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Acta Poetica 25-2 OTONO 2004 Recuerdos y notas del siglo xx. Hermann Hesse y los jovenes en los sesenta Annunziata Rossi En este articulo se abordan diversos aspectos relacionados con el escritor Her- mann Hesse: la obra de este autor y los jévenes preparatorianos de los afios se- senta en México; las novelas cortas de Hesse, inspiradas en su infancia, adoles- cencia y juventud; su biisqueda de la libertad conciente: Hesse, como un ejemplo de rebeldia y anticonformismo; su relacién con la primera guerra mundial; chazo al nacionalsocialismo alemdn; Hesse outsider, su influencia en Leary y en el movimiento hippie. ure jothy This article deals with different aspects concerning the writer Hermann Hesse. Hesse’s work and the teenagers in Mexico during the sixties. His short novels, in- spired on his childhood, adolescence and youth. His search of conscious liberty. Hesse rebellious and anticonformist. His attitude towards the First Wold War and his rejection of german national socialism. Hesse as an outsider, his influence on both Timothy Leary and the hippie mouvement. 85 Acta Poetica 25-2 OTONO 2004 Annunziata Rossi* Recuerdos y notas del siglo xx. Hermann Hesse y los jovenes en los sesenta A mediados de los aiios sesenta del siglo pasado, mis alumnos de preparatoria llegaban a las clases Ilevando consigo, casi enarbolandolas, las novelas cortas de Hermann Hesse: Peter Comenzind (1904), Bajo la rueda (1905), Demian (1919), Sid- dhartha (1922), El lobo estepario (1927). De Hesse, yo sélo habia leido Narciso y Goldmundo y El juego de los abalorios. Curiosa por conocer el porqué de tanto interés por el escritor alem4n, me puse a leer sus primeras novelas (con excepcién de Peter Comenzind, que no encontré en ninguna libreria). Las novelas de Hesse entran en la tradicién alemana del Bil- dungsroman (novela de educacién), cuyo ejemplo mas grande es el Aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe. Son historias de juventud (el Demian tiene como subtitulo Historia del jo- ven Emilio Sinclair), novelas fundamentalmente autobiografi- cas, inspiradas en la adolescencia inquieta y rebelde del escri- tor y en su laborioso aprendizaje para llegar a la madurez; tal como su autor las Ilama, son “‘biografias del alma” de adoles- centes y j6venes sedientos de cambio, que emprenden el largo * Instituto de Investigaciones Filolégicas, uNaM. 87 camino a la busqueda de si mismos, dirigida a lo que Hesse llama “desarrollo del alma”, “esa alma que se ha perdido en el mundo mecanizado del dinero y de la desconfianza”. El reli- gioso Hesse, que no se adhiere a ninguna confesién y mas bien rehuye cualquier tipo de iglesia y sus sectarismos, usa, sin embargo, las antiguas palabras cristianas para preguntar: “~De qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?” Crecido en un ambiente pietista, hijo y nieto de piadosos protestantes que habjan estado al servicio de una misi6n cris- tiana en India (la madre de Hesse nacié alli), el escritor ale- man vivi6 la religién en dos formas, el cristianismo y el hin- duismo. Se sentia mas atrafdo por el hinduismo que no acosaba como el protestantismo, del que cuestionaba la moral judeo-cristiana autoritaria y opresiva, la rigidez, “sus ptilpitos sombrios”, sus “pastores y predicadores tediosos en su mayo- ria”. Su interés por el hinduismo lo Ilev6é en 1911 a un viaje a Ja India, de cuya experiencia naci6 el Siddartha de 1922. Pos- teriormente se interes6 mucho en el pensamiento chino, sobre todo en Lao-Tse y Confucio. Todas las novelas hessianas son variaciones del mismo tema, de la misma obsesi6n: la exigencia de la formacién indi- vidual para una libertad conciente; por eso respondian perfec- tamente a las inquietudes de nuestros jévenes preparatorianos que despertaban a la conciencia de si mismos y de la dura rea- lidad que los rodeaba. Sus personajes son arquetipos con los que se han identificado en occidente millares de jévenes y de adolescentes en los umbrales de la juventud, cuando empiezan a vislumbrar una “verdad” mas