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Volumen 3 Carl Henrik Langebaek Rueda 4 COLECCIGN COLOMBIA | 7 " |) CIENCIA Y TECNOLOGIA Carl Henrik Langebaek Rueda nacié en Bogot4, en 1961. Es antropélogo de la Universidad de los Andes, magister y doctorado de la Universidad de Pittsburgh. Ha sido fellow de Dumbarton Oaks-Trustees of Harvard University, Washington, Estados Unidos, y profesor visitante en las universidades de Salamanca y Granada, en Espaha.Se ha desempefiado como jefe del Programa de Ciencias Sociales y Humanas de Colciencias, director del Departamento de Antropologia y del Ceso de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, de la que actualmente es Decano. Ha trabajado como arquedlo- go en Antioquia, Santa Marta, La Guajira, los Andes Orientales, Tierradentro y Narifo, gracias al apoyo de la Universidad de los Andes, Colciencias, la Fundacion Heinzy el Icanh. Su trabajo se ha traducido en publicaciones como Noticias de caciques muy mayores (Universidad de Antioquia, 1996), Regional Archaeology in the Muisca Territory (Universidad de Pittsburgh, 1995), Medio ambiente y poblamiento en La Guajira (Universidad de los Andes, 1998), Arqueologia del Bajo Magdalena: un estudio de los primeros agricultores del Caribe colombiano (\canh 2000), Arqueologia y guerra en el valle de Aburrd: estudio de cambios sociales en una region del noroccidente de Colombia (Instituto Francés de Estudios Andinos-Fondo de Promocién de la Cultura del Banco Popular 2002) y Arqueologia regional en el valle de Leiva (Icanh, 2001). Varios de sus articulos han aparecido en revistas nacionales e internacionales. Actualmente prepara publicaciones sobre la Sierra Nevada de Santa Marta y Narifo. COLECCION COLOMBIA CIENCIA Y TECNOLOGIA Arqueologia colombiana Ciencia, pasado y exclusién o| o9n COLECCION COLOMBIA CIENCIA Y TECNOLOGIA Arqueologia colombiana Ciencia, pasado y exclusion CARL HENRIK LANGEBAEK RUEDA Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia, ya Tecnologia Francisco José de Caldas Esta publicacfn es una produccin del Instituto Colombiano para Desarrollo de la Ciencia ya Tecnologia Francisco José de Caldas + Cokciencias. Director, ‘Maria del Rosario Guerra de Mesa Subirector de programas extrategicor Jess Maria Alvarez Gaviria (Coordinacién editorial Julia Patricia Aguicre G. Disco de coleccion Zoos L1da.: Diego Amaral Ceballos seats ‘Zona Leda.: Aleandea Vergara Comreccin de textos Elkin Rivers Impresoen Colombia por Imprenta Nacional de Colombia ISBN: 958-8130-37-9 (© 2008, Coksiencas, Instituto Colombiano par el Desarollo dela Ciencia ‘yla Tecnologia Francisco José de Caldas. Este libro es el producto del intercambio de ideas con estudiantes, maestros _y amiges, alo largo de muchos afos. La lista es demasiado grande. Ellos saben quitnes son. Pero entre todos quiero destacar a cuatro profesores que jercieron una enorme influencia: Ernst Bein, Guillermo Quiroga, Marta Elvira Escobar y Robert Drennan. Para poder terminar este trabajo recibt el impulso necesario de Jess Marta Alvarez. y Julia P Aguirre, en Colciencias, y de Alvaro Camacho, Francisco Leal y Francisco Zarur, en la Universidad de los Andes. Ellos fueron mis complices en esto de la investigacién. Gente generosa compartio informacién conmigo, entre ellos Juan Ricardo Aparicio, Cristébal Gnecco, Auguste Gémex, Claudia Mantilla, Jorge Morales, Mauricio Nieto, Gilberto Oviedo, Emilio Piazzini, Roberto Pineda, Carlos Augusto Rodriguez y Fabio Zambrano. Los directivos de la Biblioteca de la Universidad de los Andes y de la Universidad Nacional de Colombia ayudaron buscando textos dificiles de conseguir. José Manuel Restrepo ofrecis la posibilidad de conocer, de primera mano, fuentes de los siglos xv y x11 en el Archivo Histérico Restrepo. También