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SEGUNDA EDICION EDITORIAL PRENSA ESPAROLA BREN: Rained. GAMBRA CIUDAD es. doc! Filosofia y ext de-csta. misma na desile 12. cido in doce: once afios en Jos Tusi= nites de tria de origen, y mis tarde en M Facultad de Filosofia y Letras, ene] Centre de Estudios Universitario y en et Instituto Lope de Vega, del que ¢ tuaimente catedrilico. Su obra se distribiys entre la Filosofia (prin- cipaimente en su histo- ria) y el_ pensamiento politico. Es autor, en tre otros, de los siguien- tes libros: Le Interpre- tacién Materialista de la Historia (1946), La Pri- mera Guerra Civil de Espaiia (1950), La Mo- narguta Social y Repre- sentative (1952), Fl Exis- tencialismo Moral (1956), Eso que Uaman Estado (1958), Historia sencilla de la Filosofia (1961. 32 ed). En este libro afronta una interrogante que la- te, con doloroso acento en muchos espfritus. El hombre que mantiene hoy cualquier género de Tealtad a un orden su- perior—religioso, moral, histérico—se siente am- bientalmente tachado de inmovilista 9 anacréai- so, cuando no de bur- EL SILENCIO DE DIOS COLECCION LW PLINTO EDITORIAL PRENSA ESPANOLA RAFAEL GAMBRA EL SILENCIO DE DIOS Prélogo de GUSTAVE THIBON Segunda edicién EDITORIAL PRENSA ESPANOLA MADRID 1968 @ Eprrortay Prensa EsPasova Depésito legal: M. 4647-1968 Grificas Nebrija, S. A. — Ibiza, 11 — Madrid Soror mea, sponsa! (Cantar de los Cantares) Entonces ponigndose en pie el Sumo Sacerdote le dijo: {nada respondes a los que te acusan? Pero Jess permanecié en silencio. (Mt XXVI, 62-63) — Si Dieu avait existé, il_n'aurait pas permis & Vhomme de construire un faux paradis voilant & jamais le vrai. — Tu ne sais pas jusqu’od peut aller le silence de Dieu... (Gustave Thibon) (‘Vous serez comme des dieux PROLOGO Este libro es un testimonio. No «al sol que mds calientan, sino a los astros que fueron ayer estrellas fijas de nuestro destino y que estén hoy desapareciendo de nuestro horizonte. Un testimonio en favor del hombre eterno contra los idolos que ha segregado nuestra locura y que devoran nuestra propia sustancia. Un gri- to de alarma profético frente al inmenso sui- cidio colectivo que nos amenaza y que se te- viste eufdricamente de los bellos nombres de progreso, de sentido de la historia, de libera- cién, de democracia—cuando no de ecumenis- mo o de aggiornamento. Por ello, este libro posee todas las virtudes de la novedad. En un siglo en que teina el 9 conformismo del absurdo y del desorden, en que el idolo de la revolucién permanente se ha convertido en centro de atraccién para los rebatios de esclavos teledirigidos, nada hay mds nuevo ni mds insdlito que predicar el re- torno a las fuentes y defender la naturaleza y la tradicién. «Nunca como hoy el genio de una época se ha aplicado a la destruecidn mi- nuciosa de su propia “ciudad humana”—de sus valores y de su sentido—hasta el extremo pa- raddjico de que el conformismo ambiental se expresa hoy por la actitud revolucionaria, y que la posicién insostenible, heroica, ha Ile- gado a ser la conservacion y la fidelidad». Han llegado ya los tiempos anunciados por Nietz- sche en los que chacerse abogado de la norma se convierte en la forma suprema de gran- dezav. La Ciudad de los hombres que defiende Ra- fael Gambra estaba hecha de un conjunto de lazos vivos y vividos que, a través de los di- ferentes niveles de la creacién, mantentan al hombre unido a su origen y le orientaban ha- cia su fin. La casa, la patria, el templo le pro- tegian contra el aislamiento en el espacio; las costumbres, los ritos, las tradiciones, al hacer 10 gravitar las horas en torno a un eje inmédvil, le elevaban por encima del poder destructor del tiempo. Hoy estamos presenciando Ia agonia de esta Ciudad de los hombres. El liberalismo, al aislar a los individuos, y el estatismo al re- agruparlos en vastos conjuntos artificiales y andénimos, han transformado a la sociedad en un inmenso desierto cuyas ciegas arenas son arrebatadas en los torbellinos del viento de la historia. Y el hombre, victima de este fe- némeno de erosién, no tiene ya morada en el espacio (se ve, a la vex, en prisién y en destierro), ni punto de referencia en un tiem- po por el que corre cada vex mds de prisa sin saber adénde va. Las Ciudades de antaiio, al enlazar al hom- bre con las realidades visibles e invisibles, le ayudaban a elevarse sobre si mismo. Hoy dia, el ideal que se le propone no es vertical sino horizontal: estéd en la carrera misma, en la chuida hacia adelante», y no en el crecimiento espiritual. En lugar de intentar reproducir un arquetipo eterno, hay que dejarse arrastrar por un movimiento perpetuo y siempre ace- 1L lerado. Psicélogos y socidlogos «al diay nos hablan sin cesar de la «mutacién radical exi- gida por los progresos de la técnica y de la socializaciény, En este punto, los luminosos andlisis de Rafael Gambra sobre la aceleracién de la historia coinciden con los recientes jui- ctos de una joven fildsofo francesa, Francoise Chauvin: «Los hombres han deseado siempre cambiar; pero en otro tiempo deseaban ese cambio para acercarse a aquello que no cam- bia, al paso que hoy quieren cambiar para adaptarse a lo que de continuo cambia... Ya no se iraia de ganar altura, sino de levar la delantera; no de superarse, sino de no dejarse adelantar» El hombre se encuentra asi redu- cido al mds pobre de sus atributos, al mds pr6- ximo a la nada; el cambio indeterminado, sin principio y sin objeto. Que este tipo humano asi fabricado en el laboratorio del progreso y de la democracia abstracta goce de un nivel material incompa- rablemente superior al de sus antepasados; que pueda esperar, en un porvenir mds o menos proximo, verse libre de la miseria, de la en- fermedad y de la guerra, poco importa: habré perdido esos dos bienes esenciales para él e 12 irreemplazables que son el arraigo y la conti- nuidad; y, con ellos, la posibilidad misma de ejercer las mds alias virtudes del hombre: el antor y la fidelidad. «g('dmo amar lo abstracto que no tiene forma o figura humana ni divi- na? ¢Cémo ser fiel a un flujo permanente?» Ain peor, ni siquiera se acordard del bien per- dido: «pierde lo esencial sin darse cuenta de que lo ha perdido». Asegurado contra todos los riesgos, quedaré al mismo tiempo insensi- bilizado a todas las promesas, Acuden a la mente los versos de Machado: «soledad de bar- co, sin naufragio y sin estrella...» Las paginas més emocionantes y mds dolo- rosas de este libro son aquellas en que el autor analiza los efectos de este proceso de desinte- gracién en el seno de la Iglesia Catélica. El progresismo catdélico corta los puentes (Simone Weil diria los metaxu) entre el hombre y Dios, Ia tierra y el cielo. Una religién que disuelve lo eterno en la historia y que rechaza, como adherencia de un pasado para siempre conclu- 50, prdcticas y ritos que son el punto de in- sercién de lo infinito en el espacio y de lo eterno en el tiempo—tal religidn no serd mds que un vago humanitarismo, sin forma y sin 13 contenido, En ella, la prostitucién a los ido- los del siglo se reviste del vocablo halagiieiio de «apertura al mundo»; la mescolanza y la confusién se presentan como un progreso ha- cia la unidad; la desercidn se disfraza de «su- petacién», ¢Cdmo no evocar las lineas profé- ticas de Dostoiewsky?: «cuando los pueblos comienzan a tener dioses comunes es signo de muerte para esos pueblos y para sus dio- ses... Cuanto mds fuerte es un pueblo, mds difiere su Dios de los otros dioses... Cuando muchos pueblos ponen en comin sus nocio- nes del bien » del mal, es entonces cuando la distincidn entre el bien y el mal desaparece...». Las antiguas formas de la sociedad, al im- pregnar de sagrado casi todas las manifes- taciones de la vida temporal, hacian el tiempo permeable a lo eterno y a Dios presente en Ia historia. Pero esta alianza de lo social y lo divino se desmorona en cuanto el hombre no reconoce otro dios que él mismo, ni otra patria que el mundo temporal iransformado y desfigurado por sus manos. Y se acerca a gran- des pasos la hora en que la idolatria del por- venir le ocultard la eternidad. 4 Esia seré, sin duda, para los dltimos fieles, la suprema prucha de la fe. La pureza, el he- roismo de esa fe se medirén por la resistencia del «pneuma» divino, interior y libre (spiritus flat ubi vult) al viento servil de la historia. Ante el silencio de Dios, los creyentes de ma- fiana tendrén quizé que elegir entre la reali- dad invisible de una eternidad en apariencia sin porvenir y el espejismo brillante de un por- venir sin eternidad, Bérulle definia al hombre como «una nada capaz de Dios». Pero he aqui que ese hombre se transforma cada vez mds en un falso dios, incapaz del Dios verdadero. gLlegaremos has- la el término de esta subversién y habrd que desesperar de la Ciudad de los hombres? Ra- fael Gambra se complace en repetir las pala- bras demasiado hicidas de Taine: «ningin hombre sensato puede ya esperar». Pero no olvidemos (cito de nuevo a Francoise Chau- vin) que «la lucidez es la peor de las cegueras si no se ve nada mds alld de aquello que se ve». El cristiano, a imitacibn del apdstol San Pablo, esté obligado a esperar contra toda es- peranza (contra spem in spe), porgue Cristo ha vencido al mundo y esta victoria abarca la 15 totalidad del tiempo y del espacio. Y, por in- ciertas que sean las probabilidades de éxito, nuestra misién aqui abajo consiste en restau- var pacientemente, en nosotros y en torno nuestro, las condiciones para una restauracion de la Ciudad de los hombres; es decir, en pre- parar un porvenir a la eternidad. Con este llamamiento se acaba este bello li- bro. Nuesiro deseo mds ferviente es que sea escuchado, en el secreto de las almas, como un eco del silencio de Dios. Gustave Thibon 16 LOS PRECURSORES Erase un buitre que me_pico- tcaba los pics. Estoy indefenso Porque cs muy poderoso y que rf saltarme a la cara, Profert sacrificarle fos pies, que los ten go ya destrozados, KAPKA Resulta diffcil y arriesgado para quien vive una época sefialar qué es lo mas caracterfstico o relevante que en ella sucede, aquello que la Historia recogera como tal en su dia. Yo dirfa, sin embargo, que esta década que empezamos a culminar—los «afios sesentay— se han caracterizado por la consolidacién en los paises europeos de la politica abandonista sugerida por el canticolonialismo» de Norte- 17 américa, de los Soviets y de la ONU; y asi- mismo por la celebracién del Concilio cecu- menistay y la puesta en marcha de su espiritu de reforma. Las consecuencias practicas de uno y otro hecho son incalculables para la llamada civilizacién occidental y para el catolicismo. El declive rapido del sentimiento nacional que —degenerado o no—era cuanto quedaba del antiguo arraigo patrio de los hombres, la di- fusién artificial de esto que se ha Iamado «nueva religion de la Humanidad», son hechos de alcance imprevisible, dirfamos césmico-hu- mano. Ello porque en este momento de la historia vienen a coincidir en una extraita identificacién dos lejanas ondas histéricas—cl racionalismo y el catolicismo—de cuya tensién habia vivido toda la cultura occidental desde el Renacimiento hasta nuestros dias. Quizd el primer efecto visible para nuestro horizonte temporal sea la transformacién ope- tada en los espiritus por sos dos aconteci mientos, o por las fuerzas latentes que los pre- pararon y que ahora se retinen. Podriamos describir este efecto psicolégico como una pér- dida general de la nocién de lo que nos es propio, de aquello que nos pertenece y a la 18 > ______—_—_--—-—-ee—rn vez nos cobija y nos alberga en e] plano supe- rior al de la vida individual ; la pérdida igual- mente del espiritu de defenderlo, y del sentido de conservacién y de lealtad que le son con- comitantes, Cabria también describirlo como un estado de delicuescencia intelectual y emo- cional en el que desaparece el sentido de los limites y de la continuidad, de lo que es esta- ble ¢ intangible por constituir el cuadro—o més bien el suelo mismo—de nuestra existencia humana. Consecuencia de tal actitud mental es Ja espontdénea entrega de cuanto el hombre posce como paitrimonio comin de su cultura a eso que hoy se Jlama «el viento de la His- torian. O—lo que es igual—la aceptacién de antemano de cualquier cambio ideolégico o estructural como exigencia de una evolucién incontenible. Esto nos permite ver hoy como ciertas figuras del magisterio seglar 0 religioso de nuestro ambiente atemperan r4pidamente su opinidn a las corrientes de la época, se apresuran a desentenderse de lo que afirma- ron en un pasado cereano, hacen blanco lo que ayer era negro, y todo ello sin conciencia alguna de deslealtad o de incoherencia. No guarda este fendmeno relacién alguna 19 con el oportunismo consciente ¢ interesado de aquel que se adapta a las cambiantes situacio- nes de la politica o del favor, figura humana que ha existido en todos los tiempos, sino que se trata de una actitud enteramente nueva que realiza esto mismo con conciencia subjetiva- mente recta, incluso como imperativo de un loable atemperarse a la evolucién, En tal am- biente, cualquier forma de afirmacién o de lealtad es automdticamente tachada de inmo- vilista o aun de «farisaica» o de aburguesa» ; todo espiritu de resistencia, calificado de «re- accionarios, que es el titulo mds descalifica- dor del lenguaje contemporaneo por cuanto supone en él un empeiio vano e iluso: el] de oponerse a la corriente o el cviento de la His- toria», Dos obras literarias me han aparecido hace afios como precursoras—o mas bien como in- tuiciones geniales—de esta actitud mental que vemos hoy generalizarse en términos vertigi- nosos, incontenibles. Me refiero a La Meta- morfosis de Kafka y a la pieza teatral de Io- nesco Rhinoceros. En la primera, Samsa, un hombre modesto, sufre una noche la monstruosa, absurda, trans- 20 formacidn en un inmenso insecto, de su mismo tamafio, Tanto él como su familia aceptan el hecho como cualquier otra contingencia des- graciada de la vida; la ocultan y sobrellevan como pueden hasta su desenlace que es, al cabo de meses, la muerte del metamorfoseado. Al dia siguiente, los familiares, aliviados de la horrible pesadilla, salen a pasear endominga- dos porque es hora de tomar el sol y «de en- contrar a fa hija un buen marido», En esta novela, como en las de intencién existencialista, se pretende mostrar la irracio- nalidad de la existencia y c6mo la mente hu- mana podria avenirse con cualquier otra es- tructura existenctal sin mayor dificultad que con la de nuestro mundo habitual. La signifi- cacién de la tragedia kafkiana tiene una pro- funda realidad en el presente: para cualquier espiritu venido al mundo en el seno de una tradicién religiosa y moral, sobre un suelo de determinaciones histéricas, de convicciones y de deberes, Ja actual aparicién de la Metamor- fosis en extensos sectores del magisterio social representa algo tan monstruoso e inadmisible como el destino insélito de Gregorio Samsa : algo que ha sucedido sin poder suceder. 21 Rhinoceros, a pieza de Ionesco, constituye, por su parte, la mds profunda y aguda satira del conformismo ambiental en nuestra épo- ca y de los mecanismos psicolégicos de adap- tacién incondicional a cualquier género de si- tuacién o de cambio de mentalidad. Satira también del proceso de masificacién y de t7i- vializacidn que se opeta en las almas por efec- to de la tecnocracia y de las grandes concen- traciones urbanas, Imagen, en fin, de ese estado de 4nimo colectivo que se revela capaz de aceptarlo todo répidamente, con resignation préalable, por una voluntaria pérdida del sen- tido de los limites y de la consistencia de las cosas. En el primer caadro, Juan, hombre «de su tiempo», con sus puntos de vista «eficaces» y filisteos, dialoga con Berenger, espfritu sencillo de abatida sinceridad. Sus frases sonoras y la vacuidad de sus actitudes siempre circunstan- ciales esté como reclamando Ia exteriorizacién de un interno proceso de rinoceritis, es decir, de insensibilizacién humana. [2s entonces cuando irrumpe impetuoso el primer rinoce- ronte por las calles de la poblacién. Y des- de ese mismo momento entra en juego para 22 Soar aquel ambiente humano un mecanismo psi- colégico encaminado a la elusién subconscien- te del hecho, a la conformidad embozada con el mismo, movido siempre por actitudes pre- vias de pereza mental, de cobardia interior y de abandonismo profundamente arraigadas. Asi, a los pocos momentos de la extraord' naria sorpresa, ya nadie habla de lo inconce- bible de Ja aparicién, sino del nimero de cuernos o de las tazas de rinocerontes. En seguida comienza la absurda transforma- cién de los hombres en rinocerontes, esos pa- quidermos extrafios e insensibles, que parecen nativos del planeta mas alejado de éste en que habita Ja raza humana. EI mecanismo mental por el cual Jos hom- bres «se sitiian» ante la rinoceritis, y la actitud que los rinoceriza seguidamente, es siempre la misma: aceptacién del hecho como algo irre- mediable, como una evolucién necesaria (es «el viento de Ja Historia») ; ensayo de univer- salizacién del fendmeno busc4ndole antece- dentes y similares en otros paises o en otra época; puesta en discusién de los principios teéricos 0 morales en virtud de los cuales el 23 fendmeno resulta inaceptable (en este caso, la superioridad de la humanidad sobre la anima- lidad, los limites de la cordura y de la demen- cia, etc.); en fin, exaltacién de los aspectos en que pueda sobresalir el hecho o realidad de que se trate (en este caso, de la fuerza, salud y poderfo del rinoceronte). Ante el hecho consumado, la epidemia de rinoceritis se extiende incontenible; el meca- nismo mental sc pone en movimiento para el hombre masificado, previamente dispuesto pa- ra cualquier género de adaptacién dirigida: «Siempre hubo cosas asin, «Salgamos al en- cuentro de lo que nace y seamos sus pioneros», «En otros sitios estdn peor», «Tiene esto cieria grandexan Parece indudable que el autor rumano ha conocido algunos de los diversos «hechos ri- nocéricosy que han sufrido las diversas nacio- nes, con la consiguiente degradacién de la per- sonalidad de sus miembros: la irrupcién en tantos paises de un ejército de ocupacién ex- tranjero, con la creacién de absurdos gobier- nos «Quislingy; la aparicién en este otro de un barbudo demencial que impone su ley; la 24 entrega de aquel otro a bandas rivales de ne- gros antropdéfagos; la ereccién més all4 de la arbitraricdad como modo permanente de go- bierno... En el horizonte final, la universal rinoceritis letérgica que, en nombre de la De- mocracia y la Humanidad, anula la personali- dad de los humanos frente al «viento de la Historiay. Lo més profundo de Rhinoceros quizd sea la eleccién del tipo humano que resiste a la adaptacion rinocérica y se salva—é] solo—entre los demés hombres. No se trata de ningtin pu- titano u hombre de claros y declarados prin- cipios; antes al contrario, son los hombres de esta clase los que se muestran mas déciles y vulnerables a la epidemia, los que con mayor facilidad encuentran argumentos de transicién para adaptarse. Berenger, el protagonista, es un hombre humilde, sencillo y un tanto bohe- mio. Un hombre respetuoso ante los sabios y eficaces que le rodean, que mo afirma nada con énfasis