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AMPARO rae ; Gib Ker heey reunidos oo a ie A phe i oe Primera edie, 2009 Primera reimapresin, 201 L Diva, Aenporo ‘Culenos rentides ? Amparo Pavia, — México : FCF, 2009. 208 p,: 17 x 2b ern, — (Clee, Letras Mexia) ISBN 978-607-16-0053-0 (rnstica) 97B-607 10-0057 eeapasiads) 1 Cuentes mexicanes 2, Literatura napocana JW. ser, te pgr2s7 Dewey MB63 D333 Disvritucis muna Votograta de In cuzora: Ricardo Satsear Alsada D.R 6 2008, rondo de Cultura Kennamee (Careera PicachosAjuseo. 227; 14738 Mexico. D.F Empresa cestincade 150 9001: 2008 Comeriatios eirvest@fondodecolursecunomica com ‘el. (55) 5227-40672 Fay (58) 5227-4608 Se prohibe lt repeodvecian coal 0 parcial de esta een, soa coal fusre ‘el medio, sin la auencia por every del tala Ue les derechos. ISBN 978-607-16-0053-0 (nistica) {SBN 978-607-16-0054-7 (empastada) lnmpreso en Mico » Prin in Mexico . Tiempo destrozado Primero fue un inmenso dolor. Un irse desgajando en el silencio, Desarticulan- dose en el viento oscure. Sacar de pronto las raices y quedarse sin apoyo, sor- damente cayendo, Despenandose de una cima muy alta. Ua recuerdo, una vi- siGn, un rostro, el rostro del silencio, del agua... Las palabras finalmente como algo que se toca y se palpa, las palabras como materia ineludihle. Y toda acom- partado de una musica oscura y pegajosa, Una musica que no se sabe de donde sale, pero que se escucha, Vino después el azoro de la rama aérea sobre la tie- rma. El estupor del ave en el primer dia de vuelo. Todo fue ligero entonces y gaseaso. La sustancia fue el humo, o el suena, la niebla que se vuelve irreali- dad. ‘Todo era instante. £] sdlo querer unia distanctas. Se padia tocar el techo con las manos, o Lraspasarlo, 0 quedarse flotando a medio cuarto, Subir y bajar como movide por un resorie invisible. Y todo mis alla del sonido; donde los pasos no escuchan sus huellas. Se podia llegar a través de los muros. Se podia reir o llorar, gritar desesperadamente y ni siqniera imo mismo se ofa. Nada te- nia valor sino el recuerdo. El instante sin fin estaba desierto, sin espectadores que aplaucieran, sin gritos, Nada ni nadie para responder, 1.0s espejos perma- nectan mudos. No reflejaban luz, sombra ni fuego... Entramos en la Huerta Vieja, mi padre, mi madre y yo. La puerta estaba abier- ta cuando llegamos y no habia ni perros ni hortelano. fbamos muy contentos cogidos de las manos, yo en medio de los dos, Mi padre silbabe alegremente. Mama Hevaba una cesta para comprar fruta, Habla muchas flores y olor a fru- ia madura, Llegamos hasta el centro de !a huerta, alli donde estaba el estan- que con pececitos de colores. Me solte de las manos de mis padres y corri hasia la orilla del estanque. En el fondo habia manzanas rojas y redondas y los peces pasaban nadando sobre ellas, sin tocarlas... queria verlas bien... me acerqué mis al borde. .. mis... 85 66 —No, hija, que te puedes caer —grité mi padre. Me volvi a mirarlos, Mama habia tirado la cesta y se levaba las manos a la cara, gritando, Yo quiero una manzana, papa. -—Las manvanas son un enigma, nifia, Yo quiero una manzana, una manzana grande y roja, como ésas... —No, nifia, espera... yo te buscaré otra manzana. Bringué adentro del estanque. Cuando legué al fondo sélo habia manzanas y ppeces tirados en el piso; el agua habfa saltado fuera de! estanque y, levada por el ‘viento, en remolino furioso, envolvié a papa y a mamd. Yo no podia verlos, giraban rodeados de agua, de agua que los arrastraba y los ocultaba a mai vista, alejandolos cada vez mas... senti un terrible ardor en la garganta... papa, mamé... papa, mama... yo tenia la culpa... mi papa, mi mama... Sali fuera de? estanque. Ya no estaban allt, Habfan desaparecido con el viento y con el agua... comencé a llorar desesperada.... se habfan ido... tenfa miedo y frio... los habla perdido, los habia perdido y yo tenia la culpa... estaba oscureciendo... tenfa miedo y fio... mi papé, mi mama... miré hacia abajo; el fondo del estanque era un gran charco de sangre... ‘Un drabe vendia telas finas en un cuarto grande lleno de casilleros. Quiero una tela muy linda para hacerme un Uaje, necesito estar elegan~ te y bien vestida esa noche —le dije, ~—Yo tengo las telas mas hermosas del mundo, sefiora... mire este sobet- bio brocado de Damasco, jno le gusta? —St, pero yo quiero una cosa mds ligera, los brocados no son propios para esta estacién, ~-Entonces tengo ésta. Fijese qué dibujos.,. caballos, flores, mariposas... y se salen de la tela... mirelos como se van... se van... se van... después re- gresan.,. los caballos vuelven sélo en recuerdo, las mariposas muertas, las flores disecadas.... todo se acaba y descampone, querida senora... —iNo siga, por Dios! Yo no quiero cosas muertas, quiero lo que perdura, no lo effmero ni lo transitorio, esa tela es horrible, me hace daito, Hévesela, llévesela... iY qué me dice de esta oua? —Bella... muy bella en verdad... es como un oleaje suave y —No, sefora, est usted completamente equivocada, no es un oleaje sua- Tempo deseo ve, esta tela representa el caos, el desconcierto total, lo informe, lo inenarra- ble... pero le quedara sin duda un bello traje —Aparte de mi esa tela desquiciante, no quiero verla mas... yo quiero uns tela linda, ya se lo dije. El arabe me mizaba con sus negros ojos, hundidos y brillantes. Entonces descubri una tela sobre una mesa. —Déjeme ver ésta, creo que me gusta... —Mny bonita, gverdad? —Si, me gusta bastante —Pero no puedo vendersela —Por qué no? —Hace afos la dejé apartada una senora y no sé cuando vendri por ella. —Tal vez ya se olvido de la tela. ¢Por qué no me la vende? —Si se olvid no tiene importancia, la tela se quedara aqui siempre, siem- pre, siempre, pero por ventura, querida seftora, gsabe usted lo que esta pala- bra significa?... Bueno, gqué le parece ésta que tengo aqui? ~My linda, la quiero. —Debo advertirle que con esta tela no le saldra nada, si acaso un adorno para otro vestido... |Ah!, pero tengo ésta que es un primor, mite qué seda mas fina y qué color tan tierno y delicado, es como am pétalo.... —Tiene razén, es perfecta para el traje que quiero, exactamente como yo la habia pensado, —Se verd usted con ella como una rosa animada. Es mi mejor tela, jse la llevara sin duda? —Por supuesto, cérteme tres metros. —Pero... qué es lo que estoy oyendo?, jcortar esta tela?, ghacerla pe- dazos? |Qué crimen mas horrendo! No puede ser, no... su sangre corrien- do a rios, llenando mi tienda, manchandolo todo, tedo, subiendo hasta mi garganta, ahogandeme, no, no, jqué crimen asesinar esta telal, asesinarla friamente, séle porque es bella, porque ¢s tierna ¢ indefensa, ;qué infamia, qué maldad, qué ser mas despreciable es usted, deleznable y vil, y todo por un capricho! jAh, qué crueldad, qué