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tario. Lo formativo es discutirlo con el nifio, pero nunca que los padres continuen sintiéndose poseedores de lo que han dado a su hijo, como tampoco que no aprecien el valor afecti- vo que éste asigna o no a un regalo. ¢Sadismo anal? En mi opinion, cuando se habla, en todos los escritos psi- coanaliticos, del sadismo anal, como si el placer de dafiar estuviese normalmente ligado a las pulsiones de este estadio, se comete un grave error. De lo que se habla es de nifios que fueron educados de una manera perversa, sin el respeto debi- do a su persona, Porque el nifio que recibe, a medida que se manifiesta su deseo de motricidad, limitaciones por razones de auténtico perjuicio (para él o para otros), a la par que se ve sostenido y consolado por una instancia tutelar que le asegura que mas adelante saldra exitoso, este nifio, apoyado mas alla de su sentimiento de impotencia con palabras reconfortantes, no desarrolla en absoluto un deseo de destruccién sobre el otro, como tampoco comprenderia que exista placer en destruir. El nifio no tiene sadismo nunca, salvo muy al principio, en Ios inicios de su primera denticién. El sadismo es oral, no anal. La ética pervertida en un estadio por causa de una castracion inexistente o mal dada (aqui, el destete), puede contaminar de perversion el estadio siguiente del desarrollo. Toda conducta coercitiva del adulto sobre el nifio es iniciacién en el sadismo e incita al nifio a identificarse con este modelo. Puede asi observarse que la castracién anal no es otra cosa que la prohibicién (tanto para el propio nifio como para los demas) del deterioro tanto como del rapto de los objetos de otro, y de todo dafio en detrimento del cuerpo: no sdlo del cuerpo de los seres humanos, sino el dafio gratuito, por el mero placer de quien utiliza asi su fuerza y su poder sobre el cuerpo de los animales, sobre los vegetales estéticos o utilitarios, so- bre los objetos usuales necesarios para las actividades de todos en la familia 0 en la sociedad: el vandalismo. La verbalizacién de estas prohibiciones por parte del adulto, quien da el ejem- plo ajustando sus actos a estas prohibiciones, es también cas- tracion anal. Un chiquillo de veinticuatro a treinta y dos o treinta y tres meses, que se encuentra de leno en el apogeo de la edad anal, y por tanto de la motricidad voluntaria, tampoco recibe la cas- tracién anal, que debe ser simboligena en el sentido psicoana- litico, si todo le esta prohibido y si su libertad de buscar, de manera intensiva y autoerética, el placer de sus movimientos, de su acrobacia, de su manipulacién desplazadora de los objetos que puede manipular, no tiene cabida en el tiempo de su jor- 115 nada ni en el espacio del lugar en que vive. No puede sublimar sus pulsiones de una manera social si tampoco tiene un com- pafiero con quien jugar. Sdlo gracias a compaiieros de su mis- ma edad, algo mayores o algo menores que él, en un aprendiza- je por la experiencia, logra el nifio evitar tanto los episodios desagradables causados por la fuerza de otro, si se trata de nifios mds grandes, como los que él mismo causaria a los mas pequefios tnicamente para disfrutar de su fuerza sobre ellos. La castracién anal es esta prohibicién de dafiar a otro im- partida dia a dia, desde la edad de la marcha, por la atencién tutelar, que permite un impacto util y agradable de la actividad muscular dejada a su libre iniciativa, controlada a distancia, y asistida educativamente con gestos y palabras al mismo tiem- po que con el ejemplo continuo. Esto, una sana actitud frente a pulsiones marcadas por la castracién anal, es lo que conviene dar a un nifio. Es de desear que toda actividad libremente em- prendida por él en aquello que le place sea respetada por el adulto cuando no perjudica a nadie; y, cuando el nifio juega con interés, es importante que el adulto no lo moleste nunca. Asi como taimpoco tiene el nifio derecho a molestar al adulto ocupado. Aqui es donde el ejemplo es més eficaz que las pa- Jabras. El adulto, sea masculino o femenino, padre, hermano mayor o delegado extrafamiliar, si da juiciosamente esta castracion, la cual se contintia por varios meses y hasta por dos a tres aiios, y si no utiliza sus verbalizaciones sobre los actos del nifio como intervenciones sAdicas orientadas a su exclusiva como- didad de adulto intolerante con el deseo del nifio, este adulto, el tmico sanamente educador, no se muestra ni angustiado, ni tenso, ni rezongén, cuando prohibe un acto. Por el contrario es, en una palabra, afectuoso, y respetuoso del nifio. Y si éste le formula una pregunta relativa a la prohibicion, él sabe