ni contraria la opinién de los de- més. Berenger sabe, sin embargo, que la hu- manidad es superior a la animalidad, que entre la cordura y la locura hay un limite, y que convertirse en rinoceronte es absurdo. Y sabe 25 todo esto «intuitivamentep, aunque no sepa definir la intuicién mas que como un saber «por las buenas», Picnso que en nuestra sociedad masificada y estatista donde la rinoceritis alcanza hoy a los més altos niveles, esta pieza de Tonesco debe producir la misma impresién que si a los tri- pulantes de una vieja y carcomida embarca- cién se les mostrara al vivo cémo empieza a hacer agua y a hundirse una vieja y carcomida embarcaci6n. El segundo fendémeno bien patente en nues- tro presente histérico es la rebelién del indi- viduo y de Ia masa contra cualquier forma de autoridad o de preeminencia y de estructura prevalente. Se trata de una consecuencia del fendmeno anterior : desposefdo el mundo hu- mano supraindividual —instituciones, leyes, costumbres, poderes— de todo caracter nece- sario o sagrado por Ja visién relativista o pro- Sresista de tales rcalidades; desvinculado el individuo de las mismas por la previa confor- macién masificada y utilitaria de su mente, se 26 rebela espontaneamente contra esas realidades politico-histéricas, que ni comprende ya ni ama; en las que sélo ve su cardcter cons- trictivo y su irracionalidad. La onda viene, sin duda, de muy lejos; pero la rebelién del hombre actual contra «lo esta- blecido» en nombre de la libertad, y contra «el paternalismo» en nombre de la igualdad, alcanza ahora niveles y reductos que hasta aqui se juzgaban inasequibles. Nunca como hoy el genio de una época se ha aplicado a la des- truccién minuciosa de su propia «Ciudad hu- mana»—de sus valores y de su sentido—, hasta el extremo paraddjico de que cl conformismo ambiental se expresa hoy por Ia actitud revo- lucionaria, y que Ja posicién insostenible, he- roica, ha Ilegado a ser 1a conservacién y la fi- delidad. En medio de este amotinamiento espiritual y de esta universal execracién de cuanto re- presenta norma y limite, quizd sélo una voz de cuantas han tenido una amplia audiencia en la época me ha aparecido como plenamen- te consciente—aun dentro de las multiples pa- radojas de su pensamiento—del impulso ilti- 27 mo que nog arrastra y de sus metas previsibles. Me refiero a la voz de Antoine de Saint- Exupéry en toda su obra, pero particularmen- te en sus libros Terre des Hommes y en el inacabado Citadelle. La obra de Saint-Exupéry resume de un modo a la vez poético y critico la gran expe- riencia filos6fica y humana de nuestra época, pero posee ademds una serena intencién cons- tructiva : la reedificacién de una nueva patria de los hombres donde la autoridad, el deber y el fervor comunitario dejen de ser conside- rados como elementos extrafios al hombre mismo, rémoras de su personalidad. Frente a una literatura (la Jlamada «moderna», prolon- gada en su influencia hasta nuestros dfas) que exalta las pasioncs y una sospechosa sinceridad individualista hostil a todo lazo vincular y a todo orden, Saint-Exupéry canta la grandeza del mandar responsable, la entrega fervorosa al quehacer comunitario, un mundo de conti- nuidad vivificado por dioses tutelares en el que la vida humana adquiere sentido por una sintesis entrafiable del sujeto con su mundo. «Quiz4 vendra el tiempo de una literatura re- conciliada con la Ciudad—ha escrito Roger 28 Gaillois con referencia a Saint-Exupéry—j; y entre las formas que pueda adoptar esa lite- tatura no serd la menos ilustre ni la menos feliz la de aquellos sus precursores que paga- ron de antemano por su nacimiento.» Nadie puede saber si tal reconciliacién del hombre con la Ciudad se dar4 en el seno de nuestra civilizacién, o si los sintomas que vi- vimos Ilevardn a ésta al término de su diso- lucién. Pero, cualquiera que sea el destino que nos aguarde, estimo que Antoine de Saint- Exupéry, aquel solitario escrutador de los pri- meros horizontes aéreos sobre las Ciudades de la Tierra, supo penctrar como nadie el vinculo misterioso que une al hombre con su mundo y su tras-mundo. Esto ‘es, las raices existen- ciales—histéricas y sagradas—del auténtico vi- vir humano, frente a las realizaciones masifi- cadoras de una razén desencarnada y de un falso chumanismo» abstracto que traiciona el verdadero destino del hombre. Leyendo a Saint-Exupéry resulta curioso ob- servar la evolucién—o mds bien el giro coper- nicano—que a lo largo de los tiempos ha su- frido ese interlocutor objetante que tantas 29 veces se ha llamado el cinsensato». Si el pensar es dialogo interior—y, en el fondo, contro- versia—-, el insensato viene a scr cse contra. dictor explicito o implicito contra el que todo sistema de pensamicnto sc construye y se ex- presa. El «insensaton mas conocido de la historia del pensamiento es el de San Ansclmo, jus- tamente porque el arzobispo de Canterbury otorgé ese nombre al contradictor de su did- logo intimo. E] «insensaton de San Anselmo, como el de toda la filosofia medieval, cs aquel que falta a Ja Idgica 0 normatividad objetiva del pensar, el que incurre en contradiccién consigo mismo. Como pensador cristiano, par- te San Anselmo de una aceptacién de la fe, que, para él, situaré y orientar4 el posterior ejercicio de la razén (credo ut intelligam), siempre en la certeza previa de que uno y otro ejercicio (cl de la fe y el de la razén) no pue- den discrepar entre si. La fe le sitéia asi en un mundo de realidadcs y valores concretos dotados de sentido, y, sobre esta base, San Anselmo no reconocera limites a la razén para comprender y explicar el contenido revelado y ¢sa situacién previa. De aqui su intento de 30 llevar el razonamiento a@ priovi hasta la pro- pia existencia divina (argumento ontoldgico), y de aqui también que su «insensatow encarne a aquel que contradice al orden de la razén © que no sc ajusta a la cohcrencia Idgica. Dentro de la significacién de su obra, Saint- Exupéry tuvo también su cinsensatov, y pre- cisamente bajo este nombre se reficte a él en Citadelle. Pero este insensato no es ya el que falla en la légica direccién de su pensamiento o el que se contradice, sino mas bien «el per- verso Amok de la razén puray: aquel que, éuidndose sdlo del razonar desvinculado, des- truye el armazén existencial del vivir humano, la Citadelle que el fervor pretérito fundé para albergue y taberndculo de sus hijos. Saint-Exupéry no parte, como San Anselmo y los antiguos, de un mundo preformado por la creencia y la costumbre, mundo de princi+ pios y de normas, sino mas bien de una socie- dad atomizada y difamada en la que el indi- viduo, solo y angustiado en el dpice de su intimidad, se ve excitado a vivir segiin sus impulsos y opiniones, Su cinsensato» no es entonces el que se aparta de la légica racional, 31 sino, al contrario, aquel que, en nombre de ésta, desconoce cl valor de lo establecido y de sus normas, del encuadramiento existencial que requiere el vivir humano, «Mansion de los hombres...—exclama en Citadelle—é quién te fundard sobre el razonamiento? ¢Quién seré capaz, segtin la ldgica, de construirte? Ti exis- tes y a la vez no existes. Estés hecha de mate- riales dispares, pero es preciso inventarte pata descubrirte...» «j Navio de los hombres, sin el cual faltar4 a éstos la cternidad !» «Yo he im- puesto mi ley, que es como la forma de los muros y el orden de mi mansién. Mas vino el insensato a decirme: libranos de tus nor- mas y seremos mas grandes, mis libres... Pero a sus palabras opongo yo mis determinacioncs en toda su arbitrariedad, porque libran a los hombres del marasmo informe de las cosas; y no escucho a los que me hablan, en nombre de la razén, de las pendientes (o gradaciones) naturales que nivelan y difuminan cuanto po- sefa un sentido.» He aqui la evolucién diametral desde un in- sensato ilégico hasta un insensato logicista. He aqui también la constelacién de nociones y ac- titudes que opone Saint-Exupéry a esta sub- 32 version del insensato: La Ciudad se construye, como un navio o como un templo, con mate- tiales diversos, y su orden existencial no se deduce de principios légicos. Se construye con el fervor o donacién de si mismo y con un origen de autoridad responsable que es elec- cién arbitraria en la facticidad de cualquier orden. La Ciudad de los hombres es mansién (con sus estancias diversas) en el espacio, y es rito (con sus horas y dias) en el tiempo. La razén desencarnada destruye con sus re- ducciones Idgicas e] sentido de las cosas, y produce un desmoronamiento (effritement) del habit&culo humano en el que el hombre mismo se corrompe (pourrit), De él brota el hastio de un tiempo que corre sin construir y de un espacio que no alberga ni orienta ni tiene ya sentido. La Ciudad creada por la entrega y el fervor depara al hombre sus dos bienes mas inapreciables: el sentido de las cosas y la maduracién de su vivir. En estas ideas estimo que se encierra eso que hemos llamado «reconciliacion del pensa- dor con la ciudad», de la que ha sido quiz4 Saint-Exupéry heraldo y aun testimonio vivo. En ellas creo que se encuentra también la 33 imspiracién primera u originaria de estas pa- ginas mias que pretenden un diagndstico cons- tructivo del tiempo que vivimos, la radiogra- fia de un proceso profundo de descomposi- cién que cada hombre percibe, quizd fragmen- tado en el sector de su propio mundo, pero que guarda una conexién de sentido con el conjunto, como la guarda también el vivir de cada hombre con el habitéculo humano en que se inserta. Sin embargo, para comprender esta idea ini- cial e inspiradora es preciso recapitular sobre otras dos nociones mas basicas o elementales que enlazan la nocién de Saint-Exupéry sobre el hombre y la vida con la filosofia contem- pordnea. Son éstas las de engagement (com- promiso) y la de apprivoisement, de muy di- ficil traduccién. 34 II «COMPROMISOp Y «APPRIVOISEMENT» Es preciso meditar en las cosas gue cl alma anbela, en los obje~ tos a que quicre comunivarse, em el enlace intimo que por natura- leza tiene con lo que ¢ divino © imperccedero; con aquello cn To que al fin debe convertirse. PLATON Quiz4 ninguna de las ideas elaboradas en Jas dos dltimas décadas haya alcanzado una validez y permanencia mayores que la de en- f£agement o compromiso, porque quiz4 tam- poco ninguna represente tan profundamente la crftica antirracionalista que late en el fondo de todo existencialismo. La idea, aunque des- provista de un sentido tan radical, es ya an- tigua: la expresaba F. C, Schiller a principios 35 de siglo con estas palabras: «El mundo es lo que hacemos de él. Nada permite definir lo que era en su origen ni lo que seria sin nos- otros.» Es la misma idea tantas veces repetida por Saint-Exupéry: «no hay panorama con- templado desde lo alto de las montafias que no haya sido antes descubierto por el estuerzo de la ascensién y de la aventura». La técnica turistica ha instalado hoy grandes teleféricos que permiten alcanzar, en pocos minutos y sin esfucrzo, algunas de Jas mas ele- yadas cumbres. Sin embargo, creo que media entre la contemplacién panordmica asi alcan- zada y la del que la gané por su propio es- fuerzo la misma diferencia que separa la foto- grafia de la realidad, El caminante que vence una alta cima se ha comprometido en la mon- tafia, y la montafia, en cierto modo, se ha he- cho suya. Se trata justamente de esas nociones complementarias de engagemeni y dc appri- voisement, a que me he referido. En la aven- tura de una ascensién de montaiia, cada pers- pectiva ganada, cada nuevo plano de horizon- te, cada riesgo y cada conquista, crea lazos vivos entre montafia y caminante hasta que, en el ultimo esfuerzo, el viento impaciente 36 de las cumbres rinde al contemplador esa es- pecie de plenitud en que el panorama final se hace, mas que contemplacién pura, viven- cia y aun creacién personal. El término engagement puede traducirse por compromiso, aunque insuficientemente, porque supone también la nocién de entrega al objeto o a la accién misma. Es una idea a la que el existencialismo ha otorgado un sentido muy radical y un largo desarrollo, Cuando falla para la filosofia contempor4nea la con- fianza en la estructura racional del Universo y se reconoce a éste como absurdo, surge para el hombre contempordneo el sentimiento de la angustia existencial, es decir, la vivencia de lo que es sin fundamento esencial, que igual- mente podria mo ser o ser de distinto modo. Angustia y abandono determinan en el hom- bre existencialista el imperativo de engage- ment o entrega activista a la existencia misma. Si no hay un orden inmutable de causas ni de normas, habra el hombre de escoger su des- tino en la soledad y en el abandono; pero sera en este escoger donde cada hombre cree su propia personalidad, porque su ser es tem- poral, esto es, proceso acumulativo de auto- 37 creacién. Y sdlo a través del compromiso con la existencia concreta, irrevocable, adquiere sentido y valor la vida del hombre. Es la mfs- tica del activismo y del compromiso puro: S’enfoncer dans un acte inconnu comme dans une forét—ha escrito Sartre. Un acte, Un acte qui engage et qu’on ne comprend jamais tout a fait. Consecuencia de esta actitud inicial ha sido —lo ha destacado Mounier—un cambio radi- cal en el esquema o imagen que la filosoffa se forja del hombre o del Yo como sujeto de conocimiento y de accién. Para la mentalidad racionalista esa imagen es la de un puro re- ceptéculo, un algo perfecto y pasivo, sujeto de la racionalidad y de la bondad natural roussoniana, que habria de liberarse o des- vincularse de cuanto le constrifiera para llegar a expresarse en su verdadero y valioso ser. A titulo de realidad primera, el Yo tedrico —racional y completo en su ser—era el sujeto de la Teorfa del Conocimiento y de la ética formalista en que vino a cifrarse la filosofia toda de aquella época. Es lo que acusa Orte- ga y Gasset en Ideas y Creencias: «Todos de- seamos que el hombre sea bueno, pero cl 38 er Rousscau que nos han hecho padecer, creia que ese desco estaba ya realizado desde luego, que el hombre era bueno de suyo y por na- turaleza. Lo cual nos ha estropeado siglo y medio de historia europea.» Para la posterior mentalidad existencialista, la Razén, en cambio, ha dejado de ser la esen- cia del Universo y el instrumento para pe- netrarlo y dominarlo. En consecuencia, el Yo deja de concebirse como un sujeto de pura racionalidad que ha de liberarse de cuanto le ate al exterior, para ser interpretado como un agente in fieri de su propia vida y del sen- tido de Ia realidad. Su nuevo simbolo o ima- gen sera el de eclosién (éclatement) o irrup- cién; entrega autocreadora y transformadora de Ja realidad, donacién libre que brota de un interno impulso vital y se realiza en las cosas, vivificadas por el propio sujeto. «La libertad—dice Sartre—no es una virtud inte- rior que permita al sujeto desentenderse de las situaciones mas urgentes, sino, al contra- rio, el poder de comprometerse libremente en la accién presente y de construirse un futuro.» O lo que es lo mismo: no se es libre mas que 39 si se utiliza la libertad en comprometerse con lo real concreto. Si se prescinde de la metafisica y de la in- tencién en cierto modo nihilista que hayan inspirado ¢] renacer de esta idea, no cabe du- dar que la nocién de engagement encierra una realidad y un imperativo muy profundos. Es vano y superficial pensar que el Yo surge cuando se le ha liberado de todas las trabas, afectos y compromisos—prejuicios u obstacu- los, en Jenguaje racionalista—del mundo cir- cundante. Antes al contrario, su propia vida es entrega, autorrevelacién, La literatura tipicamente «moderna» fue, en general, un prolongado esfuerzo por liberar a un supuesto nticleo individual, fuente perso- nal de espontaneidad y de verdad, de la con- trainte objetiva, es decir, de la costumbre y de la ley, de la autoridad, de la misma lega- lidad l6gica. Quiz4 haya sido Gide quien cul- miné este anhelo desvinculador que tuvo sus raices en el individualismo racionalista: Je me penche vertigineusement sur les possibili- tés de chaque étre, et pleure tout ce que le couvercle des moeurs atrophie. Por este ca- 40 mino, y antes de llegar a la pura potenciali- dad vacfa o a la nada que habita en ese indi- viduo abstracto, es por donde la literatura moderna exalt6 en su comienzo las pasiones primarias e instintivas, y mas tarde la accién contra toda norma, gratuita. «Una cosa per- mitida—concluir4 Gide—no puede ser pura.» Consecuencia de este imperativo desvincu- lador hubo de ser el desarrollo de Ia acti- tud meramente estética —in-comprometida— del hombre. «El ideal de Ja vida—escribia Middleton—no puede ser mas que estético: ningtin otro poder fuera de Ja intuicién esté- tica nos permite imaginar y concebir.» Esta vision del mundo «desde fuera», como espectéculo, engendré en los albores de nues- tra época una actitud desconocida en las an- teriores como fenédmeno general: el turismo, esa actividad individualista y extrinseca que se desarrolla sobre un valor también descono cido hasta entonces : el valor de lo pintoresco. El turismo y su visién pintoresca de] mundo no es para muchos hombres de hoy una mera actividad entre otras, sino un cierto objetivo final de sus vidas que se emplean en un tra- 41 bajo vertiginoso y anénimo—la produccién en serie o la buroctacia—para resolverse en la ad- quisicién de medios mdviles que le permitan la evasién turistica. En realidad, la visién es- tética y el turismo, como objetivos vitales in- auténticos que son, resultan actividades que se destruyen a si mismas, El turista busca siem- pre lo diferencial, lo tipico y localizado, es decir, lo comprometido y vinculado a un tiem- po histérico, a una situacién, a un espacio concreto. Si el modo de vida y la desvincu- lacién del turista se hicieran universales, el mundo humano no ofreceria ya nada a su contemplacién puesto que todo se habria he- cho extrinseco, uniforme, andénimo. Andloga tendencia represent6 en el orden politico el Estado de Derecho del constitucio- nalismo liberal. Principio neutro de coexisten- cia, mero guardidn de la libertad de todos, el Estado moderno fue uniformador centralista de las instituciones politicas, previa su des- vinculacién respecto de cualquier forma de historicidad o de contenido diferencial. Frente a todas estas tendencias—individua- lismo, csteticismo, liberalismo—proccdentes de 42 una comin inspiraci6n racionalista, ha surgido en nuestra época la idea del compromiso ra- dical humano. Sélo conoce realmente el que ama; sdlo es libre el que es capaz de entre- garse a algo o a alguicn. Pero esta nocién del engagement se comple- menta con otra idea que ha tenido un des- arrollo y difusi6n muy inferiores, aunque no sea menor su profundidad y elaboracién, Me refiero a la idea de apprivoisement, que fue fuente de inspiracién en Ja obra de Saint- Exupéry. Apprivoiser significa literalmente domesticar. Domesticar no es meramente ha- cer convivente a un animal, sino captarlo, asi- milarlo a Ja propia vida o al afecto humano. Hay animales—se dice—que no se domestican, sélo se doman. Una y otra raiz—apprivoiser y domesticar—poseen un significado comin: captar, hacer de uno, hacer de casa. En el sen- tido filos6fico en que lo emplea Saint-Exupéry es, como he dicho, nocién complementaria del engagement o compromiso. El hombre, el su- jeto, s’engage o combromete; la cosa, el obje- to, s'apprivoise o domestica. Reciproca y si- multéneamente. 