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Hablar de autobiograffa me lleva a subrayar los dos tipos de limites que se imponen a esta empresa. Prime- ro, el adjetivo intelectual advierte que el acento princi- pal se colocard sobre el desarrollo de mi trabajo filos6- fico y que s6lo se evocaran los acontecimientos de mi ceptibles de aclararlo. Hablando luego de auto- biografia, tomo en cuenta las trampas y defectos que atafien al género. Una autobiografia es ante todo el relato de una vida. Es, ademas, y en sentido preciso, una obra literaria; a titulo de tal descansa sobre el ale- jamiento retrospectivo entre el acto de escribir y el desarrollo cotidiano de la vida; ese alejamiento distin- gue la autobiografia del diario. Una autobiografia, por tiltimo, descansa sobre la falta de distancia entre el personaje principal del relato que es él mismo el narra- dor que dice yo y escribe en primera persona del sin- gular. PAUL RICOEUR 1.S.B.N. 950-602-360-3 Cédigo N* 3603 PAUL RICOEUR Autobiografia intelectual N Ediciones Nueva Visién Coneccion Diaconat, Paul Ricoeur AUTOBIOGRAFIA INTELECTUAL Ediciones Nueva Vision Buenos Aires eS S7 ‘Titulo del original en francés: Réflexion faite. Autobiographie intelectuelle Paris, Editions Esprit, 1995. ‘©1995 by Open Court Publishing Company para “Intellec- tual Autobiography” © Editions Esprit, 1995, para “De la métaphysique 8 la morale” Traduccién de Patricia Willson ‘Toda reproduccién total o parcial de esta obra por cualquier sistema ~incluyendo el fotocopiado— que no haya sido expresa- mente autorizada por el editor constituye una infraccién a los derechos del autory sera reprimida con penas dehastascis aiios de prisi6n (art. 62 de la ley 11.723 y art. 172 del Codigo Penal). LS.B.N. 950-602-360-3 © 1997 por Fidiciones Nueva Visién SAIC Tucumédn 3748, (1189) Buenos Aires, Repablica Argentina Queda hecho el depdsito que marea la ley 11.723 Impreso en la Argentina / Printed in Argentina ADVERTENCIA Con el titulo Autobiografia intelectual se han reunido dos textos de origen y destino diferentes. La Autobiografia intelectual constituye la versién francesa original del ensayo publicado en inglés que encabeza el volumen The philosophy of Paul Ricoeur, editado por Lewis Edwin Hahn en la serie que él dirige, The library of Living Philosophers.” El ensayo es un texto por encargo con cardcter obligatorio; sin embargo, el autor se ha sometido libremente a las reglas del género. La Autobiografia intelectual sirve de introduccién a una serie de ensayos “desoriptivos y criticos sobre la filosofia de Paul Ricoeur”; cada uno de ellos esté seguido de una “respuesta” de este ultimo; una bibliografia “sistemdtica, primaria y seeun- daria”, establecida por Frans D. Vansina, termina el volumen. La obra esta destinada principalmente al puibli- co informado de lengua inglesa. “Vol. XXTI, Chieago and Lasalle, Illinois, Open Court, 1996, “Dela metafisica ala moral” constituye la contribucion del director de la Revue de métaphysique et de morale al niimero del Centenario de la revista, publicado en 1994. El titulo retomar el dado cien afios antes por Félix Ravais- ‘son a su contribucién al primer némero de la revista fundada por Elie Halévy y Xavier Léon. El titulo, también tn este caso, es impuesto, pero aceptado de buen grado. EL lugar de este estudio a continuacién de la Autobiografia intelectual parece justificado, en la medida en que en él se reflexiona sobre algunas categorias de rango superior lo ‘Mismo y lo Otro, la Potenciay el Acto~ que estructuran el discurso de Si mismo como otro. Este discurso de segundo grado, que reflexiona sobre un recorrido anterior de pen- ‘samiento, se impone como tarea mostrar que una espectt- lacién sobre el rol de la fancion meta- en el discurso filoséfico mantiene abierta la via que conduce “de la metafisica a la moral”, tal como es explorada en la diltima parte de Si mismo como otro, Abriendo asi el camino a otros trabajos dedicados a la relacién entre metafisica y moral, el ensayo da a entender que la expresién “reflexion hecha®,* comin a estos dos ensayos de estilo diferente, no debe confundirse con la sentencia “hechas las cuentas”. La reflexidn, aun reiterada, no se cierra con un balance. * Bl autor se refiere al titulo de la versién francesa de esta obra, Réflexion faite, para la que no se ha encontrado un equivalent castellano de igual valor. (N. del E.) 10 I AUTOBIOGRAFIA INTELECTUAL El titulo elegido para este ensayo de autocomprensién subraya dos tipos de limites impuestos a la empresa. En primer lugar, el adjetivo intelectual advierte que el acen- to estara puesto principalmente en el desarrollo de mi trabajo filoséfico, y que sdlo serdn evocados los aconteci- mientos de mi vida privada susceptibles de aclararlo. Hablando de autobiografia, tomo en cuenta las trampas y defectos inherentes al género. Una autobiografia es ante todo el relato de una vida; como toda obra narrativa es selectiva y, en tanto tal, inevitablemente sesgada. Una autobiografia es, ademds, en sentido preciso una obra literaria; en tanto tal, se basa en la distancia a veces benéfica, otras perjudicial, entre el punto de vista retros- pectivo del acto de escribir, de inseribir lo vivido, y el desarrollo cotidiano dela vida; esta distancia distingue la autobiografia del diario. Una autobiografia, finalmente, se basa en la identidad, y por ende en la ausencia de distancia entre el personaje principal del relato, que es ‘uno mismo, y el narrador que dice yoy escribe en primera persona del singular. 13 i Consciente de estos limites, admito de buen grado que la reconstruccién de mi desarrollo intelectual que estoy emprendiendo no ticne més autoridad que cualquier otra efectuada por un bidgrafo distinto de mf mismo. ‘Daré eomienzo a mirelato con elrecuerdo que conservo de] primer afio que pasé en un curso de filosofia. Fue en 1929-1930; yo tenfa entonees diecisiete afios, me enfren- taba por primera vez a una ensefianza que diferfa profun- damente de todas las precedentes, tanto en literatura ‘comoen historia oen ciencia; no siempre diferia en cuanto a los autores tratados: ya habiamos estudiado desde un punto de vista literario a los trégicos griegos, a los oradores latinos, a Pascal, a Montesquieu y a los “filésofos Gel siglo xvi”; pero las razones profundas de su concep- cién de las cosas se nos habfan escapado de algtin mado. Finalmente abordébamos en un curso de filosofia las doctrinas mismas, sus prineipios, sus razones, sus con- flictos. Nuestro profesor, Roland Dalbiez, era de forma cién neotomista: argumentaba ala manera de los escol ticos del sigloxIv, més que # la de Santo Tomas mismo. El arte dela polémica me encantaba. El adversario principal era el idealismo, sospechoso de dejar que el pensamiento corrara su garra en el vacio; privado de lo real, el pensa~ miento estaba obligado a replegarse narcisisticamente sobre si mismo. Se operaba asi un acercamiento audaz ontre una corriente del pensamiento filoséfico moderno y Ja actitud desrealizante observada en el delirio de los ‘sicdticos. Debo sefalar que nuestro maestro fue el pri- vner filésofo francés que escribié sobre Freud y el psicoa- Freud era alabado principalmente por su realis- mo naturalista, que lo ubicaba de entrada del lado de Aristételes, més que del de Descartes 0 Kant, Estoy persuadido de que hoy le debo a mi primer maestro de filosofia la resistencia que opuse a la pretension de inmediatez, a la adecuacién y apodictidad del cogito cartesiano, y del “Yo pienso” kantiano, cuando la conti- nuacién de mis estudios universitarios me condujo al 14 feudo de los herederos franceses de estos dos fundadores del pensamiento moderno. También pienso que le debo a Roland Dalbiez mi preocupacién ulterior por integrar la dimensién del inconsciente, y en general el punto de vista psicoanalitico, a una manera de pensar fuertemente mareada, sin embargo, por la tradicién de la filosofia reflexiva francesa, tal como aparece en el tratamiento que propongo de “lo involuntario absoluto” (cardeter, ineons- ciente, vida) en mi primer gran trabajo filos6fico, Lo voluntario’y lo involuntario (1950). Pero no quiero alejar- me de Roland Dalbiez sin haber rendido homenaje a los consejos de intrepidez e integridad que prodigaba a aque- Tlos de entre nosostros que habiamos prometido, al salir de su clase, dedicar la vida a la filosofia: cuando un problema los perturbe, los angustie, los asuste, nos decia, ino intenten evitar el obstéculo: abérdento de frente. No sé hasta qué punto he sido fiel a este precepto; sdlo puedo decir que jamés lo he olvidado, ‘A decir verdad, esta regla de pensamiento Hegaba hasta un ofdo particularmente bien dispuesto: a los dic ete afios, yo era lo que Jlamamos un buen alumno, peru sobre todo un espfritu curioso ¢ inquieto. Mi curiosidad intelectual era el resultado de una cultura libresca pre- coz. Huérfano de padre y madre (mi madre habia muerto poco después de mi nacimiento, y mi padre, profesor de inglés en el liceo de Valence, habia muerto en 1915, a comienzos de la Primera Guerra Mundial), habia sido educado en Rennes, con mi hermana un poco mayor que yo, por mis abuelos paternos y por una tia, hermana demi padre, once afios menor que él y soltera. El duclo de mi padre, agregado a una austeridad sin duda anterior a la guerra y sus desastres, hizo que el circulo familiar jamés fuera penctrado por la cuforia general dela posgue- tra. Ese nifio, clasificado administrativamente como “pu- pilo de la nacién”, se encontré librado al dibujo, a la lectura, en una época en que el espareimiento colectivo estaba alin poco desarrollado, y en que los medios no ——- Ss habian tomado a su cargo la distraccién de la juventud. Asf pues, lo esencial de mi vida, entre los once y los ¥ diecisiete afios, transcurrié entre la casa y el liceo de varones de Rennes, con cuya ensefianza estaba muy entusiasmado, al punto de devorar, antes del reinicio de las clases, los libros recomendados por los profesores. Sin embargo, aunque mi descubrimiento de los “grandes clésicos” en los afios que precedieron “el aiio de filosofia” fue gratificante, nada en mis lecturas anteriores pudo evitar el impacto que constituyé para mi el encuentro con la “verdadera” filosoffa que, sin duda erréneamente, no habia podido identificar en Montaigne, Pascal, Voltaire, Rousseau, a quienes no obstante Ilamabamos “filésofos”. He hablado de un espiritu curioso e inquieto, Acabo de contar aquello que a la vez nutrié y aguijoneé mi curiosi- dad basta el umbral de la clase de filosoffa. En cuanto a la inquietud, tiendo hoy a vincularla con la especie de competencia que mantenian en mi mi edueacién protes- tante y mi formacién intelectual. La primera, aceptada sin reticencias, me orientaba hacia un sentimiento que | identifiqué mucho més tarde, leyendo a Schleiermacher, | como el de“dependencia absoluta”; las nociones de pecado , y perdén tenfan por cierto gran importancia, pero no lo i dcupaban todo, en absoluto, Mas profunda, mds fuerte que el sentimiento de culpa, estaba la conviccién de quela palabra del hombre vine precedida por la “Palabra de Dios”. Este complejo de sentimientos se encontraba libra- doalasaltode una duda intelectual que, en el cursodemis estudios de filosofia, aprendf a vincular con la linea cri- tica de la filosofia. El realismo de Dalbiez podfa en rigor llevarse muy bien con la fe protestante, pero no el neocri- ticismo que descubri en la universidad. Conservo un vivo recuerdo de Las dos fuentes de la moral y de la religion de Bergson, publicado cuando terminaba mi licence’ en * Enel sistema universitario francés, la licence comporta tres afios de estudios superiores, en tanto que la mattrise comporta cuatro, [Nde aT] 16 filosofia, y de la teologia de Karl Barth, vehiculizada por los movimientos de juveniles protestantes (lef Parole de Dieu et parole humaine, un poco mas tarde, creo, asi como el primer comentario de la famosa Epistola a los roma- nos). Con la distancia del tiempo tiendo a pensar que mi persuasion era tan fuerte de un lado como de otro. Asi pues, durante mis afios de aprendizaje en la Uni- versidad de Rennes, donde obtuve la licence en 1933, luego la maitrise en filosofia en 1934 (luego de un fracaso largamente lamentado en el examen de ingreso a la Escuela Normal Superior de la rue d’Ulm), aprend{ a levar, de armisticio en armisticio, una guerra intestina entre la fe y la raz6n, como se decia entonces. Reconozco hoy la marca de uno de esos armisticios en la tesis de maitrise que dediqué —durante el afio universitario 1933- 1934 al Problema de Dios en Lachelier y Lagneau. Que autores tan prendados de la racionalidad y celosos de la autonomia del pensamiento filoséfico le hubieran he- cho a la idea de Dios, a Dios mismo, un lugar en su filosofia, me satisfizo intelectualmente, sin que ni uno ni otro de estos maestros me invitara a amalgamar la filosofia y la fe biblica. Es por ello que hablé de armisticio, mais que de alianza. Por otra parte, estas incursiones precoces en el camino de Dios de los filésofos practicamen- te no tuvieron continuacién, a pesar de las imprudentes promesas que pueden leerse en el prefacio de Filosofia de la voluntad, libro al que me referiré mas adelante. En realidad, el beneficio verdadero de este paso por Lachelier y Lagneau estaba en otra parte. Por ellos, me encontré iniciado y de hecho incorporado a la tradicién de la filosofia reflexiva francesa, pariente del neokantismo alemén. Por una parte, esta tradicién se remontaba, a través de Emile Boutroux y Félix Ravaisson, hasta Maine de Biran; por otra parte, se desviaba hacia Jean Nabert, quien habia publicado en 1924 L'expérience intérieure de la liberté, obra que lo situaba en algin lugar entre Bergson y Léon Brunschvieg. Jean Nabert influiria en mi aq de manera més decisiva en los afios cineuenta y sesenta. El afo parisino -1934-1935 del estudiante de provincia fue decisivoen varios aspectos. Ademds del beneficio dela sélida ensefanza prodigada en la Sorbona por algunos grandes profesores como el helenista Léon Robin, el fistoriador de la filosofia Henri Brehior y el excelente Léon Brunschvicg, ese aio mareé un doble encuentro, el de Gabriel Marcel y el de Edmund Husserl. El encuentro no fue -hablando humanamente- de la misma naturale- za. Tuve el privilegio de ser introducido en la casa de Gabriel Marcel por un camarada de agregation ,* Maxi me Chastaing, y de participar en esos famosos “viernes que frecuentaron también Jeanne Delhomme y Jeanne Parain; cada uno era invitadoa tratar un tema elegido en comtin, sin ampararse en la autoridad de ningun filésofo de reputacion, y a recurrir tinicamente ya sea al anélisis de experiencias, a la vez comunes y enigmaticas, como la promesa, el sentimiento de injusticia, ya sea a conceptos 0 categorias cargadas de una larga tradicién, como el a priori, laverdad, loreal. Conservo de esas sesiones, en las Que tomé parte de manera més episddica al regreso de la guerra, un recuerdo inolvidable. Eramos personalmente jniciados asi al método socratico, que vefamos puesto en priictica en los ensayos ya publicados de Gabriel Marcel, principalmente Position et approches concrétes du mys- are ontologique. Esto ocurrfa, subrayémoslo, antes de la publicacidn por Sartre de Bl sery la nada en 1941. Adnno Se colocaba la etiqueta del existencialismo en las medita- ciones metafisicas que trataban la encarnacién, el com- promiso, la invocacién, el absurdo y la esperanza, y, més que todo, la diferencia entre el problema cuyos términos estan ante el espiritu y el misterio implicado en el acto mismo que lo aprehende. El contraste con Léon Brunschvicg era patente, ¥ no menos evidente el paren- tesco con Bergson. Pero ni el contraste con uno ni el * Bn Francia, concurso de acoptacién como profesor de Ticeo o profesor suplente de nivel universitario. [N. de la T.] 18 parentesco con el otro bastaban para dar cuenta de la originalidad de un método de pensamiento en el que la precision conceptual jamés se sacrificaba a la impresién oa la intuicién. La Vigilancia critica, que discerniamos en Ja obra eserita y que aprendiamos a ejercer en las sesiones de los “viernes”, daba un contorno visible a la defensa del método llamado de “reflexidn segunda” preconizado por Gabriel Marcel. Este método consistia en un repeticion en segundo grado de experiencias vivas que la “reflexion primaria”, reputada comoreductiva y objetivante, habria obliterado y como privado de su potencia afirmativa origi- naria, Este recurso a la “reflexién segunda” me ayudé por cierto a acoger los temas marcelianos principales sin tener que renegar de las orientaciones principales de una filosoffa reflexiva, ella misma inclinada hacia lo concreto. ‘Antes de agregar a este cuadro de lineas inciertas la figura de Husserl, debo decir que es ante todo a través de Gabriel Marcel que tomé conocimiento de los temas en muchos aspectos cereanos a Karl Jaspers. Gabriel Marcel habia publicado en las Recherches philosophiques (1982- 1938) un articulo muy favorable titulado “Situacién fun- damental y situacién limite en K. Jaspers” (esas Grenzsi tuationen eran la falta, la soledad, la muerte, el fracaso) Karl Jaspers se convertirfa, algunos afos més tarde, durante mi cautiverio, en mi interlocutor silencioso. Pero vuelvo a Husserl, Fue, creo, Maxime Chastaing quien también me hizo conocer la traduccién inglesa de las Ideas de Husserl alrededor de diez aiios mas tarde. Como se sabe, la fenomenologia husserliana se hizo conocer en Francia a través del tema de la intencionali- dad. Nila exigencia de fundamento tltimo, ni la reivindi. cacién de la evidencia apodictica de la conciencia de si fueron notadas en primer lugar, sino al contrario, aquello que, en el tema de la intencionalidad, rompfa con la identificacién cartesiana entre conciencia y conciencia de si. Definida por la intencionalidad, la conciencia se reve- laba ante todo como vuelta hacia él afuera, volcada pues 19 fuera de si, mejor definida por los objetos considerados que por la conciencia de considerarlos. Ademés, el tema de la intencionalidad acogia favorablemente la multipli- cidad de las orientaciones objetivas: eran intencionales la porcepeién, la imaginacién, la voluntad, la afectividad, la aprehensién de los valores (comenzaba a conocerse a Max Scheler, cuya Etica material de los valores habia sido publicada por Niemeyer en Halle en 1927), sin olvidar la conciencia religiosa, a la cual Jean Hering, dela Facultad de Teologia Protestante de la Universidad de Estrasbur- go, habja dedicado un importante trabajo. Este conocimiento muy parcial y selectivo de Husserl en los afios de la preguerra enriquecié la nebulosa cuyos niicleos en fusion no habian cristalizado atin en polos opuestos. Entre la filosofia reflexiva francesa, la filosofia de la existencia de Gabriel Marcel y de Karl Jaspers, y la fenomenologia descriptiva de Husserl, se percibian ten- siones, es cierto, pero eran producidas por las sanas condiciones de una actividad filos6fica militante. Militante: este adjetivo, que agrego ahora, me da la oportunidad de decir algunas palabras sobrela influencia que recibide Emmanuel Mounier y de la revista Esprit en los afios de la preguerra. El primer numero de la revista, publicado en octubre de 1932, blandia una orgullosa divisa: “Rehacer el Renacimiento”. En 1936 apareceria Révolution personaliste et communitaire. Las orientacio- nes filoséficas y cristianas de Mounier me eran familia res. La nocién de persona, cara a Mounier, encontraba una articulacién filoséfica, slo que més técnica, si puede decirse, en los pensadores evocados més arriba. La con- juncién entre persona y comunidad representaba por el contrario una avanzada inédita, respecto de la suerte de reserva alentada por los fildsofos de métier. Ademas, gra- cias a Mounier, aprend{ a articular las convieciones espiri- tualescon las tomas de posicién politicas que hasta entonces se habian yuxtapuesto a mis estudios universitarios y a mi compromiso con los movimientos juveniles protestantes. 