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LA POLITICA DE LA HISTORIOGRAFIA® ° Michael Creighton, en cuya memoria se celebran estas conferencias, fue un historiador razonable y productivo. Tal vez le recuerden de su de- bate con Lord Acton sobre la cuestién del juicio moral en la historia. Recor- demos que Acton insistfa en que el pecado era el pecado y debia registrar- se como tal, al margen de las circunstancias atenuantes o de lo que hoy denominariamos relativismo cultural. Creighton, que era obispo, no esta- ba tan seguro. Lo razonable seria atribuir su actitud, al menos en parte, a la estrecha relacién existente entre la Iglesia de Inglaterra y el Estado anglobriténico. El obispo de Londres sabia mucho de casuifstica y de la raz6n de estado inherente a la realizacién de esas acciones politicas que constituyen el grueso de la historia que se registra, tanto entonces como ahora. Pero también cabria atribuir la postura que adopta en su debate con Acton a una percepcion distinta de la funcién del historiador que consis- tirfa en narrar y explorar la acci6n en toda su complejidad (lo que hoy denominarfamos multicomplejidad), sin excluir los numerosos crimenes y pecados ni convertirlos en el punto de llegada de la investigacién y el relato hist6ricos. Al iniciar esta conferencia menciono este asunto por dos razones. En primer lugar no hay que olvidar que el distinguido historiador al que re- cordamos aqui concedfa una gran importancia al debate moral. De ahi que pasemos a analizar algunas hipotesis de Ja teorfa de la historiografia en lugar de unirnos a los estudios sobre casos hist6ricos concretos que reali- zan nuestros colegas. En segundo lugar, la percepcién del relato histérico que he osado atribuir a Mandell Creighton tiene mucho que ver con el * [Este articulo es una versién de la Creighton Lecture pronunciada en el Beveridge Hall de la University of London el 3 de noviembre de 2003. Fue publicada en Historical Research, 78.199 (febrero 2005) por el Institute of Historical Research.] 269 i tépico que identifico en el titulo de la presente conferencia. Me he ofreci- do a analizar la «politica de la historiografia» refiriéndome no a Ja politica interna seguida por la profesién histérica (por muy divertido que, como siempre, pudiera resultar ese tema) sino a algo mas abstracto y teérico: a una teorfa politica de la historiografia que implica, en primer lugar, un andlisis de la teorfa politica que nos diga qué significa tener historia, qué Lebensform (si se me permite la expresin) debemos adoptar para tener historia, qué tipo de historia se supone que debemos tener y qué implica para «nosotros» tener 0 no tener el tipo de historia que procederé a descri- bir. Hablaré con Ia voz de quien, en tiempos, fue tedrico politico ademas de historiador y desde entonces no ha dejado de ser, en alguna medida, un historiador de la teorfa politica. Ya estoy usando las palabras de forma tendenciosa. En primer lugar hablo de «historiograffa» para indicar que la historia es algo escrito y que, para entenderla, debemos preguntarnos como la escribieron otros y c6mo Ja escribimos nosotros. En mis propios escritos de los tiltimos afios me he ido ocupando cada vez mas de las construcciones hist6ricas escritas en ciertas épocas del pasado y he hallado que la historia de la historiografia es algo muy distinto a Ja historia de la filosofia de la historia que ha aca- bado dominéndola. En segundo lugar, la historia que se escribfa en las épocas que he estudiado se habia construido, en gran medida, por medio de la elaboracién de relatos, de modo que he asignado a la narrativa un lugar central a la hora de describir la actividad del historiador. A menudo, y con toda’raz6n, se ha puesto en cuesti6n la idea de que la historia sea necesariamente narrativa. Yo intento partir de ella proclamando, a la vez, la importancia de reconocer la existencia de historias alternativas. Es de- cir, imagino que al historiador le interesan las siguientes preguntas: ,Qué ha estado ocurriendo? {Qué tipo de cosas han venido ocurriendo? Y doy por sentado que la exposicién de los sucesos requiere de una narracién. Por lo tanto, dedicaré parte de mi investigacién sobre Ja politica de la histo- riografia a preguntarme qué consecuencias tendria suponer que la politica consta de Jos sucesos que narra la historiografia y qué pasarfa si redujéra- mos la vida politica a su «narrabilidad». Mi titulo contiene otro enunciado tendencioso. Cuando hablo de la «politica de la historiografia» me refiero evidentemente a que el conteni- do de la historia es necesariamente politico segtin la vieja férmula: «La historia es la politica del pasado y la politica el presente de la historia». No es que la formula sea falsa, a menudo suele ser verdad, lo que no deja de resultar significativo. Pero no podemos utilizarla para definir un tema de estudio afirmando que la historia debe ocuparse solo y exclusi- vamente de la politica del pasado. Tampoco debemos asumir que, sin la segunda parte del enunciado, el primero carece de validez, o que al decir que la historia es un relato politico suprimimos 0 marginalizamos la importancia de historias que no tienen por qué ser polfticas. No es cierto. 