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Ix Las brayectorias y su grado e autenticida La vida humana se realiza en una pluralidad de tra- yectorias, a las que hay que afiadir las que no se reali- zan, porque se quedan en mera posibilidad, deseo o pretensién. Todas ellas, sin embargo, constituyen la vida, que aparece como una arborescencia, desigual- mente teal o irreal. El equilibrio entre ambos elementos €s un tasgo catactetistico de cada vida, y por supuesto de sus diferentes formas histéricas y sociales. Acaso nada las diferencie tanto como la proporcién en que se dan lo efectivamente realizado y lo imaginado, deseado o intentado. . Las trayectorias son ellas mismas biograficas, no solo elementos 0 contenidos de una biografia. Se engendran en‘cierto momento, duran més‘o menos: algunas, toda Ja vida, o desde el momento de su iniciacién; otras se interrumpen, se frustran o se abandonan. Hay también sustituciones entre ellas —se podria decir que algunas son «vicarias» de otras—. En todo caso se entrélazan de muchas formas y conviven, pacifica 0 conflictiva- mente. . . 77 _ Tienen contenido, pero, a diferencia de las metas ac- vidades que se ejecutan en la vida, su cardcter es argu- mental, y pot ello significan una proyeccién hacia el fu- turo, con el consiguiente elemento de irrealidad e ima- sinacion; tienen, pues, estructura dramitica, que afecta también a su relacién y posible engranaje. Su «antigtiedads es un caracter decisivo, como tam- bién su duracién o permanencia desde su iniciacién u origen. Hay que entenderlas rigurosamente como for- mas de acontecer, Su intensidad o vigor depende de la indole de su ar- gumento, de la hondura 9 superficialidad de los estra- tos de la Petsona en que se insertan, de su puesto en la biografia. Pero también de la «fase» en que se encuen- tran: una trayectoria «nueva» puede tener mayor vigor que otra de larga vida, por supuesto més que una que se encuentre en fase de habitualidad 0 a punto de aban- dono. Una trayectoria puede haberse teducido a inerte rutina, mantenida por hébito o por presiones exterio- tes, 0 haberse agotado, acaso por haber cumplido su realizacion. Por Su argumento pertenece a las trayectorias una condicién oral. Son los cauces alo largo de los cuales transcurre y se atticula una vida, con metas que sitven de otlentacion y sentido. En algunos casos concretos, las trayectorias se encaminan a algo intrinsecamente bueno 0 malo, y esto las condiciona, con diversos mati- ces. Pero esto €s relativamente excepcional, afecta a Clertas trayectotias, cuyo puesto.en la vida es relevante, pero no se puede tomar como ctitetio general. Hay que atender a ottos catacteres, Es menester determinar dénde se engendran las tra- yectorias, en qué zona de la persona, o acaso fuera de ella —es el sentido de la tentacién en sentido estric- to—. Se entra en una trayectoria por motivos muy di- 78 vetsos: por vocacién profunda, y entonces se inserta en ella el micleo de la persona; por atraccién de su condi- cién valiosa, que inspira el deseo de seguirla y hacerla propia; por imitacién, por el prestigio social de que goza, o el de alguna persona concreta que la representa y tealiza; por mera moda, y este es el origen frecuentisi- mo de trayectorias supetficiales y probablemente pasa- jeras; por seduccién, multiplicada en este tiempo por el poder de Ja propaganda; por una coaccién a la que no se resiste, que se acepta pasivamente; por ambicién, si promete beneficios; por temor, sobre todo en.citcuns- ° tancias de opresién y amenaza generalizadas, lo que ex- plica la extraordinaria frecuencia de muchas trayecto- tias, en principio «inexplicables», en el siglo en que vi- -vimos, y por supuesto en otros. Esto establece ya una jerarquia entre las trayectorias; segin su grado de autenticidad. Las hay «verdaderas», nacidas de la. persona que las sigue, con distintos gra- dos de hondura, situadas a diversos «niveles». Otras son superficiales, afectan