alld de la hipocresfa burguesa y de sus valores obsoletos. Su obra, que se ha traducido a cua- renta idiomas, ha tenido difusién también en Oriente; Siddhar- tha, por ejemplo, ha sido traducida a varias lenguas de la India. La vida misma de Hermann Hesse (1877-1963) no podia dejar de ofrecer una respuesta de anticonformismo y contesta- cién a las generaciones jévenes sedientas de cambio, sobre 88 todo en coincidencia con una grave crisis social y politica como la que enfrentaba en México la generacién del ’68. Her- mann habia tenido una adolescencia muy turbulenta: a los trece afios, cuando ya albergaba el tinico deseo de ser poeta, empezé a rebelarse ante la “cobarde superioridad” de los maestros. En conflicto con la escuela, fue varias veces recluido en una cel- da, en una ocasién golpeado (no hay que olvidar que en aque- llos tiempos los maestros, para mantener la disciplina, recu- trian a castigos corporales) y expulsado de cada escuela a la que los padres lo iban transfiriendo. En una ocasién fue encar- celado por haber tratado de incendiar un bosque y, durante cuatro afios, entre huidas, castigos y expulsiones, no duré en ninguna escuela. En 1891 inclusive intent6 suicidarse, y fue internado en una clinica psiquiatrica. Tampoco fue facil la relacién de Hermann con sus padres. Los amaba pero, como confiesa en una breve autobiografia, los hubiese amado mas tiernamente de no haberle “inculcado el cuarto mandamiento desde la primera edad” (Honrards a tu padre y a tu madre). Escribe: “Sdlo al ofr ‘deberds’, todo mi ser se trastocaba y me obcecaba.” A los quince ajfios, tras fra- casar en la escuela, empez6 su propia formacién en la rica bi- blioteca de su abuelo, en donde ensay6 también sus primeros escritos. Fue aprendiz de varios oficios: primero, en un taller mecdnico; luego, como ayudante de su padre; después trabajé en una fabrica de relojes de campanario, pero en ninguno dur6; por fin, fue librero, actividad que le gusté y en la que permaneci6 cuatro afios, para dedicarse luego al negocio de antigiiedades, en el que se mantuvo “para ir tirando”. Entre tanto publicé algo logrando cierta popularidad, pero no fue sino hasta su primer éxito literario que adquirié la indepen- dencia econémica necesaria para dedicarse de manera exclus va a la escritura. Después del éxito de sus obras, Ileg6 para Hesse la amarga experiencia de la guerra de 1914, que lo hundié en una grave 89 crisis. Apolitico “hasta el fanatismo”, “hasta la muerte”, man- tuvo toda su vida esa hostilidad hacia la militancia politica, porque “bajo el signo de la militancia politica el hombre no se siente obligado a seguir sentimientos y métodos humanos, sino a obedecer solamente las consignas partidistas y polémi- cas.” Individualista declarado, en una carta a André Gide se despide asi: “Reciba una vez mas el saludo de un viejo indivi- dualista que no tiene intencién de adaptarse a ninguna de las grandes maquinarias.” Sin embargo, aunque apolitico y paci- fista, no se aislé de los problemas de su tiempo, en los que particip6 activamente con sus escritos, tomando posicién en contra del odio entre los pueblos y colaborando intensamente con la Cruz Roja suiza en apoyo de los prisioneros de guerra. Al igual que Romain Rolland, se manifesté con violencia con- tra la irrupci6n ilegal de las tropas alemanas en la neutral Bél- gica, contra la destrucci6n de la histérica ciudad de Lovaina y contra el bombardeo a la catedral de Reims. Reacio a la “par- tidocracia’”’, siempre en defensa de su libertad personal, tuvo, sin embargo, simpatia por el socialismo y gran desconfianza hacia la reptiblica burguesa de Weimar, constituida en Alema- nia después de la derrota de 1918. A la caida de ésta escribe a Thomas Mann en una carta de 1931: “Se ha derrumbado algo que no estaba del todo vivo.” Habia sido favorable, al igual que Rilke, a la “revolucién” de 1918, y en otra carta a Mann lamentard el asesinato de los miembros de la Liga Espartaco: “Los pocos espiritus buenos de la ‘Revolucién’, que no fue tal, perecieron asesinados con la aprobacién del