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Marcelo Cavarozzi EL CAPITALISMO POLITICO “t TARDIO Y SU CRISIS ey Sled F EN AMERICA LATINA errr tte peta tree are es e Homo Sapiens Ediciones EL CAPITALISMO POLITICO TARDIO YSU CRISIS EN AMERICA LATINA Marcelo Cavarozzi Serie Estudios Sociales Hone? Suis EDICIONES © 1996 dons Spee, Senne 6200 foro Aneto, ‘Toon Om5t= 41-2059 us et de a nee a ey 1.723 ISB 950-4961163 ag ps top Donon Dic 6 Te Ni ae INDICE, Indesit 2 lamenos po na carci el caption. Popismosy «Paris dela clase medion (Noa compara) "LDssaralsmas a reacones etre democracy apie dependent en Dependency dara on América Lain. ‘aque en Armée del Sa apaltncemo die op Mis eas wanscone sa democraca en Amit Lita ‘Lapoltinclave da go paz tinsmeiano Pig. 5 Pig. 17 Phe At Pag. 15 Pie. 99 Pig 105 Pie 129 INTRODUCCION Los capftulos de este volumen recogen un conjunto de articnlos que he ela- borado desde fines de la década del setenta hasta la actualidad en tomo aun tema- je. Las diferentes cuestiones aqui tratadas se refieren, en primer lugar, a un itine- ratio histérico; esto es, la construccidn, desarrollo y crisis de una peculiar variante de capitalismo politico tardio que se desplegé en las sociedades latinoamericanas cuya integracién plena al sistema mundial se produjo a partir del iltimo tercio del siglo XIX.' En ese sentido, les cuestiones analizadas cubren tres diferentes esta- dios que, cronolégicamente, van desde el iltimo tercio del siglo pasado hasta el presente. En esta Introduccién me refieto a esos tres estadios como los del Capita- lismo Oligérquico, de la Matriz Estado-Céntrica (en adelante la MEC), y de fa Des- estatizacis En segundo lugar, los articulos reflejan también un itinerario intelectual, que es, en particular, e! mio y, especielmente, e} de un par de generaciones de socidlogos y politélogos, que & partir de las décadas del sesenta y del setenta se centraron en la discusién de fos rasgos politicos y econémicos de los capitalismos latinoamericanos mas avanzados, especialmente de los de América del Sur? En luna extensa primera etapa, las contribuciones de esos colegas, y las mfas propias, enfatizaron los attibutos autoritarios de los sistemas politicos de esas sociedades, y postularon que esos atributos cran una consecuencia del cardcter tardio y depen diente de la modalidad de capitalismo predominant en América Latina. rios de esos cientistas sociales, y yo mismo en articulos como icos en la Argentina después de 1955» inclufdo ef conocido volumen compilado por 0” Donnell, Schmitter y Whitehead, nos dedicamos a estu- diar las transiciones del autoritarismo a la democrecia. Las transiciones constituye- ron el fenémeno politico més significativo de la década del 80, desde la retirada de los militares del gobierno en Perd, hasta el reemplazo de Pinochet por un gobierno , 17.5 entagonismo principal dentro de lus sociedades oligdrquicas se conformé come wn anta- gonismo especificamente politico que opus0, por wn lado, al Estado oligdrquico --es decir, un Estado particularista, no de todos y «la oligarquia, no definida como clase (eapitalsta 0 no) ‘en Ia produccisn, sino como una «clase politicay que coronaba un patron de dominacién, y por 1 otro, alas clases subaltemas, que estaban excluidas det Estado, incluso en los casos en que, como la clase obrera, estaban insertas en relaciénes capitalistas. Este antagonismo especificamente politico no silo tavo importancia par lo que fue, sino tambien por el hecho de ue contribuy6 2 bloquear Ia conformacién como antagonismo principal de una oposiciin so- cial entre burguesta y clase obrera, 18. A esta primera visién que desde le sociologia intents interpretar el desarrollo histérico latinoamericano siguieron las diferentes versiones de Ia teoria de la dopendencia que, en gene- ral y con Ia exeepeisn de algunos trabajos precursores como el de Cardoso y Faletto, le dieron tun énfasis exsi absoluto a fa economia prestindole escasa consideracién al problema de la ‘constitucién de un orden politico nacional 19. Gramsci apunta que .. apesar que la hegemonia es ético-politica, debe ser también econd- rica; ella debe estar necesariamente basada en Ia funcién decisiva gjercida por el grupo diti- gente en el nacleo decisivo de actividad econémicay. Quaderni del Carcere Ws p. 1591 20. A esta primers vision que desde la sociologia intent interpretar el desarrollo histérico Istinoamerieano siguieron las diferentes versiones do Ia teoria de la dependencia que, en gene ral y con la excepcién de algunos excelentes trabajos precursores conto el de Cardoso y Faletto, le dieron un énfasis casi absotuto a la economia prestindole eseasa consideracién al problema de la constitucidn de un orden polticn nacional 21. La falta de voluntariedad y libertad contractual, que fue més evidente en el caso de campe 108 y semi-campesinos, también se dio con los asalariados rurales y urbanos, que aun en los casos en fos que no fueron compelidos extraecondmicamente a vender su fuerza de tabsjo, fueron impedidos de constituirse como fuerzas sociales organizadas capaces de negociar las condiciones de contratacién con los eapitalistas, 22, La vatiedad latinoamericana de liberalismo fue muy diferente al liberalismo de los ‘como Inglatera, Francia, y Suecia~ donde, en realidad, fas restricciones al poder de los soberanos contenido ea las posieiones liberales co- respondieron @ la contencion del poder a0 de e! Estado, sino de un Estado histéricamente situado, es decir el Estado de los teratenientes feudales. Estos terratenientes, y sa Estedo, si bien se fueron vineulando crecientemente al mercado, lo hicieron dentro de una modalidad de organizasion del sistema productivo en el cual la coercién extrascondmica era componente principal, tanto para ta exaccién a la que eran somnctidas as clases subalternas como para impe- dlr que fa tiera y la fuerza de trabajo se transformasen en mercarcias. En realidad las «pasio nes» del soberano, desde el punto de vista de la naciente burguesia, no eran en parte sino la manifestacién de un modo de dominacién ajeno a la primacia del capital. (Cf. Hirschman, 1977), EI Estado latinoamericano de fines del siglo XIX fue, ea cambio, an Estado de los capitalistas agrarios y urbanos, en sociedades en las cuales persistieron formas precapitalistas 36 viejas y se erearon nuevas, subordinandolas & fa Wigica del capital 23, Estas actividades del Estado fueron tan decisivas en el proceso de formacién de la burguesia ‘que por eso se habla de laconstitucibn paralela de una economia captalstay de una donitmacién ‘burguesa. En cierto sentido la burguesia fue constituida «desde el Estado, 24, En tal sentido, la bistoria de las décadas que siguieron a la Independencia estuvo repleta de episodios en los cuales dicha garantia Sltima results insuficiente a los ojos de los gobiemas ‘europeos que trstaron de tomar Ia tarea de exigir el eumplimiento de obligaciones en sus pro- pias manos. La preacupacién de los gobierno: del sur de Américe Lutina de aparecer mancjan- do Estados estables y responsables fe muy evidente apartr de la segunda mitad del siglo XIX. 25, En estos casos, evicentemente, a unidad electoral nora el supuesto votante sino el patron © el coronel cuyo peso politico se media por ef nimero de votos de que disponia. 26, También five condicién para que los partidos oligarquicos sobrevivieran la crisis del régi- men oligarquico se transformaran en lo que en un trabajo anterior denominébamos «partidos del orden» (Cavarozzi, 1977), es decir en partidos conservadores de masas en sistemas de ‘ciudadania ampliada como los de Chile en las décadas de 1960 a 1980 y Brasil de 1940 a 1960, Los Liberales y Conservadores en Chie fueron tipicos partidos del orden, mientras que en Brasil la UDN y el PSD compartieron algunos de los atributos de ese tipo de partidos. 27. Uno de los elementos de Ia crisis de 1890 fue, precisamente, el problema de la apertura politica a sectores sociales no burgucses con la consiguiente ampliscién de la ciudadania. La ccuestin se planted auevamente en 1902 y 1906, hasta que finalmente en 1912, con la sancidn de fa ley de voto universal, obligatorio y secreto, se puso drésticamente fin al régimen de ciudadenia restringida 28. En Brasil el Partido Republicano nacional répidsmente desaparecié después de la disolu- ‘cin del Imperio y lo partidos ge organizaron estaduslmente; en la Argentina si bien persistie~ rom las orgahizaciones partidarias provinciales, funciond también una estructura de carécter fodorativo, 29, En estc sentido, Is tdcite regh brasileia de le altemancia en la presidencia de mineiros y patilistas, produjo, cn odo caso, stuaciones mas estables que la virwal crisis que se abri6 en la ‘Argentina ante cada sucesién presidencial. 30. Incluso estos dos socios mayores tuvieron pesos disimiles en la medida que Sao Paulo two tun desazrollo mas potente que Minas, y el capital paulista fue subordinando graduaimente a las ‘economias regionales. 31. En el Nordeste la transformacién de la produceién azucarera en la direceidn de ser la base {de una economia mas capitalista abort y el latfundio algodonero-pecuario se constiuy6 en el iicleo de una economia regional dependiente de Sao Paulo en la que se combinaron la produc cidn extensiva escasamente capitalizada y 1a pequefa produceién campesina de subsistencia, (Chr. CEBRAP. 1976). 32, Ena exacerbacion de ese proceso, los requerimientos de financiamiento esterno acaban por ‘consumir ado el valor de la economia agro-exportadora, con [o que negaban la propia forma de produccién; en e! ultimo andisis, el valor geaerado por ia economia agro-exportadora acab6 por destinarse sustancialmente a pagar los costos de Ia intermediacién comercial y financiera externa. (Oliveira, 1975; p. 408). 33, Fuara de la Pampa Tiimeda, bubo otras regiones en las que el proceso de desarrollo agrario se iniid a fines del siglo pasado: Cuyo (vino) y Tucumén (aziicar). Las burguesias cuyana ¥ ‘nicumana tuvieron earactersticas bastante diferentes a In pampeans y entre si. (Cf. Balin, 1977), Acé s6lo nos interesa sefialar que su peso relaivo dentro de la economia nacional fue ove significative y que ambos bienes fueron producidos para el mereado intern. 34, Flichman (Cr. 1977) ha senalado que los errendatarios familiares tavieron en la ganaderia una presencia mucho més sipnificativa de lo que habitualmente se reconoce. 35. En todos tos casos la explotacion extensiva de Is regién pampeana se caracterizd por un ‘escaso nivel de capitalizacién; la tierra constituy6, casi sin excepeiones, el grueso de la inver- sida, 36, Los conflictos rurales més bien se suscitaron entre grandes terratenientes y peguefios y ‘medianos productores fumiliares en tomo a disputas por los precios de los atrendamientos y de los bienes producidos. 