a esttatos petiféricos o margi- nales de la persona, que no queda implicada en ellas desde su raiz. Algunas son directamente falsas; origina- das por los motivos que acabo de enumerar, desde la imitacién hasta el embalamiento mecdnico o la intimi- dacién. . : . La autenticidad es, ademas del contenido.argumen- tal, el principal factor de moralidad de las trayectorias. Las falsas desvirttian la vida, previamente a los actos y las conductas concretos. Sila vida transcurre por cau- ces que no le son propios, que significan una desvia- cién o torsion, queda falseada en su conjunto, sea.cual- quiera el contenido particular. La autenticidad o inau- tenticidad de las trayectorias da a una vida su moralidad o-inmoralidad global, la que corresponde a su totalidad sistematica. Vidas Ilenas de «éxito» pueden 79 set profundamente infelices y estar dominadas por el rencot, signo manifiesto de la conciencia de falsedad del sujeto, del repudio a esa vida, espléndida en sus re- sultados, pero que no se siente «propia», que ha susti- tuido a la que, con evidencia, se reconoce que hubiera debido ser vivida. En las diversas formas de sociedad o en Jas distintas épocas de cada una de ellas varfa la frecuencia de estas situaciones, y esto determina algo en que rata vez se re- para: la moralidad «media», la presién ambiente en un sentido o en otro, la probabilidad de falsificacién de las vidas individuales. En circunstancias anortnales, en que la sociedad no funciona de acuerdo con la espontanei- dad y las variaciones lentas de las vigencias; de manera que cada persona puede tomar libremente posicién frente a ellas, el impulso hacia la inautenticidad es enor- me. En épocas tevolucionarias, en fases de violencia dominante, en regimenes en que la libertad est resttin- gida y se imponen modelos que no brotan de la imagi- nacién de los individuos ni son sinceramente aceptados por estos, la inautenticidad es dificilmente evitable. Valdria la pena considerar, por ejemplo, las ttayecto- tias de innumerables espafioles condicionadas por la guerta civil y, en grado menor pero apreciable, pot la si- tuacién que la siguié, y que afecté, de modo distinto, a los que habfan experimentado las dos formas de altera- cién de la guerra misma. Serfa apasionante, aunque di- ficil, medir la proporcién de autenticidad salvada en es- tas circunstancias; y algo semejante se podria aplicar a situaciones que se han dado en muchos paises de Euro- pa~—aunque no en todos— durante este siglo. Serfa un error grave confundir la autenticidad con la permanencia en las trayectorias. El abandono injustifi- cado de ellas es muestra de inautenticidad —por frivo- lidad 0 superficialidad en unos casos, por conveniencia 80 © temor, en otros—; pero la falsa adhesién a trayecto- tias que han dejado de ser vivas es otra forma de inau- tenticidad, nacida de temor al cambio, de rutina o iner- cia, de falta de imaginacién, de escasez de incitaciones 0 de confianza en el porvenir, en lo que puede seguir trayendo la vida. No es facil, pero es necesario, ver con claridad la au- tenticidad de las trayectorias, Ja jerarquia entre elas y el estado o fase en que se encuentran. No és frecuente que se sepa cudles son las trayectorias a lo largo de las cuales se est realizando la propia vida. La idea, tan di- fundida como errénea, de que la vida consiste en uria trayectoria enturbia la cuestién. Una de las condiciones de la moralidad dela vida es el conocimiento de la es- tructura de esta. Si se tiene clara conciencia de las tra- yectorias en que se est4 conduciéndola, de su punto de origen, de su profundidad, de la fase en que se encuen- © tran, de sus relaciones mutuas, se pueden valorar ade- cuadamente y sobre todo comprender su posible equi- librio. : Puede haber conflictos que no afectan a una trayec- toria singular, sino a la conexién o entrelazamiento de ellas. La fidelidad a una de ellas puede llevar consigo un grado de inautenticidad a