme su- frir todas las noches por culpa de mi abuelito Angel Por puro impulso, me acerco a Joaquin. Las palomas con su vuelo levantan una brisa caliente. Me arrodillo frente a él. Tiene los ojos cerrados. Mirdndolo de cerca, “el loco del pue~ blo” no parece tan temible. Al verlo ahi tirado, siento mis lés- tima por él que miedo. — Joaquin, Joaquin, Joaquin! —repito tres vecessin tocarlo, pero él no responde. De repente, Ia extraiieza y una pequefia piedra rebotan en mi espalda, Son ellos, los nifios malos han vuelto y amenazan con lanzar de nuevo sus proyectiles como si fuera una batalla por la conquista de la plaza. Reconozco al mis grande, se llama Carlos, es mi vecino. Pasa todas las ma- fanas frente a mi casa con la leche y el pan en una bolsa de tela verde, Parece que no rompe un plato, pero ese chamaco es el mismisimo demonio. Levanto el pecho dispuesto a todo y, aunque ellos son cinco, me siento seguro. Yo tengo quince afios, soy més alto y més fuerte, Puedo con todos. Montado en Ia valentia, que es como ‘un caballo salvaje, corto hacia ellos. Huyen de inmediato, mien- tras gritan con todas sus futerzas: —jAhi viene el loco, ahf viene el loco! Cuando escucho la palabra “loco” pienso en Joaquin, me detengo de golpe y volteo hacia la plaza con la esperanza de que ya esté de pie, pero sigue tirado. —jAhi viene el loco, ahi viene el loco, corraaaaan! —gri- tan de nuevo. ¢Cuil loco? Siento rabia, aqui nada més hay un loco y se llama Joaquin. Corro tras ellos, mientras pienso que cuando los atrape los exprimiré como si fueran un trapo mojado, pero me detengo cuando escucho al més pequefio decir: —iHey, vi, loco... alcdnzanos si puedes! —todes rien di- vertidos al ver mi cara de sorpresa. Me detengo de golpe. Por qué me gritan loco? :Acaso estos nifios piensan que también estoy loco por defender a Joaquin? 40 es porla historia de mi familia? No me gusta esa palabra, me trac malos recuerdos. Asfle decfan a mi abuelo Angel: el Loco. Todos en el pueblo aseguraban que estaba enfermo de la cabeza, que escuchaba voces de gente que ya no estaba en este mundo. {Y es ciertol, mi abuelo ofa voces, no sé de quién, pero las ofa. Por €s0 la gente se fue alejando de él. Todos, hasta sus hermanos, lo 0 abandonaron. Uno a uno sus amigos se fueron yendo, porque a las personas no les gustan los locos, tal vez porque con sus vi- siones y sus voces inexistentes asustan... La burla de esos chamacos se estrella contra mi con mas, fuerza que una piedra. Lo malo es que sus risas me vencen. Con vergiienza por haber defendido a Joaquin, me alejo de la plaze répidamente, no vayan a pensar que de veras es mi amigo... no vayan a creer que yo también estoy loco como mi abuelo, En~ tonces, esos pequetios demonios festejan su victoria lanzéndome dos piedras que no dan en el blanco. Y aunque estoy enojado, me voy ami casa lo més répido que puedo y me olvido del encargo de mi padre. De reojo miro el cuerpo de Joaquin, tirado en el suelo como un trapo viejo. Com- pletamente indefenso, lo abandono frente a esos monstruos. Ahora el loco del pueblo es como un mufieco a punto de romperse, y yo soy su tinico testigo. a LA CULPA Capitule 2 ‘Toda la noche doy vueltas en la cama. No puedo dormir. Dicen que la culpa es como un zancudo chilléndote en la oreja. ZY sise murié Joaquin? jSi se murié fue por mi culpal, lo dejé ahé tirado porque soy un cobarde. Ya estoy grande y parezco una gallina que huye cuando la asustas a palmadas. W si mi padre se entera de que lo abandoné: me mata a puros palos! ;Y qué me importal, cualquier castigo es poco comparado con este remordimiento. De la preocupaci6n, me tapo la cara con la almohada y toda la noche escucho cémo el viento lanza las ramas del érbol contra la ventana. Son como de- dos de momia tocando, pidiendo ayuda en nombre de Joaquin, El tiempo parece detenerse, siento que munca va a amane- cer y no dejo de preguntarme: ;Por qué Joaquin no es normal como los otros o como yo? Por qué est enfermo? ;Pobre! Se- guramente le tocé Ja mala suerte, “le tocé la piedra en los fri- Jjoles”, como dirfa mi abuelita con sus dichos. A Joaquin le pasé exactamente igual que a mi abuelo... un dia, asi, de la nada, enloquecié, como les pasa a algunas perso- nas. Dicen que mi abuelo Angel estaba leyendo un libro y to- mando el sol cuando comenzé a ofr voces... 