4Qué es, pues, apprivoiser? 43 Nadie puede hacérnoslo comprender mejor que el propio Saint-Exupéry. Sigdmosle en su cuento poético Le Petit Prince, precisa- mente en el conocido didlogo, leno de ter- nura y profundidad, entre el Principe y ef Zorro sabio. E] Principe, un nifio que vive, solo, en un diminuto asteroide, viene a la Tierra «para conocer a los hombres». Su vi- sién ingenua y directa va a chocar con la de Jos hombres tecnificados de hoy, con el hom- bre conceptual y eficiente: «las personas ma- yores». Es el mismo tema de Saroyan en El Tigre de Tracy, el contraste entre la espon- ténea valoracién de las cosas y las categortas de una mentalidad sofisticada por la raciona- lizaci6n y cl simbolismo abstracto. EI Principe tenfa en su pequefio mundo una rosa, a la que cuidaba con amor y con Ja que dialogaba. La rosa era presumida y se jactaba de ser el tinico ejemplar de su especie en el universo. El Principe acaba de descubrir en la Tierra un jardin de rosas semejantes a la suya, y, decepcionado por la insignificancia y vulga- tidad de lo que posefa, se habfa tendido en la hierba a llorar. 44 «... Fue entonces cuando aparecié el Zorro. «—éQuieres jugar conmigo?—le propuso el Principe—. Estoy tan triste... «—No puedo jugar contigo—contestd el Zo- rro—. No estoy apprivoisé. «<—jAh, perdén!—dijo el Principe. «Pero, pensdndolo, afiadis: «—éOué significa apprivoiser? «, «Es algo muy olvidado hoy dia. Significa crear lazos. «—¢Crear lazos? «~Eso es—dijo el Zorro—. Todavia ti no eres para mi mds que un muchacho en todo semejante a otros cien mil. Y yo no tengo ne- cesidad de ti. Té tampoco me necesitas, Yo no soy para ti mds que un zorro semejante a otros cien mil. Pero si ti m’apprivoises (do- mesticas), tendremos necesidad el uno del otro, Serds para mi tinico en el mundo. Y seré yo para ti tinico en el mundo. «—Empiezo a comprender—dijo el Princi- pe—. Existe wna flor... Creo que ella me ha domesticado, 45 co. «Pero el Zorro volvid a@ su idea. «Mi vida es mondtona. Yo cazo pollos, y los hombres me cazan a mi. Todos los pollos se parecen y todos los hombres también. Esto me aburre un poco. Pero si ti me domesticas (me haces de casa), mi vida quedard como iluminada. Conoceré un ruido que sera dife- rente de los otros. Los otros ruidos me hacen esconderme bajo tierra. El tuyo me llamard fuera de ella como una musica. Y, ademds, mira... gves allé los campos de trigo? Yo no como pan; el trigo es para mi initil. Los campos de trigo no me dicen nada. Y es tris- te. Pero tt tienes los cabellos dorados. jPor eso seté maravilloso cuando me hayas domes- ticado! El trigo, que es dorado, me hard acor- darme de ti. Y me gustard el ruido del viento en el trigo... «El Zorro se callé6 y miré largamente al Principe: «—Si eres tan bueno... j domesticame ! «—Querria hacerlo—contesté el Principe— 46 pero me jalia tiempo, Tengo amigos que des- cubrir y muchas cosas que conocer. «—No se conocen mds que las cosas que uno mismo domestica—dijo el Zo7ro—. Los hom- bres no tienen ya tiempo de conocer nada Compran cosas ya hechas en los almacenes. Pero como no existen almacenes de amigos, los hombres no tienen ya amigos. Si quieres un amigo, j domesticame ! «—¢Qué hay que hacer para ello?-—pregun- 16 el Principe. «—Es preciso mucha paciencia. Te sentards primero un poco lejos de mi, como ahora, en le hierba. Yo te miraré con el rabillo del ojo y ta no dirds nada. El lenguaje es fuente de equivocos. Pero, cada dia, te irds sentando un poco mds cerca... « «De esta manera, el Principe domesticé al Zorro. Y cuando se acercd la desbedida: «—jOh!—exclamé el Zorro—, loraré, «—Ti has tenido Ia culpa. No quise hacerte dafio, pero quisiste ser domesticado. 47 «—Asi fue—dijo el Zorro, «—iPero vas a llorar! «Asi es—repitid el Zorro. «—iEntonces no ganas nada! «—Gano—dijo el Zorro—a causa del color del trigo. Después atadid—: Vuelve a ver las rosas. Comprenderds ahora que la tuya es tini- caen el mundo. Vuelve a decirme adids y te entregaré un secreto. ail Principe volvid a contemplar fas rosas. «No os parecéis a mi rosa-les dijo—, por- que no sois nada todavia. Nadie os ha domes- ticado y vosotras a nadie habéis domesticado. Sois como era mi Zorro. Era un zorro como otros cien mil. Pero lo hice mi amigo y ahora es tinico en el mundo. «Y las rosas se sentian muy morlificadas. «—Sois hermosas—les atiadib—, pero estdi vacias. No se puede morir por vosotras. Sin duda ol que pase junto a mi rosa creerd que se parece a vosotras. Pero por si sola es mds importante que todas vosotras juntas, porque 48 esa ella a la que he regado y abrigado... Por- que es mi rosa. «¥ volvid al Zorra «—Adids—dijo el Zorro—. Este es mi secre- to. Es muy sencillo: no se ve bien mds que con el corazén. Lo esencial es invisible a los ojos... Es el tiempo que has perdido con tu rosa lo que la hizo tan importante... Los hom- bres han olvidado esta verdad, pero ti no de- bes olviderla. Te haces responsable para siem- pre de aquello que has domesticado, Eres res- ponsable de tu rosa. «—Soy responsable de mi rosa—repitid el Principe para acordarse.» El hombre (el Yo) viene a ser as{ irrupcién en el mundo circundante, entrega e intercam- bio con esa realidad que le rodea. Ya no ser4 el sujeto un mero receptéculo de la razén; ese instrumento de penetrar un universo aje- no, objeto solo de conocimiento o de utiliza. cién, pero de cuyas vinculaciones reales debe liberarse para ganar individualidad, para ser 49 cada vez mds él mismo. Al contrario, va a concebirse a ese sujeto como irrupcién en un mundo de cuyo contacto va a surgir, cn el compromiso, la verdadera inteligibilidad—«no se ve mds que con el corazén»—; y, a la vez, la autocreacién del propio sujeto, el enrique- cimiento progresivo de eso que llamamos per- sonalidad. Cabe asi concebir la vida humana como creacién de lazos (cognoscitivos, volitivos, ac- tivos) entre el Yo y las cosas. Tales lazos son, para el sujeto, compromisos (engagements), y respecto a las cosas, domesticacién (apprivoi- sement), Cada hombre viene a ser su propio mundo, su vida; y las cosas se hacen asi sus- tancia humana, De este modo, el hombre que muere en la lucha o en el voluntario sacrifi- cio no lo hace por las cosas en su ser fisico (ni por Ja tierra, ni por Ja casa, ni por la ban- dera, que como puras cosas no merecerian esa vida y subsisten sin ese sacrificio); ni tampoco por la propia e {intima libertad del sujeto, que desaparecer4 indudablemente con su muerte. El hombre muere «por salvar el nudo invisi- ble que convierte a esas cosas en dominio, en patria, en rostro familiar». Ese lazo, invisible 50 para los ojos, se capta s6lo por el corazén, porque ha sido construido por el fervor, por la entrega, y «sdlo se ve realmente aquello que se amap, «No amo al hombre—escribié Saint-Exupéry en los origenes de su obra—; amo la sed que lo devora.» El mas profundo modo de inauten- ticidad, el hastio y la esterilidad brotan del tiempo que corre sin construir, de la vida sin amor y sin entrega que se pierde en la incohe- rencia de un mundo carente de sentido y de limites. Porque la Ciudad—la tierra de los hombres—se crea por el fervor, esto es, por aquello que se exige a los hombres y no por aqucllo que s¢ les suministra. Es vano preten- der crear la Ciudad por los cilculos de la téc- nica o por los esquemas de Ia utilidad; es el amor lo que une a los hombres y el fervor lo que preserva esa unién librandola del resen- timiento y la corrupcién. La sociedad ade derechos» no subsiste si no se apoya en una, m4s o menos remota o subconsciente, socie- dad «de deberes», Vemos asi perfilarse, frente a la constelaci6n de tendencias y actitudes que engendr6 el ra- 51 cionalismo, otras nacidas de muy diferente suelo cultural. La concepcién del hombre que sostuvo el racionalismo es—lo hemos visto— el individualismo, Segén ella, el Yo verdade- ro—racional y bueno por naturaleza—surge cuando se logra desvincularlo de cuanto por via mental o social presiona sobre su libre espontaneidad. A esta concepcidn va a opo- nerse con toda propiedad el engagement o compromiso del Yo con su mundo y su vida. La concepcién racionalista del vivir huma- no estuvo representada por lo que he Ilamado consideracién estética del mundo, actitud que ve en él no mas que un espectdculo, objeto de pura contemplacién o utilizacién. A ella hemos visto enfrentarsc la nocién que Saint- Exupéry llama domesticacién (apprivoise- ment), ese acto por el que lag cosas se tornan sustancia misma del sujeto, y éste se hace res- ponsable de ellas para siempre. La concepcién racionalista del convivir hu- mano (de la sociedad) estd representada, en fin, por lo que en un sentido amplio Ilama- mos liberalismo o concepcién constitucional de la sociedad en un Estado de Derecho. Para 52 ella, la sociedad es algo extrinseco al hombre mismo, un orden de mera coexistencia, neutro en cuanto a su significacién ideolégica o reli- giosa; un instrumento para que el hombre con- viva con sus semejantes sin que ello suponga para él constriccién alguna en nombre de una comunidad supraindividual. Mas aGn: la so- ciedad recta o verdadera es, para los tedricos del racionalismo politico, producto de un pac- to o contrato entre hombres esencialmente autonémicos, individuos hechos y acabados al margen de la sociedad; y, cuando la sociedad traspasa esos limites y constituye una comu- nidad vinculadora o dotada de algtin modo de sentido, representar4 un mal para el hombre, o mas bien, el origen preciso del mal y la corrupcién de los hombres, buenos y raciona- Jes por naturaleza. En el socialismo moderno, el Estado—que es, como para el liberalismo, la tnica estruc- tura de la sociedad—traspasa la funcién en cierto modo pasiva de guardian del derecho para convertirse en factor activo de organiza- cidn y provision de servicios. Pero el socialis- mo contintia concibiendo a la sociedad como algo extrinseco al hombre mismo (un habitat 53 tedricamente perfecto) que el Estado, como suministrador y asegurador universal, ha de construir mediante la reciproca adaptacién de ese medio social al hombre (tedrico), y del hombre (concreto) al medio organizado, Aun- que diferentes en cuanto a su dinamismo y fines, la socicdad liberal y la sociedad socia- lista o totalitaria tienen en comin ese car4cter extrinseco respecto del hombre concreto. La una es orden de convivencia, salvaguardia del derecho; la otra es instrumento provisor de servicios y seguridades, incluso un habitdéculo técnico que se forja mediante la organizacién y la adaptacién dirigida, Pero el hombre mis- mo—cada hombre—no intercambia su ser ni se proyecta en ninguna de ellas. Frente a tales concepciones de fondo racio- nalista la auténtica reivindicaci6n humana se expresaria cn un impulso que, segtin sus di- versos aspectos, podrjamos Ilamar corporati- vismo, institucionalismo 0 comunitarismo his- térico. El orden social no se cifraria para él en crear o mantener un poder racional y neu- tro. que vele sdlo por la libertad de los indi- viduos 0 que les provea de medios y seguri- dades. Sino que, al contrario, consistiria en 54 reeuperar mediante el compromiso y la do- mesticaci6n el universo existencial de grupos y de instituciones que conferfan sentido his- torico, cordial, ala vida colectiva de los hom- bres, y la defendian a la vez de las super- creaciones del Estado racionalista planificador. Asi pudo escribir Gamus en uno de sus ultimos libros; «La verdadera liberacién del hombre se ha apoyado siempre en las realidades mds coneretas: la familia, la profesién, el muni pio, que transparentan en sus limites el ser, cl corazén vivo de las cosas y de los hom- bres.» Tal, en fin, la idea de Saint-Exupéry que concibe a la Ciudad como el navio o la mansién de los hombres, «comunidad de la- zos, de recuerdos, de esperanzas, donde cada paso y cada tiempo tiene su sentido». Compromiso, domesticacién (appriviose- ment), y corporativismo histérico vienen a ser asi los correlatos dialécticos de lo que en el siglo racional fueron el individualismo, la actitud estética y el liberalismo. 55 III LA CIUDAD HUMANA La Ciudad no comsiste en 1a comunidad de domicilio, ni en In garantia de los derechos indivi- Guales nie as relaciones mer- cantiles. La Ciudad es la comu- nidad en el bien para alcanzar una existencia humana virtuosa ARISTOTELES @olitice, V) La obra de Saint-Exupéry encierra, sin em- bargo, una idea mds profunda sobre el habitat esencial del hombre, sobre eso que é] llamé la Citadelle o la Tierra de los hombres, Mas que de una idea dentro de un sistema de ideas, cabrfa hablar en é1 de una intuicién sobre la taiz misma del vivir y del relacionarse huma- no. Tal intuicién es la del cardcter conereto 0 histérico que ha de poseer el mundo de los 57 humanos como consecuencia y proyeecién del ser mismo del hombre, que es entrega e in- tercambio, compromiso y domesticacién. Y la del valor, escncial para el hombre y en cierto sentido sagrado, que esa estructura existencial- histérica posce en su pervivencia renovada (tradicién) y en la fidelidad a la misma como sistema de Jazos vivos que une a cada hombre con las cosas de su mundo. Para quien contemple la inexorabilidad de la Naturaleza, la magnitud de las fuerzas que en ella sc enfrentan y la crneldad de Ja lucha por la existencia en cl mundo viviente, resulta incomprensible como la criatura que es el hom- bre se enfrenta con su propio vivir y con el mundo encarnizado que le rodea. Inerme en su cuerpo, mas delicado en su organismo y peor dotado de instintos que los otros anima- les, tinico ser del Universo que delibera y que vacila, parece la mds desvalida de todas las criaturas. Ni espiritu separado (0 angélico) capaz de conocer por intuicién esencial, ni animal sujeto sdlo al conocimiento sensible de lo material, el hombre es como extranjero a las cosas de este mundo. A diferencia del ani- mal que se aquicta y goza con plenitud en lo 58 que le rodea, el hurnano vive en un constante trascender intelectual la realidad circundante yen un insaciable anhelo de algo que su mun- do mo puede ofrecerle. Sin embargo, contra todas estas condiciones y circunstancias, es el hombre la criatura que alcanza el grado més alto de independencia personal, de seguridad vital y de dominio so- bre el resto de la naturaleza; y cllo es preci- samente por su vivir formando parte de una sociedad politica. Como causa reconocida de ese maravilloso efecto en el vivir humano, la sociedad ha sido uno de los grandes temas de meditacién filosdéfica. Fue Aristételes quien propuso la teoria mds estable y profunda sobre el ser de la sociedad —la «sociabilidad natural de hombre»—y, des- de él, la mds dilatada tradicién filoséfica re- conoce en la sociedad una como proyeccién de la naturaleza humana, tanto en sus diver- sas facultades como en los estratos énticos que tal naturaleza cala. Esta vieja concepcién se opone, ante todo, a las teorfas que ven en la sociedad una realidad extcrior al hombre mis- mo, sca posterior a él y convencional (pacto © contrato social), sea anterior como proto- 59 rrealidad originaria (universalismo social 0 to- talitarismo). Segtin la idea aristotélica, ni el hombre es anterior a Ja sociedad, de forma que resulte ésta de su sola razén o voluntad; ni la sociedad es anterior al hombre, de modo que sea éste—en su conciencia individual, en su libertad y en sus derechos—un producto evolutivo del todo social. Individuo y sociedad son, para esa teorfa, aspectos de un solo ser: el hombre concreto, que es a la vez individual y social (naturaleza individual con radical ten- dencia a la sociahilidad), como lo demuestra el hecho de que nunca se conocicron hombres sin vivir en sociedad, ni sociedad alguna que absorba la individualidad como cn los grupos de animales gregarios (hormigueros, enjam- bres). En rigor, esta teoria aristotélica del canimal politico» no hace sino prolongar, modelando- la, la visién platénica sobre la polis o repii- blica humana. Platén—lo ha indicado Cassi- rer—fue cl primero en darse cuenta de que aquel conocimiento de si mismo que pedia Sécrates, y el vivir conforme al daimon (0 ge- nio) interior, no se consigucn sin atender a la cuesti6n mds vital para el hombre—dada su 60 naturaleza—, que es el alcance y el cardcter de la vida politica. La vida publica y la pri- vada son interdependientes. Si la primera se corrompe, la segunda no puede desenvolverse ni alcanzar sus fines, Platén—sefiala Cassirer— inserté en su Republica una descripcién im- presionante de todos los peligros a que se ex- pone el individuo dentro de un Estado injusto y corrupto. Corruptio optimi pessima: las al- mas mejores y mas nobles se hallan particu- larmente afectadas por estos peligros, Wabe- mos que toda simicnte o todo lo que crece, sca animal o planta, cuando no encuentra ali- mento, o clima o terreno apropiados, sufre tanto mas por estas privaciones cuanto mas vigorosa sea. El mal es peor enemigo de los buenos que de los no buenos. Considero 16- gico, por tanto, que las malas condiciones de alimentacién perjudiquen mds al que tiene mejor naturaleza que al que la tiene medio- cre... Lo mismo ocurre con esa naturaleza que le hemos asignado al filésofo, el cual, cuando recibe la ensefianza apropiada, llega necesaria- mente a producir todos los frutos de virtud; pero si, por cl contrario, la planta se siembra y arraiga y crecc en mala tierra, produce en- 61 tonces todos los vicios, a menos que la salve la intervencién de los dios 5.) En consecuencia, la Ciudad ideal platénica se concibe por su autor, mds que como una utopia paradigmatica, como el habitéculo nor- mal y sano del hombre--la Ciudad humana—, que constituiré una como exigencia o proyec- cién de las facultades o potencias del hombre. Asi, las clases sociales 0 estamentos que toda Ciudad ha de poseer—y que en forma més 0 menos contrahecha o. arm6nica todas poseen— corresponden a las tres facultades que descu- bre Platén en el alma humana: el pueblo, que representa a la pasion o apetito; los guerreros o guardianes, que corresponden al dnimo o pa- sién noble; y los sabios o gobernantes que simbolizan a la razén, facultad directiva del alma (el caballo negro, el blanco, y el auriga, en el mito famoso del carro alado, en el Fe- dro). Entre esas clases de la Ciudad humana no existe la igualdad aritmética o igualdad de deberes y derechos entre todos los ciudadanos ante una Ley dnica, sino la cigualdad geomé- trica» o de proporcién y armonfa: a mayores derechos, mayores deberes, y viceversa, El pueblo, encargado del trabajo fisico para la 62 subsistencia de la Ciudad, tiene menos dere- chos que las otras clases, pero también menos deberes: no requiere de un largo aprendizaje o instruccién, esté exento del deber del he- roismo, y puede disponer pronto de su vida y contraer matrimonio. El guerrero, con ma- yores derechos—exento del trabajo manual—, esté obligado al aprendizaje de las armas y so- metido al deber del honor y del herofsmo en la defensa de la Ciudad. El sabio o director que goza de log mayores derechos—libre del trabajo fisico y del manejo de las armas—, se debe, en cambio, por entero a la comunidad y no podra posecr bienes ni familia propia. La virtud de cada parte del alma serd tam- bién virtud propia de cada clase: la tem- planza, virtud del apetito, sera la del pueblo, que debe ser frugal, austero; la fortaleza o valor, virtud del dnimo, sera la del gue- treto; y la prudencia, virtud de la razén, guiard sobre todo a los sabios o gobernantes. La justicia, en fin, virtud global del alma ar- moniosa, sera también la virtud de la Ciudad : sera ésta justa cuando sus tres clases se armo- nicen en la proporcién recta de sus deberes y derechos, 63 Este ideal politico de Platén pasa, cristia- nizado, a la Ciudad medieval, y sc mantiene con mayores 0 menores imperfecciones de hecho—hasta la irrupcién del ideal racionalis. ta de la Ciudad democratica o igualitaria. Asi, las tres clases o estamentos de la polis platé- nica mos aparecen en las antiguas Cortes o Es- tados Generales formando sus tres brazos: el pueblo o estado Ilano (ciudades y gremios), la nobleza militar (guerreros) y el sacerdocio (an- tiguos sabios), armonizados por un poder su- perior (el rey o principe) que representaba 2 Dios en el orden temporal de la Ciudad cris- tiana. Y no s6lo las facultades del alma se reflejan, segiin esa vieja teoria de la sociedad natural en la Ciudad humana, sino también los dis- tintos estratos de ser en que cala la naturaleza del hombre. El hombre posee razén y volun- tad, pero no es sdlo racional sino que incluye también en su naturaleza las funciones de la vida animal, sensitiva e instintiva, y las de la vida puramente vegetativa. La sociedad, como proyecci6n de la naturaleza humana, contiene también esos aspectos superpuestos de la hu- mana tendencia. 