otras; una sustitucién, jus- tificada en s{ misma, quiero decir aisladamente, produ- ceuna lesién en otras trayectorias, acaso mas importan- tes. Esto impone la exigencia de conocet con precisién la jerarqufa que cada una ocupa en el conjunto, la hon- dura vital que le pertenece, los condicionamientos exis- tentes entre ellas, la configuracién de su conjunto, que no es una mera adicién o acumulacidn, sino una estruc- tura viviente, y por tanto dramatica. — Lo decisivo —esto es, lo que debe decidir— es el sis- tema de la vida, tomada en su totalidad, en su horizon-, te y perspectiva, en el balance global que en cada mo- 81 mento se hace, y también en cada fase biografica, en cada una de las relativas «estabilizaciones» en que con- - sisten las edades. _Es esencial darse cuenta de que la vida, mientras duira, no esté nunca cerrada; que las trayectorias conti- nian a lo largo de toda ella y, lo que es mds importan- te, pueden iniciarse en cualquier momento. También cuando se ve el final como algo propio, que afecta al que cada uno es, al que se reconoce como tal, no a un yo futuro y lejano, solo vagamente imaginable. En la edad de la recapitulacién de la vida, se siguen haciendo balances, que no pueden ser meramente retrospectivos, sino que tienen. que contar con trayectorias siempre abiertas hacia el porvenir. 82 x La moral de las diversas edades Se puede mantener la moralidad a lo largo de toda la vida y esto parece lo deseable, la perfeccién. Se consi- dera estrictamente moral una vida que no quebranta.o interrumpe esa condicién, 0 al menos no gravemente y con la rectificacién’ exigible. Pero seria un.error tener una visién homogénea de esa continuidad, que no ex- cluye, sino exige, la articulacién. Una de las znstalaciones capitales de la vida humans, y de las. que m4s condicionan las demas, es la edad. Pero, a diferencia de otras, no es permanente; mds atin, consiste en no permanecet; la edad se realiza en plural: son varias, transitorias aunque cada una tenga cierta duracién y estabilidad; son sucesivas; precisamente por setlo, por constituir una «serie», les pertenece un cardc- ter intrinsecamente, argumental, no solo a cada una, sino a su conjunto ordenado.. Esto afecta a la posibilidad de moralidad.o énmotali- dad de las edades, como de las demés instalaciones. Y sila autenticidad es un rasgo esencial de lo moral, la fi- delidad a cada edad es un requisito indispensable. Es 83 inmoral faltar a lo que es propio de wna edad, a'lo que esta, por su contextura y su puesto en el conjunto de la vida, reclama. ¢Desde cudndo? La opinién dominante refiere la moralidad a los actos de que se es responsable, y esto se hace coincidir con el llamado «uso de razén», lo cual deja fuera de la consideracién moral los primeros afios -de la vida. Pero si se miran las cosas de otro modo, si se piensa en Ja calidad de Ja vida yensu autenticidad, hay que verla casi desde su principio. La forma més genérica de inmoralidad consiste en perder, echar a perdes, destruir o anular las posibilida- des de cada edad. La primera de elas es la infancia, y se va viendo, cada vez mas, que es decisiva, y condicio- nante de las posteriores. El nifio es persona desde su nacimiento —o acaso antes—; vive al principio en ab- soluta dependencia de los adultos, que va disminuyen- do poco a poco. En-esa fase se establecen las relaciones personales, y a la vez va entrando en un mundo de usos y normas, relativamente impersonal. La nifiez que goza de eso y se enriquece con ello es «moral», se ajusta a lo que la verdad de esa primera edad teclama. Si el nifio, en cambio, «consiente» al mimo, al capricho, al malhumor, a la imposicién del «poder» sobré los mayores; o si, por el contrario, se deja limitar excesivamente por las normas y regulacio- nes; si se pliega a lo que cree que se «espera» de él, 0 lo finge; si no juega o hace travesuras, refrenando sus de- seos y apetencias, en todos estos casos desliza una in- moralidad