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208 {PARA UKA CRITICA DE LA RAZON DIALOGICA nas indo en Le es prc. pp 91-7) Por en cuando see a Spin de Robe Nock, Pape! Eur, Cambridge, Mastic TB. sue, dh ec tc no pee once ima Sept na poo a snes an mare ema co Tho tet epinncntnareipomnes sore dade dsc tly como tn secant eva cn por frgen lates. on ao sodas poplin don dle meres speeder te experimen bohm de encore ne uve Poo rot gc Rvoen Pen cnesgurs qo seers on waren ska commend cv, logan site far Shearer anette sme sco deur , tan gastada palabra podria lo mismo dar de s{ para un roto que para un descosido, esto es, podria igualmente bien servirnos de eufernismo con el que designar ya sea un estado crénico de coma, cuyo tinico desenlace seria entonces la muerte a que antes se aludia, ya sea un estado de anodina normalidad no menos crénico al que acaso conviniera llamar vida en su acepcién vegetativa. No es preciso afiadir que, al utilizarla de ese modo, es tariamos privando a esa palabra de una virtualidad harto notable: la de contribuir a recordarnos que lo que se halla en juego es el discernimiento ~serisis», como «critica», proviene del griego Arinein, que significa «separar» © «discernir», como cuando se separa o discierne el grano de la paja— de lo que, dentro del marxismo, pueda haber de vivo 0 mucrto, cosa por cierto muy distinta de suponer que sea el marxismo en bloque, o como un todo, lo que esté en trance de liquidacién o hayamos de dar por eviterno. En la his. toria de la cultura no parece que abunden los fallecimientos repentinos, como tampoco es propio de ella la eviternidad. Y ese fenémeno cultural que es el marxismo no tendrfa por qué constituir una excepcién, Por lo demds, y puestos a discernir, habria tal vez que comenzar por discernir unos de otros los multiples aspectos de un fendmeno como ése tan complejo, que ya reconoci que sc halla lejos de reducirse a los aspectos que ofrece a una consideracién preferentemente filosdfica del mismo. Pero, na- turalmente, no voy a ser yo quien acometa tal tarea, que muy gustoso dejo ‘quienes corresponda para pasar a preguntarme por la crisis del marxismo en la filsofia contempordnea, Si hubiera tratado de practicar semejante abstrac- , Y de ahi que sea imperioso precisar no sélo de qué medios hayamos de ser- virnos, sino también, y sobre todo, a qué fines apunta nuestra accién. Por lo que se refiere a lo primero, la raz6n instrumental ha alcanzado en nues- tros dias cotas de precisién antes insospechadas gracias al age y expansién de la tecnologia. Dado un determinado fin politico, la tecnologia respal dada por la ciencia —cuyos conocimientos trata de aplicar, pues la tecno: TERA (0: A VUELTAS CON LA RAZON 239 logia vendrfa a dejarse caracterizar como ciencia aplizada'”— parece consti tuir en este siglo el principal recurso con el que contamos para determinar, y proveernos de, los medios més adecuados al efecto, pues no iba a ser cosa, desde luego, de continuar echando mano de la magia o algun otro re- ‘curso similar. Nada de sorprendente tiene, en consecuencia, la importancia cobrada por esa variedad paradigmatica de la racionalidad de los medios que serfa la llamada «racionalidad tecnolégica». Desde el punto de vista de esta tiltima y por decirlo a grandes rasgos, un precepto tecnolégico seria considerado «racionale cuando dicho precepto goce de suficiente funda- ‘mento cientifico, cuando la acci6n preceptuada se ajuste a la finalidad que se pretende conseguir y cuando esa finalidad inmediata resulte compatible con otras finalidades remotas que los agentes hayan de tomar asimismo en consideracién, La automatizacién de la produccién, pongamos por ejem- plo, podria ser un buen medio para incrementar el rendimiento industrial, pero s6lo si desdefiamos consecuencias del mismo como el paro forz0so re- sultante y no si perseguimos mantener a toda costa el pleno empleo; por el contrario, la automatizaciGn de la produccién retendrfa aquella considera: ‘in si, en una sociedad capacitada para la administracién politica del ocio, Jo que se persiguiese fuera la reduccién de la jornada de trabajo. El encade- namiento de los medios y los fines, inmediatos o remotos, ha llevado a ha- blar en ocasiones de su inseparabilidad, lo que podria pasar por tolerable si alude a que «el que quiere el fin, ha de querer los medios» u otra muestra por el estilo de la sabiduria popular™, Pero si dicho encadenamiento ha de comportar algin orden de prelacién o jerarguiacin entre fines de rango in- ferior y superior —como parece inevitable, salvo que se desee cerrar esa ca dena sobre s{ misma a la manera de las pescadillas que se muerden la cola, con la inconsistente conclusién de que un fin dado pueda ser ala ver su pro- pio medio, habremos de presuponer un dltimo eslabén, esto cs, habie- ‘mos de presuponer un fin iltimo respecto del cual los fines de rango inferior puedan ser medios pero que, por su parte, no podria ser ya un medio res- pecto de ningzin fin de rango superior. ¥ tan pronto como admitamos un fin ultimo —que, en su ultimidad, vendrfa invariablemente a coincidir con un valor, como la emacipacién humana, la defensa del orden imperante 0 sabe Dios cudl otro-, lo que la afirmacién de la inseparabilidad de los me- dios y los fines nunca podré querer decir es que éstos sean conceptual- mente inseparables o que no quepa distinguirlos como pertenecientes a.ca- tegorias que, siquiera sea en aquel caso extremo de los fines tiltimos 0 valo- res, se excluyen mutuamente. Naturalmente, la distincién o separabilidad conceptual entre medios y fines no da todavia pie para afirmar o sustentar

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