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Captruto 2 jA GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MARI INTRODUCCION TEORICO-CONCEPTUAL A LA CUESTION DE LA VIOLENCIA EN AMERICA LATINA, Waldo Ansaldi A EdelberioTorres-Rivas, incansable luchador por sina Guatemala yuna América Latina emancipadas, Las discusiones sobran, {Silencio, adores! Tiene usted la palabra, ‘camarada méuser. VLADIMIR MAIAKOVSKI, MARCHA IZQUIERDA Premisas preliminares En este capitulo retomo, amplio y aftado argumentos previamente ‘expuestos en el capitulo escrito con Mariana Alberto, en este mismo volumen, ys antes, con Verdnica Giordano en nuestro libro sobre la construccién del orden en América Latina (Ansaldi y Giordano, 2012c: cap. 6, esp» 287-292) Se trata de nuevas consideraciones,resultantes del deserollo dela investiga cién.! Mi preocupacién es claramente socioldgico-hist6riee: construir una opciés o una esteategia de investigaciOn, fandads tebrica y conceptualmente para analiza, explicar ycomprender por qué ~en ciertasy determinadss con- diciones sociohistsricas de América Latina ls apelacién ala violencia armada se constituyé en el Deus ex machina de la resolucién de los conflicts sociales y politicos conezos a la construccién de un nuevo ordea, sea este revolucio- nario o conservador, No me imporia solo la violencia revolucionaria, a de Jas class explotadas y oprimidas (para algunos considerada, erréneamente, Ja inica), sino tambign la dela clases dominantes. Es que, en rigor, la apela- ciéma la violencia fisica y simbelica se observa tanto en los casos de defensa y 1. to soo dea colectia que eo orig a ese lib sin también de una personal, aon en cura, sabre le mecanismos dela dominacién police socal olgéruics, que espero ‘er ever en ora en 2014 0 2015, 43 W. ANSALDI conservacién del orden establecido y consicerado legitimo, como en los de su Jmpugnacién, que invocan otro principio de legitimidad. Hace ya tiempo que Barrington Moore (1973) ha caracterizado como una falaca histérica consi- derar la violencia como privativa de los procesos revolucionarios, asi como Francisco Weffort (1984) ha considerado un error contraponer la violencia de las revoluciones, por un lado, y el carder supuestamente pacifico de las democracias, por el otro. Adolfo Sanchez Vizquer diferenciaba claramente violencia y fuerza Como destruccén de un orden establecdo, a violencia es un atibuto human, pro esta no se muestra con la sola presencia de lo fuerza. En la naturaeza ay fueraa naturales, ‘eto volenda no esl fuerza ens, en acto, sin use dela fuerza En fo natal, las fuerza actdan, pero no se usa, solo el hombre us a fuera, y puede Uae a mismo como fue Por eo decimos quel fuerza de por na esvelencs sna fuerza {sad por el hombre. De ahi el cardcterexlusarerte humano dela volenda (Sanchez ‘vanquez, 2003 47; ls ites son del origi, En toda sociedad, la violencia instalada por determinadas relaciones sociales, aiadia el fildsofo hispanomexicano, genera “siempre una actividad ‘puesta’, de modo tal que “una violencia responde a otra”. La expresién alude “diferentes formas de coercién” utilizadas para “conquistar o mantener un dominio econémico y politico” o para “conseguir tales o cuales privilegios", siendo su forma extrema la lucha armada. Fn saciedades de clases (antagdni- as) la violencia se encuentra tanio en las relaciones sociales internas como, ceventualmente, en las relaciones entre paises, expresandose, en el limite, como guerras cviles, en el primer caso, y externas (bajo las formas de agre- siéa, defensa, independencia o liberacin), en el segundo (Sanchez Vézquez, 2003: cap. VIN). Karl Marx y Friedrich Engels, los creadores de la teoria materalista dela historia (0 filosofia de la praxis, como preferia Antonio Gramsci y recuperd Sinchez Vazquer), seialaron explicitamente la importancia de la violencia en la historia de la humanidad. En el conocido capitulo sobre la acumula- cidn originaria, en Das Kapital, Marx le asignaba el papel de “partera de toda sociedad vieja prefada de una nueva”, entendiendo también que el poder del Estado es expresién de la violencia organizada y concentrada de la sociedad. Marx no fue un teérico dela violencia, pero, agudo observador como era, no podia dejar de sefalar su decisiva incidencia en la historia. Mas en ningéin ‘momento la considers factor decsivo o fuerza motra del desarrollo histérico, ‘como recuerda Sénchez Vizquer, Por su parte, Engels, al crticar duramente «Eugen Dithring ~quien consideraba la violencia “el factor histérico funda- mental"-, la concebia como un medio, no como wn fin, y la subordinaba a la situacin econémica, su condicionante. Es que, en la mejor tredicién dela filosofa de la praxis, la violencia nunca fue pensada como un fin, y siempre ‘como un medio, Para Marx ~y luego de él también para Lenin, entre otros~la IA GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! 49 violencia revolucionaria es concebida como una necesidad histérica llamada a desaparecer, mediante ella misma (potencialmente su propis negacién), con Ja desaparicin de las condiciones histrico-sociales que la han engendrado, {Asien una sociedad dividida en clases, la violencia es positiva, pero no lo es y debe ser eliminada en una sociedad libre, sin clases -Ia del reino de la iber- tad-, 0, como decta Gramsci, en la sociedad regulada. También tengo may en cuenta las observaciones de Barsington Moore (1973), de Norbert Elias (1982; 1987) y de Charles Tilly (1991; 1993; 2007). Para el primero, como sefialamos con Giordano, repetimos con Alberto y rei- ‘ero aqué ~aun a riesgo de saturar-, es engafioso equiparar Is violencia de los oprimidos con la de los opresores, como también es improcedente conden Ja empleada por los primeros contra los segundos. “En los pafses atrasados, hoy dia, hombres que no se han rebelado siguen sufriendo [...]