crueldad...!, pero le costara bien cara su maldad, la pagard con creces, y no podrd ni arrepentirse perque no le darn Giernpo, mire, mire hacia todos lados, en los casilleros, en las mesas, solo hay telas vacias, huecas, abandonadas; todos s¢ han salido, todos vie- nen hacia aca, hacia usted, y se van cercando, cada ver mas, mas, mas es- empodearosdo or 68, techo, més cerca, hasta que usted ya no pueda moverse ni respirar, asi, ast, asi. Sangre, jqué feo el olor de la sangre! Tibia, pegajosa, la cogi y me horroricé, me dio mucho asco y me limpié las manos en el vestido. Lloraba sin consuelo y los mocos me escurrian, quetia esconderme debajo de la cama, a oscuras, donde nadie me encontrara,.. “Lucinda, nifa, déjame quitarte ese vestido y Javarte las manos y la cara: estas lena de sangre, criatura.” Mi mama me lim- piaba la nariz con su panuele... mamé, mama, gpor qué mataron al borrego?, le salia mucha sangre caliente, yo la cog(, mama, alli en el patio... Me lavaron ¥ pusieron otro vestido y Quintila me Hevo a la feria: mi papa me dio muchos veintes, subf a los caballitos, en el blanco, fueron muchas vueltas, muchas, y me dio basca... Quintila me comprd algodén rosa y nieve de vainilla, el algo- don se me hizo una bola en Ja garganta y vomité otra vez, y otra, tenia la boca lena de pelos, de pelos tiesos de sangre, nieve con pelos, algodén con san- gre...Quintila me metia el algodén en Ja boca... “abre la boca, hija, da unos Lraguitos, anda, sé buena, bebe, te hard bien”. Yo no quiero ese calde espeso, voy a vomitar, no me den ese horrible calde, es la sangre del horrego, esta ubia, es- esa; mi braze, papa, me duele mucho, un negro muy grinde y gordo se ha sentado sobre mi brazo y no me deja moverlo, mi braze, papa, dile que se vaya, me duele mucho, vey a vomitar otta vez el caldo, qué espeso y qué amargo Entré en una libreria moderna, lena de cristales y de plantas. Los estantes Hlenos de libros legaban hasta el techo. La gente salia cargada de libros y se iban muy contentos, sin pagar. El hombre que estaba en la caja suspiraba tris- temente, cada vez que alguien salla, y escribia algo en wn gran libro, abierto sobre el mostrador Empece entonces a escoger libros ripidamente, antes de que se acabaran. Me ilevaria muchos, igual que los demas. Ya habia logrado Teunir un gran altero, pero cuando quise cargar con ellos, me di cuenta de que no podia con tantos. Los brazos me dolian terriblemente con tanto peso y Ios libros se me caian sin remedio; parecia que se iban escurtiendo de entre mais brazos, Devidi descaztar unos, pero tampoco podia con los restantes: los Dbrazos segufan doliendo de manera insoporable y los libros pesaban cada vez As; dejé otros, otro, otro mas, hasta quedar con un libro, pero ni con uno solo podia... entonces me di cuenta de que ya no habia gente alli ni siquiera el hombre de Ja caja. Toda la gente se habia ido y ya no quedaban libros, se Tiempodestnzate los habtan Hevado todos. Sentt mucho miedo y fui hacia la puerta de salida. Ya no estaba. Comencé a correr de un lado a otro buscando una puerta. No habia puertas, Ni una sola. Solo muros con libreros vacios, como ataudes ver tcales. Comencé a gnitar y a golpear con los pufios a fin de que me oyeran y me sacaran de alli, de aquel saléa sin puertas, de aquella tumba; yo gritaba, atitaba desesperada.... senti entonces una presencia, oscura, informe: yo no la veia pero la sentia totalmente, estaba atrapada, sin salida, empecé a retroceder paso a paso, lentamente para ao caerme, tambign avanzaha, lo sabia, lo sentia con toda mi ser, ya no pude dar un paso mas, habla topado con un libero, sudaba copiosamente, los gritos subian hasta mi garganta y alli se ahogaban en un ronquide inarticulado; ya estaba muy cerca, cada ver més cerca, y yo alls, sin poder hacer nada, ni moverme, ni gritar, de pronto... Estaba en los andenes de una estacién del ferrocarril, esperando un tren. No tenia equipaje. Llevaba en las manos una pecera con un diminuto pececito azul. El tren llego y yo lo abordé apidamente, temia que se fuera sin mi. Esta- ba [leno de gente. Recorr! varios carros tratando de encontrar un asiento. Te- nia miedo de romper la pecera, Encontré lugar al lado de un hombre gordo que fumaba un puro y echaha grandes bocanadas cle humo por boca, nariz y ojos. Comencé a marearme y ano ver y oler mas que humo, humo espese que s¢ me filtraba por todos lados con un olor insoportable. Empez6 a contraérse- me €] estémago y corri hasta el tocador. Estaba cerrado con candado. Deses- perada quise abrir una ventanilla. Las habian remachado. No pude soportat mas tiempo. Vomité dentro de la pecera uma basca negra y espesa. Ya no po- dia verse ei pececito azul; presenti que habia muerte, Cubri entonces la pece- ra con ini panuelo floreado. Y comencé a buscar otto sitio, Fn el altimo carre encontré uno frente a una mujer que vestfa elegantemente. La mujer miraba por la ventanilla; de pronto se dio cuenta de mi presencia y se me quedo mi- rando fijamente. Era yo misma, elegante y vieja. Saqué un espejo de mi bolsa para comprobar mejor mi rosiro. No pude verme. El espejo no feflejé mi ima- gen. Senti frie y terror de no (ener ya rostro. De no ser mas yo, sino aquella marchita mujer llena de joyas y de pieles. Y yo no queria ser ella, Ella era ya vieja y se iba a morir maiiana, tal vez hoy mismo, Quise levantarme y huir, bajarme de aquel wen, ibrarme de ella. La mujer vieja me miraba fijamente y yo supe que no me dejaria huit, Entonces una mujer gorda, cargando a un niflo pequeito, vino a sentarse al lado mio, La miré buscando ayuda. Tambien Trompe detrogsdo 69 70 era yo aquella otra. Ya no podria salir, ni escapar, me habian cercado, El nino comenz6 a llorar con gran desconsuelo, como si algo le dohiera. La madre, yo misma, le tapaba la boca con un paituelo morado y casi lo ahogaba. Seati pro- fundo dolor por el nifio, jmi pobre nifo!, y di un grito, uno solo. El panuelo con que me tapaban Ia boca era enorme y me lo metian hasta la garganta, mas adenuio, mas... Tiempo desroante El desayuno Cuando Carmen bajé a desayunar a las siete y media, segim costumbre de la familia, todavia no estaba vestida, sino cubierta con su bata de patio azul ma- Tino y con el pelo desordenado. Pero no fue sdlo esto lo que llamo ia atencion de los padres y del hermano, sino su rastro demacrado y ojereso como el de quien ha pasado mala noche o sufre uma enfermedad. Dic los buenos dias de una manera automitica y se sento a la mesa dejandose casi caer sabre la silks. — {Qué te pasa? —le pregunts el padre, observindola con atencion. —Qué Genes, hija, estas enferma? —pregunt6 a su vez la madre pasan- dole un brazo por los hombros. iene cara de no haber dormido —comento el hermano. Ella se quedé sin responder como si no los hubiera