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| | | An CaptruLo 3 DIOS Y EL MUNDO L._ Introduccién Para ordenar la reflexién teolégica que iniciamos ahora desde nuestra realidad», dividiremos Ja materia en dos capftu- jos: «Dios y el mundo» (cap. 3), y , primitiva y fantdstica, que se lee en es0s relatos, a la vision scientificay, ilustrada y objetiva, del origen y la evolu cién del mundo. En una lectura més critica y responsable sa~ Demos sin embargo, que tales relatos no son nada primitivos. En realidad, proceden (especialmente el primero) de épocas relativamente tardias, y a través de sus géneros literarios pecu- liares (poéticos y simbdlicos) expresan una teologia bastante madura del hombre en el mundo. Su misma concepcién de Dios, lejos de articularse profundizando la experiencia «natu- ral> de Dios en el mundo, constituye en realidad una toma de posicin critica frente a las teologias de la naturaleza corrientes en las grandes culturas de la época, y, en cierto sentido, frente a toda s«teo-logia natural», Relatos que proceden de tradciones diferentes y bastante dstanciadas ea (mitos del origen del mundo) corrientes en el entorno cultural del antiguo Israel. Esas cosmogontas son asi- miladas por la Biblia, pero introduciéndoles tales correcciones que implican una radical transformacion de su teo-logia primi- tiva. Y es en el sentido de esas correcciones, 0 de las més im- portantes teolégicamente, donde a mi juicio podemos encon- trar hoy dia la actualidad del mensaje biblico de Dios ereador; su actualidad, precisamente para superar sa crisis de nuestra propia experiencia de Dios en relacién con el mundo natural. {Cuiles son, en concreto, esas correcciones? Aqui destaco ‘res, que me parecen principales en la perspectiva del tema que tenemos entre manos: Que el mundo no ha «brotado» de Dios necesaria- 9 Cf Am 4,13; 5.8; 96; Is 40.28; Dt 4.3240. °C més adelante, 230-231. Sobre Jos relaios de la ereaci6n, ef Ch. HAU- er, Lor origenes (Genesis Ff), Paulinas, Buenos Aires 1064; HL RENCKENS, Creacion, paraiso y pecado origina segin Genesis 1-3, Guadarrama, Madtid 1969; G." Auzou, En um principio Dios cred ef mundo, Vesbo Divino, Estell 1975; G. von Rad, El libro del Genesis, Sigueme, Salamanca 1977, 3680; J.S.'CROATTD, El hombre en el mundo I, La Aurora, Buenos Aires 1974, ~ mente, por una ley interna de la vida divina, como si fuera «el gran cuerpor que Ie hubiera crecido a Dios. Que, por lo mismo, Dios no es el principio o alma inmanente de un mundo necesatio, su intrinseca racionalidad (pantefsmo); 0 la gran fuerza vital que lo anima, cuya energia debemos captar para nuestro beneficio (religiones naturistas). Que tampoco el mundo y la materia responden a un principio del mal, esencial- mente opuesto a Dios y corruptor del espfritu (dualismo). Que Dios no es el creador de un hombre «espiritu puro», que luego ofrece salvar a éste de su «degradacién» en el mundo y Ia vida corporal (misticas espiritualistas). Por el contrario, Dios crea, con la libertad soberana de su palabra y por amor, un mundo distinto de si mismo y esencial- ‘mente bueno ". La’ materia y el mundo no pueden ser vistos como demoniacos, porque proceden del amor creador de Dios, que los sostiene en la existencia. Pero tampoco pueden ser vistos como divinos, porque proceden de Dios por libre deci- sin suya "2; porque Dios mismo los hace existir delante de si, como «objetos» distintos con su propia estructura y dina- mismo, y en el caso privilegiado del hombre, con su propia libertad ‘realmente distinta y «delante» de Dios. Dios no es natural, como principio interno o alma del mundo; y la natura- leza no es divina, como emanacién natural de Dios. Dios es Dios, y no admite mezcla ni comparacién con el mundo; y et mundo es el mundo, y Dios mismo quiere que sea el mundo. 