. En los pai- ses democriticos occidentales, la violencia revolucionaria (junto con otras a de violencia) forié parte del complejo proceso hist6rico que hizo le el cambio pacifico subsigulente” (Moore, 1973: 407-408). También Bias Til a saves hanpresad pertcla ateneién al pape fundamental de la violencia en la construccién del Estado. Las proposiciones de los tres son complementarias. La violencia no puede tratarse de manera metalic, aietdrica, ni puede desligarse de la no violencia. La dialéctica entre violencia y no violencia, esto «5, entre coercién y consenso, bien percibida por Antonio Gramsci, permite definir al Estado como “sociedad politica + sociedad civil, esto es, hegemo- acorazacia de coercién” (Gramsci, 1975: I, 763). Es decir: el Betado es, esencialmente, un instrumento de dominio (coercién) de una clase sobre ‘tras, pero no deja de procurar lograr el consenso activo de los gobernados (hegemonia). ‘No hay violencia, sino violencia, y cada una de ellas muestra raagos dis: tintivos. Xavier Crettiez (2008: 69 y ss.), por ejemplo, apunta que hay tres formas tradicionales: del Estado, contra el Estado einterindividuales (propias de la vida cotidiana). Retengamos por ahora esta distincién. Como el interés de este capitulo (y del libro todo) es, en primer luga, la violencia politica y, subsidiariamente la social, ejemos de lado la tercera de esas formas. A los efectos de mi argumentacién, consideraré tres formas bésicas de violencia politica armada: revolucionaria, contrarrevolucionaria, antirrevolucionaria, 2. Norbert Easy Charles Ty han realizado sustantvesaportes al papel de la vienca, census verses manifestacones, hasta la mas ata de ells, agua, ence process de formacion de os Estados. Sus investaaciones no hacen mas que rtficaryprofundar propesicones ye anicpadas poe Fedich Engl en un tevto clsico de 1868, "El papel ea violencia en I historia Engels, 2000 En ese trabajo, el afundador del materia smo histone trazabaneas crusade proceso de formacin de os grandes Estados aconales de a Europa contiortal desde fine de a Edad Med hasta fines de 30 2. Retemo esta cueston en lio al que hice rferenca ena nota anteter. 50 W. ANSALDI La violencia politica armada revolucionaria se ejerce con la intencionali- dad explicta de atacar el poder del Estado para reemplazarlo por otro, euyo jropésito es Ia transformacién radical de le sociedad, En el siglo XX, la vio- Tencia revolucionaria estuvo, a escala planetaria, generalmente (cuando no excluyentemente) asociada a orgenizaciones de izquierda que se propusieron derrocar el poder busgués para construir una sociedad socialista. Empero, hhubo formas de violencia revolucionaria con ideologia, propésitos y pro~ ‘gramas diametralmente diferentes, como bien lo lustré la revolucién irani (1979). Bn América Latina se produjeron procesos de violencia revoluciona- ria burguesa de signe conservador y profundamente anticomunista, cuyos objetivos eran transformar la forma del Estado sin alterar la matriz societal burguesa y poder asi profundizar la expansién capitalista, como en los casos, diferentes entre si, de Brasil (1964) y Chile (1973). Permitaseme una digresién: en el siglo XX se torné sentido comiin as0- ciar la idea de revolucién social con socialismo 0, mejor dicho, considerar como revoluciones sociales solo las de signo socialist. En América Latina, esa concepcidn levé a algunos autores a desconocer come revoluciones sociales ale mexicana (1910) y a la boliviana (1952). Para ser rigurosos, conviene, entonces, atenerse a los conceptos. Theda Skocpol ha formulado, desde la sociologéa histérica, una precisa y muy itil ‘conceptuslizacién y distineién de las revoluciones: llama a unas “politicas”, y ‘otras, “sociales”, Sintéticamente dicho: ls revoluciones sociales “son trans formaciones répidas y fundamentales de Ia situacién de una sociedad y de sus estructuras de clase; van acompafiadas, y en parte son Hevadas a cabo por las revueltas basadas en las clases, iniciadas desde abajo”, mientras que las revoluciones politicas solo “transforman las estructuras del Estado, y no nnecesariamente se realizan por medio de conflictos de clases”. Lo distintivo, exclusivo, de una revolueién soctal es que en ella los cambios fundamentales deambas estructuras, la social yla politica, acontecen entrelazados, reforzin- dose mutuamente, Esos cambios se producen “mediante intensos conflictos sociopoliticos, en los que las luchas de clase desempesian un papel primor- dial” (Skocpol, 1984: 21), Cierro la digresién y continé. La violencia politica armada contrarrevolucionaria es la ejercida por gru- ‘pos 0 clases sociales desplazados del poder por un proceso revolucionario, con el objetivo de recuperarlo. Casostipicos de esta clase de violencia fueron, por ejemplo las acciones de Victoriano Huerta, en el México dela déceda de 1910, las llamadas “guerrillas de Escambray", en Cuba, en la década de 1960, yyla contra nicaragitense, en la de 1980. La violencia politica armada antirrevolucionaria, por iltimo, es aquella evada adelante por grupos o clases sociales en el poder, o por el propio Esta~ do, para derrotar a movimientos revolucionarios que atacan y amenazan sus posiciones. La llamada “lucha oestrategia contrainsurgente” es una de sus for- IA GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! 31 mas ms conocidas. Puede ser legal (a cargo de fuerzas regulares del Estado) cilegal (organizaciones paramilitaes). A diferencia de a contrarrevolucio- narla, que se produce después de la toma del poder por los revolucionarios, laviolencia politica armada antirevolucionaria se despliega para impedie que Jos revolucionarios tomen el poder. En el periodo histérico analizado en este libro ~bésicamente la segunda mitad del siglo XX-ha sido frecuente la caracterizacién, por parte de algunos Estados, de ciertas formas de violencia armada como “terrorismo”. Por cler= {o, no concluyé con el siglo, pues todavia hoy se la emplea, particularmente después del ataque alas Torres Gemelas, en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. ‘Al respecto es bien interesante apreciar os fundamentos de Ia jueza ita- tiana Clementina Forleo al expedirse, en enero de 2006, en la causa judicial ‘contra dos miltantesislimicos acusados de terroristas. La magistrada, del foro de Milén, sostuvo que es necesariodistinguir guerilla de terrorismo, dos cosas bien distntas: la guerilaremite “las actividades desarolladas en un contex- to bali”, mientras