20 Permitaseme aqui volver atrés: el descubrimiento precoz —hacia los once o doce afios~ de la injusticia del Tratado de Versalles habia invertido brutalmente el sentido de la muerte de mi padre en el fronte en 1915; privado de la aureola reparadora de la guerra justa y de la victoria sin macula, esa muerte revelaba ser una muerte para nada. Al pacifismo surgido de estas cavila- ciones se agregé muy pronto un vivo sentimiento de injusticia social para el cual encontraba aliento y justifi- cacién en mi cducacién protestante, Me acuerdo especial- mente de mi indignacién cuando me enteré dela ejecucién en Estados Unidos de Sacco y Vanzetti, que las informa- ciones de las que dependia hacfan aparecer como anar- quistas falsamente acusados e injustamente condenados, Me parece que mi conciencia politica nacié ese dia, La campana del Frente Popular en 1936 constituiria la primera prueba de esa conciencia politica, y también su primera leccién de historia aplicada. Debo decir al respecto que la influencia de Mounier fue entonces eclip- sada —hasta la guerra—por la de André PI . La concep- cién de compromiso formulada por Mounier permitfa por cierto una articulacién flexible, sin separacién ni confu- sién, entre, digamos, el pensamiento y la accién. Pero la forma politica que André Philip daba al compromiso me parecia mas franca y neta. A esto se agregaba el hecho de que André Philip conjugaba, de manera inusual en la izquierda francesa, una argumentacién teolégica fuerte- mente marcada por Karl Barth y la competencia de un buen economista de conviccién socialista. El verano de 1935 marca una fecha importante en mi historia personal y familiar. E] éxito en la agregation de filosofia habia puesto fin a mis estudios universitarios (en esa época, no se preparaba el doctorado en la universidad, al menos en calidad de alumno), Ademés, pocos dias después de esa feliz conclusién de mi escolaridad, me habia casado con una amiga de la infancia que compartia mis compromisos. Inauguraba as{ simultaneamente mi 21 vida de familia y mi vida profesional. No olvido sin embargo que varios duolos -la muerte de mis abuelos, que me habjan criado y, mas cruel atin, la de mi hermana Alice, abatida por la tuberculosis le habfan puesto de antemano la marca del memento mori al éxito social y a la felicidad familiar, Llegaron nifios a nuestro hogar, mientras ensefiaba filosofia, hasta la declaracién de la guerra, en los liceos de Colmar y de Lorient (ya habia ensefiado en el liceo de Saint-Brieuc al tiempo que conti- nuaba con mis estudios de maitrise en la Universidad de Rennes, en 1933 y 1934), Durante los cuatro afios que precedicron a la guerra aprendi el aleman, continué con la lectura de Husserl y emprendi la de Sein und Zeit (jla obra magna de Heidegger seguiria sin traduccién al francés durante varias décadas!). La guerra me sorprendié al final de un hermoso verano pasado con mi mujer en la Universidad de Munich, en un curso de perfeccionamiento de lengua alemana. Fui, suce- sivamente, civil movilizado, luego combatiente en dispo- nibilidad, finalmente combatiente vencido y oficial prisio- nero. El cautiverio pasado en diferentes campos de Pomera- nia fue la ocasi6n de una experiencia humana extraordi- naria: vida cotidiana interminablemente compartida con miles de hombres, cultura de amistades intensas, ritmo regular de una ensefianza improvisada, lectura sin tra- bas de los libros disponibles en el campo, Comparti as{con Mikel Dufrenne la lectura de la obra publicada de Karl Jaspers, principalmente de los tres tomos de su Filosofia (1932). Le debo a Karl Jaspers haber puesto mi admira- cin por el pensamiento alemén al abrigo de las desmen- tidas del entorno y del “terror de la Historia”. Debo confesar que ignoramos los horrores de los campos de concentraci6n hasta nuestra liberacion, que tuvo lugar en la primavera de 1945 en las puertas del campo de Bergen Belsen, E] estudio meticuloso de la obra de Karl Jaspers culminaria, de regreso del cautiverio, en el libro escrito en comiin y publicado bajo nuestros dos nombres con el titulo de Karl Jaspers y la filosofia de la existencia (1947). Agregaria poco después, para ponerme en regla con los tributos a los que volveré mds adelante, una obra de filosofia comparada en la que establecia un paralelo entre Karl Jaspers y Gabriel Marcel: Gabriel Marcel y Karl Jaspers. Filosofia del misterio y filosofia de la paradoja (1948), Pero Karl Jaspers no fue el tinico en ocupar mi retiro forzado de cinco afios; retomé con gran cuidado la lectura de Heidegger sin que ésta lograra atenuar, al menos en esa época, el ascendiente que Karl Jaspers gjerefa en nosotros, Esto ya no ocurrira en los afios cincuenta, para mi pesar de hoy. Luego comencé la tra- duccién de Ideen I de Husserl. Finalmente, esbocé a través de mis cursos y mis notas la Filosofia de la voluntad, de la que hablaré mas adelante. Esos afios de cautiverio fueron, pues, muy fructiferos tanto desde el punto de vista humano como intelectual. A mi regreso, en la primavera de 1945, encontré con alegria a mi mujer y mis tres hijos, y nos instalamos por tres aflos en Chambon-sur-Lignon, ese pueblo cevenol cuya poblacién entera -mayoritariamente protestante— habia emprendido, siguiendo a sus pastores de ins cidn cudquera, actividades clandestinas de asilo y protec- cidn de judios perseguidos tanto por la policia francesa como por la Gestapo. Asf pues, enseiié filosofia en el Cole- gio Cevenol que habia alojado a tantos nifios judios y que estaba muy marcado por los ideales internacionalistas y pacifistas de sus fundadores. Se encontré entonces reavi- vado por largo tiempo mi viejo debate interior sobre “el hombre no violento y su presencia en la historia” (para anticipar el titulo de un articulo publicado en 1949) ~debate cuyo origen se remontaba a los descubri- mientos que habia hecho de nifio acerca de las injusticias ymentiras dela Primera Guerra Mundial. Mi ensefianza en el Colegio Cevenol se extendié entre 1945 y 1948, en el marco estricto de un tiempo compartido con las preciosas 23 horas que dedicaba al CNRS para la preparacién de mis tesis. En efecto, en esa época, los candidatos al doctorado debfan someter al jurado dos obras distintas. La segunda, descendiente de la antigua tesis que atin se escribifa en latin a comienzos de siglo, debia servir a un propésito mas limitado, mas informativo, mas técnico. La traduccién comenzada en cautiverio de las Ideen I de Husserl cum- pli ese cometido. Adjunté a la traduccién propiamente dicha un comentario habitual y una introduccién sustan- cial en la que intenté disociar lo que me impresionaba como el nucleo descriptivo de la fenomenologia de la interpretacién idealista en la que ese nuicleo se encontra- ba envuelto. Esto me llevé a discernir, en la opaca expo- sicién dada por Husserl dela famosa reduccién fenomeno- l6gica, la concurrencia entre dos maneras de enfocar la fenomenalidad de! fenémeno; segun la primera, ratifica- da por Max Scheler, Ingarden y otros fenomenslogos dela época de las Investigaciones logicas, la reduccién hacia surgir ante la conciencia el aparecer en tanto tal de cualquier fenémeno; segin la segunda, adoptada por Husserl mismo y alentada por Eugen Fink, la reduccién hacfa posible la produccién casi fichteana de la fenomeno- logia por la conciencia pura, la cual se erigia en fuente de surgimiento més originaria que toda exterioridad recibi- da, Tratando con cuidado los derechos de la interpreta- cién “realista”, pensaba preservar las posibilidades de reconciliacién entre una fenomenologia neutra respecto de la eleccidn entro realismo e idealismo, y la tendencia existencial de la filosofia marceliana y jaspersiana. Enel prefacio descubri que, a pedido de Emile Brehier, Mer- leau-Ponty habia encabezado su Fenomenologia de la percepeién con una resistencia de la misma naturaleza a la interpretacién ortodoxa de la reduccién fenomenolégica. El filésofo, a quion yo admiraba, llegaba a decir que,siempre necesaria, la reduccién estaba condenada a uo culminar nunea y tal vez. a ni siquiera a comenzar verdaderamente, Habja elegido como tema de la “gran tesis” la relacién entre lo voluntario y lo involuntario, Esta eleccién satis- facta varias exigencias. Ante todo, permitfa ampliar a la esfera afectiva y volitiva el andlisis eidético de las oper: ciones de la conciencia, limitado de hecho en Husserl ala pereepcién y, més generalmente, a los actos “representa- tivos”. Al tiempo que prolongaba amplidndolo el andlisis eidético segtin Husserl, ambicionaba, no sin ingenuidad, dar una contraparte, en el orden préctico, a la Fenome- nologia de percepcién de Merleau-Ponty. Este gran libro habia sido el descubrimiento decisivo de los afios de posguerra; por contraste, El Ser y la nada de Sartre sélo suscité en mf una admiracién lejana, pero ninguna con- viecién: acaso un discipulo de Gabriel Marcel podia asignarle la dimensién deser ala cosa inertey no reservar sino la nada al sujeto vibrante de afirmaciones en todos los érdenes? En cuanto a Merleau-Ponty, en esa época me parecfa que sdlo habia evado a su término de perfeceién la descripcién de los actos representativos (mas tarde, percibi mejor el horizonte total de la Fenomenologia de la percepcién, que no era sino la preocupacién del ser-en-el- mundo heideggeriano), Debo confesar, en este sentido, que este amplio aleance sélo fue reconocido cuando, para- déjicamente, el autor lo encontré demasiado exiguo y como demasiado dependiente de la primaeia idealista de la conciencia; pero comienzo aqui otra historia, la de la escritura de Lo visible y lo invisible, escritura que es casi la de otro Merleau-Ponty. Fue asi como, en una perspectiva atin husserliana, intenté un andlisis inten- cional del proyecto (con su correlato “objetivo”, elpragma, la cosa a hacer por mi), del motivo (como razén de hacer), de la mocidn voluntaria ritmada por la alternancia entre el impulso vivo de la emocién y la posicién tranquila del habito, y finalmente del consentimiento a loinvoluntario “absoluto” bajo cuya bandera yo ubicaba el cardcter, esa figura estable y absolutamente no elegida de lo existente, la vida, ese regalo no concertado del nacimiento, el incons- ciente, esa zona prohibida para siempre, no convertible en conciencia actual. 7 Una segunda. consideracién. vinculaba mi investiga- cén a la obra de Gabriel Marcel y al campo dea filosofia oxistencial, Bajo el titulo de Lo Voluntario y lo involun- tario, los andlisis eidéticos, ricos en finas distinciones, se encontraban dinamizados por la dialéctica totalizadora de la actividad y de la pasividad, a lo que correspondia una ética implicita e inexplorada en esa época, marcada por la dialéctica del dominio y del consentimiento. Si a Husserl le debia la metodologia designada por el término de anélisis eidético, a Gabriel Marcel le debia la proble- mitica de un sujeto a la vez encarnado y capaz. de poner a distancia gus deseos y sus poderes, en suma, de un sujeto dueio de si mismo y servidor de esa necesidad figurada por el eardcter, el inconsciente y la vida. Las implicaciones ontoldgicas de esta dialéctica del actuar y del padecer sélo se me hicieron evidentes al releer mi tesis con motivo de una conferencia en la Sociedad Francesa de Filosofia: “La unidad de lo voluntarioy de lo involuntario como idea-limite” (1951). Me parecia que la fenomenolo- gia de lo voluntario y de lo involuntario ofrecia una snediacion original entre las posiciones bien conocidas del Gualismo y del monismo. Encontraba asf la famosa for- mula de Maine de Biran: homo simplex in vitalitate, duplex in humenitate; un poco més tarde, escribiendo BL Hombre falible, me arriesgaria a hablar, en un lenguaje tomado de Pascal, de una ontologia de la desproporeisn. La expresién no figura en Lo voluntario y lo involuntario, aunque expresa correctamente la tonalidad mayor de la suerte de antropologia filosdfica a la que pertenecia el arbitraje propuesto entre monismo y dualismo. < ‘De este proyecto de antrapologia filosdfica es necesario decir algunas palabras. Merece vincularse con una terce- ra consideracién, distinta de las dos precedentes y de mas vasto aleance que ellas. {Por qué, en efecto, extender el andlisis eidético husserliano a Ja esfera dela voluntad y 26 de la afectividad, y por qué darle un giro dialéctico ala relacién entre actuar y padecer, sino se han anticipado los contornos de una verdadera Filosofia de la voluntad, de la cual Lo voluntario y lo involuntario sélo co el primer aspecto? En el prefacio de la obra, imprudente- mente designado como tomo primero de esa filosofia, me explayaba a propésito de las articulaciones mayores dela obra prometida, A pesar de la mencionada extensién dela zona de aplicacion del método eidético, ésta parecta dejar fuera de su competencia el régimen conereto, histérico o, como yo decia entonces, empirico de la voluntad. Me parecia que el caso paradigmatico de este régimen empi- ico era Ja mala voluntad, En efecto, nada en los andlisis del proyecto, de la motivacién, de la mocién voluntaria, y sobre todo de 1o involuntario absoluto, permitia distin- guir entre un régimen de inocencia y un régimen de malignidad, tanto de lo voluntario come de lo involunta- rio. A este respecto, lo eidético y la dialéctica revelaban ser neutras y en este sentido abstractas; por contraste, la mala voluntad podia ser llamada empiriea, en la medida en que su régimen comandaba el de las pasiones, que yo distinguia de las instancias neutras del deseo y de la emocidn. Las pasiones, segin mi anticipaci6n, implica- ban un régimen de cautiverio del deseo investido en un objeto total comoel Tener, el Poder, el Valer, parare‘omar la grilla kantiana de las pasiones. La segunda pevtida proyectada de la filosofia de la voluntad comportaria, pues, una meditacion sobre el régimen de la mala volun- tad y una impirica de las pasiones. En cuanto ala tereera parie, trataria la relacién de querer humano con la ‘Trascendencia -término evidentemente jaspersiano que designaba ptdicamente al dios de los fildsofos. Al igual que la segunda parte se investiria de una pottica de las experiencias de creacion y de recreacién que apuntan a una segunda inocencia. No podria decir hoy hasta qué punto esiaba fascinado, en los aios cincuenta, por la trilogia —Filosofia— de Jaspers y, més precisamente por el Ultimo capitulo del tomo III dedicado a las “cifras” de la ‘Traseendencia: gel “desciframiento” de estas cifras no constituia acaso el modelo perfecto de una filosofia de la trascendencia que fuera al mismo tiempo una poética? Como dije, esta programacién de la obra de una vida por un fildsofo debutante era muy imprudente. Hoy la deploro. Pues qué he realizado de este bello proyecto? La simbélica del mal (1960) no realiza sino parcialmente el proyecto de la segunda parte, en la medida en que perma- nece en el umbral de una empiria de las pasiones; en cuanto a la poética de la Trascendencia, jamds la he escrito, si se espera que, bajo ese titulo, haya una filosofia dela religin, a falta de una filosofia teolgica; mi preocu- pacién, jamés atenuada, de no mezelar los géneros me acereé’ mds bien a la concepeién de una filosofia sin aboluto, que defendia mi lamentado amigo Pierre Théve- naz,! quien la consideraba la expresién tipica de una filosofia protestante. Es, pues, en mis ejercicios de exége- sis biblicas donde hay que buscar una reflexién sobre ¢! estatuto de un sujeto convocado y llamado al despoja- miento de si. No diré sin embargo que nada se realiz6 de lo que entonces lamaba pottiea, La simbdlica del mal, La metéfora viva, Tiempo y narracién, apelan en muchos aspectos a una poética, menos en el sentido de una meditacién sobre la creacién originaria que en el de una investigacién de las modalidades multiples de lo que Mamé mas tarde una creacién regulada, y que ilustran no s6lo los grandes mitos sobre el origen del mal, sino las metéforas posticas y las intrigas narrativas; en este sentido, In idea de creacién regulada proviene de una antropologia filoséfica cuya relacién con la fe biblica y la teologia permanece en suspenso, Ademas, élas dltimas palabras de Lo voluntarioy lo involuntario no eran acaso: “querer no es crear”? Y estas palabras {no eran premoni- + Pierro Thévensz,L’Homme et sa raison (I Raison et conscience de soi; 11, Raison et histoire), Neuchatel, La Baconniére, 1954. Véaso mi ensayo “Un fildsofo protestante: Pierre Thévenuz”, en Lecturas IIT. 28 torias del abandono ulterior del gran proyecto, en la medida en que ponfala creacién en el sentido biblico fuera del campo de la filosofia? La conclusién de mis dos tesis en la primavera de 1948 anuneié nuestra partida de Chambon-sur-Lignon. Alli habfa trabajado mucho, a pesar de la modestia de los medios de investigaci6n; hab(amos compartidola existen- cia simple de una comunidad fraternal. El nacimiento de un cuarto hijo habia puesto el sello de la vida en una posguerra que vacilaba atin en el umbral de la guerra fria; no podfamos prever que, menos de cuarenta afios mas tarde, ese ramo de paz se convertiria en palma mortuoria, En el otofio de 1948 fui nombrado en la Universidad de Estrasburgo en una maitrise de conferencia especializar da en historia de