noventa y nueve por ciento de la poblacién”, concluyendo que Alemania “habia perdido su oportunidad de hacer su revolucién y en- contrar su propia forma.” Entre las dos guerras, fue uno de los pocos que no se dejé arrastrar por el entusiasmo nacionalista y los deseos de revan- cha del pueblo alemén. Vio con ojos proféticos la amenaza de Ja Segunda Guerra y reprobé el clima de pogrom antisemita, 90 el delirio de supremacia de la raza aria que dominaban en el pafs, asf como su carrera armamentista. En abril de 1933 (des- pués de la subida al poder de Hitler) en otra de sus cartas a Thomas Mann declara su “completa renuncia a la Alemania oficial”. Su oposicién le procuré violentos ataques y la acusa- cién de traidor a la patria, asi como el rechazo, por parte de los editores, de las obras que habia enviado a Alemania. En 1939 el gobierno nazi prohibié toda su obra. Sélo después de la guerra fue rehabilitado, y en 1946 recibié el premio Goethe y el premio Nobel. En esa ocasién Hesse, esquivo como siem- pre a las celebraciones y a todo tipo de acontecimientos ofi- ciales, no acudié a Francfort ni a Estocolmo para recibir los premios. Por la sencillez y la precisién de su estilo, por la armonia entre forma y contenido, las novelas de Hesse son de lectura asequible a pesar de la complejidad y la profundidad en el andlisis psicolégico de sus personajes. Las vivencias persona- les y el contacto con el psicoandlisis (se sujeté a tratamiento psicoanalitico en dos ocasiones, la segunda con C. G. Jung), agudizaron la natural sensibilidad de Hesse para ahondar en la psicologia profunda de sus protagonistas. Cada una de sus no- velas cortas, desde Bajo la rueda (1905) hasta El lobo estepa- rio (1927), analiza en crescendo las diferentes etapas de la vida (las mismas etapas por las que habia pasado él mismo), el desarrollo espiritual gradual desde la pubertad hasta la ple- nitud de la edad madura, el camino que, a través de crisis y transformaciones, lleva al encuentro con uno mismo, etapas que concluyen en la madurez de Harry Haller (el “lobo estepa- rio”) y del magister ludi Joseph Knecht, protagonista de su ul- tima novela, El juego de los abalorios. Hesse sabe perfectamente que el cambio social es una dia- léctica individuo-sociedad, pero da prioridad a la transforma- cién individual; como dice en su Regreso de Zarathustra de 1919: “Respecto a la nacién y a la colectividad, que cada hom- 91 bre acttie como le dictan sus necesidades y su conciencia, pero si durante la accién se pierde a si mismo, a su espiritu, cualquier cosa que haga no valdra nada. Si queremos tener mentes y hombres capaces de asegurar nuestro futuro, no te- nemos que empezar por el final, con reformas y métodos poli- ticos, sino mas bien por el comienzo, por la construccién de la personalidad. Si queremos tener mentes y hombres que nos garanticen el futuro, tenemos que sembrar nuestras raices pro- fundamente, y no sdlo agitar las ramas.” En fin, para Hesse la revolucién de la conciencia individual es una conditio sine qua non para la creaci6n de una nueva cultura, una nueva rea- lidad, una nueva ética, la transformacién de la sociedad. El re- pudio de Hesse a la sociedad burguesa es radical: una burgue- sia, dice, aniquiladora del individuo, que “envenena” a sus j6venes con la exaltacién de los valores morales para luego ensefiarles a traicionarlos. La critica de Hesse a la burguesia se puede condensar en las dos paginas iniciales de Bajo la rueda, en el rotundo retrato, la- pidario, de un tipico campedén de la pequefia burguesia, el res- petable Sr. José Giebenrath. Comerciante y corredor de bienes, José Giebenrath une a una innata capacidad para los negocios un “marcado afecto por el dinero” y la sumision frente a la au- toridad, junto con una acendrada hostilidad hacia todo lo singu- lar e ins6lito, hacia todo lo selecto y lo intelectual. Con las pa- labras de Hesse: ‘Si (Jiebenrath) hubiera cambiado su nombre y su domicilio por los de alguno de sus vecinos, nadie habria notado la menor diferencia.” Sin embargo, Giebenrath tiene la suerte, que