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NEIL JACOBSON - JOHN GOTTMAN HOMBRES QUE AGREDEN A SUS MUJERES. COMO PONER FIN A LAS RELACIONES ABUSIVAS PAIDOS € + Waltz y Regina Rushe, nos ayudaron a ponerlo pO para garan- nuestro trabajo sin imprevistos. lgaron una cantidad ingente de ti zat gue pudiéramos levar a cal Peter Fehrenbach, psicélogo del S lente asesor mente, la doctora Amy }-Munroe, actualment ersidad de Indiana, nos una valiosa ayuda instrumental para conseguir los fondos fe- 's necesarios para llevar a cabo nuestro estudio. 10 editor en Simon & Schuster, Bob Bender, nos trat6 des- de el principio, tanto a nosotros como a nuestro manuscrito, con tacto, paciencia y entusiasmo. Durante todo el proceso, nuestros on y John Brockman, nos trans Y, naturalmente, ambos tenemos la fortuna de estar casados con cientificas sociales —Virginia Rutter y Julie Gottman— por lo que no s6lo recibimos apoyo emocional, sino también unos importantisimos comentarios ¥y observaciones desde el principio hasta el final. Por ti no por ello menos importante, agradecemos a Hara Maran da a la hora de redactar la propuesta original del libro, con la que Katinka y John impresionaron a Bob y nosotros pudimos escribir este libro para Simon & Schuster. € 1 Un proyecto de investigacién singular sobre la violencia doméstica Cuando Vicky regres a Seattle no tenia ningdin trabajo, ningtin lugar donde vivir, ningdn apoyo de su familia ni ninguna carrera profesional. Tenfa veintisiete afios, y siempre que andaba por la ca- Ie los hombres se volvfan para mirarla, Era rubia, de pémulos altos ¥y deslumbrantes ojos azules. No tenfa ningtin interés en encontrar a un hombre, pero George pinaba de manera distinta, Estaba sentado en un bar con sus ami- 0s cuando Vicky entré en é1. Todos la miraron, sontiendo con aire de complicidad y empezaron a bromear sobre cul de ellos la con- quistarfa, pero George fue el que apost6 més fuerte. Se jugé cien délares a que ella se casarfa con é1 en el plazo de sei sraron la apuesta con un apretén de manos. George se ella y Ia invité a una copa. «Era absolutamente encantador», recordaba Vicky después. «Me ‘enamoré de él casi instanténeamemte y cref que él se estaba enamo- rando de mi. Era perfecto, maravilloso, int descubrir. Me explicé lo grande que era su fa (que era y también sus planes para llegar a ser todas esas patrafias sobre los valores de su familia que yo me cref a pies juntillas y me qued Vicky coment6 que, de alguna manera desde esa primera con- versacién, George fue capaz de sonsacarle lo que era més impor- tante para ella. «De alguna manera supo que la cuestiOn de la “fa- 15 a € ” me engancharfa. Yo habia pasado doce afios rebeldndome contra mi familia, Pero en lo més profundo de mi ser eso era lo que ‘yo queria, Ese era mi suefio. ¥, de algin modo, George lo sabia.» «Sin embargo», dijo Vicky, «yo no tenfa intencién de volverme a casar. Estaba intentando dar sentido a mi vida. ;A qué escuela iba a ir? {Me convertiria en artista? Pero re: ‘me querfa.» Vicky tampoco pensabi se qued6 embarazada. George fin y al cabo, querfa ganar su apuesta. «Cuando supo lo de mi em- barazo», dijo Vicky, «me propuso que nos casdramos. Sabia que yo, cn el fondo, deseaba una familia.» «En aquella época», prosigue Vicky, «todo me pareefa muy r0- mantico: yo embarazada y él pidiéndome en matrimonio. Y, précti- camente a los seis meses de conocernos, nos casamos. El era tan encantador y tan roméntico como yo pensaba que tenia que ser.» Uno de los amigos de George advirtié a Vicky de que George ase con él. Le dijo: «Este chico te va a hacer suftir>. El pero Vicky no. El pri- mer indicio de un problema real se produjo casi inmediatamente después del nacimiento de su hija, Christi. Vicky consolaba a la ni- fia, pero ella no dejaba de Horar. De repente, George se puso a gri- tar a Vicky por no ser capaz de «hacer callar a la nifia» y le tiré un Juguete. Vicky sintié un escaloftio y se quedé en silenci Unos dfas después del incidente, George empezé con barfa conv: sus planes de matar a tres antiguos compaiieros de su época adoles- Dijo que eran unos canallas y que, por tanto, merecfan morir. Jactindose de que ya haba asesinado a otras personas, remarcé que su venganza contra sus antiguos camaradas no era nada del otro mundo. George monté la escena para que Vicky empezase a consi- derarlo peligroso. Habfa dado inicio a lo que se convertirfa en su ccaracteristico uso de la violencia como forma de intimidarla y con- trolarla. € Martha y Don La jomada habfa resultado dura para Don. Corrian rumores de despido y habfa podido comprobar que las cosas pintaban mal. Su i fa reprendido por dormirse y llegar tarde, y senso de ese hombre hacia la cumbre, Después lo habja vuelto a llamar para decirle que no se preocupase, pero Don advirti6 una sonrisa burlona en su rostro mientras hablaba. Don se