escuchado. Los pa- ches se miraton de reojo, muy extrariados por la actitud y el aspecto de Carmen. Sin atreverse a hacerle mms preguntas comenzaron a desayunar, esperando que en cualquier momento se recobrata. “A lo mejor anoche bebié mas de la cuenta y lo que tiene la pobre es una tremenda cruda”, pens el muchacho. “Esas constantes dietas para guarda: la linea ya deben de haberla afectado”, se dijo la madre al ir hacia la cocina por el caié y los huevos revueltos. —Hoy si iné a la peluqueria ames de comer —dijo el padre. —Hace varios dias que intentas lo mismo —comente la mujer. —Si vieras cuanta pereza me da el solo pensarlo. —Por esa misma razon yo nunca voy —asegurd el muchacho. —Y ya tienes una imponente melena de existencialista. Yo no me atreve- ria salir asi a la calle —dijo el padre. — {Si vieras qué éxito! —dijo el muchacho. —Lo que deberian hacer es ir juntos al peluquero —sugirie fa madre mientras les setvia el calé y los hueves. Carmen puso los codos sobre la mesa y apoy6 la cara entre las manos, 31 132 —Tuve un sueno espantose —dijo con vez completamente apagada —Un sueao? —pregunto la mace, —Un sues no es para ponerse asi, nina —dijo el padre—. Anda, des aytinate, Pero ella parecia no tener la menor intenciGn de hacerlo y se qued6 inmo- vil y pensativa —Amanecié en trégica, ni modo —explicé el hermano soariendo—. |Es- tas actrices inéditas! Peta mira, no 1e aflijas, que en el teatro de la escuela pueden dane un papel —Déjaia en paz —dijo la madre en tono de disgusto—. Lo tnico que consigues es ponerla mas nerviosa. E} muchacho no insistid en sus bromas y se puso a platiear de la maniles- tacién que habian hecho los estudiantes, la noche anterior, y que un. grupo de granaderos dispersé lanzando gases lacrimégenos. —Precisamente por esa me inqiero tanto por ti —dijo la mujer—; yo no sé Jo que daria por que no anduvieras en esos mitines tan peligtosos. Nunca se sabe cémo van a ferminar ni quignes salen heridos, o a quignes se llevan a la carcel —Si le toca a.uno, ni modo —dijo el muchacho—. Pero tit comprenderas que no es posible quedarse muy tranquilo, en su casa, cuando otros estén lu- chando a braze partido. —Yo no estoy de acuerdo con esas tacticas que emplea el gobierno —-dijo el padre mientras untaba una tostada con mantequilla y se servia otra taza de café—, no obstante que no simpatizo con los mitines estudiantiles porque yo pienso que Los estudiantes deben dedicarse sencillamente a estudiar. —Seria dificil que una gente “tan conservadora” como tu entendiera un, movimiento de este tijyo —dijo el muchacho con itenia —Soy, y siempre he sido, partidario de la kbertad y de la justicia —agre- g6 el padre—, pero en le que no estoy de acuerdo. —Sotté que habian matado a Luciano —En lo que no estoy de acuerdo —repitio el pace, ¢que habian mata- do a quién? —pregunte de prone. —A Luciano —FPero mira hija que ponerse asi por um sueno tan absurdo, es come si yo sofiara cometer un desfalco en el banco y por eso me enfermara —dije el pa- dre limpiindose los bigotes con la servilleta—. También he sonado, muchas veces, que me saco la lateria, y ya ves. se com ceta i —Todos sofiamos a veces cosas desagradables; otras veces cosas hermo- sas —dijo la madce—, pero ni unas ni otras se Tealizan. Si quieres tomar los suefios Segtin la gente los interpreta, muerte o atatd significan larga vida o augurio de matrimonio, y dentro de dos meses. iY qué tal aquella vez —dijo el hermano dirigiéndose a Carmen— que sohé que me iba con Claudia Cardinale de vacaciones a la montatia! Ya habia- mos legado a la cabafia y las cosas empezaban a ponerse buenas cuando ( me despertaste, ;te acuerdas de lo furioso que me puse? —No recuerdo muy bien cémo empezé... Después estabamos en el de- partamento de Luciano. Habia claveles rojos en un florero, tome uno, el mas lindo y fai hacia el espejo (comenzé a contar Carmen con una voz pausada y lisa, sin inflexiones), Me puse a jugar con el clavel. Tenfa un olor demasiado fuerte, lo aspiré varias veces. Habia musica y tuve deseos de bailar. Me senti Ge pronto tan contenta como cuando era nia y bailaba con papd. Comencé a bailar con el clavel en la mano como si kubiera side una dama del siglo pasa- do. No me acuerdo como estaba vestida... La mtisica era linda y yo me aban- donaba por completo, Nunca habia batlado asi. Me quité los zapatos y los tiré por la ventana. La musica no terminaba nunca y yo comencé a sentirme muy fatigada y quise detenerme a descansar. No pude dejar de moverme. Fl clavel me obligaha a seguir bailando. —No me parece que ése sea un suetic desagradable —coments la mujer. —Olvidate ya de tn sueno y desaytinate —le ogo nuevamente el padre, —No te va a aicanzar el tempo para vestinte y llegar a la oficina —agreg6 la madre. Como Carmen no dio la menor muestra de atender lo que le decian, el padre hizo un gesto de desaliento. —I sabado sera por fin la cena para don julian; habra que mandar el Uaje oxford a la tintoreria, creo que necesita una buena planchada —le dijo a su mujer. —Lo mandaré hoy mismo para tener la seguridad de que esté listo el s4- bado, a veces son tan informales. —jln donde va a ser Ja cena? —pregunto el muchacho. —iodavia no nos hemos puesto de acuerdo, pero lo mas seguro es que sea en la terraza del Hotel Alameda. —iQué elegantes! —comenté el muchacho—. Te va a gustar mucho —le aseguro a la madre—, tiene una vista magntfica. Fderavune 133 Be —Yo no sé ni qué voy a ponerme —se lament la mujer. —Te queda muy bien el vestide negro —le dijo el hombre. —Pero siempre Hlevo el mismo, van a pensar que es el tmico que tengo. —Si quieres ponte otro, pero realmente te va muy bien ese vestieo. —Luciano estaba contento, mirindome bailar. De wna caja de cuero sa- 6 una pipa de marfil. De pronto tenniné la musica, y yo no podia dejar de bailar. Lo intenté muchas veces. Desesperada quise arrojar el clavel que me obligaba a seguir bailando. Mi mano no se abris. Entonces hubo otra vez mu- sica. De las paredes, del techo, del piso, salian flautas, trompetas, clarine- tes, saxofones, Era un ritmo vertiginoso. Un largo grit desgarrado 0 una tisa jubilosa. Yo me sentfa arrastrada por aquel riumo, cada vez mas acelerado y frenético. No podia dejar de bailar. El clavel me habla poseido. Por mas que lo imentaba no podia dejar de bailar, el clavel me habia poseido... Los tres se quedaron unos minutos esperando que Carmen continuara el relato; después se miraron comunicindose su extratieza y siguieron desayu- nando. —Dame un poco més de huevo —picié el muchacho a la madre y miro de reojo a Carmen que se habia quedado ensimismada, mientzas peasaba: “cualquiera diria que fume mariguana” La mujer le sitvio al muchacho y toms un vaso con jugo que estaba frente a Carmen. —Behe este jugo de tomate, hifa, te sentara bien —le rogo. Al mirar el vaso que le offecia su madre, el rostro de Carmen se desfiguré totalmente. —iNo, por Dios, no, no, asi era stt sangre, roja, roja, pesada, pegajosa, no, no, qué crueldad, qué crueldad! —decia golpeando las palabras y escu- piéndolas. Después escondié la cara entze las manos y comenz6 a sollozar, La madre, afligida, le acarici6 la cabeza —Fetas enferma, hija. (Claro! —dijo el padre exasperado—. Trabaja mucho, se desvela todas las noches, si no es el teatro, es el cine, cenas, reuniones, en fin, jaqui esta el resultado! Quieren agotarlo todo de una sola vez, Les ensenia uno moderacion y “ti no sabes de estas cosas, en tu tiempo todo era diferente”, es cierto, uno no sabe de muchas cosas, pero por lo menos no acaba en. — {Qué estas insinuando ti? —la voz de la mujer era abiertamente agre- siva 134 sana once —Por favor —intervino el hijo—, esto ya se est poniendo insapontable. —Luciano estaba tecostado en el divan verde. Fumaba y reta. EI humo le velaba la cara. Yo solo oia su risa, Hacia pequeiios anillos con cada bocanada de humo, Subtan, subian, luego estallaban, se rompian en mil pedazos. Eran mundsculos seres de cristal: caballitos, palomas, venados, conejos, bihos, ga- tos... El cuarto se iba llenando de animalitos de cristal. Se acomodaban en todos lados como espectadores mudos. Otros permanecian suspendidos en el aire, como si hubiera cuerdas invisibles. Luciano reia mucho al ver los miles de animalitos que echaba en cada bocanada de humo. Yo seguia bailando sin poder parar. Apenas si tenfa sitio donde moverme, los animalites lo invadian todo, El clavel me obligaba a bailar y los animalitos salian mas y més, cada vez mis, hasta en mi cabeza habia animalitos de cristal; mis cabellos eran las samas de un enorme arbol en el que anidaban. Luciano se reia a carcajadas como yo nunca lo habia visto, Los instramentos también comenzaron a reitse, las flautas y las uompetas, los clarinetes, los saxofones, todos se refan al ver que yo ya no tenia espacio donde bailar, y cada vez salian mas animalitos, mas, mas... Lleg6 un momento en que casi no me mavia. Apenas me balan- ceaba, Desputs ya ni eso pude hacer. Me habian cereado por completa. Deso- ada mizé el clavel que me exipiz bailar. ;Ya no habia clavel, ya no habia clavel, era el corazén de Luciano, rojo, caliente, vibrante todavia entre mis manos! Los padres y el hermano se miraron llenos de confusion sin entender ya nada. Sobre ellos habia caido, como un intruso que rompiera el ritmo de su vida y lo desorganizara todo, el trastorno de Carmen, Se hablan quedado de pronto mudos y vacios, temerosos de dar cabida a lo que no querian ni si- quiera pensar. —-Lo mejor sera que se acueste un tato y tome algo para los nervios, 0 de Jo contrario todos terminaremos mal —dijo por fin el hermano. i, en eso estaba pensande —dijo el padre—; dale una de esas pastillas que tomas —ordené a la mujer. —Anda, hija, sube a recostarte un rato —decia agobiada la madre, tratan- do de ayudarla a levantarse, sin tener ella misma fuerzas para nada—. Llevate estas uvas. Carmen levants la cara y su rostro era un campo totalmente desvastado. En un murmullo que apenas se entendia dijo: —Ast estaban los ojos de Luciano. Estaticos y verdes como cristal opaco. 1a luna enuaba por la ventana. La fuz fia iluminaba su rostro. ‘Tenia les ojos Adesso 135 136 verdes muy abiertos, muy abiertos, Ya todos se habian ido, los instrumentos y los animalitos de cristal. Todos se habian marchado. Ya no habia musica, Solo silencio y vacto. Los ojos de Luciano me miraban fijamente, fijamente, como si quisieran traspasarme, Y yo ahi a mitad del cuarto con su corazén latiendo entre mis manos, latiendo todavia... latiendo. —Llévatela a acostar —dijo el hombre a su mujer—. Voy a llamar a la oficina diciendo que esta indispuesta, y creo que también al doctor —y con la mirada buscé aprobacién. La madre y el hijo movieron la cabeza afirmativamente mientras sus ojos tenian una mirada de apradecimiento hacia el viejo que cumpiia su deseo mas inmediato. —Anda, bija, vamos para arriba —Ie dijo la madre Pero Carmen no se movié ni parecié escuchar, —Dgjala, yo la Llevaré —dijo el hermano—, preparale un té caliente, le hard bien. La mujer se dirigi6 hacia la cocina caminando pesadamente, come si so- bre ella hubiera caido de golpe el peso de muchos aftos. El hermano intents mover a Carmen y al no responder ella, no quiso violentarla y decidli6 esperar aver si reaccionaba, Fncendio un cigarrillo y se senté su lado. El padre termi- ni de hablar por teléfono y se derzumbe en un viejo sillén de descanso desde el que observaba a Carmen. “Ya nadie fue a trabajar este dia, ojala y no sea nada serio.” La mujer hacia naido en [a cocina, como si al moverse tropezara con todo, EI sol entraba por la ventana del jardin pero no lograba alegrar ni calentar aquella habitacién donde todo se habia detenido. Los pensamientos, las sospechas, estaban agazapados o velados por el temor. La ansiedad y la angustia se escudaban en desolada mudez. El muchacho mito su reloj. —Son casi las nueve —dijo por decir algo —Fl doctor viene para aca; por suerte estaba todavia en su casa —dijo el padre. ‘The last time saw Paris, comenzé a tocar, al dar las nueve, el reloj musical que le habtan regalado a la madre en su dltimo cumpleafos. La mujer sali de la cocina con una taza de té humeante y los ojos enrojecidos —Ve subiendo —le dijo e] hombre—, ahora la llevaremos. —Vamos para arriba, Carmen. Entre los dos la hicieron sncorporarse. Elia se dejé conducir sin oponer Mascara ninguna resistencia y comenzo a subir lentamente la escalera. Esiaba muy le- jos de si misma y del momento. Sus ojos casi fijos miraban hacia otra parte, hacia otro instante. Parecfa una figura fantasmal que se desplazaba entre las rocas. No alcanzaron a llegar al final de la escalera, Unos fuertes golpes en la puerta de la calle los detuvieron. El hermano bajé corriendo pensando que seria el médico. Al abrir la puerta, entré bruscamente la policia, Haoayune 137 [ | El altimo verano Llevaba un vestido de gasa con volantes en el cuello y en las mangas, el pelo castaio oscuro, recogido hacia atrés con un morio de terciopelo negro, dejaba despejado un rostro joven de armoniosas facciones en el cual tesaltaban los ojos sombreados por largas pestafas. No sélo irradiaba juventud y frescura aquella muchacha, sino una gran paz y [elicidad. Pero aquella muchacha her mosa, porque en yerdad lo eza, y tan bien arreglada y respirando tranquilidad por todos los poros, estaba dentro de un marco, colocado sobre el tocador, cerea del espejo. Asi era a los dieciocho afos, antes de casarse. Pepe habia querido que le diera un retrato camo regalo de cumpleatios, Habia salido muy bien, si, realmente, y experimenté un inmenso dolor al