37. El sentido y contenido de estos clivajes se desarrolla en un trabajo sobre la etapa de domi ‘sacién mis plenamente burguesa que es vontinuacién de este eisayo. 38. Si bien se debe tener en cuenta, como sefala Laclau, que ¢. lo largo del siglo XIX la ‘coaceién extraeconsmica constituyé 1a forma fundamental de obtener mano de obra.» hay que reparar, como agrega el mismo autor que «..dicha coaccién extraeconémica no estaban desti- pada a meximizar el excedente econémico extrafdo de una mano de obra fijada a la tierra, 0 ‘sometidaa a superexplotacién propia de un régimen de plaataciones, sino a resolver lacscasez de fuerza de trabajon. (1975; p. 35) 39. Esta oposicidn constituyé lo que Botana califieé de «insalvable contradiccién de la firmula alberdiana», 40. Este cardcter de extemalidad del Estado del capitalism oligérquico estuvo asociado al predominio de wn tipo de hegemonia diferente a Ia de 1os Estados propiamente burgueses. En tos tltimos Ia dominacién se basa en un consentimiento de las masas que parte de la crcencia de cjercitar su auto-gobierno en el Estado representativa. (Cfr. Anderson, 197), En cambio en l capitalism oligarguico las clases subalternas estén insertas en una relacin asimétrica en la ‘cual el elemento esencial es su exclusién absolute y manifiesta del control del aparato institucional del Estedo, 41, Por ende, las politicas estatales comtenzaron mostrar més abundantemente ejemplos de ‘aguellas intervenciones «limitantes» y wacondicidnantes» que O"Donnell sefala como rasgos tipicos del Estado capitaista (1977; p. 14), es decir, la imposicién de Iimites a las acciones de Jos capitalists, enel primer easo, y desarrollo de acciones para el necesario acondicionamiento «del contexto social de las cuales ios eapitalistas no se ocupan, en el segundo. A es0s tipas de intervencion habria gue agregar las acciones «sustitutivas» por las que el Estado asumié ciertas {areas a través de las cuales reempiaz6 a le gestién econémica, prodctiva y no productiva, de Jos copitalistas afin inducitlos a desarrolisr actividades que cawuralmenter no hubieran desae rrollado, 42. El debate en tomo a la defensa permanente que se desarrllé: durante los aos 20 cont ‘como defensores mis acérrimos de las medidas de defensa a los sectores més eapitalistas de a burguesia cafetalera, los fazendeiros paulistas. 43, En el caso de Minas Gerais, que en 1921 tenta casi et 30% de las plantaciones de cal ~ ‘iontras Sao Paulo tenia ef 48%-~ el sistema de parceria permitia descarger parcialmente el peso de las crisis sobre el camopesinado, que actuaba como amortiguador del efecto de las mi 'mas sobre los terratenientes. 44 Sin embargo, durante la década de 1920 las teusiones entre ambos tipos de racionalidad no ticas diferentes, es la que se deriva de las ideas del interesante articulo de Stinchcombe sobre organizaciones compleas. (Cf. 1966). 48. El caso argentino, donde la coulicién oligérquica en 1916 perdi6 el control del Poder Ejecu- Livo en las primeras elecciones presidenciales con suftagio universal y secreto, demuestra que 1a implantacién de un régimen mis democratico no fue condicién suficiente para el aumento del grado de autonom‘a del aparato estatal. 49. O’Donnell (1977; p. 2-3) propone una definicién de Estado que marca adecuadamente su ccardcter de elacidn social: «Entiendo por Estado al componente especificamente politico dela : aquélia que re- sulta de reconocer que los intentos de implantacién de formas y mecanismos reno vados de dominacién no sélo se «enfrentaron» con 1) as necesidades planteadas a partir de la redefinicién del modelo de acumulacién, 2) los limites resultantes de Jas particulares configuraciones de las estructuras de clases y 3) las capacidades «téenicas» que debian desarrollar Estados que acometian nuevas tareas «econémi- cas» y «politicasn. También existian otros «limites», por supuesto no inmodificables, pero que si imponfan fuertes condicionamientos, que resultaban, por un lado, de {08 tipos de mecanismos de representacién y legitimacién politicas que se habian ‘conformado durante la primera etapa de ISI y por ef otro, del grado de desarrollo cuantitativo y cualitativo que habia alcanzado el aparato de Estado. Es, precisa- mente, con respecto a estos «limites», sus caracteres y efectos diferenciales en cada sociedad nacional, que queremos discutir algunas ideas.? Como se sefialaba més arriba, nuestros comentarios se inspiran en la expe- riencia historica de los paises «més avanzados> de América Latina al momento de Ja primera etapa de ISL, y més particularmente en la de los cuatro «més grandes», es decir Argentina, Brasil, México y Chile. Esto significa que los regimenes de los cuales se extraen la mayor parte de las referencias son, en la Argentina el Peronista, yen menor medida los gobieros «conservadores» (1930-1955), en Chile el segut do gobierno de A. Aiessandri y los gobiemos Radicales (1932-1952), en Brasil, los que van desde la Hegada al poder de Vargas hasta su muerte (1930-1954), y en México, el del PRN-PRM-PRI desde 1a constitucién del partido «oficial», hasta Alemén (1921-1952). La comprensién de as leyes de movimiento de nuestros capitalismos, parti- cularmente en las décadas del 30 y del 40, requiere una expansién cualitativa de los ‘marcos conceptuales con los que se han tratado de analizar los roles que el Estado hha asumido y las modalidades de representacién y legitimacién politica. Es cierto que tanto los desarrollos de la teoria sobre las sociedades y estados capitalistas en general, como el reconocimiento cada vez mas fino de las implicaciones de la in- sercién dependiente de nuestras sociedades en un SCM que ha ido experimentando sucesivos y complejos procesos de transformacién, han permitido entender mas 2 adecuadamente las relaciones entre el Estado y las clases internas, por un lado, y el cardcter de nexo articulador que en muchos aspectos ha adquirido el Estado entre la sociedad nacional y el imperialismo, por el otro. Sin embargo, nuestra impresiOn es que, a esta altura, el desarrollo tedrico que permita explicaciones més afinadas exige enlazar con mayor precisién y grado de especificidad las proposiciones tes- ricas de cardcter més general y abstracto y los estudios histéricos del caso, De no avanzarse en la etaboracién de estas proposiciones de nivel intermediador, se cotre el doble riesgo de confinar los estudios histéricos a un puro descriptivismo «empi- rico», porun lado, y de confundir la actividad tedrica con la mera especulacién, por elotros La intencién de este articulo, entonces, es la de explorar algunos elementos que penmitan contribuir a elaborar algunas de esas proposiciones «intermedias», sobre la base de Ja comparacién de procesos de representacién y legitimacién poli- ticas, y de actividad estatal en los cuatro casos mencionados més arriba. Tenemos la conviccién de que el andlisis de estos cuatro casos histéricos resultaré util para explicar los limites y los condicionamientos estructurales que ejercen actualmente sobre los cursos y resultados de Ia lucha de clases en nuestros paises --y, en espe- cial, sobre aquetlos procesos que se desencadenan a través de las estructuras del Estado 0 son determinados por éstas-- ciertos haces de relaciones sociales preponderantemente desarrollados dentro del y por el Estado en la primera etapa de ISI. Més precisamente estamos pensando en: 1) las modalidades de incorporacién de ciertos sectores de las clases domi- nadas a la escena politica, no Gnicamente en lo que se refiere a las maneras como se vincularon a las clases dominantes y sus diferentes modos de representacién poli- tica, sino también reparando en qué tipo de clivajes se desarrollaron dentro de la misma burguesia y dentro, y entre, sus diferentes mecanismos de representacién (organizaciones corporativas, partidos politicos, idestogos, componentes del apa- rato de Estado) como consecuencia de contradicciones originadas en la oposicién de diversas modalidades de inserciOn de las clases dominadas en la escena polit Y 2) le aparicién de instituciones o instancias dentro del Estado asociadas al proceso de desarrollo del sector industrial y de la infraestructura vinculada a dicho sector. Estas instituciones, en algunos casos, alcanzaron una autonomfa significati- va en relacién a las clases dominantes y se independizaron en gran medida del controt de otros aparatos de Estado. Estas dos tendencias resultaron no sélo de la capacidad de estas instituciones para mediar entre los intereses corporativos de las nuevas fracciones burguesas, los de las més viejas que habian hegemonizado a la sociedad en el periodo de auge primario exportador, y los del capital imperialist, sino también de su capacidad para asumir parcialmente tareas que, en sociedades capitalistas centrales, las clases dominantes habian desarrollado més «privadamen- te».* En los ejemplos mas extremos la asuncidn de dichas tareas las llevé a desem- peflar un rol preponderante en el proceso de constitucién misma, o de transforma- ci6n, de algunos sectores de la clase burguesa. 8 2. Las crisis oligdrquicas y los interregnos gue precedieron ala desarticulacién del modelo primario-exportador La crisis de las economias primario-exportadoras de América Latina que se desencadené a partir de fines de la década del 20 sacudi6, necesariamente, el pre- dominio econémico de las burguesias agrario-financiero-comerciales (es decir, las Hamadas oligarquias) que, en asociacién con el insperialismo --aunque imbricdndose de maneras diversas con éien cada caso, habian hegemonizado la ntegracién plena de las sociedades del drea al SCM. El debilitamiento del predominio oligérquico - -y la parcial desarticulacién del modelo de acumulacién en el cual se basaba~estu- vo asociado, en general, ala paralela crisis de su hegemonia politica e ideoldgica y, en particular, a la del sistema politico oligaérquico. Pero economia y politica, como es sebido, no se relacionan mecénicamente y, en este caso, la crisis politico-ideold- sgica no fue igual a, o simple reflejo de, la crisis econémica. En otras palabras, fas logicas de desarrollo de las crisis no fueron totalmente coincidentes. Mas especificamente, los cuestionamientos a la hegemonia politica de las oligarquias, en alguna medida, fueron previos a las crisis de las respectivas economias prima- rio-exportadoras. Lo expuesto hasta aqui, sin que esto signifique poner en duda su validez, ya ha sido dicho més de una vez.’ Veamos algunos puntos que se pueden agregar. Los regimenes oligarquicos se comenzaton a desmoronar a fines de fa pri- mera década del siglo en México y Argentina, a fines de la segunda en Chile y durante 1a tercera en Brasil. EL perfodo que se extendié entre los comienzos de dichos procesos de desmoronamiento y la crisis det modelo primario-exportador fue «llenado» de maneras muy diferentes en México, Argentina y Chile. Fin Méxi- fue por las luchas del periodo 1910-1928 en el cual se podria afirmar, sin exagerar demasiado, que no hubo «politica», sino periédicas compulsas de fuerzas miltares; durante los primeros affos (de 1910 2 1915) entre las de la Revolucién y las del Ancien Regime; después de 1915, dentro del mismo campo revolucionario. En la Argentina, la UCR, y més tarde su faccién yrigoyenista, se transformé répi damente en el partido electoralmente mayoritario, al par que «ia oligarquia» répi- damente vio desvanccidas las posibilidades de constituir un partido «del orden continuador hist6rico del Partido Autonomista Nacional creado por Roca, que se adaptara exitosamente al nuevo, y més complejo, estilo de competencia poli En Chile, primeramente hubo una parcial apertura del juego de notables que habi caracterizado a la Repiblica Parlamentaria, cuando Arturo Alessandri apelé al apoyo popular en la contienda presidencial de 1920. Luego, se dio la irrupcién de las Fuerzas Armadas en la escena politica, donde su presencia result6 dominante entre 1924 y 1932; primero, y brevemente, con la hegemonia de una faccién «aristocré- tica» y enseguida al compas de los acordes, plenos de contrapuntos, de una faccién «semi-tenentistan que, con el apoyo de politicos de segunda linea, llevo a Tbaitez al poder, pero sin llegar a constituir un movimiento politica orgénico. Nos interesa remarcar dos caracteristicas estrechamente vinculadas entre si de estos interregnos. La primera es que en ninguno de Jos casos, los modos de funcionamiento politico-institucionales que respectivamente se implantaron, se estabilizaron y Hegaton a prolongarse durante la primera etapa de la ISI que se inauguré en 1930."° Bn Argentina y Chile més bien sirvieron de preludios para sus ‘opuestos: en el primer pais, la experiencia historicemente més prolongada de fun- clonamicnto del régimen politico baséndose en la préctice, més 0 menos efectiva, del suftagio libre y universales decir, la de 1912 a 1930-- precedié a una etapa, que en realidad se extiende hasta el presente, en la cual ni se consolidaron pautas de tipo no-democrético ni se estabilizaron regimenes basados en el libre suffagio. En Chile la fallida, y estrepitosamente concluida, intervencién de las Fuerzas Arma- das creé sélidos anticuerpos en contra de nuevas experiencias militares que funcio- naron por més de cuatro décadas y, de ese manera, contribuy6 para que se implan- taran de modo estable regias.de tipo democrético-parlamentario. En México, os efectos del interregno y de los conflictos que durante él se generaron y desarrolla- ron fueron todavia més profundos. No sélo se iba a agotar el patrén de funciona- miento predominante a partir de 1915 --es decir los sucesivos y paralelos enfrentamientos y compromisos entre caudillos y jefes regionales, en tanto éstos pesaban como fuerzas militares-- sino tambign se destruyeron el pasado y la posi- bilidad de un retorno «aggiomato» del mismo, y uno de los posibles futuros: aquél en el cual uno de los frentes ~no e! tinico, por supuesto-- de los enfrentamientos burgueses hubiese sido establecido en tomo a la competencia electoral entre parti- dos que aspirasen a articular modalidades diferentes de representacién de la clase dominante y sus distintas fracciones. En resumen, cosa sabida y repetida: los cuestionamientos de los regimenes sérquicos fueron previos a la crisis del 30, y uno de sus «efectos» politico- institucionales fue el acceso al poder, aun cuando a través de muy diferentes meca- nismos, de partidos 0 movimnientos, sin entrar a precisarlo més analiticamente, de «clase median. Cosa menos sabida y analizada: los regimenes, y no simplemente los partidos 0 movimientos que se instalaron en los interregnos «se quemaron», en alguna medida, como alternativas para la politica de la primera etapa de ISI, y esto iba a influir decisivamente sobre los cursos que se siguieron, en cada caso, entre 1930 y la década del 50. Lasegunda caracteristice que, en parte, fue causa més profunda deta prime- +a, €5 una que las convulsiones econémicas y politicas asociadas a la crisis del 30 tendieron a ocultar. Es cierto, a grandes rasgos, que los sacudimientos originados en la crisis del SCM contribuyeron decisivamente al resquebrajamiento de las ba- ses econdmicas del sistema oligdrquico. También es cierto que dicho resquebrajamiento tuvo repercusiones politicas ¢ ideolégicas como las sefialadas, mis arriba --crisis definitiva del sistema politico oligérquico y de la hegemonia oligdrquica. Sin embargo, y esperando que se nos disculpe este juego de palabras, en 1930 no s6lo nos enconéramos con Ia «risis del sistema oligarquico» sino tam- bién con el «sistema oligdérquico en crisisn. Mas concretamente queremos enfatizar que la crisis no vino @ conmocionar a un sistema que funcionaba «acertadamenten en todos sus niveles y que, por ende, Ia cuestién no se reduce a explicar de qué manera los atributos centrales del sistema oligérquico fueron wincapaces» de resis- 45 tirlos embates resultantes de la crisis econémica mundial adaptandose a las nuevas condiciones imperantes a partir de la década del 30." El sistema no habia logrado articular plenamente, ni siquiera en el caso de mds rotundo éxito econdmico como cl argentino, un conjunto de reglas consensualmente aceptadas dentro de la misma clase dominante que normaran establemente, por un lado, la resolucién a través de Ia politica de Ios conflictos intra-oligarquicos y, por el otro, la seleccién del perso- nal-que-ocupaba las alturas del Estado. Por cierto. que-dicha-falta-de-articulacién plena podria atribuirse a la «juventud» del sistema oligérquico; sin embargo nos parece que la relativa precariedad y endeblez de los sistemas politicos oligrquicos no era simplemente efecto de su«falta de madurez, sino resultado de algunas caracteristicas intrinsecas comunes a las estructuras sociales que se conformaron a partir del dltimo tercio del siglo XIX, cuyas consecuencias no han sido todavia exhaustivamente analizadas. El especificar lo que tenemos en mente exige que se~ falemos, de manera esquemética, algunos atributos que fueron maredndose, a par- tir de su insercién plena en el SCM, en las sociedades nacionales que estamos analizando. Cardoso y Faletto (1969) en su pionero intento comparativo puntualizaban que en los cuatro casos considerados, a pesar de las diferencias de sus respectivas estructuras productivas, las clases dominantes que se fueron conformando se en- contraban en un punto intermedio del espectto cuyos extremos son, por un lado, una burguesia nacional autéctona eje de un proceso de acummulacién auténomo, y por el otro, una burguesia compradora sin base propia de acumulacién y simple intermediaria del capital extranjero, de! tipo de las que deseriben Fanon y Poulantzas. ‘La circunstancia asociada a esta ubicacién intermedia que nos interesa demarcar es a progresiva, pero no acabada, constitucién de un espacio politico nacional carac- terizado por a) el hecho de que la presencia politica del capital extranjero no siem- pre aparecia directamente reflejada en dicho espacio, y generaimente su poder se jercia através de la mediacién de actores nacionales; b) la existencia de una «agenda de cuestiones nacionales» que variaron en cada caso pero uno de cuyos items fue, ‘en todos los casos, Ja construceién de un aparato estatal capacitado para actuar en todo el ambito geogréfico nacional; y c) Ia presencia de un proyecto de desarrollo nacional, aunque, por supnesto, no necesariamente no-dependiente, que por ende se definia como favoreciendo Jos intereses del conjunto a las clases sociales y no solamente los de la clase dominante. Sin embargo, este proceso de constitucién progresiva de un espacio politico racional con presencia de una clase hegeménica, no fue «eompletado» por las oligarquias dominantes en la etapa primario- exportadora. El atribuir este no completarse a la falta de tiempo seria a nuestro Juicio, equivocado. Creemos que la explicacién tiene que ver, entre otros factores, con que en ninguno de los casos, y a pesar de fas diferencias anotadas en las estruc- turas productivas, las actividades controladas por las clases domiinantes generaron un antagonista social definido por una contradicci6n del tipo capitalista-asalariado que, por ende, estuvicra enfrentado a dicha clase dominante por una contradiccién de intereses interna al modo de produccién capitalista, En Argentina, la burguesia terrateniente-financiero-comercial con base en la Pampa Hiimeda no necesité creat un proletariado rural ni generé un proletariado industrial al cual se opusiera direc tamente.” En Chile, la oligarquia terrateniente continué explotando extra-eeont micamente alos «inquilinos» y a los peones de haciendas escasamente capitalistas, y el proletariado minero se desarrollé aislado geogréficamente y en directa con- frontacién con el capital extranjero, y no con clases nacionales. Si bien el Estado lo reprimié cuando fue necesario lo hizo mas bien cumpliendo los términos de un contrato de concesin, que como «brazo armado» de las clases a las cuales estaba vinculado mas directamente. En Brasil y México se dieron diferentes combinacio- nes de situaciones intermedias, pero con el mismo resultado en cuanto a la no- _generacién de un proletariado opuesto antagénicamente, en tanto vinculado en la esfera productiva, a la clase dominante nacional, En cierta medida, el caso chileno, 4 pesar de lo apuntado, fue el tnico en el cual se desarroll6 un nicleo protetario inserto en relaciones plenamente capitalistas en un sector estratégico, aunque circunscripto y controlado por el capital extranjero, de la economfa nacional. Qué consecuencia pretendemos extraer de esta tiltima y polémica caracte- rizacién que, en el mejor de los casos, todavia requiere para su sustentacién un mayor soporte empirico? Nuestra opinién es que tuvo una influencia decisiva so- bre la modalidad de régimen politico que se fue conformando a partir de fines del siglo XDX. El sistema de partidos 0 facciones que se constituyd en los afios que fueron del 80 al 30 no sélo no inciuyé dentro de si un partido obrero, revoluciona- rio 0 reformista, con proyeccién nacional. Tampoco los clivaies inter-o intra-par- tidarios que se desarroliaron fueron significativamente influidos por el peso de enfrentamientos derivados