la filosofia. La ensefianza siguié siendo mi punto de anclaje durante los casi diez afios estrasbur- gueses (1948-1957), que tengo por los més felices de mi vida universitaria. Me impuse la regla de leer cada afto a un autor filoséfico, de manera tan exhaustiva como fuera posible, Mi bagaje en materia de filosofia griega, moderna y contemporénea, data de ese periodo. Durante ese tiem- po nuestro hogar recibié un quinto y tltimo hijo. Se formaron y reafirmaron amistades nuevas alrededor de Roger Mehl, Pierre Burgelin, Georges Duveau, Marcel David, entre otros. Durante ese perfodo fue elaborada la continuacién de mi Filosofia de la voluntad, que se limit6 a los dos voli- menes de Finitud y culpabilidad, publicados en 1960, poco después de mi nombramiento en la catedra de filosofia general en la Sorbona en 1957. El conjunto representaba la realizacién parcial de la segunda parte del programa anunciado diez afios antes. La ambicién de la obra doble era franquear el corte instaurado por Lo voluntario y la involuntario entre el andlisis eidético y la descripcién de esa figura “histérica” ejemplar que consti- tuye la mala voluntad. Ese salto implicaba decisiones de dos 6rdenes distintos. La primera concernia a la ontologia implicita en la Aialéctica de lo voluntario y de lo involuntario. Ella es el desafio del primer volumen de Finitud y culpabilidad, que titulé BI Hombre falible. Se trataba ante todo de demostrar que el mal no era una de las situaciones-Himite implicadas por la finitud de un ser condenado ala dialéc~ tea del actuar y del padecer, sino una estructura contin- gente, ‘historiea’, en el sentido de lo que habia lamadoen ini primer trabajo loinvoluntario “absoluto” yrespecto de todes los dems rasgos de finitud. En este sentido, la constitucion de una voluntad finita s6lo daba cuenta dela fragilidad humana, es decir, en el sentido del mal ya presente, un simple principio de falibilidad. La fenome- hologia de lo voluntario y de lo involuntario nome parecia susceptible de dar cuenta sino de la debilidad de un ser expuesto al mal y susceptible de actuar mal, pero no ¢fectivamente malo. Tendiendo asf una linea entre fini- tud y culpabilidad, iba hasta el extremo de la decision tomada en el prefacio del tomo I de Filosofia de la voluntad, la de poner entre paréntesis el estatuto “histé- vyeo” de la mala voluntad, Pero para ix hasta el fin de esta Uecisién metodoldgica, habia que elaborar la ontologia de la voluntad finita, implicita en la dialéctica del actuar y el padecer. A esta ontologia le di cl nombre muy pasealia- no de ontologia de la desproporcién. La fragilidad del hombre, su vulnerabilidad al mal moral, no pod gino una desproporcién constitutiva entre un polo de infinitud y'un polo de finitud. En mi opinién, cl rasgo més original de esta meditacién no es tanto esta idea de desproporcidn, sino el cardcter de fragilidad asignado @ {Jas mediaciones intercaladas entre los polos opuestos. Es evidente que el origen de esta idea debe buscarse en Kant, a quien dedicaba entonces numerosos cursos de maitrise ¥ deagrégation. Fueas{ como intenté ajustar mi ontologia Hela desproporeién con el descubrimiento genial de Kant, aque ubica la imaginacién trascendental en el eruce de la Jeceptividad propia dela sensibilidad y de la espontanei- 30 dad caracteristica del entendimiento. Adopté este ritmo ternario muy libremente, extendiéndolo primero del pla- no teérico al plano practico, luego al plane del sentimien- to; el acento estaba puesto principalmente en la fragili- dad del término medio, tratado de esta manera como lugar emblematico de la falibilidad humana. Distingui asi tres zonas de fragilidad: la dela imaginacién, interea- lada entre la perspectiva finita de la percepcién y del aleance infinito del verbo; la del respeto, mediador préc- tico entre Ja finitud del cardcter y la infinitud de la felicidad; finalmente, la del sentimiento, compartido en- tre la intimidad del ser afectadohic et nunc y la amplitud del ser abierto a la totalidad de las cosas, las ideas y los hombres. i ‘Nunea retomé, al menos bajo esta forma, el tema de la desproporcién y de la falibilidad. El sentido de la fragili- dad de las cosas humanas vuelve sin embargo con fre- cuencia, en particular en mis contribuciones a la filosofia politica, en vinculacién con una meditacién sobre los origenes del mal politico. La verdadera recuperacién del tena del hombre falible deberfa buscarse mas bien en el Ultimo capitulo de $f mismo como otro, donde las tres modalidades de alteridad —la del cuerpo, la del otro, la de a conciencia moral— ocupan un lugar comparable al asignado entonees a las figuras de la falibilidad. ‘Tal era, pues, la primera decisién que tomar —decision ontolégica, como dije-, si queria, si no franquear, al ‘menos detectar el abismo que separa el anélisis fenome- nolégico de la voluntad neutra en cuanto al mal y el dela voluntad hist6ricamente mala. La falibilidad 5e habia deslizado, de alguna manera, entre los dos términos de la finitud y de la culpabilidad, de modo que la primera se inclinara hacia la segunda, sin que por ello estuviera abolida la contingencia del “salto” en el mal. La segunda decisién era de orden metodologico y afectaba el estatuto epistemolégico de la meditacién dedi- cada a la mala voluntad. isid tenia en germen lo que Bsta segunda decision con\ mer lamaria mas tarde el injarto de 1a ormeneatin cals : Glogia. Para acceder a lo con 2 eruaed noble que jntroducir en el oe ae jesvi men a re ituras. Esta opaci( maginario por las grandes cultur d 4 Susmaging concerinon prmeipiounicamentea18@5P5 rt oda la vida niencia dela malavolunted, sinoa vidaintencional ja sospechado desde mi introduccion del sujeto. Lo habia sospec! in 2 351 é taba inconclusa, como Jas Ideen de Busser: (no es usa, como Ben i Trascendencia }g0, habia dicho Sartre en La r TE ere joridad de la intencionalidad ad extra re | ie open intra? El anélisis del néema (lo percibida, 2 deseado, etc.) no era mas accesible que el de 4 H ae tGonabiy, desear, etc)? Perola mala eonciencia perro fe ‘fico, en el sentido de que el dis : un problema especifico, er a aldisiml, is 2 scfan agregarse ja resistencia a la confesién, parect regat ane i vnciencia. Parecia que es franspareneia general de la conciencia sta fenci va recibia una recompe! oefuee de la conciencia reflexiva reci pens i oct da en todas las grandes fn la funeiGn prospectiva ejerci sls gran aaje simbélico de los relatos m culturas por el lenguaje sim! os relatos miticos a flexién directa sobre, cultures Pas pobre parece la reflexién directa sobro, 2 16 As ricas en history confesion de la mala intencion, ms _historas i son las grandes culturas qu sobre el origen del mal son ura quem “ia occidental, por no habla construido la conciencia occidental, ae as a extremo-orientales (que 10 explot culturas orientales y extremo- orient ea forman parte de mi mer con el pretexto de que no ae ae 6 oble cultura biblica_y fmita). Bajo la presion de mi a bila i 5 2 rar a la filosoia za, me sent{ presionado a incorpo! 8 aricga, me rgida de Descartes y de Kant y transmitida 32 por Lachelier, Lagneau y Nabert, la interpretacién de los simbolos de la deshonra, del pecado y la culpa, donde veia Japrimera capa de expresiones indirectas dela conciencia del mal; sobre este primer piso simbélico, dispuse la tipologia de los grandes mitos de la caida transmitidos por la doble cultura cuyos limites acabo de recordar: mitos cosmolégico, 6rfico, tragico, adamico. De La simbélica del mal, transformada en el segundo volumen de Finitud y culpabilidad, data mi primera definicién dela hermenéu- tica: estaba entonces expresamente concebida como un desciframiento de los simbolos, entendidos como expre- siones dedoble sentido: el sentido literal, usual, corriente, que guia cl develamiento del segundo sentido, al que efectivamente apunta el simbolo a través del primero. Formulé asi, al término de La simbdlica del mal, el adagio tantas veces repetido: el simbolo da que pensar. Esta concepcién del simbolo como expresién de doble sentido debfa mucho a la fenomenologia de la religién, a la que Mircea Eliade le habfa dado un brillo singular en su Historia comparada de las religiones (mejor traducido en inglés bajo el tituloPatterns in Comparative Religion). De Eliade yo no tomé la distincién entre lo sagrado y lo profano, sino la concepeién del simbolo como estructura fundamental del lenguaje religioso. Con esta idea recons- truf el plan de los mitos, con su textura narrativa, sobre el de los simbolos primarios generalmente poco conocidos enraz6n dela fuerte pregnancia de los relatos miticos. Sin embargo, le encontré una razén de ger a la forma narra- tiva, asi injertada en la forma simbdlica, en la medida en que me parecia apropiada para la afirmacién dela contin- gencia del mal. Si éste no tiene su raz6n en la finitud, entonces se produce y surge, a la manera de un aconteci. miento que se narra. Pude asi proponer una interpreta- cién del relato biblico, impropiamente llamado relato de la caida, como relato de sabiduria, que viste con un relato de los origenes el impensable pasaje de la bondad original del ser creado a la maldad ccurrida y adquirida del 33 ee hombre de la historia, El mito seria asf una manera de vetender en la sucesion la paradoja de la sobreimpresién Seip historico en lo originario, Més allé de la problema tex regional de la entrada del mal en el mundo, Ta tee lied del mal cucstionaba el estatuto general de 1a comprensiOn de si, Aceptando la mediaci6n de los simbo- Tos 9 de los mitos, 1a comprension de si incorporaba @ la reflexién una franja de historia de la cultura. Tuego de La simbdlica del mal se abre para mt un periode de polémicas exteriores y de guerra intestinas Gue me atrevi a declarar cerradas con el cambio de los paradigmas filoséficos franceses a fines de los anos seten- par ome lo explico en el prefacio de los Ensayas de her- xe utiea [1 - Del texto Ta accién (1986), ese periodo esta mmareado por la critica proveniente de lugares diferentes y dirigida no sélo contra cl existencialismo y las filosofias eva existencia, sino en general contra todas las {iloso- og del sujeto, Por una parte, los discipulos franceses de Heidegger, poniendo fin al contrasentido de la lectura mas 0 menos: exislencialista de Sein und Zeit de los ahos Tineuenta, desplazaba el centro de gravedad de la ob hneideggertana hacia el lado de los eseritos posteriores ala famosa Kehre (jgiro?). Un modelo de pensamiento poet jante, del que serfa cxpulsado todo residuo de posicior egocéntrica, se oponia violentamente al “humanismo” pretendido de las filosofias reflexivas, fenomendlogicns ° Premenéuticas. Por su parte, la prestigiosa obra de Clau- tet evl- Strauss, perteneciente al circulo de los especial tas, aleanzaba al piblico general con Tristes tropicos (3955), Bl pensamiento salvaje (1962) Mitolégicas T-Lo crude» 1o cocido (1964). Estas obras daban erédito a la flea de una organizacin sistematica de los conjuntos ie vticos, ¥ mas gencralmente de las estructuras Linguistic tas y sociales, que seria indiferente 2 la biisqueda de * cdo de un sujeto de angustia; en una polémica cordial, llegué a designar este pensamiento como trascendenta, lismo sin sujeto, Por otra parte, una critica literariade un 34 nuevo tipo apelaba a los logros de la lingitistica estructu- ral, salida del Curso de linguistica general de Ferdinand de Saussure; la distincién entre lengua y habla proporeio- naba el modelo para las tentativas de todo tipo que apuntaban a desunir la organizacién sistematica de los conjuntos verbales considerados y las inteneiones subj tivas asignadas al sujeto hablante, Finalmente, también el marxismo, tan activamente presente en la intelligent- sia francesa d¢ losatios sesenta y setenta, tomaba un giro de caracteristieas estructurales con Louis Althusser, tan preocupado por disociar ¢l micleo cientifieo de la obra de Marx de todo humanismo te6rico o préetico. El psicoand- lisig no permanccié al margen del movimiento: los semi- narios de Lacan revelaban, ademas de a un excelente clinieo, a un pensador original que creia dar una leetura mis nuténtica de Freud; se le habia hecho justicia a la estructura de lenguaje del inconsciente a expensas de las explicaciones hiologizantes y“econdmicas”, familiares en la ortodoxia freudiana, principalmente americana; nue- 1s ojes conceptuales fueron asignados alacura psicoana- lita, y expresiones emblemsticas como Ie, castracién simbolica, la distineién entre lo imaginario y lo simbdlico eran lanzadas a la discusién piblica Todos estos movimientos del pensansiento, todas estas obras, todas estas influencias conjugaban sus efectos, a pesar de sus orientaciones disimiles, en lo que se ha Hamado giobalmente estructuralismo, como antes se ha- bia ubicado bajo el epiteto existencialismo 0 humanismo a Sartre y Merleau-Ponty, Gabriel Marcel y Emmanuel Mounier. La linea general que adopté, frente a este movimiento complejo en sus motivaciones pero muy soli- Gario en su aleance polémico, puede ser earacterizada por os dos rasgos siguientes. Por una parte, siempre tuve gran cuidado de disociar el estructuralismo, en tanto modelo universal de explicaci6n, de los andlisis estructu- rales legitimos y fructiferos apropiados a un campo de experiencia bien delimitado, Por otra parte, me empené inar de mi propia concepeién del sujeto pensante, Ga 'y sintiente, todo loque podria hacer imposible 8 incorporacion a la operacion reflexiva de una fase de anélisis estructural. Na habia needs Gr pana dtica: ya en los ensayos dec serl, gag yea traduccion de las [deen T ensayos reunidos més tarde bajo el titulo En Ia escuela de 1a fenomenoloate (1986)-, tomé distancia respecto de una concioncia €° jnmediata, transparente a si, directa, y defendi] a netest dad del desvio por los signos y las obras desplegados en © ‘mundo de la cultura. La simbdlica del mal habia puesto fen préctica esta concepeién de la reflexion indlizecta jspoyando la confesin de la mala voluntad en una bateria de simbolos y de mitos descifrados en el texto pitt ea : Jas grandes culturas. Los coloquios anuales organizailos en Roma por el querido Enrico Castelli me dieron ocasién de darle un giro sistematico a esta concepcién oF Ia reflexién indirecta, como lo demuestran mis primeras jntervenciones en esos famosos coloquios:’ ‘Hermenéut io a de los simbolos y reflexin filoséfica’ (1961); Be tieay reflexién”(1962);“Simbolica y temporalidad” (1963); “Téoniea y no técnica en 1a interpretacién” (1964); “Des- mitificar Ia acusaciGn” (1965), eteétera. ‘Notese sin embargo que, en los afios sesenta, éutica permanece centrada en los simbolos, en. perme pre a ran semantica del doble sentido. Un acogimiento an io del anélisis estructural exigia un tratamiento “0 jetivo de todos los sistemas de signos, més alla de la especifici- dad de los simbolos. Debia resultar de ello ala vez Ser tedefinicion dela tarea hermenéutica y una revision m: a de mi filosofia reflexiva. oe abel sobre el psicoandlisis Dela amen res tacién. Ensayo sobre Freud (1965) donde oes a primer balance de esa revision. {Por qué el psicoanal _ a Evidentemente, es el tema de la culpa lo que me conduje primero hasta Freud, sin que haya que descuidar el 36 recuerdo de mi primer maestro de filosofia, Roland Dal- biez. A partir de la publicacion de La simbélica del mal, en 1960, emprend{ una lectura casi exhaustiva dela obra de Freud, como lo demuestran mis cursos en la Sorbona entre 1960 y 1965. Pronto descubri que era una herme- néutica opuesta ala practicada en mi simbélica del mal la que Freud habia inaugurado en La interpretaciin de los sweftos. Segui su desarrollo en las obras terminales del maestrovienés, en las que el psicoandllisis se ampliabaen una verdadera filosofia de la cultura. Por el contrario, comprendi que le interpretacién que habia practicado en La simbélica del mal habia sido espontdneamente conce- bida como una interpretacién amplificante, es decir, una interpretacién atenta al excedente de sentido incluido en el simbolo, y que la reflexién tenia como tarea liberar, al tiempo que debia enriquecerse. Designé a veces esta interpretacién con el poco afortunado término de inter: pretacién recuperadora, por referencia sin duda a la reflexidn segunda de Gabriel Marcel, comosisetratarade recobrar un sentido ya presente y s6lo disimulado. Mucho més tarde, en la época de Tiempo y narracién, vinculé a lalectura, y en general a la historia de la recepcion, este fenémeno de amplificacién con respecto al sentido que un texto parece haber tenido para su autor o su primer auditorio. Sucede que esta primera interpretacion ampli- ficante se oponia, sin decirloy sin saberlo muy bien, auna interpretacién reductiva que, en el caso de la culpa, me parecia ilustrada por el psicoandlisis freudiano. Pero a diferencia de Gabriel Marcel, que concebia la reflexién segunda como una suerte de revancha ejercida en contra de la reflexion primaria, me empeié en recono- cer la validez del psicoandlisis. Esta preocupacién explica la division de mi obra entre una “lectura de Freud” y una “interpretacion filosdfica de Freud”. La distincién entre los dos enfoques era por cierto discutible, en la medida en que subestimaba la parte de interpretacién ya presente en la simple “lectura”. Sin embargo, mi intencién era clara y, sigo ereyéndolo hoy, legitima: asignarle al discur- $o freudiano su mayor potencia argumentalva. antes de entablar con él una clara relacién critica. Asi fue como, bajo cl titulo de “Lectura de Freud”, presenté la explic: cidn freudiana como discursomixto, que mezclael lengua- je de la fuerza (pulsion, carga. condensacién, desplaza- i fonto, represién, retorno de lo reprimido, ete.) y el del sentido (pensamiento, deseo [Wunsch], inteligibilidad, Absurdo, disfraz, interpretacion [Deutung], interpola- ign, ete). ¥ yo justificaba este discurso mixto por la Gaturaleza mixta de su objeto, situado en el punto de Hexién del desco y el lenguaje. En le seccion “@nterpreta- iva’ de mi obra, confronté el discurso del psicoen dlisis ast ‘guido con el de la fenomenologia, ¥ més general- wrente, de la filosofia reflexive, y presenté Ja oposicion st Tos dos discursos como la existente entre un HAT conto regresivo, orientado hacia Jo infantil, Jo arcaico, y mrcmovimiento progresive, orientado hacia un telos de completud significante. Era la primera ver OT tomaba como guia la Fenomenologia del espiritu de Hegel donde, en efecto, el espirita procede de las posiciones de sentido mas pobres hacia las més ricas; la v erdad de cada figura mio de hacia manifiesta en la figura siguiente, Un “con- fiicto de las interpretaciones” tomaba forma bajo 1 rasgos de tna arqueologia dela conciencia opuesta a una teleologia del sentido, estando el derecho de cada una ple~ temente reconocido y respetado. Mi problema inicial de Jaculpa perdia su acuidad transformandose en uno de los jngares privilegiados del enfentamiento entre procedi- aerate arqueologico ¥ procedimiento teleolégico. Thustré ini opinion con el mito de Edipo, cuyo qoble destino sefialé: por una parte, en la tragedia de ‘Sofocles, donde el drama aon a exualidad (parricidio e incesto) se encuenta reto- shado en un drama de verdad en virtud de unaAufhebung que asimilé a la teleologia de las figuras de la Fenomeno- logia del espéritu; por otra parte, en la clinica psicoanali- tica, donde el mito se conv jerte en “complejo” ~el famoso recons 38 complejo de Edipo, experimentado en la adolescencia- y 5 ra asf llevado por la maniobra psi itica al ‘ondy areaico de la primera infancia. Tree ee bro sobre el psioanslisis fue mejor recibido en 1s paises de habla inglesa que en Francia, doi e : ancia, donde si reprtei haberme referido a Lacan, cuyos Sane 3 o habia seguido. Yo habia elegido no a ninguno de los renovador connie, AMalanis de | os del psicoandlisis, Méla Klein, Winnieott, Bio, te y trator Ja obra Seid se leas reglas que los autores filoséficos que presentaba y diseutia'en mis cursos de la Sorbona. Se insinud también aue Ja /lereotte ae tone al seiente entre Lo voluntario y lo invol z n luntario, ts minot, de Roland Dalbiez, y De la Girona. Ensayo sobre Freud era atribuible a | canlesaaa de Lacan, esto equivalics clstar to cinbole, cer ; esto equivalia a olvidar La sin sedel mal y mi enschanza enla Sorbona, donde pee concentrado, antes de freeuentar los seiinarios de Lae an, en el conflicto de Freud entre modelo « a : u ie elo econdémit y toodelo Haguistieo, El reproche mejor fundado ae lacanianos pudieron dirgirme es el deno haber compren- ido n sacan. Sea como fuere, esta é s : : , esta polémica sobre psicoanslisis hasta Ta conferencia pronunciada on Loveinala-Nueva, en el cologuio en memoria de A. De Neb La cuestién de la prueba en los escritos aliticos de Freud”, en 1982, ol volu- Bal de Freud”, en 1952, ¥ publicada en el volu- ten de homengje a De Waellens bajo el titulo Que on que Phomme? (Bruselas, 1982), por dec ity el paso por Froud fue de una importancia Seen cecdevadle ie menor concentracién respect ¢ sma de la culpa, y una mayo al si siete Saeed, le debo ala eee see ro sobre Freud el reconocimiento de restr ane 4 iento de restricciones espe- Solas aia fain lo-due llsmac e @ntiets cenlad etaciones. Me parecfa que el ? ates a que el reconocimiento del ‘ocho igual de interpretaciones rivales formaba ait fa de Ja reflexién y de la na verdadera deontologfa de Ja reflexion y ¢ SSpeculacion filosofica. Vela a Froud inseribirse om Ja tradicién féeil de identificar, 1a de. una herman tea Ta sospecha que continuaba a Feuerbach, Mars ¥ oe ccehe, Je hacian frente la filosofia reflexiva Htasteada por Jean Nabert, la fenomenologia cnriguecide Pe Me éutica literaria ilustra‘ “ jeau-Ponty, la hermenéutica brian, : 3 ya gran obra Ver’ mente renovada por Gadamer, cuy@ gF: d ees aparecida en aleman a se transformé en “ana de mis referencias privilegiadas una de vhay que enearar ahora el segundo frente de este conilicto de las interpretaciones. Evoqué anterormente | ft dor de estructuralismo, ajo el titulo globaliza trae yiasae i ingifs i > Ferdinand de Saussure. corriente lingiiistica surgida de eu iologt s d Barthes, lasemistica semiologia profesada por Roland F ' sti fea aa as, la eritica literaria ilustrada por Gérard Genette, tenfan en comtin el hecho de ajustarse Si a i ‘a s textos, con exclusi¢ o mente a las estructuras de los i 2 dele 6 su autor. Se agregaba la cienci ncién supuesta de su autor. A , eatcal Stlosmitos de Claude Lévi-Strauss, aue on nto on la publicacion de Mitoldgicas a partir de T30 ‘Ahora bien, noeraen cuanto hermenéution dela sospeche q “acbure ba la nocién de j e el estructuralismo eu stionab: on en cuanto abstraccién objetivante, por lagna a Jenguaje se encontraria reducidoal funcionarsenit satan de signos sin anclaje subjetivo. También en e8% se intenté tener en cuenta las contingencias y Teton cer la esfera de validez de todo anélisis estmetm 28 i i 3 los de la noci limites me parecian los mismos que signe ‘on tanto unidades diferenciales que operan dent Bair sistema euyas relaciones serfan todas inane fpicame 50 del sistema fonétic ‘como es tipicamente el caso del sistema zac on 2 bia dicho: en un sistema Jengua natural. Saussure lohal § cignos solo hay diferencias. Lo que me pareei, fuera de Sc Emil veni or el cor s foco es 1o que Emile Benveniste, po fa i ‘5 decir, el hecho de que reconocido perfectamente, © ; panera akdad de sentido del lenguaje no fuera el signo 40 léxico, sino la oracién, que él llamaba instancia de discur- 0. Saussure se habfa ahorrado fiicilmente la explicacién usando el titulo de habla, de ia cual sélo veia el cardcter de acontecimiento fugitivo, no la constitucién compleja. La oracién, ensefiaba Benveniste, contiene al menos el acto sintético de la predicacién. Apoyandome también en Roman Jakobson, propuse la definicion siguiente de dis- curso: alguien dice algo a alguien sobre algo segin reglas (fonéticas, léxicas, sintacticas, estilisticas). Ademas dela relacion fregeana entre sentido (decir algo) y referencia (sobre algo), la formula me parecia marcar la implicacion de un locutor (alguien) y de un interlocutor (a alguien). Se constitufa una polaridad interesante entre semantica, en el sentido de Benveniste, y semistica, en el sentido de Saussure. De esta polaridad de base vefa derivar a las demés polaridades constitutivas de un conflicto de inter- pretaciones que afectan todo el imperio de las significacio- nes. Mas netamente que entre el psicoandlisis y la feno- menologia o la filosofia reflexiva, percibia, mas allé del momento de antagonismo, el de mediacién. El pasaje por el punto de vista objetivo y sistémico de la semistica se convertia asi en una estadia obligada para una compren- sidn de si cada vez mas indirecta y cada vez més sumisa al régimen de las mediaciones largas. n balance de mis reflexiones cruzadas sobre el psi- coandlisis y el estructuralismo lingiifstico se lee en mis “Bnsayos de hermenéutica I” recopilados con el titulo El conflicto de las interpretaciones, publicado en 1969. En ellos, el tono es por cierto polémico, pero los conflictos estan tan interiorizados que puedo decir que la figura que emerge es la de un Cogito militante y herido. En la Simbologia del mal, eran esencialmente las expresiones con doble sentido —los simbolos propiamente dichos y los mitos— las que hacfan la mediacién entre si y si mismo. Desde entonces, las producciones del inconsciente, desci- fradas por el psicoandlisis, y el imperio inmenso de los signos despojados del dinamismo de su produccién, se interpusiron entre ol sujeto filoséfico euestionade 5 sujeto cotidiano cuestionado. Al mismo tiempo ave las seuGjaciones se multiplieaban y prolongaban, 1a ambicién Te totalizarias en un sistema de estilo hegeliano me parecfa cada vez mas vana y sospechosa, ‘Lo que se Fnponia no era solo el lado indirecto y modiat de la spenén, sino su lado no totalizable y finalmente frag: wee ntario. A decir verdad, este ultimo rasgo, tan fuerte mente subrayado en mis trabajos recientes, nO seimponia merge afos setenta con la misma fuerza que el Jado craflietivo de ese Cogito herido. Y sin embargo, 98 conta de un problema determinado, el dela mala volun. tad, habia tomado conciencia por primera vez de la ca ryeign general de la comprension de st. Y el pasale tanto por el estructuralismo lingtifstico como Por el psi- tanto Pte freadiano conscrvaba algo de ocasional y fragmentario. En la época a la que me teflera; Yo 5° teigindieaba empero ese lado fragmentario de mi re reniocigomo una restriecion de la comprension de sf cerasteristica do la fase posthegeliana del pensamien'o cera so dominante. Esto ocurridmas abiertamenteen 1 Gpoca de Tiempo y narracién IIT. ‘Eee desvio por los signos marcaba a su manera mM tribute al Linguistic turn que afectaba en esa época todas Tig cacuslas filoldgicas. Al respecto, me sentia en plen9 #5 Sedo con la eritica general dirigida en nombre dela souertaion lingUtstica contra las filosofias de lo inmedia- fo, invoquen éstas a Deseartes, a Hume oa Bergson. Pero ea gna al estracturalismo no invocaba menos al. Hy, Juistioturn quel estructuralismo mismo, Acabe de decir Gigunas palabras sobre mi defensa del discits® el ater tio de Benveniste, y sobre la oposicion entre seman fica y semistica que adopté a continuacién, La formula tea y Guue acabo de resumin esta oposicién —alguien dice algo a alguien sobre algo- abria en realidad tres frentes de batalla. “Adomds de la reintroduecién de un sujeto del discurso gp lashuellas de acto dela sintesisprdicativa, la nocién le discurso implicaba el reconocimiento de otro locutor. como sucede en el acto de habla, Toda la problematica de la intersubjetividad y de la comunicacién se encontraba puesta en juego porei simple fenémeno de la interlocucié incluido en la definicion de discurso. En cuanto oe distincién entre sentido y referencia, igualmente imy Tae da por la definicion de discurso, ésta abria el caninoaun cuestionamiento de uno de los axiomas fundamentales del estructuralismo, a saber, la interdiceién de recurrir a cualeuligt cocalde Orden extos HAGuteUEN Pate laleernice fica; Woda las telicides son injernine al sustana dela lengua, Permitiendo distinguir entre lo dicho y aquello a propésito de lo cual algo es dicho, la seméntica, a mi entender, abria de nuevo el discurso a algo distinto del no: el mundo. Hablar ve el USL Ear ia al ecias oon tontinrsne aprodleh ails objetivo ontolégico del discurso cuanto més pprlclempart te acordaba con lo que yo censideraba la intencionalidad diel decir, concentrada en el acto de afirmar. ‘Afirmar, insists, es ratifiear lo que es. El destino del sujeto no crd, pues el inico desafio de mi polémica con el estructuralis- mo, La dimensién intersubjetiva de la inteslocuei¢n y la ambicién referencial del lenguaje merecian la ranee avencin, El diseursoeramasbien ellugarde interseccin tres proplematitas a de a medizciGn por el imperio objetivo de los signos —a lo cual responde la toma de también le dal retprocimientade otroinrplicadoon acto de interlocuion;fnalmente, la problemen de Ta a. n con el mundo y cx ce aaa cin con ol mundo y con ol ser implicado en el objetive eines de mostrar el vinelo que une Ea metsfora viva as na I ag Ce en El conflicto de las i : 969), querria decir algunas palabra sone, poruna parte Taspubliaiones neueiee gate relacionan directamente ni con la interpretacién del conciencia de lo que se ha llamado el Cogito herido-, si 4lisis nicon el debate con el estructuralismo, y por omer tne los acontecimientos publicos en ig oe intervine y que tuvieron sobre mi vida privada un i cia no despreciable. F sf 7 aepuss de la Simbologia del mal, me interesé cada vez mas en la variedad de las expresiones del lenguaje ligioso mas alla de la cuestién particular del siml ee del mito. Yala interpretacién del mi ito de la pena G 7 se abre a la dimensién especulativa; son sin cada mis reflexiones sobre la obra de algunos grandes ted logos Bultmann (mi “prefacio” a Jésus: mythologie y démytho- logization data de 1968), Ebeling, Bonhoéffer, Moloney y mas generalmente, los problemas planteados por. le desmitologizacion, problemas ampliamente discutidos en el circulo romano de E. Castelli, me condujeron a yetomar la diversidad de formas de lenguaje stag en juego por la fe biblica y las teologias derivadas deel ne ee ‘ensayos recopilados en dos obras colectivas, una edita a por Xavier-Léon Dufour, Exégese et herméneutique, 2 stra por F. Bovon y G. Rouiller, Exegesis, Problemes de méthode et exercices de lecture (1975) dan una ae le estas incursiones en el campo del lenguaje religioso. Sia esto se agrega “La hermenéutica del testimonio’ a7 », “Manifestacién y proclamacién” (1974), ‘Hermenéutica de la idea de Revelacién’ (1977), “Nombrara Dios’ (1977), se ve salir a la luz progresivamente, a través de estos escritos dispersos, la idea de un anialisis del discurso biblico que vincula la diversidad de maneras para nom- brar a Dios con la de los “géneros” literarios puestos en juego en el canon pbiblico. Es a si como, fiela mi coe core ‘confusion, presté una atencién ininterrumpida a la inte ligencia de la fe, en una didlogo estrecho entre pee néutica filoséfica y hermenéutica biblica’ (que es, at S més, e] titulo de un ensayo de 1975 publicado en él ve en Exegesis). af : eae ou no voy a hablar de lo que pudicamente se ha llamado los ‘acontecimientos de Nanterre”? He evoc 44 do, al comienzo de este ensayo, mi felicidad como alumno de liceo y estudiante universitario, y poco después mi felicidad durante los afios de Chambon y Estrasburgo. Mis afios en la Sorbona, entre 1956 y 1967, me dieron también mucha satisfaccién: ensefiar lo que se lamaba entonces filosofia general a estudiantes de diferentes niveles ~propedéutica, licence, maitrise, agregation , doc- torado— no me desagradaba, a pesar de la dificultad creciente de mantener un frente de ensefianza y la inves- tigaci6n. Mi seminario de fenomenologia, cuya direccién compartia con Jacques Derrida hasta su partida a la Escuela Normal Superior, colm6 mis deseos; excelentes estudiantes extranjeros lo frecuentaban y contribuian a su buen funcionamiento; puse a prueba los temas de mi investigacién, lo que hizo que el titulo de ese seminario de fenomenologia se extendiera a la hermenéutica y a la filosoffa del lenguaje. Pero si la ensefianza no era una fuente de inquictud, no sucedia lo mismo con la institu- cidn universitaria, que resulté ser cada vez menos capaz de hacer frente a la explosién demografica y de crear las modalidades de ensefianza requeridas por la discordan- cia entre una ensefianza masiva y una ensefianza de calidad. Veta venir la catdstrofe: participé de manera determinante en la indagacién de la que surgié el nimero de Esprit titulado “Hacer la universidad” (mayo-junio 1964), donde publiqué el articulo homénimo. Elegi enton- ces, en 1967, abandonar la Sorbona y participar en la creacién de la nueva universidad ubicada en Nanterre, en el suburbio oeste de Paris, con la esperanza de que el tamatio de la institucién permitiera instaurar relaciones menos anénimas entre docentes y estudiantes, segtin la antigua idea de la comunidad de maestros y alumnos. Los, esfuerzos sinceros hechos en este sentido no impidieron que la revolucién estudiantil estallara precisamente en Nanterre. Larazén tal vez haya sido que esta universidad era percibida por los gruptisculos revolucionarios como el eslabén débil de la cadena institucional. Cref al principio, comolo demuestran mis articulos para el diarie Le Monde (9-12 de junio de 1968), que la universidad tents to recursos para hacer frente a este ataque. Sin baler deseado, acepté ser clegido decano de la faeultad Ce letras, ¢ intenté resolver los conflietos con las, nics armas de la discusién. Pero el ataque no se limitaba a Tos defectos de la institucién, sino que se extendla a 5t principio mismo. Fracasé en mi mision de pacificais™ Reribui mi fracaso menos a lanaturaleza detestable de os ataques dirigidos contra mi a través de mi foncion a ie qos eonflictos no resueltos en mi mismo entre mi voluntes de escuchar y mi sentido casi hegeliano de la instifucion eos aos movidos en el plano profesional tambien to fueron en el plano familiar: nuestro éltimo hijo, acosac® por el deseo de una vida comunitaria més verdadera, gomonz6 una vida errante quo tardé algunos, ans & estabilizar en la préctica de un excelente “ficio de artes ho y en pesadas cargas familiares. En cuanto @ ri renuneié a mi puesto de deeano en abril de 1970 ¥ acep's! Ia invitacion generosa de la universidad catéliea de Lov" ne cuyo departamento de filosolia no estaba atin dividide entre Leuven y Lovaina-la-Nueva. Esta ensefianza que duro tres afios académicos me proporciond una gran satisfaceidn; luego volvi a Nanterre, convertida, luego de ja division de Paris en trece universidades con plene derecho, en la U iversidad Paris Alli terminaria n carrera universitaria en 1 : caregeo después de mi regreso a Nanterre, publique Le metéfora viva (1975). Con motivo de un problema preciso de filosofia del lenguaje, cl de la metéfora, intents sore” ter a la prueba de un trabajo de cierta envergadura las coneepeiones esbozadas prineipalmente en dos ensayr de Bl conflicto de las interpretaciones: “La estructura, fa palabra, el acontecimiento” (1967) y “La cuestién de! fujeto: el desafio de la semiologia” (1967). Estas cones ciones encontraban su centrode gravedad en el ender de la innovacién semantica, en otras palabras, la pr 46 cion de un sentido nuevo mediante procedimientos lin- gitisticos. Al respecto, la innovacion sem4ntica constituia un excelente ejemplo de creacién, ciertamente, pero de creacion regulada. La metafora parecia ser una buena piedra de toque, en la medida en que la Antigiedad ya la habia registrado entre las figuras de estilo en el marco de la retérica; en efecto, Aristoteles le habia hecho honor en la Poética y en la Retérica. Ademés, la innovacién se- méantica presente en La metdfora viva certificaba un parentesco oculto con otras formas de ereacidn reguladas, también tributarias de la seméntica, tal como la produe- cién de las intrigas en el plano narrativo; este vinculo entre la metafora y la puesta en intriga se aclararia diez afios més tarde en Tiempo y narracién I (1983). El tratamiento de la metdfora entrafiaba por afiadidura dos cuestiones discutidas en el perfodo precedente; por un Jado, la implicacién del sujeto en el discurso, tal como habja aprendido a definirlo con H. Benveniste, por el otro, Ja cuestién de la referencia, también planteada por la teoria del diseurso que habia adoptado. Paracomenzar, me limitaré al caracterinnovador dela metafora en el plano del sentido, Al principio, me parecié que la explicacién de este fenémeno exigia el cambio de planode la palabra ala oracién, y por ende, dela semidtica en el sentido saussureano, a la seméntica en el sentido de E. Benveniste. Al respecto, la teorfa aristotélica, sequin la cual la metéfora consistiria en la transferencia del senti- do habitual de una palabra de una cosa a otra, privada de denominacién y prxima de la primera por su semejanza, ser{a superada a mi entender por las teorfas delos autores de lengua inglesa que habfan buscado el secreto