vil
La dimension moral
de las instalaciones vitales
No se puede perder de vista que la moralidad afec-
ta intrinsecamente a la totalidad de la vida humana, no
solo a ciertos contenidos, a algunas conductas, que
tendrian un caracter especificamente moral..La aten-
cién se ha fijado sobre ellos, y no siempre los mismos;
segitin los lugares y las épocas; el campo de.la-‘morali-
dad se ha ido desplazando, siempre dejando fuera di-
mensiones humanas que parecian en cada caso «indi-
ferentes».:Si se piensa.que el cardcter moral pertenece
ala integridad de la vida, hay que descubrirlo y anali-
zarlo.en‘cada uno de sus aspectos; y ante todo en’sus
diversas estructuras.
La vida humana acontece en una gran instalacion,
unitaria como la vida misma, pero articulada en varias,
de lis que el hombre toma posesién al vivir, ala ver que
realiza un andlisis de ellas. Vivir consiste en proyectarse
vectorialmente desde las instalaciones, en actos defini-
dos por una orientacién y una magnitud 0 intensidad
variables. La consideracién moral se ha concenttado
siempre en los actos, en su encadenamiento en conduc-
59tas, y ha desatendido Jas instalaciones previas de donde.
parten los vectores, condicionados por ellas.
Se podria pensar que las instalaciones, como estruc-
tura biografica del estar, no son «actos», sino algo «es-
tatico», fuera del ambito de la moralidad. Pero nada es
estatico en la vida humana: estar no es un mero «estar
entre las cosas», porque la realidad personal es entera-
mente distinta de la que pertenece a las cosas, y el estar
del hombre es estar viviendo. Los rasgos morales 0 in-
morales se dan ya en la manera de estar instalado.
Esto puede comprobarse examinando las diversas
formas en que esto se hace, en cada una de las dimen-
siones basicas y casi universales en que se articula la ins-
talacién. Cada pueblo, cada época, cada grupo social, y
sobre todo cada individuo, ejecuta de una manera la in-
terpretacién de sus instalaciones, y esto quiere decir su
realidad efectiva, porque no es un mero hecho, sino
que esté ligada a una actitud que es forzosamente inter-
pretativa.
En la perspectiva de la estructura empirica, y por
tanto de la antropologfa, la prioridad en el sistema de
Jas instalaciones corresponde a la corporeidad. El-hom-
bre, alguien corporal, esta instalado personalmente en
su cuetpo, en muy diversas formas. En gran parte de-
penden de Ja situacién dada, con la cual se encuentra
cada uno: fortaleza o debilidad, salud o enfermedad —
con la inmensa variedad de sus formas posibles—, inte-
gridad o deficiencia de los sentidos, recursos, grado de
belleza o fealdad, Pero sobre esos «datos» se superpo-
ne algo decisivo y propiamente humano: la actitud.
La instalacién en el cuerpo puede ser voluptuosa,
con insistencia en la complacencia y la posibilidad de
placer; o bien ascética, hecha de disciplina, desconfian-
za de la corporeidad, voluntad de dominio de sus im-
pulsos. En casos extremos, la actitud puede ser de «ne-
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gacién» del cuerpo, aversién a él, consideracién de a
como «tumba» (sévza séa), ptisin o enemigo. Por el
contrario, puede darse el «cultivo» del cuerpo, depor-
tivo, atlético; que puede llegar al «culto» del mismo.
Se puede «velar» por el cuerpo, mantenerlo limpio,
sano, lo més bello posible, lo que requiere no poco es-
fuerzo; el nivel de esta pretension oscila, social, histéri-
ca e individualmente, con extraordinaria amplitud.
Pero también es posible el «abandono» del cuerpo,
hasta llegar al desprecio: suciedad, fealdad voluntaria,
buscada. Se puede llegar, por el imperio de vigencias
sociales, hasta la deformacién del cuerpo o su mutila-
cién.