que el terrorismo lo hace a “aquellas destinadas a golpear ‘ala sociedad civil de forma indiscriminada”, A su juicio, “alguien que comete alaques en el contexto de un conflcto armado, sino involucra o atacaciviles de manera intencionada, no es terrorsta". Y aad, invocando le Conven- cin Global sobre Terrorismo aprobada por la Organizacién de las Naciones Unidas en 1999: “la actividad guerrillera, o la violencia que tiene lugar en el contexto de un conflicto armado, aun cuando esté levada a cabo por fuerzas armadas no institucionales, no puede ser perseguida, ni siquiera ¢ nivel de le ley internacional, a menos que se vioen leyes humanitarias internacionales” La jueza Forleo ergumenté también que, como “la nocién de terrorismo diverge de ade subversién, y como tal no estécefinida de una menera normati- 1a’, debe evitarse el riesgo de calificar como “terrorist” toda accién guerrille- 12, en una situacién de conilicto, pues “podria, inevitablemente, conduct auna injustificable toma de posicién en apoyo de una de las fuerzas en conilicto” > No hay una tinicalectura dela violencia come hecho o proceso histdrico real, sino varias (y hasta muchas) historias, quiza tantas como protagonistas de ellas. La violencia (y la imagen de ella) no es la misma para el soldado, el polciao el mercenario que la eecutan (y para los jefes que los mandan) 4que para el obrero, el campesino, el guerrillero, el estudiante, el bandolero © quienguiera que sea la victima de ella. En palabras de Gonzalo Sénchez.y Donny Meertens (2006: 15), hay una constelacidn de imagenes coexistentes, complementarias, contrapuesias del mismo fendmeno. 3. “Juez de Min ha dicho: la guerra de quertilas no es terorsmo, Fundamentales defnciones para los pueblos" dsponble en www kacsenared.net, consultado & aoa. 52 W. ANSALDI Laviolencia ya imagen de ellatampoco son las mismas para el centfico social que las estudia, A diferencia de aquellos, este las convierte (incluso si ha sido sujeto partieipe) en objeto ce andlisisajustado alas regs y cénones desu disciplina (antropologia, ciencia dela politica cencia juice, losofia, historiograll,psicologta, soiologia, sociologiahistrica). La literatura testi- ‘nonial, as entrevista y otras fuentes personales e aportan al cientfico social informacin valiosa, si, pero no son datos sino materia para la construccién de los datos. Lo mismo ocurre con las otras fuentes en las que puede abrevar. "Noes nunca una area sencilla, menos cuando la violencia objeto de estudio se ha producido en el tiempo biolgico de quien la investiga. Esa sincronia entre cltiempo de la vida del investigador y el tiempo histérico en el que a violea~ cia se ha ejercido genera no pocas tensiones que pueden dificultarla tarea de explicacin, No se puede analizar explica la violencia con prejuiciosnicon valores morales, Su abordaje debe partir de una posicién epistemolgica, teb- rca y metodoldgicabésiea:considerarla decisin de apelar las armas como una decsin politica, no moral, tal como sefalamos con Mariana Alberto en elcapitulo 1 de este libro. Dell queal analizar un conflicto ~y mucho mis siest tiende a resolver- se mediante larecurrencia ala vilencia~ deba tenerse en cuenta el objetivo que las partes enfrentadas “se proponen lograr con el conficto mismo”. En sina situacin tal, apuntaba Gramsci, “todo juicio de moralidad es absurdo", siendo solo posible el uico politico, “l de la correspondencia cel medio a fin lo cual implica una identificacida del ino dels fines graduados en una escala sucesiva de aproximacién)”. La “inmoraidad” se encuentra, en todo aso, en el alejamiento del fin o en la no creacién de condiciones que permi- tan aleanzarel fin propuest, "pero no es inmoral desde otros puntos de vista “moralistas” (Gramsci, 1975: 1710). En todo conflicto se produce un choque de posiciones contrapuestas, cada una de las cuales reclama para si tener “la razdn" o, al menos, “mas razén” quel otra, fundarse en posiciones de “justcia,“equidad” o legtimi- dad. Tenemos, pues, una dimensiéa subjetiva y una dimensin objetiva dela violencia, Reunir ambas en una tnica explicacin es el gran desafo. La tarea, para un cientfic social, es develar la realidad disimulada de los mecanismos dela violencia, para decile para(raseando a Pierre Bourdieu, en particular los de la violencia simbslica, menos perceptibles a simple vista que los dela vio- lenciafisica (Crettiez, 2008: 17) La dimensién objetiva se encuentra siempre en las condiciones socioeconémicas, es decir, en la estructura dela sociedad. En soctedades divididas en clases, hace refeenciaa relaciones de dominacién y de explotacion. En el parecer de Philippe Braud (2004: 15), es inconveniente reducir la violencia su nica dimensién material. "No hay nunca violencia fisica sin una dimensién psicolégica esta es, por otra parte la que confiere ala vio- JAGALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! 53 lencia su significado politico” Ahora bien, Ia dimensisn psicoldgica de la violencia e otra arista compleja, sobrela cual el psicoanslisis, desde Sigmund Freud en adelante, mucho ha dicho, Pero aqut no reseftaré esos aportes. Solo quiero aludir al hecho del doble campo donde se expresa tal dimensi6n: et individual y el colectivo, los efectos de nuestra investigacin, el segundo es mds importante, Pero no puede soslayarse la importancia del primero, clara- ‘mente perceptible en el momento en que se enfrentan dos persons por ejem- plo, el ejecutorylavictima dela tortura o, en un plano menos asimétrico, dos ‘combatientes que saben que en exe mismo instante sejuegan vida o muerte En tales situaciones, la violencia deja de ser una abstraccin y adquiere toda su signficaciSa como acci6n humana. En “Guerre colonale et troubles men- taux" ("Guerra colonial y rastornos mentaes”), timo capitulo de suclisico libro Les dammnés de la terre (Las condenados dela terra, su autor, psiquie- tra martinico, negro, miembro del Frente de Liberacin Necional angelino, describié con elocuencia los efectos tersbles de Ia aplicacién de la violencia, legend a conclusiones tras la observacién personal de diversos fenémenos psiquidtricos, trastornos de comportamiento