270 La historia consta de muchos temas de estudio, al igual que Ja politica, y debemos tener en cuenta otra verdad, y es que despolitizar la historia o no hablar de politica también son actos politicos que tienen consecuencias, a veces intencionadas. Es lo que ocurre con muchas de las propuestas para escribir esa Nueva Historia, que irrumpié en escena a mediados del siglo xvul, dotada de un nuevo objeto de estudio, social, econdmico o cultural, y que se ha ido reformulando desde entonces. Quisiera redirigir la atenci6n desde la historiografia entendida como un relato sobre lo politico a la historiografia entendida como un fenémeno politico en si mismo. Normalmente se convierte en lo segundo a través del procéso necesario para llegar a ser lo primero. Nuestro siguiente paso deberia consistir en imaginar una comunidad politica para, a continua- cién, preguntarnos como se ha hecho con una historiografia y qué tipo de historia surgira de ella. No es facil, sobre todo a nivel tedrico. Hay de- masiadas formas de comunidades politicas y muchas a las que no cabe aplicar el adjetivo de «politica» sin mas. Existen muchas formas de con- ceptualizar la existencia de la comunidad en el tiempo y, de hecho, no hablamos de «historia» en su sentido ordinario cuando nos referimos al tiempo en el que existe la comunidad. De estas dificultades surgen ciertas premisas muy simples y faciles de exponer. Tendemos a suponer que las estructuras conceptuales (y posiblemente los relatos) cumplen el tinico propésito de legitimar a la comunidad y su sistema de autoridad. Y damos por sentado que las estructuras no admiten las alternativas y disensos que se expresen en formas que no quepa reconducir a las nociones de verdad y falsedad. En este caso decimos que son mitos que cumplen la funcién de mantener el modo de vida de la comunidad de la que surgen (0 de esa terrorffica realidad a la que denominamos identidad). Cualquier relato 0 imagen disefiado para cumplir esa funcidén es un mito, un reto para la critica y hasta para la verificacién. En una cultura que, como la nuestra, concede un gran valor a la critica y al enfrentamiento entre la autoridad y el individuo, lo légico es pensar que Ja historiograffa es la invencién, sub- version y explosién de los mitos que apuntalan la autoridad. Pero si bien es cierto que proliferan los mitos que invitan a la subversi6n, si no va- mos més alld de esta definicién de historiografia tendremos dificultades para averiguar como surge la actividad historiogrdfica a lo largo de la vida politica o qué tipo de relacién tiene con esta tiltima. Por lo tanto, merece la pena que nos preguntemos si una comunidad politica es capaz de gene- rar una historiografia definible en términos que no la releguen al mito. Lo mejor que podemos hacer es definir «politico»: es decir, debemos fijar los limites que nos permitan imaginar lo no-politico o lo extrapoliti- co. Evidentemente, no es un procedimiento muy seguro. Se nos dird, con toda razén, que lo no-politico y lo politico no solo coexisten sino que es- t4n entreverados, y que definir lo politico significa privilegiar a los miem- bros de la comunidad excluyendo a otros que no lo son. Podriamos alegar 271 que, si bien esto es cierto, la mayorfa de las comunidades politicas se han construido asf y es asf como hay que’entender y narrar su historia. La construccién de las historias de los excluidos es una actividad necesaria pero no idéntica. No se limita a eliminar o invalidar las historias de lo politico, pues esas historias han tenido lugar y debemos conocerlas: Y aunque se hayan disefiado o escrito para mantener el dominio sobre aque- Ilos incluidos en ella, puede que no sea lo dnico que se pueda contar al relatarlas. Afirmaré que una de las caracteristicas de lo politico es que acaba renarrando su historia (incluidos sus mitos) con consecuencias no siempre previsibles. Empecemos, por lo tanto, por dar cuenta de lo politi- co de forma sucinta para ver cémo surge una historiografia. Una comunidad politica se ve a si misma actuando y conservando ins- tituciones y, tras definirla asf, debemos preguntarnos si los actos e institu- ciones pueden generar un concepto de historia. Los actos pueden ser le- gislativos en el sentido clasico, es decir, crear la comunidad y dotarla de las normas que han de guiar sus acciones en el futuro. Presumir que ese acto de fundacin fue histérico, sobre todo si lo situamos en los tiempos remotos de los ancestros o en un escenario de ensuefio en el que las nor- mas se suponen increadas e independientes de toda accién humana, pa- rece excesivo. Sin embargo, conviene sefialar que en los mitos fundacio- nales de la civilizacién greco-judfa lo que se da por supuesto no es un suefio sino una catdstrofe: la expulsion de un jardin, la caida de la ciudad, el errar de un héroe fratricida, matricida o parricida, la dispersién de pue- blos en un mundo privado de lenguaje. En el siglo xIx se pensaba (puede que lo pensara alguien que ocupaba esta cétedra) que esta mitologia anti- mitica denotaba una dinamismo creativo y una historicidad que convertia a nuestra civilizacién en algo superior. El resultado ha sido que muchos pueblos del mundo siguen considerando que su historia es una catastrofe que les hemos impuesto. Puede que esto me reste autoridad a'la hora de explicar cémo elaboran, elaboraron o deberfan elaborar sus propias histo- rias otros pueblos. Nosotros, en todo caso, hemos construido nuestras his- torias asf y atin seguimos haciéndolo. 