sentia mal y estaba cansado de hacer bien su trabajo sin obtener e1 reconocimiento que merecia, Estaba seguro de que iba a entrar en un sobre Ia que no tenfa control. En definitiva, habfa nefasto Ahora Don estaba probando el coche que, por indicacién suya, su esposa Martha habia ido a recoger al taller. Al escuchar el mo- tor, supo instanténeamente que los del garaje le habian engaiiado otra vez. Les habfan cobrado el ajuste del motor y su trabajo, pero el condenado ruido no habfa cesado, aunque les habia dicho expre- samente que resolvieran el problema. A medida que regresaba a su casa la ira le iba consumiendo, Estaba tan furioso cuando entré en el aparcamiento de su casa que le falté poco para chocar contra el coche de su mujer. Ella estaba cocinando la cena tranquilamente, ‘cuando Don irrumpié en casa absolutamente histérico. «,Qué te pa- sa», le dijo. «; Verdaderamente eres tan esttipida?», le espeté Don. « que ella tenfa cuando él llega- ba tarde a cenar. Cuando pegan a sus mujeres, los agresores toman decisiones. No hay comentario ni conducta que justifiquen una res- puesta violenta a menos que sea en defensa propia, En nuestra muestra, cuando los agresores empezaban a pegar, ‘casi nunca —por no decir nunca— lo hacfan en defensa propia. Na da que una mujer pueda decirle a un hombre le da a éste derecho a Pegarle, Por tanto, las mujeres no pueden precipitar la agresién masculina a no ser que sean ellas mismas las que inicien la violen- cia, lo que raramente ocurre, al menos en nuestra muestra. E inclu- 53 € so si son ellas las que la inician golpeando a su marido en el brazo a causa de su frustraci6n 0 tirindoles algtin objeto, ello no quiere de- cir que hayan provocado una agresién. Los maridos tienen derecho a ddefenderse: cuando se les golpea, pueden desviar el golpe; cuando se les empuja, pueden hacer que sus esposas se detengan; y cuando se les algo pueden agacharse y gritar asus esposas para que paren. Nin- a de estas conductas fisicamente agresivas es comparable izas que ellos propinan. Sin embargo, los agresores las suelen izar como excusa para unas agresiones que de cualquier forma ubieran producido, Sam le dio un pufietazo en el ojo & Marie cuando ella le desper- 16 de madrugada. Marie no podia dormir porque él haba estado flir- teando con otra mujer en una fiesta y, de hecho, habfa bailado con ella de una forma descaradamente sexual. El se enfadé cuando ella le despert6, se negé a comentar el tema y cuando ella, frustrada, le golpes con la almohada, le dio un pufetazo en la cara. Cuando se afirma que las mujeres son las que provocan la vio- lencia de sus maridos, implicitamente se esté compartiendo una fi losofia del matrimonio, segtin Ia cual el hombre es el cabeza de fa- milia, el jefe. En los viejos tiempos, eso significaba que el jefe tenfa derecho a pegar e incluso a matar a su esposa, de la misma manera que cl amo tenfa derecho a matar a sus esclavos. Hoy en dfa, esto significa considerar a la mujer como a alguien que merece ser apa- Jeado en determinadas circunstancias. Las esposas nunca merecen ser apaleadas por sus maridos. Las palizas son actos eriminales y los desafios verbales de la esposa no constituyen ninguna circuns- larry, uno de los maridos de nuestra muestra, estuvo a punto de estrangular a su esposa, Beth, después de que ésta le espetara: «Pro- bablemente eres un maricén, igual que tu padre». Lo que ella dijo no estaba bien, pero no merecfa perecer asfixiada por ello. Harry hubiera tenido que ser acusado de intento de asesinato. € Mito n® 8: las mujeres que aguantan una relacién abusiva deben estar locas En realidad este mito da por supuesto un hecho; a saber, que la ‘mayor parte de las mujeres agredidas aguantan una relacién abusi- va. En nuestra muestra, a los dos afios de su primer contacto con nosotros, el treinta y ocho por ciento de las mujeres habfan abando- nado a sus maridos. $i tenemos en cuenta que alrededor del cin- cuenta por ciento de las parejas se divorcian en el transcurso de sus vidas,"* debemos admitir que el treinta y ocho por ciento en dos afios representa una cifra muy elevada. Muchas mujeres agredidas abandonan esas relaciones agresivas. No se las debe culpar por no hacerlo; muchas de ellas se van. Y a menudo su partida es un acto de valentfa, puesto ner que enfrentarse a sus miedos y a la inseguridad financiera, Pero, ;qué sucede con las que atin no se han ido? hay algo de malo o extrafo en ellas? La respuesta es ‘as fécil entrar en una relacién abusiva que salir de ella."* A menu- do las mujeres tienen miedo de irse, y no les faltan buenas razones para ello. Las posibilidades de ser gravemente heridas 0 asesinadas aumentan de manera espectacular durante los dos primeros aiios después de haberse separado de sus maridos.'