Hablar hoy día sobre el mecanismo paranoico es posible desde el
psicoanálisis y de la orientación lacaniana, ya que en la psiquiatría ha perdido vigencia, como tal, el término paranoia. Ha quedado subsumido en el amplio campo de los trastornos delirantes y en las formas paranoides de la esquizofrenia. Basta confrontar el DSM IV con el CIE 10, para comprobar hasta que punto, se ha perdido en la clínica de la psiquiatría moderna la confianza en la dimensión del síntoma como expresión de lo más verdadero en las singulares producciones de cada sujeto. Es que en realidad, la categoría del “sujeto” no es contemplada por el campo científico, el cual se basa exclusivamente en la empiria. Es decir, el método experimental en el análisis de las conductas de los individuos. Situación inversa, no recíproca, la del psicoanálisis respecto de la ciencia, quién responde desde el lugar marginal al que esta lo reduce, denunciando que es desde la articulación entre el sufrimiento del cuerpo ( el campo del goce ) y la demanda del enfermo, donde su clínica se instala para dar respuesta a la dimensión de verdad que su síntoma conlleva. Esto, en la actualidad podemos apreciarlo en la importancia que en nuestra clínica diaria, tiene el uso del psicofármaco, en tanto está sustentado en los avances de la psicofarmacología. En los campos de estudio sobre todo de la esquizofrenia y la psicosis maníaco-depresiva, se han descubierto las vías y los mecanismos de acción de los neurotransmisores y receptores intervinientes en ellas, lo que no es desdeñable en un sentido, pero al mismo tiempo fuerza a una ilusión de homogeneidad clínica (típica, del para-todos de la ciencia), que borra las particularidades de cada esquizofrenia, de cada melancolía y así sucesivamente.
La paranoia vive (y goza de buena salud), por el psicoanálisis
Lo dicho al comienzo respecto a la paranoia y a su mecanismo íntimo,
es un ejemplo que como anillo al dedo, viene a confirmar la extraterritorialidad del psicoanálisis respecto a la psiquiatría. Mientras el psicoanálisis no sólo se empeña en conservar la categoría de la paranoia, sino que la considera fundamental para entender la psicosis, la psiquiatría la desdeña entendiéndola como un mito de
1 Tomado de: www.psicoalvarez.org Kraepelin o una reacción comprensible en un individuo con determinados rasgos caracterológicos o constitucionales.
Hay una constante en la evolución de las ideas en el campo de la
psiquiatría. Ya sea la psiquiatría clásica o la moderna psiquiatría científica. En ambas, independientemente que sustenten posturas psicogenetistas u organicistas, que ubican la causa inicial de la psicosis en el desarrollo de constelaciones psicológicas explicativas de vivencias anómalas o en trastornos de la función de “filtro” del yo (función del rendimiento del yo) que por alguna alteración neuroquímica, no puede codificar la información que recibe a través del sistema perceptivo; en ambas, se hace necesario mantener un lugar , en el que residiría una suerte de “centro de entendimiento” que, como un “panóptico”, estaría siempre al tanto de lo que no anda bien en el sujeto.
Es notable, como la resistencia al psicoanálisis, se extiende hasta en
los desarrollos que en Lacan, se podrían ubicar en el borde de lo que el psicoanálisis tiene de relación con la lingüística y la filosofía. Por esta vía, Lacan en los años 50, coloca en el campo del lenguaje la única organicidad que vale en el sujeto psicótico. La que por los efectos del significante “... motiva la estructura de la significación”.
Lacan realiza, como lo define J. A. Miller, “una operación de barrido”
en su empeño por destronar al sujeto unificante de la percepción. Al colocar en la misma bolsa, todas las teorías sean éstas “psicogenetistas o dinamistas, se refiere a la alucinación, para contrastar la clásica definición de Esquirol de la alucinación como “una percepción sin objeto”, con aquella que se desprende de considerarla como efecto de la forclusión. Es decir, el síntoma psicótico por excelencia que viene a demostrar que el sensorio “es indeferente en la producción de la cadena significante”, asombrándose de que no se le ocurra a nadie preguntarse “si el perceptum mismo deja un sentido unívoco al percipiens aquí conminado a explicarlo”. Tal como queda, después, ejemplificado con la alucinación verbal psicomotriz de Seglás.