64 we El racionalismo politico de los dos Gltimos siglos ha pretendido siempre «definirn concep- tualmente a la nacién en el pértico de sus Constituciones Politicas, y expresar en forma de Carta o contrato constituyente el orden y la ley que regiran a la sociedad civil, como si se tratase del documento juridico regulador de una sociedad de tipo voluntario (una empresa comercial o recreativa). El socialismo, por su parte, concibe también a la nacidn como un todo racional-dinimico o funcional, suscepti- ble de ser organizado por métodos voluntarios y planificados. Sin embargo, la sociedad basica humana—las naciones historicas—, como reflejo que son de la naturaleza humana toda entera, constituyen siempre un complejo de sentimientos, creen- cias, emociones y habitos colectivos, recuerdos e impulsos comunes, dificiles de discriminar. Y en el decurso de su vida histérica influyen, tanto como las decisiones y proyectos racio- nales que le deparan su dinamismo y renova- cién, las costumbres y creencias que le pro- porcionan su estabilidad y cardécter profundo. 65 IV CREACION Y FERVOR No se construye el Reino con materiales. Se absorben los mate~ riales en el Reino. SAINT-EXUPERY Saint-Exupéry, sin contradecir esa teoria de la sociedad humana, insiste en cOmo la propia individualidad y personalidad del hombre se proyectan también sobre la sociedad confirién- dole un cardcter hist6rico y diferenciado, bien distinto de lo que serfa una mera sociedad esencial humana, un habitat teérico del hom- bre abstractamente considerado, Del mismo modo que no existe el hombre, sino hombres concretos, tampoco existe la sociedad, sino so- ciedades concretas, histéricas, evolutivas. 7 Consecuencia primera de ello es que la Ciu- dad humana (el reino o la Citadelle) es siem- pre creacién, nunca deduccién a partir de unos principios abstractos 0 elaboracién metddica o causal. Creacién originaria del espiritu huma- no, y, por lo mismo, imprevisible e irrepe- tible. Historiadores y cientificos se csfuerzan en explicar la irrupcion histérica de los pue- blos y civilizaciones por la confluencia de fac- tores causales de cardcter geogrdfico o econd- mico. Por lo mismo, se dicen capaces de prever y de organizar el futuro de la Ciudad humana. Pero ni el paso inmediato del camello en una caravana puede ser previsto ni explicado en su raiz intima, porque sdlo hay ciencia de lo re- petido, y la vida humana que gobierna la ca- ravana es creacién original. Sucede lo mismo que con las cosas que, de hecho, constituyen este mundo: se explican facilmente unas por otras, como hacen los cientificos, pero la di- ficultad reside en «explicar que haya cosas». Supuesto que, por la ley de economia del pensamicnto que preside el saber cientifico, serfa més Idgico y sencillo que no hubiera nada. Asif, el origen de la Ciudad no se encuentra 68 en la confluencia de unas causas cognoscibles, sino que «esta contenida en el genio de su fun- dador como el 4rbol en Ia semilla. Al igual que nadic explicara el Arbol por la tierra o el agua o el sol que lo han alimentado, nadie explicard la Ciudad por sus factores de desarrollo ni por los célculos de los arquitec- tos... Porque si la Ciudad ha de nacer, siem- pre encontrar4 recursos y proyectistas que calculen con precisidn. Pero ser4n sélo sus servidores. Y si les otorgdis primacia pensan- do que las ciudades brotan de sus manos y que la perfeccién de sus calculos las hara perfec- tas, jamds ciudad alguna surgird de la arena del desierto, ya que se sabe chmo macen las ciudades, pero no por qué nacen, Consecuencia segunda de aquella intuicién es que la Ciudad—el habitaculo humano—ha de ser creada por lo que Saint-Exupéry lama el fervor, esto es, el esfuerzo y la entrega guia- dos por el amor, en cuya obra el sujeto inter- cambia su vida con su creacién, y ésta le so- brevive, y fecunda y alberga la vida de los que le seguiran. Se trata de una consecuencia de la teorfa de la domesticacién o apprivoise- ment: es la entrega a las cosas lo que las hace 69 grandes e importantes; la previsién y el calcu- lo no crean ciudades ni imperios. «Es asi—dice Saint-Exupéry—cémo aprendi lo que es esen- cial: que ante todo ha de construirse el navio o édificar el templo que dura mas que el hom- bre. Y que es después y en él donde los hom- bres intercambian su vida en la alegria por algo que vale mas que ellos, y que de ese fervor na- cen los pintores y los escultores y los poetas. Pero nada esperes del hombre ni del pueblo que trabaja por su propia vida y no por su eter- nidad. A éste es intitil ensefiarle la arquitec- tura y sus reglas. Si construye casas para sdlo habitarlas, ¢ cémo intercambiara su vida con su casa? Puesto que esa casa ha de servir a su vida y s6lo a ella, Estos hombres consideran Gtil su casa y no la consideran por sf misma, sino por su sola comodidad. Les sirve a ellos, que se ocupan sdlo de enriquecerse. Pero mue- ren despojados de todo, porque nada dejaraén de su vida. Ni el mantel bordado, ni la casulla de oro en el templo que enriquecieron. Lla- mados a entregarse intercambiando su vida por la obra, quisieran solo ser servidos. Y cuan- do se fueron, nada quedé de ellos.» En este punto se encuentra la més profun- 70 da critica de Saint-Exupéry al socialismo tec- nocratico de nuestra época: «No os condeno —dice—por favorecer lo utilitario, sino por tomarlo como fin. Porque, ciertamente, son necesarias las cocinas del palacio, pero a fin de cuentas es el palacio lo que vale y las co- cinas deben servirlo. Os conjuro a que me di- édis qué es lo importante de vuestra obra. Y permaneceréis mudos ante mi. O me di- réis: respondemos a las necesidades de los hombres; los albergamos. Si; os diré: como se responde a las necesidades del ganado, al que se instala en el establo, sobre su paja.» Fue Arthur Koestler quien en su novela fi- los6fica El Cero y el Infinito distinguié entre el «dolor causado» y el «dolor incausado». Hay en la vida del hombre un dolor cuya causa es conocida o cognoscible: las enfermedades, el hambre, la intemperie, la incertidumbre... El saber y la industria humanas han luchado des- de sus orfgenes por paliar o eliminar este do- lor atacando sus causas. La técnica moderna y la tecnocracia socialista (que es su universa- lizacién en el 4mbito de la vida humana) han dado pasos de gigante en los Gltimos cincuenta afios por anular las causas del hambre, de la 7 intemperie, de la inseguridad econémica, de Ja enfermedad... Pero hay otro tipo de dolor, el mds propio y exclusivo del hombre, que es ese dolor wincausado»: la soledad espiritual y el desaliento vital, Ja angustia, Ja desespe- ranza, la falta de sentido en la existencia. En- fermedades y desequilibrios psfquicos mucho mas graves que los fisicos, estados depresivos y formas de degradacién espiritual hacia la ma- sificacién, son géneros de dolor y de carencia que pueden surgir cuando el dolor causado ha sido eliminado o reducido al minimo en un medio humano determinado. Formas de dolor que surgen de manera stibita y alarmante en nuestro mundo tecnificado y previsor. La técnica del «nivel de vida», convertida en soberana y erigida en fin ‘ltimo «social» e individual de una «sociedad de masas», ha do- tado al hombre de medios de subsistencia y confort desconocidos por los més afortunados de otras épocas. Pero a la vez, y a un ritmo visiblemente acelerado, le privan de los lazos de compromiso y de domesticacién (apprivoi- sement) que engendraban pata él un mundo propio, y ello hasta desarraigarlo de todo am- 72 biente diferenciado y estable, vaciando su vida de sentido humano, de objetivos y de espe- ranza. El derecho a la continuidad y a la autonomfa ambiental o familiar no figuran en- tre los Derechos demagégicos que preparan el universo socialista, En realidad, es la Ciudad creada por el fervor la que sostiene al hombre que vive en su seno y lo preserva del hastfo y de la corrup- cién ; porque entre hombre y Ciudad se esta- blece una misteriosa tensién en virtud de la cual la corrupcién, cuando sobreviene, no est4 tanto en los hombres como en el imperio que los alberga, Cuando viven en el fervor, hasta sus mismas pasiones los engrandecen ; cuando, en cambio, viven juntos para sdlo servirse a si mismos, sus propias vittudes aprovechan a la pereza y al odio mutuo. Porque la Ciudad sostenida por el fervor engrendra para el hom- bre dos elementos necesarios a su sano vivir : de una parte, el sentido de las cosas, que libra al hombre de caer en la incoherencia de un mundo sin limites ni estructura; de otra, la maduracién del vivir, en cuya virtud la obra del hombre paga por la vida que le quita, y el 73 mismo conjunto de la vida, por ser construc- tivo, paga ante su cternidad. Ello libra al hombre del hastfo de un correr infecundo de sus afios y le reconcilia con su propio morir. 14 Vv EL SENTIDO DE LA VIDA Alli cl cucrpo de Ja Igksia, guc ocupé ta redondez de Ia Ticrra, recibié asiento por mano de Dios en el fundamento no madable que es Cristo, en quien permaneciS con eterna firmeze. Con lo cual descubrid su con cierto y su_ forma la Iglesia, alta cn sus obispos, y en los legos humildes humilde, Fr. LUIS DE LEON Ante todo, el sentido de las cosas. «Yo he descubierto una gran verdad—dice el Patriar- ca de Citadelle—: que los hombres habiten, y que el sentido de las cosas cambia para ellos segin el orden de Ja mansién que los alberga. Y que el camino, la colina, son diferentes para el hombre segtin que formen o no un domi- nlo.d 75 O lo que es lo mismo: el hombre, aunque tazone, no vive en lo universal, sino que ha- bita en lo concreto, y sélo a partir de lo con- creto razona, Precisamente porque él mismo es individual y personal, crea lo concreto de- terminado y en ello se alberga y protege. De aqui que el conjunto de limites 0 determina- ciones que forman el habitaculo humano sea el bien mas precioso que cada hombre y cada Seneracién debe conservar, porque Ie propor- ciona el sentido de las cosas y le preserva de la incoherencia y del esencial hastfo. Nadie mas abandonado en un mundo sin Ii- mites, de temibles elementos, que cl navegan- te en alta mar, Se enfrenta, sin embargo, con el océano infinito en la pequefia construccién de su navfo, que es para él albergue y orden de sus dias. Una vez dentro de él, apenas ve ya el mar, 0, si Jo ve, le parece sdlo el fondo o decoracién de su nave, algo hecho para sos- tenerlo y transportarlo. La inmensidad de] mar es entonces campo de su tarea, o camino que recorrer o campo de batalla para el navio, ca decir, para el pequefio mundo de sentido que el hombre se ha construido a fin de albergarse y realizar su obra. Es la misma verdad que 76 expres6 la Gestalt-Psychologie sobre la inca- pacidad perceptiva del hombre si no es a par- tir de una previa captacién de formas dotadas de unidad y sentido. Tal es la razén—dird Saint-Exupéry—de que los hombres amen espontaneamente su propia casa, y, a través de ella, su remoto y divino origen. Como el que ama a una estatua no ama ni la arcilla ni el bronce sino el sello del escultor. Y yo—el que gobierna—vinculo los hombres a su mansién, la de mi pueblo, a fin de que puedan reconocerla y amarla como propia. Pero no la reconoceraén hasta que la hayan alimentado con su sangre y su sacrificio Y entonces ella podra exigirles hasta su mis- ma vida porque ser4 su propia significacién; y los hombres no podran desconocerla, ni ver- la desde fuera, porque es estructura divina con rostro humano. Y experimentarén por ella amor, y sus veladas serén fervorosas; y los padres, en cuanto sus hijos vean y oigan, se ocuparén ante todo de descubrirsela a fin de que no se ahogue para ellos la vida en la in- coherencia y el absurdo... Por esto precisa- mente deseo que respalden sdlidamente los bastidores de su navio, a fin de salvarlos 7 de generaci6n en generacién. Y asf también en el sentido de su tiempo, porque nunca Ile- gard a embellecerse un templo si ha de reco- menzarse a cada instante. El sentido de las cosas tiene dos aspectos, uno espacial y otro temporal. La «Tierra de los hombres» es mansidn en el espacio y tito en el tiempo. El hombre construye su alber- gue en ec] espacio, y ese albergue posee limi- tes, estancias, estructura. Y cada estancia, un sentido y también un misterio intransferible. Como cada flor es, en sf misma, la negacién de las demds. Es la mansién histérica, hecha sustancia de la vida, lo que el hombre ama; no la construccién tedrica, en serie, de la que sélo se sirve. «Te resultaré imposible amar —leemos en Citadelle—una casa que no tenga rostro propio y donde los pasos no tengan su sentido. Habia (en el palacio de mi padre) una sala reservada a los principales embajado- res y que se abria sélo al sol de log grandes dias; habia aquella otra en que se hacia jus- ticia, y aquella a donde se llevaba a los muer- tos; y aquella, en fin, siempre vacfa, cuya uti- lidad nunca se conocidé, y que quiz4 no tuviera ninguna salvo la de ensefiar el respeto y el 78 ar sentido del misterio y que nunca se penetra del todo las cosas...» Este sentido espacial estructura humana—de las cosas es producto, ante todo, de una aceptacién; después, de la continuidad, la costumbre y la tradicién. Aceptacién ante todo de una trascendencia divina y de la religacién a ella en un destino comun. Historiadores, gedgrafos, economistas, explican por factores coincidentes 0 disociados el brotar histérico de los pueblos a la génesis de las grandes civilizaciones. Sin embargo, nada hubiera unido a los 4rabes ni los hubiera lanzado sobre cl mundo sin la misteriosa aco- gida de un mensaje superior que hizo irrumpir victorioso lo que dormia en Ia dispersién y la pasividad. De aqui que nada més inadecuado y disolvente para toda religi6n que aplicar el método analitico racional a sus fundamentos religadores, haciéndolos abstractos, universa- les, intercambiables : este método, que puede usarse con eficacia en realidades convenciona- les y finalistas, como la economia y la gober- nacién humana, resulta esencialmente aniqui- lador en el hecho religioso, que es, ante todo, aceptacién trascendente, misteriosa, y después, comunién y fidelidad. 19 Aceptacion, en segundo término, de un or- den existencial en el cual el medio se hace mansion y el tiempo adquiere una fisonomia; concrecién histérica que se realiza en la re- mota y legendaria génesis de cada pueblo, y que se santifica con el paso de las generacio- nes y la memoria sagrada de los que nos pre- eedieron. Cosas, recuerdos y costumbres ad- quieren asi el valor de «lo propio colectivoy y se vencran como encarnacién y simbolo de aguella religacién originaria. Su consolidacién y su mantenimiento—unidas a la grandeza de Ia Ciudad—se realizan mediante el espiritu de continuidad y el sentido de la prioridad de los antepasados, que acompafian siempre al natu- ral instinto politico de los hombres, como re- fiejo mental de la prioridad de la sustancia sobre la naturaleza, del ser sobre el devenir. Ta lo ves-—dira Saint-Exupéry—en el orden del cielo que otorga figura a las estrellas y sirve al caminante para situarse y al hombre para reconocer las estaciones y las horas: en aquella constelacién vemos un cisne, Pero qui- z4 aquel otro hombre ha crefdo descubrir en esas estrellas una mujer tendida, y aun demos- trat que la semejanza es mayor. Llega, sin 80 embargo, tarde. Nunca nos evadiremos de la primera determinaci6én: aquellas estrellas se- rdn por siempre el cisne. Esta aceptacién existencial fragua y se con- solida en la creacién de una mansién humana (de una civilizacién histérica) mediante el amor, el dolor y el goce, por los cuales el hombre que nace y crece entre esas determi- naciones existenciales las hace sustancia y ho- tizonte de su propia vida, esto es, las domes- tica. El hombre posee una tendencia natural a la conservacién de su mundo visual de co- sas, ante todo porque las cosas son—o pueden ser-——lo tinico que en su vida mo cambie y que le libre, en su percepcién diaria, de la tragedia intima del envejecimiento y de la anticipacién del morir. Las civilizaciones histéricas se han aferrado siempre a un conjunto de realidades—modos de construir, de habitar, de relacionarse, de vestir—, de costumbres y de simbolos, que han considcrado como suyos, y de los que han pro- curado no separarse, scan cuales fueren sus vicisitudes. Es el impulso que hizo traer a los 4rabes las palmeras hasta Espafia desde el le- 81 jano desierto de Arabia. La continuidad de las cosas y las costumbres, el paso por ellas de las generaciones, les otorga ese cardcter cuasi- sagrado que acompafia a toda tradicién, sea familiar, sea de un pueblo. Tanto la costum- bre grecorromana como la germdnica conte- rian a los bienes patrimoniales de la familia un valor religioso que impedia su enajenacién, u obligaba, en caso necesarjo, a hacerla pre- ceder de una ceremonia de des-sacralizacién. Y ese sentido de las cosas, que es en cl es- pacio la estructura y el orden de la casa pa- terna, es en el tiempo cl vito. Los ritos—dice Saint-Exupéry—son en el tiempo lo que la mansién cs en el espacio. «—¢Qué es un rito?