Los dos porvenires de la ciudad
Desde que existen, las ciudades siempre fueron como
grandes animales en cuyas entrajias se podia descifrar un por-
venir. Igual que un creador habria dispuesto los Iébulos del
higado o los pliegues del cerebro de manera tal que los artis-
pices ejercieran su arte, el constructor de la ciudad —ese per-
sonaje que debia combinar los rasgos de un soberano con los
de un ingeniero— concebja su obra no solamente, y ni siquiera
prioritariamente, con fines de vivienda comin, sino esencial-
mente con fines de proyectar a partir de la ciudad las posi-
bilidades de su propio devenir y de su propia expansion. Tal
es por excelencia la ciudad real [royal] y, de manera general,
la ciudad en tanto centro, y por consiguiente en tanto capital
-nacional, regional o internacional-, o bien, en tanto metré-
polis, es decir, en griego, ciudad madre. Al igual que la madre
vive del devenir de sus hijos, que retiene por medio del cord6n
imbilical dnicamente para comunicarse mejor con sus aven-
turas en el vasto mundo, la ciudad sélo vive de un movimien-
to de apertura y expansién, de un envio de sus ciudadanos a
través de campos y comarcas en la actividad del comercio 0 la
conquista. La ciudad emigra o coloniza, desde sus arrabales
hasta las lejanas urbes [cités| hijas que fundard a su vez y a
su semejanza, bautizandolas Port-au-Prince o Nueva Amster-
dam.98 Jean-Luc Nancy
Desde que la ciudad posee un principio propi
dero, es decir, desde que procede desde algo mas
reagrupamiento, de la seguridad y la comodidad «
desde que rebasa por consiguiente no solo el tamaiio.
‘lo
tvas,
> con
el tamafio la naturaleza de la aldea, el burgo, asi como de Ig
plaza fuerte o el santuario con su parroquia, desde el momen-
to en que, para decirlo de la manera mas general, la ciudad
trasciende la aglomeracion, es decir, en suma, el agrupamien-
to empirico, practico, organizado para tareas cuya esencia es
exterior al glomus mismo (agricultura, defensa, familiaridad,
espiritualidad), la ciudad accede a su esencia propia —que no
esta del lado del agrupamiento ni de la reunién, sino por el
contrario, del lado del ordenamiento a partir de un centro y
en vistas de la proyeccién, en formas miiltiples, de ese centro
mismo.
Por supuesto, esta dicotomia de esencia sdlo vale a titu-
lo de aclaraci6n analitica y no da cuenta de las innumera-
bles formas intermedias y mezcladas que presentan todas las
especies concretas de ciudades, cités, capitales de provincia
0 comunidades urbanas. Pero sigue siendo indispensable dis-
tinguir bien el ser o la esencia de lo que siempre se designa,
poco o mucho y de manera mds o menos deliberada, cuan-
do se emplea la denominacién “ciudad”, y mas atin cuando
se designa estrictamente “la ciudad”, a la manera de lo que
esté implicado, evocado y deseado en una expresién como.
la de “politica de la ciudad” (expresién que, al permanecer,
roza la tautologfa etimol6gica puesto que polis fue la ciudad
[cité} griega én la que por poco se inventaron tanto la poli-
tica como la civilizacién urbana propiamente dicha; por eso,
podria suceder que una “politica de la ciudad” no fuese mas
que la tentativa tardia, demasiado tardia, para encontrar el
sentido de una cité desde ahora irresistiblemente conducida
hacia otro espacio).