de la creacién de sentido, no del lado de la denominacién, sino en el dela predicacién. Tratada como atribucién extrania, no pertinente, la metéfora dejaba de ser un caso de ornato retérico, 0 de curiosidad lingiifstica, para proveer la ilustracién mas brillante del poder que tiene el lenguaje para crear sentido por medio de acercamientos inéditos, gracias a los cuales surge de pronto una pertinencia eomantica de las ruinas de una pertinencia previa arra- sada por su inconsistencia seméntica y légica. En real Gad, no solamente la palabra revelaba ser superada por la oracién en tanto unidad primera de sentido; la oracién jmisma era superada por el texto. A decir verdad, la articulacién palabra /oracién /texto, que tendria luego un papel decisivo en mis escritos, no surgia claramente del plan seguido on La metdfora viva, en la medida en que el ‘Srden adoptado estaba regido por el estado dela discusion sobre el estatuto de la retérica; ademas, la distincién entre el nivel del poema en tanto texto y el enunciado metaforico en tanto oracién me parecia bastante perti- nente para imponer la triple articulacién evocada més arriba. Al respecto, el andlisis del relato me darfa la oportunidad de un reconocimiento pleno de las exigencias de un andlisis propiamente textual. Siel nivel dela oracién parecia dotado de una pertinen- cia suficiente para dar cuenta del efecto de sentido meta- férico, también era apropiado para tratar la segunda gran cuestién puesta en juego por mi andlisis de la metafora, a saber, él aleance referencial de los enunciados metafé ricos. Me referf antes a la vehemencia con la que defendi una concepcién del lenguaje que le hiciera justicia a su objetivo extra-lingiistieo. Me parecia que la metéfora constituia al respecto una suerte de caso limite. La distincidn entre sentido y referencia era valida en el caso de los enunciados metaforicos? {Podia decirse que la tnetdfora descubre aspectos, dimensiones del mundo real que el discurso directo dejaria disimulados? En el estudio VII de La metéfora viva, titulado “Metafora y referen- cia”, me aventuraba ahablar de “verdad metaférica” pare teferirme a Ja potencia heuristica de la metéfora, que comperé, siguiendo a Max Black y Mary Hesse, con la de Jos modelos en el plano epistemoldgico. Expliqué la opera- Gén veritativa de la metéfora de la siguiente manera: asi como el sentido metaférico resulta de la emergencia de 48 una nueva pertinencia seméntica de las ruinas de la pertinencia seméntica literal, la referencia metaférica procederia del derrumbe de la referencia literal. A fin de marcar el alcance ontolégico de esta tesis, propuse hacer corresponder al “ver-como” del enunciado metaférico un “ser-como” de orden extra-lingiiistico, revelado por el Ienguaje poético. Esta dofensa de la dimensién del ser-como detectado por el lenguaje postico me parecia justificada de multiples maneras. Ante todo, me parecfa que hacia justicia a la comprensién que todo espiritu no prevenido tiene del lenguaje poético, en tanto revelador de valores de reali- dad inaccesibles para el lenguaje ordinario, directo y literal; la poesia, pensaba, hace ver lo que la prosa no detecta; en este sentido, la analogia no es séloun rasgo del lenguaje considerado en sus estructuras internas, sino un rasgodela relacién del lenguaje con el mundo. Me pareefa ademés que la teoria delareferencia metaforica era capaz de refrescar mi antiguo problema del simbolo, cuya fun- ciGn de deteceién respecto de la experiencia profunda habia admitido sin discusion; la metafora aparecta enton- ces como la osamenta seméntica del simbolo (of: Elensayo de 1966 publicado en El conflicto de las interpretaciones: “El problema del doble sentido como problema hermenéu- ticoy como problema semédntico”). Finalmente, 1a defensa del Ser-como, en tanto correlato del ver-como, mareaba, a mi entender, precisamente a titulo de caso limite, el golpe infligidoa la tesis estructuralista por exeelencia, seguin la cual el lenguaje carecerfa de afuera, admitiendo solamen- te las relaciones inmanentes, Yo pensaba, por el contra- rio, que el lenguaje més liberado de las restrieciones prosaicas, el més inclinado por tanto a celebrarse a sf mismo en sus libertades poéticas, es el mas disponible para intentar decir el secreto de las cosas. El lenguaje poético, al igual que la teoria de los modelos, contribuye a la “redescripcion” de lo real. te No reniego hoy de esta tesis, que considero por cierto aventurada, pero por una razén distinta de la que puede Gurair, ya sea de una posicién linglifstica de tipo estruc- taralisia, hostil por principio a todo recurso a un factor Gxtralingliistico en el tratamiento del Tenguaje, ya sea de fina posieién epistemologica de tipo fregeano, segtin 1a weal solo el sentido literal de un enunciado seria suscep- ia un referente extralinguistico. “Apoyandome en el andlisis de lo que Tlamé més tarde rieuracion, diré que faltaba un eslabén intermedio tnire la referencia, en tanto objetivo perteneciente al Chuneiado metaforico, y por ende, aun al lenguaje, y el cor-como detectado por este dltimo. Este eslabén inter- snediario es el acto de lectura. Ante todo, es el lector en tanto interlocutor del acto de lenguaje del poema quien se \ahere a. Un enunciado, considerado en sf mismo, no vefere sino en la medida en que alguien se refiere a. ‘Ahora bien, cl acto del poeta es abolido en el poema proferido, Il tnico acto pertinente os el del lestor quien, Erefierta manera, hace la metéfora captando Ja nueva pertinencia eomantiea y su no pertinencia respecto del vedo Iiteral. ‘También a través del lector un ser-como Seedito hace frente al ver-como suscitado por elenunciado metaférico, Lo finalmente redescripto, no es cualquier meal, sino aquel que pertenece al mundo del lector. La te- wie realista” de La metdfora viva me parece mas facil de ie fender con las correcciones que acabo de citar: el mun- Ge del lector es el que ofrece cl sitio ontoldgico de la operaciones de sentidoy dereferencia que una concepeién, puramente inmanentista del lenguaje preferiria ignorar. Los aiioe que separan La meidfora vive de Tiempo y narracion 1 (1988) estuvieron marcados por una explora- thon que estalld en varias direceiones, cuyos resultados fntentarfa reunir en Si mismo como otro (1987). Para permanocer en la inea de a ilosofia del lenguaje, levaba eyrimer plano la nocién de texto, en tantogran unidad del aRourso. Por cierto, el mito ya era un texto con respecto i simbolo. El poema también era un texto con respecto a la metéfora. El relato sera, algunos afios més tarde, el texto por excelencia, Pero no disponfa de un instramento de anélisis espeeffico del texto en tanto tal. La primera tentativa en este sentido seremonta a 1970, con el ensayo publicado en homenaje a H.G. Gadamer bajo el titulo {Qué es un texto? Explicar y comprender”. Con el texto, aparecen reglas de composicidn transfrastica, que no se reducen a la operacidn predicativa, caracteristica de la instancia de discurso segiin E. Benveniste: la puesta en iniriga sera el ejemplo privilegiado de estas reglas de composicién. Ademas, el texto revelaba ser el nivel apro- piado donde se juega la dialéctica entre explicar y com- prender, como ya lo indieaba el titulo del ensayo de 1970, Esta dialéctica ocuparia, en mis trabajos ulteriores, un lugar comparable al que habia tenido, en plano de la simple instancia de discurso, la dialéctica entre semidtica yseméntica, La nueva dialéctica afrontaba dos operacio- nes que Dilthey habia opuesto fuertemente a comienzos de siglo. El tratamiento de esta situacién conflictiva entrafiaha una revisién de mi concepcién anterior de la hermentutica, que hasta ese momento habia sido solida- ria de la nocidn de simbolo, entendida como expresién de doble sentido, y habia encontrado su estilo conllictivo en la competencia entre interpretacién reductiva e interpre- iacién amplificante, La dialéctica entre explicar y com- prender, desplegada en el nivel del texto en tanto unidad mayor que la oracién, se convertia en la gran cuestion de la interpretacién, y constitufa entonces el tema y el desafio principal de la hermenéutica. Puede discutirse la cuestion de saber si se trataba de un nueyo conflicto de interpretaciones o de la continua- cién del mismo conflicto en el nivel superior derealizacion del discurso constituido por el texto. Hoy me parece que el cambio verdadero esta en otra parte. Mientras el antagonismo anterior a menudo quedaba sin resolucién, el tratamiento del conflicto entre explicar y comprender estaba deliberadamente orientado hacia la investigacién de una modalidad totalizadora a la cual estaria especifi- camente reservado el término de interpretacién. Lo que yo rechazaba era la presentacién en términos de alterna- tiva del par explicar-comprender. En la época de Dilthey (al menos del Dilthey de “El origen de la hermenéutica” [1900], anterior por ende a su confrontacién con Husserl), atin resultaba posible considerar que Ja explicacién era earacteristica de las ciencias naturales, que la causalidad era ol modo privilegiado de la explicacién, y que la comprensién era caracteristica dela ciencias del espiritu. En este sistema antagonista, la comprensién se distin- guia de la explicacin por tres criterios: a la observacion de los hechos en las ciencias de la naturaleza lecorrespon- dia del lado de las ciencias del espiritu la apropiacion de signos exteriores, expresivos de una vida psfquica inte- rior. Ala actitud objetiva, no comprometida, le correspon- dia la transferencia por intropatia a una vida ajena. Finalmente, ala inspeceién analitica de cadenas causales se oponia la aprehension dela cohesion de encadenamien- tos significativos. Un dualismo ontoldgico que oponia espirituy naturaleza duplicaba asi cl dualismo epistemo- l6gico de la comprensidn y de la explicacién. En este quema dicotémico, la interpretacién no podia aparecer sino como una subdivision de la comprensién, vinculada con el fenomeno de la escritura, y més generalmente con elde la inscripeién, sin que sean alterados en profundidad los eriterios distintivos de la comprensién. ‘Mi posicién en este debate se inspiraba en la observa- cion de que las ciencias del texto imponen una fase explicativa en el corazén mismo de la comprensién; Ja explicacién no se reducia, por otra parte, ala presenta- cidn de la causalidad de Hume, sino que comportaba una diversidad de formas, entre ellas, la explicacion genética, la explicacién por cl material subyacente, la explicacién estructural, la explicacién por convergencia éptima. En- contraba en un nuevo nivel el rol mediador ya reconocido ala semictica en el tratamiento semédntico del discurso simple. Lo nuevo era la consideracién de las reglas de composicién propias del texto; en otras palabras, la textu- ra misma de los textos autorizaba e incluso imponfa este desvio por procedimientos pertenecientes al andilisis ob- jetivo y a la explicacién, en uno u otro sentido de la palabra. Ademas, la fjacién porla escritura, por agregar- se ala textura dela obra, les aseguraba a los procedimicn- tos objetivantes el apoyo de mareas externas, el misino que Platén ya habia deplorado en el famoso pasaje del Fedro. En resumen, ya no me parecia posible, en laera de la semiética textual, considerar que l enfoque objetivo era une transferencia abusiva de los procedimientos de las ciencias naturales en el eampo del espiritu. La textua- lizacién, ampliamente coextensiva al fondmeno de la escritura, pedia una relacién dialéctica entre cl momento de la explicacién y el de la comprensiGn. Fue asf como egué a proponer la formula: “Explicar para comprender mejor’, formula que, de algin modo, se convirtié en la divisa de la hermenéutiea, tal como yo la coneebia y 1a practicaba, Al respecto, la semistica textual de AJ. Grei- mas ilustraba de maravillas, en mi opinién, este enfoque objetivante, analitico, explieativo del texto, sein una concepcion no causal sino estructural de la explicacidn. Esa fue la semiética que prefer en mis intentos por integrar explicacién y comprensién alo que llamaba con gusto el arco hermenéutico de la interpretacién. Dicho esto, una tercera temética debe tomarse en cuenta: la del resurgimiento de mi interés primero por la fenomenologia de lo voluntario y de lo involuntario. Se trata de mis intentos por hacer del campo préctico, y en general de la accién humana, el lugar privilegiado de la dialéctica entre explicar y comprender. A partir de 1971, dictaba en Lovaina un curso titulado “Semantica de la accion”, cuya elaboracién es contemporanea del ensayo antes evocado: “{Qué es un texto...?” A mi regreso a Nanterre, en el otofio de 1973, dediqué ala exploracidn de este campo varios seminarios, que culminaron en la acién preparada bajola direccién de D. Tiffeneau y cote eis on 1977 por el CNRS con el titulo: La semi Na de la accidn. Asi, la acoién ¥ no solamente el este eacrito- se transformé en el problema principal de Ya dialéetiea explicar-comprender. Fl acercamiento entre textoy acciOn bajola égida dela misma dialGetica se oper en ua ensayo publicado en la Revue philosophique de Louvain, el mismo afio queLa seméntica dela accién, con el titulo “Explicar y comprender. Sobre algunas cones ‘notables entre la teoria del texto, la teorfa dela accién » Bajo la égida de la misma das tres problematicas: la nes y la teorfa de la historia ialéctica se encontraban reuni t ic i aa texto, que procedta por extensign de a soles sante. Jor por el lenguaje; a dela accién, € ante los oheae Tayaruasle dela historia, que estaba seueanes desarrollos més amplios en el marco de yee ee relato. La aceién ocupaba la posicién media entre el ter ora ; . a ae explicar este interés creciente por. la teoria ae aceién, que encontraria adn una continuaciOn apropiada en la teoria del relato, en la medida en que éste es, oo ‘Aristételes, una mimesis de la accién? Lo cries ret ee ‘pectivamente de la siguiente manera: ante to oppaeds verse en este interés el resurgimiento hajo otro nombre de tan problema quefuemi primer campo deinvestigaci6n, 8 yoluntad, con la importante diferencia, sin emt ee a que la voluntad se define primero por suintencién—'o ave ites llamaba yo el proyecto y Ta accion por su realize: cién, es decir, por su insercién en el curso delas ee y a qnanifestacién publica. A esto se agrega le eu sa rencia: la voluntad puede ser solitaria (de hecho, ¢f problema del antagonismo con otras voluntad no ae pn absoluto considerado en Lo voluntario y lo involunt ia rio), no la aceién, que implica interaccién e insereiGn en jnstituciones y relaciones de cooperacién o de compe 21 cia. En este sentido, accién dice més que volunta an ‘Otra explicacién: mi ensefianza en universidades Canada, Iuego de los Estados Unidos (daba un curso regular de varias semanas por aio académico en la Universidad de Chicago desde 1970), me habia puesto en contacto con la filosoffa analitica, considerada como rival ineondicional de la fenomenologia y de la hermenéutica. Lejos de tratarla como enemiga, encontré en ella el complemento de una semantica légica como apoyo de la seméntica lingiiistica de la que era tributaria mi concep- cién del discurso. Principalmente en la filosofia del len- guaje ordinario encontré las bases mas confiables. En particular, la distineién entre pragmatica y semantica abria el camino al anélisis fecundo, inaugurado por Aus- tin y seguido por Searle, de los actos de habla, que podia ficilmente hacer corresponder a mi visién sobre el acto de enunciaeién y el compromiso del cnunciador, donde se jugaba el destino del sujeto hablante, Ahora bien, sucedia que, en el vasto campo de la semantica y dela pragmatica logica de lengua inglesa, un drea del discurso habia adquirido su autonomia, a saber, precisamente la seman- tica y la pragmatica de las oraciones sobre la accion. Comeneé a integrar algunos de estos andilisis de la teoria de la accién, en el sentido anglosajén del término, a mi hermenéutica del actuar humano, en el curso de Lovaina de 1971, antes de llevar a término la exploracién de la innovacion seméntica en La metdfora viva. La explora- cién de los recursos de la filosofia analitica para una teoria de la accidn humana, y cl esfuerzo emprendido en los afios setenta para integrar a la comprensién de si, a titulo de mediacién obligada, la semantica y la pragmati- ca del diseurso de la accién, sélo encontraron una conelu- én provisional quince afios més tarde, en los capitulos dedicados al sujeto actuante en Si mismo como otro. En- tre tanto, los estudios sobre el relato y la funcion narra- tiva facilitaron la integracién de la filosofia analitica dela accion a la hermenéutica, gracias a la definicién de Aristoteles de intriga como mimesis de la accién. Vol- veremos a este punto en un instante. Diré ademas que la primacfa acordada al eoncepto de accién encontraba una justificacién suplementaria en un apego cada vez més categorico por la filosofia moral y politica. A decir verdad, la atencion prestada al problema jnoral, del que nunca separé el problema politico, es Conterpordinea de la eleccién de la problemética de la Soluntad y su desarrollo en una meditacién sobre el origen de la mala voluntad. La cuestién del “Estado yla Viclencia” se planted desde 1957; la revolucién de Bude pest suscita el mismo afio el articulo sobre la “paradoja politica” que determinaria la continuacién de mis incur Pones en el campo de la filosodia politica. No es una casualidad que mi estudio sobre el Hssai sur le mal, de Sean Nabert haya aparecido casi al mismo tiempo, asf ‘Samo mi presentacion de la filosofia politica de Bric Weil, Ge la que no querria separar la del ensayo de Max Weber sobre “La voeacién del hombre politico” (1959). Es cierto {que este grupo de estudios es todavia contemporanco de To que podria llamarse mi primera hermenéatica, la de “el simbolo da que pensar”, y tienen por tanto el apoyo explicito de una meditacidn sobre el actuar humano. Us Gna de las razones que explican que, en los afios sesenta ; setenta, mis intervenciones en el plano de la filosofia jnoral y politica sean episédicas. Ni siquiera los acontecl- mientos de 1968 suscitaron reflexiones puntuales, ya sea sobre la universidad, sobre la libertad, sobre la violencia, © sobre la ideologia; no es sino después del curso en Towaina sobre la seméntica de la accién (1972) cuando el ‘andlisis del problema moral esta francamente relaciona- do con una consideracin del campo prdctico en toda su extension. Por primera vez aparece en 1974, en una conferencia pronunciada en Lovaina, el tema del “Lugar de la nocién de ley en ética”; en él se afirma que la