—pregunta el pequefio Principe. «—Es algo muy olvidado—tle contesta el Zo- 1ro sabio, «—Es Io que hace que un dfa sea diferente de los otros dias; una hora, de las otras ho- ras. Hay un rito, por ejemplo, en el pais de los que me cazan. Bailan los domingos con las mozas del pueblo. Entonces el domingo es para mi un dia maravilloso... Me paseo hasta 82 la misma vitia. Si mis cazadores bailasen en cualquier dia, los dias serian todos semejantes, y yo no tendria vacaciones...» Rito, pucs, en este amplio sentido, es la estructura de] suceder temporal comunita- rio. Se forma también de una originaria de- terminacién—invencién—existencial, de una aceptacién y de una costumbre sacralizada en tradicién. El rito alberga al hombre en el tiempo, como la mansién lo alberga en el espacio, y le otorga su bien més preciado: el sentido temporal de las cosas, en cuya virtud mo se pierde su vida en la incohe- rencia y el hastfo. «Porque es bueno que el tiempo que corre no nog produzca la impre- sién de algo que nos gasta y que nos pierde, sino de algo que nos realiza y madura. Ee bueno que el tiempo sea una construccién, Asi puedo yo marchar de fiesta en fiesta, de santo en santo, de vendimia en vendimia, como marchaba de nifio de Ja sala de conse- jos a la sala de reposo en el palacio de mi padre, donde cada paso tenia su sentido.» La solemnidad es compafiera natural del tito, y lo preserva, y subraya su santificaci6n 83 en el correr del tiempo. As{ la oracién al co- menzar la comida en comin hace de ésta un rito familiar, respetable por si mismo y fijo en un tiempo y en un orden, distinto por completo de una funcién fisiolégica regida sélo por normas de economia o de higiene. Asi la oracién del mediodia o de la puesta del sol, o el dia dedicado al Sefior... Asi la solemnidad en el acto de administrar justicia o de ensefiar en cdtedra 0 de otorgar culto a Dios, por la que quienes lo ejercen se sienten ministros de algo mds alto que ellos mismos. EI rito forma la estructuta misma del tiempo humano y libra al hombre de perderse en un dia sin horas 0 en una semana sin dias o en un afio sin fiestas «que no muestre rostro al- gunos. Por esto, aplicar al rito el método racional- finalista es esencialmente destructor, como era aplicarlo a la aceptacién religiosa. Pensar que, por motivos de utilidad 0 economfa, se pueda trasladar al sabado el culto que a Dios se tributé siempre en domingo; creer que la voluntad organizadora de una autoridad bu- mana puede sustituir por sf sola a la costum- bre ritualizada—a todo rito y toda costumbre— 84 es ignorar la raiz sagrada, de aceptacién y fi- delidad, que constituye la esencia de todo orden humano concreto. Al término de los cambios, el rito habrd desaparecido sustitui- do por una mera respuesta voluntaria a una voluntad directiva. Aplicado el escalpelo ra- cional a la concrecién de los ritos, ceden uno tras otro en su raiz fActico-sagrada, y al cabo, el mes que iba para el hombre de la Asuncién ala Sanmiguelada, o de Ja Navidad a la Can- delaria, se convierte en el mes «del quinto diay, mes sin domingos ni fisonomia de la Unién Soviética, en el que cada cinco dias descansa un grupo distinto de trabajadores para asi, en la uniformidad del tiempo, «no interrumpir jam4s la construccién del Socia- lismo». 85 vi LA MADURACION DEL VIVIR La gran tentacién de nuestra 690ca es confundir los. dos uni- versos, pidiendo a los obras del tiempo el cumplimiento de las promesas de la eternidad. Gustave THIBON He dicho que la Ciudad ereada por el fer- vor sostiene al hombre en su seno y le pro- porciona dos bienes inapreciables para su sano y recto vivir. Si uno era el sentido de las cosas, es el segundo la maduracién de su vi- vir. Esta nocién se relaciona profundamente con el drama intimo del existir humano: la temporalidad y caducidad de la vida, de una parte; la tendencia de la mente y de la vo- luntad hacia realidades y valores absolutos, 87 atemporales, de otra. O lo que es lo mismo: la radical incomprensién y la angustia hacia el fluir temporal que nos consume a la vez que, en cierto modo, nos crea. E] lento paso del tiempo—de nuestro tiem- po—constituye una experiencia universal, en momentos desgarradora, a la que todos, en distinto grado, somos sensibles. La muerte no se impuso a la naturaleza del hombre como un evento externo y casual, aunque fatal e ineludible: la muerte se insert6 en el mismo ser temporal del hombre, que lta lleva en su seno como primera determinacién categorial. La muerte se halla impresa en la vida, en su destino y en su ciclo, por modo tal que, asf como el organismo sano acaba muriendo de esclerosis, el espiritu acaba muriendo también de cumplimiento de su ciclo, de una especie de esclerosis moral. Cada hombre muere to- dos los dias, aunque un desenlace concretisi- mo consume al final el desenlace que lleva en su seno, Sentimos—amargamente a veces—la muerte de los dems, la de aquellos en cuyo espiritu se ha formado o conformado el nuestro. Pero, 88 en realidad, sentimos mucho més nuestra pro- pia muerte, aunque de un modo diferente. Y ello porque cada sujeto es un punto de vis- ta irrenunciable sobre la realidad universal. Es por ello antivital ¢ inasequible la famosa maxima que Epicuro proponia para librarse del dolor y del temor de Ja propia muerte: «La muerte—decia—no existe, porque mien- tras vivimos, ella no es; y cuando ella es, ya mo estamos nosotros.» M4s bien podria decirse que ella esta cada dia con nosotros, en nuestro caminar, siempre presente en la noche y en el dia, en el cambio y en la permanencia. Tan angustiosa resulta esta consciencia del paso del tiempo, que el hombre, en sus dis- tintas civilizaciones, ha buscado antes que nada un modo de huir de ella, de amortiguar- la, de ensordecerla, Los antiguos procuraron, ante todo, un orden estable, la proscripcién del cambio o mudanza, a fin de que el hom- bre pudiera creerse hoy igual que ayer, 0, cuando menos, que la realidad circundante no le recordara, con un variar constante, su in- terno pasar. El culto al tronco familiar, la pervivencia en los hijos y en la casa, servian 89 asimismo a este designio de perpetuidad, con- suelo ambiental al propio morir de cada dia. La civilizacidn industrial de nuestra época ha ensayado otro camino para este anhclo de evasién. Consiste en aturdir ese sentimiento en la actividad y en eliminar la muerte del horizonte vital humano. Esta civilizacién pa- rece inspirada en la divisa de Lyautey : Ia joie de l’ame est dans l’action. El hombre medio trabaja hoy infatigable, vertiginosamente, y no para procurarse sosicgo y descanso apacible, sino para adquirir los medios de una més r4- pida movilizacién y aturdimiento. El enveje- cimiento, por su parte, ha sido climinado, como determinante de una conducta indivi- dual y social: a nadie se exige renunciar a nada con Ia edad ni evolucionar en sus acti- tudes ; antes bien, se hace imperativo de «man- tenerse siempre joven», La muerte, en fin, ha desaparccido de la esfera visual, de las pre- visiones, de las conversaciones. Nadie moriré ya en su casa, ni tal acontecimiento se acom- pafiard de ningtin modo de solemnidad, ni aun trascender4 de lo indispensable. Como cualquier neecsidad incémoda, la muerte se convertir4 en asunto de empresas o servicios 90 publicos, que lo facilitan de un modo aséptico e invisible para los demas. Sin embargo, ninguno de estos sistemas de evasion logra un éxito total, aunque pueda servir de lenitivo. Ningin hombre deja de experimentar en determinados momentos la intolerancia natural hacia el devenir tempo- ral, la lacerante impresién de su diario morir en un proceso incontenible, siempre acelerado. El primero y mas habitual de estos momen- tos u ocasiones es aquel en que sobreviene una discontinuidad en ¢] curso de nuestra existen- cia—tal como un viaje—, que marca una nue- va fase en ella, sca periddicamente o en forma imprevista. Estos hechos son, en frase de Bergson, como los golpes de timbal que esta- Nan de vez en cuando en una sinfonfa. Se trata de la indefinible tristeza que cierra cada periodo de nuestro ticmpo y pone al descu- bierto su fluir sin retorno, Es la experiencia que recoge cl nostalgico verso francés: «Par- tir es morir un poco.» Otra de las ocasiones en que el alma des- pierta a la angustia de su propio devenir tem- poral ¢s el recordar, o, mas bien, una forma OL especial de evocacién. Se trata de aquel mo- mento en que la asociacién de imagenes, o una percepcion actual, evoca en nosotros un recuerdo adormecido, y ante é] experimen- tamos una sensacién de lejanfa temporal, a la vez que cicrta extrafieza a nuestra persona dad actual. Son los instantes en que el pasado nos pesa como ya excesivamente complejo, reiterado, superfluo... Este segundo aspecto no acompafia al primero cuando el pasado evocado «encajay en lo que podriamos llamar trama o linea argumental—consciente o admi- tida—de nuestra vida. De aquf que cuanto més dispersa o incohe- rente haya sido su vida, mas experimentarA el sujeto de la misma la extrafieza y distancia del pretérito evocado, mds prematuramente sentiré su peso—peso de un ayer muerto, initil—, y mayor seri el impacto del de- venir temporal. Una vida, en cambio, ideal- mente en lfnea recta, fiel a sf misma y a un constante objetivo, experimentaria la lejania del pasado, pero no su extrafieza o super- fluidad. Reencontramos aqui las nociones de com- promiso y domesticacién que, como lazo vi- 92 viente del hombre con su mundo, engendran y explican la Ciudad que lo sostiene. Por ellas el hombre intercambia su vida con las cosas, que se hacen suyas, su obra; por ellas tam- bién la contemplacién de la obra bien hecha le reconcilia con el tiempo que le entregé; y ¢sa misma obra pagar4 ante él por la vida que se fue, El tiempo pasado deja asi de apa- recer ante sus ojos como una fortuna gastada para sentirlo como un fruto maduro en su propia intimidad, proyectado y realizado pre- cisamente en la obra de su vida. La obra paga asi por los dias que se llevé en la medida en que la propia vida paga también ante la eter- nidad o el sobre-ti al alcanzar plenitud y fe- cundidad. Porque—repite siempre Saint-Exupéry—ala muerte paga solamente por el amor. Aquel que ha trocado lentamente su vida por la obra bien hecha y que dura mds que la vida, por el templo que hace su camino en siglos, aquél acepta morir si sus Ojos aprendieron a separar el palacio de la suma de sus materiales, a emo- cionarse por su gloria y a desear fundirse en él. Porque entonces serd recibido por lo que es mas grande que él y se entrega a su amor». 93 Asi, si preguntas al zapatero cual es la causa de su alegria, no le creas cuando te hable del dinero que ha ganado o del descanso que le aguarda: é| mismo ignora que su felicidad estd cn transfigurarse cn las babuchas doradas que ha terminado. Pero este intercambio que crea ta vida y la lleva a maduracidn sdélo se realiza en la cohe- rencia de la Ciudad, en sus limites, sus valo- res y la estabilidad de su orden. La variabili- dad de las pendientes naturales que conduce a la aridez de lo inconexo, anula la misma creacién humana al privarla de sentido. Quiz ninguna lamentacién humana mds profunda que esta de Saint-Exupéry ante el universe racionalista: «... ¢s bueno ocuparse de los oli- vos o de los ganados, de la comida o del amor en familia. Pero es malo que el cuadro mismo nos atormente. Que lo ya hecho se convierta otra vez en labor. Que lo que debe ya callarse tome la palabra. ¢Qué haremos, Sefior, si fas montaiias balbucean? Sin embar- g0, yo he ofdo ese terrible balbuceo y no podré olvidarlo: jScior! Yo habitaba un pueblo construido sobre la ladera protectora de una colina, bien plantado entre la tierra 94 OO y su cielo; un pueblo hecho para durar y que durabu, Pero he aqui que una noche algo se despertdé cn nuestro asiento subterrineo. Sen- timos que bajo nuestros pies la tierra tornaba a vivir y a solidificarse cn formas nuevas. Y tuvimos miedo. No tanto por nosotros mis- mos como por cl objeto de nuestros esfuerzos. Yo, platero, por la gran custodia de plata a la que venia entregando afios de mi vida; aquel, tejedor, por el tapiz inmenso en el que trabajaba con alegria; cl otro, agricultor, por log olivos que habia plantado... Porque la muerte del jardinero no es algo que afecte al drbol, pero si tG arrancas el drbol matas dos veces al jardinero... ¢Adénde iremos, enton- ces? Este navio nuestro zozobrara con el fru- to de nuestras vidas. Fuera de él siento que el tiempo corre en vano. Siento el tiempo co- rrer; pero el tiempo no debe correr asi sen- siblemente, sino hacerse sustancia, madurar, realizarnos. Debe recoger piadosamente la obra. Y dqué podra intercambiarse de uno mismo para embellecer esta marea sorda que retorna sobre si y arrasa cuanto existe? ¢ Qué construir sobre suelo movedizo?» 95 VII EL JUGLAR DE LAS IDEAS —Seftora mia, veo que no en- tendéis los tiempos presentes: lo hecho, hecho esté, y procurad- nos novedades porque solo. lo nuevo llama ya ouestra atencién, GOETHE (Bi diablo, en el Fausto) Esa misteriosa penetracién de la tierra y del tiempo con el alma de los hombres mediante la cual se convierten para él en mansién y en historia santa; esa transfiguracién del hombre en su obra: esto es lo que no comprende el insensato, y lo que provoca su critica y su re- belién individualista. Y es precisamente ese sentido de las cosas, fruto del compromiso y de la domesticacién, lo que combatira con la argumentacién Iégico-racional de una razén 97 desvinculada de todo asidero existencial y humano. El insensato ve sdlo con los ojos; con los ojos corporales o con Jos de la razén pura, nunca con la mirada del amor, de la entrega y de la comprensién auténtica. Para él, el sol- dado muere por la bandera como objeto fisico idolatrico, o por las cosas materiales que for- man su economia, o por una idea abstracta. Pero es incapaz de comprender que el sol- dado muera por ese lazo invisible que une las cosas ffsicas, el ideal y la bandera en algo su- perior a é] mismo, a lo que se debe porque es la conformacién misma de su vivir y el sentido de su mundo. Asi, frente al palacio y a sus estancias mil- tiples y solemnes exclamard: «i Cudnto espa- cio dilapidado, cudntas riquezas inexplotadas, cudntas comodidades perdidas por neégligen- cia! Es preciso demoler estos muros inttiles y nivelar estas breves escalinatas que compli- can la marcha. Entonces el hombre sera libre y eficaz.» A lo que yo contestaré : «Entonces los hombres se volverdn ganado de contrata- cién, y, por miedo de tanto aburrirse, in- 98 ventardn juegos estiipidos regidos también por teglas, petro por reglas sin grandeza. Porque el palacio puede inspirar poemas; pero ¢qué poema escribir sobre la naderfa de los dados que cellos lanzaran dia y noche? Durante tiem- po los hombres viviran a la sombra de los muros cuya nostalgia les recordar viejos poe- mas; después, la misma sombra se perderd y ya no discerniraén nada.» Estaremos entonces ante el universo geo- métrico y en la vivienda «maquina de alojar- sep de Le Corbusier, donde la humanidad, definitivamente estabulada, vivira, en la estre- chez de unos limites uniformes, la experien- cia de un mundo sin contorno ni fisonomia humana. Lo mismo dir4 el insensato de los ritos y costumbres que son morada humana en el tiempo: «Libranos de tus imperativos, asi seremos grandes... Pero yo sé que los hombres se tendrén por muy gloriosos los dfas de fiesta al no ceder ya a las costumbres, al traicionar sus tradiciones, al festejar el mal. Y, en ver- dad, experimentar4n un secreto placer en la ejecucién de sus sacrilegios. En tanto que 99 haya sacrilegio para ellos. En tanto se suble- ven contra algo que pesa todavia contra ellos. Vivirdn en tanto respire su enemigo, en tanto se sientan contra la ley, Pero esa misma som- bra desaparecer4 pronto, y entonces no expe- rimentarén ya nada, porque el gusto mis- mo de la victoria habr4 sido olvidado. En- tonces bostezarén y se sentir4n perdidos en un tiempo indiferente, sin limites ni fina- lidad...» Estaremos entonces en la semana uniforme, mondtona, ininterrumpida, infinita, de la Unién Soviética. El insensato—el «juglar de las ideas»—uti- lizar4 siempre en sus argumentaciones lo que Saint-Exupéry llama las «tendencias o decli- ves naturales», Esta nocién no se refiere sdlo a la matural tendencia del hombre hacia lo facil, sino que alude més bien a las transicio- mes conceptuales por grados insensibles pro- pias del pensamiento discursivo, a la facilidad de reduccién que posee el que trata con ideas y no con las cosas mismas (la famosa «moral del moralista», por ejemplo). Ast, la ironfa y la «visién superior» no son propias del ver- dadero hombre, sino del insensato, M4s pro- pia del hombre verdadero es lo que Alvaro 100 d’Ors ha llamado «la humildad de ser par- cial»; esto es, de servir con lealtad a algo superior 2 uno mismo, y no a la propia razén raciocinante, «Vuestras costumbres—dira siempre el in- sensato—no tienen nada de necesatio; en otras partes son muy diferentes. ¢ Por qué no cambiarlas? ¢Qué os fuerza a colocar las co- sechas en el granero y los rebafios en el esta- blo? éQué a rezar en el templo y a bailar en la plaza? Por qué no hacer una y otra cosa en cualquier sitio, segfin casos y conve- niencias?» éPor qué no? Quiza ningtin término expre- se mejor la ruina interna de una civilizacién que esta simple pregunta: ¢gpor qué no? A esta objecién casi césmica, que intenta siempre justificar una practica nueva o la rup- tura con un modo de ser o de hacer, contest siempre la sabidurfa ancestral con el conciso porque no. La novedad innecesaria—aun Ja razonable- mente defendible—no sustituye una estructu- ra por otra, sino el orden por el cambio, la forma por lo informe. De aqui que en muchas 101 comarcas espafiolas la palabra novedad se use como equivalente a desgracia («tener nove- dad» en una familia es haber sufrido una des- dicha irreparable). Y el lenguaje castrense gira todavia en torno a la palabra novedad (jsin novedad !) en su sentido de derrota o de pérdida. Pero el insensato ignora que los hombres habitan una mansién, por lo mismo que la razon pura nunca comprende ni admite la de- terminacién existencial. Su razonar seguird el mismo deslizamien- to Iégico cuando juzgue el mundo tempo- ral de los ritos y costumbres: ¢Por qué en- tre vosotros rez4is con un rosario de trece éranos? ¢No seria igual y pesaria menos un rosario de doce? Yo sé que quien asi habla no reza en absoluto, y que el rosario de trece éranos pesa justo lo que las cabezas que yo he cortado por defenderlo. «Precisamente por esto desprecio yo al charlatén imbécil que viene a reprochar a la palmeta el no ser cedro, y al cedro el no ser palmera; y que, mezclando razonamien- tos y libros, tiende hacia el caos. Y sé bien 102 | | | | | que el charlatdn tiene razén en su ciencia ab- surda, porque, fuera de la vida, cedro y pal- mera se unificarian y volarfan en polvo. Pero la vida sc opone al desorden de los declives naturales, Y ella hace del polvo surgir el cedro.» La Ciudad como estructura vital y como al- bergue espacial y temporal del hombre, mo es nunca comprendida ni aceptada por el insen- sato. La Giudad se compone de sacerdotes y de guerreros, de letrados y de artesanos, de !a- briegos y mercaderes, Todos viven unidos por unos lazos misteriosos formados de compro- miso y de domesticacidn que son las costum- bres y los usos, las leyes que brotan de los habitos, el temor y el amor. Tras de cada grupo hay una institucién, que tiene su propia estructura y también su propio dinamismo de perfeccién. La Ciudad podria, ciertamente, haber sido de otro modo; pero es precisamen- te su modo concreto de ser lo que la consti- tuye, porque nacié de una aceptacién y