Esta vatiedad de actitudes reclaman una justifica-
cién, y de ahi su caracter moral. ¢Por qué y para qué se
instala el hombre en su corporeidad de una forma con-
cteta? ¢Por amot a algo o alguien, o por algiin tipo de
odio? ¢En vista de ciertos proyectos o vectores, que
exigen una determinada actitud corporal, y que a su
vez deben justificarse? La instalaci6n corpérea esta
condicionada por una forma de vida, y del valor de esta
y la autenticidad con que el sujeto se proyecte a ella de-
pende su moralidad, que refluye sobre la instalacién
misma. Al vivis, antes de toda interpretacién teérica, el
hombre decide sobre Ja tealidad de su cuerpo y la fun-
cién que desempefia. El acierto o error de esto tiene
una evidente significacién moral, porque condiciona lo
que va a set el uso del cuerpo y su relaci6n con los pro-
yectos vitales.
En cuanto ala instalacién meundana, las vatiaciones a
lo largo de la historia y en las diversas sociedades son
enormes. Empezando por los limites o extension de lo
que es «mundo» para cada individuo. Durante mile-
nios, los hombres han vivido reducidos a espacios su-
mamente restringidos, en ocasiones sin noticia de lo de-
61inds. El desplazamiento a pie y en una naturaleza ape’
nas humanizada ha sido de gran dificultad,-ha reclama-
do gran esfuetzo y —no se olvide— tiempo. El uso de
cabalgaduras 0 vehiculos tirados por animales y, no me-' -
nos, Ja construccién de caminos en porciones privile-
giadas del globo, introdujeron la primera dilatacién im-
portante del sentido biogréfico.de la palabra «mundo». _
Simulténeamente,-el desarrollo de la navegacién inclu:
y6.en ello rios y grandes lagos, y sobre todo los mares.
No se olvide la disposicién de los hombres a aceptar
peligros y grandes esfuerzos, en Ptoporcién que apenas
imaginamos, porque hoy se reduce a gtupos muy redu-
cidos. Durante muchos siglos, bastantes hombres han
viajado en condiciones dificultosas, desde la antigiie-
dad hasta el siglo xv. Si se recuerdan las biograffas de
muchos espafioles de los siglos xvi y XVI, asombran sus “.
recorridos en Europa, América, el Mediterraneo, el Pa-
cifico, entre las Filipinas y Amética,
Un rasgo.esencial de las épocas de viaje primitivo
dificil es que significaba un dlesplazamiento pegado al
mundo, en contacto estrecho con la tierra o el mat, con
la realidad inmediata; es decir, era un efectivo mundo
que se iba incorporando al originatio. Esto cambia sus-
tancialmente cuando el viaje es rdpido. y cémodo, ya
desde los ferrocariles, no digamos-con el automévil. y
mucho més con la aviacién. Empieza el viaje «tangen-
te», en que se roza un mundo que entra minimamente
en la experiencia. El avién permite «saltar» de un pun-
to a otto, con omisién del recorrido, de todo lo que hay
entre la partida y la llegada. El mundo se ha dilatado
prodigiosamente, pero se ha convertido en una serie
discontinua de puntos en los que la situacién geografi-
ca apenas cuenta, unidos en la vida del viajero. Podria-
mos decir que el mundo entero esta al alcance del
hombre actual, pero como posibilidad que se actualiza
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esporddicamente y con un alto grado de abstraccién.
No hay «familiaridad» con la mayor parte del mun-
do que se conoce. La atencién a él depende més de los
proyectos personales que de los caracteres 0 conténi-
dos mundanos. Por eso ha disminuido la complacencia
en la belleza del mundo, que en algunas épocas ha sido
decisiva. El descubrimiento del paisaje ha sido relativa-
mente reciente, pero durante largo tiempo ha condicio-
nado la forma de instalacin.
En los tiltimos tiempos se ha insistido extraordina-
tiamente en las dificultades o deficiencias del mundo.