se convertira en desgracia, de haber procreado un hijo, Hans, de talento excepcional y de una gran sensibilidad, que se destaca entre todos sus compaiieros. No s6lo su padre, sino los profesores y el director de la escuela esperan de él grandes cosas, un brillante porvenir. Se le envia como candida- to al celebre Colegio Teolégico Protestante de Tubinga, y Hans obtiene el segundo lugar en el dificil examen de admisién. La 92 ambicién del padre, que suefia con hacer de él un alto funcio- nario, y la de sus profesores, no tiene limites. El adolescente, en la pubertad, de constitucidn grécil y sujeto a frecuentes mi- grafias, en los meses de vacaciones, cuando hubiera tenido que renovar sus fuerzas, es sujeto a otro tour de force inhumano: clases y mas clases privadas, de las que sale “demacrado por el mucho trasnoche y con obscuras ojeras bajo sus ojos cansa- dos”. Sujeto a otra dura disciplina en el Colegio de Maulbroon (el mismo que habia frecuentado el adolescente Hesse y al que empieza a ver con ojos criticos), Hans se enferma y regresa a su casa con la salud quebrantada. Abiilico y desesperado, acaricia la idea del suicidio que no realiza por inercia. Ahora tiene que escoger un oficio y entra como aprendiz en un taller mecdnico. De regreso del festejo de cantina en cantina que un obrero ofre- ce a sus compaiieros, lo vemos arrastrarse de noche colina arri- ba para llegar a su casa, ebrio y temeroso del padre. Un dia des- pués su cadaver es encontrado en el rio donde amaba pescar de. nifio... Hermann Hesse fue un verdadero outsider, el “lobo estepa- rio” de la Montajfiola (el lugar que escogi6 para vivir en Suiza, su patria adoptiva, de la que obtuvo la nacionalidad en 1923). De esto tuvo plena conciencia y, en una carta a E, Korrodi de 1936, ubica su lugar “en esa dimensién del outsider neutro e imparcial, en la que uno es vapuleado y ridiculizado por am- bos frentes: la derecha y la izquierda.” Vivid apartado, alejado del mundo de la politica, sin ningun interés por el dinero y en contra de los ideales de vida ordenada y respetable de la socie- dad burguesa, hostil a la publicidad (no tenia en su hogar ni radio ni televisién), anticonformista e indiferente al dinero y a los honores de la vida ptiblica, defendiéndose de las visitas de los curiosos inoportunos que a menudo lo acosaban. En la puerta de su jardin estaba un cartel: “Nada de visitas, por fa- vor”; para quien lograra penetrar en el jardin, estaba listo en la puerta de la casa otro cartel con un poema de Men Hsich: 93 “Cuando uno es viejo y ha terminado su trabajo, tiene derecho de entablar amistad con la muerte, en quietud. No necesita de los hombres. Los conoce, los vio demasiado. Lo que necesita es la tranquilidad. No esta bien buscar a este hombre, abordar- lo con labias. Es correcto pasar frente a la puerta de su casa, como si en ella nadie viviera.” Entre las pausas de la escritura, Hesse se dedicaba al dibujo y a la pintura de acuarela, 0 cuidaba de su jardin donde culti- vaba flores y hortalizas, saboreando de vez en cuando una buena botella de vino tinto, y también cultivando “con método y gran placer el dolce far niente”. Habia vivido en un ambien- te rigidamente protestante y, sin embargo, fue completamente ajeno al anhelo de la ética de trabajo tipico del protestantismo. Se abandona con gozo al “arte de la ociosidad”, “en contra del trajin forzoso al que estén sometidos los seres desde su mas tierna edad, sin una pausa de respiro (una situacién considera- da ideal)”, como escribe en un articulo de 1904, intitulado precisamente “El arte del ocio. Un capitulo de higiene esté- tica”, publicado en Die Zeit de 1904, en donde lamenta que desgraciadamente “la pereza convertida en arte ha sido practi- cada en Occidente s6lo por tristes aficionados.” Confiesa can- didamente que es holgazan e indisciplinado (todo lo opuesto a su amigo Thomas Mann con quien se carteaba). Ya en edad madura se dio a experimentaciones de magia blanca (que se extendieron “hasta el aspecto negro de la misma”), lo que lo llev6, a los sesenta afios, cuando dos