Lo que otorga a la ciudad su rasgo distintivo fundamental
es que esta organizada para si misma mds que para cualquier
tarea o funcién. Es lo que pensaron los constructores yeLos dos porvenires de la ciudad 99.
fundadores de ciudades, desde las figuras mitolégicas como
la de R6mulo hasta las figuras historicas de los principes-
fundadores, los arquitectos reales, los urbanistas imperiales
o republicanos. Lo que han figurado —no solamente represen-
tado, sino realmente presentado, puesto en escena y en obra-
bajo la imagen de plazas y de edificios soberanos, abriendo
en el coraz6n de la ciudad los espacios y las insignias de lo
que habria que llamar su subjetivacién soberana, no es nada
menos que esto: ademas del conjunto de las funciones indis-
pensables para la actividad y la socialidad de agrupamientos
de gran densidad, y en verdad como la raz6n de ser del agru-
pamiento mismo (y por lo que la ciudad no es un caravasar,
un depésito, un taller, una explotacién de lo que fuere), la
ciudad hace referencia a si misma. Ella es su principio y su fin,
o bien ella tiene en sf, como su principio y su fin, su propia
urbanidad, su civilidad o su politicidad.
Es por un resto o por un retorno de arcaismo feudal que
Luis XIV hizo construir Versalles=cuya ubicacién y hasta
cierto punto concepcion misma estaba sin embargo contami-
nada por la capital-. Era al mismo tiempo desconfiar de la
ciudad que ya era capital y cuya autonomia —hecha desde hace
tiempo de burguesia y de realeza mezeladas- era en princi-
pio heterogénea y rival respecto del poder soberano: es decir
que en definitiva la soberania, en tanto autoridad absoluta de
y sobre la cosa publica, era-de buenas a primeras trabajada
por una dehiscencia interna de la que el rey por un lado y la
ciudad-capital por el otro representaban los bordes opuestos y
empalmados. Es asi como Paris ya portaba algo de su porvenir
revolucionario, tanto como la Revolucién ya se programaba,
de manera necesaria y no accidental, como urbana o citadina
y como “capital”, si se quiere hacer resonar aqui todos los
valores del adjetivo y el sustantivo.
Hubo de esta manera un lazo consubstancial entre la Ciu-
dad y las Luces: las Luces mostraban una Idea de la Ciudad,
que desarrollaba la que el Renacimiento italiano ya habia
concebido y disefiado, Una Idea: es decir, una forma verdade-100 Jean-Luc Nancy
rae inteligible. No solo se trata del agenciamiento regulay
armonioso -tal como lo prescribe de modo ejemplar el arty
lo “Ciudad”, del caballero de Jaucourt, en la Enciclopedi
Para que una ciudad sea bella es preciso que las prined
calles conduzcan a las puertas; que sean perpendiculares
a las otras tanto como sea posible, para que las esquinas d
casas estén en Angulo recto; que tengan ocho tallas de large
cuatro para las calles pequeiias. Es necesario también que la
tancia de una calle a la que le es paralela sea tal que entre
& la otra quede un espacio para dos casas de burgueses,
que una tiene vista a la calle & la otra a la que se le opone [
Pero mas alla o a través de esta belleza de relaciones
reglas de urbanidad es necesario, asi como hace divisar
como una filigrana la correspondencia de las calles y la
tas, que la Idea de la Ciudad ofrezca a la vez su inteligibill
propia (debe comprenderse a si misma, debe poder poner:
perspectiva segtin su propio punto de vista), y en esta ii
gibilidad, la comprensi6n y la proyeccién de su propio
rrollo. El “desarrollo” no quiere indicar aqui una evol
expansiva ni el despliegue ulterior de la ciudad mas alla
limites primeros: debe significar que la ciudad es por si
el desenvolvimiento (para dar otro sentido aqui a este tén
deportivo 0 coreografico) de una voluntad o de una conei
primordial, que consiste en la apertura de una mira, di
intencionalidad que refiere a la ciudad todo el espacio-ti
del que ella se instituye como centro, nodo o foco. La I
la ciudad_es el pensamiento de un punto del que irradia
mirada, un poder, una actividad y, para terminar; una
dad de sentidos cuyo punto de referencia y cuyo criterio
dad misma confiere. Por esta raz6n, los puertos —matit
fluviales— han provisto siempre. uia imagen fuerte y se
la ciudad: dan a un espacio fluido ampliamente abi
fuerza de espaciamiento hacen penetrar-en-s{-mismos.