Precisamente en la época en que Ja técnica y el desarro-
Ilo econémico han multiplicado la «humanizacién».de
Ja circunstancia, su conversién en «mundo» habitable,
se ha generalizado el despego, incluso el desprecio,- el
olvido de la belleza, el subrayado de los aspectos nega-
tivos. De ahi la propensién a ensuciar el. mundo, man-
cillarlo, destruitlo, incendiarlo. La supuesta’preocupa-
cién por la naturaleza adopta muchas veces un catacter
de beaterfa abstracta, conciliable'con un desprecio de
la realidad concreta.
Es evidente que la instalacién del hombre en el mun-
do tiene tin cardcter moral, que penetra las miltiples
actitudes posibles, Colectivamente, hay grados- bien
distintos de moralidad en el tratamiento de un pueblo
a su tertitorio; y, por supuesto, a los ajenos a los que se
extiende su accién. Desde que Ja navegacién espacial
ha permitido ver la Tierra desde fuera, en su conjunto,
se ha inctementado lo que podriamos Ilamar concien-
cia planetaria; lo que es una adquisicién moralmente
preciosa, pero que esta afectada por una tendencia a
una consideracién abstracta o ideol6gica, bien distinta
del sentido real de la instalacién.
La condicién sexuada, por su referencia directa a la
persona, est4 particularmente afectada por la morali-
os]dad de su instalacién. La primera y mas frecuente vio-
lencia que se ejerce sobre ella es la reduccién de lo se-
xuado alo meramente sexual, el olvido dela instalacién
global, total, en la condicién de varén o mujer, para re-
tener solamente las actividades sexuales que acontecen,
y por supuesto no siempre, dentro de ella.
Esta es la inmoralidad que se desliza sin apenas ad-
vertitla, y que condiciona todas las demés. En los ilti-
mos decenios de este siglo xx, el desplazamiento de la
condicién primaria —y propiamente humana— a la
parcial, comin al hombre y a los animales, ¢ incluso a
muchos vegetales, ha avanzado de manera increible, y
es-uno de los ejemplos mas evidentes de «cosificacién»
de la ‘realidad humana, de su reduccién a formas infe-
tlores.
Cuando esto no ocutre, se reconoce Ja «dignidad»
humana, el valor que tiene ser persona. Pero es proba:
ble que esto se tome de una manera abstracta, y se pase
por alto la.dignidad que se extiende a sus dos formas, a
Jos dos sexos. Si se admite la dignidad que pertenece al
ser «hombre», hay que advertir queno hay hombres en
general, sino varones y mujeres, dos formas de vida hu-
mana, igualmente personal, pero en dos formas insepa-
rables e irreductibles. La dignidad, en su forma real,
afecta a cada una de esas dos condiciones: la de var6n
ola de mujer. La moralidad de la instalacién en la-con-
dicién «humana» no basta: se extiende a las dos formas
en que existe.
Esa dignidad del varén o de Ja mujer no puede en-
tenderse «a‘expensas» del otro sexo, sino al contrario:
proyectivamente hacia él. Se es varén en cuanto referi-
do yproyectado hacia la otra forma de vida personal, y
se es mujer en la misma situacién respectiva.
Puede haber formas de instalacién sexuada clara-
mente inmorales: una de ellas es al abuso de la condi-
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cién propia frente a la otra: no menos, el descontento
de la propia condicién, de aquella que constituye la
realidad. En-ambos casos, se trata de una supresién o
atenuacién de-una de las dos formas de instalacién se-
xuada, si se tiene presente que la relacién entre ambas
es inttinseca y necesatia, se ve que en todo caso sé pro-
duce una debilitacién de la tensién proyectiva en que la
condicién sexuada consiste.
Por el contrario, la moralidad de esa instalacién es la
intensificacién de cada. una de sus dos formas para la
otra. Con otras palabras, la maxima realidad de ellas y
por tanto de su proyeccién mutua.
Otros problemas presenta la instalacién en Ja condi-
cién social, precisamente por estar afectada directa e in-
mediatamente por las formas de la vida colectiva. Este
contexto varia enormemente, en cada sociedad y a lo
largo de la historia, y con gran frecuencia se mueve en-
tre dificultades y conflictos. La moralidad de esa insta-
Jacién, 0 su deficiencia y anormalidad, son inseparables
de ese contexto con el cual se encuentra el individuo
sin que en principio dependa de él y por tanto se sien-
ta responsable.