de estrategias opuestas acerca de como integrar ala cla- se obrera al sistema politico." Esta circunstancia contribuyé decisivamente a que Jos enfientamientos politicos que dividieron a fos partidos y facciones que progre- sivamente se fueron constituyendo en la etapa oligirquica tuvieran escasa corres- pondencia con clivajes sociales significativos, dando origen a su vez, aun sistema de partidos relativamente endeble y poco enraizado en la estructura social. Las vinculaciones entre las clases dominantes y el Fstado se establecieron, en gran ‘medida, al margen de partidos y facciones y, a su vez, los cuestionamientos de las clases subordinadas al orden social prevaleciente no se reflejaron, sino mfnimamente, en el sistema politico. Esta fragilidad de! régimen politico, en gran parte expresada por el escaso peso de los partidos, hubiera tenido mucha menos intportancia en sociedades con- ‘roladas directamente por el capital extranjero, como los casos de América Central yel Caribe, on sociedades controladas por oligarquias tradicionales s6lotangencial y espordidicamente vinculadas al SCM, como también sucedié a menudo en Améri ca del Sur durante la primera mitad del siglo XIX. En estas sociedades menos com- plejas y diferenciadas, del tipo bi-polar (oligarquia/masas) descripto por Kling (1956), el control det Estado tenfa como principal objetivo el lograr la apropiacién de Ia escasa cuota de recursos publicos, teniendo el Estado poco o nada que ver con a organizacién productiva social e incluso con los mecanismos de coetvi6n extra- econémica predominentemente utilizados. Poco interesaba en estas sociedades, que todavia no constituian sociedades nacionales, el tipo de mecanismos de acceso al Estado. Estos mecanismos, por lo general, se reducfan a canalizar los resultados cambiantes de enfrentamientos entre bandas armadas. Diferente fue e! caso de las sociedades que aquf estamos analizando, que, ‘como deciamos, estaban avanzando decididamente, aunque no con ritmos total- ‘mente coincidentes, en el sentido de constituir sociedades nacionales. La no cons- titucién de un sistema de partidos estable y representativo de opciones en torno a las-cuestiones- sociales iba a tener efectos-profundos-no-sélo-durante-le-etapa oligérquica, sino también durante el periodo siguiente. En buena medida, durante {os aitos posteriores al 30, las clases dominantes se vieron confrontadas no s6lo ‘con los problemas derivados de la crisis econémica mundial, sino también con aquéllos otros que se arrastraban desde la etapa anterior, y cuya resolucién, segtin ttatatemos de explorar en la proxima seccidn, se iba a tornar més crucial 3. Tareas del Estado y mecanismos de representacién de Ia burguesia después de la crisis del 30 La crisis mundial del 30 marcé el agotamiento final de la etapa primario- cexportadora durante la cual las sociedades que estamos analizando se habian vin- culado simbidticamente a los capitatismos centrales, proveyéndolos de materias primas y alimentos, abasteciéndose en ellos de buena parte de sus necesidades de productos industrializados, y siendo ademés recipientes de inversiones dirigidas tanto a sectores productores de bienes exportables como de la infraestructura. Se ‘inauguré en ese punto una nueva etapa en el desarrollo de las sociedades latinoa- mericanas caracterizada, entre otras cosas, por ta necesidad de «llenar el vacion, ‘como sefialaba Oliveira (1975), creado por Ia relativa asineronia entre los movi= mientos del SCM y Ios de dichas sociedades. Y, precisamente, esta falta de sincro- fa, por un lado, torna potencialmente provechosa la buisqueda de explicaciones is desagregadas de aquellos procesos, y por el otro justifica quese haga abstrac- cién, temporariamente, de los efectos mas directamente resultantes de la continua- da insercién dependiente. El «llenar el vacio» pasaba, en gran medida, por la necesidad de reemplazar el impulso dinamico generado hasta entonces por las exportaciones y las inversio- nes extranjeras. En este sentido, dos de los requisitos esenciales para alcanzar di- cho objetivo era que la acumulacién de las clases dominantes nacionales se dirigie- ta, en una proporcién significativa, a actividades, tanto industriales como ‘agropecuatias, menos vinculadas con Jos mercados externos, y que la infraestruc- tura se expandiera y adecuata.a los requerimientos de una economia «menos abier- ta», La tendencia «natural» de dichos comportamientos era la de encauzarse, para usar otra imagen de Oliveira (Ibidem), por el «lecho del rio» marcado por los «cursos» seguides por las economias latinoamericanas a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Por ello-es que no resulta extrafio encontrar que las medidas de politica econémica del periodo inmediatamente subsiguiente a la crisis presenta- 48 ron numerosas coineidencias, a pesar de los distintos orfgenes de tos gobiernas que las intentaron implementar. En general, dichas politicas se caracterizaron por cons- tituir lo que el economista argentino Alejandro Bunge Hamaba «reajustes hacia abajo», a través de ta defensa a ultranza de los principios sobre los cuales se habia bbasado la regulacién que el Estado habia ejercido sobre el orden econémico duran te las décadas anteriores: un presupuesto piblico equilibrado, ef mantenimiento, 0 laintencién de mantenimiento, del patrén oro, el cumplimiento de las obligaciones con el exterior y la ausencia de instrumentos deliberadamente proteccionistas. La premisa subyacente a los «reajustes hacia abajo» era que la situacién de crisis era eminentemente transitoria, y que se trataba de «aguantar el chubascon a costa in- cluso de una fuerte depresién de las actividades econémicas. En Argentina esa fie durante tres afios «..a orientacién predominante en la politica econémica bajo el gobierno provisional de Uriburu y bajo el ministerio de Alberto Hueyo, ya durante, la presidencia de Justo, hasta agosto de 1933». (Murmis y Portantiero 1971; p.15). Iguaimente en Chile, donde a slo dos meses de su forzada renuncia de Julio de 1931 Ibafiex nombraba a un austero y ortodoxo financista de derecha como Ministro de Hacienda, al per que se sancionaban despidos en la administracién publica y el general prometia «..defender el valor de la moneda y el patrén oro con las bayonetas, si fuere necesarion, (Wiirth Rojas, 1958; p. 163). En Brasil, Vargas enunciaba, pocos dias después de su ilegada al gobierno, ‘un conjunto de medidas bastante novedosas y con objetivos netamente reformistas;"* sin embargo también proclamaba que se «...reveria el sistema tributario, de modo cde amparar Ia produccién nacional, abandonando el proteccionismo dispensado a industrias artificiales, que no utilizaban materia prima del pats y més bien contri- buyen a encarecer la vida y fomentar el contrabando». (Citado por Carone, 1973; p. 16). Ahora bien, pronto se fue haciendo evidente que las primeras respuestas censayadas frente a la crisis, las de carécter «ortodoxon, no podian restablecer Ia sineronia de los movimientos del SCM y de las socfedades latinoamericanas, en gran medida debido a que el modelo de funcionamiento de dicho sistema durante las seis o siete décadas precedentes no iba ya a constituirse, Sin embargo, éste no fue el nico atributo «natural» que estas sociedades perderian a medida que se iban desenvolviendo en todos sus pliegues los componentes de la crisis. También se alter6 sustancialmente la congruencia casi absoluta que habia existido hasta enton- ces entre los intereses econdmicos inmediatos de ias clases dominantes ~-orientadas basicamente hacia cl mercado mundial, fuera por su insercién directa cen laesfera de la producci6n y en los circuitos del capital financiero y comercial, y/ co por la coparticipacién que tenian, via el Estado, en los beneficios de las explota- ciones controladas por el capital extranjero-- y la continuidad de un proceso mas 0 ‘menos ininterrumpido y aparentemente automitico de desarrollo econémico basa- do en el tipo de integracién al SCM que sintéticamente describfamos més arriba. Fue, precisamente, la progresiva y rapida ampliacin de la brecha que existia entre Ios intereses corporativos inmediatos de las clases dominantes, y en particular de sus sectores hegemdnicos, y los que habfan podido ser asumidos como los intere- 49 ses de la sociedad global --es decir, la continuidad exitosa del modelo primario- exportador que aparecia en América Latina como la materializacién del «orden econémico naturaby- lo que, a nuestro juicio, estuvo en la raiz de la transforma- cién més importante que tuvo lugar en América Latina a partir de la década del 3 aquélla marcada por la redefinici6n radical del rol que el Estado jugaba en las so- ciedades latinoamericanas, A partir de la década del 30, y con caracteres todavia mucho mids definidos durante la década siguiente, el Fstado agreg6 a las funciones propias a su condi- cién de Estado de clase (es decir el mantenimiento de la unidad y cohesién de la sociedad a través de sui condicién de nucleo organizador de la dominacién), un conjunto de nuevas funciones. Estas titimas implicaron que el Estado asumiera, en gran medida, una representacién no mediada de los intereses de ciertas fracciones de laclase dominante, en tanto y en cuanto las politicas formuladas e implementadas por el Estado no resultaban de impulsos originados en la sociedad civil, sino en el mismo Estado. Las nuevas funciones fueron particularmente estratégicas en rela- cién con la nueva etapa de industrializacién, ya que las tareas que tomé a su cargo el Estado le permitieron, con més o menos éxito, suplir la ausencia, o debilidad, de un impulso industrializante de parte de la burguesia, pero sin llegar a reemplazarla (y ni siquiera a proponerse e! hacerlo) como clase-agente social fundamental de la acumulacién y reproduccién capitalistas, Como veremos més abajo, el cumplimiento de estas tareas implied, en casi todos los casos, la expansién significativa de lz intervencién directa del Estado en la esfera de la produccién, Sin embargo, y como el caso argentino (donde esta expansién fue minima) lo sugiere, no fue ése el ele- mento central en la modificacién del rol del Estado, sino mas bien uno de los extre- ‘mos posibles, aunque casi siempre necesarios, que asumié la accién estatal ante fa falta de un impulso industrializante autnomo de parte de la burguesia, Ahora bien, 1a especial complejidad de los procesos que se desencadenaron en América Latina a partir de la crisis de! modelo primario-exportador no fie sim- plemente el resultado de las exigencias que se le plantearon a cada sociedad, y particularmente a cada Estado, a raiz de dicha crisis, A los «problemas» que