* Marcharse es peli- ‘gr0so y a menudo quedarse es un mal menor. Tracy Thurman atra- ‘ves6 todo el pais para escapar de su agresivo marido, pero él la atra- 6 en una zona rural de Connecticut, la atacé con un cuchillo y Poco le falté para matarla, aunque la dejé incapacitada de por vida, 14, John M. Gotan, Why Marriages Succeed or Fail, Nueva York, Simon & Schuster, 1994, 15, Michael J. Strube y Linda S. Barbour, «The Decision to Leave an Abu- sive Relationship», Journal of Marriage and the Family 4S, 1983, pégs, 785- 793. 16, Margo Wilson y Martin Daly, «Spousal Homicide Risk and Estrange- ‘menb», Violence and Vctins 8, 1993, pags. 3-16 55 La policfa y los vecinos presenciaron la carni tun hito para los defensores de las leye unas leyes que disponen la detencién de iefa encuentra pruebas de disputa domést En segundo lugar, a menudo las mujeres no disponen de recursos ue les permitan abandonar el hogar conyugal, especialmente si tienen Son econdmicamente dependientes de sus maridos y este dese- rio econsmico forma parte del control ejercido por el agresor, tuvo que esperar mucho tiempo para llegar a ser econémica- ‘mente independiente y as{ poder poner en préctica su decisién de aban- donar a George. Lo mismo le sucedié a Clara, que ejercfa de ama de casa y cuyo marido era profesor universitario. El controlaba todas las finanzas y, cuando pens6 que su mujer contemplaba la posibilidad de ir- se, le record6 que él disponta de os recursos suficientes para contratar al mejor abogado especialista en divorcios de la ciudad. Le aseguné que podria obtener la plena custodia de sus hijos y que ella se quedaria sin nada. Clara estaba atrapada por su dependencia econémica. iar, tras haber sido sometidas a abusos fisicos y emocio- in tiempo, las mujeres son sistemsticamente despojadas <ée su autoestima, hastael punto de que erréneamente llegan a creer que necesitan a sus maridos para sobrevivir, a pesar de la violencia. Esta ddisminucién de la autoestima suele formar parte de una constelacién de sintomas comunes a las personas que han sobrevivido a un trauma. Su caso repre- y Fepresentaciones retrospectivas de los episodios violentos. El drome caracterizado por estos sintomas se denomina «sindrome de estrés postraumstico» (SEPT)."” 17, Koss y otros, No Safe Haven. 56 € Muchas mujeres agredidas padecen manifestaciones leves 0 agu- das del SEPT y, a consecuencia de ello, sufren disfunciones de com. Portamiento, Tienen problemas en la relacién con sus hijos, y su ca. Pacidad para resolver problemas y para hacer planes de futuro se ve afectada. Dada esta experiencia traumstica comin, resulta sorpren. dente que las mujeres agredidas puedan llegar a tener tantos recut, S08 y se recuperen de la manera que lo hacen, especialmente te- niendo en cuenta que a menudo estén en juego sus vidas y las de Sus hijos. Los efectos corrosivos y acumulativos de las agresiones son elementos a tener muy en cuenta a Ia hora de explicat lo diffel que resulta abandonar una relacién abusiva. Hacfa tiempo que Erin habia dejado de amar a su marido, Jack Pero Jack Ia habfa convencido de que ella no podta sobrevivir sin 41. No cesaba de repetirle que era estipida, desorganizada, horroro. ‘sa y que necesitaba que é cerca para salir adelante. Tras aifos de insultarla en ptiblico, terla a graves agresiones y de fructiferos intentos de separaria del resto del mundo, Erin empez6 a creer. ¥ se queds Otro elemento que contribuye a que algunas mujeres no abando- zen una relacién violenta es que siguen imaginando, como si de un Suetio se tratase, cémo hubieran podido ser sus vidas con esos hom. bres, Aman a sus maridos y legan hasta el punto de sentir compa. ‘i6n por ellos y por las dificultades que su vida les plantea. Tienen {a esperanza de ayudarles a convertirse en padres y esposos norma. ‘0s suefios estén muy arraigados y les resulta muy dificil aban- donarios. Algunos cobra desprenden un inexplicable tipo de carisma ante Sus parejas. Las mujeres agredidas mantienen estas relaciones por- Que quieren a sus maridos y estén muy vinculadas a ellos, no debi- doa la violencia, sino a pesar de ella. Temen a sus maridos y quie~ en que la violencia termine. Pero, para ellas, la violencia no es raz6n suficiente para abandonar la relacién. De hecho, las mujeres de los cobra a menudo se preocupan mds que ellos por mantener la rela cin, a pesar de las graves agresiones, 37 é Aunque en nuestra calidad de observadores externos se nos hace i comprender este apego, por otra parte ello nos ayuda a recor- dar que la violencia es normal en muchas subculturas de Norteaméri- ‘ca. Cuando la violencia lo impregna todo, acaba siendo aceptada como *s de Ia vida. Aunque cueste imaginarlo, muchas «dan por supuesto que la violencia es parte del ma- No les gusta, Siguen queriendo cambi ue sea una raz6n para irse. Han aceptado la Los cobra parecen elegir a estas mujeres especialmente vulnera- su macabro carisma y, répidamente, descubren cuéles son sus s