de una continuidad. El insensato, sin embargo, tazona asi: 2Por qué atenerse a lo que es y aceptar tales cuadros y tales cauces que per- tenecen al pasado? ¢Por qué no crear sacer- 103 dotes-financicros, labriegos-Ictrados, o guerre- ros-politicos? ¢Por qué dar preeminencia a unos dias sobre otros respetando fiestas y jor- nadas de trabajo, fiestas mayores y menores? ¢No es mas racional alternar en cada dia des- canso y trabajo segiin normas fisicas 0 psico- Idgicas? gPor qué mo mezclar el temor y el amor con la utilidad, el provecho con el fer- vor? ¢Por qué no? Es preciso liberarse de trabas y de prejuicios, de rutinas y de costosas solemnidades. Y su designio, aunque amparado en el ra- zonamiento y en los declives naturales que odian las barreras absolutas, es semejante al del hombre que por conocer y manejar bien su casa, por desvelar el secreto y Ia resisten- cia de sus muros, la demoliese hasta conver- tirla en montén de piedras. Al término de esta obra insensata sc halla la sociedad sin es- tructura, sin limites ni objetivos, en la que las cosas han perdido su sentido, y, a fuerza de ser todo posible, nada puede ya hacerse. Tal era el caso del campamento de prisione- ros que Saint-Exupéry describe en Citadelle. La magnanimidad del vencedor los mantenfa a cubierto de toda necesidad mediante una 104 completa organizacién de su economia, y no leg exigia trabajo alguno. Cada prisionero po. dia decirse y se decia: «Poco me importa lo que no me concierne. Si tengo mi té y mi azicar, y mi mujer conmigo, si mis hijos cre- cen en edad y en virtud, soy plenamente feliz y nada pido.» Pero poco a poco se convertian en ganado y empezaban a corromperse, mo en su carne sino en su cofazén. Porque todo para ellos perdia significado. Y he aqui que los prisioneros-protegidos no tenian nada que de- cirse. Habiendo agotado todas sus historias de familia, que se parecian entre si; habiendo acabado de temer y de esperar y de inventar, usaban todavia el lenguaje para fines rudimen- tarios : Tréeme aquello. ¢Dénde est4 mi hijo? Humanidad tendida en su establo... dQué puede desear? ¢En nombre de qué podr4 batirse? ¢Por el pan? Lo recibe puntualmen- te. ¢Por la libertad? La posee infinita dentro de su universo sin sentido y sin fines. {Contra sus enemigos? No conoce ni tiene enemigos. Podrds entonces atravesar el campamento, solo, azotandoles en la cara con tu latigo. No se sublevarin ya. Podrds cruzarte de brazos ante ellos y despreciarlos, 105 Mas tarde, la discordia invade el campamen- to como una enfermedad. Una discordia sorda e incoherente que no los divide en dos cam- pos, sino en todos contra todos. Se vigilan unos a otros en el reparto generoso de provi- siones en nombre de una justicia que es, para ellos, estricta igualdad. Y cualquiera que en algo se distinga cs inmediatamentc aplastado por la multitud. Porque la masa odia la ima- gen del hombre, precisamente porque la masa es incoherente y el hombre es limite y sen- tido. Y es, ciertamente, malo que el hombre aniquile al rebafio. Pero no busques ahi la gran esclavitud: ésta aparece cuando el re- bafio aniquila al hombre. «En esto reside el gran misterio del hombre : pierde lo esencial sin darse cuenta de que lo ha perdido.» Por- que «si quieres ti’ que los hombres sean her- manos, obligales a edificar una torre, pero si quieres que se odien, arrdjales dinero». ¢Cudal serd, por otra parte, la raz6n de vivir de es- tos hombres instalados en el universo unifor- me y sin limites que habrén construido? «El hombre, perdido en una semana sin dias o en un afio sin fiestas, en un tiempo sin fiso- nomfa...; el hombre carente de jerarqufa que 106 sélo expcrimenta envidia hacia los demds si en algo le sobrepasan y se emplea en redu- cirlos a su medida, équé ilusién de vida ob- tendr4 del marasmo uniforme a que la razén pura le ha conducido? Psicolégicamente el origen de los estados depresivos y de las tendencias suicidas suele hallarse precisamente en el andlisis hipererfti- co por el que, a través de esos declives natu- rales, se llega a ver como indiferente una actividad u otra, un objetivo u otro, una épo- ca u otra, uno mismo respecto de los demé: la inesencialidad del existir y la futilidad de su desarrolio y de sus formas. Por modo tal que la salud mental del individuo suele en- contratse también en el mantenimiento den- tro de él del sentido de la realidad y de sus limites. 107 Vill LA RAZON INSENSATA Lo hermoso es feo y Io feo hermoso. Revcloteemos por en- tre la niebla y el aire impuro, SHAKESPEARE, (Las brajas de Macbeth) éPor qué se ha instalado entre nosotros el insensato con tanto vigor que lo ofmos hoy hablar por todas las bocas; con tanta eficacia que ninguna estructura resiste ya ante sus cdlculos meramente econdémicos, ante sus ra- zonamientos destructivos? Al decir centre nosotros» me refiero a esto que llamamos ci- vilizacién occidental, cuya aparente liquida- cin se acelera vertiginosamente en esta se- gunda mitad de siglo. 109 ¢Por qué todos parecen aqui de acuerdo en liquidar fntegro su patrimonio histérico ante «los vientos de la Historiay, en ceder por las «pendientes naturales» en una cevolucién ne- cesariay hasta el marasmo informe del mundo homogeneizado de la cibernética y del super- Estado? ¢Por qué se ponen hoy de acuerdo con inmensa facilidad los labriegos, antafio conservadores, con los tecndcratas eficientes; los prohombres del Mundo con los prohom- bres de la Iglesia en las inciertas vias del Pro- greso indefinido, de la Democracia individua- lista, de la Socializacidn y de la Paz? ¢ Por qué formas e imperativos antafio sagrados perecen ahora ante esas huecas palabras, sin resistencia y—dirfase—sin dejar huella viva de su paso por la historia? ¢Por qué las nucvas gene- raciones crecen ya sin hitos estables para guiar- se en la vida, y por qué las préximas perde- ran tal vez incluso la nocién de lo que sea un hito valido por sf mismo? Es una experiencia comtin la lentitud del tiempo en los aftos de la infancia, asi como la viveza con que recordamos de por vida los momentos y las experiencias de aquella més © menos remota iniciacién de muestra cons- 110 ad ciencia. Los afios de nuestra nifiez, aquel sim- ple verano, aquel brevisimo viaje, aparecen ante nuestro recuerdo como mucho mas lar- gos que periodos recientes que abarcan quiza lustros enteros. Su intensidad, por otra parte : revivimos hoy aquella fisonomfa que nos im- presioné o aquel camino que recorriamos con tal viveza, somos capaces de reconstruir aquel sentimiento o aquella emocién con una preci- sidn y realismo tales, que dificilmente podria- mos encontrar semejanza en recuerdo alguno de los afios recientes, salvo en casos de espe- cial dramatismo. Kllo es debido a que la infancia de cada alma vive su experiencia como al desnudo, en toda la realidad de sus aristas existenciales. EI nifio es receptivo del mundo cercano que le rodea, de todo aquello que hiere sus sen- tidos, y lo vive en una entrega sin reservas. Mas tarde, el hombre va aprendiendo a vivir la vida a través de una capa amortiguadora de ideas e intenciones, a recibir la experien- cia un tanto «desde fuera», bajo una forma abstracta en que las cosas Ilegan a ser mas acasos», clichés y reiteraciones que realidades originales. Se trata, sin duda, de un efecto de lll la racionalidad humana, pero también de una defensa espontanea contra la herida de lo real mediante un modo especial de estar ausente y de preservar la sensibilidad. El nifio que camina de la mano de su padre, y el propio padre, ven de modo muy distinto al mendigo que les tiende la mano : para el padre se trata de «un mendigo», figura abstracta, a quien se debe socorrer o evitar segiin sus ideas de la beneficencia. Posiblemente no reparard en su fisonomia, y tal vez lo olvidard sobre la mar- cha. El nifio, en cambio, ve al hombre y su gesto sin envoltura conceptual, directamente, y quizd no lo olvide jams. De aqui la eterna pregunta: ées feliz o des- éraciada la infancia? ¢Hemos gozado o he- mos sufrido nuestra infancia? Pregunta a la que gencralmente sdlo puede responderse que una y otra cosa con intensidad, o bien que la infancia se encuentra por encima—o en un estrato previo—a tales determinaciones de goce o felicidad. La propia infancia atraeré siempre al hombre como un tiempo entrafia- ble en el que vivimos con toda la intensidad y lozania de nuestro lejano origen; pero sera también el tiempo en que Ia vivencia directa, 12 a menudo amarga o dolorosa, de lo real des- Sast6 ripidamente nuestra sensibilidad prime- ra, cubierta para siempre por un sistema de proteccién conceptual, Después de la infancia los afios discurren con progresiva rapidez en un vivir cada vez mas conceptualizado, y se homogeneizan has- ta hacerse indiscernibles para la memoria: s6lo de cuando en cuando momentos de in- tensidad—de triunfo, de angustia 0 de dolor— en que la vida recobra su mordiente preldgica, nos sirven de punto de referencia para situar el antes o el después de nuestro vivir diario, ausente o desarraigado de lo real. En Ja vejez, la debilitacién de la atencién actual y cl predominio del recuerdo, de las categorias hechas y de la ensofiacién, anulan poco a poco la incisién de la realidad sobre el espfritu. FJ anciano vive progresivamente en un mundo propio, ajeno a cuanto le ro- dea, protegido de lag aristas de lo real por un mundo de ideas hechas, de dispositivos de retorno, Al final, la esclerosis mental rompe Jas iltimas conexiones de lo real: dicese en- tonces que el hombre ha perdido por entero 113 la memoria, que carece de coherencia en su hablar y en su obrar, incluso que le ha aban- donado la razon. Pero quiz4 lo tinico que ese hombre no haya perdido sea precisamente la memoria y la razén: recuerda su pasado re- moto, razona segin la légica discursiva, pero sin conexidn alguna con la realidad presente ala que no presta atenciédn ni puede ya pres- tarsela porque ha perdido todo contacto con ella. Dentro de este inevitable proceso, Ja salud mental radica para el hombre el mantener lo que podria Ilamarse el sentido de la realidad, un sano equilibrio entre lo real y la ideacién. Por modo tal que la raiz de la mayoria de las enfermedades psfquicas—tan en alza en nuestra civilizacién—suele encontrarse cn un predominio patolégico de! plano ideal sobre la normal recepcién e interpretacién de la realidad circundante. Fenémeno semejante ocurre en la vida de las colectividades histéricas. La maduracién cultural de wn pueblo se realiza en un lento predominio del derecho escrito sobre la cos- tumbre, de la unidad o la estructuracién sobre U4 el localismo tribal, del plano tedrico sobre la pura adaptacién al medio. Sin embargo, también en este orden la salud consiste en una tension y equilibrio entre lo ideal y lo real, en una permanente toma de contacto con la realidad en la que no se abstractice el saber ni se reduzca la vida y las relaciones de los hombres a esquematismos artificiales e infe- cundos. Al modo como la virtud es en el hombre una tensién y armonia de sus facul- tades, asi también la sana vida de los pueblos debe siempre apoyarse on las realidades con- cretas de Ja agrupacién local o profesional y en los limites y dimensiones creados por la historia y la tradicién. Este mismo imperativo representan en el desarrollo de las culturas ciertas actitudes mentales, tal como el intelectualismo (la no- cién de intellectus) de la filosofia tradicional europea, que preservaba la apoyatura del pen- samiento sobre la realidad concreta, su per- manente orientacién hacia ésta. Tal «sentido de la realidad», que se manifesta por igual en el equilibrio psicolégico del individuo, en la evolucién histérica de los pueblos y en los habitos del pensar, tiene su raiz en la condi- 115 cidn misma del hombre y en su posicién en el Cosmos, No es el hombre, en efecto, un espiritu puro o separado (angélico) capaz de conocer por intuicién 9 contemplacién directa las esencias y las realidades espirituales. Tampoco es el hombre semejante al animal que conoce por los sentidos la realidad material que la cir- cunda, pero sin poder salirse de su concre- cién y singularidad, ni de las reacciones ape- titivas que le provocan. Ni angel ni bestia, el hombre es un espiritu encarnado, compendio limitado o finito del mundo material y del espiritual. Es capaz de aleanzar el conoci- miento de esencias y de realidades espiritua- les, pero s6lo a través del conocimiento sen- sible de las cosas singulares y materiales que le rodean, de cuya percepcidn arrancara toda otra forma superior de captacién o de ten- dencia. Por esta su situacién fronteriza y ambiva- lente, el hombre se encuentra ante una doble experiencia: Ja sensible y la intelectual, ex- periencias que, al menos aparentemente, se ofrecen con caracteres contradictorios, incon- ciliables. Una—la sensible—nos aparece como 116 singular, varia, cambiante: es el mundo de cosas todas diferentes entre si que recibimos por nuestros sentidos. Otra—la racional—se nos muestra como universal, inmévil, siem- pre igual a si misma: es el mundo de las ideas o esencias. Conciliar estas dos experien- cias y estos dos mundos ha sido el problema radical de la filosofia cn todos los tiempos y culturas: 2Cudl de las dos representa Ja ver- dadera realidad? ¢Son las ideas mero simbolo © representacién en la mente de una realidad sicmpre singular y en perpetuo fluir? ¢O es ésta la apariencia engafiosa de un mundo in- mévil y perfecto de ideas puras? El problema del conocimiento no es, por su parte, més que una variante de este mismo problema radical del filosofar: ¢cual de los dos conocimientos —-el de los sentidos o el de la razén—es el verdadero y radical por modo tal que el otro venga a ser su derivacién o enmascaramiento? La mas antigua respuesta de la filosofia—y la mas poética—es la que nos dio Platén en la antigiiedad, y que revivié cristianizada en San Agustin: la Idea es el ser verdadero, arque- tipo o modelo de las cosas de este mundo, y reside pura e inmaculada en un Cielo Em- 117 pireo, patria originaria del alma y de la ver- dad. Nuestra experiencia sensible es mero trasunto o cco lejano de ese mundo, de for- ma que cuando, por la intima recordacién o por la inspiracién divina, Ilegamos al conoci- miento de las Ideas, no hacemos sino aban- donar un mundo de sombras para alcanzar la realidad verdadera. En el extremo contrario, otra respuesta—el nominalismo del siglo xiv y el empirismo o sensismo moderno—afirman la sola validez del conocimiento de los sentidos, y que no hay otra realidad que las cosas sensibles, materia- les, Las ideas son sdlo nombres con que desig- namos a cosas que guardan alguna semejanza entre si, © a conocimientos imprecisos, con- fusos. EI pensamiento platénico—el realismo de las Ideas—, con su melancdlica nostalgia de un mundo ideal, se ha deslizado muchas veces hacia el panteismo: si vemos en las ideas el ser puro y perfecto, o si Dios nos infunde tal saber, facilmente se concluye que a Dios mismo vemos en ellas, y que en su seno vi- vimos y somos. El empirismo y el nomina- 118 lismo, por su parte, caen con facilidad en el escepticismo : si no existen los universales, ni son posibles por ello mismo los juicios nece- sarios ni las leyes ciertas de la ciencia, nues- tro saber serd un mero saber de hechos, pura opinién sometida a la circunstancia y a los medios cognoscitivos. La tercera posicién representa el equilibrio entre esa doble experiencia humana, y funda- menta la més larga y fecunda tradicién filosé- fica de la historia, Se trata del intellectus aristotélico. La idea, para el intelectualismo, no existe como una tealidad separada de las cosas sensibles, pero tampoco es un mero nombre o simbolo cognoscitivo, Existe en las cosas mismas como principio informador, y la obtiene el espiritu por abstraccién o penetracién intelectual (intus legere, leer den- tro) en las cosas sensibles. El hombre cono- ce, como el animal, las cosas singulares y materiales a través de sus sentidos, pero no se queda en ellas, sino que posee en su espfritu una luz (el entendimiento) capaz de iluminar el universal que est4 en ellas y de engendrar en la mente el concepto o idea. 119 Nominalismo y realismo de las ideas pare- cen dos soluciones extremas, opuestas entre si, y lo son, objetivamente, Sin embargo, aqui como en todos los campos del saber y del hacer, los errores y los desérdenes se atraen y llaman entre sf, resultando en la practica tan cefcanos como alejados puedan estar en la teorfa, Asi, la Edad Moderna se inicia por un nominalismo y empirismo extremos y va a parar en el ideologismo desencarnado de la realidad que domina hoy en las mentes y en todas las manifestaciones de nuestra cultura. Es precisamente a partir de los albores de nuestra Edad y con la invencién en el Re- nacimiento de la imprenta y la difusién del libro a 4mbitos mucho més amplios, cuando se ha operado en la mentalidad de los hom- bres una transformaci6n profunda que alguien ha caracterizado como la sustitucién de un mundo de cosas por un mundo de conoeptos o de ideas—ya hechas, prefabricadas—de las cosas. Es lo que se ha llamado book culture, transformacién que entrafia también el paso de una visién preponderantemente temporal a una imagen mas bien espacial de la reali- dad. Esto es notorio, como ejemplo, en la 420 torsién en un Angulo de noventa grados que la superficie terrestre ha experimentado en la imaginacién del hombre medio. Para el an- tiguo o el medieval esa superficie era la del suelo que tenfa entre sf; una lejanfa horizon- tal, inabareable y, en cierto modo, temporal (que ha de recorrerse), Para el moderno esa imagen se ha hecho veriical, abarcable (dada) y plenamente espacial; ademas con el norte realmente arriba, y el sur abajo. En la ima- gen del hombre antiguo, Espaiia era mas alta que Francia porque realmente sus tierras son més altas o clevadas (piénsese en la Baja Na- varra, o Navarra de Ultrapuertos, hoy fran- cesa). Para la imagen del hombre actual Francia estd evidentemente més alta o encima de Espafia, y cuando se desplaza hacia ella (hacia el norte) posee la impresién intima de estar subiendo, marchando hacia arriba, y en tal forma suele expresarse. La visién del mapa ha sustituido en nosotros a Ia de Ja realidad. Quizd por esto, aunque en aparente pata- doja, los conceptos y términos hayan perdido rigor y precisién de limites, justamente en un ambiente en el que dominan hasta haber susti- tuido en gran medida a la imagen y la percep- 121 cién de Jo real. Cuando el horizonte humano era sobre todo el de un mundo de cosas, y las ideas y los términos estaban a su servicio en su papel representativo ideal, la sdlida con- crecién de la existencia y la resistencia de la materia imponian esta misma precisién al len- guaje y al discurso. Cuando el hombre trata, en cambio, con ideas y palabras, percibe facil- mente la maleabilidad y fluidez de las mismas, y no deja de hacer uso de tales ventajas. Qui- za sdlo el lenguaje técnico de las ciencias particulares se libre hoy de la imprecisién y ambivalencia que caracterizan a términos sin concepto en un mundo predominantemente conceptual y libresco, Quiz4 también sea el ensayo como género literario aquel que cul- mina en nuestra época esa flexible disponibi- lidad del lenguaje y