quiero destacar la excelente colaboracin de la Biblioteca de la Academia de Medicina y de la Biblioteca Luis Angel Arango, en Bogotd, ast como del personal de la Biblioteca del Jardin Botdnico, en Madrid, y a Biblioteca dela Universidad de Salamanca. Quiero agradecer a mis estudiantes en la Universidad de los Andes, a los cuales debo innumerables comentarios utiles para escribir este texto: Marta Fernanda Escallin, Lina Gomez, Tatiana Ome, Maria Andrea Romo, Catalina Sanchez, Manuel Salge, Claudia Useche y Beatriz: Williamson. Finalmente, Alicia, Andrés y Margarita, los que han sido mi apoyo a lo largo de atos. Este libro se lo dedico a Lariza Pizano, ‘apoyo incondicional y generoso en todo lo mio. Presentacién Historia dela arqueologia en Colombia Dela idolatria ala curiosidad El contexto de fines del siglo xv: arqueologia y “civilizacién’ Gigantes y arqueologia Los gigantes y el medio americano Los cronistas andinos Civilizacién, razas y pasado: el debate sobre América ‘Matis y Humboldt: os ilustrados europeos en América La reaccién en América Los jesuitas y otros religiosos Lareaccién laica: el pasado prehispinico y los criollos Manuel del Socorro Rodriguez yel origen de las cvilizaciones americanas Laguerray el pasado indigena Después de la Independencia Elromanticismo y la arqueologia nacional hallar semejanzas, y un origen comiin, en las lenguas europeas, pero la relacién con Iréry la India era nueva. El hallazgo de Jones llev6, por un lado, a un marcado interés por las :finidades entre lenguas, comparando vocabularios de lenguas vivas y graméticas de lengus muertas, y por otro lado, a preguntarse por las razones de dichas similitudes, y plantear movimientos de pueblos que pudieran dar cuenta de la legada de pueblos hablants de lenguas indocuropeas a Europa. En el Nuevo Reino de Granada se present6 una extraordinaria coincidencia que propi- Ci el esudio de las lenguas indigenas: la paciente tarea de los evangelizadores espafioles desde elsiglo xv1 habia logrado producir una serie de graméticas y vocabularios muy completis sobre 1a lengua muisca. Ademés, el afin ilustrado de fines del xvimi encontré Jenguas indigenas vivas, aunque algunas agonizantes, de las cuales se pudieron hacer cexhaustias descripciones, como las que Mutis coleccioné. La posibilidad de que las len- guas aboigenes cumplieran un papel importante en el desarrollo de la nueva sociedad se aprecia e1 la intencién que tuvo Santander de que se ensefiaran las lenguas indigenas més comunesen diferentes partes del pais. Dado que la mayoria de investigadores presumia sin mayor poblema que la poblacién americana era de origen asiftica, no result6 extrafio que se intentra el mismo ejercicio que se habia hecho en Europa con respecto a las lenguas indoeuroveas. Alexander von Humboldt, hermano por cierto de un conocido lingiistica del romanticsmo alemén, ya habia propuesto que todas las lenguas americanas descendian de [ARQUEOLOGIA COLOMBIANA: CIENCIA, PASADO Y EXCLUSION un tronco idéntico, comparable a la antigua lengua indoeuropea que habia servido de base a las lenguas de Europa. Hippolyt Paravey, investigador francés, escribié en 1834 una Memoria sobre el origen japonts, arabe 0 wizcaino de los pueblos de Bogotd. El autor tomé las formas cursivas de la lengua muisca que Humboldt habia copiado de Duquesne y las comparé con sus equivalentes en el chino y el japonés. El resultado fue una notable correspondencia entre las formas del japonés y del chibcha, lo que permitié legar a conchu- siones equivalentes a la que Jones habia legado en el caso de las lenguas indoeuropeas. La idea no era descabellada en Ia medida en que ya desde los trabajos de Charles de La ‘Condamine se habjan sefialado las similitudes entre las lenguas americanas y las asiticas. Incluso la