comparar a la joven de Ja fotografia con la imagen que se rellejaba en cl espejo, su propia imagen: la de una mujer madura, gruese, con un rostto fatigado, marchito, donde empe- zaban a notarse las arrugas y el poce cuidado o mas bien el descuide de toda su persona: el pelo opaco, canoso, calzada con zapatos de tacn bajo y un vestido gastado y pasado de moda. Nadie pensaria que esa que esteba miran- dola detras del vidrio del portarretratos habia sido ella, si, ella, cuando estaba tan lena de ilusiones y de proyectos, en cambio, ahora... “{Qué le pasa, mama?”, le pregumté Ricardo, porque se habia quedado con la cara escondi- da entre las manos, ¢entada alli, frente al tocador, a donde habia ido a arre- elarse un poco para salir. Con gran cesaliento se cambis de ropa y se arreglo, “claro que no es posible sentitse contenta y animosa cuando de sobra se sabe que una no es ya una mujer sino una sombra, wna sombra que se ira desvane- ciendo lentamente, lentamente...” Ahora tuvo que taparse la boca con el pa- auelo para ahogar un sollozo. Porque aquel thimo tiempo se habia sentido demasiado sensible y deprimida, y lloraba ficilmente Fue a principios del verano, de ese verano seco y asfixiante, que habia emrpezado a sentirse mal; a veces era una intensa nausea al despertar y unas 205 206 como oleadas de calor que le subian hasta la cabeza, o fvertes mareos, como siel cuarto y los muebles se movieran; marcos que en algunas ocasiones per sistian durante todo el dia, también habia perdido el apetito, no se le antojaba nada y todo le daba asco, y de su cuenta se habria pasado los dias sin comer, slo con un calé © un jugo, Una immense fatiga se iba apoderando de ella y la imposibilitaba para el cumplimiento de las tazeas diarias, ella que siempre habia (rabajado de la manana a la noche, como una negra. Todo lo que hacia ahora era con un gran esfuerzo, un esfuerzo que cada dia tha siendo mayor “Ha de ser fa edad,” Esa edad que la mayoria de las mujeres teme tanto y que ella en especial vefa Tlegar como el final de toclo: esterilidad, envejecimiente. serenidad, muerte... Los dias pasaban y el malestar aumentaba a tal punto que decidio ira ver al médico. Tal vez le dieva algo con qué hacer menos pe- seca esa dificil etapa. Después de examinatla detenidamente, el doctor le clio una palmada cari- fosa en et hombro y la felicits. Serta madre de nuevo. No podia creer lo que estaba eseuchando, “Nunca lo hubicra creida, pero @ mis anos, yo pencaba que era... 5 decir, que ya serian los sintomas de... pero zeomo es posible, doctor?” ¥ tuve que pregumiarle varias veces si estaba realmemte seguro de su Giagnéstico, pues era muy rato que eso sucediera a su edad. “Eso es, hija, y nada més, sigue mis indicaciones y vienes a verme dentro de un mes, no ten- gas temor, si te cuidas todo saldra bien, ya veris, te espero dentro de un mes.” Le receté algunas medicinas que deberia tomar. ¥ ella que dutante dias y dias. y todavia unas horas antes, habia llorado de solo pensar que ya habia legado a esa terrible edad en la que la matemidad, la lozania y et vigor terminan. ahora, al recibir la noticia, no experiments ninguna alegria, por el contratio tuna gran comlusten y una gran fatiga, Porque, clato, era bien pesado despues de siete atios volver u tener otro nifio, cuando ya se han tenido seis mas y una ya no tiene veinte anos, y no cuenta con quign le aynde para nada y tiene que hacerlo todo en la casa y arreglarselas con paco dinero, y con todo subiende dia a dia, Asi iba pensando en el camiéa, de regreso a sui casa, miranda pasar Jas calles que le parecian tan tristes como la tarde, como ella misma, Porque ya no queria volver a empezar, otra vez las botellas cada tres horas, lavar pa- nales todo el dia y las desveladas, cuando ella ya no queria sino dormir ¥ dormir, dormir mucho, no, no padia ser, ya no tena fuerzas ni paciencia para cuidar otro nifto, ya era bastante con Lidiar con seis y con Pepe, tan seco, tan insdiferente, “no es partido para ti, hija, nunca lograra nada en la vida, no tie- Arboles perifundos sine ce et att ne aspiraciones y lo unico que hard sera llenarte de hijos”, si, otro hijo mas y él no harta el més minimo esfuerzo por buscatse otro ttabajo y ganar mas di- nero, qué le importaba que ella hiciera milagros con el gasto, o que se murie- 1a de faliga. Esa noche le dio la noticia. Les nifios ya se habian acostado y ellos esta- ban en la estancia viendo la television como todos los dias después de cenar, Pepe le pasé un brazo sobre los hombros y le toz6 la mejilla con un beso. “Cada hifo trae su comida y su vestido, no te preocupes, saldremos adelante como hemos salido siempre.” Y ella se quedé mirando aquella pantalla de te- levision donde algo se movia sin sentido, mientras en su interior un mundo de pensamientos y sentimientos se apretujaba. Pasaban los dias, las semanas, y seguia sin encontrar resignacion ni esperanza. La fatiga aumentaba con los dfas y una gran debilidad la obligaba a recostarse, en ocasiones, varias veces durante el dia. Asf transcurria el verano. Por las noches y un poco entre suetios Pepe la oia llorar o la sentia estre- mecerse, pero é! apenas si se daba cuenta de que ella no dormia, Fra natural que Pepe descansara a pierna suelta, jclarol, él no tendria que dar a luz un. hijo més, ni que cuidarlo, “los hijos son un premio, una dédiva”, pero cuando se tienen cuarenta y cinco atts y seis hijos otro hijo mas no es un premio sino am castigo porque ya no se cuenta con fuerzas ni alientos para seguir adelante. A veces se levantaba a mitad de la noche y se sentaba cerca de la ventana, aht, a oscuras, ofa los grillos abajo en el pequerio huerto donde ella cultivaba algunas hortelizas, y el alba Ja sorprendia con los ojos abiettos atin y las ma- nos crispadas por la angustia. Habia ido a ver al médico al cumplirse el mes y, después, al siguiente. Le cambiaba un poco las prescripciones, pero siempre las recomendaciones eran las mismas: “Procura no cansarie tanto, hija, teposa mas, tranquilizate”. Fila regresaba a su casa caminando pesadamemte. Una de esas noches en que no lograba conciliar el suefto y el calor y la desesperacion la hactan levantarse y caminar, salid a refrescarse un poco y se tecargé en el barandal de la escalera que bajaba de las habitaciones hacia el huerto. Hasta ella llegaba el perfume del huele de noche que tanto le gustaba, peto que ahora le parecta demasiado imtenso y le repugnaba, Estaba observan- do indiferente a las luciémagas, que se encendian y se apagaban poblando la noche de pequetias y breves lucecitas, cuando algo caliente y gelatinoso empe- 26 a correr entre sus piernas. Mir hacia abajo y vio sobre el piso un ramo de Elaine verano 207 208 amapolas deshojadas. Sintié la frente bafiada en sudor frio, las piernas