resui- taban de la crisis econémica y sus efectos, se sumaron otros, que si bien se agudizaron és en virtud de la misma crisis, constituian en parte un «legado» de la etapa ante- rior. Mas especificamente, se trataba de la necesidad de desarrollar, y en algunos casos hasta de crear: 1) Mecanismos de cardcter no particularista que facilitaran la institu- cionalizacién de vineulaciones estables entre las clases dominantes y el Estado, penmitiendo al mismo tiempo armonizar los intereses de los diversos sectores de las mismas. La escasa profundidad de las «raices» que los partidos habfan implan- tado en la estructura social se habla compensando parcialmente durante Ia etapa primario-exportadora con el desarrollo dentro del mismo aparato de Estado de ca- nales de representacin de las clases dominantes que les habian permitido a éstas articipar practicamente sin contrapesos en la seleccidn del personal que ocupaba «las alturas» del Estado y en la fijacién e implementacién de las poltticas publicas. in embargo, la ausencia o debilidad de organismos tipicamente intermediadores 30 ‘entre Ia sociedad civil y el Estado, como los partidos, habian determinado que los conflictos internos de las clases dominantes se reflejaran casi directamente dentro del Estado, transformandose frecuentemente en disputas por el control del gobier- no para cuya resolucién se apelaba, exitosamente 0 no, a mecanismos no institucionales. Esta circunstancia, que habfa estado por detrds de los episodios de la Revolucién mexicana, de los conflictos politicos en Chile de la tiltima década del siglo XIX y la tercera del presente y de las disidencias intra-oligarquicas en la Argentina a partir de 1900, se torné afin mas crucial después de 1930 en la medida que, por un lado, se incrementé el grado de heterogencidad interna, tanto horizon- ‘al como vertical, de la clase dominante y, por el otro, el Estado tomé a su cargo ciertas tareas que implicaban, en cierta medida, una sustitucién de la burguesia, Bn otras palabras, los circuitos politicos que habfan furncionado, atin cuando fuera pre- cariamente, hasta la década del 20, gracias a que el espectro y el peso de las cues- tiones sociales resueltas a través del Estado eran relativamente reducidos, y a que la sociedad era todavia bastante simple, se sobrecargaron abruptamente hasta el punto de tornarse pricticamente inutilizables; y 2) aquellos otros mecanismos que permitieran una wirrupeién ordenada» de Jas clases populares en ef sistema politico sobre todo en lo que se referia a cémo estas clases, o algunos sectores de elles, podian integrarse, a través de su participa- ci6n electoral o de su capacidad potencial o real de movilizacién, en un juego poli- tico en el que competian en forma no reglamentada institucionalmente diferentes modalidades de representacién de intereses. Por supuesto que las «dificultades» para desarrollar estos mecanismos se vieron particularmente «agravadas» por las. profundas modificaciones que experimenté fa estructura de las clases dominadas durante las décadas del 30 y del 40; estas transformaciones determinaron claro esta, que las que hasta bien avanizados los respectivos regimenes oligarquicos ha- ban podido ser calificadas de, y manejadas como, cuestiones policiales, se torna- ran ineluctablemente en cuestiones politicas. En resumen, en las décadas del 30 y del 40, los Estados latinosmericanos no s6lo se enffentaron con la tarea de expandir las capacidades organizativo-técnicas Yy politicas que les hicieran posible asumir un rol «impulson> fundamental en par- Cial sustitucidn de la burguesia, sino también con la necesidad de transformarse en el eje de un proceso de constitucién y rearticulacién de mecanismos de dominacién ‘més complejos que los existentes hasta fines de la década del 20 en condiciones que después de la crisis del 30, eran menos favorables. Nuestra intencién en ios préximos parrafos es examinar las caracteristicas de dos conjuntos de mecanismos ‘cuyas particulares configuraciones en cada caso contribuyeron decisivamente a que Jos «problemas» a los que nos referiamos fueran resueltos en proporciones disimiles y.con diferentes costes: los partidos-movimientos politicos gobemnantes y las orga- nizaciones piblicas que desempetiaron funciones estratégicas en la generacién ¢ implementacién de tas politicas de industrializacién, 31 Los partidos-movimientos politicos gobernantes Los regimenes politicos que funcionaron més eficazmente durante la pri- mera etapa de ISI, desde el punto de vista de la resolucién més satisfactoria de los «problemas» sefialados, fueron aquéllos en los cuales existieron partidos 0 movi- mientos politicos gobernantes que cumplieran en mayor medida los siguientes re- quisitos: ~ - 8) Uniformizar el uso de ciertos «recursos politicos» por parte de los dife- rentes sectores de las clases dominantes, siendo el factor més importante la obten- ci6n de un grado relativamente alto de consenso en torno a como podis integrarse ‘al apoyo de las clases dominadas, 0 de algunas de sus fracciones, dentro de la competencia politica interna a las fracciones dominantes. Las mayores dificultades para c! logro de dicha uniformidad se dieron en aquellos casos en los cuales aque- los «recursos» fueron dificilmente reducibles a una «moneda commim que hubiera permitido efectuar los ajustes y compensaciones en une arena politica tinica en la ‘cual hubieran podido jugar simulténca y establemente los diferentes sectores:'* b) «Alejar» a ios partidos, 0 al «partido tinico», de los canales 2 través de Jos cuales se generaban ¢ implementaban las politicas estatales referidas alas cues- tiones estratégicas de la primera etapa de ISI, en particular, las politicas de indus- ‘rializacién.® El grado en el que los partidos-movimientos gobernantes satisficieron estos requisitos dependié tanto de las caracteristicas intrinsccas de estos partidos, como del régimen de partidos que se establecié en cada caso. El partido-movimiento gobernante fue, en cada caso, el principal eje articulador de los mecanismos que permitioron efectivizar un quantum, aunque fuese reducido, de concesiones econd- mnicas y politicas a las clases deminadas. Lo esencial para su funcionamiento eficaz fue que estas concesiones, sumadas a los «costos» resultantes de la autonomizacién del Estado-Generador del proceso de industrializacién, no supusieran una amenaza tal para las clases dominantes que las indujeran a reducir su propensién a la acumu- laci6na niveles minimos, o a apoyar de manera decidida la implantacidn de formas de representacién extra-partidarias o no-partidarias de sus intereses, que excluye- sen el funcionamiento de los partidos."” En este sentido, en tanto proporcions res- ‘guardos percibidos como poderosos para resistir y manejar las presiones de las ‘masas, la implantacién de mecanismos de control estatal (en parte implementados através de los partidos gobernantes) sobre las clases dominadas; sus organizaciones dentro del espectro de las diferentes formas del corporativismo «estatista»,*influ- x6 en favor del mantenimiento det apoyo de ta burguesia a los gobiernos que im- pulsaron la ISL.” Sin embargo, nos parece que las variables realmente decisivas no ‘uvieron que ver con la efectividad relativa de los mecanismos «corporativizantes» ‘que, excepto en Chile, se impusieron sobre las organizaciones de la clase obrera urbana, y en el caso mexicano del campesinado, sino que, en realidad, dependieron preponderantemente de otros factores. Estos factores se relacionaron a como se «ubicarom» y qué papel jugaron los partidos-movimientos gobernantes frente a tres cuestiones que se plantearon en 2 todos los casos, aunque con earacteristicas y grados de importancia disimiles en cada uno de ellos, durante la primera etapa de ISI; la cuestién obrers, la cuestiOn agraria y la cuestiOn de la representacién partidaria de la burguesia. La euestion obrera adquiri6 centralidad durante la primera etapa de ISI por razones diferentes que en Ia etapa previa. Hasta 1930, muy gruesamente, las de- ‘mandas obreras habian sido procesadas al margen del sistema politico, y en defi tiva, la cuestién se habia reducido, por lo general, a determinar cudles eran los medios mas eficaces de represin, tomando en cuenta variables tales como el grado de importancia de los sectores productivos en conflicto la extensidn de las protes- tas y la vinculacin con «agentes de Ia subversiéno. La «impermeabilididad» del sistema politico tanto a la integracién de partidos obreros, como a la insercién del ‘tema obrero en las «agendas» de los partidos importantes, fueran estos los partidos oligérquicos «del orden» o los partidos «de clase media» fue paralela a la «privacidad» de los mecanismos a través de los cuales se fi el precio de la fuerza de trabajo, es decir el salario, y se discutieron (si es que cabe el término) condicio- nes de trabajo. El Estado no intervenia excepto, por supuesto, en aquellos casos en que la supremacia «privaday de las clases propietarias en la esfera de sus relacio- nes con los asalariados sufrfa menoscabos inquietantes. El panorama coménzé a modificarse gradual y bastante uniformemente a partir de la década del 30; el Estado pas6 no sélo a regular explicita, aunque a menudo sin producir «efectividades conducentes» en esa primera década, dreas cada vez més extensas de las relaciones obrero-patronales (ett lo que se referia, por ejemplo, al monto de los salarios y las modalidades de negociacién colectiva), sino también a asumir un control cualitativa y cuantitativamente més extendido de va- riables que afectaban significativaments el nivel de vida de las clases populares en general, y de la clase obrera en particular: el manejo de los servicios sociales, el precio de los alimentos de la «canasta familiar» y los mecanismos inflacionarios.. Esta mayor intervencidn estatal se reflejé necesariamente en Ias posiciones de los partidos politicos acerca de cémo debia actuar concretamente el Estado en cada uno de esos campos, y en particular, en la posibilidad de que el partido gobernante se convirtiera en uno de los vehiculos para la efectivizacién de concesiones a la clase obrera, que iban desde el incremento de los salarios nominales hasta el con- trol o ta «subsidizaciém del precio de la harina 0 de Ia care. En general, cuanto mds efectivo y visible fue el rol que tuvo el partide-movimiento gobernante en el otorgamiento de dichas concesiones, y por supuesto cuanto més significativas fue- ron ellas, més fuertes resultaron las propensiones de las clases dominantes en el sentido de no acumular productivamente y de apoyar la des-estabilizacién de los respectives regimenes