vulnerables. George, por ejemplo, no tardé mucho en saber ra el suefio de Vicky, y ala hora de presentarse ante ella sabfa tamente qué tenfa que hacer para responder a ese sueiio. Tam- tucedi6 que encontr6 a Vicky en un momento especial de su vida: era vulnerable no s6lo por su suefo, sino porque pasaba por un momento de baja autoestima y su vida iba dando tumbos. Vicky ha dejado de ser vulnerable a los Georges del mundo. Ahora és una persona astuta, En realidad, de haberlo conocido un poco antes se hubiera podido resistir a sus «encantos». Pero George la encontr6 en el nico momento en que ella podia embarcarse con él en una re- lacién que se convertirfa en la peor de sus pesadillas. Otra pareja con una dinémica similar era la que formaban Roy y Helen. Se conocieron en la cércel, en la que él cumplia una conde- ha por robo a mano armada y a Ia que ella habia ido para visitar a su novio, encarcelado por abusar sexualmente de la hija de Helen. a de las mujeres de nuestra muestra que habfa sufrido agresiones més graves. La primera vez que se pusieron en contacto con nosotros, Roy y Helet en la calle, aunque ella trabajaba epcionista en un hotel. El le habfa roto el cuello y la es- palda en dos ocasiones, le habfa provocado ocho abortos por haber- le pegado estando embarazada (él se negaba a emplear métodos an- iconceptivos), y en un par de ocasiones habja llegado a apuitalarla, ara matarla, sino sélo para asustarla». Era alcohélico y heroi- ‘n6mano, y se negaba a recibir tratamiento por sus adicciones. Tam- bl Helen 58 € bién solia tener relaciones extramatrimoniales. Y aunque en una de acogida, no se quedé por- 4 inteataban convencer de que lo dejase>. En sus propias pilabras: «No quiero dejarle, s6lo quiero que deje de peparmen Ella le amaba y se preocupaba por él no debido a I ia, sino Gpesar de ella. Lo que Vicky nos dijo una vez. a prop6sito de la ma. Ate de George, probablemente era aplicable a Helen: «Elle nunca Un pequefio porcentaje de las mujeres agredidas de nuestro es- tudio casadas con un cobra mostraba un comportamien antes de verse involucradas en sus actuales relaci igual que sus maridos. Estas mujeres eran im tenfan un historial delictivo que se remontaba a cra una de estas mujeres. Ella y Roy congeniaron e inmediatamen. {e decidieron ir a vivir juntos, y poco después se casaron. Su matt! jolento a la vez. Algunas de las mujeres de mi infancia. Helen ra muestra expresan sus prefe- impredecible y potencialmen- ‘e peligroso y aventurero a la vez. De ninguna otra forma hubieran Podido conseguirlo, Aun cuando no deseaban ser agredidas, consi deraban que sus maridos eran carismaticos y atractivos, no tenfan Zingtin interés en dejarlos. A menudo rechazaban los consejos de Sus familiares y amigos, Por decisin propia, no tenfan ningén inte. 6s en relacionarse con chicos buenos y aburridos. Mito n® 9: las mujeres agredidas podrian poner fin a las agresiones cambiando su propia conducta A estas alturas deberia estar claro que la victim no puede hacer nada por poner fina las agresiones, por mucho que modifique su 59 ¢ manera de atuar. Estas tienen poco que ver con Io que la mujer ha- 0 deje de hacer, con lo que diga o dee de decir. Es responsabilidad «el agresor —y de él exclusivamente— poner fina 10s abusos. No- sotros recopilamos y analizamos datos relativos a incidentes violen- tos a medida que se producfan en el hogar y examinamos secuencias mnes que conducfan a la violencia, Descubrimos que no habia ies de la violencia por parte de los hombres ni tampoco nin- «gin interruptor con el que poderla apagar una vez desencadenada, [La mayorfa de las mujeres de nuestra muestra segufan creyendo sin era poner fin a la violencia de sus maridos. Helen Defendia a Roy aa menor oportu- que su ol ‘un perfecto ejemplo de hombre que sufre estrés con facilidad. Yo procuro c . pero no hago lo st cuando é1 desea tener relaciones sexuales. Yo deb ms receptiva porque sé que mucho de lo que sucede tiene que ver a tensiGn sexual. Y me gusta beber. Si no tuviéramos alcohol, probablemente él no me pegarfa tanto.» Puesto que las agresiones tienen su propia dindmica, que no pare- ce tener ninguna relaci6n con las acciones por parte de la mujer, late- rapia de pareja tiene poco sentido como tratamiento de choque. No se deberia pretender que Ja terapia pusiera fin ala violencia, puesto que 6ésta no tiene que ver con lo que las mujeres hagan o digan. La terapia de pareja tiene otras desventajas: en primer lugar, puede incrementar el riesgo de violencia al forzar que las parejas aborden los conflictos, semanalmente, lo cual mantiene al agresor constantemente dispuesto a atacar; en segundo lugar, al ver a la pareja junta, el terapeuta dedu- ce que son mutuamente responsables de Ia violencia. Esta deduceién ppara el agresor, puesto que apoya su punto de vista: «Si ja puede funcionar en aquellos casos en los fisica