universidades lo habjan honrado con la dignidad de doctor honoris causa, a la carcel donde —narra divertido— habiendo obtenido el permiso de pintar, se puso a decorar la pared de su celda con un paisaje. Asi lograba Hesse la liberacién en la fantasia y en el juego, en la dimension estética de la vida, realizando lo que Schiller ha- bia sostenido: que el impulso al juego suprime la constriccién y pone al hombre, fisica o moralmente, en un estado de liber- tad. De sus escritos no se desprende que Hesse haya recurrido 94 a alguna droga, pero no me sorprenderia que lo hubiese he- cho, libre como era de prejuicios y abierto a todo tipo de ex- perimentacién que le permitiera entrar en otros mundos, como su protagonista del Lobo estepario, Harry Haller, que si lo hace para penetrar en el Teatro magico. En esta obra, Hesse da tienda suelta a la imaginacién, que se desborda a tal punto que recuerda a Hoffmann, el autor que, junto a Mozart, Hesse mas admira. En fin, Hesse supo conciliar en toda su vida el principio de la realidad con el principio del placer, esos principios que Freud, en su Malestar de la cultura de 1927, habia considera- do antagénicos e irreconciliables, ya que el sacrificio de los instintos humanos era una condicién inderogable para la su- pervivencia de la cultura. Hesse, en cambio, no acepta la fata- lidad de Ja renuncia y de la represin en contra de la que se re- bela. La libertad que Hesse logré en la esfera individual, Herbert Marcuse la plantear4 como posible para la humanidad entera. Partiendo de la tesis pesimista de Freud para confutar- la, Marcuse sostiene en su Eros y civilizacién de 1955 —el manual de los jévenes opositores del ’68— que en las socie- dades industriales avanzadas la lucha entre los dos principios de la realidad y del placer no era un hecho ya necesario e irre- versible y que podia ser resuelta arménicamente, poniendo a Ja humanidad en condici6én de aprender la gaya ciencia, en una dimensién estética (por cierto, también Marcuse cita muchas veces a Schiller). Después del Nobel de 1946, la obra de Hesse tuvo un pa- réntesis de olvido, hasta su irrupcién a principio de los afios sesenta. No sé cémo Ilegé a México. En esos afios, Juan Gar- cia Ponce introducia la narrativa de lengua alemana, interesdn- dose particularmente y de manera brillante en Thomas Mann y en los centroeuropeos como Robert Musil. A Hesse no le dedi- cé ningtin ensayo ni, que yo recuerde, lo mencioné en alguno de sus escritos. Supongo que su silencio se debié a la misma re- 95 ticencia de la critica respecto a la obra hessiana, considerada en sentido restrictivo demasiado didéctica, literatura para j6- venes, como si la intencionalidad educativa pudiera de por si excluir de una obra su calidad de arte. Dante en su Comedia y Goethe también tuvieron intenciones “diddcticas”, al igual que Jean Paul, considerado “bidgrafo de la adolescencia” (para Jean Paul la tnica edad digna de ser vivida era la adolescen- cia), y eso no ha determinado juicios negativos sobre sus obras. Por otro lado, esta bastante generalizada la sospecha de que la obra hessiana pertenece al mid-cult por su divulgacién a nivel masivo, y la conviccién de que la difusién y el favor de la masa banalizan la obra, la desacreditan. Hoy no existe ya una separacién a priori entre la obra de “consumo” y la obra de arte, pero en ese momento estaba todavia presente la larga tradicién occidental eminentemente aristocratica. Al escritor le gustaba escribir para los happy few (pero, al mismo tiempo, queria vivir de la venta de su obra). En Apocalipticos e integrados de 1964, Umberto Eco en- frenta el viejo problema de la divulgacién masiva de una obra como factor negativo para la critica, atribuyendo la distincion entre el “espiritu” y la “masa”, entre la lucidez del intelectual y la cerraz6n del hombre-masa, a los jévenes hegelianos que en el siglo xix sostenian que “el peor entusiasmo a favor de una obra de arte es el entusiasmo con el que la masa se dirige a ella. Todos los grandes acontecimientos de la historia han sido fundamentalmente