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ETICA SIN MORAL Impresién de cubierta’ Graficas Molina Reservados todos los derechos. Nila totalidad ni parte de este Ibro puede reproducirse o transmitirse por nin- iin procedimiento electrdnico o mecénico, incluyendo, rabacién magnética o cualquier almace- 1a de recuperacién, Tecnos, S.A. 1990 © EDITORIAL TECNOS, S. A., 1990 ‘Telémaco, 43 - 28027 Madrid ISBN; 84-309-1950-3 » Depésito Legal: M-46123-1.990 Printed in Spain, Impreso en Espafia por Azalso, Tracia, 17. Madrid INDICE JREALIDAD © FICCION? i I._DAR RAZON DE LO MORAL EN TIEMPOS DE «POSTFILOSOFLA» 1. UNA ETICA DE LA MODERNIDAD CI 2, LAS CLASIFICACIONES ETICAS ..........05 1, LA GUERRA ES EL PADRE DE TODAS LAS COSAS 2. TRES CLASIFICACIONES OMNIABARCANTES 3. Bricas DE MOVILES Y DE FINES 4, EL FORMALISMO EN LA ETICA ¥ LA ETICA MATERIAL DE LOS VALORES ... 5. UNA ETICA FORMAL DE Bi 52. Le protomoral. «Amorasmos es tn sonsep- to vaclo 5.3. Reolitas et bonum non convertuntur 5.4. Delos limites extremos de una logica 6. PROCEDIMENTALISMO Y SUSTANCIALISMOENLA ETICA 7. TELEOLOGISMO VERSUS DEONTOLOGISMO ...... 2 3. PANORAMA CONTEMPORANEO DE LA FUNDA- MENTACION DE LA MORAL ... 4. MODERNIDAD CRITICA VERSUS NEOCONSER- YVADURISMO . 1, PERFIL DEL NEOCONSERVADURISWO «0. ssss. L jlogia del conservadurismo 2. El ideario neoconservador . 1.3. Retorno del comunitarismo: religién moral universal : . 98 2. LAS CLASIFICACIONES ETICAS, LA GUERRA.ES EL PADRE DE TODAS.LAS COSAS La historia de ta filosofta moral; como la de lasires- tantes:ramas del saber humano, es testigo de constan- tes polémicas entre propuestas enfrentadas, que pare- cen irreconciliables. Eticas normativas y descriptivas, de méviles y-de fines; materiales y formales, deonto ldgicas y teleolégicas,: procedimentales y sustancialis” tas, de a convicciém'y la responsabilidad, van confi- gurando un amplio espectro de afiejas y de actuales dis- putas.. Nacidas al adoptar diversos meétodos y al arti- cular de distinto modo las caregorfas que permiten con- cebir et fendmeno dela moralidad, lanzan las citaias Gticas distintas propuestas, que'se han visto obligadas, sin remedio, a entrar en disputa. Bien parece, sin embargo, que al ser la guerra el pa: dre.de todas las cosas, acaba por serlo también de Ia paz; porque Jos -antiguos:contendientes.acaban. por amistarse, al ver en:sus rivales Jo que @ ellos mismos les falta. El pecado de unilateralidad, que siempre co- mete:quien-adopta una perspectiva, empieza a perci- birse como tal-en-contacto con ta:unilateralidad con- traria,:de modo que los adversarios con el tiempo ter- minan por buscar un tercero, que los supere, conser- vandolos. Que sea, por-decirlo- con Hegel, la: verdad de ambos. Y, ciertamente, en nuestro tiempo se impone con es- pecial fuerza la busqueda de ese-tercero pacificador, que no consiste en la suma imposible de los dos ante- riores, sino.en conservar lo mejor de ellos, superéndo- Joven una configuracién nueva. De igual modo que hoy. a - la realidad nos ha llevado a una economia mixta, allen- de el libérrimo mercado y la planificacién, a una polt- tica mixta, superadora de liberalismos asilvestrados y de socialismos dogmaticos, a una cultura mixta, que entronice al individuo sin olvidar las redes sociales, in- tentamos'los éticos aunar os esfuerzos de las clasifi- caciones éticas, que han ido desgranandose a lo largo della historia. “Pero, sin duda, para comprendér mejor al «terce- ro» es menester conocer los rasgos de los «lados» an- teriorcs, y por eso dédicaremos este capitulo @ consi- derar algunas de las-ms relevantes clasificaciones éti- cas, que se han ido configurando en el curso de la his- toria. Algunas de ellas se encuentran tan estrechamen- te ligadas al momento de-su nacimiento, que resulta forzado utilizarlas para enjuiciar momentos anteriores; por eso procederé en la exposicién de modo cronolé- gico, en la medida de lo posible, y, por otra parte, da- do que la exhaustividad es inaccesible, me referiré a las clasificaciones que considera mas relevantes. ‘A qué nivel reflexivo y lingiiistico de la filosofia préc- tica corresponde estudiar tales clasificaciones —si a la moral, ala ética 9 ala metaética— es cuestion que s6- Io puede decidirse sabiendo qué taréas asignamios a cada una de estas disciplinas, lo cual no deja de presentar sus‘dificultades. Porque, si bien'la metaética nacié de 1as'campafias de'la filosofia del andlisis del lengtiaje moral'en pro de un‘lenguaje:mds limpio frente a pre- * Complemientarios en este punto serfan los trabajés de H. Ale bert, «Ethik und Metaethilo, en Archiv fiir Philosophie, Bd. 11 (1961), H. 1/2, pp. 2863 (trad. cast, Teorema, Valencia, 1978), y x. Kutschera, Grundlagen der Ethik, W. de Gruyter, Bi (Grad. cast. Catedra, Madrid, 1989). Kuischera utiliza di sificacidnes éticas como hilo conductor, para exponer al cabo su pro- puesta de ética intucionista (cognitvista yno naturalist), cuyos enua- id0s descansdn en experiencias de valor. Tendré muy en cuenta ro de Kutschera para el presente apartado. Por otra parte, de ‘dela intencidn y la responsabilidad me he acupado ya en Razin comunicativa y responsabilidad solidaria, pp. 187 ss. 43 suntos oscurantismos anteriores, es menester recono™ cer que no resulté muy afortunada en su empresa: a confusiones en el punto que nos ocupa es dificil ganar a los analistas del lenguaje. Yo, por mi parte, propondria asignar a las diversas, moraies la tarea de prescribir la conducta en la vida cotidiana, mediante enunciados valorativos o prescrip- tivos con contenido, que prescribieran /o que hay que hacer, mientras que haria dela ética —de la filosofia moral— una reflexién sobre las formas de las preserip- ciones y valoraciones morales, que intenta fundamen- ignaria ala metaética la misién de yufonoma, si es jendla, ¥ is tintar gufiedociones Gleas™ Asi las cosas, las mora- ies tendrfan un contenido moral directamente prescrip- tivo, la ética seria mediatamente normativa, en la me- dida en que toda fundamentacién supone de modo in- directo una orientaci6n para la accién, y la metaética mantendria una neutralidad mayor que la moral y la ética, pero nunca una-neutralidad total, imposible en, el campo de Jos saberes practicos. i corresponderia a con danalisis del Tenguaje moraly,.y que las.clasifica- clones a que voy a referirme én ocasiones proceden de. analistas. del lenguaje y.en otras en.modo alguno.:Al menos en el sentido que el andlisis del lenguaje moral ha revestido desde Moore y, sobre todo, desde el se- gundo Wittgenstein. 2A. Cortina, Etica minima, pp. 30-32, 80-83. Ver también ap. 1 del presente trabajo. 3 Ver J. Muguetza, «Presentacién» a M. Warnock, Etica contem- porénea, Labor, Barcelona, 1968, pp. el anélisis det lenguaje moral, Tecnos, te pp. 13-45. 44 i ego ale 2, TRES CLASIFICACIONES OMNIABARCANTES, Es usual empezar la consideracién de las clasifica- ciones éticas por seis grandes géneros, que parecen ocu- par en sus respectivas disyunciones todo el espacio éti- co. Me refiero a las éti turalistas yno naturalistas, cogni nitivistas. Sin embargo, yo me ahorraré la primera cla- mente normativa y, por tanto, no hay mativa. Las descripciones asépticas de lo moral serén as, pero no de la filosofia moral. En cuanto a las dos clasificaciones restantes, fe pertinentes, pero, dada su am- my apuntar a lo largo de la exposicién posterior qué éticas se adheririan a un bando u otro. Por lo que hace a las éticas naturalistas, entienden, Jo moral como reductible a otros fenémenas, mientras que las éticas no-naturalistas tienen lo mor: nos *, Sin embargo, el par cognitivismo/no cognitiv mo presenta mayores dificultades, Para algunos autores el criterio de siste en este caso en.considerar los enunciados morales como susceptibles o-no de verdad 0 falsedad’. Los cognitivistas entenderian que en el mundo moral cabe conocimiento, porque los enunciados morales pued ser verdaderos 0 falso: tras que los no cogi nla posicidn contraria. Sin embar- £0, hoy tal criterio resulta inservible, al menos desde el momento en que las éticas «kantianas» levantan el Ry. Rutschera, op. cit, pp. 59-64; H. Albert, op. cit., Albert propone los géneros, atin més-abarcantes, «platénicos y reduecio- nistas». El naturalismo seria una forma de reduccionismo. 