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LA PUERTA —Si... jmarchatel |Déjame en paz! —Alberto... ges posible? Al verla tan débil, tan rubia, tan suave, un malvado deseo le hizo repetir: —¢Qué?... {Que te vayas! j{Que no vuelvas! La arrojé del gabinete, y cerré la puerta. Una satisfaccién acida alegraba sus venas de macho fuerte. Habia sentido bajo sus dedos, que mordian, doblarse la carne infantil y temblorosa de la mu- jer, y habia mirado aquel cuerpecito estrecho, otras veces palpitante de caricias largas, desva- necerse languidamente en la sombra. Y como un eco salvaje oia atin el latigazo de su propia voz: —jQue te vayas! |Que no vuelvasl... Pero también comenzé 4 oir lamentos que su- bian en su conciencia... 3A ella, 4 su Mari, tan 2 18 RAFAEL BARRETT dulse, habia él tenido valor de castigarla? gY por qué? ¢Por qué, en medio de una disputa ca- rifiosa y abandonada, le habia ahogado de repen- te el ansia feroz de hacerla sufrir, de estrujar el corazoncito adorado? Y una gran extrafeza, una gran claridad, surgié de pronto. No, no la amaba ya. Todo habia acabado. Todo habia muerto, Se qued6 contemplando la alta puerta inmovil, y le parecié que no se abriria jamas. Detras de la puerta, apretandose el pecho con las manos moribundas, Mari escuchaba. Era muy de noche. Por las piédras de las calles se arras- traban los pasos de algin mendigo. Mari le envidié no tener mas que frio y hain bre. Ella tenia un horrible frio en el alma. Perci- bid ruido de papeles, de hojas de libro que se pasan... «Esta trabajando...», pensd. «Ahora se levanta, se pasea... viene.» Mari no podia respirar. «Se va. No abre.> Los pies crueles de Alberto iban y venian, sin pararse, 4la puerta, sin querer llegar hasta aquelladesesperacién muda, llevando la limosna de paz... Y las lagrimas brotaron sin fin, brotaron quemaderas de la fuente invisible, CUENTOS BREVES 19 mojando en la obscuridad el rostro tibio, pegado 4 la puerta inmovil... Y Mari se dejo caer poco 4 poco al fondo de su dolor... Las horas aprovechaban el negro silencio para huir, empujandose las unas 4 las otras, y Alberto, borracho, de suefio y de tristeza, se decidié 4 abrir. Mari, desplomada en el suelo, se habia queda- do dormida. El levanto la hermosa cabeza de oro, empapada en sudor y en Ilanto, y besd los cali- dos ojos entreabiertos. : A la luz de la lampara aparecian algunas arru- gas junto 4 la boca atormentada, de donde salia un vago perfume de muerte. Entonces el hombre tomé 4 la nifia en brazos» y pasaron la puerta para entrar en el amor ver- dadera, hecho de tinieblas, de angustia y de llamas.

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