y del pensamiento, patologes Psicosomiticas varia, casi todas ellas comunes en las guerres “clisicas", excepto un grupo que considers especifico dela guerra colonial en Argelia el dela contraccién generaizada, rigidex muscular (véase Fanon, [1961] 1983). ‘Mas a alld de, pese a os uicios de valor, la violencia eté notablemente presente en los imaginarios sociales, incluso, ajuicio de Braud, ocupando un lugar excepcional, Puede ser estigmatizads rechazads, referida con eufemis- mos ¢ incluso, en el limite, hasta negada su existence. Son todas variantes de tuna misma pretensién: enmascarara; por tanto, impedir que ses develada Los mecanismos "para eludilao corcomperia” se aprecian bien en elenguaje cortiente: violencia es accién de quienes atentan contra el orden =o sea el enemigo-, mientras que quienes lo defienden apelan ala coaccién o a coer cién (Braud, 2004: 10). En este Iéxico, “violencia” tiene un tono desclificador, condenatorio. Es, como se aprecia, una inversién de la posicién de Georges Sorel que recordamos en este mismo libro ene capitulo 1 1a violencia es la forma més dristica de impugnacién y de conservacién del orden, sea este econémico, social, politico y/o cultural. Quienes rect ren aellaesgrimen, de modos més 0 menos elaborados, na combinacién de una legitimacisn tedrica con una legitimacién préctica (Somier, 2008 22), Pero no habré una buena explicacion tedrea si ella iene pretensién de validez universal y atemporal, Acuerdo con Isabel Sommier (2008: 17) en la conveniencia de estudios centrados en “un contexto espacial, temporal, «incluso ideolbgico, particular” La contextualizacién histriea y geogrfica 4. En este yen tots los casos siguientes, la traduccion de idioma original de acta al astalano me pertenece sa W. ANSALDI ¢s imprescindible, incluso si la distintas pricticas de violencia tienen una sisma fuente tedrica o ideolégica y/o recurren al empleo de modalidades parecidas y hasta semejantes. Es buena la acotacién de Kavier Crettiez: por chocante que sea “Ia violencia es muy relativa, se pereibe en une forma muy dlistinta segin las épocas, los medios sociales, los universos culturales” (Cret- tier, 2009: 11-12). A veces se dan coincidencias que son leidas de maneras diametralmente opuestas: hoy esta de moda condenar la “guerra santa” invo- cada por el fundamentalismo islémico. Pero, salvando le distancia temporal y’los medios materiales empleados, qué la diferencia sustantivamente de la “guerra santa” dels crstianos de las Cruzadas y de la conguista de América? ‘Una y otra comparten el mismo objetivo: el aniquilamiento fisico, simbdlico cultural dl dsidente, del que piensa, siente y/o cree de otra manera, Ambos procesos muestran que son los hombres yno las armas los que definen el tipo de violencia, algo que ya habia sefalado Georg Wilhelm Friedrich Hegel y retomaron luego Georg Lukics y Adolfo Sanchez Vézquer. Por cierto, respec- to de as “guerras santas”, no le fltarazén a Barrington Moore (2001) cuando Jes imputa a la religiones monotestas la propensién a promover una fuerte intolerancia que culmina en la alta predisposiciOn a asesinar a los disiden- tes, los diferentes, los “impuros”, En otras palabras, la condena (a menudo @ muerte) de toda forma de heterodox, de alteridad, ‘Quemar vivos en la hoguera ~para no extender la lisa, incluso reducide, con eélebres perseguidos no quemados~ a Girolamo Savonarola, Giordano Bruno, Giulio Cesare Vanini, Miguel Servet Pietro d’ Abano, Garcia de Orta, Jan Huss, Jerénimo de Praga, entre otros las “brujas” de Europa y shoreer alas de Salem, que legitimidad tenia? Qué fundamento moral aceptable? En una de las contiendas ideoldgicas del siglo XIX, el urnguayo José Pedro Varela ~introductor de la educacién publica, gratuita, Iaica y obliga- toria~ caracterizaba en 1875 a los partidos de su pais como contrincantes “ilececonciliables entre sf, implacables en su antagonismo y en sus odios”, lo cual no obstaba para que coincidieran en una matriz ideolégica que los asemejaba: Ia concepcién fundamentalista de ser portadores excluyentes de Ia verdad. Para los colorados, quien no era colorado o estaba con ellos, era blanco, es decir, enemigo; ala inverse, para los blancos, quienes no estaban con ellos solo podian ser colorados, por tanto, también enemigos. Y conctufa: “unos y otros reservan para si todo el bien, toda a moralidad, toda la justicia y para el contrario todo el mal, toda la inmoralidad, toda la injusticia, No hay pues salvacién posible. Es la doctrina catéica en toda su extensién: todo que no esté dentro de mi iglesia vive en la hergja y esté condenado” (apuel Rill, 2008: 141; las itdlicas me pertenecen). Claro, Varela eseribia en un pais de tradicin catdlica, una herencia colonial, por lo que enfatizaba el papel de esa religion, pero bien podria haber dicho que ese fundamentalismo y esa intransigencia eran patrimonio comin de las religiones llamadas universales A GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MARI 55 -judaismo, cristianismo, islamismo- no casualmente forjadas @ partir de le risma matriz, Ahora bien: si indagamos, gno encontraremos sctitudes, posi- ciones de tenor similar en otros paises? No se trataba solo de violencia simbélica: esa intransigencia alimentaba, trataba de jutifcar o legitimar la apelacién a la violencia politica armada, a practicar la politica armada hasta el imite de terminar con la vide de los enemigos, no a neutralizar su capacidad militar. En la otra banda del Rio de la Plata, la bandera Religiin o Muerte, levantada por el caillo riojano Facun- do Quiroga, no era, precisamente, una invitaci6n al diflogo. Por afadidura, planteaba una falaci, porque sus enemigos no eran de otra religidn, sino de Ja misma, A lo sumo, por lberales, eran laicos (que no es necesariamente sindnimo de ireligiosos). Tal vez por la percepcién de esa logica de guerra implacable, los uru- guayos generaron, antes que otros paises (salvo Brasil), una cultura politica acuerdista,pactsta, qu fue sentando ls bases para el pedomino de le lbgica de la politica, dominante durante casi todo el siglo XX. El estudio de la violencia en todas sus formas, pero en