3 Rv, Kutschera, op. cit., pp. 58-59. 45 estandarte del cognitivismo y no por eso dicen de los enunciados morales que sean verdaderos 0 falsos. Reclamandose de Kant, para quien la raz6n tiene un uso tedrico, en el que es posible el conocimiento, en el que és posible hablar de lo verdadero y lo falso, pe ro Sobre todo un uso prictico, en el que no cabe cono- cer, pero si saber, mantienen estas éticas el cardcter itivoy del ambit ico, entendiendo por «cog- nifivismo» posibilidad de argumentacign racional acer- ca de la correccién de las normas practicas. Kant no identiticaba aber Facionaly coat “aber susceptible de verdad’s falsedad», sino que asignaba al «saber prac ticoy —de cuya verdad 0 falsedad no tendria sentido hablar— el maximo de racionalidad: en él se expresa la razén de modo auténomo, y-no sélo de modo es- pontdneo, como ocurre en el Ambita tedrico. El obje- to de Ja ética son las:normas, de Jas Que no puede de- rrectas 0 incorrectas. Y acerca de su correccién o in- correccién cabe argumentar racionalmente: si hay un discuurso tedrico, hay también un discurso prdectico, que mite distinguir entre las normas validas y las uni~ camente vigentes*. El cognitivismo no es, pues, ya cuestién dé verdad o falsedad, sino de argumentacién: racional acerca de la ‘correccién y la-validez: Y, una vez precisadas estas «ommiabarcantes) chasi- ficaciones; pasamos a ocupartios de otras menos am- plias, aunque no menos relevantes. <=" 5 3. ETICAS DE MOVILES Y DE FINES Tanto las llamadas «éticas de méviles» como las «éti- cas de fines» coinciden en considerar la naturaleza hu- ‘mana como pauta de la conducta. La diferencia entre “6 La defense del cognitivismo es una'constanté en la étca diseur siva, constante de la que me he hecho evo en mis trabajos sobre el por ejemplo, en Critica y Utopia, pp. 152 ss. 46 jooetartahymnenmnsinnna panne ens ellas estriba en que acceden a tal naturaleza por dife- rentes métodos y la entienden, por tanto, de modo di- verso’, Las éticas de méviles investigan empiricamente las causag de las acciOnes; pretenden descubrir cudles son Jos mdviles que determinan facticamente la conducta humana. El bien o fin moral consiste para ellas en sa- tisfacer esias aspiraciones facticas, que una investiga cidn psicolégica puede descubrir. Este tipo de éticas suele surgir del afin de recurrir como fundamento de Jomoral a hechos constatables, huyendo de las justfi- caciones metafisicas o trascendentales. Se trata de do- tar ala moral de bases desentrafiables por las ciencias Y que nos permiten inciuso introducir procedimientos de cuantificacion en el terreno de la ética. La pauta de la conducta es la naturaleza humana, per6 entendien- do por «naturaleza humana» ef comportamiento hu- sivano_empiricamente accesible- = mire las éticas de méviles cabrfa considerar como paradigmaticas al epicurefsmo, parte de la sofistica, y_ las distintas versiones mo, muy especialmen- t¢ Ta versién utilitarista; Los[problemasjque este tipo “Ge Gticas plantea sc resumen Tundamentalmente en la dificultad que para una fundamentacién de lo moral” en principio, deénticos o valorativos— si dependen de. méviles subjetivos?, zy_cémo el subictivismo de los mé- ‘Viles puede ser suficiente para_prescripciones univer- sales, alas que hoy_ya no podemos:renunciar? 7 Priicticamente coisicidente con la distincién entré éticas de mé- viles ¥ de fines es la que suele establecerse entre éticas de bienes y de fines. Las primeras consideran que el bien moral consiste en la realizacién de un fin subjetivo, es decir, en la obtencién de ua bien deseada. Los bienes sensibles pueden considerarse en su conjunto © como resultado de la seleccién practicada desde algin crtetio. Para 5 éticas de fines, por su parte, el bien moral reside er cumpli imiento de un objetivo independiente del deseo del sujeto; que pue- de consistir en la perfeccién del individuo-o de ta’ sociedad. 47 > Por otra parte, todo intento de recurrir a hechos ern 0s como base para una fundamentacién de lo mo- ral se encuentra con el problema de la falacia natura lista, en el doble sentido: en-cuanto supone la deriva- cidn de-un «es» a partir de un «debe», yen la medida ‘en querreduce los términos morales a términos natura- Tes: Las éticas de fines, por su parte, superarian tales di- ficultades,consciente o inconscientemente, tratando de investigar, no. tanto qué mueve de hecho a los hom- bres a.obrar, sino sobre todo en qué consisten el per- feccionamiento y la plenitud humanas. El-acceso a la naturaleza humana no es, pues, empifico, sino que se intent egar a a esencis del hombre. La d2enca. cel hombre nos muestra qué debe hacer el hombre para comportarse plenamente como Hoinbre, sin caer Tacia naturalista, porque la naturaleza a que accede= ‘mos es ya normativa: implica el fin al que esencialmente tiene. ~ SIS are “"De ahi que ef fin 0 bien propuesto por-este tipo de éticas no sera un fin 0-bien subjetivo, sino objetivo, independiente del deseo factico de cada sujeto, porque a ética no se basa aqui én la psicologia, sino en'la na- turaleza humana metafisicamente considerada. Y, pues- to que éste seria el campo de-estudio-de una antropo- logia filoséfica, podemos decir que en la ética de fines la ética constituye la vertiente axiolégica de la antro- Aristételes er lo-que al mundo antigo se refiere, ya ntes que han restaurado este ti- po de éticas, tanto en la Edad Media como en la Con- tempordnea. Sus grandes ventajas consisten en poder pretender objetividad para el concepto de bien y fin que proponen; bien’y fin ligado al querer de'los sujetos, en cuanto supone el perfeccionamiento al que su esen- cia tiende, y en eludir la Falacia naturalista porque él «esp del que se deriva un «debe» .no es empirico, sino ya normativo. Como apunta certeramente MacIntyre, 48 al sefialar uh télos al-que el hombre tiends, sn tanto. muy bien, —MacIntyre se refiere ala aristotélica— establecer una conexién ra- ional entre las normas morales y [a naturale? del” idicacién en el idlos delo que el hombre debe ser permite entender las normas como un puente tendido entre lo que el hom- bre es y lo que debe set 1a teleologia objtiva consti tye el fundamento racioy normas morales. & precisamente la desaparicion. eee laidea de tos a par tirde la modernidad la que privé 4 las formas mora- Jes de su base racional: de fa naturaleza humana,-em- piricamente entendida, era menester extraer la fuerza prescriptiva para domefiar normativamente a esa mi ma naturaleza. Aqui radica en muy buena medida‘el fracaso’de-la Ilustracién’. Sin embargo, como el mismo-autor sugi ran estas éticas cadas por una biologta €q, porque, sin limitarse a Tos hechos émpiricos, y pro- cediendo intentio recta, habran de determinar qué es el hombre realmente, cudi es su fin, en qué consiste su bien. Y-la verdad es que no son tiempos los nuestros para tales Osa fodestamente, la antropologia-filoséfica, cuando todavia se atreve a anunciar su existencia, se contenta con:fragmentatios hallazgos fenomenolégicos” o con elaboraciones trascendentales, de las que mds adelan- te hablaremos. Pero revelar la verdadera esencia del hombre,'cl'fin verdadero, el bien auténtico;-es'dema- siada osadia y, por si poco faltara, nadie asegura que otras antropologias filoséficas vayan a estar de acuer- do. Aparte de que, en_el momento en que destaque-, ‘Cy CREE momento on due destaque- A. Mac (trad. cast. , After Virtue, Duckworth, Lond . Barcelona, |, El enigma del animal fantéstico, cap. tin, El sentido deta filasofia del hombre, Amhropos, A. Pintor Ramos, «Metafisiea, historia y antropol Imiento, n.* 161 (1985), pp: 3-36. Ver Sn como «propi fap cone mea hombres. A pesar del em= pefio de AristSteles por negar gradacion a las caracte- risticas esenciales, la ética de fines caer en una moral de las excelencias incluso esenciales. En este sentido, y a pesar de su radical repudio de la te- Ieologfa, que impide considerar la ética nietzscheana co- mo una ética de fines, si que destaca Nietzsche una cuali- dad humana —Ia capacidad creadora, cuyo cultivo pue- de llevar incluso al superhombre—. La ética aristotélica y la nietzscheana coincidirian en exte sentido ®. fétir, pues, que, siTas Alicas de méviles im. plican los riesgos del subj nos enfrentan a un obj tender el puente entre el querer subjetivo y la normati- vidad objetiva (ya que se trata del querer de todo hom. bre), pero incapaz de escrutar en lo que el hoibre real- mente es y én lo. que realmente quiere.