correspondencia entre los calendarios de las sociedades de los dos continentes era algo que el mismo Duquesne habia adelantado. El trabajo de Paravey es ejemplo del interés que por primera vez el pasado indigena comenzé a tener para anticuarios extranjeros, en particular por lo que se refiere a los muiscas de la sabana de Bogoté. La produccién extranjera sobre el pasado prehispanico abarca desde algunas obras en las cuales se describieron antigiiedades, hasta especulacio- nes generales sobre el nivel de desarrollo alcanzado por las sociedades indigenas a la llegada de los espafioles. Otro trabajo de la primera parte del siglo x1x fue L'Homme Américain d L’Amerique Meridionale publicado en Francia en 1836 por Alcides D’Orbigny. Se trata de un viajero que transité por América con el apoyo de Cuvier y Humboldt. Su obra, aunque no fue rica en referencias sobre las antiguas sociedades de Colombia, se constituyé quizés en uno de los primeros trabajos americanistas que, utilizando informa- cién sobre las sociedades prehispinicas y de su época, traté de desvirtuar algunas de las ideas més comunes de la Tustracién —tanto europea como criolla— sobre el continente. D’Orbigny no deseché del todo la idea de que el clima moldeara algunas de las caracteris- ticas, no sélo del hombre, sino también de las civilizaciones prehispinicas. Era claro que las, tres naciones més civilizadas del Nuevo Mundo —la de los incas, mexicanos y muiscas— se encontraban a grandes alturas. Los incas, ademés, no habrian logrado sus desarrollos sin la papa o las llamas, propias del medio andino. Igual, las naciones més inteligentes correspondian a “los pueblos montatieses y los de las regiones templadas de las llanuras”, y los “de las regiones célidas son, en general, mas dulces y afables y poseen un pensamien- to mis répido, pero su juicio es menos profundo”. Sin embargo, en esta generalizacién no se encuentran los juicios de valor de Caldas, Tadeo Lozano o Ulloa sobre las implicaciones del medio sobre los humanos, ni tampoco los comentarios despectivos sobre la capacidad craneana de los nativos. En realidad, afios después de la Independencia, luego de haber exaltado a los indigenas en oposicién a la barbarie espafiola, muchos cientificos se inclinaban por criticar las ideas deterministas de sus predecesores. Para D’Orbigny era imposible generalizar sobre los indigenas suramericanos. No tenian las mismas caracteristicas fisicas y vivian de modos muy diferentes, pero todos compartian las mismas facultades intelectuales, y generalizar a HISTORIA DE LA ARQUEOLOGIA EN COLOMBIA partir de unas pocas tribus salvajes era equivalente a hablar sobre los franceses tomando ‘como referencia a los pobres campesinos bretones. Los indigenas se podian clasificar en tres grandes razas, divididas en naciones, criterio que parece ajustarse bien a la forma como se agrupaban las naciones europeas de su época. Dado que alcanzaban cerca de dos millones y medio, no se trataba de una estirpe en decadencia y estaba, por tanto, lejos de acabarse como algunos habjan especulado. Las caracteristicas de su cultura eran dificiles de comparar entre si. Por ejemplo, los pueblos cazadores-recolectores podian tener las Jenguas “més dulces”. Pero la habilidad para ser ingeniosos astrénomos, maravillosos poctas © hébiles en el habla de multiples lenguas podia encontrarse en los grupos mas diversos. ‘Ademis de los extranjeros, algunos nacionales se empezaron a preocupar por aportar informacién sobre diferentes aspectos antropolégicos, econémicos y sociales del pais. En la medida en que comenzé a profundizarse el acercamiento roméntico a la naturaleza, los restos arqueolégicos, entendidos como parte del paisaje nacional, comenzaron también a ser descritos, aunque nunca alcanzarian el peso de la