es bajo y el marido no da palizas a su 60 € cl marido ha demostrado que puede dejar de cometer abusos duran- te uno o dos afios. Pero nunca recomendarfamos Ja como tratamiento inicial para los agresores ni Hos casos en los que serfa adecuado algtn tipo de psicoterapia, Mito n® 10: hay una respuesta a la pregunta «spor qué los hombres pegan a las mujeres?» Los cientificos sociales, los expertos legales y los integrantes del movimiento de defensa a las mujeres agredidas sostienen diversas {corfas sobre cudl es la causa de las agresiones, pero no se ponen de acuerdo. A menudo enfrentan unas teorfas a otras, como si unas fuesen correctas y otras no. En realidad, nadie sabe cusl es la causa de las agresiones y, con toda probabilidad, no hay sélo una causa, Nuestra intencién, en este libro, no es responder a esta pregunta, si- no simplemente intentar describir Io que hemos aprendido sobre la . Pero para los agresores de nuestro estudio este pro- ceso parecia representar una pérdida de autoridad, una ofensa a su sentido del honor. La respuesta de las mujeres: rabia contra miedo. Aun cuando los ‘agresores reaccionan a peticiones normales y cotidianas con abusos emocionales, las mujeres, por norma, responden con calma. No es ‘que no se den cuenta del abuso. De hecho, estén enfadadas. Y no lo dejan de estar. Pero es muy dificil calificar sus respuestas de provo- caciones, especialmente teniendo en cuenta que estén reaccionando un abuso. Vicky apag6 la televisién. Es importante recordar que durante los episodios abusivos, las mujeres son insultadas antes y ‘mientras las estén apaleando. La mayoria de las personas se irritan cuando se les insulta y se les degrada; también las mujeres agredi- das. Incluso cuando estén asustadas y doloridas debido a la agre- sién fisica, siguen estando enfadadas y sintiéndose ofendidas. Ade- ‘mis, tienen que mantener el tipo. Vicky intents proteger a su hija, ‘un cuando su marido estaba sumido en un arrebato de ira. Las mujeres agredidas experimentan muchas emociones ala vez, ‘A menudo, estas emociones parecen contradictorias. Cuando la ma 1. John M, Gottman, Why Marriages Succeed or Fail, Nueva York, Simon & Schuster, 1994, n € estin demasiado enfadadas pa- de la gente esté triste, ellas tar asustadas. Asf, las mujeres agre- lo de emociones en conflicto y este conflicto se ve simplemente magnificado en el transcurso de un epi- sodio abusivo. Las parejas agresor-agredida carecen de un ritual de retirada. Cuando las parejas feliz o infelizmente casadas, pero no violentas, tienen una discusién, hay una linea invisible que se abstienen de cruzar. Las discusiones de estas parejas no llegan a la violencia, En ierto punto, el proceso de escalada se detiene o se invierte. Noso- scitual de retirada», Algunas pa- an a un compromiso, otras —de hecho, la mayorfa—, combinan ambas cosas. Algunas parejas sim- plement lo dejan de lado y vuelven sobre la cuesti6n en otro mo- cuando la intensidad de la disputa llega a un punto in- esconder el problema debajo de Ia alfombra. iImente las mujeres agredidas estén dispuestas a parar cuando empiezan a notar sensacién de peligro. Pero cuando sus ma- estin activados, eruzan una linea. Y como la violencia es im- le, no sabemos cudndo se ha cruzado, Pero sabemos que el hecho de cruzarla implica violencia, y cuando empieza la violencia, no hay nada que 1a mujer pueda hacer para cambiar su curso. Los hombres no poseen la capacidad o la motivacién necesaria para de- tener el proceso de escalada. Y por mucho que las mujeres intenten inducir un ritual de retirada, una vez la violencia se ha desencade- nado, éste no produce ningiin efecto En nuestro laboratorio disponfamos de numerosos mecanismos de disuasién de la en el transcurso de las discusiones badas. Todos k yoria de la gente estd enfadada, a estar asustadas, Cuan iectados, la grabacién de las discusiones y la pre- sencia de técnicos servfan para contener las discusiones y Ii al abuso emocional. Ademis, tras las discusiones, dispor lun procedimiento que ayudaba a calmar a las parejas, para evitar n e vroleane iPaci6n en nuestro estudio desencadenase un episodio violento, Sistema de Coditicacién de Afectos Especificos (SCAB), Técnicos sar tenes no se les dijo nada sobre nuestro estudio fueron entreng. tos ara codificarexpresiones emocionales y unidades de habla basadas en Io que las esposas decfan en su lenguaje ‘corporal, su to- 0 de voz y sus expresiones faciales. «Beligeranciam y ««desprecion son dos de esos e6digos. «Beligerancia» alude a observaciones hi. Oanen desatiantes cuyo objetivo es provocar a la otra persona Que George dijera que, si querfa, podfa llevar a casa a conejitas del ‘avboy 6 un ejemplo clésico de beligerancia, Eledesprecioy auc dd a conductasinsultantes drigidas hacia la pareja, Pudimos eon, Probar en el laboratorio que es mucho més probable que los agre- Sores