La instalaci6n puede ser «normal», con una tazona-
ble adhesién o incluso satisfaccién, o bien estar consti-
tuida por el descontento. En este caso, es esencial la di-
ferencia de que se refiera a la situaci6n o ala condicibn
social. La primera afecta a cémo «le va a uno»; la se-
gunda, alo que «es». El descontento de la primera pue-
de coexistir con la aceptacién e incluso adhesin a la
segunda: porque uno adhiere a lo que socialmente es,
siente malestar por la forma concreta en que esa condi-
cién se realiza —presiones, excesivos impuestos, deses-
timacién en su ambiente, falta de éxito—y aspira'a mo-
dificar esa situacién.
Pero si el descontento afecta ala condicién misma, al
oOtipo social al que se pertenece, el malestar es mucho. “4
més profundo y perturba la instalacién misma. Lo que
se llama «proletarizacién» es un caso particular de esto,
que puede darse en todas las clases sociales, en los gru-
pos profesionales mas variados, cuando falta la adhie-
sién a lo que significan. .
Esto desliza una inmoralidad-en la instalacién social,
que puede adoptar dos formas distintas, aunque su ori-
gen sea muy semejante. A veces se manifiesta en forma
de prepotencia y abuso de las posibilidades de la con-
dicién propia;‘en otros casos consiste en aversién, que
puede llegar hasta el odio, a las condiciones ajenas; esta”
actitud, patadéjicamente, suele extenderse a la propia,
Jo cual lleva a una instalacién general negativa, hecha
de hostilidad y descontento, y esto suele ser el origen de
un descenso global de la moralidad.
‘No se suele pensar en la perspectiva de Ja moral de *
una extrafia y delicada instalacién, que es la lingiiistica.
Como se trata de un uso, social ¢ histérico, depende de
factores que en principio son ajenos al individuo. Se
est instalado en wna lengua, forma concreta en que se
realiza el lenguaje ptopio del hombre, y esa lenguaes el
Ambito de la instalaci6n: desde ella se usa en todos los
actos expresivos. Pero dentro de esa lengua caben muy
diversas actitudes. Hay un uso positivo, benévolo, con
afan de esmero y perfeccién, que suele ir acompafiado
de placer, de gozo de las posibilidades de Ja lengua.
Esta actitud tiene, sino me equivoco, un alto valor mo-
ral, ya que la lengua es el gran instrumento de expre-
sién y manifestacin de la persona, y de su relacién con
Jas demés. Pero también es posible la tendencia a la de-
gradacién de la lengua, a la preferencia de sus registros
mis bajos, a su deterioro fonético, léxico o sintactico, al
iso hostil para los demas. Desde Ja profanacién y la
blasfemia o el insulto hasta la busca de la perfeccién,
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que culmina en la creacién literaria, hay formas de ins-
talacién radicalmente distintas desde el punto de vista
moral.
Un caso particular constituyen las trayectorias que se
pueden llamar «profesionales» en un sentido lato, que
puede coincidir, en algunas circunstancias, con lo que
he llamado «condicién». La moralidad de esas formas
de instalacién consiste en la entrega adecuada, la plena
realizacién de las exigencias que se derivan de la fun-
cién requetida. El intelectual, el politico, el agricultor,
el obrero, el sacetdote, el hombre de empresa, la mujer
de su casa, el médico, el artista, el técnico, el estudian-
te, afiaden a las trayectorias genéricas o estrictamente
personales las requeridas por su «modo de vida».
En la frontera entre la vocacién personal y estas for-
mas de instalacién estan la maternidad y la paternidad,
que por su duracién y permanencia, por la exigencia de
repertorios de conductas, adquieren un cardcter seme-
jante a las profesiones. Y no serfa excesivo incluir en el
mismo apartado una instalacién en la que rarisima vez
se piensa: la filial, la condicién de hijo, matizada a lo
largo de las diversas edades.
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