obligacién moral es de un orden menos fundamental que el deseo personal de realizacién; la interpelacién por oto también esta fuertemente afirmada, sin el aparato de angumentacién que seré el de la “pequefia ética” de Si 56 mismo como otro. Al respecto, el artfeulo escrito para la Encyclopaedia Universalis! tenderé el puente entre este primer esbozo y los capitulos mejor articulados del libro de 1990. A estos primeros enfoques aproximaré mi inten- to de ordenar las modalidades de los niveles de realiza- cién de ‘la razén préctica”, propuesto en 1979 en el coloquio de Ottawa sobre la Racionalidad hoy. Pero también en este caso, el pasaje por el discurso narrativo eso que hizo posible una jerarquizacién mejor dominada entre la capa del discurso de la accion, en su doble version analitica y hermenéutica, ya capa dela teoria moral, con sus tres miembros, teleolégico, deontolégico y prudencial. [Asi se disefiaba una ontologfa del actuar humano, subya- cente a estos diversos niveles, que permitia hablar del ser amano como ser actuante y, como agregaria més tarde, sufriente. : Quisiera ahora compensar la impresi6n de dispersién que el lector puede experimentar al término de este sobrevuelo delos ensayos exploratorios que precedieron a Tiempo y narracién mediante una puesta a punto de las relaciones, desde entonces estabilizadas, que establect en esa época entre la herencia de la fenomenologia husser- liana y lade la hermenéutica post-heideggeriana, ilustra- da por H.G. Gadamer en Wrarheit und Methode. Como lo expreso en el ensayo publicado por E.W. Orth en Phacno- menologische Forschungen en 1974, “Fenomenologia y hermenéutica” (que anticipa un trabajo publicado en Philosophy in France Today [1983] con el titulo “De la interpretacién”), me esforzaba por dar igual peso a las dos tesis siguientes: por una parte, lo que la hermenéutca ha arrasado, no es la fenomenologia, sino la interpretacion idealista que Husserl da de ella en Ideen I y en las Meditaciones cartesianas; por otra parte, subsiste entre la fenomenologia y la hermenéutica una afinidad profun- da que permite decir que la primera sigue siendo el 1 4Antes de la ley moral: Ia ética”, en Les E: Bneyclopuedia Univeratis 85.0 pula insuperable supuesto de la segunda. En su version idea- lista, la fenomenologia reivindicaba una funcién radical de findacién ultima, apoyada en una intuicién intelec- tual inmanente a la conciencia, con la condicién de una reduccién de todo contenido proveniente de la actitud natural. Almismo tiempo, esta justificacién tltima reves tia una significacién ética, en la medida en que el acto fundador de caracter teorético implica la responsabilidad riltima de si del sujeto filoséfico. ‘A primera vista, la hermenéutica post-heideggeriana parece oponerse tesis a tesis al idealismo husserliano. Al Jdeal de cientificidad entendido como justificacién wlti- ma, opone la experiencia primera de pertenencia del sujeto cognoscente, actuante y sufriente a un mundo cuya presencia experimenta primero de manera pasiva ¥ Te- Ceptiva. Ala exigencia husserliana del retorno a la intui- cion, se opone la necesidad de que toda comprension sea Snediatizada por una interpretacién que exhiba su pluri- yoridad insuperable; a esta necesidad no escapa siquiera el cogito, cuya experiencia inmanente norevelaser menos Gudosa que todas las posiciones de trascendencia someti- das a la famosa reduceién fenomenolégica; la critica de las fdeologias, de la que me hice eco en esa época, reforzaba él momento de distanciacién, que veta dialécticamente puesto al momento de pertenencia al mundo evocado hace un instante. La manera més radical por la eual la hhermenéutica cuestiona la primacfa de la subjetividad es tomando como piedra de toque la teoria del texto: en Gfecto, en lamedida en que el sentido de un texto se vuelve ‘juténomo con respecto a la intencién subjetiva de su autor, la cuestién esencial ya no es encontrar, detrés del texto, la intencién perdida, sino desplegar, de alguna qnanera ante cl texto, el “mundo” queésteabrey descubre. Ya en La metdfora viva, la puesta en suspenso de la referencia de primer grado del lenguaje ordinario se produefa gracias a una referencia de segundo grado, en la Gue el mundo se manifiesta no ya como un conjunto de objetos manipulables, sino como el horizonte de nuestra vida y de nuestro proyecto, en resumen, como nuestro ser- en-el mundo. Esta funcién de mediacién reconocida al poema se reforzaria un poco mds tarde con la ejercida por la ficeién en el orden narrativo; la doble revision, en el plano pottico y en cl plano narrativo, de la dimensién referencial del lenguaje iba a plantear cl problema her- menéutico fundamental: lo queen un texto debe interpre- tarso es una propuesta de mundo, el proyecto de un mundo que podria habitar y donde podria desplegar mis posibles mas propios. Para coronar esta relaci6n conflic- tivade la hermenéutica post-heideggeriana con el idealis- mo husserliano, llegué a la conclusion de que, a pesar de Ja tesis idealista de la responsabilidad ultima de si del sujeto meditante, la subjetividad no constituye la prime- ra categoria de una teorfa de la comprensién, que debe perderse como origen si debe encontrarse en un rol més modesto que el del origen radical. Por cierto, hace falta atin un sujeto hablante que recoja la cosa del texto, la haga suya, se la apropie, y compense el momento de distanciacion correlativo de la textualizacién de la expe- riencia. Que la apropiacién no implica el retorno subrep- ticio de la subjetividad soberana, queda verificado por la necesidad de desapropiarse de si mismo, necesidad im- puesta por la compensién de si ante el texto, Entonce como afirmé en el texto de 1975, “intercambio el yo, amo de si mismo, contra el si, discfpulo del texto”. Anticipaba asi la oposicidn entre el s ria la base de mis andlisis en Sf mismo como otro Yin embargo, estas importantes correcciones aporta- das por la hermenéutica a la fenomenologia no me impe- dian —ni me impiden en la actualidad— recurrir a una suerte de fenomenologia hermenéutica. Por una parti mas alld dela critica del idealismo husserliano, considero que la fenomenologia es el supuesto insuperable de la hhermenéutica, en la medida en que para la primera toda cuestién sobre un ser cualquiera es una cuestién sobre el sentido de ese ser. Ahora bien, la eleccién por el sentido es también el supuesto més general de toda hermenetitica; también para ella, la experiencia en su amplitud tiene una decibilidad de principio. La hermenéutica invita asi ‘a remontarse en la obra de Husserl de las Ideen y de las Meditaciones cartesianas a las Investigaciones ldgicas, es decir, a un estado de la fenomenologia dondela tesis dela intencionalidad revela una conciencia dirigida fuera de si misma, vuelta hacia el sentido, antes de ser para sfenla reflexién, Se vuelve entonces posible interpretar el dis- tanciamiento segiin la hermenéutica como una variante de la epocké seguin la fenomenologia, la cual pone el sentido a distancia de lo “vivido”, al que adherimos pura y simplemente. Si es cierto que la fenomenclogia comien- ‘za cuando, no contentos de vivir -o de revivir-, interrum- pimos el vivir para significarlo, puede sugerirse que la hhermenéutica prolonga el gesto primordial de distancia- miento en la region que le pertenece, la de las ciencias historicas y, mas generalmente, la de las ciencias del espfritu. La hermenéutica también comienza cuando, no contentos de pertenecer al mundo histérico en el modo de Ja tradicién transmitida, interrumpimos la relacién de ertenencia para significarla. 4 ar para dar cuenta de esta doble relacién entre feno- menologia y hermenéutica que hablo de injerto de la hermenéutica en 1a fenomenologia, nosin observar quese podria, en otro sentido, hablar de injerto de la fenomeno- logfa en la hermenéutica, pues, antes de Dilthey, Heideg- gery Gadamer, eincluso antes de Schleiermacher, habia existido la gran hermenéutica de los cuatro sentidos de Jas Escrituras, magistralmente reconstruidas por el pa- dre de Lubac. Las dos historias —Ia de la filosofia y la de Ja hermenéutica— estén finalmente mas imbricadas de lo que haria creer una presentacién demasiado breve. Por referencia a esta gran querella, que es también un largo camino codo a codo, he podido liberarme de mi propia concepcién inicial de la hermenéutica como inter- 60 pretacién amplificante de las expresiones simbdlicas, y formular la idea de una comprensidn de si mediatizada por los signos, los simbolos y los textos. Los simbolismos, tradicionales como los mitos, 0 privados como los suefios, olos sintomas, no despliegan sus recursos de plurivocidad sino en contextos apropiados, por ende a la escala de un texto entero, por ejemplo, un poema o, como diré més tarde, un relato. El conflicto de las interpretaciones, que enfrenta la reduccién del simbolismo a sus fuentes in- conscientes oa sus motivaciones sociales con la recupera- cién del sentido més rico, mas elevado, més espiritual, exige una escala textual para desplegarse. Pero si bien la hermenéutica no puede definirse simplemente como in- terpretacién de los simbolos, esta definicién debe conser- varse a titulo de etapa entre el reconocimiento mds general del carécter lingilistico de la experiencia, recono- cimiento comin a Hegel, Freud, Husserl, y la definicion més técnica de la hermenéutica como interpretacién textual, suscitada por la consideracién del parque forman juntas la escritura y la lectura; el devenir-texto del discurso se convierte asi en la condicion de pleno ejercicio de la triple sutileza tomada por Gadamer de los herme- neutas del Renacimiento, sutileza de comprension, de explicacién, de aplicacién. La fascinaci6n por la escritura y la textualidad, que caracteriza algunos de mis escritos de los afios setenta, revelarfa a su vez sus propios limites, sefialados por el retorno “del texto a la accién’” (titulo de la recopilacidn de mis Ensayos de hermenéutica II, 1986, los uiltimos de los cuales invaden el periodo siguiente, dominado por Tiempo y narracién). Esta insistencia en la mediacién escrituraria habrd tenido al menos el mérito de arrasar definitivamente a mis ojos el ideal cartesiano, fichteano, y, también en parte, husserliano de una tran: parencia del sujeto a s{ mismo. Al respecto, la subjetivi- dad del lector no es mas duefia del sentido del texto que ladel autor. La autonomfa seméntica del texto es igual de uno y otro lado. Comprenderse para el lector, es compren- derse ante el texto y recibir de él las condiciones de emorgencia de un si distinto del yo que suscita la lectura. Pero no podria terminar esta puesta a punto relativa ami manera de coneebir las relaciones entre fenomenolo- gia y hermenéutica a comienzos de los afos ochenta, sip Seciruna palabra del dinamismo que me arrancaria delo que he llamado una fascinacién por la eseritura y &l Sevenir-texto del discurso, y me conduciria “del texto a la cesion”, Las exigencias mismas de la textualidad me deportaron de algiin modo hacia ese fuera del texto por cxeclencia que constituye el actuar hurnano. Partiendo de Ja mediacion ejercida por los signos, simbolos y textos en el seno de la comprensién de si, considero esencial acor- derle una atencién igual a los otros dos problemas que suscita la textualidad: por una parte, se ha podido perci- bir, en filigrana dentro de la relacién entre eseritura y Ieckura, el inmenso problema de la intersubjetividad que uma filosoffa dela accién deberd clevaral planodelarazén préctica, con motivo de los fendmenos de eonilicto y cooperacién; por otra parte, cl problema de la referencia Ge los enunciados metaforicos y de su fuerza deredescrip- Gién ~a lo que se agregar pronto el poder de “refigura- cién” del mundo del lector gracias a las intrigas narrati- vas—fue la ocasién de medir lo que he dado en lamar la ‘ychemencia ontolégica” que le reconozeo al lenguaje. En efecto, no he cesado de apoyar el aniilisis semédntico de la Seforencia, en la conviceién de que el discurso nunca oxiste para su propia gloria sino que pretende, en todos sus usos, aportarle al lenguaje una experiencia, una manera de habitar y de ser-en-el-mundo, que lo precede Flepide ser dicha, Es esta convieci6n dela prelacion de un Soreedeeir respecto de nuestro decir lo que explica mi cbstinacidn por descubrir en los usos poéticos dellenguaje oy mas tarde en la narratividad~ el objetivo ontolégico subyacente a la pretensién referencial de los enunciados considerados. Ahora bien, el actuar constituye, en una filosofia cada vez més aprehendida como filosofia précti- 62 ca, el nicleo de Io que, en la ontologia heideggeriana y post-heideggeriana, fue Mamado ser-en-el mundo, 0 ae manera més sorprendenie, acto de habitar. ‘Asi pues, de dos maneras distintas, el movimiento del texto a la accién se encontraba suscitado por la teoria misma del texto: sea que la relacion intersubjetiva inhe- rente al discurso reoriente el andlisis hacia el mundo préctico del lector que el texto redescribe o refigura, sea que la relacién referencial, no menos esencial en el pleno ejercicio del discurso, nos vuelva de nuevo atentos a la primacia del ser actuante y sufriente incluido en la del ser-a-decir con respecto al decir Estos desplazamientos imbricados entre si—desplaza- miento de la hermenéutica del simbolo hacia la herme néutica del texto, pero también desplazamiento de la hermenéutica del toxto hacia la hermenéutica del actuar humano-serian consagrados por el aniilisis de la funcion narrativa en la época de Tiempo y narracién. Comparada con la produceién de articulos disperses que siguié a La meldfora viva, la redaccién de Tiempo y narracién @ comienzos de los afios ochenta, representa, antes que la de Si mismo como otro, el esfuerzo de ablecer un orden comparable al que que habia regido la redaceién del primer volumen de mi filosofia de la voluntad en 1948-1950 it Si dejo delado, en razén de su estilo mas rapido y desu escritura menos elaborada, mis recopilaciones de articu- los Historia y verdad, El conflicto de las interpretacio- nes, Del texto a la accién (Ensayos de hermenéutica ID) a Jos que no olvido agregar En la escuela de da fenomenolo- gia (donde pueden encontrarse mis articulos mas prox mos de una exégesis de la obra husserliana)- sélo el Ensayo sobre Freud de 1965 y La metéfora viva de 197 pueden ser considerados relévos entre la Filosofia de la voluntad y los trabajos més recientes, a los que me roferiré a continuacién. Por cierto, el libro sobre Freud pretendia ser mas que una simple “explicacién con” el psicoandlisis, yLa metdfora viva no se reducia al estudio de un tropo ret6rico. He mostrado més arriba la contribu- cidn de estos dos libros a una concepcién ampliada de la hermenéutica filos6fica. Ademés, el psicoandlisis por un lado, y la retérica por otro, imponian a la reflexin filoséfica la referencia a dos disciplinas constituidas fue- ra de su campo. No quiero decir que en mis ultimos trabajos la reflexién se nutra de s{ misma: no s6lo no es asi, como veremos més adelante, sino que ese narcisismo filoséfico habria sido contrario a la idea que no he dejado de defender, a saber, que la filosofia muere si se interrum- pe su didlogo milenario con las ciencias, sean las ciencias matematicas, las ciencias de la naturaleza o las cien- cias humanas. Pero la temética de mis dos tltimos libros proviene directamente de la gran tradicién del pensa- miento filoséfico, ya se trate del tiempo, en el primer caso, 0 del sf considerado bajo el angulo de la dialéctica de lo mismo y de lo otro, en el segundo. El didlogo de la filosofia con las ciencias humanas no est interrumpido, sino que cada vez es reactivado por la pregunta que la filosofia les plantea a las ciencias consideradas. Podria decirse que, con el tltimo libro, la reflexién vuelve a su sede por el mismo movimiento que primero la habia proyectado fuera de ella y luego, de algiin modo, la habia demorado, a fuerza de desvios, de bucles y de mediaciones El tiempo es el tema filoséfico que rige de un extremo alotro Tiempoy narracién, como lo subraya el orden delos términos en el titulo, Nunca hasta ese momento habia publicado nada sobre el tiempo, aunque, en el curso de varias décadas, habia dado numerosos cursos sobre el tiempo, en el marco, es cierto, dela historia dela filosofia, tanto en la Sorbona, como en Nanterre o Chicago. Por cierto, la cuestiGn de la historia es evocada desde 1949 en “Flusserl y el sentido de la historia’; la misma cuestién vuelve bajo otros aspectos: estatuto propio de la historia de la filosofia, objetividad y subjetividad en histo- ria, sentido dela historia en general, lugar dela violencia 64 y de la no violencia en la historia, sentido de la historia y la escatologia cristiana, progreso, ambigtiedad, esperan- za, ete. La primera recopilaci6n de mis articulos, Historia y verdad, lleva la marca de esta preocupaci6n insistente ‘por el “sentido de la historia”, segiin las acepciones amiiltiples de la palabra “sentido”. Pero la insistencia mas fuerte atin de la pregunta acerca del tiempo no es todavia sensible, sino de manera oblicua a través de la idea de tradicién en el marco de las entrevistas Castelli (1963) através dela idea dela palabra como acontecimiento (" estructura, la palabra, el acontecimiento”, 1967, “Aconte- cimientoy sentido”, 1971). Entréen la cuestién del tiempo a través de mi interés por el relato y por “La funcién narrativa” (un articulo con este titulo data de 1979, y mi seminario sobre la Narratividad se publica en 1980). Sélo pude escribir sobre el tiempo cuando fui capaz de pereibir uuna conexién significativa entre “la funcién narrativa” y la “experiencia humana del tiempo” (éste es el titulo de un articulo del Archivio di filosofia de 1980). Los tres volti- menes de Tiempo y narracién no hacen sino desarrollar, complejizar y finalmente corregir la idea rectora presente desde estas primeras pruebas, a saber, que el relato sdlo culmina su earrera en la experiencia del lector, cuya experiencia temporal “prefigura”. Segtin esta hipétesis, el tiempoes de al gin modo el referente del relato, en tanto que su funcién es articular el tiempo para darle la forma de una experiencia humana. Bsta entrada por el relato en la cuestidn filoséfica del tiempo suponfa cierta anterioridad de mi interés por la narratividad respecto del tratamiento tematico de la temporalidad. Las fuentes y las razones de este interés son, creo, bastante diversas y heterogéneas. He evocado més arriba mis antiguos articulos sobre la historiografia y el sentido de la historia. Ellos son, por cierto, un punto de partida importante; pero ni la