You are on page 1of 24
Acta Poetica 24-2 OTONO, 2003 Pilar Calveiro Garrido Memorias virésicas. Poder concentracionario y desaparicién de personas en Argentina ¢Quién habla en este texto? Quiero iniciar con un intento de respuesta, necesariamente parcial y limitado, a esta pregunta clave que permite descifrar ciertos nticleos de un relato. El responder quién habla es mas que precisar desde donde se habla; implica aceptar que hay otras voces que resuenan en la propia, no para amplificarla o legitimarla, sino solo para-atravesarla y hacerla mas densa e incluso contradictoria. Al escribir sobre los campos de concentracién argentinos, lo hago desde mi propia experiencia en ellos como “desapare- cida” entre mayo de 1977 y octubre de 1978, pero intento so- bre todo hablar junto con otras voces, las de sobrevivientes de distintos campos que prestaron sus testimonios, extraordina- rios, coincidentes, divergentes, contradictorios, para la cons- truccién de las multiples memorias de una historia comtin y al mismo tiempo individual y tinica. Sobre todas estas palabras, m&és 0 menos potentes, entre ellas, se cuela la presencia de un silencio poderosfsimo y re- il tumbante: el de los muertos. No estén aqui por sf mismos; no podrian hacerlo. Estan a través nuestro e incluso a pesar nues- tro; “aparecen” en lo que creemos que ellos fueron 0 quisieron ser, lo que son en nosotros y lo que nos demandan desde su no estar, como presencia contundente. “En nosotros, nuestros muertos”, no para convalidar a través de ellos una palabra in- cierta sino, al revés, para hacer patente la incertidumbre de la palabra. Desapariciones Si bien el golpe de Estado que se produjo en Argentina en 1976 guarda cierta continuidad con una serie de procesos poli- ticos e incluso represivos previos, fue sobre todo un punto-de inflexidn, el inicio de algo nuevo y estremecedor: la desapari- cién de personas como practica generalizada del aparato esta- tal. Con el sexto golpe militar en menos de cincuenta afios, el Ilamado Proceso de Reconstruccién Nacional inauguré un nuevo ciclo econémico, politico, militar y represivo, un verda- dero proceso, asentado en el terrorismo estatal. Las fuerzas armadas y policiales se convirtieron en una maquinaria de exterminio activada contra el “enemigo” subver- sivo, calificado también como terrorista. La llamada ‘“‘sub- versién”, y por extensi6n el terrorismo, comprendia, en aque- llos afios, a decenas de miles de militantes polfticos, sociales, sindicales —armados y no armados—, que se habian multipli- cado en el contexto de una sociedad extraordinariamente con- flictiva, La vastedad del concepto era tal, que alcanzaba a per- sonas como el sacerdote Orlando Virgilio Yorio, quien relata, en este sentido, los dichos de uno de los militares que lo se- cuestré: “Vos no sos un guerrillero, no estds en la violencia, pero vos no te das cuenta que al irte a vivir allf (Ja villa de emergencia) con tu cultura, unis a la gente, unis a los pobres, y 112 unir a los pobres es subversién’” (Conadep, 349). En semejan- te marco, cualquier militante popular era un subversivo. No obstante, es indiscutible que los movimientos armados y Ja guerrilla urbana habfan alcanzado altos niveles de organiza- cidn, gran potencia operativa y, sobre todo, una incidencia po- litica considerable en todo el espectro politico. Para aniquilar un movimiento social y politico extendido y radicalizado, el Estado creé 340 campos de concentracién-ex- terminio distribuidos en todo el territorio nacional. Su magni- tud fue variable, tanto en cuanto al nimero de prisioneros que alojaron como al tamaiio de sus instalaciones. Aunque existen alrededor de diez mil denuncias documenta- das de personas desaparecidas, se estima que el ntimero real se ubica entre veinte y treinta mil personas, de las cuales aproxi- madamente el noventa por ciento fue asesinada. Sea cual sea la cifra, en todo caso se trata de miles de personas torturadas, ase- sinadas, desaparecidas, cuyo impacto no puede reducirse a una cuestién estadistica, a un problema de registro. Diez, veinte 0 treinta mil individuos tinicos, victimas concretas, con un nom- bre, un apellido y una historia que se intenté borrar de manera definitiva. En procedimientos ilegales, simulando ser comandos clan- destinos, las Fuerzas de Seguridad del Estado detenfan sin prueba alguna a los sospechosos. Dadas las caracteristicas del procedimiento, la detencién era en realidad un secuestro que permitia iniciar el proceso de “desaparicién’” de la persona. EI prisionero, maniatado y encapuchado, era trasladado a un centro clandestino de detencién que operaba “disimulado” en los sdtanos 0 altillos de cuarteles, comisarias y todo tipo de dependencias militares o policiales. El! funcionamiento de esos centros, verdaderos campos de concentracién-exterminio, no requeria de grandes instalaciones. Era