partidarios. Bn muchos sentidos, la cuestién obrera, desde cl punto de vista de las «dificultades» que creé las clases dominantes y al Estado, tuvo en los cuatro casos considerados, aspectos semejantes. La variable diferenciadora més importante fue quizés, la de los tamatios absoluto y relativo (con respecto a capitalistas y 2 los sectores de poblacién no insertos en relaciones capitalistas) de las clases obreras. agraria, en cambio, tuvo caracteristicas mucho menos uniformes 3 en cada caso, Las razones de esta mayor diversidad, obviamente, estuvieron rela- cionadas con las diferentes naturalezas de las respectivas estructuras agrarias.” Si se intenta una observacién simulténea interna a las estructuras agrarias, de los pro- cesos que se desarrollaron durante las décadas del 30 y det 40, también ta primera constatacion es de que aquélios fueron extremadamente diferentes entre si. En Chi- Ie, el «congelamiento» de las relaciones en el agro fue igualmente prolongado con parecidosniveles de eficiencia tanto por el ya domado «.eén de Farapacé, Arturo Alessandri, como pot los Radicales e Ibafiez.”" En Brasil, parecido «congelamiento» afecté al «Nordeste» (CEBRAP, 1976; pég. 23), mientras que en el Centro-Sud la agricultura cafetalera, a pesar de las medidas defensivas interitadas en fa década del 30, perdié gran parte de su dinamismo sin que se produjeran importantes transfor- maciones estructurales internas, si bien la frontera productiva se fue expandiendo, apartir de la década siguiente, hacia el Oeste. En Argentina, la evolucién fue seme- Jjante a la del Centro-Sur brasilefio, particularmente en lo que se refirié a los cam- bios de la vinculacién con las economias de los paises centrales. Sin embargo, al par de perder importancia para el SCM, la economia agropecuaria pampeana, al ser productora de alimentos, la increment6, para un mercado interno que se fue expan- diendo sobre todo debido al crecimiento de una clase obrera urbana cuyos salarios reales aumentaron durante la década del 40.” Si bien tampoco hubo reformas estruc- turales de significacién, a partir de 1943, el gobierno produjo medidas que reforza- fon los atributos no plenamente capitalistas del agro pampeano: el congelamiento de los arrendamientos y aparcerias rurales y el Estatuto del Peén* México fue el linico caso donde si se produjeron cambios importantes en las relaciones sociales en el agro. La reforia agraria, como es sabido, se implememté fundamentalmente después de 1934, cuando se expropi6 o confiseé una superficie més de cuatro veces mayor a la redistribuida durante tos dieciocho afios anteriores, incluyendo por pri= sera vez algunas haciendas eficientes y con buenas tierras.* La redistribucién de tierras bésicamente beneficié a Tos «ejidos», cuyas tierras eran cultivadas funda- mentalmente por pequefios y medianos campesinos. Paralelamente a la reforma agratia campesina se dio una violenta expansion de la propiedad agraria capitalista sobre todo en base a la incorporacién de nuevas tierras cultivables en ef Noroes- te-~ que produjo un incremento del producto agropecuario mexicano de alrededor del 100% entre 1945 y 1955. (Cfr. Dumont, 1962). “Hasta aqui una descripcién sumarisima de los cursos obviamente diferentes seguidos por las relaciones sociales en los agros de los cuatro paises. Nos interesa, por otra parte, remarcar dos semejanzas. En todos los casos --desde el extremo representado por Chile y el congelamiento de su estructura agraria, hasta el opues- to de México donde se impuls6 e impuso «desde arriba» una «revolucién combina- da» campesino-capitalista y pasando por las situaciones intermedias de Argentina y Brasil-- el grado de conflicto social intemo en el agro, al menos el reflejado politicamente, fue minimo; en otras palabras, en los aspectos que més podrian ha- ber expresado su diversidad, la cuestiOn agraria se mantuvo casi totalmente sumer- sida, En cambio, lo que si se planteo como «cuestién agraris» fue la modalidad de vinculacién que existfa entre el agro en su conjunto y los sectores no agrarios de la 34 economia. Tanto en el caso de los paises agrario-exportadores, es decir en Brasil, Argentina y México,” como incluso indirectameate en el caso de Chile, el sector agrario se constituyé en el principal proveedor de divisas para la importacién de los bienes de capital, materias primas y combustibies imprescindibles para la nue- va etapa de industrializacion, En los tres primeros casos, lo fue directamente debido al establecimiento de tasas diferenciales de cambio 0 de derechos de exportacién que gravaban a los productores agropecuarios que, por ende, no percibfan el total del valor real de las mereancias exportadas. En Chile ocurrié algo que tuvo parecidos efectos: hasta 1930, la oligarquia terrateniente se habia apropiado, a través de un mecanismo que combinaba prestamos piblicos a los propietarios agricolas, no reajustables, una alta tasa de inflacién, devatuaciones periddicas y la casi desaparicién de lo puestos sobre la riqueza, de una porcién considerable del excedente generado por las exportaciones mineras.* Gradualmente ese excedente comenzé a cambiar de destino; en una proporcién escasamente significativa durante la década del 30, y ‘mucho més decisivamente a partir de la del 40, fue el sector industrial el que se constituy6, siempre a través de la intermediacién del Estado, en el principal recep- tor y usuario de las disponibilidades de divisas, Las importaciones de bienes de consumo final a as cuales se destinaba una parte importante de la moneda extren- Jjera fueron reemplazadas en gran medica por articulos industriales nacionales, cu- 'yos productores, a sti vez, se transformaron en principales consumidores de les “ivisas Este gradual, pero en todos los casos sostenido, proceso de traspaso ~en Brasil y México comenzando ya con fuerza durante la década del 30, y en Argenti- na y Chile mucho ms perceptiblemente a partir de la siguiente-- no podia ser plan- teado, y sobre todo no podia ser resuelto, sino conflictivamente, La disyuntiva planteada de manera muy precisa por 0’ Donnell (1976; pags. 16-17) para el caso argentino se puede extender validamente a los otros casos: «.. bien ...1 Estado se apropiaba de parte sustancial del producirio de las ‘exportaciones (agropecuarias) pampeanas en beneficio de su propia expansién, de transferencias que estimulaban fa industrializacién y del nivel de ingreso del sector popular, pero al costo de «desalentar» la produccién pampeana ¢ inducir el aumen- to del consumo interno de alimentos --1o cual derivaba hacia una crisis de balanza de pagos que limitaba drasticamente el nivel de actividad econémica. O bien ... mejoraban los precios agropecuarios, con lo que se incentivaban las exportaciones pero se introdueian serias tensiones intermas por medio de una redistribucién nega- tiva del ingreso que afectaba al sector popular y a buena parte de la burguesia industrial...» {que vefa reducidas tanto In demanda por los bienes que producia, como la disponibilidad de medios de pago internacionales para hacer frente a las cada vez més criticas importaciones. CM] Ponigndolo en términos més genéricos: si se iba demasiado lejos en Ie ex- propiacién del excedente generado, o hasta ese momento controlado, por Jas clases agraries, éstas poseian, a excepeién del caso chileno, la capacidad como para dis- minuir la generacién de dicho excedente en sus mismas fuentes: si, por el contra- 35 rio, no se avanzaba lo suficiente, no se disponia de los recursos necesarios para la continuidad del proceso industrializante. Ambas cuestiones, la obrera y ta agraria, introdujeron tensiones que, si bien variaron de acuerdo a la «intensidad» con que se plantes la respectiva cuestién, en todos los casos resaltaron en costos que no pudieron eludirse. Si bien la politizacion de la cuestién obrera tuvo, por un lado, efectos positives para la burguesia en la ‘medida que contribuy6 a la posibilidad del perfeccionamiento.de su hegemonia que se extendia para abarcar a una amplia, aunque variable, porcién de las clases dominadas, por el otro, como vimos, implicé la efectivizacién de ciertas concesio- nes a la clase obrera que, sin excepciones, fueron resistidas por la burguesia urbana ¥ Sus representantes corporativos directos. Asimismo, asi como la expropiacién del excedente agropecuario permitié ta industrializacién, también contribuy6 a generar una oposicién nada despreciable de las clases dominantes agrarias, tanto de aquelias insertas en relaciones que, al menos formalmente, eran capitalistas, ~como en Ja Pampa argentina, el Centro-Sur brasilefo y el agro mexicano, como de aquellas asociadas a alguna forma de extracci6n del plustrabajo a través de la coaccién extraeconémica ~-como las oligarqufas det «Nordeste» brasilefio y del Valle Central chileno. Mas arriba sefialabamos cuales habian sido, en nuestra opinién, los meca- nismos cuyos efectos diferenciales de funcionamiento habian resultado decisivos para una resolucién més © menos costosa de fos problemas enfrentados por las, clases dominantes después de la crisis del 30: los partidos-movimientos gobernan- tes y las organizaciones piblicas implementadoras de las politicas de industrializa- cién. A las segundas nos referiremos en el proximo punto; aqui queremos hacet algunos comentatios con respecto a los primeros y a sus respectivas contribuciones 4a Ja minimizacidn o exacerbacién de las cuestiones obrera y agraria. EI peso y Ia efectividad de dichas contribuciones estuvieron relacionados con las capacidades diferenciales que tuvieron estos partidos-movimientos de ob- tener un adecuado equilibrio entre los costos que resultaban tanto de las concesi nes a la clase obrera como de las exacciones a las clases terratenientes y la posibi- lidad de constituirse en un mecanismo de representacién partidaria de la burgue- sia. ¥ en este punto el nudo de la cuestién residi6 no tanto en que los partidos- movimientos contuvieran los seflales para la generacidn e implementacion de las politicas favorables a los intereses de la burguesfa--como vamos a ver esos canales en gran medida se encontraban situados fuera de los partidos-- sino mas bien en si Proveyeron o no alla burguesia de los reaseguros suficientes para bloquear, o hacer abortar, a través de los mecanismos partidarios --y parlamentarios cuando éstos tuvieron algéin peso, como en Chile sobre todo, y en Argentina y Brasil en menor ‘medida-- aquellas politicas que fueran percibidas como anti-burguesas. Bs decir, los partidos fueron eficientes mecanismos de representacién de la burguesia en tanto le permitieron a ésta no dejar hacer aquéllo que no queria que se hiciese. Esta