Professional Documents
Culture Documents
“Podríamos decir que las universidades tuvieron una causa material, cuál fue el aumento del espíritu de
corporación, con el fin de defender los intereses comunes. El movimiento corporativo que da lugar a la
formación de los gremios, cofradías o hansas de artesanos y mercaderes, al reunir a los intelectuales hace
que surjan las universidades. Estas dos causas, la material y la formal se produjeron a igual tiempo; y al
darse una causa eficiente, la mayor parte de las veces un hecho causal: presencia de un gran maestro, lucha
contra el carcelario de la escuela catedral, o alguna otra causa, fueron surgiendo las distintas universidades
que apuntaban también hacia una causa final: la atracción de las profesiones indispensables para la sociedad
y en último término –en esos tiempos- el servicio de Dios y de laIglesia” Stephen d´Irsay
Edad” o lo que es lo mismo el esfuerzo del sujeto por ir superando las tendencias
heterónomas y lograr la autonomía.
Ahora bien, el objeto de este texto es dar cuenta del proceso que actualmente vive la
Universidad, institución sui generis con una larga y depurada tradición que le ha permitido
consolidarse, pero que, no obstante, las actuales condiciones sociales y políticas redefinen
o reconfiguran su ser y, de este modo, inciden de manera capital en su sentido, es decir, en
la generación de conocimiento y en la constitución de identidades en su interior y, por eso
mismo, los modos de habitar la universidad por parte de sus miembros: docentes y
estudiantes.
En efecto, la preeminencia del capitalismo global cuya presencia incide fuertemente
en la idea de Universidad y, particularmente en los currícula, y, asimismo, en las políticas
de gobierno en las que, en la mayoría de la veces, priman criterios de orden económico en
detrimento del valor de lo académico y, por eso mismo, en su sentido de la autonomía. Este
hecho es susceptible de ser considerado en términos de las tensiones que animan la
universidad actual, expresando contradicciones internas y con su entorno, que bien podría
asumirse como la asunción de ciertas tipologías que van delineando y configurando su
ethos, muchas veces en oposición y conflicto de cara a los valores más auténticos de su
milenaria tradición.
El Ethos Universitario
pensamiento y creación, porque desde hace siglos los poderes económicos y políticos
entendieron que sin libertad se seca la fuente de innovación de la que depende el progreso.
El único lenguaje social que une a todas las ciencias es hoy la matemática. Sólo los
fenómenos y los hechos medibles que pueden organizarse en funciones y ecuaciones de
equilibrio son objeto de conocimiento científico. La matematización de todas las ciencias se
impone con fines decididamente programáticos y limitados. Pero este conocimiento
pragmático y matemático también es sospechoso. El hombre no sólo está hecho de piezas
medibles, y siempre ha tenido algo que no es medible. En este sentido el neopositivismo y
el postmodernismo están más cerca del oscurantismo de lo que comúnmente se piensa.
presiones del Mercado y de los intereses de los grandes grupos industriales y de servicios y,
por eso mismo, se pone en cuestión su autonomía en una época focalizada en la
profesionalización de su público estudiantil.
Por eso mismo, el sentido de la universidad se ve atrofiado por esta visión unilateral
que niega cualesquier proceso de dialectización, de tal modo, que le permita tomar
conciencia de su situación. Bien cabría pensar, que si la Universidad no asume en sí misma
la reflexión sobre su momento –destructivo- firma su propia condena. Por consiguiente, tal
momento crítico no implica, en modo alguno y bajo ningún concepto una negación de la
misma, sino, todo lo contrario, su más plena e integra realización. Por consiguiente, huelga
decir, que esa operación alquímica de transformación de un tipo o concepción de
universidad académica en una Universidad postmoderna se ve tipificada por la crisis de la
noción de formación.
Por eso mismo, la crisis del ethos universitario se comprende mejor a partir de lo
señalado en el concepto de Formación, pues desde la perspectiva neoliberal-postmoderna
lo fundamental es la preparación para el éxito, lo que importa no es la formación, sino el
título, el estudiante quien en realidad es el cliente que está invitado a comprar los servicios
de la casa de estudios.