7 El legislador y fundador, Moisés, Solén, Rémulo 0 Confucio, acttia en un mundo cafdo o imperfecto, un mundo Ileno de conflictos en el que muchos agradecerdn sus leyes pero otros no, de forma que habra que ex- plicarselas y, si se resisten, imponérselas. Existiré un relato que describa esta accion 0 agon, de'la que pueden surgir leyes que gocen de una auto- ridad absoluta, tal vez sagrada. Se hablara de conflicto en el relato pero los tonflictos se definirén como circunstancias contingentes. En este pun- to podemos decir que hemos llegado a la historia entendida como una competicion entre relatos en la que;-por poco que nos guste, lo que ha ocurrido pudo haber pasado de otra manera. El relato se explica a sf mis- mo pero no lo explica todo. Cuando la historiograffa deja de ser antigua y se hace moderna, el triunfo de la causa de los legisladores se explica, no 272 tanto a través de las acciones realizadas por el héroe sino, debido a las circunstancias contingentes en las que el héroe falla. ;En qué fuentes nos basamos para elaborar el contenido o posible contenido de los relatos que describen estas circunstancias? Los historiadores antiguos desarrollaron una retérica de la «fortuna» en la que describian un mundo contingente en el que tenia lugar la accién humana y en el que el azar podia crear una circunstancia que frustrara la accién. Los monotefstas se negaron a aceptar esta posibilidad, pero es que los actos de Dios no rigen una historia susceptible de ser estudiada espe- culativamente por autores humanos. La historia de la historiograffa mo- dena nos informa sobre cémo Ienamos el mundo que nos rodea de cir- cunstancias cuyo ser podamos entender y en el que podamos actuar. Poco a poco, estos procesos sustituyeron a los actos divinos, heroicos o funda- cionales a la hora de explicar el éxito de la fundacién. Ahora buscamos una fuente que nos permita entender, desde la politica de la historiografia, la importancia creciente de las explicaciones circunstanciales. Creo que encontraremos mucho de lo que buscamos analizando el funcionamiento de las instituciones. . Describamos nuestro modelo diciendo que las instituciones son estruc- turas de accién regulada desde las que se insta a los agentes a actuar de determinada manera si se dan ciertas circunstancias. Para hacerlo necesitan memoria y las culturas escritas crean archivos y documentos que registran acciones, decisiones y actos de habla del pasado junto a las razones que permiten afirmar que las circunstancias son precisamente aquellas con las que deben lidiar Jas instituciones. En los archivos hay un mont6n de infor- macién circunstancial que puede apoyar o negar la hipstesis de que la co- munidad «siempre» se ha encontrado en circunstancias similares y «siem- pre» ha intentado controlarlas del mismo modo. Esta es una forma de dotarse de un pasado, de una dimensién de su propia continuidad que no plasman necesariamente los relatos sobre la accién humana. De manera que hay comunidades histricas y ahistéricas en el sentido actual de estas pala- bras. Lo que ha sido muy importante para la historia de la historiograffa, al menos en nuestra sociedad hiperhistorizada, ha sido la fusi6n 0 comple- mentariedad entre el relato de la accién politica y la arqueologia de estadios pasados de la comunidad. El resultado ha sido un tercer tipo de narrativa que da cuenta del proceso a través del cual un estado de cosas dio lugar a otro. En este tiltimo proceso los archivos son fundamentales porque nos proporcionan los contextos, el conjunto de condiciones histéricas, sociales y culturales en las que se han Ilevado a cabo las acciones politicas y sobre las que estas han influido. Estos contextos son muy diversos y hemos podi- do reconstruir la correspondiente diversidad de relatos de cambio (0 su inexistencia) en cada uno de ellos. Si tenemos en cuenta que en un archivo se recogen datos sobre las circunstancias en las que se realizé una accién o se tomé una decision, teéricamente no hay limite (aunque si pueda haber 273 dificultades practicas) al tipo de contextos que podemos registrar. Hasta el momento he descrito a las instituciones como instancias de gobierno, pero bien pueden ser judiciales, y del estudio de los registros judiciales (que en su vertiente tedrica es filosofia del derecho o literatura jurisprudencial) se ha extraido gran parte de la informacién sobre la que se ha elaborado'la historiograffa mds sofisticada. El hecho de que la cultura que surgié en las provincias de Europa Occidental se viera fortalecida, a la par que lastrada, por los registros de Roma, Grecia a Israel y fuera una cultura multilingiie, tiene asimismo una enorme importancia. Convirtié al lenguaje mismo en un archivo en el que registrar las disputas e hizo de la filologfa (junto a la juris- prudencia) una fuente de informacién sobre la sociedad, la economia y, sobre todo, la cultura en un pasado de proceso y cambio. Podria seguir elaborando la historia de la historiografia en esta linea (obviamente atin no he dicho nada sobre el encuentro entre Ja historia y lo sagrado). Pero el modelo que les propongo, se basa en el anélisis de la politica de la historiografia y no de su historia. zQué hizo ese surgimiento de la historiograffa por la comunidad politica en la que he supuesto que surgia? He afirmado que la historiografia es la elaboracién de relatos (alo que hay que afiadir la construccién de contextos) sobre ciertos tipos de accién (incluidos actos de habla y especulacién) realizados en determina- dos contextos a los que se define como muy amplios, a veces incluso universales, en unos términos de cambio que van de la contingencia a las circunstancias y del