'Y aunque sé que mi abuelito estaba enfermo, no entiendo por qué la gente se vuelve loca. ;Serd que la locura se contagia 2 como la gripe? zO serd quie se hereda como el color de los ojos? 2 si yo soy como mi abuelito? ZY si un dfa de estos comienzo a oft voces? jNo! Ojalé que a mf no me toque la mala suerte. Aunque no creo que me pase porque ya habrfa escuchado algo. al menos un murmullo dentro de mi, Por fin amanece y lo primero que oigo es el ruido de un martillo. Es mi padre que desde las cinco de la mafiana trabaja elhierro a puro golpe. El es herrero igual que yo, igual que mi hermano mayor, Matias. Y aunque mi papa se despierta antes que nadie, el trabajo para los tres comienza muy temprano, an tes de que salga el sol. Me levanto de prisa. Quisiera correr a la plaza as como es- toy, en piyama, y buscar a Joaquin, pero no voy a ningtin lado. ‘Me lavo, me visto, me siento a la mesa a desayunar pan con le~ che, sin hambre. Ahi me quedo, como menso. Siento en la boca Ja masa del pan, seca como polvo. No puedo ir a la plaza a las cinco de la mafiana, de seguro mi padre dirfa: “:A qué diablos quieres ir a esta hora?, muchacho zonzo”. Me resigno. El trabajo comienza cuando tomo el martillo y siento el ca- Jor de la fragua en la cara. Mi hermano Matfas calienta el metal para forjarlo, mientras yo golpeo con fuerza una vara de hierro. Del fuego salen chispas y me acuerdo de la sangre de Joa- quin, tan roja que pienso en el pirpura, en el color de la gra~ nada. Y entonces, por unos segundos, cierro los ojos y deseo con todas mis fuerzas que la mamé de Joaquin lo haya encontrado tirado en la plaza, sano y salvo, y que después de darle un beso, le haya entregado una enorme bolsa de pan hecho pedacitos, B para que con ella alimente a sus palomas. Y me imagino que ahora Joaquin duerme en su cama, calentito, sofiando con el vuelo de alas blancas. Con los ojos cerrados escucho el martilleo constante, ese iry venir de tintineos secos y agudos que se repiten cuando mi padre y mi hermano golpean el hierro. Tin, tin, ton, ton, tin, tin, ton, ton, todo el tiempo. ¥ me siento feliz, como si toda la culpa se hubiera consumido en el fuego. —iMacario! —con el grito de mi padre abro los ojos—. iQué haces? Deja de hacerte tonto, jrépido, necesito agual Ya voy. —iPero qué diablos!, spor qué siempre tengo que andar arredndote, eh? Dime? —Es que yo... —respondo timidamente. Es que. qué? jEs que eres un haragés Que vengas, con un carajo! Sus gritos me despabilan por completo. Aqui lo tinico que hacemos es trabajar. —iRépido! jPero qué lento ests! Ala voz de ya, corro en direccién a mi padre, abro las lla ves del agua, y la enorme pila de concteto que tengo enfrente se empiezaa llenar. Mi pap, mal encarado como siempre, toma con unas pinzas una chapa de acero al rojo vivo, en seguida la sumerge en el agua y el taller entero se Hlena con el ruido y el vapor de la pieza que parece gritar a causa del violento cambio de temperatura. —iA ver, hazte a un lado! u Mi hermano Matias se acerca répido para ayudar. Con una habilidad envidiable, toma la pieza y la coloca en una base he- cha de ladrillos, Mi hermano y yo trabajamos aqui desde que terminamos Ja primaria. A Matfas le gusta este oficio, en eso se parece a mi padre. Dice que él nacié para el trabajo duro, y es verdad. El es mucho més fuerte que yo, un herrero de nacimiento, orgulloso heredero de las enseiianzas de mi padre. Matias sabe que enveje- cer en este lugar, y est contento. Pero zyo? A mi nunca me ha hecho feliz saber que me haré viejo forjando puertas y ventanas. Después de algunas horas de trabajo me siento tan frus- trado que golpeo con desgano una vara de hierro y pienso de nuevo en Joaquin. En un descuido, el martillo machaca