La ciudad es el desarrollo -la extension, el despli
espaciamiento- de una unidad interior cuyo nombreLos dos porvenires de la ciudad 101
pertenece al campo semantico de la ciudad antigua |cité|: la
civilizaci6n. Por esta razén el verdadero momento generador
de la ciudad no esta en el reagrupamiento ni en la concentra
cidn (esos fendmenos vienen por el contrario después de la
ciudad, en la exposicion de su fin, que ya no despliega mas su
Idea, sino otra o ninguna). Est4 en la apertura, en la expan-
sion, en la proyeccion. La ciudad ve dirigir sus avenidas hacia
sus puertas, en cuyos umbrales ella activa su quimica: el meta-
bolismo urbano de todo el espacio a su alrededor —pero de un
alrededor capaz de extenderse a lejanas colonias— que cobrara
sentido por una infusién o una absorcién discreta en el cora-
zon de la ciudad. Ese coraz6n, figurado a menudo —pero no
siempre- por alguna arquitectura monumental de plaza y de
palacio, no es en verdad otra cosa que la ciudad entera: sin
embargo, no es la ciudad cerrada sobre si misma, sino, de
manera més sutil, la ciudad cuyo cierre sélo vale en la medida
en que abre y deja paso a flujos de toda clase, a movimientos
errantes —de mercancfas, fuerzas, pensamientos— cuya capta-
cin, codificacién y representacién la civilizaci6n conforma.
De este modo, las Luces se encontraron a su vez puestas
a la vista y en valor por la ciudad: la civilidad y la urbanidad
componen la cultura de esta Idea de Humanidad, que se civili-
za ella misma y prevé el término indefinible donde sera capaz
de vivir enteramente bajo las leyes de la razén y de acceder a
ellas en el pleno ejercicio de su libertad.
Todo lo que de la ciudad ataiie a la proximidad, a las ven-
tajas que procura asi como a las molestias y los peligros que
suscita, nunca Ilegarfa a formar parte de la esencia urbana, si
ésta no estuviera en primer lugar regida por la proyeccién de
un espacio-tiempo a la vez material e inmaterial en el cual el
ser o la existencia en general deben abrazar tendencialmen-
te la forma urbana. La ciudad se presenta siempre como el
esquema de su propia explicacién, en los sentidos tanto mate-
riales como intelectuales de la palabra: esta hecha para exten-
derse, para desplegarse, para disponer [agencer] sus vias, sus
transportes y sus accesos, para florecer y exponerse —a si mis-L
102 -an-Luc Nancy
ma, siempre a si misma-, y elucidarse, esclarecers¢
carse sobre los fines ultimos de esta urbanidad que eng
y cultiva como la verdadera cultura, de la que la otra, la de la
tierra, sdlo es un instrumento. Por esta raz6n muy pronto la
ciudad no sdlo se separa del campo, sino que lo olvida com.
pletamente y lo empuja fuera de la Idea. La Bruyére escribe:
Nos elevamos a la ciudad en una indiferencia tosca de las
cosas rurales y las campestres”.
De esta forma, la ciudad no s6lo es portadora de su propio
porvenir, sino que/o es, no puede ser mas que la incesan-
te proyeccién de‘su futuro: debe ser, sera ciudad mas ciudad
atin, mas consumada, mas efectivamente realizada segtin su
Idea, mas acorde con su imagen y mas modelada segiin su
representaci6n. Esta es la razon por la cual la ciudad no es
un lugar, su sustancia no es la localidad, no mas que el lugar
llamado. Dicta por el contrario al lugar la ley de un tiempos
ella engendfa su propio tiempo por la composicién de sus pro=
piasicadencias y por la combinacién de sus unidades discre-
tas (viviendas, comercios, vias, servicios, plazas, pasajes...) €
una totalidad que sdlo busca darse un rostro e identificarse et
la medida en que mediante el mismo movimiento multiplies
sus facetas, complica sus recorridos y dispersa por todas par.
tes la misma identidad siempre asi supuesta. De este modo, I
ciudad se vuelve literalmente ciudad-luz, persiguiendo en sil
sombra y la noche para nunca dejar de poner a la vista y é
conceptos esta Idea de si, que se explica indefinidamente.