suficiente con que tuvieran una oficina para las labores de inteligencia y planificacién operativa, uno o varios “quiréfa- 113 nos” —como se llamaba a los cuartos de tortura—, una especie de enfermeria para practicar ciertas curaciones y una gran cuadra 0 galerén donde se pudiera hacinar a los prisioneros. La poblacién mayoritaria estaba conformada por militantes de las organizaciones armadas y de sus periferias, y por acti- vistas politicos de la izquierda en general, tanto de organiza- ciones politicas como sindicales y sociales. También les tocé a algunas personas que se podrian.conside- rar como “‘victimas casuales”: familiares de los militantes que podian brindar alguna informacién sobre ellos, testigos de operativos militares que se deseaba encubrir, personas que por casualidad podfan contar con cierta informacién util o incluso enemigos personales de algtin militar de alto rango. Este grupo, si bien fue minoritario en sentido porcentual, alcanzé una cifra significativa en términos absolutos. A su vez, desempefié un pa- pel importante en la diseminacién del terror. Justamente las vic- timas “casuales” eran las que constituian la prueba irrefutable de la arbitrariedad de! sistema y de su pretendida omnipotencia; ellas eran la demostracién mas cabal de un poder que se erigia como absoluto, capaz de decidir sobre la vida y Ia muerte de cualquiera. Uno de los sobrevivientes de la Escuela de Mecani- ca de Ja Armada, Martin Gras, recuerda que los militares: sostenfan que el exterminio y la desaparicién definitiva tenian una finalidad mayor: sus efectos expansivos, es decir, el terror generalizado. Puesto que, si bien el aniquilamiento ffsico te- nia como objetivo central [a destruccion de las organizaciones politicas calificadas como ‘subversivas’, la represién alcanza- ba al mismo tiempo a una periferia muy amiplia de personas directa 0 indirectamente vinculadas a Jos reprimidos haciendo sentir especialmente sus efectos al conjunto de estructuras so- ciales (Gras, 5). Si los campos sdio hubieran encerrado a militantes, aunque igualmente reprobables en términos éticos y politicos, hubie- 114 ran respondido a otra ldgica de poder. Su capacidad para dise- minar el terror consistia justamente en esta arbitrariedad que se erigia sobre la sociedad como amenaza constante, incierta y generalizada. Asi pues, el dispositivo desaparecedor, aunque se dirigiera inicialmente a un objetivo preciso, podia arrastrar en su mecanismo literalmente a cualquiera y, una vez que se ponfa en marcha, ya no se podfa detener. Los testimonios permiten reconocer un modelo de organi- zaci6n fisica del espacio concentracionario, estructurado en compartimentos pequeiios, aislados entre si, que funcionaban como verdaderos “contenedores” de cuerpos. Cuando las ins- talaciones y el nimero de prisioneros lo permitfan, se usaban celdas de 2.50 x 1.50 m, cerradas por una puerta metélica con una mirilla, por la que se podia observar en cualquier momen- to a los prisioneros. Dentro, una colchoneta y una manta eran el mobiliario suficiente para alojar una o mas personas, segun las necesidades. Dentro del edificio, las series de celdas se disponian a los lados de uno 0 varios pasillos de circulacién, formando a su vez series de casilleros 0 contenedores. Pero en los centros mas importantes, donde permanecian si- multdéneamente cientos de prisioneros, el sistema que se gene- raliz6 fue el de Jas cuchetas, por lo general llamadas “cuchas”, como las habitaciones de los perros. Las cuchetas eran com- partimentos de madera aglomerada, sin techo, de unos ochen- ta centimetros de ancho por dos metros de largo, en las que cabja una persona acostada sobre un colchén de goma espu- ma. Estaban formadas por tabiques laterales de ochenta centi- metros de alto, lo que impedia la vision de una cucheta a otra, y un tabique frontal idéntico pero con una apertura que permi- tia sacar 0 meter al prisionero. A lo largo de las paredes de los galerones, s6tanos y depdsitos militares se armaban largas se- ries de cuchetas; en cada “‘cucha”, un preso acostado o senta- do, encapuchado, esposado, sin poder moverse, ni hablar, ni hacer nada, hasta que se decidiera su muerte. 