uno de mis dedos. El dolor es como el de una aguja clavandose en la uiia. La punzada me dobla. —iQué iniitil eres! |No es posible que no puedas hacer nada bien! —me regafia mi padre. Al mismo tiempo, Matias corre hacia mf y me revisa con sus manos dsperas. —No pasa nada, hombre, fue un golpecito. ;Ay, hermanito!, un dfa de estos te vas a quedar sin dedos y te vas a ver bien chis-~ toso con las manos todas mochas. Mihermano me revuelve el cabello, mientras meto mi dedo en la boca para ayudar a tranquilizar ese calambre que traigo metido entre la carne. —Andale, mejor vete a cobrarle a don Lacho a ver si hoy sf Jo encuentras, nada més ten cuidado al atravesar las calles, no 15 vaya a ser que te atzopelle un burro —bromea mi hermano, al tiempo que me quita el martillo y me palmea la espalda. Asi es i, siempre anda cuidéndome y haciendo el trabajo que ami me corresponde. Adolorido pero feliz, salgo a toda velocidad directamente hacia la plaza. Por fin sabré qué fie de Joaquin. 16 PLAZA VACIA Capitule 3 El corazén se me encoje al ver la plaza vacia. En el suelo no hay ms que una pequefia mancha de sangre seca y palomas disper- sas por todos lados, picando, como siempre, las migajas entre el empedrado. ‘Miro pasara las sefioras que van al mercado, mientras la im- paciencia me rasgufia con sus pequefias garras. jNecesito saber qué fue de Joaquin! Y, sin esperar mis, corro a toda velocidad. En unos cuantos minutos, estoy parado frente a la casa de Joaquin. Una delas ventajas de vivir en un pueblo tan pequefio es que todo el mundo se conoce. “Pueblo chico, infierno grande”, diria mi abuela Marfa, Pero para mi no es tan chico, ni tan feo como el infierno. Es verdad que aqui hace un calor que ataruga hasta a los animales, pero a mi me gusta vivir en San Agustin del Agua... curioso nombre para un pueblo tan érido, donde apenas Ilueve. Me detengo, jadeante, frente a una reja de madera con una placa en donde esté pintado a mano el nsimero ocho. Aqui vive. Al fondo de un terreno polvoso, se ve una casa de ladrillos. La reja no tiene cerrojo y de un empujén la abro completamente. Entro deprisa, camino sobre una hilera de pasto seco y, de re~ pente, mucho antes de legar a la entrada, me sorprenden unos 7 graznidos de gansos. Cerca de diez enormes gansos comien- zan su alharaca al verme. Son como perros guardianes, nada mds que en lugar de ladrar, graznan a todo volumen en sefial de alarma. Recojo algunas piedras pequefias y se las lanzo para que se callen, sin ninguna intencién de lastimarlos, pero la bu- Ta no para. A quign se le ocurre tener gansos en lugar de pe~ rros en el patio de una casa? Aturdido porla gresca, me encamino hacia la salida, pero no doy ni un paso més, porque de pronto sale de la casa una chica alertada por el escéndalo, La reconozco en seguida, es Gertrudis, lahermana de Joaquin. Es mayor que yo, tendré unos diecisiete afios. ¢Cémo describirla? No se parece a su hermano, ella siva ala escuela, algunos dicen que hasta es buena para las matemé- ticas. Es muy delgada y pélida, tiene la mirada 4gil y altiva de tun gato, Es més alta que yo y trae puesto un vestido verde que le Tega hasta los talones, parece uma rama de tan flaca que esté, Sin embargo, imuy fea, que digamos, no es! Cuando la veo sa~ lir, cierro de inmediato el pufio para esconder las piedras que ya no alcancé a lanzarle a los gansos. Al inscante, la chica me interroga. Qué quiere? —Quiero saber cémo esté Joaquin —digo timidamente. Su mirada inquieta se vuelve desconfiada cuando escucha el nombre de su hermano. —2Qué traes ahi? —me pregunta de repente. —Nada —respondo perturbado, mientras de manera in- fantil escondo la mano detrs de la espalda. 