que se le iban aflojando y se alianzé al barandal mientras le gritaba a su marido. Pepe la llevé a la cama y corrié a buscar al médico. “Te reeomendé mucho que descansaras, hija, que no te fatigaras (anto”, dijo el doctor cuando termi- n6 de atencerla y le dio wma breve palmada en el hombro, “trata de dormir mafiana vendré a verte", Antes de caer en et sueno, le pidid a Pepe que envol- viers los codgulos en unos penédicos y los enterrara en un rincén del huerto. para que los nifios no los vieran El sol Henaba la habiiacion cuando desperté. Habfa dormido muchas ho- vas. Sus hijos se habian ide a la escuela sin hacer ruido. Pepe le Mevo una taza de café con leche y pan que comié con agrado. Tenia hambre. Y cuando Pepe salid a buscar a su hermana pera que viniera unos dias mientras ella se recupe- raba, se quedé pensando y no pudo menos que experimentar un gran descan- so por haber salido de aquella temenda pesadilla, Clazo que Je dolia que ku- bieza sido en una forma tan triste, tan desagradable, pero las cosas no som come uno las desea, ni las piensa, sino como tienen que ser. Desde luega que ya no queria ouo hijo, no, hubiera sido superior a sus fuerzas, pero na asi, que ne hubiera sucedido asi, asi, como le afectaba y la conmovfa, y comenz6 a Ilorar desconsoladamente, largo rato, hasta que se quedé nuevamente dormida. A los pocos dias todo kabia vuelto a la normalidad y cumplia con sus ta- teas domésticas, como siempre to habia hecho, Cuidando de no [atigarse de- masiado procuraba estar ocupada todo el dia, para asi no tener tempo de ponerse a pensar y que la invadiezan los remordimientos. Trataba de olvidarla todo, de av recordar aquel desquiciante verano que por fn habra terminado. y casi lo habia logrado hasta ese dia en que Ie pidi6 a Pepito que le cortara unos jitomates. “No, mami, porque ahi tambien hay gusanos.” Comenzaron a zumbarle los oidos y todos los muebles y las casas a gitar a sut alrededor, se le nublé la vista y tuvo que sentarse para no caer. Fstaba empapada en sudor y la angustia le devoraba las entafias. Seguramente que Pepe, tan torpe coma siempre, no habia escarbado lo suficiente y entonces. pero, qué horrer, qué horror, los gusanos saliendo, saliendo... Ese dia apenas si hubo comida y lo que logré hacer o estaba selado o me- dio crudo o quemado, pues ella habia empezado a pirar denzro de un torbelli- no de ideas y temores desquiciantes Toda su vida y la diana mutina cambiaron de golpe. Hacia ef quehacer muy nerviosa, presa de una gran ansiedad, mal tend(a las camas, daba unos Avole peorfadss cuantos escobazos y coria a asomarse a las ventanas que daban hacia el huer- to; empezaba a quitar el polvo de los muebles, y otra vez a la ventana: se le olvidaba lo que estaba haciendo, al trapear dejaba tos pisos encharcados, se le caian las cosas de las manos, rompia la loza, recogia rapidamente los peda- z0s y los echaba a! bote de. Ja basura para que nadie los viera y sospechara; pasaba largas horas recargada en el barandal, observando, observando Apenas si hablaba con Pepe y con los chicos, todo le molestaba: que le preguntaran algo, que le platicaran, que hicieran ruido, que pusieran el radio, que jugaran, que gritaran, que vieran [a television... ella queria estar sola, pensar, observar... que no la distrajeran, necesitaba estar atenla, escuchando, observando, escuchando, observando. Esa tarde, Pepe habia ido al centro'a comprar unos zapatos y a la pelu- queria, [os es nites mas pequerws a la doctrina como todos los sdbados, y los mayores a jugar basquet, Estaba sola en Ja modesta estancia iatando imi- tilmente de zurcir calcetines y remendar las camisas y los pantalones, Io que antes hacia con bastante habilidad y rapiclez mientras veia en la television los “Sabados con Saldafa” que tanto le gustaban, sobre todo “Nostalgia”... pero eso ya no era posible, a ella ya ne le interesaba nada que no fuera escuchar, observar, estar atenta observando, escuchando... Cerca de las seis de la tarde alcanz6 a percibir como un leve race, algo que se arrastraba sobre el piso ape- nas tocandolo; se queds quieta, sin respirar... si, no cabia la menor duda, eso era, se iban acercando, acercando, acercando lentamente, catia vez mas, cada vez més... y sus ojos descubrieron una leve sombra bajo la puerta. _ st, esta- ‘ban ahi, habian Ilegado, no habia ya tiempo que perder o estaria a su mer- ced... Corrié hacia la mesa donde estaba el quingué de porcelana antiguo que fuera de su madre y que ella conservaba como una rehquia, Con manos temblorosas desatornills el depésito de petrsleo y se lo fue virtiendo desde la cabeza hasta los pies hasta quedar bien impregnada; después, con el sobrante, rocio uma circunlerencia, un pequene circuto a su alrededor. Todavia antes de encender el cerillo Jos alcanz6 a yer entrando trabajosamente por la rendija de la puerta... pero ella habia sido mas lista y les habia ganado la partida. No les quedarfa para consumar su venganza sino un monton de cenizas hhumeantes. i vera 209 + naeneshongtimaianna El abrazo Sentada frente a la ventana se entretenia mirando las gotas de agua que se deslizaban por los cristales. Era una Huviosa y oscura noche de otomo, tina de esas noches en que la Hluvia cae lenta y continuadamente con monotonia de Tanto asordinado, de ese llanto que s¢ escucha por los rincones de las ca- sas abandonadas. [Desde su asiento podia ver los relampagos que centelleaban ea aquel sombrio horizonte de siluetas de edifices, iluminados sélo breves instantes con la luz de los rayos. De vez en cuando se recargaba sobre la ven tana y se ponia a contemplar la calle solitaria y la luvia que cai sobre las viejas baldosas formando chareas 0 fugéndose en corrientes. Era casi todo lo que podia hacer en esas noches cuando el deficiente alumbrade de la ciudad bajaba considerablemente o se interrumpfa por intervals, debido a las cons- tamtes descargas electricas. Noches tristisimas en que sentia el peso de un pa sado plenamente vivido, y la soledad presente que la envolvia como ese in- menso silencio, s610 contado por los truenos, los aullides de los perros que los vecinos amarraban, 0 por el viento azotando puerias y ventanas, Cansada de mirar la calle desierta toms su labor de gancho y se sento a tejer, a tejer tam- bién sus recuerdos cuando ella, Marina, lo esperaba noche was noche espian- do su llegada por entre los visillos de la ventana, inquietandose hasta ka muer- te siél no venia a tempo. A medida que los minutos pasaban se iba poniendo nas nerviosa, se miraba al espejo cada cinco minutos empolvandose la nariz uma vez y otra, se ponta perfume, crema en las manos, se peinaba, volvia a peinarse, de nuevo perfume, se limaba las whas, enderezaba la Tinea de las medias, intentaba leer pero ninguna lectara lograba interesarla