El mecanismo paranoico
Una pregunta que se impone, en primer término, es la razón por la
cual desde el psicoanálisis consideramos necesario mantener la categoría de la paranoia. La razón estriba en que como tal, el delirio paranoico, es como dice Lacan, un ensayo de gran rigor lógico que se escribe en un texto, el texto delirante. Tomar las producciones discursivas del psicótico desde esta perspectiva (la de una escritura que intenta restablecer los lazos con el Otro), nos impide considerar la psicosis como déficit, como sí lo hace la psiquiatría. Por el contrario, son creaciones que funcionan como un biombo o tapón, en el lugar de un agujero, de una inexistencia en lo simbólico, como podemos denominar a la forclusión. Otro aspecto, relacionado con este, es que el mecanismo paranoico es el paradigma, en la psicosis, de todo tratamiento de lo real por lo simbólico.
Si partimos, como lo hacen Freud y Lacan de la división kraepeliniana
entre esquizofrenia y paranoia, vemos que, una fracasa donde la otra triunfa. Dicho de otra manera, la metáfora delirante, representa el triunfo del sujeto psicótico en el tratamiento de lo real, una vez desencadenada la psicosis. Es decir, si tomamos al fenómeno elemental como algo siempre presente en la clínica de la psicosis, confiriéndole además, al rasgo de elemental, un valor de real en el sentido de que no puede ser asimilado por lo simbólico, el mecanismo paranoico, es el modo a través del cual, el sujeto reenvía el goce al campo del Otro, hasta llegar a identificarlo en el Otro (haciendo del otro su perseguidor o su amante insensato). El término que tanto la psiquiatría como el psicoanálisis utilizan para denominar este procedimiento es el de interpretación delirante. Si el paranoico logra a través de este mecanismo un sentido delirante, que restituye la pérdida de realidad ocasionada por la des- estructuración imaginaria del inicio de la psicosis, es a partir de identificar un significante que en el Otro lo represente y supla la inexistencia del Nombre del Padre en lo simbólico y en lo imaginario la ausencia de significación fálica.
Función de la Metáfora paterna
La función específica de la metáfora paterna es la de cifrar el goce, de
tal manera, que quede ligado al falo. El Nombre del Padre, al anudar RSI, brinda un límite a las funciones imaginarias de la significación y de la imagen del yo con su cuerpo. Este límite representa un punto de falta en el sujeto. La significación fálica, es eso, es la marca de la castración que negativiza el goce pulsional. Por esta operación, se vacía goce del cuerpo y, por otro lado, a nivel fantasmático recuperación del goce, ligado a los objetos de la pulsión.
La forclusión del Nombre del Padre impide, por lo menos
parcialmente, esa operación sobre el goce. En la psicosis, observamos una falla en la constitución del sujeto que se traduce en una falla en la constitución de lo imaginario. Esto queda dramáticamente expuesto en los fenómenos de significación inefable del desencadenamiento de la psicosis, en los que “los efectos de inducción del significante, actuando sobre lo imaginario, determinan ese trastorno del sujeto que la clínica designa bajo los aspectos del crepúsculo del mundo, que necesita para responderle nuevos efectos de significante”. La perplejidad, en la que se sumerge el sujeto como efecto ante lo que retorna en lo real, (goce enigmático) expresa la alteración de la temporalidad del sujeto, correlativa a la rotura de la cadena significante. A la pérdida de la función metafórica del lenguaje.