vital en su conducta, es infiel a su condicién de nifio, compromete la funcién y el valor de esa edad insustituible que es la nifiez. Los limites entre ella y Ja juventud son vagos y varia- bles. La rapidez de los cambios en los primeros afios hace que la nocién de «nifio» sea imprecisa: dentro de 84 ella caben diversas fases, casi «edades» por s{ mismas. La «salida» de la nifiez es sobre todo el desprendimien- to de las formas que han configurado la vida hasta cier- to momento. Ser joven es pretender vivir desde si mzis- mo, liberandose del sistema de interpretaciones, ideas, valoraciones, afectos, procedentes de la familia 0 de la escuela. Esa «declaracién de independencia» es esen- cial, su ausencia es inmoral, un temor o al menos resis- tencia a entrar en esa nueva edad que es la juventud. Pero es més facil romper con lo anterior que susti- tuirlo. La declaracién no oftece grandes problemas, el alcanzar la independencia es otra cosa. Lo mas proba- ble es que el joven quede en un estado de desorienta- cién y perplejidad, que es lo més sano y auténtico, o caiga en otra forma de «dependencia», casi siempre més imperiosa y rigida que la de los adultos, al menos en nuestra época. Es Ja dependencia del «grupo juve- nil», que sustituye las antiguas vigencias por otro reper- torio al que el joven adhiere por la presién ejercida, casi siempre insinceramente, sin verdadera conviccién. Con gran frecuencia estas nuevas vigencias no proceden tampoco de los jévenes como tales, sino de algunos mentores maduros 0 viejos, «definidores» de lo que es juventud, que imponen sus puntos de vistay conceden 0 niegan la condicién juvenil segtin el grado de docili- dad que encuentran. Es decir, que la inautenticidad del individuo que se pliega’a las vigencias del grupo se combina con otra: Ja del grupo como tal, que las ha re- cibido pasivamente de otra edad. ' Un aspecto capital de la edad juvenil es el decisivo incremento del interés por el otro sexo. Digo incre- mento porque la distincién entre ambos es tempranisi- ma, desde los primeros afios de la vida, en que el nifio distingue inmediatamente entre mujeres y hombres, y se comporta de dos modos diferentes. El descubri- 8 miento de lo masculino o femenino,, unido’a la atrac- cién, sexuada y todavia no sexual, se da dentro de la in- fancia. En la juventud se pone en primer plano, y apa- rece su dimensién sexual. . - : Los niveles y las formas posibles son miltiples. Las interpretaciones de todo ello son. decisivas, condicio- nantes de buena parte de la vida ulterior. Tradicional- mente han variado segtin las-condiciones sociales, con diferencias entre las rurales y las urbanas, las formas fa: miliares, los «compafieros» —por ejemplo, de estu- dios—, la presencia de Ja literatura en, el ambiente en que se vive, en nuestra época, con enorme influencia, el cine y la television. Factor capital es el grado y forma de presencia del otro sexo et los afios de formacién. En los tiltimos tiempos ha adquirido gran influjo lo que se llama «educacién sexual», orientada casi siempre en este sentido restringido, con supuestos casi exclusiva- mente biolégicos y teduccionistas de lo propiamente bumano, algo radicalmente distinto de lo que podria ser una «educacién sentimental». . . Creo que la motalidad de ese descubrimiento, de la presencia del otro sexo en la perspectiva de cada indi- viduo, tiene dos condiciones primordiales: la primera, el entusiasmo; la segunda, la visién personal dela mujer o del varén. Ambas cosas faltan en la mayoria de las in- terpretaciones «recibidas», sobre todo en las prefabri- cadas e inyectadas.en la.mente de los jvenes, y ello destruye las mejores posibilidades de esa dimensién ab- solutamente esencial de la vida. : El joven tiene que «darse de alta». Pero en esta ex- presién conviven dos sentidos que difieren profunda- mente. Puede significar impresién de «suficiencia» o «petulancia», de independencia y pérdida del sentido de