2. Que la grandeza imponente del firmamento, el océano © la montafia; la fertilidad exuberante de Ia selva; la fuerza de- vastadora del ciclén o el terremoto..., todo es0 puede ser reco- nocido como obra de Dios e indicio suyo, como «testimonio» de su grandeza, como lugar donde nos puede acontecer el en- cuentro con su misterio; pero jamés como morada particular Tam eldest, oa saiecamuirar sm cetee es Sobee esas eoeenan es Seater un iments ano y ante al orden del mando 8 eateia. cade gue ope ie id gece yi || de Dios, ni menos como imagen de su ser, Para nuestros re- fatos de la creacién, como para toda ta tradicién bfblica, no es por fos elementos 0 Jos fenémenos de Ia naturaleza, o en pa Fojes determinados de la misma, como Dios «se revela» propia- mente a nosotros. Si el Dios vivo, para venir a nuestro encuen- tro, ha querido particularizarse y habitar en alguna porcién del mundo, es en el hombre mismo, en aucstro semejante y en medio de nuestro pueblo, ¥ si en alguna parte podemos reco- hocer una «imagen y semejanza» que Dios crea de si mismo, Gea puede ser s6lo el hombre. No el hombre como «objeto», por su figura corporal entre fos demés seres del mundo, sino el hombre como «sujeto», por lo que tiene de més propia y ex- clusivamente humano: su conciencia personal, su capacidad de amar y comprometerse, st libertad ™. Por eso, si es verdad que a Dios s6lo podemos concebirlo en forma mediata o indirecta, a través de imagenes y a partir de nuestra experiencia humana en el mundo, debemos recono- cer que las imagenes y experiencias mas adecuadas para evocar al Dios vivo no son las del mundo natural, sino las de nuestra propia realidad humana, personal y comunitaria. Asf, Dios no Ser tanto, para nosotros, el més grande que la béveda celeste © el mas fuerte que el terremoto cuanto la conciencia ms in- tensamente personal y més critica, el amor més fiel y mas fe- cundo, la voluntad més soberanamente libre..., mas alld de todo 1o que podamos imaginar, pero en esa direccién. Que el hombre sea creado por Dios «a su imagen y seme janza» quiere decir, pues, que s6lo nos es licito concebir a Dios y hablar de él a imagen y semejanza del hombre '’. Y quiere decir también que en la entera creacién y entre todas Jas cosas el hombre, todo ser humano y por el solo hecho de serlo, es la tinica realidad «sagrada». Cada hombre y el pueblo ‘como colectividad son el verdadero «tempto» donde Dios se hace presente y se nos comunica como por su «sacramentom. En todo el mundo, s6lo el hombre por ser hombre y el pueblo CEG. VONRAp, Teologta del Antiguo Testamento I, Sigueme, Salamanca 1992; eLa prohibicidn de las imagenes en el Anfiguo Testamento», 290, Cr Gén 126-30; 2.78; 215-3. ™ Ctmés adelante, 181-18. 81 por ser comunidad humana, poseen una dignidad y unos dere- chos que son y deben ser reconocidos como divinos. De ahi el celo de los profetas de Israel por denunciar —como un mismo pecado— la idolatria y Ia injusticia; la corrupcién del culto de Dios, la explotacién de los pobres y el asesinato de los desva- lidos. El celo de los profetas por defender —como una misma causa— el derecho de los pobres y oprimidos y el honor y la santidad de Dios ®, Por supuesto, para completar esta perspectiva en un sentido biblico y cristiano tenemos que reconocer que esa «imagen y semejaniza» de Dios se nos ofrece en definitiva en el hombre Jesucristo. Sélo él puede decir, con toda verdad: «Quien me ve a mi ve al Padre» (In 14,8-11; of 1,18). Porque, en la raiz de su ser y misterio personal, Jesucristo es «la imagen del Dios in- visible», y cada hombre es creado en realidad a imagen de este swerdadero Adin» del proyecto de Dios (Col 1,15-20; cf 1 Cor 15,49). El Jesucristo de la historia evangélica, el crucificado que fue resucitado, ef mismo que hoy en América Latina nos sale al paso en los rostros suftientes de nuestros hermanos los pobres y oprimidos; el que en ellos se nos revela, nos cues: tiona y nos interpela (Mt 25,31-46; cf Puebla 31-38). 3. Que el hombre no es una pieza més del mundo, some- tido ciegamente a sus leyes inexorables y su destino. Que la dependencia del hombre respecto de la naturaleza, con sus bienes y sus amenazas, no puede ser una dependeneia religiosa (idolatria), ni puede ser aceptada pasivamente como intocable «voluntad de Dios» (fatalismo). Por el contrario, slo Dios es «Sefior» del mundo y de la vida humana, y el mismo Dios ha querido poner al hombre en ef mundo como «seiior», entregan- dole el dominio sobre los elementos y los seres de’ la natura~ Jeza. Si el mundo natural tiene un «alma» que puede darle sen- tido y dirigirlo, esa «alma» la ha puesto Dios en el hombre; es el hombre mismo, amado a «ponerle nombre» a las cosas y a serecer y dominar la tierra» "7. Ahf esta la llamada al trabajo % Gr, por ejemplo, Am 8 4s; Os 6,46; Jer 7215; 221-95 Is $8,1-10, Bios pone al hombre en el ceatro de la ereacin, en el jardin (Gn 1,26 30; 3.4°-8); lo pone para llenar y dominar