azar a lo predeterminado. El contexto siempre es par- cialmente (nunca del todo) producto de las acciones realizadas en él. Sabe- mos que la comunidad intenta controlar las circunstancias que la rodean. Parte de Ja historia de una comunidad es lo que han hecho sus miembros, alo que hay que afiadir la historia de lo que dicen que han hecho y la histo- ria de como han Ilegado a decirlo, es decir, de porqué cuentan esa historia en concreto. ~ Y Ilegamos a un punto en el que uno se siente muy tentado de maximi- zat la verdad de que la historiografia que analizamos, en cierta manera, siempre serd ficcién. Se compone de declaraciones hechas por agentes que no buscan la verdad y cuyos motivos reales podemos descubrir. Actualmen- te estamos rodeados de mentores que afirman que lo tinico que se puede hacer con un argumento histérico es desenmascarar las condiciones que lo convierten en una ficcién. En algunos casos legan a la conclusién de que el desenmascaramiento de una ficcién es una ficcidn en si misma, una afir- maci6n ficticia, de manera que lo tinico que hacemos es imaginar historias sobre el imaginar de historias y asf ad infinitum en la biblioteca de Babel. Para el historiador, incluso para el actor politico 0 ciudadano, el mundo historico es un lugar en el que ocurren cosas sin que tengamos que inventér- noslas y creemos que, tal vez, podamos incluso hacer algo con ellas..Como dijera R. G. Collingwood, «El murido de los hombres estd plagado de esfin- ges, seres demonjacos de naturaleza hibrida y monstruosa que les plantean 274 acertijos y se los comen si no contestan adecuadamente»'. Muchos de estos «seres» no son hijos del mundo natural ni del mundo no-humano, son pro- ductos humanos, consecuencia de las acciones humanas y, a menudo, ima- ginados en el suefio de la raz6n. Pero esto no basta para convertirlos en ficciones. Pueden surgir en cualquier momento y no todos son nuestras propias pesadillas, pueden ser las de otro. Si conocemos sus nombres y re- latamos sus historias, algunas se desvanecerdn suibita ysuavemente, pero no todas. Se puede demostrar que Ia historia de la comunidad politica, aun re- ducida a meras construcciones 0 imaginaciones humanas, no ha sido elabo- rada.exclusivamente por los miembros de la comunidad del presente que imaginan 0 a los que se les hace imaginar. «Nosotros» (si es que podemos recurrir a ese pronombre) nos encontramos con las acciones y lo imaginado en el pasado por otros (otros que formaban o no parte de Ja comunidad) o incluso por nosotros mismos cuando adoptamos papeles diferentes a aque- llos en los que nos veiamos antes. Permitanme sefialar dos formas en las que la historiografia de una comunidad politica puede, con ciertos visos de éxito, mejorar la capacidad de los ciudadanos para reconocer este tipo de historia. : | He dicho que esta historiografia puede surgir de dos formas: constru- yendo relatos o explorando archivos. Los relatos suelen fijar los mitos de origen o las acciones que tienen lugar en ellos por o para la comunidad como estructura de accién. Si la comunidad ha interactuado con gentes de fuera, si los actores son tanto externos como internos, aparecerdn en la historia ciudadanos y extranjeros, actuando de forma distinta a como se espera que acttie un ciudadano segiin los registros. Estos relatos adoptan las formas més diversas pero vamos a suponer que los han introducido esos agentes especializados a los que denominamos historiadores. Tenia que ocurrir antes o después. No quiero decir que los historiadores sean los Unicos agentes necesarios para la construcci6n de historiograffas, pero en la historia que recuerda nuestra civilizacin, y no solo en ella, llevan for- mando parte del proceso que narro desde hace mucho tiempo. También ellos adoptan muchas formas pero debemos presumir que, de alguna ma- nera, son miembros de la comunidad que elabora la historiografia. Pueden ser empleados piblicos al servicio del Estado o de cualquier otra institu- cién cuya funcién sea generar los relatos que se precisan por una u otra raz6n. Por lo general nuestros historiadores clasicos han sido ciudadanos que escribian sus relatos desde el ocio, «liberados» de otros deberes ins- titucionales. Escriben sus relatos porque se precisan; probablemente los requieran otros también «ociosos». A veces fueron retéricos ambulantes que cubrian esta necesidad en una comunidad de la que no eran ciudada- nos. Existe una relacién obvia entre el servicio ptblico y el ocio. Hasta el "RG. Collingwood, The New Leviathan: or Man, Society, Civ edicién revisada, Oxford, Clarendon Press, 1992, p. 12. tion and Barbarism, I7I5, escriba del templo necesita un tiempo y un espacio en el que construir su relato y desarrollar su propia personalidad. Cuando el historiador es un ciudadano estas exigencias pueden ser legitimas y haberse pormenoriza- do. Nos enfrentamos al problema de la individualidad e incluso de la li- bertad. El mArtir primigenio, el Sdécrates de la historiografia, es Ssu-ma Ch’ien, gran historiador de China, un servidor ptiblico donde los haya”. Ssu-ma Ch’ien solo deseaba escribir lo que era adecuado y estaba prescrito que escribiera alguien de su oficio y se encontré6 con que las poderosas facciones no lograban ponerse de acuerdo sobre qué era lo co- rrecto. Un historiador que vive en una comunidad civica puede creer que escribe la verdad cuando lo cierto es que consigna las creencias e intere- ses de un partido o una clase. Lo importante, en