capacidad de bloqueo, que fue muy diferente en cada caso, dependi6, en realidad, tanto de las caracteristicas intrinsecas de! partido-movimiento gobernante, como, del tipo de régimen partidario que llegé a conformarse, 56 En cuanto al primer punto, los casos que se situaron mas cerca del «punto de equilibrio» estuvieron constituidos por partidos que no correspondieron ni a la categoria de los continuadores de los viejos partidos historicos de la oligarquia ~ Jos que lamamos en este Documento «partidos del ordeny-- ni a la de los movi- mientos populistas. Los «partidos del orden» no fueron instrumentos aptos para la ¢efectivizacién de concesiones a la clase obrera ni para la expropiacién de parte del excedente agrario; estuvieron «demasiado cerca» de las clases dominantes, tanto turbanas como agrarias, para serlo.” Los movimientos populistas,® en cambio, al pat de poseer la «virtud» de integrar a la clase obrera al sistema politico, tuvieron el paralelo ¢ inevitable «vicio» de dificultar la constitucién de alternativas partida- rias no-populistas de representacion de la burguesia.” En ese sentido, los populismos fueron el ejemplo del partido-movimiento gobemante que menos exitosamente cumplié el primer requisito que sefialébamos en la pagina 30 es decir el de uniformizar el uso de ciertos recursos politicos, en este caso, el de los apoyos lectorales, por parte de la clase dominante. En la medida que el populismo tendis a ser mis exitoso electoralmente, tanto o més se agudizaron las tendencias de sec- tores importantes de las clases dominantes a propiciar la interrupcién de las reglas democraticas.”* En Io que respecta al régimen partidario, y haciendo abstraccién de la in- fluencia que, como vefamos, tivo fa existencia de un movimiento populista sobre el tipo de régimen que se conform6, la posibilidad de uniformizar el uso de recur- sos politicos se vio reforzada por la presencia de «partidos del orden» (u otros relativamente cercanos a Ia burguesia) que tuviesen suficiente importancia electo- ral como para poder aspirar a obtener el control del Ejecutivo, 0 al menos. para bloquear a través del Legislativo. iniciativas «demasiado audaces» de un Bjecutivo dispuesto a incrementar las concesiones @ la clase obrera, oa propiciar la extrac- én del excedente agrario, hasta limites «excesivos». ‘Lamanera en cémo confluyeron ambos elementos, el referido a las caracte- risticas del partido-movimiento gobernante y el relative al régimen partidario, de~ termind que los casos relativamente més «exitosos» correspondieran a regimenes partidarios dentro de los cuales funcionaba un «partido del orden» (0 equivalente) suficientemente fuerte, pero que no llegaba a constituirse en partido gobemante, sin que tampoco esta posicién la ocupara wn movimiento populista. El caso de le Argentina, sobre todo a partir de 1945, pero también en cierta medida durante los quince afios previos, fue el que mas se aparté de dichos «patrones ideales». Esta circunstancia tuvo como agravante, desde el punto de vista de las clases dominan- tes, la capacidad del Peronismo para transformarse en un partido que llegé a reunir, como en 1952, alrededor del 60% del total de votos, y controlar, por ende, la Presi- dencia y Ia mayoria absoluta de! Congreso. Esto se debid, claro esté, al hecho de que et Peronismo, en ciertos sentidos, fue una constelacién de partidos: uno de la clase obtera urbana, otro de los asaleriados rurales y campesinos de las regiones mids pobres y otro de ciertos sectores de pequefia y mediana burguesia, sobre todo provincial. La «exclusividac electoral del Peronisto estuvo en la raiz del eseaso éxito que tuvo el Estado argentino, tanto en hacer frente a las exigencias impuestas 7 por la redefinicién del modelo de acumulacién a partir del 30, como en desarrollar 1) mecanismos estables de vinculacién entre los diversos componentes del mismo aparato estatal y las clases dominantes, y 2) mecanismos «no disruptores» de inte- gracién politica de las clases dominadas.” En Brasil, el resultado no fue tan claro. Por un lado, fa no conformacién de un sistema partidario hasta 1945 no impidi6 en ‘modo alguno, que se desarrollaran mecanismos de compatibilizacion de Ios inte- reses de las diferentes fracciones-de-la-clase-dominante y-de integracién (aunque mucho més manejada «desde arribay que en el caso argentino) de la clase obrera.* La persistencia del «coronelismo» en ef «Nordesten sin duda proveyé un compo- nente estabilizador al régimen, que se consolid6 con la apertura del juego electoral y la oportunidad que ella brind6 de transformar at Congreso en una institucién ‘«moderadoray, Por otro lado, sin embargo, e! componente populista del movimiento aglutinado en tomo de Vargas, que se delines mas netamente en el periodo inme- diatamente previo a su suicidio, impidi6 una institucionalizacién completa del ré- gimen, que no pudo «digerin» totalmente lo que aquél representaba, En Chile, el Radicalismo, que se mantuvo en el poder entre 1938 y 1952, se situé muy cerca del «punto de equilibrio» que mencionabamos mds arriba. No lleg6 a representar di- rectamente a la burguesia porque existian partidos, el Conservador y el Liberal obviamente, que no sélo guardaron mucha mayor afinidad con dicha burguesia (y no solo con Ia oligarquia terrateniente) en términos de origenes sociales y orienta- ciones ideol6gicas, sino que también se mantuvieron como opciones reales para alcanzar el poder a través de los mecanismos electorales."* De tal mode, el Radi- calismo perdi6 ad initium la posibilidad de convertirse en un partido «plurictasista» ‘que inchuyera en su seno a un ndmero significativo de integrantes de la burguesia, ‘9 a.una fraceién burguesa, lo que hubiera facilitdo que dicha clase se sintiera representada efectivamente por el partido. Bl hecho de que los Radicales no repre- sentaran a la burguesfa, 0 a un sector significativo de ells, a nivel de la politica artidaria (independientemente de que si lo hiciera, a través de sus politicas, el aparato de Estado por ellos controlado), le permitié ai partido resolver «satisfac toriamente» las cuestiones obrera y agraria. Por una parte, no se convirti6 en el implementador fiel de los reclamos de las entidades corporativas de la burguesia: Jos ingresos reales de ciertos sectores asalariados --en particular los de los «em- pleados» piblicos y privados~ se incrementaron significativamente durante la dé- cada del 40." y la oligarquia terrateniente perdié el lugar privilegiado que habia ccupado como destinataria final de los recursos que el Estado percibia del capital extranjero que controlaba los enclaves mineros. Pero, por ora parte, el régimen Radical reprimié con toda dureza a las organizaciones obreras y al Partido Comu- nista cuando se «salieron de su lugar» como en 1941 y 1947/48, redujo el salar real de los obreros industriales (Cfr. Cavarozzi, 1975) y continué prestando a la oligarqufa terrateniente el importante «servicio» de bloquear la agremiacién de los obreros rurales y los campesinos. Parecidos logros, aunque a través de caminos uy diferentes, logré el Partido Revolucionario institucional en México. E1PRIno se constituyé en el partido de la burguesia, no porque hubiera existide un «partido del orden» o burgués strictu sensu que se presentara como una alternativa leal para 58 la conquista del gobierno ~el PAN obviamente no Jo fue en ningiin momento~ sino por la confluencia de una serie de factores cuyos pesos relatives resulta dificil ddeterminar a esta alturs:”: 1) en las décadas det 30 y del 40 el frente burgués estaba relativamente més unificado que en los otros casos a raiz de la «limpieza» que dentro de ciertas frac- ciones de la gran burguesfa, sobre todo ta minera y la agratia, produjeron la revolu- cién-y-los-conflictos que se extendieron durante toda la década del 20. Esto no signifieé, claro esta, que a partir de 1930 se hubiera creado una burguesia a novo, pero siparece innegable que las fils de ciertas fracciones burguesas, sobre todo de las més «viejas», quedaron significativamente rateadas; . 2) por otra parte, la burguesia que se desarrollé a partir del 30, fue relativa- ‘mente més homogénea que la de los otros tres paises también quizés debido a que rnumerosos «semi-burgueses» del momento anterior que hubieran podido transfor- arse en Ia base de los sectores menos concentrados de una burguesia mexicana «alld argentina perdieron peso dentro de Ia escena social mexicana como restilia- do de las turbulencias que se extendieron de! 10 al 30. Estas circunstancias reduje~ ron bastante la «carga» de las tareas de compatibilizacién de intereses de Ia clase dominante a cargo del partido gobernante, por fo que la cuestién de que la burgue- sia no se sintiera estrictamente representada por él, era comparativamente menos «costoso» que, por ejemplo, en Argentina 0 Brasil. A esto se agregaba que en el ‘caso mexicano existia una «reservan sustancialmente mayor de factores legitimantes, y por lo tanto facilitantes del logro del consenso de las clases subalternas, en virtud de la participacién e identificacién de porciones importantes de dichas clases en las luchas revolucionarias. También en este aspecto, entonces, Ja «carga» que debié asumir el PRI fue significativamente menor. Dicha «reserva» permitié en México acometer las tareas de parcial redefinicién del modo de acumulacién «pagando» el ‘menor precio relativo en téminos de concesiones a las clases dominadas, Esto, por supuesto, no sélo facilité una acumulacién capitaliste mis acelerada, sino también que la burguesia mexicana apurase con mucha mayor entereza los supuestos «tra- 0s amargos» que la falta de representatividad del PRI, y la repeticién, cada vez més sosegada eso si, de los postulados de la doctrina revolucionaria, le significaba, En resumen, nuestro argumento apunta en direcciones distintas a las sugeri- das por cierta «imagen tipiea» bastante difundida acerca de la funcién de los parti- dos, seginn la cual estos aparecen como orgatiizaciones intermediadoras entre Ia sociedad civil y el Estado en el sentido de constituirse en instrumentos que funda- rmentalmente operan como canales para que las clases, o algunas de as clases, de la sociedad civil accedan al gobierno y determinen las politicas estatales. A partir de Jas observaciones ¢ interpretaciones formuladas con respecto al funcionamiento de los partidos en los cuatro pafses analizados durante la primera etapa de ISI, la ima- ‘gen que en contraposicién proponemos, es més contradictoria y compleja. Si bien los elementos que se privilegian en la «imagen tipica» no dejan de tener validez parcial, aunque muy diferencialmente segiin cada caso