-Todo escr nio serd més bien una interpretacién, que entrard en liza con otras interpretaciones, sin que exista posibili- dad de decidir racionalmente cual es la correcta. ‘De ahi que nos propongamos conservar el afén de las éticas de méviles par atender en la accién-moral a Jos méviles de los sujetos, pero concediendo a. las éti- cas de fines que.un_1élos objetivo ha-de ser capaz de poner err movimiento el querer d todo empleado para ello no’ sera éticas de méviles, ni el empirico-racional de las de-fi- nes, sino la reflexién trascendental, 4, EL FORMALISMO EN LA ETICA Y LA ETICA MATERIAL DE LOS VALORES. ‘Como ¢s sabido, la distincién entre éticas materia- les y formales nace en la Hustracién de la mano de Kant © 1°, Rawls, A Theory of Justice, Oxford, 1972 (trad. cast.FCE, Madrid, 1978, p. 44). Citaré por la version espafiola 50 ria de la ética, que sin duda podriamos calificar de «inversién copernica- nap’en la esfera moral, De una ética «realista» pasa- mis a una ética «idealistay; de una ética heterénoma, a una auténoma, porque ya no entendemos por «mo- sin a'leyes y fines que la naturaleza ros impone; sino que nos sabemos capaces de obede- cer a nuestras-propias leyes: a las leyes que nos damos para regular nuestra libertad interna y externa. Forma- lismio, idealismo y autonamia nacen de la mano en. historia de ta ética. Propio del formalismoKantiano es acusar a las été ‘eriores de heteronorala, por buscar en un obje- ‘voluntad el principio por el que la vo- luntad se determina a obrar, cuando la voluntad hiu- mana es capaz de querer sus propias leyes y en querer- Jas consiste la buena volunitad, el bien moral. Pero tam- bién las éticas heterénomas son tachadas de materiales por buscar en un contenido, en un bien ontalégico, teo- I6zico, psicoldgico o sociolégico, el bien que la volun- tad ha de perseguir para ser moralmente buena, Las éticas de bienes y fines, alas que anteriormente hemos disuieiven lo moral en ontologia, teologia 0 sociologia, porque son estas que-descubren en qué‘consiste el bien humano. Una éti- ca format'sabe, por el contrario; que la ética no se su- bordina a otras disciplinas, que no'es un capitulo de Ja teologia natural (el bien moral no consiste en. cum- plir un fin impuesto-por Dios), de la ontologia (es i posible acceder a lo que'el hombre realmente-es), de la psicologia (de un bien psicolégicamente pretendido no se sigue que deba ser perseguido ni que constituya etbien moral), de la sociologia (porque no es lo moral una internalizacién de reglas sociales ni un mero me- canismo para resolver conflictos sociales) 0 de la bio- Jogfa (no sdlo porque ello supondria incurrir en fala- I Ver nota’? de este mismo capitulo, 51 cia naturalista, sino porque la biologia no sefiala bien alguno que no esté ya moralmente interpretado). La voluntad, tema central de la ética, es buena cuando se quiere a si misma, cuando quiere las leyes que ella mis- ma ha querido crear. En un mundo de seres empiricamente desiguales, es- tamos capacitados para asumir la perspectiva de la igualdad; en un mundo de individuos requeridos por preferencias subjetivas, estamos capacitados para asu- mir la perspectiva de la universalidad. Es. cuestion de perspectiva, no de crear un mundo distinto, pero es ‘nuestra perspectiva, la que reviste la forma de nuestra voluntad: Podran convertirse, pues, en leyes morales aquellas maximas que revisten la forma de la voluntad y, Silas obedecemos, seremos capaces de crear un mun- do moral, juridico, politico y religioso netamente hu- mano, Sera nuestro mundo, que presentaré resisten- cla a lo dado. Ciertamente el formalismo kantiano, paradigmati- co.en su especie, reviste la forma universal y.deontolé- gica de la voluntad pura que, por ser razén practica, presta a lo moral el sello de la racionalidad. ¥ es este racionalismo, déontologismo, universalismo y forma- lismo el que caracterize hoy de nuevo a las éticas pro- cedimentales, aunque limando asperezas que pronto pespicaces criticos avistaron en el formalismo kantia- no. Hegel parecié dar la voz de alarma, pero; puesto que de las criticas de Hegel y de los neohegelianos nos ‘ocuparemos.mis tarde, paso a considerar los reparos y propuestas de una ética ostensivamente material co- mo Ja de los valores, que nace en oposicién abierta al formalismo. Si el nico valor de una ética formal consistiera en hacer del mundo moral un mundo auténomo, no re- ductible a ningiin otro, mostrarfa la ética material de Jos valores que el formalismo es superfluo para alcan- zar tal meta, porque tanto el formalismo como la éti- ca material de los valores se insertarian de algin mo- do en lo que H. Albert denomina corrientes «platoni- 52 casn, porque creen que para interpretar fendmenos éti- camente relevantes es menester apclar a entidades no reductibles a otros mundos, mientras que los «reduc- cionistas» defienden la opinién contraria ®, La ética material de los valores iniciada por Scheler no cae en reduccionismo, porque, aunque considera bien arrumbadas as éticas materiales de bienes, tam- poco cree necesario optar por el formalismo para de- fender la especificidad del. mundo moral. El espiritu —dira Scheler— no se agota en el par razén-seti- sibilidad, sino que est abierto a ctos independien- tes del pensamiento puro racional y de las afecciones. «, ‘«pannaturalizan, eliminando la especificidad de to motal. Vid. Fy. Ketschera, op. cit., pp. 59-64. J, Conill, Bl enigma del animal fantistico;-cap. 4. 59 del «es» descriptible desde la aprehensién primordial se deriva el fundamento formal de todo deber. El adversario mas cualificado de esta ética formal de bienes es, pues, el antirrealismo, que puede degene- Tar en puro convencionalismo. Si acostumbramos 4 creer que las construcciones morales no precisan un punto de apoyo en la realidad, que simplemente las ad- mitimos 0 rechazamos por convencién, la-arbitrarie- dad ha entrado en el ambito moral, desautorizéndolo. Pero, si adoptamos como punto de partida de Ia ética el andlisis de lo dado en la’aprehensién, nos percata- mos de que el hombre se halla ligado a la tealidad por. un cordén umbilical, que no puede cortarse sin provo- carle la muerte. De ia realidad se nutre el hombre y con ella tiene que compulsar las construcciones que la ra- z6n moral esboza, si es que quiere alcanzar la plenitud de su forma. Que es la tarea de la moral: mantenernos altos de moral, ponernos en forma™. En efecto, el andlisis de lo dado en la aprehensién nos permitiré eludir el dualismo en que incurren cuan- tos aceptan el principio empirista, nacido de la convic- cidn de que el juicio es la funcién primaria del entén- dimiento y de que existe un abismo entre los juicios ana- liticos a priori y los sintéticos @ posteriori. También los idealistas de corte kantiano aceptaran tal principio, co- mo muestra su afan por tender un puénte entre ambos tipos de juicios*. Por el contrario, la noologia 2ubi- 34 Bi si tarea de moral pensada y de moral vivida ha puesto J. L. Aranguren buen cuidado en destacar la identifieacion entre «ces- moralizacién» y estar bajo de moral» y entre vida moral» y «es tar en forma, «tener la moral alta». Vid., por ejemplo, Etica, Re- vista de Occidente, Madrid, 1958; «La situacién de los valores éti- cos en generab», en varios autores, Los valores éticas en la nueva sociedad democrdtica, Fundacién F. Ebert e Instituto Fe y Seculati- dad, 1985, pp. 13-20; Moral de a vida cotidiana, personal y religio: sa, Tecnos, Madrid, 1987; Etica de ia felicidad y otros lenguajes, Tecnos, Madrid, 1988. 