estructura narrativa de Ja historia, ni, como acabo de decir, las implicaciones del conocimiento historico en una filosofia del tiempo eran tomadas en consideracién entonces. Lo que me condujo @ interesarme en el relato mismo fueron los rasgos notables del relato en tanto estructura lingiifstica distintiva. Enla querella con el estrueturalismo, me habia enfrentado con anélisis estructurales que privilegiaban el relato en tanto forma discursiva paradigmatica. Mis discusiones cada vez mas amistosas con Greimas me llevaban a confirmar lacleccién de este objeto de estudio. Otra fuente deinterés por la teorfa del relato: en ocasién de mis cursos en Chicago, descubri una epistemologia del conocimiento histérico que relacionaba la explicacisn en historia con la estructura narrativa (doy cuenta de esta epistemologia “parrativa” en la segunda parte de Tiempo y narracién D; encontraba igualmente en la filosofia de lengua inglesa una fuente decisiva de informacién sobre el funciona- miento de la “frase narrativa”, tanto en el plano de la significacién como en el de la pretension de verdad de las proposiciones narrativas. Las ensefianzas de la filosofia analitica no se limitaban al refuerzo que me proporciona- ban en el plano del andilisis formal de la narratividad; proponfan ademés una variante del andlisis formal, dife- rente de la variante caracteristica del estructuralismo francés, y esto en dos aspectos; por un lado, los autores de lengua inglesa relacionaban preferentemente la estruc- tura del relato con la del conocimiento histérico, en tanto que el cstructuralismo francés orientabe el interés de los investigadores y de los lectores hacia la critica literaria; por otro lado, por su giro seméntico, la filosofia analitic: invitaba a indagar sobre el valor de verdad de los enuncia- dos histéricos, en tanto que el estructuralismo francés, muy marcado por sus origenes saussureanos, mantenia una desconfianza sistematica respecto de toda excursion extralingtiistica, y disuadia en consecuencia de interro- garse sobre la realidad de los acontecimientos pasados: su modelo, en el plano narrativo, seguia siendo el relato de ficcion, retenido éste en la inmanencia del lenguaje; ast, Roland Barthes llegaba a interpretar el “efecto de lo real 66 como una estratagema del discurso por la cual la descrip- ciGn induefa una ilusién referencial. Por estos dos moti- vos, en mi propia versién de la narratividad, di a la filosofia analitica del relato tanto peso como a los andlisis estructurales de lengua francesa. Quisiera subrayar otra fuente de mi interés de larga data por la cuestién del relato. Se relaciona con m ineursiones intermitentes en el campo de la oxég: biblica; hacia tiempo me habian marcado los trabajos de von Rad sobre el Antiguo Testamento; como se sabe, este autor distribuia la teologia biblica entre dos grandes masas textuales: por una parte, las grandes narraciones que estructuraban las tradiciones de Israel, y por la otra, los ordculos de los grandes profetas de Israel; yo mismo me habfa ejercitado en dividir entre los grandes géneros literarios del relato, la ley, la profeefa, la sabiduria y los himnos, las maneras de “nombrar a Dios” (“Exégesis y hermenéutica”, 1971; “Hermenéutica del testimonio’, 1972; “Manifestacién y proclama”, 1974; “La filosofia de Ja especificidad del lenguaje religioso”, 1975; “Hermenéu- tica de la idea de Revelacién’, 1977; “Nombrar a Dios”, 1977) Pero si es cierto que entré por el relato en el tratamiento temiticode la temporalidad, este titimole impuso sumarca filoséfica a todas mis consideraciones sobre la narratividad. La idea misma de funcién narrativa, en tanto distinta dela de forma o estructura narrative, se orientaba ya hacia la jidea de que narrar es un acto de habla que apunta fuera de si mismo, hacia una revisién del campo préctico de su receptor. Habia que demostrar que la dimensién temporal de ese campo practico es la que estd afectada de manera privilegiada. Lo que, del lado de la experiencia temporal, podia dar algan crédito a la idea rectora de Tiempo y narracién, a saber, la existencia de una relaci6n de condicionamiento mutuo entre narratividad y temporalidad, era la conelu- sidn hacia la cual parecfan tender los estudios sobre el tiempo, los cuales, como he dicho, no han cesado de jalonar la ensefianza en mis cursos 0 seminarios. Segin esta conclusion, la nocién de tiempo era un nudo de dificultades y de aporfas aparentemente sin salida. La aporia mayor, que a mi intender eclipsaba a todas las demés, consistia en la insuperable irreductibilidad mu- tua de un enfoque fisico, cosmolégico y de un enfoque psicoldgico, fenomenolégico. Cuanto mas fuerte me pare- efa cada uno por separado, mds vanas ¢ indifinidamente condenadas al fracaso me parecian los intentos de hacer derivar el tiempo del “mundo” del tiempo del “alma”. Esta aporfa se concentré alrededor dela estructura del presen- te, que vela fracturarse entre dos modalidades: el instan- te puntual, reducido a un corte entre un antes y un después ilimitado, y el presente vivo, que contiene un pasado inmediato y un futuro inminente. Otra aporia que Ia exposicién de la experiencia puramente fenomenolégi- ca sacaba ala luz: el tiempo “vivido”, me parecia inescru- table en tanto totalidad de un tiempo tinico cuyos lapsos no serfan, segtin Ja afirmacién kantiana, mas que partes. Ni Kant ni Bergson habjan dado un sentido aceptable ala idea de intuicién aplicada al tiempo en tanto tal, sea la intuicién de una forma dela sensiblidad ola de un flujo psiquico continuo. La adherencia del tiempo me parecia invencible, No es que la temporalidad me resultara total- mente impenetrable: los anélisis que dedico a San Agus- tin, a Husserl, a Heidegger, y que retino en la primera parte de Tiempo y narracién IT, dan cuenta de la articu- lacion sui generis 0, mejor, delaimbricacién del pasado en tanto medio del recuerdo y de la historia, del futuro en tanto medio de la espera, del temor y de la esperanza, y del presente en tanto momento de la atencién y de la jniciativa. Al respecto, San Agustin es para mi cl maestro incontestable, a pesar del genio verdadero de Husserl y de Heidegger. Maestria paraddjica, en la medida en que su anilisis de la experiencia de un tiempo interno harevela- dolas aporias de éste, a saber, la imposibilidad de derivar 68 de esta experiencia intima las estructuras del tiempo cosmolégico. La experiencia temporal me parecia anali- zable hasta cierto punto: el precio a pagar en términos de aporias crecia con la penetracién de la mirada. Puede decirse que mi reflexién sobre el relato y sobre él tiempo siguieron cada una un curso distinto hasta la “invencién” del punto ejemplar de interseccién que repre- senté para mi el cruee entre el concepto de distentio animi, extraido del libro XI de las Confesiones de San Agustin, y la teoria del mythos tragico, tomada de la Poética de Aristoteles. Hablo de invencién, porque el cru- zamiento que acabamos de mencionar puede considerar- se tanto “encontrado” como “construido”. A la aporia del tiempo del alma “distendida” entre el pasado de la memo- ria, el futuro de la espera, el presente de la intuicisn, correspondia la “puesta en intriga” de las peripecias de una accién fingida. Asi pues, se proponia un modelo de articulacién entre la experiencia aporética del tiempo yla inteligibilidad narrativa, cuya exposicion se encuentraen laprimera parte deTiempoy narracién I. Enella, el acen- to estaba puesto prineipalmente en la relacién inversa entre los rasgos de concordancia y los de discordancia, pasando del plano de la experiencia del tiempo donde la discordancia prevalece sobre el objetivo intencional, al plano de la intriga tragica, donde la concordancia instau- rada por el mythos prevalece sobre la discordancia de las peripecias de la accién tragica. No disimulo el cardeter construido del modelo pro- puesto. A pesar de algunas alusiones que encuentro en el texto de San Agustin, éste jamas pens6 que el relato pudiera constituir una réplica apropiada a las dificulta- des que la experiencia temporal no deja de engendrar; para él, la euestién que requiere toda la atencién es la de la relacién entre el tiempo del alma y el eterno presente de Dios. San Agustin consideraba que las aporias que podian resolverse por prioridad, son aquellas que coneier- nen al comienzo del tiempo, que es también el de la creacién entera. En este sentido, los andlisis que el libro XI de las Confesiones dedica al tiempo no se dejan sepa- rar in violencia del contexto de los tltimos libros, intro- ducidos por une meditacién sobre el texto del Genesis. Por su parte, Aristételes no deja pensar que el tiempo pueda considerarse el referente ultimo de la puesta en orden operada por la intriga en el nivel dela accidn trégica. Si fl mythos es una mimesis, lo es de la accién sin conside- tacidn explicita del tiempo. Sin embargo, la definicin del mythos como mimesis praxeos volvia plausible el paso suplementario que consistia en extraer el componente temporal de la accién y en buscar en ella el principio configurante en el plano de Ja fiecién poética. A decir Serdad, la mayor violencia ejercida sobre la Poética de “Aristételes no consistia en esta lectura temporalizante Gel mythos tragico, sino en la redefinicién de ese mythos, hora coextensive a la totalidad del campo narrative. ‘Aristoteles no habfa desendo esto, en 1a medida en que la Tepresentacisn tragica, que permite decir que los actores “hacen” la accién, seguia siendo en él distinta de la narracion épica en la que el pocta “enuncia” Ja accion de personajes distintos de él. Aristotcles, empero, no parecia prohibir més esta lectura narrativizante que la tempora- Iizante, en la medida en que la operaci6n de composicion, que llamé “configuracién”, era, segtin ¢] mismo, comin 2 ta representacién tragica y a la narraci6n épica. A pesar dela avsenciaen la Poéticade una categoria quercuinalas dos modalidades de la mimesis de la accién, el desplaza- miento que consiste en hacer de una especie incluida, a saber, la narracién, el géncro incluyente, lejos de falsear el andlisis aristotélico del mythos, Je hacia justicia més alld de la intencién supuesta del autor de la Poética. ‘Sean como fueren las transgresiones de mi lectura paralela de las Confesiones de San Agustin y de la Poéti- ta de Aristételes, la idea propuesta a la discusién consis- tia en poner en paralelo la discordancia concordante caracteristica de la temporalidad viva segiin San Agus- 70 tin, y la concordancia discordante propia de la intriga narrativa segin Aristételes. La claboracién de estacorre- lacién principal ocupa la primera parte de Tiempo ¥ narracién. La obra presenta el resultado de los procedi- mientos previos cuya génesis expongo aqui. ‘Acabo de subrayar la suerte de “salto” que representa la correlacién principal de Tiempo y narracién I con respecte a los ensayos dispersos en todo sentido del periodo que siguié a La meléfora viva. Quisiera ahora poner el acento en la continuidad con mis trabajos ante- riores establecida por el desarrollo de la hipétesis central, Esta continuidad estaba asegurada por los dos polos de anelaje que constitu‘an los dos conceptos de “configura- cin’ y de “refiguracion” a Bajo el primer titulo ~el de “configuracién’- reencon- traba, ubicados en un sitio nuevo, algunos de los proble- mas que me habjan ocupado durante el perfodo polémico de los afios setenta. Pero los reencontraba en un clima de serenidad constractiva. Ademés, descubria problemas especificamente vinculados con la cuestiGn del tiempo. "EI primero de estos problemas era el de una composi- cid regulada a escala textual. Al respecto, Ia puesta en intriga ofrecia un ejemplo notable de innovacidn semén- tica, perfectamente comparable a la de la obra en el caso de La metéfora viva. Pude asi escribir que La metdfora viva y Tiempo y narracién constituian dos libros gemelos que operaban, uno en el mareo de una teoria de los tropos el otro en el de una teoria de los géneros literarios. Por cierto, las vias de la imaginacién creadora o, sise prefiere, de la esquematizacién, son diferentes: aqui, la produccién de una nueva pertinencia atributiva, de una atribucion impertinente; alli, la produccion de intrigas que combi- nan de manera original intenciones, causas y azares. En este sentido, Tiempo y narracién puede situarse en la linea de una filosofia de la imaginacién que parte de La simbélica del mal. Este paralelismo entre Tiempo y narracion y La metéfora viva, considerados bajo el Angulo de la innovacién semantica, se contintia en un registro complementario: en ambos casos, la hermenéutica tiene como tarea sacar a la luz un tipo de inteligibilidad solidario precisamente del trabajo de esquematizacion en el plano imaginario, y establecer su primacia respecto de las simulaciones surgidas de una légica de las transfor- maciones. Mi antiguo debate con la semistica estructural vuelve a cobrar actualidad, y reviste la forma de una confrontacién entre la racionalidad narratolégica y la inteligencia narrativa, instruida por la frecuentacién de los relatos tradicionales cuya “historia”, que se extiende desde el folklore y las epopeyas nacionales hasta la novela del siglo xx, se encuentra sometida a la prueba de las egerituras contempordneas, en posicién de ruptura res- pecto de las reglas habituales de composicién narrativa. Como en el caso de la metafora, defiendo la dependencia dela narratologia respecto de esta inteligencia narrativa, sin por ello subestimar las afinidades entre lectores solitarios y autores deliberadamente marginales; a decir verdad, estas alianzas secretas caracterizan las vanguar- dias, a las que la nocién misma de innovacién seméntica hace plena justicia Tiempo y narracién reavivaba ademés otro debate famoso: el de explicar y comprender. Esta reactualizacién no era inesperada, en la medida en que el debate, enun- ciado en sus términos mas generales, habia dado lugar a la exhibicion de “algunas conexiones notables entre la teoria del texio, la teoria de la accién y la teoria de la historia” (1977). El relato constituia al respecto una encrucijada entre las tres categorias mencionadas: es en el nivel textual donde opera la composicién narrativa; es la aceién humana lo que el relato imita; finalmente, una historia lo que el relato narra. No sorprende, pues, que haya dedicado largos desarrollos a la dialéctica expli- car-comprender, primero en la segunda parte de Tiempo y narracién I, dedicada a la historiografia, luego en ‘Tiempo y narracidn II, enteramente dedicado a la teoria literaria en el registro del relato de ficcién. Al respecto, la segunda parte de Tiempo y narracién Iy la totalidad de ‘Tiempo y narracién IT habrian podido for-mar un solo libro bajo el titulo “Configuracién narrativa”. Pero de este parentesco no habria que concluir que pretendi ubicar la historiografia del lado de la ficcidn, como algunos autores Jo han hecho. Més adelante veremos que, considerados bajo el angulo de la refiguracidn, relatos histéricos y relatos de ficcién se oponen polarmente: esta oposicién plantea a su vez el problema del entrecruzamiento entre historia y ficcién, que no corresponderfa discutir si entre el relato histérico y el de ficeién no reinara una oposicién de principio en cuanto a la pretensién de verdad. Pero me esforeé por mantener separados el mayor tiempo posible los problemas de “configuracién” de los de “refiguracién’, precisamente con el objeto de hacer aparecer el paralelis mo entre relato historico y relato ficcional, cuando uno y otro son confrontados, en el plano epistemolégico, a la dialéctica explicar-comprender. Respecto del relato histérico, puedo decir que no he cedido a la tentacién a la que han sucumbido algunos te6ricos “narrativistas” de lengua inglesa: la de conside- rar la explicacién histérica como una simple dependencia de la inteligencia narrativa, como si history fuera una especie del género story, Il caso de la explicacién histéri ca, por él contrario, me dio la ocasion de afinar la dialée- tica explicar-comprender, que ya habia tratado en forma masrudimentaria bajola apariencia dela nocién de texto, o en el mareo de la teorfa de la accién. Cuanto mas legitimo me parecia ver en la inteligencia narrativa, en tanto comprensién de intrigas, la matriz dela explicacion histérica, mas necesario me parecia tomar en cuenta los rasgos por los cuales la historia se ha liberado, gracias a un verdadero corte epistemol6gico, de la simple narrati- vidad. Los desarrollos de la historiografia francesa me ofrecieron en este sentido una base de disousién inapre- ciable Con respecto al relato de ficcidn, me esforeé por exten- der al campo de la critica literaria una sutileza epistemo- légica comparable a la que la historiografia habia sucita- do, No bastaba con adaptar al caso particular del relato ficcional la antigua discusién de las estructuras textua- les. El tiempo debia considerarse un problema distinto en Ja teorfa de la configuracién. En resumen, es en tanto orden del tiempo que la configuracién narrativa se habia sometido a la investigacién. Si sélo tuviera que citar un nombre, serfa el de Haral Weinrich, autor de Tempus. A él le debo la idea de un andlisis textual de las variaciones entre tiempos verbales a lo largo del relato. Al mismo tiempo aparecieron problemas nuevos que no podian ser aprehendidos sino bajo el Angulo del tiempo, como la relacién entre tiempo y acto de narrar (enunciacién) y tiempo de los hechos narrados (enunciado), o mas sutil- mente atin, entre tiempo de la enunciacién y tiempo del enunciador. Se proponfa asi un problema tan singular y notable como el de la “voz narrativa” ~esa voz parecida a la que, dirigiéndose al joven Agustin y tendiéndole el Libro, decfa: Toma y lee. Dirigiéndose al lector antes que éste “lea”, esa voz parece surgir de un pasado irreal que es el del acontecimiento mismo constitutive de la exhor- tacién a leer. Bajo el segundo titulo -el de “refiguracién”— encontra- ba también algunos problemas discutidos anteriormente; pero en este caso Tiempoy narracién IIT marca un avance significativo, no sdlo respecto de los andlisis anteriores, sino respecto de la hipotesis de trabajo enunciada al comienzo de Tiempo y narracion I. El antiguo problema que volvia al primer plano era el de la referencia del discurso, Habja sido uno de los problemas principales demi querella con el estructuralis- mo francés, La metdfora viva habfa constituido la ocasién para una proposicion arriesgada: la extension de la dis- tincidn entre sentido y referencia a los enunciados meta- foricos, contradiciendo la ensefianza de