limitacién o inmadurez. O bien la conciencia de res- ponsabilidad, de tener que dar cuentas, por lo pronto a 86 si mismo, y con ello el. compromiso de hacer ya algo va- lioso. Es frecuente que se dé el primer sentido sin el se- gundo, que el joven piense que no tiene que tener en cuenta nada ni necesita a nadie, sin que esto lo obligue ajustificar esa actitud con actos o pruebas, con obras; y puede llegar a edades en que en-otras épocas las trayec- torias vitales estaban cumplidas y acaso terminadas, sa- tisfecho con «prometer> lo que no tiene por qué llegar. Ha habido formas sociales en que se enttaba plena- mente en la vida a muy temprana edad, no mas de los veinte afios, tanto en la guerra como enla produccién literaria, o artistica. Durante el Romanticismo esto do- miné con extrafia precocidad. En nuestra época; que ha sido una fase de «juvenilismo» casi profesional, esta actitud se ha aliado, exttafiamente, con’ una prolonga- cién anormal del «crédito», del plazo concedido para mostrar el valor personal. Esto puede ser un peligroso factor de inautenticidad, que descubrira sus mayores consecuencias cuando la juventud quede atras.. . La madutez tiene algunos rasgos distintivos. Mien- tras la nifiez y en menor grado la juventud varian répi- damente, lo que desdibuja las edades que asi se Ilaman, la madurez tiene una duracién considerable y una tela- tiva estabilidad; va cambiando, pero lentamente, no en todos los aspectos, da una impresién. de continuidad que sugiére engafiosamente poder ser un estado defini- tivo. Es.algo asi como un «tellano» en la sucesién de las édades. . Cuando se combina con la voluntad o el-propédsito de «llegar», se la puede interpretar como. «haber Ilega- do». Es la gran tentacién de esa edad. Especialmente si va acompafiada del éxito, hace olvidar el caracter cons- titutivamente proyectivo de la vida: se fija en sus logros, se instala en ellos, se renuncia a los cambios, a la inno- vacién, 87 Es frecuente que el hombre o la mujer maduros —en dos formas bastante. diferentes— se rodeen de una «corteza» que los hace insensibles porque intentan ser invulnerables. Es un mecanismo defensivo, que se paga a un precio altisimo y que envuelve una falsificacién, una renuncia a la condicién misma de la vitalidad: estar abierto a la realidad, aun con el riesgo de recibir heri- das.de ella. Es una infidelidad a’'lo més propio de la persona, algo asf como una mutilacién, de profunda in- motalidad. Peto hay otro riesgo, apafenierente ‘opuesto, peto que tiene la misma tafz: el afan de catnbiar por cambiar, por fingir una juventud que ya no se tiene y no aceptar la edad efectiva. Esto lleva a infidelidades amorosas, ideolégicas, politicas, porque se cree que para innovar hay que vatiar de ruta, por no ser capaz de permanecer creadoramente en aquella en que se estaba. Es el caso del que se Janza a una relacién amorosa «nueva», 0 se adscribe a una moda intelectual, artistica o literaria que parece vigente y puede asegurar el éxito, o abraza una carrera politica incoherente con su pasado. La forma més aguda de esto, muy frecuente en nues- tra época, es lo que puede Ilamarse «corrupcién de ma- yores»: la imitacién de los jévenes por los adultos, aca- so muy avanzados en la vida, la adopcién de su estilo, sus ideas, sus conductas; los hijos, los discipulos, los j- venes en general, ejercen una influencia imperiosa so- bre algunos adultos inseguros y los llevan a la imitacién dependiente, a veces temerosa, siempre insincera, de las formas que han adoptado y que probablemente aban- donarén unos cuantos afios después. Esta es una de las formas més peligrosas e inmorales de inautenticidad. La vejez, por ultimo, presenta mas complejidad de lo que suele pensarse. Sus limites son muy variables, me- jor dicho, su comienzo, porque su final es sin duda la 88 muette. Esto hace que el rasgo principal de esa edad es set Ja altima, después de la cual no hay otra. Pero ¢cudndo empieza? La