todo caso, es que existe un conflicto en toro a lo que sucedié, lo que debid haber sucedido y lo que tendria que ocurrir. Existe un conflicto en torno a la historia porque la politica es conflictiva y puede haberlo sido desde hace més 0 menos tiem- po. El historiador debe ser consciente de eso e intentar narrar sin partidis- mos la historia de la comunidad a través de la historia de sus conflictos. Puede que el propio relato le exija en algtin momento que, aun siendo partidario de un grupo, se vea obligado a escribir de forma diferente a como lo harian los miembros de su bando. El relato da mas perspectiva que objetividad. El historiador sabe que la historia que est4 contando po- dria haberse contado (y-de hecho se cuenta) de forma muy distinta por los que tienen otras creencias. Si se exige al historiador, como solfa ocurrir en la Antigtiedad, que dé cuenta de sucesos acaecidos en su propio tiempo, descubriré lo dificil que es narrar el mismo suceso a partir de los informes de los diversos parti- cipes y tal vez comprenda que lo tinico que puede hacer es usar su juicio para reconciliar dos versiones de un mismo suceso. Lo ms probable es, por lo tanto, que los historiadores descubran por dos vias diferentes, que pue- de haber més de una historia que narre lo ocurrido en una comunidad y que todo suceso puede formar parte de mds de una historia porque, quie- nes los recuerdan de forma diferente, viven en el mundo de Jas historias que recuerdan. El historiador tiene acceso a muchas vidas en una multi- plicidad de historias e informa a su comunidad de que su historia es deba- tible, disputada y miltiple. {Qué significa esto politicamente? En primer lugar hay que sefialar que los historiadores no son los tinicos que tienen conciencia de esta com- plejidad. A su manera, los ciudadanos también son conscientes de ella y piden al historiador que les ayude a resolverla. Lo tinico que les decepcio- na es que la comunidad de historiadores se cierre en un discurso especia- lizado, o de segundo orden, que no comparte de forma directa o previsible 2 B. Watson, Ssu-ma Ch'ien: Grand Historian of China, Nueva York, Columbia University Press, 1958, pp. 54, 57-67. 276 con la comunidad de ciudadanos. En segundo lugar, he dado por supues- to que la conciencia de complejidad surge de la riqueza de la memoria e interpretaci6n generada por la interaccién entre relatos y archivos. Hoy vemos que esos actos y experiencias que conforman el pasado’ de la co- munidad tuvieron lugar en muchos contextos y forman muchos relatos concurrentes. Puede que haya posturas amargamente enfrentadas en torno aellos. Pero si la estructura politica sigue viva (y que’Siga viva es casi una premisa para la historia de la historiograffa) es su existencia la que da el contexto en el que se percibe el pasado como algo que ocurrié y sigue ocurriendo. Lo que explica el pasado legitima el presente moderando el impacto que pueda tener el pasado sobre él. Existe una estructura politica capaz de contar su propia historia, no de unificarla pero si de diversificar- la. Y esta capacidad critica y competitiva acaba formando parte de la sobe- rania estatal, entendida como su capacidad para dirigir, afrontar y conti- nuar su historia. Aunque se trate de una amarga historia de autoformacién confusa y revolucionaria, la capacidad para escribir mas de una versidn de esa historia y de admitir que puede haber mds de una versi6n, se ve reforza- da en un presente, a su vez reforzado por la presencia de instituciones legi- timas y estables. Recordemos aqui los fenémenos que presencié durante un viaje a la Reptiblica de Irlanda. Las politicas de la historiograffa tienen un fuerte sesgo liberal-conservador, pues nos cuentan que, si bien hay muchas historias que narrar sobre nosotros mismos y muchas formas de juzgarlas, existe una estructura normativa en cuyo seno podemos seguir juzgandonos a nosotros mismos e implementando nuestras decisiones. Hay una pluralidad de relatos porque la politica es una actividad basa- da en la competitividad, con agentes que tienen metas diferentes, cuentan historias distintas y, hasta cierto punto, viven en los relatos que consiguen narrar exitosamente. Si los relatos son irreconciliables caerd Ja comunidad politica pues esta, para existir, debe mantener cierto ntimero de relatos plurales. Podria disefiar un escenario con dos polos en los extremos: re- presién y tolerancia. Pero preferiria analizar una situacién en la que se repite a una comunidad constantemente que hay otra historia que contar y que hay que prestar atencién a ambas. Es lo que ocurrié durante mucho tiempo en la historia de la Inglaterra renacentista y si lograramos averi- guar por qué aprenderiamos mucho sobre la-historia de las guerras civiles del siglo xvi. También los archivos y los relatos desempefian su papel en la gestacién de una conciencia histérica. Fue Adam Smith el que sefial6 que los historiadores modemos recurrian a la nota a pie de pagina y daban unas referencias que los historiadores antiguos no daban, porque la histo- tia moderna trataba basicamente de conflictos de jurisdiccién en los que habia que hacer alegaciones y verificar autoridades. No se esperaba que surgiera un tnico relato objetivo y cientffico, lo que se decfa era mas bien que el puiblico tenfa que elegir el relato que iba a adoptar a sabiendas.de que se seguirfa cuestionando su decisién. Esta es una de las muchas razones 277 it ria yneee be howl is que llevaron