Frege. Habia 14 hablado asf, siguiendo a R. Jakobson, de referencia “divi- dida”, “quebrada”; las expresiones metaféricas, seguin esta hipdtesis, no se limitaban a una creacién de sentido basada en una nueva pertinencia semdntica, sino que contribufan a una redescripcién de lo real y, mas general- mente, de nuestro ser-en-el-mundo, en virtud de la co- rrespondencia entre un ver-como en el plano del lenguaje yun ser-como en el plano ontoldgico, Expresé mas arriba las reservas que suscita hoy esta sugerencia. No es que haya renunciado a la especie de vehemencia ontolégica gue, en todas circunstancias, motiva la fractura del len- guaje propenso a cerrarse sobre si mismo y a celebrar su propia gloria, Pero hoy me parece que a esta teoria de la referencia metaforica le falta la mediacién entre cl obje- tivo de verdad del enunciado metaférico y la realizacién de este objetivo fuera del texto que opera la lectura, Como ya he sefalado antes, el mundo del lector se ofrece a tal redescripeidn, que es, ante todo, una relectura del mundo y de sf mismo, Tiempo y narracién IM extrae las consecuencias de esta revisién de la nocién de referencia metaférica exten- diéndola a los enunciados narrativos. Pero las cosas se complican al punto de que ya no puede emplearse la nocién de referencia, por scr demasiado solidaria con lu l6gica extensional, ni siquiera la de redescripcién, demasiado defensora de una teoria determinada de la descripcién. Bajo la influencia de la concepcidn_post- heideggeriana de la verdad, de su critica radical a la verdad-correspondencia y de su defensa de la verdad- manifestacién, llegué a decir que los enunciados metafé- ricos y narrativos, de los que la lectura se hace cargo, apuntan a re-figurar loreal, en el doble-sentido de descu- brir dimensiones disimuladas de la experiencia humana y de transformar nuestra vision de mundo. Me encontra- ba asi muy alejado dela concepcién lineal de una referen- cia inédita espontaneamente operada por enunciados en si mismos inéditos: me pareefa que la refiguracién cons- tituia mds bien una activa reorganizacién de nuestra ser- en-el-mundo, conducida por el lector, 6] mismo invitado por el texto, segiin la frase de Proust que tanto me gusta citar, a convertirse en lector de si mismo, ‘Bstas razones que hablaban en favor del reemplazo de la idea de referencia por la de refiguracién eran atin comunes a la teoria de la metafora y del relato. Se agregaban dos conjuntos de razones propias del campo de la narratividad. Primero, el hecho de que la dimension temporal de la accién estaba sometida a refiguracién; .go cl hecho de que la refiguracién revistiera un sentido incluso opuesto, en el caso del relato histérico y enel de relato de ficcién. Ahora bien, estas dos conside- raciones conferian a la hipétesis inicial una complejidad inesperada. Ante todo, en cuanto a la temporalidad, toda la gama de aporias evocadas mas arriba pasaban al primer plano: legué asi a concebir la relacién entre la narratividad, tanto de los historiadores como de los nove- listas, como una réplica alas aporias del tiempo. Asi pues, puse frente a frente una “aporética” del tiempo y una “poética” del relato, Estaba lejos de una simple correla- cin, apenas marcada por paradojas, entre la distentio animi de San Agustin y el mythos aristotélico. Entre ambos polos, las mediaciones se habian prolongado y confundido de algin modo. En cuanto a la bifurcacién del relato en relato histérico y relato de ficcién, también la nocién de refiguracién se encontraba desdoblada: la fic- cién porque remodelaba la experiencia del lector tinica- mente por medio de su irrealidad, la historia haciéndolo gracias a una reconstruccidn del pasado sobre la base de Jas huellas dejadas por éste. Por cierto, por contraste con la ficeién, podia hablarse de la realidad del pasado; sin embargo, segtin la feliz expresién de Michel de Certeau, era la realidad de un “ausente de la historia” lo que gobernaba, a partir de su ausencia misma, las aproxima- ciones del historiador. Terminé estas reflexiones sobre la alternancia entre ficcién e historia en el asalto dado a lo real, con una sugerencia en la cual insistiria mi reflexién ulterior: lo que lamamos identidad narrativa, tanto de los individuos como de las comunidades historicas, ;noes acaso el producto inestable del entrecruzamiento entre la historia y la fiecién? Esta sugerencia constituia en reali- dad la conclusion mas sdlida de una empresa surgida de una idea simple la constitucién mutua del tiempo y del relato-, idea cuya puesta en practica y verificacién no habian cesado de ramificar. ‘Terminé de escribir Tiempo y narracién en 1984 (em- pleé casi un afio en redactar las conclusiones cuyo tono resulté mas problematico que la obra misma); en seguida busqué una continuacién, a fin de responder a la invita- cién que me hizo la Universidad de Edimburgo para dar en esa ciudad las Gifford Lectures en 1986. Se me impuso la idea de proponer un balance provisional de mis inves- tigaciones sobre la nocidn de sujeto. Desde hacia tiempo habia procesado el Cogito cartesiano y kantiano en tanto instancia fundadora de lo verdadero. Durante mis inves- tigaciones sobre el relato, esta critica, aplicada primero al sujeto meditante o trascendental, se habia ido extendien- do progresivamente, a la primacia de la primera persona gramatical y del yo psicolégico en la operacién reflexiva: gacaso el relato no era con mayor frecuencia una Er- Eredlung, un relato en él o ella, que una confesién, una meditacion en primera persona, una autobiografia? El yo proustiano, ino era acaso un él disfrazado? {Tenia enton- ces que ceder a una sospecha que habria arrastrado toda nocién de subjetividad a la desgracia del yo? Imposible, después de mis combates en favor de la posicién del enunciador en el plano del discurso, y de la del agente en el plano de la accién. Al parecer, la solucién debfa buscar- se en la prolongacion de ciertas observaciones inconelu- sas sobre una distincién posible entre el si y el yo. {No habia acaso arriesgado ya formulas del tipo: el yo egoista debe borrarse para que nazea el si, obra de la lectura? Se proponia una equivalencia fuerte entre la reflexion y el término sf, cuyas miltiples implicaciones habfa que ex- plorar. ‘Estas parecian repartirse en tres direcciones. Un pri- mer problema era lograr la integracién de diversos proce- dimientos objetivantes relativos al discurso y la accion con la operacién reflexiva; el desvio por la objetivacién garantizaba la irreductible distincién entre el yo inme- diato y el sf reflexivo. Lo que se encontraba asi integrado con el gran desvio reflexivo era toda la masa de andlisis del lenguaje y de la accién cuya primera aproximacién habia buscado en la semidtica estructural, y cuyas mues- tras notablemente elaboradas me ofrecfa la filosofia ana- litica de lengua inglesa. Asi pues, mi primer objetivo fue incorporar a una hermenéutica del sujeto hablante y actuante mis préstamos tomados de la filosofia analitic del diseurso ordinario. Por otra parte, intentaba con obstinacién arrancar a mis interlocutores analiticos la confesién de que sus investigaciones sélo aleanzaban el objetivo que ellos mismos les asignaban con la condicién de integrarlas a una hermenéutica del decir y del hacer. La segunda direccién que tomaba mi indagacion se relacionaba con la naturaleza dela identidad asignable a un sujeto de discurso y de accién. El término francés méme se prestaba a un equivoco mas facil de evitar en aleman, donde se distinguen selbig y selbst, 0 en inglés, que dispone de los términos same y self. El equivoco consistia, a mi entender, en confundir una identidad- mismidad (que basé en el latin idem) con la identidad- ipseidad (qué basé en el latin ipse). La identidad-mismi- dad.parecia convenir a los rasgos objetivos u objetivados del sujeto hablante y actuante, en tanto que la identidad- ipseidad parecia caracterizar mejor a un sujeto capaz de designarse a si mismo como autor de sus palabras y de sus actos, un sujeto no sustancial y no inmutable, pero sin embargo responsable de su decir y de su hacer. Este intento de descomposicién de la identidad encontré un apoyo no solo en las tesis sobre el lenguaje y sobre la aceién que acabo de invocar, sino también en las tesis sobre la idea de identidad narrativa elaborada al final de Tiempo y narracién. Se tendia asi un puente entre Tiem- po y narracion y las Gifford Lectures. La tercera direccién que tomaba mi indagacién se relacionaba con el componente de pasividad ode alteridad que la identidad-ipseidad asumirfa como contrapartida de la iniciativa orgullosa, que era 1a marca distintiva de un sujeto que habla, acttiay se narra. Tomandoen cuenta el padecer originario inseparable del actuar humano, me reencontraba con las lecciones de mis primeros maestros sobre las situaciones limite (Jaspers) y sobre la encarna- cién (Gabriel Marcel), as{ como con mis antiguas investi- gaciones sobre lo involuntario absoluto. Pero entonces la idea de alteridad se habfa enriquecido con sonidos armé- nicos: estaba lo otro en tanto cuerpo propio, pero también lo otro en tanta el otro —ese otro que figura como interlo- cutor en el plano del discurso y como protagonista o antagonista en el plano de la interaccién, finalmente, en tanto portador de una historia distinta de la mia en la imbricacién de los relatos de vida. No quise sin embargo limitarme aeste desdoblamiento de la nocién de otro, lo otro como mi propio cuerpo padecido, incluso sufriente, lo otro respecto de la lucha y el didlogo; hice lugar a una tereera figura de lo otro, a saber, el fuero interno, llamado también conciencia moral. En la meditaci6n sobre el fuero interno culminaba el retorno de si a si mismo, Pero el sf no volv ino al término de un vasto periplo. ¥ volvia “como otro”. ‘Asi pues, conservé como titulo del libro que procederia de las Gifford Lectures la expresién “si mismo como otro”, cuyos lincamientos encontraba en la magnifica frase con la que Bernanos termina Diario de un cura de campo’ “Odiarse es ms facil de lo que se cree. La gracia consiste en olvidarse. Pero si todo orgullo estuviera muerto en nosotros, la gracia de las gracias consistiria en amarse humildemente a si mismo, como cualquiera de los miem- bros padecientes de Jesucristo.” Las Gifford Lectures fueron pronunciadas en Edim- burgo en febrero del afio 1986. El texto original diferia en ‘varios puntos del libro cuyo titulo acabo de mencionar. ‘Las cinco primeras conferencias estaban dedicadas a las cuestiones del lenguaje, de la accién y de la identidad narrativa, segtin la triple perspectiva que acabo de expo- ner. Pero no existian atin los estudios que componfan lo que llamo la “pequeiia ética”, a cuyas circunstancias de composicién me referiré mas adelante. Segufan dos con- ferencias tituladas: “El cogito se plantea” (sexta confe- rencia) y “El cogito quebrado” (séptima conferencia). Servian de introducién critica ala ontologia problematica que se encontraba en el horizonte de mi hermenéutica del actuar-padecer, En la versién posterior, las trasladaria a un largo prefacio, con el fin de deshacerme de ellas como de un combate perimido. Pero las Gifford Lectures no terminaban alls, Para respetar la exigencia de los funda- dores de esta célebre serie, que impone a los conferencis- tas pronunciarse sobre la nocién de “teologia natural’, agreguéa las ocho conferencias filoséficas dos estudios en el estilo de mi hermenéutica biblica (el primero seré publicado con el titulo “Palabra y escritura en el discurso biblico”, y el segundo aparecié en el Bulletin de l'Institut catholique de Paris (1988) con el titulo “El sujeto convoca- do, En la escuela de los relatos de vocaci6n profética”). No he retomado estas dos conferencias en Si mismo como otro, para permanecer fiel al antiguo pacto en virtud del cual las fuentes no filosoficas de mis convicciones no se mezclarian con los argumentos de mi discurso filoséfico. Las semanas pasadas en Edimburgo y en Escocia fueron luminosas en todo sentido. Pocos dias después de nuestro regreso, y durante una visita en Praga a la universidad clandestina —jdonde el recuerdo de Jan Pa- tocka era todavia vibrantel-, se abatié el rayo queresque- raj nuestra vida entera: el suicidio de nuestro cuarto hijo. Un interminable duelo comenzaba, bajo el signo de dos afirmaciones obstinadas: no tuvo intencién de hacer- 80 nos mal, su conciencia reducida a su propia soledad se habia concentrado tanto en lo tnico por hacer que su acto merece ser honrado como un acto voluntario, sin excusa mérbida. {Cémo podria no hablar de este drama, incluso en una autobiografia intelectual? Habia anunciado al comienzo que trazaria una linea divisoria entre mi vida privada y mi vida intelectual. Me permitf evocar algunas dichas privadas que han invadido el curso de mi obra. Y ahora no puedo dejar de evocar la desdicha que ha franqueado una linea de separacién que ya sélo puedo trazar en el papel. Después de ese Viernes Santo de la vida y del pensa- miento, partimos hacia Chicago, donde se préparaba otra muerte, la de nuestro amigo Mircea Eliade, cuya obra habfa frecuentado largamente y con quien habia ensefia- do en la Divinity School de la Universidad de Chicago. Esta muerte, que dejaba detras de si una obra, volvia mas cruel aquella otra que no parecia dejar ninguna. Habia que aprender que, igualando los destinos, la muerte invitaba a trascender la aparente diferencia entre no- obra y obra. Encontré cierto auxilio en un ensayo que habia escrito el otofio precedente y cuya publicacién sobrevino poco después de la catastrofe; en ese texto titulado El mat. Un desafio a la filosofia y a la teologa (1986), intenté formu- larlas aporias suscitadas por el mal-sufrimientoy ocultas por las teodiceas; pero también esbozaba para terminar las etapasde un camino de consentimientoy de sabiduria. Me descubri de pronto como destinatario imprevisto de esta aspera meditacién. ‘Ademés de la publicacién de mi coleccién de ensayos hermenéuticos con el titulo Del texto ala accién (1986) y la de mis estudios sobre Husserl y la fenomenologia con el titulo En la eseuela de la fenomenologia (1986), me con- centré en la redaccién de Si mismo como otro. No me arrepiento de las consideraciones del prefacio sobre el destino contrastado del Cogito: sefialé asi el fin del perio- do polémico de mi hermenéutica, y dejé todo el lugar ala empresa de ordenamiento y concentracién. Pero sobre todo, con motivo de un curso dado en la Universidad “La Sapienza” de Roma, prolongué el estudio del lenguaje, de Ta accion y de la narracién, con una investigacién de los tres momentos de la ética, la moral y la sabiduria précti- ca. Parala ética, que consideromés fundamental que toda norma, propuse la definicién siguiente: deseo de vivir bien con y por los demés en instituciones justas. Esta terna vineula el sf aprehendido en su capacidad original de estima, con el préjimo, vuelto manifiesto por su aspec- to, y con el tercero, portador de derecho en él plano juridico, social y politico. La distineién entre dos tipos de tro, el tdi de las relaciones interpersonales y el cada uno de la vida en las instituciones, me parecis bastante fuerte para asegurar el pasaje de la ética a la politica y para dar un anclaje suficiente a mis ensayos anteriores 0 en curso referidos a las paradojas del poder politico y las difieulta- des de la idea de justicia. En cuanto al pasaje de la ética ala moral, con sus imperativos y sus interdicciones, me parecia exigido por la ética misma, pues el deseo de una vida buena encuentra la violencia bajo todas sus formas. ‘A la amenaza de esta tiltima replica la interdiccién: “No matarés”, “No mentirés”. Finalmente, la sabiduria préc- tica (0 el arte del juicio moral en situacién) pareefa requerida por la singularidad de los casos, por los eonfli tos entre deberes, por la complejidad de la vida en socie- dad, donde la eleccién es mas frecuente entre el gris y el gris que entre el negro yel blanco, ¥en tiltimo término, por Tas situaciones que llamé de penuria, donde la elecci6n no es entre lo bueno y 1o mala, sino entre lo malo y lo peor. La insercion en este lugar de mi “pequefa ética” tuvo por efecto una revision progresiva de toda la arquitectura del libro, Primero, el nivel narrative encontraba una justificacién suplementaria de su lugar en el edificio del libro, pues el si narrante y narrado desempefiaba el rol de cruce entre teoria de la accién y teoria moral. Luego, lo 82 ternario de la ética se dejaba proyectar a todos los niveles precedentes: en una terna del discurso que vinculaba Jocutor, interlocutor ¢ institucién lingiifstica; en una terna del actuar, que coordinaba agente, adyuvante u oponente (para reconocer de paso a mi amigo Greimas) y campo préctico; finalmente en una terna de la narracién, que subrayaba la imbricacién de la historia de unos en la historia de otros y de todas las historias en el tejido narrativo de las instituciones mismas. Finalmente, se verified otra transicién mediante el estrato ético-moral, esta vez entre la hermenéutica del si, tomada globalmen- te, y la ontologia en la cual veia arraigarse todos los andlisis precedentes, Hste tltimo capitulo, el unico que leva en su titulo la marca de la interrogacién —“{Hacia qué ontologia?”, en recuerdo tal vez de Gabriel Marcel: “Hacia qué eternidad?”-, es el que me deja hoy més perplejo. Me parece sélida la distincién, atin préxima de la epistemologia, entre la atestacién (0 creencia-convic- cidn), en tanto modo aléthico (0 veritativo) de la herme- néutica del si, y la creencia-opinién, en el sentido déxico habitual (doxa igual opinién). También me parece plausi- ble el acereamiento que hago entre el actuar, en el sentido fenomenolégico, y el acto de ser en el plano ontolégico, peronoestoy seguro de quela distincién aristotélica entre potencia y acto esté lo suficientemente abierta a las teinterpretaciones contemporsineas (sobre todo post-hei- deggerianas) para introducir a la ontologia buscada, Ademés, puede reprocharsele a esta seccidn no lograr sino una suerte de collage que yuxtapone a un Aristételes pos- heideggeriano y un Spinoza lamado presurosamente en auxilio. Sin embargo, sigo oyendo resonar en mi cabeza las palabras energeia y conalus, con sus fraternas armo- nfas... Ms sélida me parece la tercera seccién de este capitulo problematico, que le da la iiltima palabra a la dialéctica de lo mismo y de lo otro, como lo pedia el titulo del libro, La idea de una polisemia de la alteridad, articulada como ya se ha dicho entre el cuerpo propio, el 83

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