Asi, el alumbrado de las grandes ciudades (pero la “gr
ciudad” es una tautologia: la 1 ciudad siempre tiene un tama
exponencial) termin6 por arrojar hacia el cielo nocturno u
luz tal que Tas‘aves migratorias pierden sus puntos de refere!
cia ancestrales incrustados en el cielo estrellado. Pero este
plandor rojizo reflejado por las capas de aire contaminado q
se estancan con pesadez encima de la ciudad anuncia tambi
el fin de la Idea, la deformacién de la forma y la suspensi
de Ia autoexplicacién. La ciudad indica desde ahora el futui
de su falta de futuro. Ya no vendra, la ciudad [cité] ideal
expli-
sendraLos dos porvenires de la ciudad 103
urbanidad exquisita. Ya que la ciudad se explica o se explicita
en adelante de manera muy diferente: ella se de
la misma época en la que las Luces palidecian.
Seguramente, sigue proyectandose: por un lado, se activa
con una intensidad desigual en torno a su propio acondicio-
namiento, se vuelve a desplegar y se redefine, no deja de urba-
nizarse —pero el urbanismo asf desplegado (un término cuya
acepcin actual no se remonta mas alla del siglo XX) se vuelve
el tema y el nombre de una empresa sonambula que no sabe lo
gue quiere o que no puede lo que desea. No es juzgar negativa-
mente a los urbanistas pronunciar esa sentencia: es tomar en
cuenta el hecho de que la Idea ya no es la de la ciudad.
Hay en cambio dos formas que se reparten el horizonte
tal como se lo proyecta la ciudad de hoy. Una es la conur-
bacién —el tejido indefinidamente extendido y distendido en
redes multiples, en gran medida inmateriales, comunicacio-
nales, virtuales, de una actividad que se descentra al punto de
ya no permitir el punto de vista integrador y la postulacion
de identidad que la ciudad Ilevaba en si. La conurbacion se
abre nuevamente sobre el campo y a través de él, lo remode-
la, comienza otras historias, otros modelos cuyos contornos
posibles nos esforzamos por discernir. Nos esforzamos, hay
que decirlo, tanto mas cuanto que nuestra mirada esta nubla-
da por la otra forma proyectada, ella también ya extendida y
estirando la vida en si para deshacer su tejido y su esquema.
Lleva el nombre terrible, sarcdstico y sonoro de villa miseria,
nombre que pronto designara el modo de habitat de un tercio
de la humanidad.
Entre esas dos formas que adoptan alternativamente, y a
veces una contra la otra, e incluso una en la otra, las entrafias
extendidas de la ciudad hace tiempo “tentacular”, y hoy en
dia ms bien molecular, reticular y estocdstica, los aruspices
tienen motivos para vacilar largamente. Pero antes que vati-
cinar -ya sea para mejor 0 para peor-, conviene aprehender
lo que la ciudad nos ofrece para pensar: con ella, con su Idea,
con su proyecto de futuro, es un mundo entero, es una civi-
encadeno en104 Jean-Luc Naney
lizacion la que se metamorfosea. Cuando una forma de
envejece, escribe Hegel en una famosa pagina, el pajan
Minerva emprende su vuelo. No es el tiempo de las Lue
el del “gris sobre el gris” de la filosofia,
's prec
isamente entonces cuando hay que abrir los oj
sobriamente, no contar con ninguna otra iluminaci6n,