a Edward Gibbon a sacar la conclusién de que las dos faculta- des mentales mds utilizadas en el andlisis de textos y, por tanto, en la escri- tura de la historia, eran la imaginacién y el juicio. El lector de historia, sobre todo en aquellas comunidades donde ese lector es un miembro de la comu- nidad, est en la situaci6n de un jurado al que se le pide un veredicto. No todos los archivos jurfdicos contienen datos judiciales. Como se- fialara Donald Kelley>, encontramos en ellos sofisticadas ideas sobre la autoridad, la continuidad y la sociedad misma que nos han ayudado mu- cho a dotar a la historia de lo que denominamos su filosoffa. Registran, ante todo, la actividad humana en Ja gran variedad de acciones sociales en las que pueden surgir conflictos que requieran de un juicio, anclando el relato del pasado no solo en Ja estructura politica sino también en los contextos sociales. Ya he mencionado cémo la jurisprudencia recurrié ala filologfa, y como la historia de la cultura literaria y artistica multiplicé los contextos en los que se pensaba que se desarrollaba la politica. La historia siguié formando parte de los contextos que crecian a su alrededor, enri- queciéndose gracias a esta contextualizacién y sin perder protagonismo por sumergirse en ellos; una afirmacidn que, como he dicho antes, no deja de ser politica. Permitanme aludir muy brevemente a la evolucién de otros dos gran- des contextos en los que cabe situar el relato que hace una comunidad de su propia estructura e historia. Si se basa en una estructura de accién y autoridad anclada en lo sacro, como en el caso de la historia cristiana del Estado y la Iglesia, su historia narrard las acciones realizadas por aquellos a los que mueven valores muy diferentes a los propios. Su historia suele registrar encuentros con seres humanos que no pertenecen alacomunidad (hay quien afirma que de no registrarse estos datos no seria historia) como barbaros y extranjeros, enemigos y vecinos en el Ambito externo, o muje- © res, clases y gobernados en el interno. Estos humanos actiian y escriben, y sus acciones no se rigen necesariamente por Jas normas, cada vez mas complejas, que rigen la vida de los narradores. De ahi que tenderan a crear un contexto que se solapard parcialmente con el de Ja narrativa principal. Podemos invocar un lema muy habitual en nuestra cultura y hablar del «Otro». Sin embargo, parece ser que los «Otros» son de muchos tipos, adoptan muchas formas y tienen diversas formas de relacionarse o ene- mistarse con los narradores. De modo que tal vez sea un error reducirlos a todos al mismo nivel de alienacién. Supongamos que nuestra comuni- dad tiene un vocabulario por el que se rigen sus contactos con los diversos tipos de «Otros». {Qué ha ocurrido, por el momento, con la politica de esta comunidad ala que hemos dotado de una historia? La hemos provisto de un discurso 3 D.R. Kelley, The Human Measure: Social Thought in the Western Legal Tradition, Cam- bridge, MA, Harvard University Press, 1990. 278 cada vez mds complejo plagado de referencias a los debates, los contextos y los encuentros, porque se trata de una historia centrada en las acciones realizadas en el seno de la sociedad, las instituciones y las relaciones con los demas. Informa a los miembros de la comunidad (me aventuraré a Iamarlos asf) sobre el presente en el que actuian y la colectividad a la que pertenecen, dotdndoles de presentes y pasados complejos, plagados de disenso y probablemente cargados de violencia, tragieos y problematicos en més de un aspecto, que los ciudadanos se ven obligados a vivir y con- tinuar. Es un discurso eficaz. A veces, imaginar a una comunidad que ca- rece de un sentido del pasado es mas duro de lo que creemos y probable- mente, incluso aquellos que se muestran indiferentes hacia su propia historia, acaban teniendo ciertas ideas al respecto que no son peores por el hecho de que no se las analice; en cualquier momento puede caer un rayo que les obligue a pensar sobre el tema. Tal vez no sean tan importan- tés para la politica y la cultura como creen que son. No cuesta mucho imaginar una comunidad cuyos ciudadanos estén tan alfabetizados que la mayoria tenga conciencia de la complejidad, problematicidad e incluso falta de certidumbre de su historia y su politica. Pero para seguir creyén- dolo deben confiar minimamente en que sus instituciones, sus elites y ellos mismos son capaces de lidiar con los problemas, la complejidad y la inseguridad. Si dudan de su capacidad, al menos deben creer que pueden mejorarla. A los intelectuales criticos se nos ha ensefiado a dudar incluso de esta tiltima capacidad. Lo que nos importa como ciudadanos es qué viene después de la duda. YY, como nos acercamos al final de esta conferencia, ha llegado el mo- mento de referirme a dos conceptos muy debatidos en nuestros tiempos: identidad y soberania. El primero es poco mds que un lema, muy frecuen- temente un mero tabardillo, que ha resultado ser un buen tema de investi- gaciOn, pues se plantea a menudo la necesidad de pronunciarse sobre él y, al hacerlo, se lo deconstruye. Se parte aqui de la misma premisa que la esfinge, es decir, suponemos que no podremos obtener una respuesta a las cuestiones planteadas. Por otro lado, preguntar a una cultura concreta cémo «cred», «hizo» o «inventé» su «identidad» es dar por sentado que debe su existencia a actos y contingencias concretos y que, puesto que ya han desaparecido las circunstancias