sean més beligerantes y despreciativos que los mari Violentos. De igual manera, la beligerancia y el desprecio se Pro- dlucen, por lo genera, antes de los episodios violentos, Cuando ia beligeranciay el desprecio se combinan con otros elementos reco. Bidos en el SCAE, como «la actitud dominante», creemos que el Seresor da muestras de estar a punto de cruzar la linea, La eastitud fan més razones para sentirse furiosas que sus maridos, de manera que es facil entender a rabia acumulada durante las interacciones en el laborat embargo, nos sorprendié comprobar q mo en casa, las mujeres agredidas ma Jeres se enfadan cuando sus maridos empiezan a abusar de ellas y a ‘menudo responden a esos abusos, al menos verbalmente. Aunque no tiene ningtin impacto en el curso del episodio violento del ma- rido, a veces la ira que manifiestan las mujeres parece simplemente abrumadora En realidad, durante las discusiones, violentas o no violentas, las mujeres parecen responder tanto como cabria esperar. Cuando estén abusando de nosotros, es probable que nos sintamos asusta- dos, pero también furiosos. Vimos que las mujeres agredidas hacen grandes esfuerzos para contener su ira, pero de cualquier modo tien- den a desatarla, Al mismo tiempo, aun cuando sienten la furia y la frustracién que les produce intentar alcanzar a ese hombre inal- canzable, temen por su seguridad. El cobra intenta ensefiar una lec- : €l tiene el control y ella no debe olvidarlo. La mu- redida esté asustada, furiosa, y no dispone de ninguna manera a para detener el curso de a violencia hasta que ésta llega a su fin, 14 € 1a recuperacién del control. George detuvo su violencia hacia Vicky cuando se convencié de que ella haba aprendido la leceién, «No intentes decirme lo que tengo que hacer». Después, se fue de casa. Su partida fue la guinda del pastel. La violencia se acabé ‘cuando recupers el control. Vicky nunca volvié a decir nada sobre Jos programas de «tetas y culos», al menos durante unos cuantos Aafios, Naturalmente, no se solucioné nada. Simplemente, no se vol. ¥i6 a tocar el tema. George nunca se disculpé, sino que se limité a ‘minimizar el incidente, Vicky procuré recuperar la normalidad lo ims pronto que pudo. Entre los cobra, ésta es la manera en la que normalmente se producen los altercados violentos. Estos acaban Cuando ellos deciden poner fin a la violencia. La mujer agredida, en tanto sigue alimentando el suefio de una relacién normal, intenta botrar el incidente lo ms répido posible y volver al statu quo ante. rior a la agresin. En el caso de Vicky, eso significé ordenar las co- as, cuidar de su hija e irse a dormir, Carl: un cobra «fuera de control» En el caso de algunos cobra, sus agresiones parecen verdadera- ‘mente impulsivas, como si en realidad el agresor estuviera fuera de control. diferencia de George, que atacaba répida y ferozmente, pe- 0 nunca parecfa perder el control, no todas las agresiones de los co- bra parecen tan claramente calculadas para mantener o recuperar el control, En la bibliografia profesional existente sobre el tema se tien- de a negar Ia importancia de la pérdida de control entre los agresores, Porque esta interpretacién parece dejar al agresor libre de culpa, come 4a capacidad limitads de defensa en un juicio. ;Cémo alguien puede ser responsable de una reacci6n involuntaria? A pesar de que a menu. en un momento concreto y por razones concretas. En el caso del co- ‘bra, la brutalidad es, por lo general, fifa y calculada. Pero no siempre. La agresién de Carl fue explosiva. Al atacar, parecia fuera de con. ‘tol. Su ira aparecfa sibitamente, sin avisar, y a menudo parecfa de- 15 € sencadenarse cuando menos lo esperaba. En nuestra opiniGn, sus se producfan cuando se sentia descon responsable de las agresi sores, deberfa asumir las consecuencias de 10s. Pero en los cobra se producen dos dinémicas de agresién ma ferozmente manifestada por George y Ia explosi- iy mds hombres cobra como Geor- ge que como Carl, pero no es el tinico. Carl conducfa peligrosamente, sobre todo cuando estaba enfada- do, En el otofio de 1989, él y su esposa, Liz, estaban de vacaciones en Egipto, Carl estaba al volante, No conducfa bien y su esposa em- ez6 a ponerse nerviosa. Querian ir a la embajada estadounidense para obtener un certifi- cado. Ella le pregunt6 una cuestién técnica sobre el mismo y él no le respondi6. Tras diez minutos de silencio, le contest6, Ella le dijo «que por qué habfa tardado tanto en responder y é1 empez6 a golpear- mientras estaba conduciendo! Le pegé seis doloro- sos pufietazos en la misma zona; mientras conducfa con una mano, con la otra le golpeaba sin cesar. Ella se enfadé y lo expresé con tanta rapidez que no tayo tiempo de calmar su ira por temor a que a preguntando feces mientras yo intentaba encontrar ese maldito lugar en un pais la venga molestar. Me ponia enfermo y estaba harto