25 No es el momento de defender al Kant ético de estas acusacio- nes; aludiendo a los elementos conectores entre sensibilidad y razén, 60 + riana rechaza la primariedad del juicio, como también el dualismo sentir/inteligir, porque la descripcién noo- Jogica del hecho mds simple de aprehensién humana nos muestra que hay sélo un acto sentiente e intelecti- yo. En lo que a nuestro tema moral afecta, en la apre- hension de realidad «se nos actudliza el bien primor- dial, lo que lleva al logos humano a estimar las cosas, a preferirlas y a valorarlas como buenas 0 malas» **. ‘A partir de ello fa razén elaborard la-moral normati va, de modo que entre este bien primordial y los bie- nes y deberes concretos no existe ruptura alguna, El dualismo de todo género, incluso el agatholdgico de la ética material de los valores, quedar superado. Sin embargo, a mi modo de ver, tanto en el nivel pro- tomoral como en el de la moral normativa, hacen nues- tros autores afirmaciones de dos érdenes, que es me- nester distinguir. Por una:parte, se nos dice que en la imptesién de realidad cosas y realidades humanas se nos actualizan ya de un modo diferente: mientras que las cosas se nos actualizan como de suyo» reales, 1a realidad humana se nos actualiza como un «de suyo que ademas es «suyo», es decir, como persona. Cual- quier juicio de valor y cualquier esbozo racional que olvide esta inicial distincién atentardn contra la reali- dad y contra un tercer dato que la aprehensidn primor- dial arroja: la religacién del hombre a la realidad. El hombre est necesariamente ligado la realidad y slo contando con ella puede alcanzar su plenitud; por eso puede decirse que se encuentra obligado a la realidad. Y-aqui es donde empiezan a hacerse dos tipos de afir- maciones, que me parece necesario distinguir: unas se Zomo pueden ser el sentimiento de Jo sublime, el sentimiento moral © las iprenocionés estéticas de la receptividad del énimo para los conceptos del deber en general», de que nos habla La Metafisiea de las Costumbres. Vid. S4dS, p. 399. No es momento de entrar en la defensa porque el ataque de D. Gracia se refiere a que quien intenta tender puentes es porque reconoce los margenes. Vid. Fundamen- 10s de bioética, p. 368. 26 D. Gracia, Fundamentos de bioética, p. 368% 61 refioren a la estructura constitutivamente moral del hombre; otras, ala bondad de la realidad ala que esta obligado. En principio, la peculiaridad de ese «suyo» que es el hombre consiste en que, a diferencia del animal, cap- ta su medio como realidad, con Ia que esta ligado, desde una inteligencia sentiente que, a la vez, es posidente. El hombre es el ser.que, por su hiperformalizacién, ne- cesita hacerse.cargo dela situacién, habérselas com-las cosas y consigo mismo como realidad, y {odo ello. es posible por su inteligencia. ¥ en esta necesidad de «ha- cerse cargo» y de «habérselas com» se esboza una es- tructura-constitutivamente moral, que ir perfiléndo- se con la necesidad, gracias al cardcter posidente de su. inteligencia, de tener propiedades por apropiacién. El hombre es el ser que, por naturaleza, se ve obli- gado a adquirir una segunda naturaleza, Y es. que ~=dird Zubiri— las propiedades se distinguen por el mo do de ser propias: unas fo son por naturaleza; otras, por apropiacién. Precisamente porque el hombre ha de tener necesariamente propiedades por apropiacién es una realidad constitutivamente moral: lo moral tie- ne en él un cardcter «fisicon”, en cl sentido de que lo moral, entendido comio bienes, valores y deberes, s6lo seré posible en una realidad constitutivamente moral. Ciertamente, resulta dificil negar Ia verdad de la des- cripcién realizada hasta.el momento, como.tambign ne- gar que mientras al-animal le esta dado el-ajustamien- to, et hombre tiene que hacerlo, tiene que justificar sus actos: este primer sentido de «justicia» es ineludible pa~ ra el hombre, Vamos, pues, pergefiando los rasgos de una estructura, a la que no cabe calificar de «mo- ral si por «morab» entendemos bienes, valores y nor- mas coneretas, pero que es incoativamente ‘moral —protomoral— en cl sentido de que constituye el mar- ¥ X. Zabiri, Sobre ef hombre, pp. 344 y 345, 28 Thid., pp." 345 ss.; J. L.. Aranguren, Etiea, pp. 73 y.74. 62 a co ineludible, que imposibilita a los hombres actuar amoralmente. La captacién de la realidad humana co: mo «suo», como persona, la obligacién con respecto jad, que abre una estructura debitoria, la ne- cesidad fisica de adquirir propiedades, como también de realizar el’ajustamiento al mundo justificando la eleccién, incluso la consideracién de la felicidad como a posibilidad siempre apropiada, frente a-la que no ca- be elecci6n, configuran una forma, una estructura irre- nunciable, que ningtin idealismo 0 convencionalismo puede ignorar. Y esta estructura, que Aranguren con- sidera moral, en el sentido expuesto, ira configurando tuna ética formal de bienes, como quiere D. Gracia; por que, sin aludir a ninguno contereto, muestra la necesi- dad humana de apropiarse de lo que, en tanto que bien, viene a plenificar la propia realidad. «Nuestra ética es una ética modestan, decia Haber- mas hace algin tiempo, refiriéndose —como es obvio— ala ética procedimental de normas. Y en verdad lo es, més de lo que debiera. Su modestia empieza por to- imar‘la via trascendental de reflexién sobre los presu- puestos pragmdticos del discurso prdctico, via que con~ duce a una pragmédtica —sea trascendental, sea univer- sal— 0a una antropologia del conocimiento; en el me- jor de los casos ®, pero no considera esta antropolo- gia accesible a la aprehensidn primordial; antropologia que muestra, con anterioridad al juicio ya los princi- pios morales, que el amoralismo es un concepto vacio, porque’el hombre se encuentra siempre «protomoral- mente» estructurado, Ami modo de ver, este andlisis, fenomenoldgico-es hoy complemento necesario para cualquier ética, también para la procedimental, Sin em- 3 A ella te refiere K. O. Apel en Transformation der Phifosop- sie, Subrkamp, Frankfurt, 1973, U, pp. 9 ss., 96 ss, (trad, cast. en Taurus, Madrid, 1985). Citaré por la versién espafiola a partir de ahora. Sobre la antropologia apeliana del conocimiento, ver J. Conill, El crepiisculo de la metafisica, Anthropos, Barcelona, pp. 297 3. E 63 bargo, creo que las dificultades empiezan a partir de ahora, porque el hecho de que el hombre sea una rea- lidad debitoria, que haya de justificar sus elecciones, no significa que exista un criterio para decidir qué-ti- po de deberes son morales (no me refiero a deberes con- cretos, sino al tipo de los mismos), desde dénde juz~ gar si la eleccién es de tipo moral. Las éticas formales, deontoldgicas ofrecen, con su mismo principio racio- nal, el criferio para decidir qué normas deben conside- rarse morales, y de hecha con ese mismo criterio, fun- dado en la razén, pretenden dar un tipo de «conteni: dos» formales universales, que no dependen del cam- bio histérico y justifican, por tanto, las pretensiones de universalidad de lo moral. La ética de bienes, por su parte, parece apoyarse en una presunta bondad de Ja realidad en un primer momento, en las preferencias subjetivas, en un segundo momento y, por tiltimo, en la experiencia moral, 5.3. REALITAS ET BONUM NON CONVERTUNTUR La protomoral pretende ofrecer como dato resultante del andlisis de la-impresién de realidad el cardcter tras- cendentalmente bueno de la misma. La inteligencia —se nos dice— no sélo es sentiente, sino’ también posiden- te, y actualiza las cosas como buenas.-«La bondad es un cardcter formal de la realidad: la condicién en que El logos —dird ta ética formal de bienes— sé distien- deen dos momentos: el de la simple aprehensién —que ene caso de la moral es la estimacién— y el de la afir- macién y el juicio —la valoracién, en el caso précti- co—. Estimacién y valoracién son las claves de una ca material de los valores, que no se ha percatado de que anterior a ellas es la aprehensidn de realidad, por a que la realidad se nos actualiza como-buena: la inte encia.camina, pues, desde la bondad primordial a la-dual de la estimacién, que se conserva en la valora- cién, en.que entra en juego la preferencia de un bien wotro. Pero «en la aprehensién primordial las cosas se me actualizan de modo compacto como buenas y be- Has»! No es facil entender el significado de estas palabras, que en un primer momento traen resonancias de aque- lla doctrina tradicional de los trascendentales, segun acual todo ser —la realidad en este caso— es inteligi- ble para el entendimiento y, por tanto, ontolégicamente verdadero, y apetecible para la voluntad, por tanto, on- tolégicamente bueno. Y como no creo que se intente en nuestro caso resucitar tal doctrina, que’en:buenos apuros sé vio para justificar que la voluntad. repudie ciertas.