histéricas que dieron lugar a ese acto aislado de origen, las condiciones necesarias para asumir esa «identidad» han desaparecido con ellas. Asi, a los britdnicos y, por extensi6n a los in- gleses, se les dice que posefan una «identidad» mientras conservaron el «imperio» pero que, como ya no tienen «imperio» tampoco tienen «iden- tidad» y deben convertirse en algo distinto a lo que siempre creyeron que habian sido o tenfan autoridad para llegar a ser. Es un argumento de moda al que apenas se le nota que se basa en una serie de falacias. En primer lugar, histéricamente, «imperio» no significa- ba exclusivamente ejercer soberania sobre los demas, sino también sobre 279 me ae SIBLIO; sf mismos; un aspecto importante sobre cuyas implicaciones tedricas vol- veré en breve. En segundo lugar, quiero sugerir que «identidad» significa aquello a lo que nos referimos cuando decimos «nosotros» y, en mi mo- | delo, entiendo que ese «nosotros» denota a una sociedad capaz de actuar y formular discursos ptiblicos y de usar estos tiltimos para proveer a su comunidad de un pasado compuesto de complejos relatos que pueden com- plejizarse atin mds por medio de la renarraci6n, la critica y la investiga- cion. Por lo tanto esta es «nuestra» historia y, si podemos seguir narrdn- dola o renarréndola, se dara una falacia obvia en el mismo momento en que preguntemos, buscando o criticando nuestra «identidad». La falacia consiste en que nos hacemos con una historia contandola, y si criticamos lo que dice sobre quiénes somos y hemos sido, o si la historia que narra- mos nos informa de que nuestra «identidad» siempre ha estado sujeta a discusién o ha sido criticada, «nosotros», debemos concluir que somos una comunidad que existe en el tiempo de forma continuada debatiendo su identidad y que pensamos seguir haciéndolo. Mi modelo se basa en el Estado-nacion lo que, hoy en dia, puede bas- tar para condenarlo. Deberfamos tener en cuenta, en cambio, que el «Es- tado» puede ser el artffice de una «nacién». Es decir, la conciencia de compartir la cualidad de miembro, eso que se llama erréneamente «iden- tidad» puede surgir, en principio, de unas instituciones politicas y una historia compartidas sin que resulten esenciales, por muy importantes que sean, las consideraciones sobre etnicidad y cultura. Creo que un anilisis de la retérica posmoderna en contra de la existencia continuada del Esta- do-nacién demostrard que, en muchos casos, no dirigen sus ataques a la naci6n sino al Estado. Quieren destruir a esa comunidad politica finita que se autodetermina, que ejerce el poder abusando a menudo de él pero que, en todo caso, determina la historia presente, pasada y futura a través de los que tienen voz en su seno aunque no necesariamente sea una demo- cracia. He sustituido intencionadamente Ja palabra «identidad» por la de «historia», en parte porque he pensado que es mejor tener y llegar a cono- cer la propia historia que ir en busca de identidades pero, sobre todo, porque en esta conferencia me preguntaba qué sucede'con una comunidad politica que se dota de historia a si misma y de qué tipo de «historia» se trata. En mi opinién esa «historia» consta de dos elementos opuestos. Por un lado tenemos un mito disefiado para dotar a la comunidad de unos orfgenes, una continuidad y, en su caso, de una «identidad» asf como de un relato heroico. Por otro, nos encontramos ante procesos de contextua- lizacién y competitividad, sin olvidar la multiplicidad de fuerzas que nos permiten renarrar y, en ultimo término, criticar a la historia misma. Nues- tra capacidad para determinar la veracidad de los relatos depende, en par- te, de las tensiones que se aprecian entre ellos. Los historiadores profesio- nales, que pertenecen a esa irritante clase de seres que son capaces de seguir la ldgica de su discurso aun a costa de la lealtad hacia su comuni- 280 dad, deben preguntar a sus conciudadanos qué sucederia si sus relatos resultaran ser falsos, inverificables 0 estar elaborados de tal modo que resultara imposible determinar su veracidad. El hecho de que gobernantes y conciudadanos resientan estas preguntas demuestra que su historia les preocupa, no lo contrario, y que se les puede inducir a participar en esa empresa, a determinar qué ha sido y qué sera su historia, algo que no es en absoluto monopolio de los historiadores. La comunidad y la nacién no son soberanas si no pueden decidir sobre su propia historia, escribiéndola y actudndola. Lo anterior supone que el discurso ptiblico, el discurso del Estado, tiene la autoridad para declarar y el deber de definir lo que la comunidad cree que ha sido el pasado. Esto tiene sus riesgos pero no nos conduce inevitablemente a 984. Cuando el parlamento de Nueva Zelanda declaré por ley (en una clausula de declaracién de vigencia, no en el predémbulo) que la invasion de Waikato en 1863 fue totalmente injustificada*, no pro- hibié a nadie que argumentara en contra. La ley declaraba que, a partir de ese momento, la politica del Estado se basaria en esa premisa, y que habia llegado el momento de que-el Estado cumpliera con su deber de renarrar uno de los relatos histéricos en base al cual habia actuado hasta entonces. Es afortunada la comunidad en la que no hay que utilizar este recurso a menudo pero, utilizarlo, no redujo ni la libertad de pensamiento ni la so- beranfa del Estado. De hecho fue un ejercicio de soberanfa, una afirma- cién de lo que esta implicaba. Rectificar el pasado fue