lengua en la interpretaci6n hist6rica. Esta tradicién de viajeros nacionales que descubrian su propio pais se iniciaria tan pronto las condiciones lo permitieron. Y como resultado, por primera vez desde la Conquista se desarrollé la idea de escribir versiones de la historia nacional. Algunas veces, como sucedié con la célebre Historia de la Nueva Granada, de José Manuel Restrepo, esa historia co- menzaba justo con la Independencia. Pero otros esfuuerzos se remontaron mds atris y en algunos de ellos el papel de la época prehispénica alcanzé a ser importante. Los textos de colegio dan cuenta de este proceso. La Geagrafia general para el uso de la juventud venezo~ Jana, escrita en 1834, por ejemplo, consideraba importante que los estudiantes conocieran el “campo de gigantes” de Soacha o Ia existencia de una ‘nacién industriosa y artista” en San Agustin, como lo demostraba la existencia de “estatuas, columnas, una imagen del sol desmesurada y otras obras de piedra, encontradas alli en nimero considerable”. O tam- ign el Resumen de la Jeografia bistérica, politica y descriptiva de la Nueva Granada para el uso de las escuelas primarias superiores, esctita por Antonio Cuervo en 1852. En ese texto, los jévenes estudiantes aprendian que, a diferencia de los incas y aztecas, los “antiguos habitantes de la Nueva Granada” nunca habjan “formado un gran cuerpo de nacién, sino que estaban distribuidos en tribus o pequefios estados”. Pero también que los muiscas eran el pueblo “menos barbaro” y el mas digno de mencién por “su mayor grado de civilizaci6n’”. Por primera vez, ademés de aceptar y promover misiones extranjeras, se hicieron planes para la formacién de jévenes colombianos en la academia europea de la época, algo que habia decaido, debido a la guerra, desde finales del siglo xvitt. El ejemplo més interesante es el del coronel Joaquin Acosta, el cual viajé a Francia en 1825 con la idea de encontrar la financiacién para que promesas de la ciencia nacional estudiaran en Europa. Aunque su mayor interés se concentré en las ciencias naturales, el coronel desarrollé también se dejé seducir por el estudio de las culturas prehispanicas. Impresionado por la obra de Prescott ARQUEOLOGIA COLOMBIANA: CIENCIA, PASADO Y EXCLUSION sobre la conquista de México (en la cual desde luego los aztecas eran un punto de referen- cia obligado), emprendié la tarea de escribir su Historia de la Nueva Granada (1848), obra en la cual el estudio de fuentes documentales espafiolas y la referencia a uno que otro vestigio arqueolégico resultaron fundamentales para reconstruir la historia indigena. En la obra de Joaquin Acosta existié un indudable sabor hispinico. Las expediciones espafiolas de la Conquista se describieron como aventuras memorables, las cuales se rea~ lizan en un continente hostil, territorio virgen apto para ser descubierto. Pero, por otra parte, cl caricter nacionalista fue evidente desde el inicio de la obra. Su trabajo pretendid, en efecto, Ilenar un vacio que sirviera para instruir “a nuestra juventud en la historia antigua de Nueva Granada”. Es ademés un trabajo que quiso escarbar en las fuentes més allé de las crénicas de la Conquista, las cuales describié como “recargadas de fabulas y de declamacio- nes que ocultan y ahogan, por asi decirlo, los hechos esenciales”. Su defensa de la nacién, sin embargo, no fue retérica. Por ejemplo, conoci6, ¢ incluso doné las obras de Robertson y De Pauw a la Biblioteca de Bogotd, pero no se dedicé a controvertirlas ni a denigrarlas. Prefirié un conocimiento mas empitico de la realidad, una suerte de “regreso a las fuentes”, a partir de las cuales se pudiera reconstruir la historia patria. Esto lo llevé no sélo a emprender extensos recorridos por el pais, sino también a iniciar la consulta de numerosas