especial Is social yy més aiin la politica, no es, pues, tarea sencilla, Reflexionar sobre ella, dice ‘Xavier Crettiez en las primeras ineas desu libro, tiene, menos, una ventaja yuna desventaje. La ventaja es obligar “a una necesaria y sana mezcla de enfoques” disciplinarios. Siendo un tema multidisciplinario por excelenci dice el poltélogo francés, analizar la violencia conlleve, oblige el entrecr zamiento de los enfoques de socislogos, plit6logos, historiaores,flsofos, psicélogos, juristas. Pero es justamente esta exigencia la que constituye la desventaja, el inconveniente (Crettiez, 2009: 11), Procuro sortear lo mejor posible le dificultad apelando a un enfoque desde la hibridacién de tres de las disciplinas involucradas: la ciencia de la politica, la historiografiey a socio logia, hibridacién que por comodidad llamaré sociologfa histrica 0 andlisis socioldgico (0 sociolégico- politico si se prefiere) de procesos histéricos de violencia politica. He dicho antes que nuestro equipo estuelia Ia violencia politica y,subsi- diariamente, la social. Ahora bien, qué diferencia a una de otra? ;Cuindo tuna violencia es social y cudndo politica? La distincién entre une y otra no estan sencilla como parece a simple vista (hay entre ellas una “porosidad de fronteras”, para decirlo con palabras de Sommier),distincién que se com- plica, analiticamente, en los casos de pasaje de una a otra, Para Crettiem la diferencia radica simultineamente en “el objeto de las violencias, el estatus de los actores que la practican, su dscurso de justfieacidn y sus efectos”. Y siguiendo a Charles Tilly, concluye sefalando que “el recurso ala violencia y su forma dependen de la relacin con el Estado (o con la autorided legitims) {que puede transformar las violencia sociales en repertorios de accién polit 0s" (Crettier, 2009: 22-24) 56 W. ANSALDI Esa “porosidad de fronteras” torna dificil, en algunos casos, establecer tuna caracterizacién estricta de hechos de violencia como politicos 0 como sociales. En nuestra regién, tal porosidad es muy frecuente, de donde no extraha la conversién de conflictos sociales en politicos. Por definicién, todo conflicto, cualesquiera que sean sus caracteristicas y origen, deviene politico en cuanto interviene el Estado, sea porque se apela al para obtener respuesta satisfactoria a una demanda, sea porque interviene para reprimir o mediar. Politica, poder y violencia Desde el campo de la filosofia, Walter Benjamin planteaba, en 1921, tuna critica de la violencia, tarea pasible de definir “como la exposicién de su relacién con el derecho y con la justicia”. Consideraba la violencia origen yesencia de la ley, y distinguia dos tipos: uno fundador y otro conservador de la ley, La violencia fundante legitima el derecho, mientras que la violen- cia conservadora protege el orden, De ali deriva “la pregunta acerca de si la violencia, en cada caso especifico, constituye un medio para fines justos 6 injustos”, Se trata de un problema, el de saber “sila violencia en general, ‘como principio, es moral, aun cuando sea un medio para fines justos”. Para decidir al respecto, Benjamin entendia necesario apelar a “un criterio més pertinente, una distincidn en la esfera misma de los medics, sin tener en cuenta los fines a los que estos sirven” (Benjamin, (192i] 1995: 24-25; las itdlicas me pertenecen), ‘También dentro del campo filoséfico, Hannah Arendt sostiene que *politicamente hablando, es insuficiente decir que el poder y la violencia no son la misma cosa. El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece alla donde el poder esti en peligro, pero, confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder”. La fildsofa alemana esté lejos de negar la importancia de la violencia cen la historia; “nadie consagrado a pensar sobre a Historia y la Politica puede permanecer ignorante del enorme papel que la violencia ha desempefiado ‘siempre en los asuntos humanos”, Empero, raza entre violencia y poder una linea divisoria, una frontera, afirmando que la violencia tiene capacidad de destruir poder, mas no de crearlo (Arendt, [1970] 2005: 7, 16 y 73; as tics me pertenecen), En contraposicién, la lectura de la violencia desde las ciencias sociales es otra, Asi por ejemplo, Charles Wright Mill escribia: “Toda la politica es una lucha por el poder; eliltimo género de poder es la violencia” (Mills, 1956: 171), No decia nada nuevo: de hecho, desde Maquiavelo y Hobbes hasta Elias y Tilly, pasando por Marx y Weber, la violencia (la fuerza) es considerada iA GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR 57 ‘consustancial de la politica’ Pero recordarlo es siempre pertinente, necesa~ Flo, pues, como escribié Pierre Bourdieu, “cualquier ejercicio de fuerza viene acompaado por un discurso que esté dirigido a legitimar la fuerza de aquel aque la ejerce: se puede decir incluso que la caracteristica de una relacin de fuerza es el hecho de que solo posee toda su fuerza en la medida en que se disimula como tal" (Bourdieu, 1990: 241) ‘A su turno, uno de los mayores estudiosos de la violencia, Charles Tilly (2007), plantea, desde la sociologia histérica,elcardcterinescindible del bino- into violencia-politica. A su juicio, si bien no toda confrontacién produce violencia, no puede negarse la presencia dea fuerza detris dela politica bien perceptible en el Estado: “todos los gobiernos se eservan el control de certos smedios concentrados de violencia en forma de armas, tropas, guardias y pri- siones. La mayoria de los gobiernos utilizan ampliamente todos esos medios para mantener lo que los gobernantes definen como el orden publics”. Todo gobierno requiere y emplea al menos un ménimo de violencia para mantener tlorden (aunque no sea siempre expicta), de manera que “la violencia colec- tiva y la poltice no violenta entran incesantemente en interseccién” (Tilly, 2007: 25-26). Al respecto, el desiderétum es el logro dela obediencia sin nece- sidad dela recurrencia ala violencia, leanzado tan solo con la amenaza de ella. En tal caso, no es que el Estado renuncie al eercicio de la violencia sino ‘quelo limita a casos puntuales, procurando disuadir. Pero, como no escaparé