y momento concreto, es necesatio reparar en la importancia de algiin otzo. Los partidos-movimientos go- bernantes, y hasta cierto punto también los regimenes partidarios in soto, funciona- 39 ron asimismo en la direccién opuesta a la sugerida por la «imagen tipica, es decir desde el Estado hacia la sociedad civil, en tanto y en cuanto fueron los instrumentos que, fundamental aunque no exclusivamente, ios Estados utilizaron para intentar minimizar, como veiamos con grados diferenciales de aljamniado, los costos resul- tantes de la resolucién de las cuestiones obrera y agraria.” En este sentido, el pro- blema fundamental residié en hallar un «punto de equilibrio» ubicado en alguna posicién intermedia dentro de un espectro-cuyos extremos estaban representados, por un lado, por los populismos, que tendieron a wexcederse» en el nivel de las concesiones otorgadas a la clase obrera y las exacciones impuestas a fas clases te- rratenientes antagonizando, de tal manera, al conjunto de la burguesfa y contri- buyendo, entonces, a la des-estabilizacién periédica del régimen politico. Por el otro lado, se ubicaron les «partidos del orden» que, en funcién de su «cereaniay a las clases dominantes, resaltaron incapaces de imponer a estas las necesarias modi- ficaciones de sus «comportamientos naturales». Nuestra opinién es que fueron los artidos-movimientos gobemnantes de «clase media», e incluimos en esta categoria tanto al Radicalismo chileno como al PRI, los que, ya fuera funcionando en regime- nes politicos en los cuales las contiendas electorates implicaban una posibilidad de transferencia del poder (como en Chile) 0 no (como en México), se situaron mas ‘cerca de aquel «punto de equilibrion. Ambos partidos tuvieron la capacidad de lo- rar el apoyo de sectores de las clases subaltemas (fuera este apoyo buscado funda- mentalmente con fines electorales o no) sin que las concesiones en ello implicadas “antagonizaran a las clases dominantes hasta el punto de que estas dejaran de acumu- lar productivamente y/o propiciaran el establecimiento de regimenes controlados autoritariamente por sus representantes mids directos. Los regimenes controlados por los Radicales chilenos y el PRI tuvieron otra «virtud», que en parte también fue ‘compartida por sus congéneres brasilofios durante el cuarto de siglo posterior a 1930: ademis de funcionar més © menos aceptablemente como mecanismos de «bloqueo» en relacién a las cuestiones obrera y agraria, logearon que ciertas cuestiones politi- ‘cas centrales de la primera etapa del [SI ~precisamente aquéllas vinculadas con las politicas estatales de industrializacién-- se mantuvieran alejadas de los mecanismos partidarios, y se manejaran por otros canales y otras organizaciones ubicadas direc- tamente dentro del aparato estatal, y cuyo impacto y naturaleza no dependian pri= motdialmente ni de las fortunas electorales, ni del control que un determinado sec- tor de clase u organizacién corporativa tuviera sobre la maquinaria del partido-mo- vimiento gobemante. Nos referiremos a algunos de los mecanismos a través de los cuales los partidos-movimientos gobernantes contribuyeron a este «alejamiento» en el préximo punto. Las organizaciones piblicas y las politicas de industrializacién ELEstado «oligarquico» no habia sido, en ninguno de los cuatro casos anali- zados, el Estado Gendarme que se limitaba a velar por la preservacién de un orden social y econémico ya establecido. El proceso de constitucién del worden 60 neocotonial» (como lo llamara Halperin Donghi), presencis ta progresiva y parale- le conformacién de las clases sociales dominantes --segiin el caso, mas 0 menos homogéneas, y més 0 menos entroncadas con las aristocracias que haban heredado a las administraciones ibéticas— y de los respectivos Estados nacionales.” Mas arriba sefialabamos que el proceso de establecimiento de un espacio politico nacio- nal con presencia de una clase hegeménica y de un Estado consensualmente im- plantado, no fue completado por las oligarquias nacionales. De todos modos, esta limitacién no implicd, de manera alguna, que los estados no tomaran a su cargo ‘areas centrales tanto para el «surgimiento» como la «madurez» del nuevo orden. Fue el Estado y su aparato militar quien procedié a la conquista y distribucién de las tierras todavia en poder de indigenas némadas y seminémadas; también se redefinieron progresivamente en tomo a cierto tipo de intervencién (consumada fandamentalmente a través de los despojos de las tierras y las aguas de las comuni- dades agrarias indigenas) y tutela del Estado, los mecanismos de coaccién extraeconémica aplicados a campesinos y semi-asalariados rurales.° En un primer momento, el Estado también participé directamente en la construccién de la infra- estructura de comunicaciones y transportes.' Sin embargo, més que extendernos sobre los diferentes aspectos que hacen al interrogante de en qué medida la misma clase dominante se fue gestando a través del-Estado, nos interesa enfatizar una caracteristica, a nuestro juicio central, del Estado oligérquico: éste fue penetrado profundamente por miembros y representantes directos de las clases dominantes. Si bien se perfilaron estratos de «intelectuales orginicos», como los «cientificos» del ministro de Porfirio Diaz, Limantour, cuyos origenes de clase parecen haber sido bastante heterogéneos, lo cierto es que las instituciones de los Estados oligérquicos eran instituciones «capturadas» por las respectivas clases dominan- tes; para user una imagen de un trabajo del CEBRAP sobre la oligarquia nordestina que results aplicable, con mérgenes de variabilidad relativamente estrechos, en todos los casos, «se fusionaban y volvian indistintas las esferas propias del Esta- do y de la sociedad civiln. (1976; p. 40)? El Estado post-1930 no sdlo iba a transformarse parcialmente en «Agente Sustituto» de la burguesta (aunque a este respecto, las diferencias entre los cuatro fueron marcadas), cuya intervenci6n iba a modificar sensiblemente —se extendiese 0 no a la esfera de la produccién~ las modalidades de acumulacién. ‘Tambien iban a cambiar los modos de imbricacién entre las clases dominantes, sus organizaciones corporativas y sus representantes directos, por un lado, y los componentes del aparato estatal, por el otto. El Estado de Ia etapa primario-expor- tadora se habia caracterizado por el escaso peso que habfan tenido los partidos y facciones politicas tanto en la seleccién del personal que ocupaba «las alturas» del Estado, como en los procesos que hacian a la fijacién e implementacién de las, politicas estatales. El Estado de la primera etapa de ISI no iba a modificar sustancialmente esta caracteristica en relaciGn a su antecesor.* Lo que si apareci6 como un elemento novedoso en relacién a la etapa anterior fue un nuevo tipo de organizaciones piblicas, generalmente las més directamente vinculadasa las politi- cas de industrializacién, que se imbricaron con las clases dominantes de manera 6 diferente a la que lo habian hecho {as organizaciones surgidas dentro del Estado oligérquico. Las nuevas organizaciones piiblicas, en general, no reemplazaron a otras ‘mas antiguas, sino que se superpusieron @ aquellas ocupando, a su vez, nuevos «espacios» dentro del Estado, definidos por la asuncién, por parte de éste, de las tareas adicionales que resultaban de los cambios en las modalidades de acumula- cién Las caracteristicas centrales de estas nuevas organizaciones fueron las-si- guientes: 1) Los funcionarios y téenicos que ocuparon las posiciones directivas de estas organizaciones no provenfan, por lo general, de las filas de las clases domi- nantes 0 de sus asociaciones corporativas. Su posicién, ¢ incluso su poder relativo, tendieron a depender de la posesién de ciertos atributos no-adscriptivos, como su capacidad téenico-profesional y un cierto tipo de identificacién con tos nuevos roles que el Estado fue asumiendo después de 1930. A diferencia de algunos casos de tecndcratas de épocas mas recientes, estos fincionarios no tendieron a conside- rar alos partidos y a la politica partidista como obstéculos que imponian ineficiencias demasiado serias en el camino hacia la racionalidad absoluta sino que mas bien utilizaron a ciertos partidos-movimientos gobernantes como catalizadores que «pre- cipitaron» el acceso de los «técnicos» a las posiciones directivas.* 2) La expansidn de estas organizaciones estuvo asociads con Ia difusién de ideologias con componentes racionalistas, «anti-oligérquicos» y proclamadamente progresistas que, con mayores o menores grados de explicacién, postulaban al Es- tado como «eje» de un proceso de industrializacién. En la préctica, las tareas que cl Estado asumié no implicaron que éste se transformara en el principal agente de ja acumulacién, configurando alguna variedad de io que imprecisamente se deno- sina wcapitalismo de Estado» (Cfr. Oszlak; 1974), sino que se centraron en ta definicién ¢ implementacién de una transformacién «industrializantey de la socie- dad que, aungui trascendiendo los intereses corporetivos de las clases dominantes, © de una fraccién de ellas, les reservé/adjudieé un roi preponderante en los proce- sos de acumulaciOn. Las tareas que concretamente asumieron las organizaciones estatales incluyeron la fijacién de sueldos y salarios, la expansién y transforma- cién de la infraestructura, la expropiacién de parte del excedente generado por as exportaciones a fin de rebajar el costo de los alimentos de los asalariados urbanos y abaratar los bienes de capital combustibles y materias primas importadas y a intervencién directa en la produccién. En el caso de alimentos producidos interna- ‘mente, se impusieron, a menudo, precios maximos, siempre combatidos por las clases propietarias agrarias. Estas tareas, claro esté, no fueron objetivamente desa- rrolladas «en detrimento» de tos intereses de la burguesia industrial, sino todo lo contrario, fuera esto percibido 0 no por los miembros de esa fraccién burguesa 3) El carreglo organizacionaly mas efectivo para la realizacién de las tareas mencionadas en el punto anterior consisti6 en que los componentes del aparato de Estado asumicran una especie de «representacién autoadjudicada» de los intereses de las clases dominantes, o de algunas de sus fracciones, manteniendo al mismo tiempo, cierta «distancia» con respecto a la clase, De otro modo, una total identifi- 2 cacién entre Clase y Organizacién Pablica (o mas genéricamente entre Clase y Estado) liquidaba casi de antemano la posibilidad de que se gestaran y afianzaran los mecanismos necesarios para mantener un nivel de acumulaci6n

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