4. La Universidad política, que busca un nuevo protagonismo ligado a las esferas del
poder estatal. Su modelo de profesor es el asesor ministerial, el consultor de
entidades públicas, y su ideología el pragmatismo. El profesor Hoyos la denomina
Neoliberal.
Justamente, por ello, hablamos aquí de tensión, en cuanto que la actividad académica de
la Universidad oscila entre demasiada adaptación a las demandas profesionales del entorno
y demasiado repliegue en las tareas de conservación y producción autónoma del saber, sin
embargo, es preciso indicar que existe, en consecuencia, una crisis al interior del espíritu
universitario que no permite un juego dialéctico vital entre las mencionadas tendencias,
razón por la cual François Vallaeys, afirma que es preciso considerar la crisis de la
Universidad actual en términos de sobre-adaptación o sub-adaptación a las exigencias
del entorno, por otra parte, E. Morín señala que:
…existe una complementariedad y antagonismo entre las dos misiones [de la Universidad],
adaptarse a la sociedad y adaptar a la sociedad a sí misma: la una se refiere a la otra en una
retroalimentación circular que debería ser productiva. No se trata sólo de modernizar la
cultura: se trata también de culturizar a la modernidad. (p.7).
Por consiguiente, bien vale preguntarse, ¿En qué medida la Universidad tiene que
“adaptarse” a su entorno? ¿En qué medida tiene que adaptar su entorno a sus propios
principios y valores? ¿Qué significa adaptarse? La respuesta a tales asuntos, deben estar
mediadas por las nuevas coordenadas en las que discurre el ser de la Universidad actual,
esto es, la preeminencia de un capitalismo global.
Por eso mismo, es posible pensar que esta tensión expresada en términos de una
Institución Moderna y otra Postmoderna da lugar a una tarea urgente, relacionar dos
tradiciones inconmensurables, y, que por lo tanto lo que se puede proponer hoy “no es,
después de todo, nada más que una versión del siglo XX de la Universidad del siglo XIII,
especialmente de la universidad de París, la universidad en la que tanto los agustinianos
como los aristotélicos llevaron sus propias investigaciones sistemáticas al mismo tiempo
que tomaban parte en la controversia” (Mac Intyre, 1992, p. 285)
Para el profesor Hoyos este antagonismo es posible por parte de dos visiones o
concepciones irreductibles: “…lo que para el moderno es falso, es para el posmoderno sólo
lo que aquel no comprende y viceversa”, empero, dice Hoyos, es necesario establecer una
posición mediadora, conditio sine qua non, se puede materializar el esfuerzo de
comprensión de cada uno de los extremos en su contexto y en su tradición, antes de juzgar
10
Ahora bien, ¿Qué respuestas deberían dar las universidades actuales? Sin que los
imperativos del mercado y del consumo inherentes al capitalismo tardío vayan en
detrimento de su ser, por eso mismo, se hace perentorio construir espacios en los que sea
factible la reconstrucción de su tradición, es decir, su ethos académico, para ser espacios de
discusión para elaborar concepciones de lo bueno, de lo justo, de lo cierto a partir de
justificaciones de orden racional, de tal modo, que la sociedad aprenda de la Universidad
cómo conducir razonablemente y dialógicamente sus propios debates, urgencias y
preocupaciones.
Pues cuando varias críticas externas muy diferentes de la universidad algunas profundamente
hostiles, otras no hostiles, pero todavía profundamente críticas han propuesto, desde fuera de
la universidades contemporáneas, y a tenor de las cuales tendrían que distribuirse de ahora
en adelante los recursos y privilegios, los portavoces oficiales del status quo académico han
respondido, con raras excepciones, con tartamudeantes ineptitudes. (1992, p. 273).
Finalmente, no faltan ahora, entre nosotros, los modernizadores que aman el cientificismo,
quienes diagnostican la calentura en las sábanas. No les preocupa el espíritu muerto. No se
proponen rescatar el espíritu del saber, lo que se busca es poner a la universidad a tono con
los tiempos, es decir, que se convierta en una herramienta para la producción, que deje de
ser especulativa, teórica, en últimas, que sea eficiente.