‘cosas. —y. mucho mds la realidad: de las mismas— advirtiendo.que lo repudiado era la ausen- cia de ser, la ausencia de un bien «debido», me atrevo a interpretar que se trata de restituir a la'realidad un lugar primario, en vez de considerarla kantianamente b como una categoria de modalidad, e igualmente al bien, que en’el esquema kantiano. depende del cumplimien- to del deber, dictado por la raz6n, Como la solucién no puede consistir en proponer bienes concretos, por- que el idealista preguntaria cémo hacerlos compatibles desde criterios de justicia, se intenta optar por un bien formal. Sélo que entonces carece de significado, por- que no vale la analogia entre el campo tebrico y el préc- quedan las cosas reales, por el mero hecho de ser rea: les, respecto del hombre». La realidad es buena —se nos dice— con respecto a la voluntad. ¥ esta cuestion es central en la propuesta que comentamos, porque la aceptacién de esta bondad primordial, anterior.al jui- cio y al razonamiento, pretende refutar al idealismo y al convencionalismo y superar la ética material de los valores, que parte de la estimaci6n ya dual de las co- sas como buenas 0 malas. ei i el te nse romani z aaa 65 tico:-entre la primacfa de la realidad y la de su bon- dad”, Que Ia inteligencia no sélo sea sentiente, sino tam bién posidente, puede muy bien significar que se ve obli- gada a apropiarse de cosas, a las que considerara bic nes. Las apetecerd sub ratione boni, pero no sub ra tione realitatis, Cosa distinta es reconocer que ia realidad es impres- cindible al hombre para su autorrealizacién, que ha-de hacerse cargo de ella y responder de ella, no s6lo para sobrevivir, sino para alcanzar una forma plena. Si hasta ahora los.fildsofos se: han dedicado a transformar el mundo.-—podriamos decir—, mas les vale hacerlo en sefiando a los hombres a hacerse cargo de la realidad y.a responder de-ella. Tal vez en-este sentido entendia I, Bllacuria el:pensamiento de Zubiri como transfor- mador®. Pero.esto no significa, a mi juicio, que-la realidad sea buena, sino que la libertad radical de los. ‘modernos ¢s un. suefia creador de monstruos, porque pretende prescribir a la realidad lo que debe ser sin con- tar con ella y, sin embargo, la realidad es irrenuncia- ble: y.fuente de posibilidades apropiables. Pero como tambiénes fuente de propiedades recha- zables, ¢ incluso indiferentes, parece que llevan raz6n las éticas materiales:de valores al asignar al momenta de estimacién y-valoracién la primacia en el Ambit agatholégico::«La estimacién-nos dird D. Gracia lo es siempre de un bien o-un:mal talitativo,-es decir, del. modo:como, una realidad ‘queda’? respecto de Ia realidad: humana, ya sea en-condicién de-favorecerla, ya de perjudicarla» ¥..¥ la estimacion quedara plas mada en juicios de-valor gracias a los actos de prefe- 22 Bs muy dificil, si no imposible, realizar un andlisis noolégicd dea voluntad,;como ha mostrado A. Pintor Ramos en «lnteleccio. nismo, sensismo y volicién», en Seminario de Zubiri, ain inéal * T. Bllacuria, «Aproximacién a la obra filoséfica de Xabier 7: en Zubiri (1898-1983), Vitoria, 1984, pp. 41 y 42. 4 °D. Gracia, Fundamentos de biaétlea,'p. 379. 66 pis bis isis rencia, que siempre son duales, porque se trata-de pre- ferir un bien u otro. ‘Yo me temo que este momento es primario en el Am- bito agatholdgico porque, si bien es verdad que la apre- hensién primordial 1o.es de la realidad y que la pre- gunta por la posibilidad o por la nada es posterior, en el terreno agatholégico lo inicial es la percepeién ya dual.—bueno/malo— segiin la realidad quede-respec- to de la realidad humana. Porque es éste del’bien. un Ambito que no puede afirmarse si no es relacionalmen- te:.en relacién’con su posibilidad de plenificar ala tea- lidad humana y, yo diria ain mds, al hombre concreto. Este momento «légico» de la protomoral, que para destacados representantes de Ia ética de los valores es aldgico, debe ser considerado en cualquier ética filo- sdfica que no desee limitarse a fijar el marco de la co- rreccién de normas, y es en-este sentido en el que al- gin partidario de la ética discursiva pretende introdu- cir también en ella la ineludible dimensién del prefe- rir. Sin embargo, mientras siga resultando imposible admitir la captacién-—sea ldgica sea aldgica— de un mundo de valores objetivamente jerarquizado, el pa- so.de las preferencias subjetivas a las normativas, del subjetivismo a la objetividad, quedard coriado. Por eso 1a ética-agatholdgica de que tratamos distinguiré entre posibilidades apropiables y.apropiandas; las segunidas son aquellas que deben ser apropiadas para conseguir la plenitud de forma —posibilidad ya siempreapropia- da-en que consiste la felicidad. Es la'razén quien de- ‘be discernir estas posibilidades apropiandas:mediante esbozos racionales..Y.con ello entramos en el dmbito propiamente. moral. 35 Me refiero con ello aR, Maliandi. J, De Zan propor, for su parte, complementar la étce discursiva cow una teorfa del estado ade- cuada a ella. : 5 oT 5.4: DE LOS LIMITES EXTREMOS DE UNA ETICA AGATHOLOGICA El apartadoviltimo de la Fundamentacién de la Me- tafisica de las Costumbres, anterior 1a. «Observacién finab», lleva por titulo «De los limites extremos de to- da filosofia préctican. En él intenta marcar Kant ese limite de la.razén-formal, que tampoco en el: campo prictico! puede traspasar pretendiendo. conocimiento, delimitando asf qué podemos concebir desde'la critica de'la razén y-qué rebasa sus posibilidades. Utilizando el titulo kantiano intenté en Razdn comunicativa y res- ponsabilidad solidaria trazar las fronteras:de la tacio- nalidad communicativa, pero, tal como habia sido dise- ada hasta el momento por sus descubridores, confian- do en que en realidad la racionalidad comunicativa pue~ de llegar mas lejos. Hoy me sirvo de'nuevo de un rétu- loyque =no. pretende en este caso sino: sefialar modestamente qué limites veo en la ética formal de bie- nes, tal como he creido entenderla. Naturalmente, den- tro de tales fronteras apuntaré no’sélo a las sombras, sino también a las luces que en ella creo percibir, con- fiando con ello en prolongar un didlogo ha tiempo ini- ciado entre éticas «antropolégicas» y éticas «légicas»,. entre realistas’e «idealistas»;-entre quienes tienen a la realidad por irrebasable y quienes tienen por irrebasa- bles tos postulados'de ta 'razén: Haciendo un apretado balance de lo que hasta el mo- mento como ‘saldo positivo cabe contabilizar, ‘sefiala- ria los siguientes elementos:'a la constitucidn del hom- bre pertenece estar ya siempre implantado en la reali- dad; religado a ella y a ella obligado, porque con la realidad tenemos que habémoslas, de ella hemos de ha- cernos cargo y nos resulta ineludible justificar la elec- cién de posibilidades de las que es fuente. No pode- mos ignorar de dénde brotan tales posibilidades e in- ventar un mundo presidido por un idealista «omio sb», porque cualquier construccién racional que, bajo-la bandera de un «como si» ficcionalista, ignore la dife- 68 sidibs iia ie reneia entre la realidad personal y las restantes cosas, o dicte normas atentatorias contra Ia felicidad enten- dida como autorrealizacién, como plenitud de forma, es «injustay con la realidad y, por tanto, fuente enga- fiosa para justificar nuestra eleccién de posibilidades No es que la realidad sea trascendentalmente buena =pienso—, es que es injusto con ella elegir contra su propia constitucién; por eso los esbozos racionales in- justos con ella terminan perdiendo ‘pie en la realidad ¥ generan'monstriios: 1 Qué nos ha ensefiado, pues, la protomoral, que no pueda ser traicionado por la raz6n sin incurrir en anti- rrealismo? Que la realidad personal és constitutivamen- te diferente de las restantes cosas; qie los hombres ten- demos irremisiblemente a la felicidad, y- que el tnico modo de alcanzarla es apropiarsé de posibilidades con- ducentes a ella, Esto es lo que, a mi:juicio, ofrece la protomoral como sistema de referencia para construir racionalmente una moral normativa. Que no e poco, pero sf inadecuado —creo yo— para fundamentar un imperativo categérico del tipo: «obra de tal manera quie te apropies las posibilidades mejores en orden al logro de tu felicidad y perfeccién» *, En el-orden del deber —y mas'del categérico— s6lo un imperativo'me pare- ‘ce desde el sistema de referencia fundamentable: wobra dé'tal manera’que no trates a las personas de igual mho- do-que'a'las cosas, porque son constitutivamente dis- tintos», De reflexionar sobre ambos mandatos quisie- Ta ocuparme a continuacién. En lo que al primero respecta, pienso que una’ética, ‘qué pretende justificar la existencia de imperativos ca- tegoricos, cincluso de deberes sensu sificto, recurriendo alla felicidad, ha errado el camino. La felicidad puede justificar reglas de prudencia 0 consejos, pero no man- datos:categéricos, ni siquiera propiamente deberes. Cierto que en’ esto no me aparto un punto de Kant, pero 3D. Gracia, Fundamentas de bioética, p. 489. 