a quienes leerin este libro, el pasaje de la violencia potencial a ls violencia en acto por parte del Estado es siempre una posibilidad, incluso en situaciones de ddemocracia ylo de ausencia de violencias armadas contrapuestas. Bn América Latina, la represién de manifestaciones, movimientos sociales, huelgas, entre ‘otras formas de accién colectiva, apelando al instrumental de violencisfisica del que dispone el Estado no es un hecho excepcional ‘Tilly entiende que toda legitimidad politica fundada en la violencia oeri- gida sobre ella se gana ex post. En el caso especifico de creacién del Estado (ena Europa de los siglos XVI, XVIL y XVII}, a legitimidad no fue parte de «ll, sino que sealcanzé cuando se torné itil para los fines perseguidos por el Estado en el momento de pasaje (hacia mediados del siglo XVI) de la mera proteccién de sus sibditos desarmados y sin medios de resistr a la violencia de diferentes grupos, fuesen ellos internos o externos. La monopolizacién de laviolencia por parte del Estado fue el camino seguido para aleanzar el resul tado ce su lgitimacién, una leitimidad de ejercicio, disia Weber. El despoja- miento dea cuota de violencia detentada por sefiores fendales, por la Iglesia. Y por bandidios por parte de los monarcaslev6 ala progresiva deseparicién de los ejércitos de mezcenarios y su reemplazo por ejéritos profesionales, 5. véase en este mismo libel aptulo 3, "Races de a violencia: para una nueva genear lool, de Hobbes a Mar”, de Lorca Sebesta 58 W. ANSALDI crecientemente centrados en una diseipling rgia,Hsta disciplin “no volun- tari” en la organizacin militar se inpuso par passa conformacién de una diseiplina formalmente“voluntara” en ls talleresy flbricas dela naciente indusrialzacién, ose, del captalismo,diciplina esia que ao dejaba (ni deja) de ser un efectivo sometimiento a una dominacin,amén de explotecién Desde otra perspective, Antonio Gram planteaba la reac entre pol- tia violencia teniendo en cueata el tramado inconsiil entre coercion ycon- senso yateno ala distinc yl articulacién entre dominacién y hegernoni. Con la propuesta de ganar fa Tacha por la hegemonla antes de ganar la cha por el poder, Gramsc invert lalgie del proceso hstérico tradicional, apun- fando a dsminur ia necesidad de emplear mayor wolenca por parte dl poder revolucionaro dela clase abreraysu partido na ve ganado el Estado, Ganar Inhogemonia ex anteynoexpostimplic, para decilo en terminos weberianos, tener legiimidad de orgen antes que lgitindad de ejrcicio. En América Latina, La construcian del orden hemos planteado que ese proceso no ha sido, ni necesariamente es, una confrontacin entre orden y desorden (o cas), sino, may a menudo, una pugna entre dstniaspropuestss de orden, es deci, entre diferentes, antagdnicos y a veces excluyentes pro- yectos de organizacién y ejericio del poder y de consituién dele sociedad (Ansa y Giordano, 20126). Se trata, en consecuencia, de un choque de prin- Cipion de legitimidad. Dicho de otra mola ol enfrentamiento entre ferras por el contol del poder politico y el derecho a ejrcer el poder se expres tnt otras manera, como una licha por la leitimidad politica. a legitimidac es un patcular requisto del poder poitic. Este es lego sy solos ‘fen mayora de oe subs le econoce el derecho a ejercer el monopat dea violencia pra gaantizr el orden, 2 defender a comundd dels enemigos externas ya tomar ‘ecisones que invlucren a todos aquebos que ven denito del terrtro sometido a su Jct de pader Pellcan, 1985: 115 ls taias me perenecen) Bl destacado indica que la legitimidad se gana mediante el conilicto y es tun hecho ex post, como ya he seftalado, siguiendo a Tilly. Philip Abrams (1988) ha afirmado en alguna ocasién que el Estado es, “antes que nada y sobre todo, un ejercicio de legitimacion, que intenta legiti- ‘mar algo que podria ser ilegitimo, una dominacién eventualmente no acep- table. [..] El estudio del Estado puede empezar con la forma en que se es legitimando lo que es ilegitimo”. La observacion de Abrams es bien perti- rente y remite ala relacin legitimidad/ilegitimidad, asunto que abordamos en Ansaldi y Giordano (2012b: 287-292), donde cuestionamos la afirmacién ‘weberiana sobze la violencia legitima del Estado. Es cierto que ella existe ~y es necesaria para gjercer el poder-, pero la explicacién es insuficiente al conside- rar legitima una sola violencia, la de la clase dominante. Sefialamos en aquel texto que, as, a contrario sensu, toda violencia que no es laestatal es ilegitima, IA GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! so En lave clasista, solo es legitima la violencia de a clase dominante que deten- ta el control del Estado, cualquiera que sea el formato de representacion que utlce par ello. En contraposicién, nuestro planteo sostiene la exstencia de, al menos, dos violencias com pretension de legitimidad, aunque solo una puede ser legal oinstitucionalizada, Se trata de una proposicién tebrica expuesta por el soci6logo braslesio Florestan Fernandes (2008: 151-194), quien distingue dos formas de violen- cia: Is institucionalizada y la amorfs, andrquice. La violencia insttuelona- Tienda -acumulads, concentrada y centralizada~ cumple dos funciones: 1) ‘mantener, fortalecer y equilibrar el orden exstente; 2) combinarestebilidad yyeambios sociales para “transformar el equilibrio en inestabley hacer que las iransformaciones sucesivas sean conciliables con la preservacién del pated, de civlizacién desde el cul se configura el orden existente”, Por eso las socie- dades de clases son mucho mis violentas que las sociedades estamentales y/o de castas. Se trata, como diria Marx, de una variacin especfica(y explicativa) resultante de Is Idgica del modo de produccién capitalist, que requlere una expropiacién organizada del trabajo y su posibiidad de intensificacién ere- ciente (Fernandes, 2008: 155-156). ‘Alla violencia institucionalizada Fernandes contrapone la “violencia amorfs, elemental y anérquica”, siendo una y otra “dos masse diversse de violencia, ue se limitan einteractian”,relacin dialéctica en la cual la segun- ds cumple la fancién social de ser "la base sobre la cual opera la