ajera con sus memeces. Estaba intentando concen- me sacaba de quicio. Cuando estoy concentrado en Ia carretera no quiero que nadie me moleste. No se puede estar atento “onversaciGn y conducir al mismo tiempo. Quiero que se ca- y me ataca los nerviosy. ba nervioso y enojado consigo mismo porque se habian perdido y no conseguia orientarse, y la tom6 con ella. Ella dejé de 76 € hhablarle: estaba enfadada y le dolia el brazo. Carl nunca se discul- 6, Nunca se volvié a mencionar el incidente. Ella lloraba cuando recordaba el hematoma en su brazo, pero nos dijo que dio el tema Por zanjado porque no tenfa sentido sacar a relucir el tema, El se burlaba de ella. Aunque nunca le echaba en cara ‘sus abu- 50s, él los admitia: «Sf, te maltrato, ,qué pasa?», decfa en un tono de vor desafiante. Al final, ella estaba intimidada y asustada. Carl no pensaba, s6- to actuaba. Desde luego, la introspeccién y la reflexi6n no eran su fuerte. Tenia un grave problema con el odio que se profesaba a si ‘mismo, lo que al mismo tiempo le hacia sentirse mezquino y des- Preciable. A menudo, este sentimiento se tornaba en violencia hacia Liz, Recordaba cémo ella se quejaba de sus abusos y se citaba a sf mismo diciendo: «,Y qué? ,Acaso te he matado yo? No hay para tanto, De manera que no hagas una montafia de un grano de arena», Ante nosotros se burl6 de ella por permanecer jinto a un hombre dispuesto a admitir que agredia a su esposa, Nos dijo que ella lo ridiculizaba, lo fastidiaba y lo abroncaba, y que no le parecfa que su respuesta fuese desmesurada. A nuestros ojos era como un baril de pélvora, pero él no se vefa ast. A los co- bra no siempre se les puede juzgar por el reguero de sangre que de- Jam tras de sf. Carl era como una granada, que se cargaba y explota- ba e infligia a otros las consecuencias, especialmente a Liz, Ambos tenfan la misma idea sobre lo que pas6. Pero mientras Liz estaba Profundamente afectada por el incidente, Carl no le daba ninguna ‘importancia. Como buen cobra, se limit6 a minimizar el asunto de ‘manera muy parecida a como lo habfa hecho George. Se decia a sf mismo que aquello no tenfa importancia, que ella merecia los gol- pes que le dio, Liz estaba intimidada, controlada y sometida por és- ‘ey por otros incidentes que se produjeron después, ninguno de los ‘cuales era relevante para él. (Carl no haba planeado un complot contra Liz. Simplemente, vefa el mundo bajo un prisma que distorsionaba y limitaba mucho su Conciencia. Su conducta era una exteriorizacién del odio que sentia n € un odio que le daba patente de corso para explotar + momento. Su violencia era impredecible porque no dependfa de lo que Liz hiciese o dejase de hacer. Era una brasa can- dente, pronta a inflamarse en cualquier momento, y se sentia me- jor cuando dejaba escapar alguna llamarada mientras, de paso, s0- a Liz, 10 mas pudiera empequeiiecerla ante sus ojos, menos ten- dria que pensar en el desprecio que sentia hacia si mismo, lo que para él era una sensaci6n tremenda y constante. A diferencia de los pitbull no temfa que ella lo abandonase, ni era frfo y calculador co- ‘mo otros cobra, al estilo de George. Era un agresor que se ajustaba perfectamente a este viejo estereotipo: no podia controlar su ira. Sus agresiones tenfan que ver con la ira y con la falta de control Isos. Pero al igual que los dems cobra, el control sobre le hacfa sentirse mejor. 1 control motivado por el temor al abandono La ira de los pitbull Coi ‘amos al principio, en los altercados violentos no existe un Ginico patron de conducta, La agresiGn siempre tiene que ver con la posesién del control, los agresores son hombres que no s6lo tienen una extraordinaria necesidad de control, sino que crecen convencidos de que todo lo que tengan que hacer para controlar a st pareja esté justificado, incluyendo las agresiones. Por lo general, los cobra logran el control mediante un método de abuso frfo, feroz © implacable; s6lo ocasionalmente lo obtienen gracias a su desatada irascibilidad. A continuacién nos referiremos a unos incidentes que nos servirdn para ilustrar las dos estrategias principales que emple- an los pitbull para controlar a sus parejas. Un método que nos per mite volver a la historia de Don y Martha, pareja a la que aludimos en el capftulo 1, consiste en una vigilancia constante y en intentos de aislar a la pareja, de manera que el agresor esté siempre «delan- B € te» de la mujer agredida, que termina por sentir que sufre una agre- sin constante, aun cuando en realidad el agresor no esté. El otro método implica un control mental total, hasta el punto de que la mujer agredida empieza a dudar de su propia cordura, ‘Martha habfa salido con un amigo y era casi medianoche. Don se sentfa agitado. No podia dormir. ;Dénde estaba Martha? ;Ten- dria algtin asunto inconfesable? Sus fantasias jugaban con él. Cuan- do Martha cruz6 el umbral de la