equivocos y faltos de éxito efectivo porque la masa se entusiasm6 por ellos. Ahora el espiritu sabe donde buscar a su tinico adversario: en las frases, en las auto- ilusiones y la falta de nervio de la masa’. Es evidente, comen- ta Eco, que la critica de los jévenes hegelianos se dirige sdlo aparentemente a la cultura de masa; de hecho, se dirige en contra de la masa, sin distinguir entre la masa como grupo gregario y la comunidad de individuos responsables, sustrai- dos a la masificacién y absorci6n de la grey. En el fondo, con- 96 cluye Eco, subsiste “la nostalgia de una época en la que los valores de la cultura eran atributos de clase y no se ponian al al- cance de todos.” En suma, una cultura clasista y no del espiritu. En los Estados Unidos la obra de Hesse fue redescubierta por Timothy Leary, ex profesor de filosoffa de la universidad de California de la que hab{a sido expulsado por sus experi- mentos de droga con los estudiantes. Teérico de Ja cultura psi- codélica y underground, Leary recomendaba a los hippies la lectura de Hesse, al que consideraba como “el profeta del un- derground”: “Lean diez paginas de Hesse antes de tomar una pastilla de tsp.” Ya en los afios cincuenta, el jefe de los “jéve- nes iracundos” Colin Wilson, en su The Outsider de 1957, ha- bia designado a Hesse como jefe de su grupo. La Psicodelic Review declaraba que nadie habia descrito con tanta lucidez el viaje al interior de la conciencia. Una joven de Nueva York ex- plicaba de este modo la influencia de Hesse: “Hesse es el fer- mento antimaterialista que América necesita.” La problemati- ca hessiana respondia en muchos aspectos a las exigencias de renovacién individual y de paz —eran los afios de la guerra de Viet-Nam y de la generacién hippie. El llamado de Hesse a no conformarse con el mundo burgués y a rechazarlo logré fo- mentar la rebeldia de no pocos jévenes desesperados y en cri- sis, y no sdlo en los Estados Unidos. Muchas fueron las gene- raciones del siglo xx a las que el escritor aleman ayudé a entenderse, a “dimensionar” como “normales” vivencias hacia las que los “bienpensantes” burgueses mostraban desprecio 0 ironia. A la influencia de Hesse hay que ajfiadir el ejemplo que los hippies tenian de la generacién beat que los habia precedido en los afios cincuenta. De cierto modo, me atreveria a decir que los protagonistas de Hesse se habian adelantado en dece- nios a los grupos de la Beat Generation, el movimiento litera- rio cuyos portavoces fueron Jack Kerouac con su On the road y Allen Ginsberg con su poema Howl: vagabundos, anarquis- 97 tas, adolescentes inquietos 0 adultos frustrados, gente “desca- trilada” que cuestionaba el modo de vida americano, la socie- dad opulenta, la existencia burguesa y su moral, en contra de cualquier tipo de autoridad de la que no reconocian la consis- tencia, en contra de la “disciplina préspera para el hombre me- diocre, comtin y corriente”, como lo expresa Hesse. El movimiento hippie fue un fenémeno social de grandes proporciones que logré aglutinar a su alrededor dos millones, y quiz4 mas, de jévenes. Surgié a inicios de los afios sesenta en San Francisco y en California, se propagé a Chicago y a Nueva York, y luego trascendié las mismas fronteras estado- unidenses. El problema que Hesse habia sentido mas urgente, de la transformaci6n individual y la construccién de la perso- nalidad, del “individuo tinico que no ha sido reducido a una norma”, tuvo un eco extraordinario en la forma de vida de los hippies (hay que recordar que hippie viene de hip, consciente). La generacién hippie estuvo atormentada por el problema de la identidad, de la relacidn con los demas, fue rebelde ante la autoridad de los padres y de la sociedad opulenta, ante el american way of life al que logré oponer una nueva forma de vida. Para aumentar la percepcién, para una expansion de la conciencia que estimulara la individualidad, los hippies recu- trian al uso de la droga (que habian usado también los beat- niks para desengancharse de las leyes morales e intelectuales): marihuana, alucinédgenos, sobre todo