la tierrao, para 2 les dems ereaturas y servirse de eflas (Gen 1,28-30); tne & presenta del hombre * todos los animales pare quel eles pong nombre» (Gen 2,19-2) 82 inteligente, a la ciencia y Ia técnica, al progreso en el conoci- miento del mundo natural y en Ia utilizacién racional de sus tlementos. Y también, o sobre todo, Ia llamada a Ia responsa- bilidad ética del hombre, el que debe «ensefiorearse» de los elementos y las cosas del mundo en forma inteligente y solida- ria; sin violentar las posibilidades de la misma naturaleza, para uutilidad de todos y para el auténtico desarrollo de Ja vida hu- mana, ‘No se trata, pues, de una visiGn del mundo ingenuamente optimista. Ahi esté la tierra que resiste al trabajo del hombre por su sustento, estén tos dolores de la mujer para generar la vida, estén todas las servidumbres del ser hurmano respecto de la naturaleza que lo rodea y de su propio cuerpo, esté el des- tino universal de la muerte... "* Pero todo este desgarramiento de la naturaleza en cuanto inhdspita, sin sentido y mortal para el hombre, no es porque el mundo dependa de «poderes» ma- lignos ni porque venga ast de Dios, sino que todo eso minero e industrial lleva ya varias generaciones y que se ha venido precipitando en las generaciones actuales, con los avances, golpes y retrocesos de nuestra historia reciente. Antes, 0 en la generacién mayor, asi como el hombre se siente parte de la naturaleza como un tode dado, con su orden 86 igen necesario y su funcionamiento invariable, asf se siente parte de Ja sociedad humana, concebida también como un todo orga- nico, estratificado y jerérquico, que «siempre ha sido igual», con un orden y un funcionamiento «naturales». Ahora en cam- bio, y especialmente en la generacién mas joven, el hombre va tomando distaricia en su conciencia del orden social imperante; aprende a mirarlo con perspectiva, a compararlo con experien- ‘das diferentes y a imaginar alternativas futuras. Ya sabemos ‘que la sociedad como esta organizada y como funciona ahora no ha sido siempre asi, sino que es producto de evolucidn y de golpes de fuerza que podrian haberse dado de otro modo y gue también mafana podrfan cambiar de rumbo. La sociedad no puede ser ya para nosotros un orden «natural» establecido para siempre, sino el producto de una historia, en la que jue- gan los intereses y los miedos de diferentes grupos, con su po- der y sus alianzas. La sociedad —con su actual estratificacién, su organizacin econémica y sus mecanismos de poder— no podemos mirarla ya como un «orden establecido», sino como la etapa de un proceso, como una forma o estructura de orga- nizacién que es cuestionable y reemplazable, y cuya permanen- cia de hecho con todas sus injusticias constituye un desafio a nuestra responsabilidad solidaria como seres humanos. El hom- bre emerge mas claramente en nuestra conciencia como sujeto responsable, y Ia sociedad existente como realidad histérica: producto de una historia pasada, transitoria, abierta para ser fransformada por nosotros hacia un futuro diferente. Aqui se sitia la importancia de las ciencias sociales y la politica, como instrumentos para conocer mejor los mecanismos de la socie~ dad e influir cficazmente en sus procesos. Se comprende que los grupos privilegiadas por el orden imperante —y més si ejercen el poder sin contrapeso— estén interesados en desacre- ditar las ciencias sociales y condenar la politica; y que en el pueblo oprimido, los sectores con més conciencia histérica se vean tentados a hacer de las mismas un absoluto totalizante. Queda siempre en pie el descubrimiento —para nosotros irre versible— de que la sociedad es obra y tarea del hombre; la conciencia de que todos, y especialmente las mismas mayorias ahora oprimidas, compartimos la responsabilidad de que la so- ciedad de mafana sea més humana; de que en ella la economia se organice mas por solidaridad que por explotacién, de que 87 en ella el poder se cjerza més por participacién que por domi- nacién Antes, la imagen de ta sociedad y la experiencia de ta inser- ion de cada uno en ella eran casi exclusivamente verticales, por relaciones de autoridad y obediencia. Se vela como natural que uno perteneciera @ una nacién por ser sibdito del mo- narca, a una hacienda o una empresa por trabajar para un pa- ‘én, @ una parroquia 0 una comunidad religiosa por ser feli- grés del cura o por obedecer