115 En sintesis, en uno v otro caso, se trataba de un sistema de compartimentos, ya fueran de cemento o madera, como conte- nedores de seres humanos reducidos a fa condicién de cuerpos de los que sélo se admiten los mas basicos signos biolégicos. Toda identidad resultaba arrebatada, desde las filiaciones politicas hasta la primera y Ultima identidad distintiva de toda persona: su nombre. El preso dejaba de ser considerado como una persona con un nombre, para convertirlo en un cuerpo con un numero, iniciando el proceso de las sucesivas desaparicio- nes, que culminarian con los NN, los caddveres sin nombre ni historia, E] ntmero reempiazaba al nombre; [a “capucha” colocada sobre las cabezas desaparecfa el rostro; las esposas y los gri {letes impedian ef movimiento; el aislamiento y la prohibicién tigurosa de la palabra cancelaban toda posibilidad de comuni- cacién. La persona se transformaba asi en “algo” indefinido, un bulto cubierto e inmévil —un “paquete”, en la jerga mili- tar—, se convertfa en un “chupado” dentro del “chupadero”. Chupado y chupadero indicaban, en ta jerga militar, al secues- trado y al campo de concentracién: Este tipo de tratamiento consistia en mantener al prisionero todo el tiempo de su permanencia en el campo encapuchado, sentado y sin hablar ni moverse, Tal vez esta frase no sirva para graficar lo que significaba en realidad, porque se puede llegar a imaginar que cuando digo todo el tiempo sentado y encapuchado, esto és una forma de decir, pero no es asi, a los prisioneros se los obligaba a permanecer sentados sin respal- do y en el suelo, es decir sin apoyarse en Ia pared, desde que se levantaban a las 6 horas, hasta que se acostaban, a las 20 horas, en esa posicidn, es decir 14 horas. Y cuando digo sin hablar y sin moverse, significa exactamente eso, sin hablar, es decir sin pronunciar palabra durante todo el dia, y sin mover- se, quiere decir sin siquiera girar la cabeza... Un compaiiero dejé de figurar en [a lista de los interrogadores por alguna causa y de esta forma ‘quedé olvidado’... Este compajiero es- 116 tuvo sentado, encapuchado, sin hablar y sin moverse durante seis meses, esperando la muerte (Scarpatti).! La humanidad ineludible, sin embargo, hacia su aparicién desde el cuerpo desnudo, inerme, atado, perfectamente visible —pero con su propia visibilidad arrebatada por vendas y capu- chas—, en la ceremonia iniciatica dentro de los campos: la tor- tura. El arribo al campo se “‘marcaba” con el inicio de la tortu- Ta, como corte que sefialaba un fin y un principio, la separacién entre el afuera y el adentro, entre un mundo de certezas relati- vas y el ingreso a un universo de incertidumbre radical, borde impreciso entre la vida y la muerte. En palabras de un desa- parecedor, los prisioneros, estos “muertos que caminan’”, “una hora antes tenfan vida. Al desaparecer, ya no tenfan vida” (Vilarifio). El tormento irrestricto —en su tiempo y en sus formas— fue s6lo uno de los muchos limites —morales, econdémicos, lega- les, politicos— que se jacté de romper el dispositivo concen- tracionario. Los militares decian: “No hay otra forma de iden- tificar a este enemigo oculto si no es mediante la informacién obtenida por la tortura y ésta, para ser eficaz, debe ser ilimita- da” (Gras, 4). También una sobreviviente recuerda: “Si no te quebraban en horas, disponian de dias, semanas, meses. ‘Noso- tros no tenemos apuro’, nos advertian. ‘Aqui —subrayaban— el tiempo no existe’ ” (Geuna, 9, parte 2). Se entablaba asf una lucha entre ja resistencia del preso y la eficiencia en las “‘técnicas” de produccién de la verdad, con resultados variados. El campo alcanzaba su victoria con la anu- lacién de la resistencia; el prisionero, con cada engafio, con cada subterfugio, con cada silencio, Asf se entiende que Fer- nadndez Samar, prisionera de La Perla, mientras agonizaba a causa de la tortura, repitiera para sf y para sus compaiieros: “Los jodi; los jodi” (Geuna, 58, parte 2). | Los subrayados estén en el original. 117 En este contexto, la muerte podia aparecer como una libera- cién. De hecho, los torturadores usaban la expresién “‘se nos fue” para designar a alguien que se Jes habia muerto durante la tortura. Es dificil precisar todas las funcionalidades del tormento, pero se puede discernir que fue, a la vez, un instrumento para “arrancar” la confesién, un método para productr la verdad que se esperaba del prisionero y un mecanismo definitorio del quiebre del sujeto. La primera utilidad consistfa en obtener informacién opera- tivamente titil, es decir, aquella que permitiera la captura de personas 0 equipos vinculados con la llamada subversién. En este sentido, fue el mecanismo central para alimentar el dispositivo concentracionario con nuevos secuestrados, y a la vez, para la confirmaci6n de su “necesidad”. Aunque Ja tortura no tenfa restricciones legales, temporales 0 de intensidad, los secuestradores contaban con un tiempo li- mitado para obtener datos que les permitieran nuevas captu- ras: debian arrancar la informacién mientras ésta tenia vida Util, es decir, en las primeras horas de la captura y antes de que la desaparicién de la persona se hiciera evidente para sus compafieros de militancia. El campo de concentracién podia triunfar o fracasar en este intento, pero cualquiera que fuera su resultado, el sentido del tormento iba mds alld. La tortura per- segufa también el arrasamiento de los sujetos, obtener de ellos otros “usos”, conseguir otras claudicaciones a veces decisivas —

You might also like