la ideacién para dosifica- ciones, analogias e imprecisiones de signo mas estético que veraz. Surge entonces para el hombre contempor4- neo una forma de realismo de las ideas mu- cho més grave que el de las antiguas formas de platonismo. En éstas, las ideas eran esen- cias arquetipicas, especie de patrones de las cosas, que, en un mundo ideal, posefan, su- 122 blimadas, Jas perfecciones cualitativas de las cosas reales, Era como la afioranza humana de un mundo superior en donde fas limita- ciones y caducidad de Jas cosas se superase en inmévil y perfecta idealidad. EI nuevo realismo de las ideas ¢s, en cam- bio, un puro abstractismo esquemitico, basa- do en nociones elementales y uniformes cal- cadas sobre la matematica, A medida que el hombre maneja conceptos prefabricados, de una pieza ¢ indefinidamente difundidos, aban- dona y olvida la relacién con las cosas mismas, en un ambiente progresivamente teonificado. Asi, el hombre de hoy trabaja sobre nimeros, sobre esquemas y planes abstractos mucho mas que sobre la realidad concreta y diferenciada. En nombre de teorfas igualitarias 0 de uni- formismos legales, el hombre actual ha olvi dado o destruido realidades y ambientes mi- lenarios; ha arrasado diferencias, jerarquias y costumbres que constitufan el 4mbito de la vida y de la auténtica libertad de los pueblos. Ejemplos de estos conceptos hoy todopode- rosos y de validez universal son la Democra- cia, la Tgualdad, la Evolucién, el Mundo Moderno, el Progreso, la Revolucién, el Hu- 123 manismo... Y como anti-conceptos absoluto la reaccién, las clases, las diferencias, la dis- criminacién, el paternalismo, la aristocracia Unos y otros son base de un indefinido mi- mero de slogans. Asi, a través de un ideologismo abstracto nacido precisamente de la negaci6n del «in- telecton con fundamento in re (en Ja cosa), la tecnocracia del esquema y del impreso con- duce a nuestra sociedad a la masificacién cuan- titativa, a un mundo uniforme gobernado por reflejos condicionados, del que la figura hu- mana y su dmbito vital tienden a desaparecer, Consecuencia de este abstractismo ideoldgi- co es una pérdida en los espiritus del contacto con lo real y del gusto por ello. E] hombre contempordneo, solicitado por el trafago de una vida progresivamente agitada, casi verti- ginosa, desconoce cada vez mds los placeres y los dolores de una vida de entrega y de com- promiso. La frase tantas veces repctida de Tocqueville adquiere hoy su alcance proféti- co: «Veo ante mf (en un futuro cercano) una multitud innumerable de hombres semejantes o iguales entre si que se mueven sin reposo 124 para procurarse los pequefios y vulgares place- res que llenan sus almas. Cada uno, retirado en un mundo abstracto al margen de las cosas, es como extranjero al destino de los demas; vive con sus conciudadanos, esté a su lado (en un mundo hacinado), pero no los ve; los toca, y no log siente en su alma; no existe mds que cn si y para si. Encima de ellos, un poder inmenso y tutclar vela por sus placeres, con tal de que los ciudadanos no piensen mds que en gozar; cubre la sociedad con un tejido de Pequefias normas complicadas, uniformes y minuciosas, a través de las cuales las almas més vigorosas y originales no podrdn elevarse sobre el vulgo. No tiraniza propiamente : en- cadena, oprime, enerva, reduce a cada pueblo a un rebafio de animales tfmidos e industrio- sos cuyo pastor cs cl Estado.» Cabrfa definir a la civilizacién industrial de nuestra época como una civilizacién construi- da contra el espacio y contra el tiempo. El hombre actual dispone de medios desconoci- dos para el de cualquier otra época, pero ca- rece de espacio y de tiempo. Apretado en niicleos masivos de poblacién, en bloques mi- limetrados de viviendas en serie, en transpor- 125 tes y vias sobrecargados, no intenta siquicra otorgar figura de mansién humana a un ¢s- pacio inexistente, ni orden diferenciado o ri- tual a un tiempo que escapa en trafago de prisas y que se valora s6lo por su rendimiento econémico, En rigor, el hombre de tal am- biente desconoce ya los valores y los incentivos que podrian hacer mansién de su espacio u otorgar fisonomia a su tiempo. Un espacio y un tiempo sin semblante hu- mano ni divino es el medio en que decaen hasta su desaparicién el compromiso (engage- ment) del hombre con las cosas y el apprivoi- sement de las cosas por cl hombre. Porque «es el tiempo que has perdido con tu rosa lo que la hizo tan importante para ti, tinica en el mundo». El medio, asimismo, en que lan- Suidece en sus fuentes el primero y radical de los compromisos humanos, que es el religio- so: la re-ligacién por la cual el hombre se compromete en la fidelidad a un sentido tras- cendente de la vida, y Dios mismo se hace nuestro, asequible y providente. Quiza la consecuencia mas espectacular de este desarraigo de los lazos del hombre con su mundo y de los hombres entre sf dentro 126 del universo tecnocratico del presente sea esto que se ha llamado la aceleracidn de la histo- Tia, o, mas ©: mente, la culminacién de ese proceso en nuestra misma época. Dirfase, observandolo, que ef hombre de hoy vive en una lucha continua, sin tregua, por mantenerse al dia en medio de un acon- tecer histérico cada vez mds impetuoso, que amenaza de continuo con superarle u orillarle. Lucha agotadora, siempre recomenzada, por sostenerse en lo que Sartre ha llamado cesta arista vertiginosa». Individual y colectivamen- te tenemos la oscura impresién de que el ritmo histérico que nos envuelve requiere de nosotros, en su aceleracién constante, un es- fuerzo progresivo pata no dejarnos arrollar en la vorégine de un presente sin memoria, En nuestra época, los hijos son ya desde antes de la pubertad extranjeros al mundo de sus pa- dres, y en muchos casos sélo un inverosimil y humillante esfuerzo de «comprensién» pue- de retrasar esa abismatica separacién que el ambiente mismo determina. Nuestra constante obsesién por mantener- nos al dia es equivalente ala que en el orden colectivo representan los esfuerzos del progre- 127 sismo religioso por adaptar Ja Iglesia al «mun- do moderno», o los del Estado multiplicando sus planes de desarrollo, de modernizacién, de actualizacion, en reajustes diarios. Nadie construye hoy nada con pretensién de dura- cién ni menos de perennidad. Las leyes, como las carreteras, se hacen con la conciencia de que en el momento mismo de su puesta en uso requerirén ya adaptacién y ensanchamien- to. Como en el mito de Sisifo, el hombre contempordneo sabe que nunca lograra asentat el pefiasco de su constante esfuerzo, y que éste rodara obstinadamente por una ladera cada vez mas alta y empinada. Fue Daniel Halévy, en su notable onsayo sobre la aceleracién de la historia, quien nos hizo reflexionar sobre este hecho, por lo de- mas evidente. El filésofo belga Marcel de Corte dedica al mismo ef capftulo mas im- portante de su libro L’Homme contre lui- méme, y trata en él de precisar sus causas, tanto cn aquello que el hecho tiene de cés- mico e inevitable como en lo que tiene de humano y libre. La descripcién del fenémeno se hace evi- dente en los ejemplos que propone Marcel! de 128 Corte. Los sucesos, los incentivos o silicitacio- nes del exterior en un solo afio de nuestra vida Ilenarfan ampliamente la vida de nuestros an- tepasados. Y esto, que reconocemos en nues- tras vidas progresivamente vertiginosas, lo des- cubrimos también en la historia general y en el proceso del saber humano. Si los Ca- petos tardaron ocho siglos en formar lo que llamamos Francia, en el siglo pasado un Bis- marck o un Cavour realizaron esa misma obra en diez afios con Alemania e Italia; y hoy, en no mas tiempo que el empleado para redactar una ley, se pretende crear el Congo como nacién, pasando su poblacién del neolitico y de la antropofagia al sufragio universal en un régimen democratico y constitucional. Del mismo modo, si la fisica de los cuatro ele- mentos estuvo vigente dos milenios, la de Newton lo estuvo dos siglos, y la de Einstein parece que cumplirg su ciclo en dos décadas. Paralelamente a esta accleracién de la his- toria que, vertiginosa ya en nuestra época, deja atrds los mds ingentes esfuerzos de adap- tacién individuales y colectivos, encontramos una clara evoluci6én en el concepto de la his- toria misma desde las generaciones preceden- 129 tes ala nuestra, La actitud que de esta nueva versién de la historia se deriva para los hu- manos puede constituir una primera instancia explicativa del fendémeno de aceleracién en el proceso hist6rico, La historia para e] hombre premoderno era~en su sentido objetivo—el conjunto de jos hechos pasados, interesantes por su noto- riedad como preparadores del presente; en su sentido subjetivo era un dificil y un tanto con- jetucal saber—al que se negaba el mismo ca- racter de ciencia~-que pretendia esclarecer o hacer inteligible en conexiones causales esa sucesién objetiva de hechos pretéritos. La historia para el hombre de hoy es algo com- pletamente distinto en su significacién y en su dignidad. La Historia se escribe hoy con maytiscula y representa para la mentalidad ac- tual una instancia inapelable. Se la imagina como un rio sagrado, irreversible, que en su fluir constante crea o preforma toda realidad humana y la explica en sus raices dindmicas o genéticas, Cada hombre y cada pucblo no pueden, frente a este flujo creador, mds que aceptarlo y mantenerse en el sentido de la corriente, procurando no verse arrollados por 130 él, como el que sobrenada en una corriente impetuosa superior a sus fucrzas. Aceptada esta divinizacién de la historia, toda idea de resistencia frente a su impetu se convierte en utépica, irrisoria, Resulta asi curioso observar cémo el dictado esencialmente descalificador para cualquier posicién no se cifra hoy en su maldad o falsedad, ni aun en su inconvenien- ia, sino en su caracter reaccionario. Reaccio- nario es el que, inconsciente de la absolutivi. dad y del caracter incontenible de la evolucién histérica, trata de oponerse a ella, de actuar por si contra esa corriente impetuosa en un esfuerzo tan estéril como absurdo. Esfuerzo, ademis, esencialmente nocivo o perverso, por- que la historia, en su imagen mayuscular e hi- postasiada, es un fluir valioso por sf mismo que discurre por vias de progreso hacia téz- minos de superacién y plenitud. Esta nocién, hoy generalizada, es lo que Marcel de Corte Hama el «Mito de la Histo- tia», profundamente relacionado con el hecho descrito de la aceleraci6n en el devenir hist6- tico. El mito es, en todas las épocas y civili- zaciones, la versién imaginativa y concreta de una idea o sistemas de ideas, y constituye el 131 vehiculo por el que tales ideas obran en la mente del hombre medio—no intelectual—y el cauce por el que influyen en el proceso histérico. En ©] hombre primitivo, mito y sistema explicativo de la realidad, coinciden, porque su pensamiento es todavia imaginativo o pre-légico, De aqui que pueda decirse que el pensamiento cientifico racional procede del mito, refiriéndose a los origenes de la cultura humana, tanto como que el mito procede del pensar racional, aludiendo al posterior meca- nismo de evolucién en la cultura histérica, El mito de la Historia es prolongacién en nuestra época de lo que fue, hasta principios de siglo, el mito del Progreso, y uno y otro son consecuencia—mitificacién y populariza- cién—de la comcepcién racionalista del uni- verso, sistema de ideas que, sin el intermedio del mito, no podria actuar sobre el hombre medio ni sobre el ambiente y el proceso his- térico conereto, A su vez, el mito de la His- toria en su papel de intermediario mental- din4mico es causa principal del fenédmeno de aceleracién de la historia. Condicién de todo mito para su difusién y afianzamiento es que responda a exigencias psicol6gicas humanas en 132 general, o de una época en particular. Segiin Marcel de Corte, el mito de la Historia res. ponde hoy—en la época de la sociedad de masas y del estatismo—a las tendencias y pa- siones humanas még extendidas. El débil, el indolente y el cobarde justifican en el mito su inaccién o su falta de resistencia frente a la injusticia, apelando a las exigenciags de un devenir incontenible; el fuerte o el ambicio- so, por su parte, justifican su pasién de man- do, y su mismo mandato, como producto de la necesidad histérica. El gobernante actual, el dictador o el chombre fuerte» de cualquier situacién, no se siente ya en la mecesidad de buscar justificaciones legales o morales a su mandato, sino que lo afirman como puro po- der en tanto que producto de la Historia en su proceso creador. éCémo ha podido operarse en nuestra Edad esta trasposicién en el concepto de Ja historia por cuya virtud el hombre mismo y su espfritu parecen haberse reasumido dentro de un pro- ceso considerado antafio come su obra o como el simple escenario de su lucha vital? El im- pulso hist6rico de todos los tiempos, y la ins- piraci6n literaria, fueron siempre el enfrenta- 133 miento—victorioso o trégico—del hombre o del grupo con la suerte, las fuerzas o los acon- tecimientos adversos. Los héroes de la trage- dia antigua o de la moderna nog aparecen siempre como areaccionarios» frente a su des- tino histérico, El mismo pueblo griego anti- guo, para cuya mentalidad un destino supe- tior e ineludible pesaba sobre los hombres, hacfa consistir la vida de éstos en una afirma- cién de su libertad contra la ciega fatalidad que le rodea. Para los griegos, la Necesidad (ananke) o el Fatum (la ley de la diosa Adras- tea)—un destino superior sin mezcla de pro- videncia alguna—rige los acontecimientos ge- nerales que envuelven la vida del hombre. Frente a él, la accién humana no puede sino estrellarsc. Esquilo, por ejemplo, hace decir a Agamenén : «Todo se cumple segiin el Des- tino, todo segtin el designio de los Hados.» Una férrea ley natural, que hunde sus rafces en el decreto implacable de los dioses, dispo- ne el acontecer del universo. Pero junto a este determinismo fatalista, el griego, inverosfmilmente, afirmaba la libertad, y de esta desesperada «gigantomaquia» por encontrar un hueco a la libertad nacié nuestra 134 i | | ' herencia cultural. Dos fueron los caminos de esta dificil lucha por conciliar libertad y ne- cesidad bajo la béveda de un mismo firma- mento. Uno est4 representado por la tragedia. La tragedia griega canta el horror y la rebel- dia del hombre frente a las fuerzas desatadas de la Naturaleza, que no puede dominar, El héroe trigico se rebela, impotente, contra la fatalidad que le aprisiona, pero en esta estéril rebelion afirma su personalidad y la libertad que habita en su seno. ala vida—en frase de Pindaro—es una sombra efimera que se he- rofza viviéndola.» El otro camino de Ja libertad consistié para los griegos en una distinta forma de herots- mo, esta de cardcter intimo y personal, cuyo instrumento es el saber o la filosoffa. Se trata del esfuerzo del sabio que conoce la ley inal- terable del universo y se refugia en si mismo para alcanzar la autarquia interior y la indi- ferencia ante el acaecer exterior. El sabio go- bierna su propio dnimo con el mismo domi- nio con el que los dioses rigen el acontecer exterior del universo. Esta actitud, que culmi- nara en el estoicismo, conoce antecedentes re- motos en el pensamiento griego: «Lo sabio, de- 135 cia Heraclito, estriba en conocer la mente que en todo gobierna a todo.» Para Anaxagoras, da vida del sabio es la meditacién, y [a liber- tad que de ella emanay. E! hombre antiguo, el cristiano muy espe- cialmente, y todo hombre hasta nuestra edad, concebia Ja propia vida como un afirmarse a sf mismo, ‘en fidelidad a las comunidades que formaba o a las que se sentfa vinculado, y un resistir a Jas presiones y acontecimientos del exterior que les fueran adversos. La idea de una evolucién inexorable y de una Historia con leyes e imperativos absolutos le era por completo extrafia, Adoptaba la misma actitud del enfermo que lucha espontdnea y natural- mente por sobrevivir, por muy convencido que esté de que cl término de la vida es la muerte, de que sus esperanzas sean pocas, 0 de que la vida se haya renovado a través de él, en las nuevas generaciones. Gomo observa sagazmente Marcel de Cor- te, los antiguos distingufan dos tiempos en los que el hombre, de diversa manera, se sentia inmerso. Uno es el tiempo personal, de la propia vida o de las comunidades en que ha- 136 bita: tiempo continuo y, diriamos, del que cada uno se siente responsable como de algo interior y propio. Otro exterior y discontinuo, esencialmente ajéno por universal y trascen- dente, que incide sobre el tiempo interior como ‘el huracén sobre e] Arbol que resiste arraigado en tierra. Es el tiempo de los gran- des acontecimientos humanos o extrahumanos —cataclismos, invasiones, cambios climatolégi- cos, descubrimientos revolucionarios, etc.