a un superior. Ahora, accedemos un nuevo sentido de la igualdad fundamental y la solidaridad fraterna de todos los hombres. La imagen de la sociedad ver- daderamente humana y las aspiraciones de insercién de cada tuno en ella ponen como basicas las relaciones horizontales, los vineulos de solidaridad y reciprocidad, las responsabilidades comunes y compartidas. Entendemos pertenecer @ una nacién, una organizacién 0 una comunidad, porque somos ciudadanos, socios © hermanos, con los mismos derechos y obligaciones, y valorando sobre todo los vinculos de solidaridad y comunién ‘que nos unen horizontalmente. No se trata de nogar que heya personas 0 grupos con dones y tarcas especiales, que haya en Ja comunidad quienes ejercen una indispensable misién de au- toridad. Pero entendemos que esas autoridades son legitimas cuando son mandatarias del pueblo, cuando son clegidas © reconocidas por el consenso mayoritario de la comunidad, Tncluso en ta familia —donde si se dan lazos de autoridad y de- pendencia que son naturales— desde hace poco se va supe- rando el machismo tradicional, para acceder a rclaciones de Pareja més igualitarias y reciprocas, a relaciones de comunica~ in con los hijos que los ayuden a crecer en libertad y tiendan a desembocar en una auténtica amistad. 3.2. Crisis de «Dios» Pues bien, en todo este proceso de cambios culturales tan rofundos, es normal que también cambie, o bien quede fuera ‘de lugar, la experiencia tradicional de Dios. Es normal que la manera recibida de percibir la autoridad de Dios, su voluntad ¥y Su poder sobre el orden social y la convivencia cotidiana, se 88 yea desafiada a cambiar también profundamente 0 a quedar coma una pesada tranca que cierra el paso a una convivencia ‘nds humana. En los campesinos 0 en mucha gente mayor, as{ como ta dependencia del orden y las fuerzas de la naturaleza, bign la dependencia del hombre respecto del orden tradicional y Jas autoridades de su mundo social se viven esponténeamente ‘con un profundo sentido sacral y religioso. Las diferencias a menudo abismales de condicién y posibilidades entre pobres ¥ ricos, la divisiGn de trabajos y roles sociales més serviles y mas sefioriales, ef monopotio de las decisiones y la acumulacién del poder en manos de unos pocos superiores que saben, las alter- nativas ms 0 menos opresivas 0 favorables de «la situacién» econdmica nacional..., todo eso es percibido como un orden sagrado y como voluntad de Dios, como el tnico orden sabio ppara el cuerpo social y como el mas conveniente para todos sus miembros; también, a final de cuentas, paca las mayorias apa- rentemente menos favorecidas. De ahi que el deber de cada uno —en humildad frente a Dios y en obediencia a su volun tad— sea conformarse con la condicién heredada, cumplit a conciencia con el propio «deber de estaclo» y recibir con grati- tud el pago y las ayudas de Ia sociedad establecida. La experiencia de pertenecer a una sociedad humana, vi- vida a partir del modelo de la familia —y de la familia patriar- cal—, pone el énfasis en las relaciones verticales y la depen- dencia. ¥ a Dios se lo concibe en la cispide, encima de las au- toridades, garantizando el orden establecido y dirigiendo el cuerpo social por mediacién de los poderes constituidos. Los que mandan —el padre y el rector, el patron y el gobernante— aparecen con una autoridad «vicaria» 0 representante de Dios, son como el «sacramento» (signo ¢ instrumento) del gobierno superior que ejerce sobre la sociedad humana el todopoderoso. De esta manera, Dios mismo aparece como el supergober- nante, el gran patron, el padre universal, a imagen y seme- janza de los poderes y autoridades de este mundo. Por eso, al tomar distancia critica frente al orden y las je- rarqutas de la sociedad establecida, al percibir las diferencias y Jos poderes de la sociedad existente como producto de una bis- 89 toria, al tomar conciencia de la injusticia y ta violencia institu- cionalizadas, al concebir la utopia de una sociedad igualitaria y fraterna, al descubrir nuestras propias posibilidades de organi- zarnos para resistir y cambiar el orden imperante..., se com- prende que no s6lo haga crisis nuestra sumision al orden vigente y a las autoridades que lo mantienen, sino también nuestra sumisién al mismo Dios, o més bien, nuestra imagen de un Dios legitimador de ese orden y que nos exige esa sumi- sion, Asi, en