18 De un manoiazo ella me toma por el brazo y con las dos manos me abre el pufio. Las pequefias piedras caen al suelo. Gertrudis me mira, con la boca abierta, perpleja por la sor- presa. No puede explicarse qué hago yo aqui con un pufiado de piedras escondidas. Intento explicarle lo que sucedié, pero es inttil. Al parecer, todo me sefiala como el culpable de gol- pear a Joaquin. —Fuiste ti! {TW le rompiste la cabeza a mi hermano con una piedra, desgraciado, cobarde! Siento horror. —Yo no... yo... no... fui —digo tartamudeando, y Gertru- dis me mira con un odio tinico—. {Yo no fui, lo jurol Sé que no es exactamente verdad lo que digo. Porque es cierto que no fii yo quien le pegé a Joaquin, pero sf lo aban doné en la plaza y para el caso es Jo mismo. "Yo... no serfa capaz de matar nia una gallina”, pienso para mis adentros, pero que me falte el valor para matar a una gallina a una mosca no quiere decir que me sobre el valor para ayu~ dar a alguien que esté herido en el suelo. Me asombro de mi, me confiundo, pero lo acepto: mi tinica culpa es ser un cobarde, y como un cobarde estoy a punto de ponerme a llorar. A Gertrudis le cuesta comprender lo que esté viendo, de tan inesperado, de tan absurdo: esté frente a un intruso que pregunta por Joaquin, con unas piedras en el puiio y asegurando, casi al borde del Ilanto, que é1 no lo golped, que él no hizo nada. Tan convincente y tan tembloroso como un insecto a punto de ser comido por un p§jaro. 9 Gertrudis me mira con odio, como si tuviera ganas de aga- rrar una piedra y hacérmela tragar de un bocado. Todo apunta hacia mf, y al mismo tiempo me absuelve mi actitud de nifio Uorén. —Solo quiero saber si est bien —me atrevo a decir, con tono suplicante. —iMi hermano est muy bien! Ya no sufre, jporque ya se murié! ;Ahora lérgate, y no te quiero volver a ver por aqui! Pero no me muevo, me quedo muy tieso, como palo, mi- randola. Sé que Gertrudis miente. Dice eso para hacerme sen- tir culpable de lo que le sucedié a Joaquin. De eso estoy seguro porque nadie habla con esa tranquilidad de la muerte de un f- mailiar. Si mi hermano Matias se muriera hoy, todo lo negro gue hay en el universo se vaciarfa sobre mf como una cubeta lena de pintura, tifiéndome desde Jos ojos hasta las uiias de los pies. Gertrudis esté enojada pero tranguila. No veo en su cara Ja mancha de la tristeza, el desaliento que debe dejar la muerte de un hermano. Por otro lado, en este pueblo es imposible que alguna per- sona se muera sin que nadie se entere. Si Joaquin hubiera muerto, a esta hora ya habria corrido el rumor por cada rincén, Ya esta- rian aquf todos los vecinos, unos lamenténdose, atros noms de chismosos y, eso sf, todos rezando en la casa del difunto con los citios pascuales encendidos y los crisantemos disimuilando el pe~ netrante olor a muerto. Porque el olor a muerto es fuerte, lo sé porque asf ola la casa cuando velaron al abuelo: a esencia de flo- res con muerto, Es un olor raro y triste, imposible de describir. 20 Entonces, de repente me siento bien, claro que me sentirfa libre de toda culpa si viera a Joaquin corriendo de nuevo por la plaza, con su sombrero de palomas grises y blancas sobre la ca~ beza, tan loco y tan feliz como siempre. Y mientras Gertrudis me come con la mirada, me atrevo a sonreir un poco, sintién- dome liberado. Sin més que hacer en esa casa, me alejo mientras Gertrudis me sigue con una mirada altanera, esperando que desaparezca. A unas calles de su casa, me detengo a tomar una piedra y Ja lanzo con furia, mientras juro que esta vez me las va a pagar el nifio que se atreva a pegarle de nuevo a Joaquin. Entonces sonrfo y siento que por fin me estoy curando de la cobardia, que es como una enfermedad DAMIAN Capital 4 Hay cosas que un nifio nunca olvida por mis afios que pasen. ‘Como un gran castigo o la primera mascota. A los cuatro afios tuve un sapo quea nadie le gustaba, soloamihermanoya mf. Me encantaba su cuerpo htimedo y ancho, ademés de los enormes saltos que daba. Hay otras cosas que no se borran de la mente, por ejemplo, las confésiones de los adultos. Cuando tenia ocho afios, un dfa escuché sin querer a mi abuelo decirle a mi mam en voz muy baja: —Ffjate, Agustina, que cuando me voy a dormir escucho varias voces, como si vinieran de fuera, pero no hay nadie. Las voces me empiezan a decir que soy un bruto, que para qué quiero seguir viviendo