tsp. “Entrar en onda” era para ellos un medio para liberarse de las superestructuras mo- rales e intelectuales recibidas e impuestas, para buscar nuevos valores y nuevas razones de vida, en pocas palabras, para “desacondicionarse” de lo establecido, para “de-culturizarse”. Aun cuando procedian de diferentes extracciones sociales, la mayoria pertenecia a la pequefia burguesia, y no pocos a la alta burguesia; sin embargo eligieron un modo de vida contra la corriente, opuesto al burgués. También el vestuario que adop- taron fue insélito y polémico: muchos de ellos iban descalzos, 98 con el pelo largo y suelto, con tiinicas hechas a mano sobre desgarrados pantalones y largos collares de cuentas que ellos mismos engarzaban; se adornaban con flores que ofrecian a los pasantes, incluso a los policfas, en signo de amor y de paz (eran los afios de la guerra de Viet-Nam). Su escenario era la calle, especialmente el distrito de Height-Ashbury, en San Francisco, a pocas cuadras del Golden Gate Park, otro de sus lugares fijos de encuentro. Los nifios de las flores, flowers children vivian s6lo con lo indispensable, vendiendo collares, amuletos y artesania hecha por ellos mismos. Entre sus producciones, publicaciones loca- les, comics, etc., destacan los carteles publicitarios en los que lograron un estilo personal que mereceria, quizd, un estudio aparte. Crearon un mundo diferente, una contracultura a través de un régimen comunitario aut6nomo —si se quiere primitivo y tribal— dentro del establishment, que les permitié subsistir: comunas rurales autosuficientes en los desiertos de California, viviendas y cocinas comunales en las ciudades; siempre eran ayudados por los diggers, voluntarios que se encargaban de recolectar viveres —y que, por lo general, rehusaban el dine- ro—; ayudaban a los que el establishment ignoraba y recogian a numerosos nifios que habfan huido de su hogar. Disponfan de clinicas libres que terminaban invariablemente en bancarro- ta por falta de dinero. Los diggers organizaban también gran- des fiestas en el Golden Gate Park, ofreciendo conciertos, de jazz, de rock y comida, todo gratuito. Los hippies disponian inclusive de una guardia espontanea, los Hell’s Angels (ange- les del infierno) que en motocicleta los defendian de la policia con mucha energia y eficiencia. Por su rechazo al establishment, que aplasta lo individual y lo espiritual, los hippies se mantuvieron apartados de todo, alejados y hostiles a la politica y a la vida intelectual (inclusi- ve exhortando a los estudiantes a abandonar las universida- des). Estaban en contra de Ja sociedad sin querer reformarla. 99 Sus consignas eran: “Haz lo tuyo” y “Vivir”. Cuando se le pregunté al mtisico Joe McDonald, cudl era el programa poli- tico hippie, contesté: “Musica gratis en el parque.” Y a la pre- gunta: ,Qué hay con la organizacién social de la sociedad?, contesté bruscamente: “‘A la chingada.” Nunca entablaron con- tactos con los movimientos paralelos radicales de izquierda ni con los universitarios que hicieron tentativas para atraerlos. En esos mismos ajios, los estudiantes de la universidad de Berke- ley de la generacién del ’68, desfilaban contra la guerra y, bajo la guia de Herbert Marcuse, luchaban por una transformacién de toda la sociedad, como sus coetdneos mexicanos. El auge del hippismo duré varios afios hasta su ocaso en 1967 (su ultimo gran acontecimiento fue el festival Monte- rey-pop en ese mismo afio.) El anuncio de su muerte lo dio, con una buena dosis de ironia, el San Francisco Chronicle el 5 octubre de 1967. Hubo un féretro simbélico, al parecer con una procesién. Siguieron, es verdad, los festivales hippies de Woodstock, agosto de 1969 (con medio millén de jévenes), y el de Avandaro de 1971, en el Estado de México. No creo que de la ceniza del hippismo haya salido alguna ave fénix. Sin embargo, dejé en herencia cierto estilo de vida entre los jévenes y una profunda huella en el imaginario juve- nil. Mientras tanto, los j6venes continian leyendo a Hesse... 100

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