0 no por obediencia a la autoridad, sino porque creo que tiene razén. En principio, a nadie puede ordenarse ser Feliz, sies ya para él una meta ineludible —de la que no dudo—, ano ser que veamos en el sistema de referencia un gran marco coactivo, fundamentador de una antroponomia minima; lo cual carece de sentido si la descripcion del marco es en definitiva la de un factum, ante el que no cabe elegir. Cierto que los principios morales acaban imponiéndose para Kant como facta, pero-porque le resulta imposible aplicarles-1a deduccién trascendental en el mismo sentido-que a las categorias del entendi- miento, no porque fuera imposible al sujeto elegir entre obedecerios 0 infringirlos. Y si aceptamos que el marco no es objeto de man- dato, ya que'sobre él no cabe deliberar, tenemos que decir todavia que la prescripcién de las reglas para sa- tisfacerlo mds se expresa en-el lenguaje.del. conejo. y de larregla de prudencia, extraida de la experiencia per- sonal.o grupal, que en el del deber y, por supuesto, que enrel de un deber categérico. El «mandato» que orde- na seguir determinados medios para alcanzar la felici- dad es analitico por la forma, porque del concepto mis- ‘mo de voluntad.de un ser racional se extrae que el que quiere un fin quiere los medios que.a:él:conducen, y es sintético:@ posteriori por.el.contenido, porque sla Ja experiencia puede determinarlo,*. Y-siento.recurrir de nuevo a la distincion vempiristay. de.juicios, pero no me parece que la «bondad» de la realidad la haya superado en el terreno moral. + Por eso creo que el mandato que ordenara actuar con vistas a la felicidad no brotarfa de la razén practica —en WF A-Coitina, «Estudio preliminary @ 1. Kant, La ietafsica de las, Costurnbres, pp. XV-XXX1. 3 38-f, Kant, Grundlegung zur Metaphysik der Sitfen, IV, p. 417 ‘De ello'me he ocupado en «Dignidad y no precio: mas alld del eco- nomicismo», en E. Guisén (comp), Esplendor y miseria de la ética ‘kantiana, Anthropos, Batcelona, 1988, pp. 140-166, especialmente pp. 148 ss, : , 10 jerga kantiana—, sino del intetecto préctico’aristotéli- co, mas consejero, prudencial y comunicador de expe- riencias que prescriptivo. La forma Igica de tal man- dato seria entonces la del consejo y la regla de pruden- cia; y la formulacién podria decir: «Ya que irremedia- blemente vas a intentar ser feliz, mds te vale elegir de entre tus posibilidades aquellas que la experiencia ha- ya mostrado como-més.adecuadas para serlo2» Por- que para dar a Jos medios conducentes a la felicidad uuna fuerza normativa seria menester recurrir cuasideon- tologisticamente a una «funcién mas propia del hom- bre», que resulte plenificante por si misma, dada su ex- celencia. Es esto lo que propone la ética formal de bie nes? gSe atreve'a proponer posibilidades como univer- salmente apropiandas para aleanzar la plenitud de for- ma,'la autorrealizacién? Si asi fuera, daria razén de Ja pretensién de universalidad del fenémeno moral, co mo apuntamos al comienzo, y no sélo-de que el amo- ralismo es un concepto vacio, Sin embargo, creo que lo tinico que nuestta ética pue: de proponer-universalmente es tratar a las realidades personales de-modo diferente de cémo tratamos a las restantes cosas, que es el segundo mandato al que an- teriormente he aludido: Si'esa diversidad de trato de- be entenderse en términos-de medios y fines, de modo que se plasme en:la formulacién kanitiana'del Fin en -Simismo, o en términos de trato imparcial-a'las reali- dades personales; es cuestién de esbozos-racionales que, ciertamente; no:contradicen al sistema de referencia; incluso son-conformes a él, pero no resultan discrimi. nados:por tal sistema. Ni el formalismo kantianio,- Hi el principio de imparcialidad, ni 1a invitacién’al amor vienen avalados por la protomoral. Mis bien son es- bozos que no la contradicen; pero tampoco pueden ve- nir discriminados por ella, porque cualquier-esbozo que Tespetara. un trato-diverso de realidades: personales y cosas seria. conforme.al sistema de referencia. ¥-no remedia el-problema el récurso a la experien- cia como medio de probacién: fisica para verificar es: U bozos racfonales. En primer lugar, porque la analogia entre la racionalidad de lo practico y de lo teérico, que defendemos quienes mantenemos que en ambos cam- pos cabe argumentar con sentido, no aleanza hasta po- far en ambos casos el mismo-tipo de comproba- cién. La fundamentacién. racional de que lo aprehen- dido sea verde no puede equipararse a la fundamenta- cidn de que el hombre posea un-valor absoluto y, por tanto, deba ser tratado como fin, no s6lo como simple ‘en ambos casos se recurre ala experiencia, convendria marcar las diferencias y aclarar cémo puede la expe- riencia verificar esbozos prdcticos, porque no basta con que se-conformen a un sistema de referencia tan mini- mo que en realidad tendrfa por correcto:casi todo. YY lo mismo podria decirse de la experiencia que no s6lo comprueba las reglas del trato conferido a las rea- lidades personales, sino que prueba fisicamente esbo= zos:tacionales de felicidad. {Qué elementos componen a tal experiencia? ;Son universalizables sus resultados? Ciertamente, los ideales de felicidad pertenecen a la dimension de lo moral que cuenta necesariamente con el pluralismo, porque son diferentes los hombres y las generaciones y bosquejan,en consecuencia, distintos ideales de vida buena. Una:caracterizacién formal co- imin a ellos podria darse —peronada més-~;coriside- rando la felicidad como la tealizacién de un proyecto en el.que se cree y del que puede esperarse que se sé= guird cumpliendo; un proyecto que habré decontar con el daimon de cada hombre, entendido como cardcter personal y también como fortuna'o providencia, ‘que favorece el triunfo’ o-el fracaso e introduce el novum — en el plan proyectado. Proyectar es cosa de la volun- tad, pero la felicidad ha de corresponder al deseo y a voluntad y es por eso no sélo conquista, sino tam- ién don. Es, pues, posible aprender técnicas que acre- cienten. el placer, despertar la capacidad de disfrute, elaborar proyectos, aconsejar, pero siempre contando R ‘con que la felicidad es al cabo cosa del daimon perso- nal, cosa del don. Por eso la ética puede invitar, proponer, aconsejar, pero nada més. La ética de que hablamos no propone, en consecuen- cia, modelos universalizables de felicidad ni posibiti- dades apropiadas de autorrealizacién: es slo una ea formal. Y en este sentido le cabe el mérito de recor- dar la estructura irremisiblemente moral del hombre, su religacién y-obligacién a la realidad, su irrenuicia- ble necesidad de justificarse —es decir, de’adoptar una uotra forma de vida—, su peculiaridad como realidad personal. A'mi modo de ver, deberian las éticas proce- dimentales incorporar esta dimiensién antropolégica de la que carecen y que inyectaria en sus venas —un tan- to secas— una buena dosis de savia vital. Pero de fo que no puede culparseles —creo yo— es de seguir cre- yéndose mds ¢apaces a nivel de fundamentaci6n. Las éticas procedimentales —y concretamente la dis- cursiva— que intentan hoy reformular dialégicamente el formalismo deontolégico kantiano, se sittian préc- ticamente desde el comienzo en e! nivel racional. Ha cer pie en Ia «realidad» es para ellas-atender a los ac- tos de habla y a sus presupuestos pragmaticos que, en Jo quea la vertiente practica se refiere, expresan la «rea~ lidad» social de un mundo intersubjetivo generador de ferio para discernir cudles sean correctas, porque re- velard los procedimientos que las legitiman, y a la vez ‘fundamento que n6 es'sino la estriictura de la ra- 261 “En lo.que a la aplicacién de estos principios se refie- re;es verdad que estas éticas tienen grandes dificulta- ‘personal y religiosa,’p.