La universidad tiene que luchar por beber el saber en las fuentes, por cuestionar, por
construir un saber vivo, que está siempre obligado a examinarse, a reflexionar sobre sí, a
renovarse, que no tenga un momento de sosiego, un saber que se desliza por el filo de la
navaja.
Razón por la cual, la eticidad implica que un intelectual tiene que asumir el acto
creador con auto-responsabilidad. Pero la auto-responsabilidad no puede considerarse como
un imperativo legal, es decir, como una prescripción social o moral que limita la creación.
La ética no es una legislación externa, una imposición ideológica, es ante todo un acto
interno, una constatación que proviene de la conciencia social del agente o sujeto moral.
Pero, para ello se requiere del sustento de la reflexión teórica, esto es, de la filosofía,
de la pedagogía y de las ciencias sociales en general, para la adecuada comprensión de lo
humano dada sus características especiales. En efecto, para la antropología y para la ética,
el hombre no es en tanto que ser humano un ser completo y maduro, por eso mismo, no es
desde que nace, y, por ello, como lo indicara de manera maravillosa Píndaro: llega a a ser
lo que eres, sentencia que induce a pensar que de lo que se trata es de una tarea y no como
una imposición indefectible.
Por lo anterior, el ser humano necesita ser formado, y, para ello, es condición de
posibilidad considerar la formación como un proceso y no como un resultado, empero, ello
comprende una serie de acciones y experiencias que buscan la realización progresiva de la
condición de humanidad, es decir, aquellas acciones pedagógicas que dan forma a las
disposiciones y capacidades naturales de los seres humanos, tanto en la dimensión
cognitiva como en la interactiva y lúdica.
13
En efecto, el concepto de formación tiene que ver con el término cultura, entendida
como el medio propiamente humano de habitar el mundo, como la apropiación reflexiva de
la experiencia individual y colectiva, como ese proceso que transcurre a través de nuestra
socialización y que nos permite, paulatinamente, actuar y expresar nuestra conciencia del
mundo en términos de conocimiento, lo mismo que en términos morales y estéticos.
Dicha concepción de la educación está asociada a una forma de educar que se centra
más en los procesos de socialización e individuación que en el aprendizaje de contenidos y
obtención de resultados, que presta especial atención al desarrollo de las múltiples
potencialidades y posibilidades del ser humano, en particular, a la capacidad de servirse
autónomamente de su potencial para conocer, transformar y disfrutar del entorno físico, lo
mismo que para interactuar con sus semejantes.
cada docente desde su campo disciplinar, y que la institución ofrezca los espacios que la
hagan posible. Si las humanidades pueden contribuir a esa formación es porque su objeto
de estudio es el hombre en sí mismo y su quehacer y posibilidades, a través de las otras
disciplinas se forma una mirada sobre el mundo, una manera de apreciar la profesión, el
oficio, y a través de ello de su significación ética y cultural, de su impacto social.
La formación tiene que ver tanto con el currículo como con el plan de estudios y
tiene que ver además, con las posibilidades que tiene la universidad de mejorar los procesos
de socialización. La pregunta por la formación es una pregunta más bien práctica que
teórica, que se refiere al enfoque pedagógico, que apunta a la posibilidad de mirar al
hombre como totalidad. Se trata de prácticas pedagógicas comprometidas con el desarrollo
de los hábitos intelectuales básicos: lectura, escritura, discusión argumentada que habiliten
al estudiante para actuar con libertad en un mundo en construcción, en un mundo polifónico
que requiere de tolerancia y que reclama solidaridad.
Hago votos para que la Universidad… sacuda la molicie que la carcome, y para
que adopte como lema el obstinado rigor que Leonardo preconizaba como regla
para los trabajos del espíritu. Que en ello resida, más que en cosa ninguna, resida
el secreto de la Universidad Nueva. Porque los tiempos son duros y las tinieblas
impenetrables para quien no ha templado sabiamente la espada del espíritu
(Argumentos, 1986, p. 94).
Referencias