un intento, proba- blemente exitoso, de gobernar el futuro. Al aprender a tener una historia, Ja historia gestada por la comunidad en la que viven, los miembros de un Estado 0 nacién aprenden que su soberanfa existe en una historia repleta de problemas y contingencias. Puede que la comunidad haya tratado muy mal muchos de esos problemas, pero la historia de su soberania es la his- toria de los esfuerzos que hizo por superarlos. No obstante, la soberania se ejerce sobre la comunidad y sobre la contingencia y muchos de los re- latos de conflictos que forman parte de una historia se referirdn a conflic- tos entre sus miembros, incluidas cuestiones como quiénes eran miem- bros y sobre si querfan serlo. Cuanto mds tiempo haya logrado mantener su historia una comunidad, mas interesar4 a sus miembros la informacién que esta les brinda. Son recuerdos y relatgs que estén acostumbrados a reiterar y debatir; contienen premisas e implicaciones que no siempre hay que articular o explicar. Y es en este punto donde debemos volver sobre la fntima relacién que existe entre «historia» e «identidad». La historiograffa de una comunidad finita serd autocéntrica como resultado de la forma en que se elaboran las + Waikato Raupatu Claims Settlement Act, 1995, pp. 12-14. (Véase A. Sharp, Justice and the Maori: the philosophy and practice of Maori claims in New Zealand since the 1970s, segun- da edicién, Auckland, Oxford University Press. 1997. pp. 299-300.) 281 historias. Las contardn sus miembros en términos que, al menos parcial- mente, deben ser los del lenguaje publico que ha gestado esa comunidad; de ahi que esta esté especialmente capacitada para hablar de ella, escribir- la y comprenderla. Por lo tanto, la comunidad tiene un interés muy pecu- liar en su historia. Estd mds interesada en ella que en cualquier otra y mds dispuesta a adaptarla. Es una historia pensada, sobre todo, para el consu- mo interno no para ser comunicada a miembros de otras comunidades con otras historias. «Ellos» se mostrar4n reacios a afrontar las dificultades que les supone entender «nuestra» historia, y a nosotros nos ocurre lo mismo en el caso contrario. Como vivimnos en medio de una explosién informa- tiva que tiene consecuencias que favorecen la paz y consecuencias que favorecen la guerra, sabemos que es un estado de cosas peligroso y dificil, y ha surgido toda una retérica que cada vez cobra mds fuerza y exige la supresién y liquidacidn de historias e identidades particulares. Lo que debemos preguntarnos es si el hecho de que algo sea peligroso implica que no sea dificil. ;Por qué a los habitantes de otra comunidad no habria de resultarles dificil de entender Ja historia de una cultura politica con tantos afios de vigencia? ;Acaso no puede presentar dificultades que sdlo necesiten o puedan entender los miembros de la comunidad concreta don- de se cre6? ¢Y si los demés solo pueden superarlas en la medida en que sus intereses y medios de comprensi6n les capaciten para ello? Yo mismo, siendo un inmigrante en cierta cultura histérica y politica, he tenido que aprender que solo puedo entenderla a mi manera, que no suele ser la de los nativos, y que incluso entender cémo la entienden los nativos no es lo mismo que entenderla como ellos. Puede que haya una aculturacién y que sea rapida, pero eso no invalida la premisa de que la historia de determi- nada comunidad politica (prefiero llamarla ahora cultura) es y deberia ser dificil de entender incluso para los que pertenecen a ella. Dificil de enten- der también, por diversas razones, pata aquellos que no son miembros de la comunidad o no saben a qué comunidad pertenecen. Lo que la hace tan dificil de entender, si bien por razones diferentes en todos estos casos, es lo mismo que la hace tan necesaria y valiosa. Me iefiero a que la existen- cia de culturas politicas muy distintas con historias. muy diversas e ideas totalmente diferentes sobre lo que son’'la historia y la politica, es tan va- liosa como peligrésa. ,Podremos seguir manteniéndolas en las condicio- nes de la guerra poscolonial? El tiempo lo dira. 282 Prefacio Agradecimientos ... VIL. INDICE GENERAL PRIMERA PARTE EL PENSAMIENTO POLITICO COMO HISTORIA LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLITICO: UN ESTUDIO METODOLOGICO (1962) ... IDEAS EN EL TIEMPO (1971)... LA VERBALIZACION DE UN ACTO POLITICO: HACIA UNA POLITICA DEL DISCURSO (1973) .... LAS IDEAS POLITICAS COMO SUCESOS HISTORICOS: LOS FILOSOFOS POLITICOS EN TANTO QUE AGENTES HISTORICOS (1980)... LA RECONSTRUCCION DEL DISCURSO: HACIA UNA HISTORIOGRAFIA DEL PENSAMIENTO POLITICO (1981)... EL CONCEPTO DE LENGUAIE Y EL METIER D“HISTORIEN: REFLEXIONES EN TORNO A SU EJERCICIO (1987. Los TEXTOS COMO ACONTECIMIENTOS: REFLEXIONES EN TORNO. LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLITICO (1987)... 49 67 81 101 119 283 INTERMEZZO VIE. QUENTIN SKINNER: LA HISTORIA DE LA POLITICA Y LA POLITICA DE LA HISTORIA (2004) ..... SEGUNDA PARTE | LA HISTORIA COMO PENSAMIENTO POLITICO IX. Los ORIGENES DE LOS ESTUDIOS SOBRE EL PASADO: UN ENFOQUE COMPARADO (1962) .... X. TIEMPO, INSTETUCIONES Y ACCION: UN ENSAYO SOBRE LAS TRADICIONES Y SU COMPRENSION (1968)... . XI. EL HISTORIADOR COMO ACTOR POLITICO EN EL SENO DE LA COMUNIDAD, LA SOCIEDAD Y LA ACADEMIA (1996) XII. La POL{TICA DE LA HISTORIA: LO SUBALTERNO Y LO SUBVERSIVO (1998) XIII. La POLITICA DE LA HISTORIOGRAFIA (2005)... 284 135 157 199 229

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