-110). Ver también J. Marias, La fel ene, humana, Alianza, Madrid, 1987; C. "Diaz, Eudaimonia. La felii dad como utépia necesaria, Encuentro, Madrid, 1987. B des,-como todas las que se sittian en el nivel postcon- vencional de principios, pero-algo pueden ofrecer Como D. Gracia con todo acierto detecta, éticas de este tipo han contribuido en el. ambito médico a mostrar la urgencia de complementar el principio de beneficen- cia.con el de autonomia, interpretado como participa~ cién: el paciente ha de set informado y consultado en las decisiones: que le afectan,, porque es un interlocu: tor del que no se puede prescindir sin incurrir-en tradiccidn. ¥,:de igual modo, el principio de ju que viene a complementar los dos anteriores; se inspi ra en dticas de este corte al sostener quie:las decisiones médicas no sélo.afectan.al médico:y al paciente, sino ala sociedad ‘!. Y-lo que vale para la ética médica, valdria también para la politica, y un largo etcétera. Sin embargo, también es verdad que el cardcter noér gico dela realidad, qué:tios fuerza a valorar; a prefe- Tir; a justificar nuestras elecciones, ha quedado desa- tendido, como también nuestra constitucién antropo- l6gica con cuanto comporta.. Por es0.es importante, ami juicio, continuar este didlogo, ha tiempo inicia- do, entre éticas légicas y antropoldgicas, por ver si ha- amos un tercero que, superando unilateralidades, sea la verdad:de ambas. wEgey 6.. PROCEDIMENTALISMO Y¥ SUSTANCIALISMO EN, LA'ETICA ‘Apuntamos ya anteriormente que buena,parte de Jas éticas materiales y formales han sufrido una meta morfosis, transformandose en éticas sustancialistas y Ver,.como ejemplo, K. O..Apel, Diskurs und Verantwortung, Enceste nivel de aplicacién de ta ética discursiva trabajan especial ‘mente D. Béhler y sus discfpulos.. 4D. Gracia, Fundamentos de bioética, 1, caps, 2 y 3". 14, 7 procedimentales, que prosiguen la guerra antaifo em- prendida. En lo que al procedimentalismo hace, suelen alinear seen sus filas autores como L. Kohlberg, K. O. Apel y J. Habermas, representantes de-las llamadas «éticas antianas», que coinciden en asignar a ja ética la tarea de descubrir los procedimientos legitimadores de nor- mas: tales procedimientos, por expresar la forma de ina peculiar racionalidad, permiten ‘2 los individuos discernir qué normas de las surgidas en el mundo de Ja'vida'son correctas. Los contenidos concretos, igual @ic’en el formalismo kantiano, exceden el campo de la ética. Por su parte, los procedimientos, llevando el formalismo universalista'a sus tiltimas consecuencias, no hardn sino-operativizar el concepto de voluntad ra- cional: el concepto de lo que todos podrian querer. Por eso exigen, en mayor o menor grado, el paso de un mo- nologismo; propio de Kant y Hare, a procedimientos dialdgicos: la representacién rawlsiana de personas mo- rales; que en una posicién original deciden conjunta= ménte los principios de la justicia para la estructura bd- sica de su sociedad; la kobilbergiana asuncién ideal de rol, 0 el-didlogo entre los'afectados por fas riormias, propio de la ética-discursiva, suponen una gradacién de dialogicidad, que muestra la apuesta comin por pro- cedintientos dialdgicos. 2 e¥ que los procedimentalistas cousideran,atendien- da mas ‘0 menos conscientemente a-la-habermasiana teoria de la evolucién social, que las éticas materia- les, sean de bienes o:de valores, pertenecen a estadios ‘J, Habermas, Zur Rekonstruktion des Historischen Materia fismus, Subrkamp, Frankfurt, 1976 (trad. cast. en Taurus, Madrid, 1981, por la que citaré). Ver sobre ello R. Gabis, J. Habermas: Do- ‘minio-téenico » comunidad lingiistica, Ariel, Barcelona, 1980. B. Menéndez Uréha, La teoria critica de la sociedad de Habermas, Téc- + ngs, Madrid, 1978; J. M.* Mardones, Razén comunicativa y teoria Gritica, Universidad del Pats Vasco, Bilbao, 1985; V. D. Garcia-Mar- 28, La étiea discursiva (andlisis y desarrollo de la propuesta éilea de J. Habermas), Universidad de Valencia, Vaiencia, 1990. 75 sia os ya superados por' el estadio formal-procedimental en que nos encontramos. La cuestién fundamental de la filosofia practica —dird en este sentido Habermas— consiste en preguntar «por los procedimientos y pre- misas desde los que las justificaciones pueden tener un poder generador de consenso»*. En tales. procedi- mientos se expresa dialdgicamente la forma de una vo- luntad racional que, por su misma naturaleza, se quie~ re universal, y con ello el procedimientalismo permite dar cuenta del universalismo pretendido por las nor- mas morales. Objetivo imposible para sustancialistas, que atienden a-contenidos, siempre —también por st propia naturaleza— variables. Las éticas procedimentales, como sefiala licidamente Ch, Taylor, enraizan en dos tipos de motivos: gnoseo- l6gicos y morales. El motivo gnoseoldgico fundamen- tal consiste en el afin de eludir la tarea de. descubrir una naturaleza normativa, que tal vez. deberia hallarse encel contexto-de.una «biologia metafisicay de corte aristotélico. Mientras que entre los motivos morales en- contramos el afan de libertad radical, propio de la Mo- dernidad, que pretende independizarse de todo fin ya dado por la naturaleza; el afén de universalidad, que exige saltar las barreras de las formas particulares de vida, del ethos concreto; y el afén.de revisién y critica, que sélo parece poder ejercerse desde un procedimien- to racional, no extraido de la praxis ya presente en una. sociedad; Desde esta cuddruple perspectiva, las éticas orientadas por reglas se enfrentan.a las éticas de bie- nes 0 virtudes “. En efecto, el procedimentalismo ético, como cual- quier otra.corriente, no ha surgido ni permanece sin motivos. El primero de ellos es el deseo de mantener “@ J, Habermas, La reconstruccién del materialism historieo, p. 211; A. Cortina, Etica minima, pp. 115-126. 4 Ch, Taylor, «Die Motive einer Verfabreasethik», en W. Kuhl- mann (ed.), Morals und Sitlichkeit, Subckamp, Frankfurt, 1986, pp. 101-135, 16 una ética normativa, sin necesidad de recurtir para ello a. una metafisica teleolégica, como la que profesan —segiin dijimos— ciertas éticas de fines, aspiracién en la que coincide con otras corrientes como:el utilita- rismo. Pero, a diferencia de ellas, no slo se niega a reconocer como fin moral un fin metafisicamente des- cubierto, sino también cualquier fin empiricamente ac- cesible. El procedimentalismo no sustituye un teleolo- gismo metatisico'por un teleologismo natural, porque ambos hacen de los hombres seres heterénomos en ma- teria moral: el fin moral es aquel que los hombres quie- ran darse a si mismos; de ahi que un teleologismo so- cioldgico @ fa Macintyre tampoco resulte adecuado. La libertad radical supone la renuncia a tomar como fin, moral un fin dado. Con ser esto verdad, pienso yo, sin embargo, como més adelante comentaremos, que en algunas de sus ver- siones ef procedimentalismo no puede eludir el concepto de'télos, y ademas de-un télos ya dado, pero por el mo- mento me limito a sefialar sus motivos:declarados. En tercer lugar, pues, intenta el procedimentalismo ético dar cuenta de la pretensién de universalidad pre- sente en el fenémeno moral, y por ello apela a estruc- turas cognitivas, a procedimientos que exhiben en’ su forma'la de la universalidad. Mientras que las formas de'vida buena, los ideales de hombre, la especificacién de las virtudes o el contenido de las normas dependen de los distintos contextos, de modo que la «sustancian moral varia diacrénica y sincrénicamente, las estruc- turas cognitivas y los procedimientos legitimadores de normas pueden describirse sin depender para ello de Jos diversos contextos, y pretender, por tanto, legiti- mamente universalidad. Se trata, como en algin lugar he apuntado, de un universalismo mtnimo, pero sufi- ciente para justificar el'rostro janico de lo moral: un rostro en que se conjugan la pretensién universalista de validez de las normas morales y la historicidad