violencia, insttucionalizada, visible y por lo menos ‘itil’ vista como ‘un mal necess- rio’ (por una o por ambas parts)". Esta observaciSn permite entender mejor tanto las poiticas de criminalizacién de a protesta como la delos marginados (aunque no ejerzan violencia) e incluso ls prictcas de “limpieza socal”. As, ‘la violencia de las clases explotadoras y dominantes Fernandes contrapone Ia que llama “contraviolencia", que, en tun “limite histérico extremo" deviene contraviolencia revolucionaria de esas clases. Quienes dominan y defienden elorden establecido, estigmatizan la violencia delos dominacios yexplotados, especialmente si se expresa como lucha de clases. Tal estigmatizacién puede ser incluso compartida -merced a la dominaciOn ideol6gica- entre los pro- pias explotados y dominados. Cuando la contraviolencia se torna activa, el poder la ilegaliza. Reitero, entonces: el orden es portador de das legitimidades contrapues- fas, lade las clases dominantes y la de las clases dominadas, la de la clase fundamental la de las clases subalternas. La legitimidad de estas adquiere “un doble movimiento de revolucién’: dentro del orden y contra el orden (Fernandes, 2008: 162-163). (tea manera de ver lacuestin esl expuesia por Crettier, quien distin- gue dos legtimidades, alas que lama “interna” y “externa”, La legitimidad interna “se basa en la mis esrctalegalidad”, de manera tal que“ violencia 60 W. ANSALDI solo es legtima cuando se inscribe dentro del sistema en el cul se ubica songus obedec regis erctas emis por el istma (ay) Au ver, Iegitnidad extemarentéconsttulda por a conformidad valores exrsisé- triton alas normas morales o dtc de una soctedad en un momento dado de su historia” (Crettiez, 2009: 75-76). ‘Convianereteneruna creunstancaapuntada por ese autor econoc- niente uel Extadootorge cludadans privados para Gerla lavilenla tn detesminadaaltuacions, como en ls casos jriicamenteconsiderados Gelegima defena sa es“une violencia esrcament privads pero some- tia para su acepacén un conjunt de condiciones urdeamentedtermi- ada (Crete, 209: 75), er sin dodas, una violencia ea, judicamente pormiida cen cago en efecto, de compliniento de los requis exabec- Town pero puede sr leftims en el sentido con que hemos etado cons- derando la cues? Almargen de xa observacign, en legitima defens agua porel derecho y los digo pnales se efiere a hechos que afectan {Tanunda piv. En cambio, ani sea ela coeston dela autorzaclén para [a onuntacin yl funcionamiento de cuerpos policies priados (de echo, santas comerciales de patculares). queen Ameria Latina no son pocos, faniendo, incluso, en algunos pales, ts electivos que ls fuerza extatales. Ent olla privadas etn doades de eiimidnd cede, enunciada, pot he eto qurtn empee lnc cnntrolaadecuadamente sien sabi ques ftumero arels con las poca del Consenso de Washington. El dat mis Tigictve de su existencia esque lsionan el principio bisico del Estado Teo titular exclusive, monopélic, dela vinci legion, Se tat, pues, Gz dos violencia congiderada leglimasylgales por el propio Estado? ;0, ins bien devclncia leg nolgtima? Sse aceptan las proposiiones auienunciaas el ands del conficto nice legiimidadesopuctasyanogonicas -oposicién y antagonism ideo- Tdgicoe gue se coresponen Con I oposilon y antagonismo estructural, el dstasclses- puede Racerse desde otra lic, mds atenta al sociologia ya inhistors que ala flosotapolica Dicho de otro modo: en sociedades de Ghver la confrontacion ene prncpiosdelegitimidadexpresa una de las fovea que ndguire la lucha de cases yfo entre racine de una misma Clase por el poder palitco yo socal, En deterinadasstacioneshistrias serve ina ers deleglided cri la cual Lacano Pelican le aja {ies suma importnelaen particular en tuacionesrevoluionara tl ome hemos seal en Ansaldly Giordano (201247, y 2012: 196) in contends, la violencia simbclca desempea wna unin impor- tant Parte della seexprst enc! lenguajeen la cractrinacidn qu se hace deloponentey dla violencia misma, e decir, en a batalla deol. Cuan- doleviclencplitcaselegltimaosdquirelegitimdad, dja de sersmada talpora avers de autoridad, cern fuerz, ley, todas elas denomine- JA GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! 6 cionesinstitucionalizadas por el derecho. Asi, en la batalla ideoldgica, quienes detentaban el poder en el siglo XX y/o lo detentan en el actual no vacilaban ni vacilan en calficar a sus enemigos como “delincuentes”, “subversivos” 0, para enfatizar ain més, “delincuentes subversivos”, “elementos foréneas” y, enla cispide del mal, “terrorists”, ‘Al legitimarse, Ia violencia politica se metamorfosea en autoridad, ley, derecho, fuerza, coercidn, Este travestismo de la violencia estatal es sefalado por diversos autores, siendo Tilly particularmente enfitico al respecto. Para este autor, la distincion entre “fuerza” (imensién de a violencia considerada legitima, regulada por un marco legal) y “violencia” a secas (carente de justi- Acativo legal y/o moral) es objetable. Bl ejercicio del poder politico mediante la violencia dispone de una panoplia, un repertorio de formas, mecanismos y procedimientos, unas y otros aplicables de diferentes maneras, segtin situaciones, tiempos y lugares. “Ahora bien, en politica, como en fisic, tod fuerza engendra una fuerza con- traria, El ejercicio de la represién estatal genera (de manera, organizaci6n, intensidad, finalidad y naturaleza variables) resistencia social y/o societal La violencia engendra contraviolencia, dicen algunos autores. Prefiero decir que genera otra violencia, una violencia antagénica. Bsa relacién represién- resistencia es una unidad contradictoria, una dialéctica, al igual que la rela entre violencia y no violencia, o entre la praxis social violents Ia pra- xis social no violenta (que no es pasividad, sino, también ella, actividad), sitvaciones en las cuales os seres humanos son sujeto y objeto dela accién, como dice Sanchez. Vézquez (2003). En una linea préxima, Tilly (2007: 26) punta: “a violencia colectiva y la politica no violenta entran incesantemente en interseccion’. Para Daniel Pécaut, “la violencia no es solo un conjunto de hechos, es a ‘manera como se concibe