y betaba el li- bre con disgusto; iba y venia por la casa consukando el reloj, el espejo, corria la ventana. (Cuantas veces habia Horado temiendo que algo le hubiera ocu- rtido, o que ya no la quisiera més y no regresara nunca! También se atormen- taba pensando que estuviera con otra mujer, y sollozaba estropeanco lamen- 237 238 tablememte el maquillaje, consumiendose de dolor y desesperacion hasta que por fin ofa la Hlave dando vueltas en la cerradura... El largo chirzido, como un. doloroso lamento, de ua puerta que el viento abrié la hizo estremecer, y la rataga de aire que lego hasta ella fue como un aliento frie junto a su cara, un eve soplo helado. Marina se acomods el chal de lana y fue a cerrar la puerta Volvi6 a sentarse y continué su tejido. Raquel la habta ensenado a tejer, Ra- quel, y uma gran nostalgia la invadié at evocar el nombre de su amiga, su tmi- ca amiga. Desde la escuela habian sido inseparables, Marina le contaba todas sus cosas a pesar de que Raquel siempre censur6 su manera de ser y de pen- sar y a toda costa queria cambiarla, Era natural que Raquel, educada dentro de una moral demasiado rigida y llena de escripulos, no pudiese aceptar ni aprobar nada que se saliera de sus principios, pero a pesar de todo habia sido su gran confidente. Qué lejanas y diluidas en el pasado estaban aquellas tar- des cuando tomaban el té en el saloncite con muebles Luis XV de la casa ce Raquel! AI hablaban horas y horas, hasta que la tarde caia y ella se iba casi corriendo para arreglarse y esperarlo. “Nunca crel ser capaz de amar tanto, Raquel”, le decta siempre, y Raquel expresaba su desaprobacion moviendo la cabeza, y esbozaba una sonrisa sin decir nada. ;Como le dolié cuando Raquel se casd y se fue a vivir a Vienal, nada menos que a Viena, un lugar tan distante, Ella se habia sentido muy triste y deprimida el diz de la boda, como si tuviera el presentimiento de perderla, presentimiento que se realizo. muy pronto Nunca le habian gustade las bodas, y a muy pocas habia asistido. A la de Ra- quel, ya aquella otra, Aquella que decidio su vida... Estrend vestido y som- brero, an vestide de encaje Ha que todos epinaron que cra muy hermoso, pero ella no se sentia contenta, le molestaba, no, no era solo eso, se trataba de algo mas grave; le dolia mucho, muchisimo, mas de le que nunca hubiera podide imaginar, que se casara él, el amigo que tanto queria desde la infancia, quien habia estado siempre tan cerca de ella en toclos los momentos alegres y dolorosos. Durante la misa no pudo contenerse y habia llorado desconsolada- mente y sin importarle nada, en aquella iglesia pletorica de gente elegantisi- ma, dle Hlores y de nmisica. Sabfa que tesultaba absurclo y sobre todo cursi ira Horar a una boda, pero su sentimiento era superior a toda formalidad y simu- lacion. No soportaba verlo uniéndose para siempre con una mujer insignifi- cante, vulgar, sin ningin atractive; no, no podia soportarlo porque supe en- tonces, con toda certeza, que lo amaba y lo queria sslo para ella. Después de la ceremonia fue con Raquel a la sacristfa a felicitar a los novios. Raquel no le Arbaespenfcatos soni habfa hecho ningim comentario hasta ese momento, pero era innegable que ha- ‘bia descubierto lo que Je pasaba, Al abrazarlo no pudo impedir que volvieran a brorar las lagrimas. “Es absurco, gno crees?", fue lo unico que se le habia ceurrido decir, pero en los ojos de él y en el mutuo temblor del abrazo vio que no era absurdo y que la vida comenzaba para los dos en ese instante... Nunca volvié a saber nada de Raquel. Desde que se fue a vivir a Viena, no habia recibido ni una carta en todos esos afios. Tal vez el marido, mas leno de prejuicios que la misma Raquel, le habia prohibido su amistad, tal vez... 2Quién lo podia saber? Los habfa perdido casi al mismo tiempo. En unos cuantos meses se quedé completamente sola; pero Marina preferia recordar otras cosas, otros momentos que habfan llenado su vida. Aquellas noches en Jas que ella, ahora, hubiera querido haberse muerto de placer entre sus bra- zos, habria sido hermoso haber muerto ast: las manos enlazadas, las bocas unidas, una sola respiraci6n, un solo estremecimiento y, después... Marina comenze a percibir un olor, como de azahar o de limén o de hojas de naran- jo, un perfume que invadia la habitacién. Se olié las manos, no olfan a nada, a jabon quizé; aspiro hondamente, era el olor que tanto le gustaba, el olor de él, a limpio, a lavanda. “Los aromas permanecen como los recuerdos, se que~ dan para siempre.” Cuando él se iba, Marina buscaba en el lecho el olor de su cuerpo y volvia a dormirse pensando que segufa a su lado. Cuando se lo con- taha, él se refa, {Como le gustaba verlo reir!, se veia mas joven atin, con ese mechén rubio que al primer descuido le caia sobre la frente, y esa como mue- ca irénica que hactan sus labios tan finos y bien dibujados. Era tan nitio cuan- do se reia. Cuanto lo habia amado, cuanto lo amaba, tanto, que ella estaba alli, sin tiempo, sin impontarle ya nada, lejos de todo y de todos, confinada, sélo recordando momento tras momento, palabra por palabra, como si no hubieran pasado los aos, como si solo ayer... Y Marina sintié una imperiosa necesidad de verlo, de saber como habia sido. Se levants y fue a buscar un cofre donde conservaba cartas, retratos, umn pattuelo, flores secas, y todas esas pequentas cosas que se van guardando.... Ahi estaba rodeado de los maestros e] dia de su recepcion de abogado; al contemplarlo Marina sintié como un. hormigueo que le subia por las venas y um sollozo que la ahogaba. Una des- carga cléctrica sacudid 1a noche y la Juz se fue. Marina se quedé inmovil con. ¢] cofre abierto esperando que volviera. Lentamente fas lagrimas empezaron a todar por sus mejitlas, después de tanto tiempo de no poder lorar. Cuando crefa que ya las habia agotado todas, llegaban ahora, como una Huvia tibia, a er absze 239 240 refrescar los ojos ardidos por la falta de suefio, F) debil resplandor de una lamparilla de aceite, que acostumbraba tener en su recémara, dejaba llegar hasta la sala una leve claridad. Conservaba esa lampara encendida constante- mente, porque queria que fuera como un testimonio de su amor intacto. Al regresar la uz conternpls Ta fotografia humedeeida por las lagrimas... Llevaba un traje oscuro la noche de la recepcion, se veia muy serio, los nervies sin duda, era muy nervioso, demasiado nervioso, mas de lo que sus amigos pen- saban, siempre tenia las manos frias y humedas, ella se las tomaba entre las suyas hasta lograr quitarles la rigidez y calentarlas, sus manos delgadas, la gas... En. aquella otra fotografia estaban los dos, con amigas... Después de la cena habjan bailado, bailaba muy bien, recordé aquel paso tan suyo como si arrastrar un poco el pie al dar las