in- negable de sus contenidos. El iltimo de los motivos que aduce Taylor para que 1 haya habido y siga habiendo éticas procedimentales es, como dijimos, ese afin de revision y critica, que th camente parece poder satisfacerse desde un procedi miento racional y no desde una praxis ya existente en tuna sociedad. Cuando precisamente el concepto de pra- xis, en su acepcién aristotélica, es una de las claves del neoaristotelismo, convieto y confeso «sustancialista». Reconstruir la racionalidad de [o practico supone, en principio, para el neoaristotélico, reconstruir un con- cepto de praxis similar al aristotélico y tratar de extraer a partir de él la racionalidad practica, apostando por Aristételes frente a Platén, por Hegel frente a Kant, cen la medida en que tal racionalidad se busca en el se no de la praxis, en su plena inmanencia, y no en Ja for- mulacién de un deber ser que excede el ambito de la praxis cotidiana, Lo prdcticamente racional tiene que ser ya real Aprender a servirse de la propia razén, alcanzar la mayoria de edad, no significa, pues, para los sustan cialistas arrumbar el mundo inmanente con sus tradi ciones, autoridades, creencias compartidas o habitos comunitarios, sino todo lo contrario: significa leer la racionalidad en ellos, porque es imposible —por de- cirlo con Hegel— conceder que la naturaleza es en si misma racional, de modo que la filosofia debe discer- nir la razén rea/ presente en ella, y dejar el mundo éti- co, como carente de razén, en manos de la contingen- cia y la arbitrariedad. «Ateismo del mundo ético» lla- mard Hegel a este creer que el mundo espiritual se en- cuentra «abandonado a la contingencia y a la arbitra- riedad, abandonado de Dios» y que, por tanto, lo verdadero se encuentra fuera de él. El tefsta del mundo ético creer, por el contrario, que la razén esta ya realizdndose en las tradiciones, en la aceptacién de “SG. W. F. Hegel, Grundlinien der Philosophie des Rechts oder Naturrecht und Staatswissenschaft im Grundrisse, Vorwort (136. cast. en Sudamericana, Buenos Aires, 1975, por la que citaré). 8 I | | la autoridad, en lo comunitariamente aceptado, en la costumbre; creer que su verdad esta en proceso y no en un hipotético més alld. Y aqui entramos en un punto sumamente delicado, porque me parece que los procedimentalistas éticos ne hemos sido correctamente entendidos. Es verdad que =a nuestro juicio— nos permite mantener el cardcter ctitico de la raz6n la constancia de que los procedimien- tos, por su pretensién de universalidad, irascienden la praxis concreta, el contexto concreto, y no se dejan re- Gucir a ninguno determinado, Gracias a ellos son cri- ticables tales practicas y lo son elementos del ezhos de un pueblo. Pero es igualmente verdad que las estruc- turas y procedimientos se leen en la praxis concreta en a formacion ontogenética de los juicios acerca de Ja justicia (Kohlberg), en el sentido de la justicia que impregna las democracias occidentales (Rawis), en la praxis comunicativa (ética discursiva). La racionalidad practica presente en ellas traspasa en su pretensién las barreras del contexto, las de la etnia.o las de la tradi- cién, aunque sélo en ellos pueda leerse. Esta dialécti- ca de inmanencia y trascendencia de la racionalidad prdctica es la que —a mi juicio— desautoriza la pre- tensién de Rorty de tener al etnocentrismo por insal- vable y a MacIntyre en su conviccién de que sélo es posible trazar una racionalidad préctica desde una de- terminada tradicién *. No se trata, pues, de adentrarse en un platénico mun- do de ideas nj en un kantiano mundo nouménico y, sin embargo, asi quieren interpretarlo los sustancialistas, que claman por el retorno al realismo de Aristételes y Hegel, por el retorno a la eticidad concreta. Ciertamente, resulta dificil diseitar el retrato robot de neoaristotélicos y neohegelianos, si intentamos ha- “© A pesar de las distintas afirmaciones de Macintyre sobre este punto a lo largo de Whose Justice? Which Rationality?, creo que las tltimas palabras del libro y su tOnica general abonan esta inter- pretacién, (Duck Worth, London, 1988) 19 cerlo por separado, y todavia mas en conjunto. Sin embargo, cabe decir de ellos al menos que son sustan.. cialistas, en la medida en que creen imposible hablar acerca dé la iS si no es Sobre el tras- fondo de una concepci6n compartida de vida buena, Ef concepts dé «yon se ha depauperado efi la Moder nidad hasta identificarlo con un abstracto «sujeto de derechos y de normas», que no cobra su identiciad por pertenecer a una familia o algiin otro tipo de comuni- dad, ni por participar en ellas, sino que goza de una identidad abstracta, como sujeto de derechos univer- salmente exigibles y de normas que han de sujetarse & determinados procedimientos, pero no vienen respal- dadas por la idea compartida de una vida buena. Es indudable que existen_diferencias entre neoaris- totélicos_y neohegelianos, pero de ellas nos ocupar mos mas adelante, limitatidonos por ef momento a se- falar cual es su comin denominador en tanto que sus- tancialistas y, por tanto, en cuanto que antiprocedimen- talistas. Tal comin denominador consiste, a mi modo de ver, en compartir una concepeién de Io moral que no se limita al discurso sobre las normas justas, ni pré= tefide detérminarlas haciendo abstraccién de la idea de_ ufos y de una vida buena, sompartida por una co- ‘munidad, La relacidn entre el individtio y fa comuni- dad es de beneficio mutuo, porque las comunidades ne- cesitan la contribucién de sus miembros para sobrevi- vir y progresar, contribucién que sdlo es posible si los individuos encarnan determinados habitos, necesarios para desempefiar su papel en la comunidad, a los que llamamos «virtudes» y si se sienten congregados por una idea comin de bien; pero, por otra parte, el indi- viduo cobra su identidad concreta por pertenecer a una comunidad o por participar en ella; también en ella 7 Ver. Hi Schnddelbach, «Was ist Neoaristotelismus?», en W. Kubimana (ed.), Morafitat und Sitichkeit, pp. 38-63, y también, ‘en menor medida, los restantes articulos del colectivo, De ello trata. mos en el capitulo 4 det presente libro. 80 ae sere meena aprénde a forjarse la idea de una vida buena, descubre qué habitos hia de desarrollar si quiere que su comuni- dad sobreviva y progrese. Entender lo moral supone, pues. recurrit a concep- tos cOmo Tos Ge PRIX, ielos, virtud, comunidad y yi- da buena, situando dé nuevo en el primer plano de la reflexion ética los bienes y las virtudes y relegando al lugar subordinado que les corresponde a normas y de- beres universalmente justificables. Que no son los in- dividuos «ilustrados», libres de la comunidad, la auto- ridad y la tradicién, sujetos emancipados, como pre- tenden, sino seres andnimos. ¥ la anomia —lo sabe- ‘mos al menos desde Durkheim— es una patologia, no ese sintoma de lozania que diagnostied optimista la Ilus- tracién. Suponer que los procedimientos, expresivos de la ra- cionalidad prdctica, van a crear entre los individuos unos lazos de cohesién social, que oficiarian de eq valentes funcionales de los antafio creados por Ja r. gidn o la tradicién, es —piensan los sustancialistas— un pecado de abstraccién ingenua, al que los procedi- mentalistas son proclives. Haciendo gala de una ceguera considerable, parecen estos herederos de la Tlustracion no percatarse de que sdlo los lazos comunitarios — religiosos 0 tradicionales— devuelven a un individu su sentido de pertenencia al grupo, el afan de partici- par en él porque lo considera cosa suya*. Por el con- trario, el universalismo abstracto nos sume inevitable- * Segiin S. Benhabib, podemos distinguir dos ramas en el comu- ‘aintegracionistay es menester superar el indi | egoismo, la anomia, la alienacion y el conflicto en las ando algin esquema de valores cohe- rente —sea una religidn tradicional, una religi tun e6digo co- munitario de civilidad—, que nos devuelva el sentido de pertenen cia aun grupo; para la aparticipacionistay, la Modernidad compor- ta pérdida de protagonismo y de eficacia para los sujetos, al produ cirse la diferenciacién de esferas y las contradicciones entre éstas, dde modo que las posibilidades de actuacién en cada una de ellas que

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