expli- carsela, sin contentarse con decirle que si lo priva de algo es por «su bien». Intenta explicar cual es la razon de la prohi- bicién y, por ejemplo, que el acto amenaza con perjudicar al nifio, pero no comete tergiversaciones utilizando argucias o el chantaje del «para darme el gusto». Nada es mas humillante en el verdadero sentido del término, para un nifio, que una pro- hibicién del estilo: «jPorque yo lo digo!», «jPorque mando yo!», sin que el nifio sienta que hay una razén justificada en un peligro para él, es decir, que se lo ama en su desarrollo mismo, y no como un animal sobre quien se manda y que debe redu- cirse a la obediencia. El adulto educador evita todo aquello que puede angustiar intitilmente a un nifio, y por tanto hacerle reprimir sus pulsiones. Evita asimismo todo lo que va a so- breexcitarlo por efecto de una anticipacién sexual. El educa- dor de Ja primera infancia es aquel que comprende répidamen- te qué tipo de cardcter tiene ante si con determinado nifio: 116 aquellos a los que hay que estimular, aquellos a los que no se debe, al tiempo que se vigilan sus progresos, prestar excesi- va atencién para que no se vuelvan exhibicionistas y en quie- nes, por el contrario, se trata de desarrollar el sentido de la promocion en lo que tiene de auténtico, y mo para que se pon- gan a exhibirse ante un espectador. Es educativo, en la actitud y los decires del adulto tutelar, todo lo que va a propiciar el encuentro del esquema corporal, ahora completado, con la imagen del cuerpo, mucho mds que lo que impulsaraé una dependencia del nifio respecto de las pul- siones escépicas, auditivas y lisonjeras del entorno inmediato. Para ocuparse acecuadamente de los nifios y llevar de ve dad el titulo de educador, titulo que se asigna a los padres pero cuyas cualidades raras veces ejercen éstos con sus propios hijos (pero que pueden ejercer con otros), es preciso tomar en serio el papel civico que pueden desempefiar los hermanos ma- yores en el desarrollo de uno més pequeiio, cualquiera que sea su indole,” siempre que esta connivencia entre los nifios no sea explotada por los padres como medio para esquivar su papel. Las personas mayores ejercen una importante tarea civica en el desarrollo de un pequefio, pues cuando un nifio pide que lo miren cuando ejecuta lo que cree una hazaiia, le es necesa- rio contar con la confianza del adulto, y estar seguro de que éste lo autoriza a estas proeza: Ello explica el que el exhibicionismo de un nifio dure cier- to tiempo antes de que pueda renunciar a la admiracién que pretende suscitar. Todo nifio necesita que su madre lo mire cuando hace algo. Esto ha de acabar alguna vez, pero al prin- cipio existe siempre. De lo contrario, el nifio crece sin sentido civico. Se desarrolla tnicamente para si mismo. También es preciso que el adulto comparta y ratifique lo que él hace, di- ciéndole: «Est4 bien, y lo haras atin mejor...». Y cuando el nifio quiere asumir riesgos, es importante que el adulto sepa decirle: «Hazlo si te sientes capaz, pero yo no quiero mirarte porque me da miedo, Tu mismo debes juzgar si eres capaz». Es entonces cuando el nifio va a asumir o no el hacer, sin ser visto, algo de lo que por su parte se siente capaz. Lo im- portante es que la instancia educadora lo sostenga en el acce- so a experiencias personales, cuyo fruto le permitiré adquirir los medios de autonomia y de valorizacién en sociedad de los nifios de su edad. Al mismo tiempo, el educador debe respon- der a todas las preguntas que el nifio le haga y no decirle nun- ca: «esto no te incumbe», puesto que, precisamente, si el nifio demuestra interés por algo, es porque ese algo «le incumbe». 12. Estar en un grupo con chicos mds grandes y ser cuidado por ellos (sin molestarlos), escucharlos, observar cémo juegan. 117 O, para ser mas exactos, porque él lo ha observado y aspira a una explicacién sobre eso que ha observado. Este sostén de la curiosidad de los nifios, en lugar de limitarla o prohibirla —mientras que se trata de la mds fundamental de las pulsio- nes, la pulsién epistemoldgica—," constituye el punto clave en una educacién de las pulsiones orales y anales desprovista de sadismo. La prohibicién a un nifio de interesarse en algo es antieducativo y hasta nocivo: interesarse en algo nunca es per- judicial. Asi pues, con palabras, cada vez que el nifio hace preguntas hay que contestarle veridicamente lo que se piensa, lo que se sabe, 0 confesar la real ignorancia. Asi quedan neu- tralizadas las bases del sadismo. Habra quiza sadismo mas adelante, en la época del estadio uretral, pero no en la del estadio anal. El sadismo es entonces una regresion de las pul- siones uretrales 0 