El problema del narcisismo
Lacan introduce en el análisis del caso Schreber, el aspecto
problemático que representa el mecanismo freudiano de la proyección para explicar el mecanismo fundamental de la formación de síntomas en la paranoia. En el capítulo III del caso Schreber, Freud plantea que la paranoia es una defensa contra una fantasía homosexual, y el delirio paranoico, la proyección en el otro de una percepción interior desagradable que retorna al sujeto como amenaza. El delirio paranoico es para Freud una defensa contra pulsiones homosexuales. En el camino hacia la elección del objeto heterosexual, es normal, dice Freud que haya una fase de elección homosexual de objeto, transitoria que sucumbe con la declinación del Edipo y el complejo de castración. Así, las pulsiones homosexuales se subliman desviándose de su fin sexual y se unen a las pulsiones del yo, para constituir con ellas los instintos sociales y representar el aporte del erotismo a la amistad, la camaradería y el amor a la humanidad. Para Freud la paranoia nunca deja de ser una enfermedad de la libido. Cada una de las fases libidinales es susceptible de sufrir fijaciones y disposición a la neurosis. La fijación al narcisismo, el incremento del quantum libidinal que lleve a la sexualización de las relaciones sociales con anulación de las sublimaciones, será el corolario de la teoría freudiana de la paranoia. En el Manuscrito K, en 1896 se había referido a la paranoia en contraste con la neurosis obsesiva. Si bien, en ambas, el recuerdo de una vivencia primaria motiva la represión y desprendimiento de displacer, en la paranoia el contenido ideico, generador del autorreproche, se atribuye al prójimo por proyección. Al autorreproche primario se le niega el valor de verdad y queda a disposición de los intentos explicativos del yo, que van a constituir el delirio de asimilación, como denomina Freud a la reconstrucción delirante del mundo, por esta época. Vemos que estas elaboraciones anticipan lo que en el capítulo III del caso Schreber, Freud va a situar como las distintas formas lógicas de contradicción de la fantasía que supone la afirmación YO LO AMO. La frase “negación del valor de verdad” es el antecedente de la afirmación de que el psicótico no quiere saber nada en el sentido de la represión, como un mecanismo distinto de la represión como denomina al rechazo o la desestimación de un trozo de la realidad. En este punto, la crítica de Lacan al mecanismo de la proyección llega a la sugerencia de abandonar el término, ya que la psicosis no tiene nada que ver con la “proyección psicológica, por la cual, recibimos siempre todo lo que hacen aquellos por los cuales tenemos sentimientos algo mezclados, con alguna perplejidad en cuanto a sus intenciones”. Define la proyección en la psicosis como “el mecanismo que hace retornar del exterior lo que está preso en la verwerfung, o sea, lo que ha quedado fuera de la simbolización primordial que estructura al sujeto”. Con el estadio del espejo, Lacan coloca al narcisismo como la relación imaginaria central para la relación interhumana. “Toda identificación erótica, toda captura del otro por la imagen en una relación de cautivación erótica o agresiva, se hace a través de la relación narcisista”. Lacan permite resituar la relación narcisista, especular, en tanto mediada por la palabra en la relación del sujeto al otro. De este modo, va a decir que todo el registro imaginario se constituye solidariamente en la relación proyectiva entre el yo y el otro. Pero esta relación alienante, encuentra su ley en la simbolización del Edipo. De esta manera, Lacan se preocupa por instalar el problema de la proyección y los llamados mecanismos de defensa, en el plano imaginario y situar la causalidad de la psicosis, en la primordial relación del sujeto con el lenguaje.
Desencadenamiento, desestructuración imaginaria,
reconstrucción delirante
El término desencadenamiento, alude a la quiebra del efecto
metafórico de la cadena significante, que opera mínimamente, con S1--- S2. El discurso del inconsciente, lo muestra funcionando: efecto de significación, el sujeto, efecto de goce, el a, producto o resto de la operación de la metáfora. Pero para esto el Otro debe ser tesoro de los significantes, no le debe faltar el significante de la ley, el NP. Para que la psicosis se desencadene es necesario que el Nombre del Padre ausente, sea llamado en el Otro en oposición simbólica al sujeto. El Un-padre, elemento fortuito que ubicado en posición tercera a nivel de la pareja imaginaria, yo- objeto o ideal- realidad, inicie la desestructuración del imaginario del sujeto hasta que se alcance en la metáfora delirante la estabilización entre significante y significado.
La metáfora delirante es un punto de arribo, una manera particular
de cifrar el goce que sin embargo no siempre es eficiente para impedir nuevas desestabilizaciones