duracién media de la vida ha variado mucho, incluso dentro de épocas histé- ticas y bien conocidas; se ha prolongado extraordina- riamente en nuestro siglo, en especial en su segunda mitad; esto ha hecho pensar a algunos que esta tenden- cia va a proseguir, lo cual es dudoso. Paralelamente se ha prolongado lo que podriamos lamar «edad nor- mal»,.en que el hombre funciona con bastantes posibi- lidades, anteriores a su decadencia. Hasta el siglo xx el hombre era viejo —o por lo menos se sentia viejo, o era considerado asi pot los dem4s— hacia los sesenta afios. El término «sesentén» (o «sexagenario») tenia una sig- nificacién muy préxima a Ja vejez. Esta visi6n de las co- sas ya no tiene vigencia. Son muchos los hombres que alcanzan los setenta, los ochenta y aun mas en razona- ble estado de conservacién y con una posesién relativa- mente satisfactoria de muchas de sus facultades. En la mujer esta prolongacién de Ja vida ha sido atin mas no- toria, porque su envejecimiento —por lo menos S0- cial— era mds temprano. Lo decisivo, y que las mejorias de nuestro tiempo no alteran en lo sustancial, es el caracter de diltima edad, en el sentido de que la «forma» de la vida adquiere en la ve- jez cierto caracter «definitivo»: se ha aleanzado ya un tipo de hombre —o de mujer, que no es lo mismo— que se va a conservat hasta el final. Desaparece totalmente la actitud que expresa el «largo me lo fidis», caracteristica de la juventud pero que puede extenderse a la madurez. Frente a la muerte, el viejo sabe que el que habr4 de mo- rir —cuando sea— es él mismo, la persona en que se re- conoce, no un «yo» futuro dificil deimaginar, Por esto la vejez es ante todo la edad de recapitula- cion de la vida, de plena posesién de ella, que permite 89 la revision y Ja posible rectificacién, o bien la acepta- cién y confirmacién de su forma y-contenidos. Esta po- sibilidad puede estar estorbada por el deterioro fisico 0 psiquico, por la disminucién de las potencias, que aca- so privan al viejo de esa toma de posesién que es lo mas valioso de su edad, y lo que es insustituible: . Hay un error que con frecuencia se comete, y que es una «nmoralidad» respecto a la edad, la omisién o des- truccién de sus posibilidades: Ja visién exclusivamente retrospectiva, el vivir con los ojos puestos en el pasado, en el recuerdo, con olvido de que la vida es siempre proyectiva, a cualquier edad, El que la vejez tenga como telén de fondo la muerte no quiere decir més que una cosa: el hombre se aprieta contra ella, la prevé, Ja inclu- ye en su proyecto vital; pero, entiéndase bien, en su pro- yecto. ~ . . En la vejez se pueden conservar la ilusion y el entu- siasmo; en cierto sentido, la limitacién del futuro hace més ptecioso el tiempo de que se dispone, y que no se puede. desperdiciar ni malgastar. Ningtin tiempo lo es, porque es finito e insustituible; pero su indefinicién puede explicar la desatencién o desvaloracién de la du- racién disponible; en la vejez esto carece de sentido. Y en la vejez,-por tiltimo, se pueden continuar las trayectorias, se pueden abandonar algunas’—por im- posibilidad o por decepcién y desinterés, por depura- cién, en.suma—. Y algo atin mds interesante: se pue- den iniciar trayectorias nuevas, en articulacién con Jas antiguas. No es probable que estas, recientes, nacidas en la tiltima edad, sean abandonadas; siempre podtan frustrarse, por la inseguridad de la vida, que persiste hasta el final; por la experiencia adquitida, tienen me- nos riesgo de ser inauténticas. . En cierto modo, la vejez resume las edades anterio- tes; sila recapitulacién es plena y efectiva, no se refiere 90 solo alos actos y conductas, sino a las diversas configu- raciones que la vida ha ido adquitiendo: esa mirada abarcadora hace su balance, las considera moralmente, puede incluso completarlas, salvarlas en lo que hayan tenido de deficiente, iniciar su justificacién. 91

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