genitales sobre el estadio anal. Pero, en el estadio anal, no lo hay cuando el nifio cuenta con un sostén para realizar su actividad motriz, y para, cuando ésta no es realizable, hablar de ella y recibir una autorizacién a término, en beneficio del futuro, «cuando sepas hacer tal o cual cosa...» Sostener y valorizar ta curiosidad unida a la observacién forma parte del principio mismo de la educacién humanizante. Si sus miras encuentran apoyo en la castracién simboligena, es que la propia persona que limita a un nifio el acceso directo y conocido a su deseo es para él el representante de un ser huma- no mas evolucionado, poseedor de un poder y de un saber que él quiere alcanzar, poder y saber que esta persona esta dis- puesta a delegarle y transmitirle en palabras y anticipandole una experiencia préximamente autorizada, Este es todo el tra- bajo, decir: «Pronto podras, no esta prohibido». El tratamiento psicoanalitico se basa precisamente en este permiso para hablar de su deseo. También invitamos a dibujar todas las cosas que los nifios fabulan; incluidas, por cierto, las expresiones sddicas. Esto significa que estamos de acuerdo con el deseo en si, que aqui se expresa en fantasmas de una exage- rada violencia. A partir del momento en que el nifio Jo realiza en y por el didlogo en situacién de transferencia analitica, ya no tiene deseo efectivo de dafiar en la realidad, por placer. Es algo probado por la experiencia. La expresién simbolizada en lenguaje, en una relacién en cuyo transcurso el sujeto es reco- nocido como valido —y por tanto narcisizado por alguien que no desea al nifio pero que esta al servicio de su desarrollo, res- peta su persona y las de quienes son amados por él, padres, educadores, y no apunta a separarlo de ellos—, es ya una su- blimacién para el deseo. La simbolizacién aleja progresivamen- te al sujeto del recurso al placer del cuerpo a cuerpo, que eclip- sa la relacién de sujeto a sujeto. Todo representante de pul- 13. Que impulsa al ser humano a saber, En sintesis, la curiosidad. 118 siones ajeno al cuerpo propio del deseante es ya una media- cién en el camino del dominio del deseo y de su valorizacién humanizante, en acuerdo con la ley de vida entre humanos. Todo ser humano es naturalmente social, a condicién de que lo social no invalide un deseo que esta en pos de su cumpli- miento en el placer. Cuando es compartido por otros, el placer se incrementa: otros tanto mas numerosos cuanto que el len- guaje les permite comunicarse lo que experimentan. De ahi el valor simboligeno de las castraciones que permi- ten a las pulsiones una expresién distinta del mero e inmedia- to goce del cuerpo, el cual hacia desaparecer la tension del deseo, suprimiendo al mismo tiempo la busqueda enriquecedo- ra del otro destinada a comunicar y compartir las emociones del corazén y los cuestionamientos de la inteligencia. EL ESPEJO Lo que permite al sujeto la integracién motriz por el sujeto de su propio cuerpo —integracién que sanciona, en Ia relacién con el otro, la castracién anal—, es aquel momento narcisisti- co_que la experiencia psicoanalitica permitid aislar como.-es- tadio del espejo) Por otra parte, hablar de estadio es en si abusivo, pues mds bien se trata de una asuncién del sujeto en su narcisismo; asuncién que permite y recubre el campo de la castracién pro- pia del estadio anal y que deja sentir sus efectos mas alla, en la realizacién de la diferencia de sexos (castracién primaria, como se vera mas adelante). Yo afiado que a menudo se valoriza la dimension escépica de las llamadas experiencias especulares: erréneamente, si no se insiste cuanto es debido en el aspecto relacional, simbdlico, de estas experiencias que puede cumplir el nifio. No basta con que haya realmente un espejo plano. De nada sirve si el sujeto se confronta de hecho con la falta de un espejo de su ser en el otro. Porque esto es lo importante. Lo que puede ser dramatico es que un nifio al que le falta la presencia de su madre o de otro ser vivo que se refleje con él, acabe «perdiéndose» en el espejo. Como esa nifia que se volvid esquizofrénica a los dos afios y medio porque fue instalada en una habitacién de hotel don- de todos los muebles eran de cristal y las paredes se hallaban recubiertas de espejos. Vivia en los Estados Unidos y hasta los dos afios y medio era una nifia perfectamente sana, que reia, jugaba, hablaba; en Francia, al cabo de dos meses de hotel, con una persona contratada para que se ocupara de ella y a quien ella no conocia, se la convirtid en una nifia esquizofré- nica. Se perdid, dispersada, en el espacio de aquella habitacién 119

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