nuestra relacién con la sociedad, en nuestras pricticas Sociales y en nuestra misma convivencia cotidiana, hace erisis entre nosotros la fe en Dios padre y rey todopode- roso. Hablando mas exactamente, hace crisis Ja imagen de Dios como un padre que protege y provee de lo necesatio, pero que al mismo tiempo mantiene sometido y no deja crecer. Hace crisis la imagen de Dios como un gobernante que garan- tiza el orden y la seguridad del cuerpo social, pero que Io hace como dominador universal que impone como ley su propio ar- bitrio, y que actia como suprema «inteligencia» para computar y reprimir toda rebeldia *, No pretendo decir con ello que tal imagen del Todopode- r0s0 dé cuenta adecuadamente de Ia experiencia de Dios tradi- cional en nuestro pueblo. Esa es una forma importante, que se da en el pueblo humilde en dependencia de cierta predicacién ficial de Ia Iglesia, y mas ain de la ideologia «catdlica» de tas clases dominantes. Encontramos también en nuestro pueblo la contrapartida de un «Dios de los pobres», para quien todos los hombres son iguales, que acompatia y da aliento a los despo- jados y humillados, y alegria a los que saben compartir. Y frente a este Dios, la conviccién de que la avaricia de tos ricos y su explotaciéa de los pobres, Ia prepotencia de los pode- rosos, son cosa det demonio. ‘Tampoco quiero sugerir que en nuestra subcultura popular ‘urbana, y particularmente entre los jévenes, haya desaparecido todo sentido positivo del padre y de la autoridad. Por el con- trario, pienso que las mismas frustraciones —en el Ambito coti- diano de la familia 0 en el mis global de nuestra historia como 2 Cf M. Saunas, Dos modelos de letra teolégica de la historia latino ‘americane, ex «Pastoral Popular» 1 (1988) 59-65 90 pueblo— alimentan a menudo ta nostalgia de un padre que Byuda a erecer y a ser libre, de un padre amigo; la nostalgia de Iideres y gobernantes que estén de veras al servicio del pueblo y tengan real autoridad, y no sdlo el poder y la fuerza. Ahi estén Jas semillas y las piedras de apoyo para volver a descubrir la buena nueva de Jesuctisto: la del Padre misericor- ddioso, la del reinado de Dios y su justicia, Ja del Dios que {quiere un pueblo libre y compartiendo fraternalmente la pleni- tud de la vida. 3.3. Nuevas perspectivas Efectivamente, también, 0 sobre todo en esta esfera de la vida en sociedad, la crisis de «Dios» que acontece en el pro- ceso cultural de nuestro pueblo nos ofrece una oportunidad de purificar nuestra fe cristiana y de abrimnos a una nueva expe- riencia del Dios vivo y verdadero. Digo aqui «sobre todo» por- que al orientarnos a redescabrir y a profundizar en la tradicién biblica de Dios liberador de su pueblo y del reinado de Dios cen la tierra como en el cielo» estamos apuntando a temas que estin en el primer plano de la propia Biblia y constituyen como el eje central de la misma como totalidad dinamica. uisiera destacar aqui, en primer lugar, tres aspectos que ‘me parecen principales en la lectura que vamos haciendo de la Biblia en nuestras comunidades entre los pobres: 1. Al Dios de la Biblia fo hemos «conocido» —hemos he~ cho ia experiencia de su realidad viviente, hemos sido involu- crados en comunién con é— porque é1 mismo ha querido in- tervenir en la historia colectiva, ha ejercido sus «juicios» sobre ella para liberar a grupos humanos oprimidos, explotados y disgregados y hacer de ellos un pueblo de hombres libres y soli- darios. Ese estado de opresion y servidumbre se lo ha vivido ssacralizado» por el culto alienado a los falsos dioses de la pre- potencia y la riqueza privatizada de los dominadores: del fa- raén y los magnates de Egipto, de los reyes corrompidos y los grupos acaparadores del propio Israel, de las cabezas y los 1 grupos privilegiados de los grandes imperios. La condicién nueva, como pueblo organizado y libre, fraterno y solidatio, viene ligada al encuentro y la alianza que nos ofrece el Dios verdadero, el del servicio humilde y los bienes compartidos en- tre los pobres de Ia tierra. La liberacién, et acceso al reino de Dios, suponen el abandono de los {dolos de la dominacién y la masacre, para convertirnos y servir al Dios vivo y verdadero, cl de la solidaridad y la vida plenamente humana para todos. ¥ leyendo hoy la Biblia en Ja marcha creyente de nuestro pue~ blo, no

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