vueltas, era bastante alto, ella le Tlegaba hasta e? hombro y ahi tecostaba su cabeza, siempre bailaban estrechamente abrazaclos como si fueran un solo cuerpo, y ella revivié un hondo estremeci- miento, una vibracion de todo su ser, a su solo recuerdo. Un poco mareados por los cocteles habian ido a dar un paseo a la Presa, ella se quits los zapatos y habia corrido descalza por la cortina... Marina escuchd unas leves pisadas coma si alguien hubiera entrado en la sala, ese ruido de la madera vieja cuan- do uno camina, “Son solo los muebles que techinan y truenan con la hume- dad, las comodas, las mesas, las sillas, todo cruje, todo se lamenta, las he ofdo tantas veces, de noche todos los raidos se agrandan, el tictac del reloj que durante ¢f dia apenas se escucha, en el silencio de la noche es como un pén- dulo unponente...” El se habia quedado fumando, recargado sobre el pretil de Ja cortina de la Presa, mirdndola correr, sin decir nada, se vela tan palido bajo la luz de la luna llena, tan terriblemente..., tan terriblemente palide y hermoso como ahora que Ia contemplaha inmovil y sereno alli, de pie cerca del piano. Marina se fue incorporando mientras su corazdn golpeaba sordo y acelerado, y colece el cofre sobre una mesa que estaba a su lado. Se quedé sin saber qué hacer ni qué pensar, paralizada, como si de pronto hubiera caido en el vacio, debia ser la sorpresa, la emocién de volver a verlo cuando ya no abri- gaba ninguna esperanza y, también, como entenderlo, como exphearselo?, el no saber si seria su cuerpo, ese cuerpo que ella conocia tan bien, o si solo se- ra humo o algo que se deshiciera entre sus manos, ella habia visto la caja ba~ Jando hacia la fosa, también entonces se habia preguntado una y mil veces si era él, su cuerpo, el que estaba dentro de aquella caja metdlica que no habia podido abrir, porque sesultaba superior a sus fuerzas y porque no era posible Arboles ptrieaes que él estuviera ahf dentro, rigido, muerto, alguien habia insistido en que le viera, que eso era lo mejor, ors opinaron que no soportaria ver su rostro destrozado, después empezaron a echar la tierra, las palas de los enterradores fueron lenando la sepulwura, aquella tarde neblinasa y fria de noviembre. No, no podia moverse, era como si hubiera enraizado y no consiguiera rom- per esos cuantos pasos que los separaban y correr hacia él, echarle los brazos al cuello como antes cuando lo veia llegar, no se atrevia a tocarlo y era lo que mas deseaba, lo que esperd tanto tiempo, nunca pudo contenerse ante él, in- vadida por una vehemencia irrefzenable, una pasion que la precipitaba hacia sus brazos, queria abrazarlo, besarlo, recorrer su cuerpo reconaciéndolo tode..., pero el hums, el polvo, los huesos solos, no podia dejar de pensar en esas cosas, quritadas de su mente, ne, no podia, pero que ét no la mirara ast, asi, de esa manera. —iNo, por Dios!, no me mites asi —grit Marina y comenzo a sollozar sordamente cubriéndose el rostro... Cuando se enojaban ella siempre Ioraba y decia muchas cosas lamentindose de sui crueldad, él se quedaba setio y ca- lado, pensative, mirandola con esa mirada suya lena de tristeza, como un reproche mudo, una forma de decitle que no lo etormentara con tonterias, con esa misnia mirada con que ahora... Los aullides de los perros Henaron la noche. Marina cess de Horar y alz6 la cabeza. —No te sobresaltes, amor, sélo son los perros que atillan en la noche y el viento que mucve las puertas, ne hay nadie mas en esta casa, s6lo 18 y yo, se parades por unos cuantos pasos, invadidos por un deseo de afies, ha sido tan larga la ausencia, déjame que te cueme de esas eternas noches en que te la maba hasta quedar sin yoz y sdlo un ruiclo aspero y seco salia de mi garganta enronquecida, y ex que sublevada por no verte mas, me golpeaba furiosa- mente contra los muros y las cosas hasta caer desfallecida y muerta de deses- peracion sobre la cama, en esa cama dura que munca te gusté y que hacia tanto ruido, jte acuerdas?, espera, no te muevas, espera un poco mas, ye no sé lo que te estoy diciendo, pienso tantas cosas deshilvanadas, yo no sé lo que es la muerte, nunca lo he entendido, pero U0 no ests muerto, estas igual que antes, y si lo estuvieras no esta muerta mi amor ni el tuyo, y estamos solos, salos y juntos con la misma ansiedad de poseemnos, se ha parado el re- loj, gescuchas?, ya no hay tiempo, podremos amarnos sin telojes que nos amenacen con el martilleo de sus horas, sin que tengamios que separar nues- tros cuerpos nunca mas, jah!, qué duro era cuando te desprendias de mt y te Madrag 241 242 apresurabas a vestinte y a marcharte antes de que amuneciera y alguien pu- diera descubrirte saliendo de mi casa, qué doloroso era verte partir diaria- mente, cuando la puerta se cerraba tras de ti yo corria a la ventana; hasta 1ni- varte desaparecer entze las sombras de la calle, después me tendéa er la cama con los ojos abiertos a reconstruir todos los instantes, te esperé mucho, mucho tiempo, ya no sé curintos anos, largas noches pegada al cristal de la ventana espiando las sombras que pasaban por la calle, corriendo después tras alguien que podia ser i, hasta lograr verle la cara y descubrir otro rostre que no me decia nada, un dia perdi la esperanza de que volvieras y he vivido todos estos larges, eternos afos, slo de tu recuerdo, te he tecordado siempre, a todas horas, a cada momento, sobre todo de noche cuando Ilueve y tno se siente tan solo y sin consuelo, oyendo la luvia caer interminablemente, espera, amor, espera un instante mas, tengo que decirte que no estoy igual que antes, ti sabes, uno deja de comer y de dormir y se enflaquece, pero no digas nada ni te pongas uiste, ain puedo darte el mismo amor, el mismo placer, ven ya, amor, ven, abrazame fuerte, Aries pernfcados El estilo cuentistico de Amparo Davila fluye con sencillez mociones y detenimiento, abarcando una amplia gama de Peete Sree te easter Me ie time Et eset h PMU MER CrerteMeercotettecccael treme te taE mT tht da € inquietante. La exploracion de trastornos mentale: oh emocionales en la obra narrativa de esta autora zacatecana, Pico ME Meera) iEmec cate ttne ttm ate ee ae Coes GG ears car tari eect ce teeter Mr een bE CA ets aceae Var tae Mt ena tet La construccién de sus personajes es un estudio de la psi- COC Eo erate Lie eesen tem erat ks Cemt al parecer rutinarias e insignificantes, pero que, con una vision Prriiites EtcoS Mean LEM Cae ry bcos by aT Read Mitac ICME CER eu Menl Caneel Mem Leta Eptnecin eta nw Deemer Rem cy WcetorMet ots hte Weer arte eee Eola Be MER eC oss ate ny ere Re ara aM Rar) destrozado y Arboles petrificados, el Fondo de Cultura Economica tiene el honor de agregar un libro inédito: Con los ojos abiertos. | |

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