—, sucesos inconexos entre los que ninguna rela- cién puede encontrarse generalmente, y fren- te a los que hombres y grupos histéricos pro- curan enfrentarse, adaptindolos o resistiendo. Pero siempre sobre la base de la propia su- pervivencia, esto es, del triunfo del tiempo interior y de su continuidad. Ese tiempo ex- terior universal, que coincide con el Fatum o Diké de los griegos, es esencialmente trascen- dente a la vida de los seres humanos—indivi- duos o grupos—, y su sentido, que encierra la escatologia de la historia, pertenece sdlo a Dios. Llegamog aquf al factor determinante y con él a Ja esencia del mito de la Historia que actiia hoy, consciente o inconscientemente, en 137 todas las mentalidades: la consideraci6n y la actitud vital del hombre ha saltado desde su tiempo interior y local al tiempo absoluto o histérico, pretendiendo sustituir a Dios por la razén humana en la interpretacion de ese devenir superior que es la Historia Universal. El hombre se desinteresa entonces por la suer- te concreta de las pequefias comunidades his- téricas y aun por la afirmacién de su propia significacién personal, cuya pervivencia contra- corriente le parece imposible o desdefiable, para situarse en el plano del acontecer uni- versal. Plano cuyas leyes cree conocer y a cuyo ritmo procura adaptarse y aun adelantarse continuamente, asf como a la direccién hist6- rica y a las formas de vida y convivencia que engendre su evolucién. Ser avanzado en ideas y actitudes es el calificativo mds deseable para el hombre contempordneo. Aquf tadica precisamente la virtualidad del mito de la Historia sobre el hecho efectivo de la aceleracién del proceso histérico, y ello en términos llamativos dentro de nuestro tiempo. El devenir histérico exterior choca- ba en épocas pretéritas con la resistencia de hombres y grupos, que se enfrentaban, con 138 fortuna a veces, sin ella en otras, con su di- namismo transformador. El ritmo del acon- tecer histérico era entonces una resultante del entrecruzamiento dinamico de los grandes hechos del tiempo exterior con la resistencia conservadora y creaccionariay de los hombres y los grupos concretos, esto es, con el tiempo interior de una trama vital. Desaparecida hoy la nocién y la realidad de esta resistencia por la accién del mito de la Historia sobre las mentes, la historia cobra entonces un ritmo de transformacién vettiginosa en el que todo tambio se aplaude universalmente por ser cambio, y el apresuramiento o anticipacién de las estructuras se convierte en la ocupacién habitual de la hoy llamada «sociedad de ma- sas», esto es, de una sociedad homogénea, carente de grupos histéricos y aun de perso- nalidades diferenciadas. He dicho que el mito es en una sociedad evolucionada el intermediario entre la teoria y los hechos concretos, por cuya mediacién las concepciones del universo acttian sobre las mentes, y con ellas, sobre el devenir histérico. El mito de la Historia o de la evolucién his- térica ha originado en las mentalidades de 139 nuestra €poca una actitud que la caracterolo- gia designa como resignacién previa ante esa evolucién. Tal actitud es causa de que el hom- bre moderno haya perdido aquel mundo con- creto de sentido y de limites a cuya guarda y enriquecimiento consagraba su vida el hom- bre de antafio. Naturalmente, cuando el mito del inconte- nible devenir de la Historia se ha instalado en los corazones humanos, toda causa de re- sistencia esté de antemano perdida: la idea misma de resistir pierde su sentido. La mejor arma de cualquier ejército consiste, como bien se sabe, en introducir en Jas filas enemigas la conviccién de la inanidad de su esfuerzo, al igual que el secreto de las m4s inverosfmiles victorias estriba en posecr la seguridad del triunfo, La mistica del marxismo—y cl secreto de su poder decisivo—radica precisamente en la conviccién de que la «dialéctica de la His- toriay obra a su favor; de que la accién hu- mana puede apresurarla, pero que en el peor de los casos, el triunfo vendr4 por sf mismo: de que cualquier accién contrarrevoluciona- ria es esencialmente reaccionaria (es decir, in- util y absurda). Cuando el mito de la Historia 140 es ya de comin aceptacion, el ritmo del de- venit historico se acelera en los mismos tér- minos de un rio cuyas aguas, contenidas o gtaduadas hasta determinado momento por una presa, irrumpen violentamente al rom- petse el dique que las contenia. Esta aceleracién vertiginosa de la vida hu- mana, antaiio reprimida o moderada, hoy uni- versalmente aceptada, fomentada, incluso aplaudida, amenaza con transformarse en sus- tancia misma del vivir humano. Lo que fue proceso perfectivo en la permanencia y la fi- delidad (esto es, tradici6n y maduracién) se convierte hoy en un puro devenir sin sentido ni finalidad, en la incoherencia dindmica de un presente sin memoria ni sosiego. Es ésta pre- cisamente la hora histérica del insensato y de su ¢terno ¢por qué no? justificativo de todo cambio, agresor de toda permanencia y de cualesquiera limites. La estructura y la tradi- cién, la continuidad y lo sagrado por si—ini- cas razones que podrian oponérsele—no ac- than ya sobre las mentalidades de los hombres. La funcionalidad, la «puesta al dia», el mo- vimiento, el progreso y la revolucién, justifi- 141 can la pregunta insensata en todos los ofdos y en todos los ambientes. Asi, el hombre medio, beneficiario y victi- ma a la vez del progreso tecnoldégico, cuenta ahora con medios materiales (con un «nivel de vida») incomparable con el de cualquier épo- ca pasada, y contempla, como en un futuro wréximo, la posible realidad de un mundo sin pobres, sin enfermedades y tal vez sin gue- tras, Podria decirse que e] hombre actual est4 a punto de colmar sus deseos, de alcanzar toda libertad y todo derecho. Hombres y grupos de hoy, de la procedencia mds encontrada, pare- cen haberse puesto de acuerdo sobre este ideal inmediato del Desarrollo econédmico, de los Derechos del Hombre, de la Libertad y de la Paz. Sélo dos cosas parecen faltar en el horizon- te humano actual (dos cosas que tampoco pa- recen estar ya en el humano desco, porque se ha extirpado quizd la tendencia hacia ellas y aun su memoria). Son éstas el arraigo y la continuidad. Pero tal vez coincidan esas cosas con los primeros derechos, con los mas esen- ciales bienes y libertades del ser humano, con- 142 dicién de los demas: el derecho a la conti- nuidad, el bien inicial de poseer un mundo propio con figura y sentido humanos, de arrai- garse en él; la libertad de edificar una vida propia diferenciada y responsable... Que, sin eso, lo demds es responder a las mecesidades de los hombres «como se responde a las ne- cesidades del ganado al que se estabula, sobre su paja». «j Humanidad tendida en su esta- blo !» ... a la que se ha hecho odiar primero, olvidar mas tarde, la mansién que era suya, con su estructuta y su orden, asi como el tiempo que construye y conduce... Humani- dad de hombres de mentalidad amorfa, edu- cados en el solo ideal de la igualdad y de la envidia; de hombres empefiados en parecer mujeres, de mujeres empefiadas en parecer hombres, de clérigos obstinados en parecer se- glares; de humanos en disimular su edad, su condicién, su jerarquia, los limites y el sen- tido que aiin conserve su vida... Sociedad ni- velada de almas en serie que aborrece las di- ferencias de situaci6n o de imsercién humana que la constituian en verdadera sociedad y la guardaban de convertirse en masa o en re- bafio... 143 Quizé nada més caracteristico del hombre- masa de nuestra época que la coexistencia en su espiritu, exacerbada hasta el paroxismo, de la antinomia conformismo-rebelién, El hom- bre medio actual acepta la nivelacién de su vida con la de los demas, Ja prefabricacién de su mente por poderes andénimos, cualquier género de coaccién tecnocratica, en la misma medida en que experimenta un despego basi- co y una rebelién creciente contra el mundo y la sociedad que le alberga. La rebelién ha venido a ser el canon de las actitudes literarias y aun musicales, como el espiritu revolucionario el de las posiciones politicas o sociales. Rebelién y revolucién im- precisas, sin objetivo concreto, casi césmicas. El hombre, perdido en un mundo sin Ifmites ni contorno humano, se resigna de antemano a cuanto le venga de esas realidades informes que ve crecer en torno a sf y en cuya inexora- bilidad cree como en el viento de la Historia: la dialéctica del progreso 0 el proceso de so- cializacién. Pero como no puede abdicar de su naturaleza humana, experimenta una inti- ma rebelién cuyo origen y cuyo objeto desco- noce, Extrafio desde su nacimiento a un mun- 144 do diferenciado y Jocal, desconocedor de Ia resistencia corporativa, ignora también que el verdadero conformismo es fidelidad a lo pro- pio, y que la sana rebelidn se justifica s6lo por la concrecidn y la justicia de sus objetivos. 145 Ix LA JUGLARIZACION DE LA FE sachin enlements quict .» Nuestros tedlogas més avan- zados (es decit, los més confor mistas), pobres cristianos sofisti- cados que tanta mecesidad ten- drlan de un Sécrates... J. MARITAIN (Le Paysan de Ja Garonne) Tocamos quiz4 en nuestros dias el techo de esta labor disolvente del «juglar de las ideas» o del cinsensato» racional, que, como «el per- verso Amok de la razén pura», justifica con la necedad infinita de su ¢por qué no? el cam- bio constante de la estructura espacial y tem- 147 poral del habitéculo humano. Posiblemente esté reservada a nuestra civilizacidn cl cum- plimiento de su ciclo completo, esto es, su muerte por principios internos de disolucién; desenlace no alcanzado por civilizaciones pre- téritas que—decadentes, sin duda—conocieren siempre un final violento, determinado por factores exteriores a ellas mismas. Este techo hoy alcanzado es el de la fe re- ligiosa : el fenémeno que podrfamos Hamar la juglarizacién de la fe. El aglutinante espiri- tual que engendré nuestra civilizacién en sus origenes fue, como en toda civilizacién his- térica, un impulso religioso. En nuestro caso, el cristianismo. El se encuentra en el origen de toda nuestra mentalidad bdsica, en el de nuestras emociones y actitudes colectivas. Sin la fe cristiana aquel conjunto vario de ele- mentos culturales que sobrenadaron a las in- yasiones haérbaras—romanos, helenistico-roma- nos, g6ticos, aborigenes—no hubieran consti- tuido una nueva y poderosa civilizacién. Por muy lejano, desviado, renegado o apostatado que ese origen esté ya para la civilizacién tec- nocratica de nuestra época, no deja por eso de constituir su germen y fundamento iltimo. 148 Y, por lo mismo, ha sido también el reducto postrero a la accién demoledora del cjuglar de las ideas». La Iglesia Catélica, en efecto, result6é hasta aqui inmune al mito de la Historia y a la consiguiente aceleracién vertiginosa de su tiempo interior; y ello por razones distintas —pero de efectos similares—a las que en otro tiempo vimos oponfan las comunidades histé6- ticas a tal mentalidad y a sus cfectos autodi- solventes. Si éstas se resistian a la subsuncién de su propio tiempo histérico en un tiempo univer- sal por razones naturales emanadas de su sen- tido de conservacién, la Iglesia habia de opo- nerse, aim mas radicalmente, por razones sobrenaturales. El depdésito de una verdad teolégica considerada como absoluta, y la concepcién de un fin y una norma moral ne- cesarios para cl hombre, no parecen concilia- bles con la idea del flujo permanente de la Historia y del imperativo de esencial evolu- cion del ser humano, de sus formas de vivir y de relacionarse. Por esto mismo, fue la Igle- sia romana durante los tres uiltimos siglos un reducto del tiempo vivido, de su ritmo hu- 149 mano, pausado y constructivo, frente a la inaudita aceleracién del tiempo exterior a ella, vencedor de las mentes y de las corporaciones histéricas a través del mito de la Historia. Su estructura profundamente diferenciada y auto- nomista, su espiritu sanamente conservador, su coherencia y continuidad, su espontanea aver- sién al cambio repentino, su sentido de es- tabilidad suprahistérica, hicieron de ella un refugio de paz y un faro de orientacién y serenidad. Un europeo del siglo xvi que re- naciera en nuestros dias, sdlo en la Iglesia podria reconocer su mundo, los valores y las formas que respeté y amd, el sentido de la existencia: todo lo demds del horizonte hu- mano le resultarfa tan ajeno y desconocido como la superficie del planeta Marte. Lleg6, sin embargo, un momento en que la aceleracién de la Historia en el mundo extra-eclesidstico separé a Ia Iglesia del Ila- mado «mundo moderno», con un contraste cada vez mds acentuado de espfritu, lenguaje y estructutas. Surge entonces en muchos cris- tianos una impresién de malestar ante un mundo exterior vertiginoso que parece esca- par de su esfera de comprensién y de influen- 150 cia; un mundo con el que ya ni siquiera se dialoga. Surge asimismo el cansancio de una permanente actitud de oposicién y de lucha, junto al anhelo para ciertos sectores del cato- licismo de un carreglo de cuentas» con e] mundo circundante que permita a la Iglesia situarse en él como un poder mds en posicién normal, respetada y aun influyente. El desfa- samiento, en efecto, parece bien patente: en un mundo que sélo valora la eficacia en la accién, que sdlo conoce problemas econémi- cos—y «sociales» en tanto que econémicos—, que sélo aspira a producir més en un ambien- te progresivamente tecnificado, ¢qué sentido puede tener la vida contemplativa o el sacri- ficio expiatorio? En una mentalidad raciona. lista y planificadora, ¢qué valor cabe otorgar al misterio y a la graciaP En una «sociedad de masasy en la que s6lo existen individuos- ndimero frente al Estado tecnocratico, ¢qué lugar conceder a los ritos, la comunién de las almas, la uncién del sacerdote? En una moral de situacién 0 de eficacia, ¢cémo man- tener la rigidez preceptiva de una moral de principios o de re-ligacién? La tentacién es entonces demasiado fuerte, 15] y a ella responde por entero el hoy dominante progresismo catélico, obra cumbre del juélar de las ideas. Todo cl problema se reduce para él a un retraso de la Iglesia Catélica que no ha evolucionado segtin el ritmo de los tiem- pos y ha dejado de responder a las exigencias de la Historia. Se reconoce entonces en el progreso del «mundo modernos—en la obra de la Revolucién y del maquinismo, en la tecnocracia y el socialismo—realizaciones crip- to-cristianas, y se pide perddn a ese mundo moderno por Ja secular incomprensién y hos- tilidad de la Iglesia, La evolucién y el pro- greso hacia un mundo socialista son saludados por el movimiento reformador como la asun- cién del Hombre a una plenitud anunciada en mitologia simbdlica por los misterios cris- tianos, de los que se realiza una exégesis ale- S6rico-gnéstica tipo Teilhard de Chardin. Es el momento para el progresismo de un arreglo de pesas y medidas con el «mundo moderno» para que una Iglesia debidamente evolucionada vuelva a dialogar con cse mun- do y ocupe un puesto de poder no ya rector, pero si respetado y nunca més en situacién de lucha y condenacién de ese mundo, La la- 152 bor consistira en minimizar la fe y la moral reduciéndola (a través de las «pendientes na- turales») a lo que convenga estimar como cesencial», cn tenegar de |a propia tradicién de la Iglesia y de la civilizacién que ella cred considerdndolas como «adherencias» 0 «aliena- ciones», en limar cuantas aristas rocen a la mentalidad y formas de vida modernas, para demostrar al mundo de hoy que ser catélico viene a ser lo mismo que no serlo, y que tal profesién cn nada choca con las exigencias de la vida actual y del chumanismo». Con- sistira asimismo en reducir la vida religiosa al interior de las conciencias, abandonando toda pretensién comunitatio-histérica de que la fe informe jurfdica o polfticamente Ja vida de los pueblos. La idea es antigua y ronda la mente huma- na desde la crisis nominalista del siglo XIV que cerré la armonia medieval entre la fe y la razon o entre la teologia y la filosofia. Ha- ciendo del hecho religioso algo puramente subjetivo y declarando inacresible para la ra- z6n el orden sobrenatural, se otorga autono- mfa al pensamiento y se seculariza a la vez el orden politico. El protestantismo extrajo las 153 consecuencias de tal doctrina con su teoria de la justificacién por la fe (virtud infusa) y del libre examen, afirmando que ninguna autori- dad humana puede mediar entre el alma y Dios y que la Iglesia est4 de sobra. E] mo- dernismo de Lamennais y Lacordaite—conde- nado en su tiempo—sugirié por vez primera una interpretacién de la Revolucién y sus ideales como realizacién de un cristianismo més profundo y comprensivo, correlato racio- nal de una religidn del sentimicnto que, por su parte, anticipa de un modo alegérico-mitico esas venturosas realizaciones histéricas. La obra de Maritain, en fin, traslada ya en nues- tros dias esta mentalidad al campo catélico mediante su teoria «personalistay y su «huma- nismo integral», consumando asi cuanto, mas © menos timidamente, propugnaron las demo- cracias cristianas. Hemos dicho que es éste el momento en que ¢] cinsensato» racionalista o cl «juglar de Jas ideas» toca la cumbre de su obra en el seno de nuestra civilizacién. La gravedad que para una cultura histérica posee esto que hoy se Hama cla traicién de los clérigos» puede apreciarse a través de la vieja teorfa platénica 154 de la Civitas humana y de la armonia virtuosa entre sus tres clases sociales, en la recta pro- porcién de sus derechos y deberes. Pensemos, dentro de ese esquema platénico, en lo que sobreviene a la Ciudad cuando cada una de las diversas clases de Ia sociedad decaen en su virtud propia y se corrompen traicionando su deber ¢ incumpliendo su cometido. Ello revela también Ja jerarquia natural que guar- dan entre si esas clases o estamentos, y la dignidad diversa de su funcién, Cuando el pueblo deja de ser sobrio y trabajador (decae en la templanza) puede producirse en la Ciu- dad la escasez, el hambre incluso. Es éste un gran mal, pero mayor es el que sobreviene cuando los guerreros o guardianes ceden en su imperativo de honor, disciplina y valor (fortaleza): la inseguridad, el temor ante e) desorden interior o la invasién exterior. Una Ciudad puede vivir cn Ja penuria, pero diff- cilmente en la incertidumbre y el terror. Sin embargo, cabe atin un mal superior para la comunidad, y es el engendrado por la abdi- cacién en su cometido de los sabios o direc- tores (los clérigos en la Ciudad cristiana), cuando decaen en su virtud que es la pruden- 155 cia: si esto sucede, los hombres todos dejan de sentirse en la firmeza y cl fervor, descono- cen los limites del bien y del mal, de la ver- dad y del error, dudan del norte de su exis- tencia, y sus vidas caen lentamente en la corrupcién y en la incoherencia. Es este efecto comparable a aquello que recuerdan con ma- yor horror quienes han vivido un gran terre- moto: no es el temor inmincnte de que tal edificio o tal monte se derrumbe sobre ellos, sino el no saber ya donde est4 el suclo, la pér- dida de un punto o un plano bdsico de refe- rencia. Por desorientada o disoluta que pueda ser la vida de un hombre o el ambiente de un pueblo, mientras exista en ellos la conciencia del pecado, es decir, de la norma y de su trasgresién, habrA para ellos una esperanza préxima de reforma y encauzamiento; si esa conciencia se ha perdido individual y ambien- talmente, pero persiste asequible algo o al- guien que conserve el depdsito de la verdad y de la norma, siempre cabr4 allf un dltimo recurso para reconocerlas y abrazarlas. Pero cuando falta también esto en el seno de un ambiente humano, la redencién de las almas 156 que en él moran y del ambiente mismo se ha- cen ya imposibles, salvo intervencién mila- grosa. Y son precisamente los sabios en la ciudad platénica, y la Iglesia docente—los pastores y clérigos—en la ciudad cristiana, los encargados de dirigirla en Ja virtud y en la verdad, 0, cuando menos, de conservar en ella el depésito de esas nociones. Y es el mo- mento en que sabios o sacerdotes, fallando en la virtud de la prudencia y en la lealtad a su misién, dilapidan el depésito de la verdad en artificios lingiifsticos de juglar o en fanta- sfas insensatas para situarse en la avanzada de su época o para halagar las pasiones, cuando la esperanza desaparece para la Ciudad y para las almas que clla alberga. A este nivel religioso-moral—que es a la vez techo y cimiento de la Ciudad humana—la labor del insensato sigue stempre los caminos sabidos de la raz6n pura o desencarnada. Su pretexto es siempre una supuesta busqueda de alo esencial», y su pregunta el demoledor gpor qué no? «Vuestras costumbres nada tienen de necesario; en otras partes y en otros tiempos son o fueron diferentes, ¢ Por qué no cambiar- las?» ¢Qué os mueve a acudir al templo en 457 domingo y no en cualquier otro dia? ¢Qué a comulgar de rodillas y no de pie? ¢Qué a rezar en latin y no en esperanto? gQué a en- lutaros de negro y no de blanco? La caracte- ristica de su pensamiento es, ante todo, la pér- dida del sentido de lo real, de la «aceptacién existencialy por que comienza toda civiliza- cién histérica; la pérdida también del sentido del misterio que es inseparable de toda reli- giosidad, y el desamor hacia las formas con- cfetas en que se recibe y venera. Is, secun- dariamente, el desprecio de la tradicién y de Ja encatnacién de lo sagrado dentro de Jos limites y continuidad de la mansién humana. El juglar de las ideas—el progresista dialogan- te de nuestros dias—, en su desdén hacia lo que llama «particularismos» y «adherenciasy busca siempre un supuesto

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