bibliotecas de religiosos en Bogoti, asi como del Archivo de Indias en Sevilla (Espafia), donde por cierto encontré alguna resistencia para que los documentos pudieran ser examinados por un americano. En su obra, el “pueblo” muisca se describié como “sabio" y “laborioso”. ‘Admiré que hubieran podido organizar sus vidas sin algunos de los més elementales bienes que tuvieron a su disposicién los europeos, como por ejemplo el ganado. Ese pasado, ‘quizés por primera vez después de la Independencia, se usé para hacer una critica a los gobernantes: ellos debian atender a la leccién de los muiscas en cuanto a cémo gobernar. Pero, ademis, se volvié al interés por estudiar los “monumentos” prehispanicos. Por ejemplo, retomé y discutié la obra de José Domingo Duquesne. Sostuvo que los tiimulos y los cementerios abandonados por los indigenas eran un testimonio més auténtico que las relaciones de los cronistas y se queja de que esas antigledades no fueran apreciadas por la poblacién, lo cual Mevaba a que muchas de ellas terminaran en museos y colecciones europeas, donde, por no contar con descripciones adecuadas, perdian su interés. La obra de Acosta, en efecto, fue una de las primeras en Colombia en que se rescaté el valor de la cultura material como fuente de informacién sobre los indigenas prehispanicos. En realidad, fueron pocos los criollos del periodo de la Independencia que mostraron interés por los restos arqueol6gicos. Sus discusiones se basaron en descripciones de cronis- tas 0 en la observacidn de los indigenas de su tiempo. Se podria decir incluso que los textos sagrados fueron mas importantes que cualquier objeto indigena. En este sentido es intere- sante que Acosta reprodujera de nuevo los grabados del “calendario muisca’ de Duquesne, asi como objetos de cerimica, entre ellos algunos de la Sierra Nevada de Santa Marta. ‘Acosta tenia claro que los restos arqueol6gicos servian para entender el pasado. En 1826, HISTORIA DE LA ARQUEOLOGIA EN COLOMBIA Extatuaria agustiniana en textos de la Comision Corogrifica. Codazzi atribuyd San Agustin a una antigua sociedad indigena que lo habta utilizado como lugar de cult. cuando visité Pompeya, anoté que, pese a la gran tragedia que habia acabado con la vida de muchos de sus residentes, “para los arqueslogos modernos” se trataba de “una mina de conocimientos”. Ese interés se concreté en el estudio del sitio de El Infiernito, en el valle de Leiva, cuyos resultados resumié en un corto estudio, Ruinas descubiertas cerca de Tunja en 1a América meridional, escrito en 1850. En ese trabajo describié la existencia de columnas de piedra que formaban un antiguo templo hecho con el liderazgo del cacique de Tunja. No s6lo tomé medidas bastante detalladas del sitio, sino que se dio a la tarea de buscar restos de las columnas en los diferentes lugares a los cuales habian sido llevadas, incluyen- do el pueblo de Leiva, Sutamarchan y el convento del Ecce Homo. Su conclusién fue que hallazgos tan impresionantes daban cuenta de un notable desarrollo de los muiscas. Por lo menos obligaban a “abandonar Ia idea de una raza mas avanzada en civilizaci6n para explicar estas ruinas”. Este interés de Acosta remite a inquietudes de los arquedlogos muchos afios después: el valor de los restos materiales para interpretar el pasado, la preocupicién por la salida del pais de las “antigtiedades” y la importancia del contexto, al menos en el sentido de que las piezas no valian tanto por sus cualidades como por la informacién que las debia acompafar. ‘Acost: no fue el primero en describir las ruinas de El Infienito. Manuel Vélez, un préspero antioquefio, se le adelanté por lo menos en un par de afios. Su obra, como la de Manuel Ancizar y Agustin Codazzi, ayuda a comprender la naturaleza del interés por el pasado ela