si no sirvo para nada, que mejor me cuelgue Y, aunque trato de no hacerles caso, son muy fuertes. Alofr eso sentf mucho miedo. Me imaginaba esas voces co- mo fantasmas, volando por los aires, como los que salen en las pelfculas, esos terribles monstruos que de repente apare- cen de abajo de la cama con su sonrisa diabélica y con los ojos en blanco, esos que tanto temor me daban cuando era pequefio. Pero no, las voces que mi abuelo escuchaba eran distintas, afios més tarde Jo entendi, Esas voces no salfan de ninguna momia, vampiro 0 cosa parecida, sino de su cabeza, éllas escuchaba muy cerca de su ofdo. A veces las voces eran amables, y otras, le gritaban cosas te- rribles. Bueno, eso cuenta mi madre, la tinica persona que supo Jo que realmente vivi6 el abuelo. Dice que esas voces casi siem= pre se expresaban mds bien como murmullos. Aungue también le daban érdenes al abuelo, como un sargento dando instruc Angel, haz ‘Angel, di tal cos ciones a su tropa. Le gritabai Angel, haz lo otrc Nadie sabe de dénde venfan esas siniestras voces. Mi abuelo aseguraba que algunas venfan de los muertos y que otras venfan de los libros, de las historias que lefa. Quién sabe. ‘Y asf pasaron los afios sin que nadie hiciera caso, pensando que con puros mimos estarfa mejor. Hasta ese horrible dfa cuando entendilo mal que se encontraba. Fue un jueves cuando tuna de sus terribles voces le ordené al abuelo Angel hacer algo muy malo. Sucedi6 un dfa antes de Navidad. Todos estaban fuera de casa, mi madre y mi abuela haciendo las compras para la cena y mi padre y Matias trabajando en el taller. Solo el abuelo y yo estébamos en casa, Yo jugaba con Damién, mi perro, mientras el abuelo lefa. Me acuerdo perfectamente de ese perro porque era el més manso del mundo, Dice mi abuela que ten‘a los ojos de perro de milpa. Me imagino que por bonitos y amarillos, como los elotes maduros. Porque mi perro no era fino, pero si tenfa los ojos nobles y brillosos. Lo que més me gustaba de él era que siempre obedecia, aunque también era medio tonto porque seguia hasta a la gente desconocida que pasaba por la calle. Era muy noble, tan bueno como solo los perros saben serlo. 23 Esa tarde sucedié algo extraiio, tuve un presentimiento y me empezaron a sudar las manos. El abuelo Angel estaba raro. Nunea lo habia visto asi en mi vida, tenia el cuerpo rigido. Una tensién le engarrotaba los mtisculos de los brazos y la mandi- bula, como si estuviera oyendo algo insoportable, que no au- guraba nada bueno, Por puro instinto, salf de la casa y me refugié en el patio tra sero. No sabfa dénde meterme. Pensé en saltara la calle, pero el muro del patio era altfsimo, tenia entre tres o tres metros y me- dio: una muralla imposible de escalar para un nifio de mi edad. En un segundo sentf que ocurrirfa algo terrible. Y ocurrié... El abuelo comenzé a gritar: “jLérguense! {No voy a matar a nadie! (Déenme en paz!”. Sus gritos se escuchaban afuera de Ja casa. Al ofrlos tuve un miedo indescriptible que no habia sen tido antes, Mi abuelo le gritaba a sus horribles voces. Entonces corrf a esconderme. Con el cuerpo hecho bola como una pe- Jota, intenté ocultarme entre unas cubetas de ldmina, pero el escondite no era stificiente. Como si estuviera jugando a las es condidillas, répido me refugié debajo del lavadero. Y, aunque era un nifio flaco, de poco me sirvié meterme ahf porque la mitad de mi cuerpo se asomaba. No pude hacer nada més, ahi me quedé, petrificado. De pronto, vi la figura de mi abuelo de pie bajo el marco de la puerta. Se veia pélido y despeinado, tenia los brazos cru- zados como si acunara algo; no era nada, solo el aire. Se balan- ceaba hacia atris y hacia adelante, murmurando lastimeramente algo que desde mi escondite no alcanzaba a escuchar, Después 24 el abuelo giré despacio el cuerpo hacia la pared blanca junto al Javadero. Cref que me habia descubierto, pero no fue asf, ahi detuvo su mirada y observé el muro durante mucho tiempo, como hacen los locos perdidos en la nada. Ese dia recé todo lo que se reza cuando se tiene pinico, hasta la oracién al Angel de Ja Guarda que me ensefié la abuela Marfa: “Angel de la Guarda, dulce compaiiia, no me desampares ni de noche ni de dia. Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen Maria y el Espiritu Santo. fin el abuelo se dio la vuelta y entré de nuevo a la casa. y dije amén una y otra vez, hasta que por Respiré aliviado, pero la tranquilidad me duré muy poco, porque en seguida escuché los gritos del abuelo ordenando: “(Damign, ven acé!”, tan enérgicamente que el perro, que es taba dormitando en la parte més fresca del patio, obedecié la orden al instante, como siempre que Io Hamaban con un poco de autoridad. Del miedo no detuve a Damién y mi perro cortié alegre hacia adentro de la casa, sin que yo pudiera hacer nada. Detesto la muerte, porque la muerte es dolor... me doli6, Damin me dolié en todo el cuerpo... porque los perros también duclen. Ese dia escuché sus lamentos y los golpes que mi abuelo le dio con un palo. Y yo ahi, sentado en el suelo, bordando con Jas manos una siplica en silencio, impotente, aterrado, como un nifio de ocho afios que sufte una pesadilla con monstruos invencibles y crueles. El iltimo alarido de mi perro fae horri- ble y largo, y mi corazén se estrell6 contra el piso, reventindose como un cuenco hecho mil pedazos. Yo queria actuar, salvar a mi Damign de esa voz asesina que escuchaba mi abuelo dentro 25 de su cabeza, pero estaba paralizado. Todavia, a veces por las noches, recuerdo los lamentos de mi perro agonizando. Después, hubo silencio... un largo silencio que duré hasta que legaron mis padres. Ese dfa se llevaron a mi perro en- vuelto en una cobija para enterrarlo lejos de la casa para que yo no siguiera llorando al recordar ese horrible momento. Mi abuélo le hizo caso a las voces y, después de golpearlo, lo es- trangulé con un lazo. Lo estrangulé para no hacerme dafio a mi, Eso me dijo mi mamé més tarde con ligrimas en los ojos: “tu abuelito esta enfermo, tienes que entender, esté mal de la cabeza, pero nunca les harfa dafio nia tu hermano nia ti. Silo quieres, perdénalo y entiéndelo”. Ese mismo dia en la tarde, se Ilevaron al abuelo a un hospi- tal en otro pueblo, como a treinta minutos de la casa. Un hos pital municipal psiquidtrico, y cuando vi a mi abnelo, viejo e indefenso, cruzar el umbral de la puerta, lo perdoné y lo en- tendf como lo hace un nifio de ocho afios. Mi abuelito no era un hombre malo, solo estaba loco... Esa noche no pude dormir y me dediqué a seguir con la mi- rada a la luna, su andar por entre la sébanas negras de la noche, ya llora a llorar por mi perro perdido. 26 EL LOCO Y YO Capitulo 5 No hay fecha que no Hegue, ni plazo que no se venza”, exe es otro dicho de mi abuela Marfa. Y tal como lo dice el refién, por fin lleg6 la hora de encontrarme con Joaquin. Durante tres dias esperéa que apareciera, yapenas hoy viernes lo veo en la plaza, en su plaza. Ahfesté...loco como siempre, pellizedndose los brazos ytigndose solo mientras le da de comer a las palomas, ‘Trae la cabeza vendada, su ropa luce impecable y él, recién bafiado. Se ve contento. Yo también me siento feliz de verlo. Parece mentira, pero siento como si se tratara de un vigjo amigo al que no veo desde hace afios. En seguida camino decidido a acercérmele, aunque titubeo. Dice mi madre que “la natura~ leza de los locos es impredecible, que si de un momento a otro estin bien... que si al siguiente su locura estalla como una olla a presion”” Alrededor de Joaquin hay muchos mitos. Muchos afirman que tiene la fuerza de una bestia. Cuentan que un dia derribé de un solo golpe aun burro. Aseguran que fue tan fuerte el mano- tazo que el animal cay6 en seguida estrelléndose contra el suelo como un bulto de arena lanzado desde lo alto. ¥ mi padre, que no cree en cosas extraordinarias, dijo que esas eran tonterias, y que quizé Joaquin golpeé al animal en el timpano, y al ser una parte muy sensible el burro perdié el equilibrio y se cay6. a

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