puerta, él ya la habia juzgado, con- denado y sentenciado. Martha supuso que él estaba durmiendo y entré sin hacer ruido para no despertarle. Se ditigié al bafio y se dis- puso a lavarse la cara, De repente, Don abrié la puerta bruscamente, arrinconéndola. <<{Por qué haces esto», pregunt6 Martha. Don intent6 mantener un tono normal, aunque no exento de sarcasmo: «No hay ninguna ra- 26n, Como siempre, eres tan amable y considerada...». Martha le pregunt6 por qué actuaba asi, por qué no podfa sim- plemente dejar correr el asunto, «jNo vuelvas a hablarme de este modo nunca més!», dijo Don en tono amenazante. Martha se enfa- 6 porque de pronto se dio cuenta de las razones que él tenia para ‘comportarse de ese modo. Cualquier observador se hubiese pregun- tado qué le pasaba a Don cuando le increp6: «;Dénde estuviste has- {a tan tarde?», Ella le conté con quién habia estado, y contuvo su ira para explicarle amablemente que habja salido a cenar, que él ya sa- bia que saldria tarde del trabajo y que, en esas circunstancias, no era raro que no hubiera llegado a casa hasta las doce. ;Por qué no habfa lamado? Porque no habia raz6n para hacerlo. Al principio él se puso en plan victima, como si se tratase de un esposo razonablemente preocupado. Pero en aquel momento Mar- tha repuso, también con sarcasmo: «As{ que estabas preocupado por mf?». El le dijo que se callase y ella hubiera podido zanjar el asunto en ese momento, del mismo modo que Vicky pudo haber consentido que George mirase aquel programa de televisién. Pero estaba mds enfadada que asuistada y pens6 que tal vez podrfan acla- 9 € rar ese asunto de una vez por todas. De manera que k ‘que querfa que 61 razonara, que comprendiera, que sim ella y reconociese que no habfa hecho nada malo, Las mujeres agre- didas como Martha y Vicky munca se encuentran en una situacién favorable a sus intereses, en la medida en que siguen apegadas a su suefio irrealizable. Hizo un gran esfuerzo para mantener la calma y le pregunt6 por qué era incapaz de confiar en ella y creerla, Fue entonces cuando 1626 a golpearla en la cabeza. La agarr6 por los cabellos y le dio un pufietazo en Ia cara, dejéndole muestras de su agresién en el contorno intentado hacerlo, Don la habia pegado por obedecer 0 no era indiferente, puesto que empez6 a revolverse, chillando: «jDéjame sola! No puedes hacer- me esto» En cierto momento, é1 se dirigié al cuarto de batio y empez6 a empaquetar las cosas de Martha. Pero, en realidad, o tnico que ha- fa era desordenar las cosas, poniéndolas de cualquier manera en -ajas, tirando los vestidos al suelo, rompiendo sus articulos de tocador. Ella s6lo pudo decir, sollozando: «;Por qué?», Y cuanto més Horaba, mayor era el desorden, y cuanto mayor era el desor- den, mas Horaba. Més tarde, Martha recordaba lo increfblemente duro que habfa sido el episodio. Ella no dejaba de —para hacerla callar él llam6 mis tarde a la pol morit? Quieres, no es asf? Un dia u otro morirés, Si no s, te mataré». Més tarde, Martha nos dijo que nunca habja tan asustada como lo estuvo en aquel momento, puesto que es- mente a su merced. No podfa respirar y pens6 que, en rea- Jidad, 61 1a iba a matar. Pero después de unos segundos la dej6 ir. 80 € Ella le dijo que se marchaba de casa y que irfa a pasar la noche casa de su hermano. Elle contest6: «Largate de aqut». Ambos es. ‘aban aturdidos por lo que habfa pasado y querfan alejarse el uno del otro. Ella cogis algunos vestidos, y mientras los ponfa en la ma- {eta se dio cuenta de que parecfa que por la casa hubiese pasado un tomado, Pero no se preocupé. Tenfa que irse. No podfa soportar la in- Gefensién y el miedo que sentfa aunque, al relatar el episodio, lo que recordaba como més intolerable era el control que 6! tuvo sobre ella, el que su vida hubiera estado en sus manos. Martha no volvi6 a hablar con él hasta transcurridas cuarenta y ‘ocho horas después del incidente. Cuando Don Ilamé a casa de su hhermano, ella le dijo que no iba a volver. Entonces él fue a verla pa- +a disculparse y se mostr6 tan encantador como siempre solia ha- cerlo después de pegarle. Pero nada cambi6. Se mostré apesadum- brado durante unos dias, pero no se volvi6 a comentar el incidente ni volvi6 a pedirle perdén. ‘Martha sufti6 diversas heridas durante el incidente, y su cara y su cuello quedaron Hlenos de morados a causa del intento de estran- gulamiento. Las cosas fueron mejor durante un breve perfodo de tiempo, pero pronto volvicron a la normalidad, con tres 0 cuatro episodios de agresiGn semanales. A Don no le gustaba que Martha saliera sin él. A menudo se re- ferfa a sus amigas como a «esa pandilla de putas». Una ver que hi- 20 este comentario, Martha le respondié sarcdsticamente: «Ast que piensas que mis amigas practican el sexo por dinero». El le cruzé la cara de un bofet6n, laméndola

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