primera parte del siglo x1x. Sobre Manuel Vélez se sabe poco. Vivié mucho tiempo en Europa, lugar al cual llevé una importante coleccién de precolombinos, parte de la cual fie donada al Museo Britinico en Londres. Tiene el mérito de haber sido uno de los primeros colombianos en escribir una memoria sobre las antigiiedades que colecciona- ARQUEOLOGIA COLOMBIANA: CIENCIA, PASADO Y EXCLUSION ba, En una carta dirigida a Boussingault en 1847, describié la que quizés corresponde a tuna de las primeras expediciones arqueolégicas en el pais. En su recorrido por la provincia de Tunja, Vélez oyé hablar de “un palacio del tiempo de los antiguos habitantes indige- nas”. Como cada persona a la que cuestionaba sobre esas ruinas le daba una versién diferente, llegé a dudar de su existencia y, por tanto, en 1846, emprendi6 el viaje al Valle de Leiva con el fin de corroborar los rumores. Por tiltimo, cerca de Moniquiird, encontré una piedra que parecia trabajada por el hombre. Reconocié asi una enorme columna y luego muchas més diseminadas por el campo, que sin duda provenian de “algiin templo o palacio que remonta a tiempos lejanos”. Con ayuda de los campesinos de la regi6n logré encontrar una construccién elaborada con columnas muy bien trabajadas, ubicadas de oriente a occidente. Ademés, describié restos de piedra en Tunja y en Ramiriqui y una gruta cercana a Gachantivi, donde hallé momias y toda clase de adornos de madera y textiles. Vélez consideré que habia encontrado en El Infiernito las ruinas de una gran ciudad que, con certeza, habia prosperado “mucho antes” que los muiscas descritos en el siglo xvi. Las razones para argumentar semejante antigiiedad eran las siguientes. En primer lugar, las piedras mostraban evidencia de un marcado desgaste y deterioro, lo cual sélo lo podia haber causado el paso de muchos afios. En segundo lugar, Vélez pensaba que la provincia. de Tunja debia ser la que estaba “habitada desde tiempos remotos”, entre otras cosas por la ausencia de una profunda capa vegetal y de bosques, lo cual demostraba una actividad humana de muchos afios. Por otra parte, resultaba evidente que una sociedad que hubiera trabajado la piedra de semejante manera habfa logrado “alcanzar cierto grado de civiliza- Gién y de inteligencia”, lo cual implicaba que la regién habia sido ocupada por “pueblos més antiguos y civilizados que los que encontraron los espafioles en tiempo de la Con- quista”. Este argumento, ademis, pareceria vilido también para San Agustin, En ese lugar se habian descubierto importantes monumentos, pero en el siglo xv1 estaba ocupado por tribus barbaras a las que era impensable atribuir la construccién de semejantes obras. También en el valle de Aburra, donde se encuentra ubicada Medellin, se habian descu- bierto ricos entierros que insinuaban que mucho antes de la legada de los espafioles existian “pueblos poderosos y ricos, que causas dificiles de determinar habian debilitado o hecho desaparecer”. El legado de los criollos ilustrados, con todas sus contradicciones, desde luego, aunque no fue reconocido en forma explicita parece claro por lo menos en dos. aspectos: primero, en conceder una gran antigiiedad a las sociedades indigenas, y segun- do, en aceptar su posible “decadencia” antes de que llegaran los espafioles. Manuel Ancizar y Agustin Codazzi participaron, a mediados del siglo xix, en la llamada Comisién Corogrifica, el primero como miembro y el segundo como director. Esta Comi- sin se interesé por el “cardcter nacional” de Colombia. El momento fue propicio para que el estudio del pasado aborigen se incluyera como parte de esa nueva empresa cientifica. Y ‘es que, con Joaquin Acosta, se inicié un interés en las antigiiedades por parte de la clase

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