cia en la tierra ya estaba asegurada en un miembro
de su familia. Estaba segura de que Jabilo no se
olvidarfa de su pasado maya.
Murié tranquila, sonriendo. Y Jabilo, aunque
Jo sintié mucho, no dejé de agradecerlo. La abue-
la murié muy a tiempo, antes de que el desarrollo
irrumpiera de una manera escandalosa en Progre-
so, su ciudad. Para la abuela, resultaba una ironia
total vivir en una ciudad Hamada Progreso, pues
ella, a pesar de ser una mujer luchadora y de pen-
samiento liberal, para nada compartia la idea de
progreso que tanto se pregonaba en esa época.
‘Aceptaba que las mujeres fumaran y que lucharan
por sus derechos, al grado de que lleg6 a apoyar el
movimiento que, en el afio de 1916, pedia en Yuca-
tin la legislacidn del aborto, pero se oponia termi:
nantemente a la Ilegada del telégrafo, del teléfono,
del tren y de todos los adelantos modernos, que a
su ver, solo provocaban que la gente se llenara la
cabeza de ruido, que viviera més de prisa y se dis-
trajera de sus verdaderos intereses.
De alguna manera, la abuela veia los adelantos
tecnolégicos como unos burdos sucesores del pen-
samiento positivista que tanto marcé al grupo de
los «Cientificos», aquellos personajes lamentables
que por mucho tiempo mantuvieron en el poder al
presidente Porfirio Diaz. Precisamente, bajo su
dictadura, en el afio de 1901, se publicé Ja obra
6
México: su evolucién soc
Porfirio Parra y resulté
Jo que esas autoridades
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México: su evolucién social, del médico positivista
Porfirio Parra y resulté ser un claro testimonio de
Jo que esas autoridades tan respetables y refinadas
pensaban de los mexicanos. De una manera lapida-
ria, descalificaron totalmente la herencia indigena,
la dejaron fuera del libro argumentando que los
indios, antes de la llegada de los espafioles, sélo
sabjan contar hasta veinte sin equivocarse y que sus
conocimientos aritméticos sélo les habian servido
para las toscas necesidades de la vida diaria pero
nunca como un instrumento cientifico.
Segiin Parra, el origen de la ciencia mexicana
estaba en la ciencia importada por los conquistado-
res y no en los indios. Era una afirmaci6n cargada
de tintes racistas, por no hablar del aspecto dé la
ignorancia, y en ella estaba escondido el miedo que
dofia Itze! tenia de que todos estos adelantos de la
ciencia se convirtieran en un espejismo que opacara
la lucha que grandes mexicanos, como José Vas-
concelos, Antonio Caso, Diego Rivera, Martin
Luis Guzmén y Alfonso Reyes, estaban dando
para romper con la herencia que habia dejado el
«cientifisismo», por el cultivo del