lo social y lo politico” (apud Bolivar, 2003: 112). La proposicién puede ser controversial, discutible, pero se entiende mejor desde su perspectva, la cual concede centralidad, como acota Ingrid Boltver, “ala forma como la vida social es representada y percibida”. AL analizar el perfodo de La Violencia en Colombia, Ingrid Bolivar Hega a una conclusién digna de ser contrastada en otros paises, segiin la cual ella puede ser entendlida "como tuna forma de lucha porla redefinicion dela politica y, sobre todo, de las bases Sociales dela misma” (Bolivar, 2003: 146). En los limites espaciales aqui disponibles, ilustraré las retaciones entre Politica y violencia en la historia de las sociedades latinoamericenes en dos situaciones hist6ricas diferentes, situadas en los extremos temporales de una larga duracién de doscientos aios que van desde la ruptura del nexo colonial hasta hoy: la de las guerras y lade los regimenes democréticos. Por las invo- «adas razones de espacio decidi prescindir de otras dos, itermedias: la de los Proyectos revolucionarios lade las ictaduras insitucionales de las Fuerzas a W. ANSALDI Armadas, que ya hemos abordado con Verdnica Giordano en el capitulo 6 de América Latina. La construccién del orden (2012c). Las guerras en América Latina En Ia historia de América Latina se dieron: guerras de independencia, {guerzasinternas, uerzas internacionales. Durant el siglo XIX, ls res tuvie- on una especial relevaacta en Is formaciéa del Estado y de la Nacin. En el siglo XX, en cambio, las acciones de violencia politica armadas, a veces deve- nidas guezrasciviles 0 internas (como en Colombia, Costa Rica, Paraguay, Guatemala, Nicaragua y El Salvador) se explican por los intentos de trans- formaciéa del orden socal ylo politico existente en Estados ya consttuidos (excepto en Bolivia y Per, donde stricto sensu, nolo estaban). En Ansaldy Giordano (2012b: cap. 3) ya nos hemos ocupado de unas y atras, ya ese texto remito Primera cuestin: qué ela guerra? No aleanza con decir que es el li- max, la cumbre de as relaciones entre politica y violencia, o repeti la célebre expresign de Karl von Clausewitz, que la consideraba “le continuacién de la politica por otros medias” (expresiéa que, siendo certa, no deja de ser inst liciente). Yampoco con la pionera (y bien discutible) defimicidn de Alberico Gentil en De jure bell commentationes irs (1589): “La guerra es un conficto armado, piblico y justo”. Es necesaro trabajar con alg concepto con mayor potencial explicative, + ‘Norberto Bobbio la define como “un conflict entre grupos politicos rs- pectivaments independientes 0 considerados tales, cuya soluciSn se confia 4 la violencia organizada”. Esos grupos politicos estan “organizados para el ‘mantenimiento 0 la conquista del maximo poder posible entre y sobre hom- bres que conviven” y pretenden dominar y ser acatados por la poblacién de tun teritorio determinado (Bobbio, 1992: 162-163). ‘Guerra y politica ~o lucha politica y lucha armada~estin entrelazadas. En «sa ecuacién, ls fuerza armadas estaales 0 legales son, obviamente, partil- pes necestrias, Pero hay al menos tres euestiones las tres de cufo gramscia- ‘no~ que deben estar claras. La primera de ellas es que, en todo contexto, sea de guerra ode paz, las fuerzas armadas desempenan, amén dela especifica la ‘miltar) una fancin politica. Gramsci lo observ6 con su proverbial agudeza las fuereas armadas hacen politica porque su funcion es, justamente, “dfen- 4er la Consttucion, esto es, la forma legal del Estado, con sus insttuciones conexas; por lo tant, la amada neutraldad significa solo apoyo @ la parte 65 Pueden verse ratamientosespecfins, amén dellibr cad de Bobbi, en Gros (2006), yen Maeted (2010) A GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR? 3 retrégrada” (Gramsci, 1975: II, 1605). Debe afiadirse que tal funcién politica implica en primer lugar, la defense de la soberania nacional frente a eventus- Jesintenciones agresivas de otros pases. En América Latina, esa funcién politica clisica de las Fuerzas Armadas se trasmuté en la segunda mitad del siglo XX, por imperio de Ia Doctrina de Ja Seguridad Nacional, en una nueva: Ia ce combatr al “enemigo interno”. En el combate contra este, no pocos integrantes de las Fuerzas Armadas de Ja rein violaron derechos humanos y las convenciones internacionales que regulan la guerra, cometieron atrocidades (torturas variadas, secuestro de nilos, dsaparicién de personas, canibalismo en Guatemala-), provocaron desplazamientos de poblacién, devinieron criminales delesa humanided y,en el limite extremo, genocidas. Todo el repertorio de horrores ~ce medios per yers0s~ tuvo el dable objetivo de impedir la revolucién socialista y afirmar, a cualquier precio, la dominacién burguesa, ea bajo la forma més frecuente de dictadura, sea, excepcionalmente, a de una democracia ficta (Colombis forma mas usual de las dictaduras fue la institucional de las Fuerzas Armadas (Giendo su extremo el Estado Terrorista de Seguridad Nacional). Bs claro que en todas ellas participaron civiles ~de hecho no ha habido ninguna dictadu- ra, en ningiin lugar del mundo, que no haya contedo, para su ejerccio, con el concurso de personal civil (no me refiero al escalén més bajo del aparato burocritico, los empleados piilicos, sino a cuadros con distintos grados de responsabilidad y gestién)-, pero llamarias “dictaduras civico-militares” es un eufemismo y, sobre todo, un error conceptual monumental que soslaya, ocultaelcardcter de dictadura de clase descarnada, en nuestros casos: dicta- duras de las burguesias. La segunda cuestin, de orden técnico-miltar, devino en América Latina tuna forma de accién que corrompié la naturaleza misma de la politica y dels ‘guerra el trato al “enemigo”. Gramsci citaal general italiano Carlo de Cristo- foris, quien en sulibro Che cosa sia la guerra sefialaba que la “destruccién del tfércitoenemigo”, un fin estratégico, no debe entenderse como “Ia muerte de los soldados, sin la disolucién de sus vinculos como masa orgénica” (Gram- ‘ci, 1975: I, 1631). Puesto en otros términos: neutralizar su capacidad mili- tar operativa, La distancia entre este precepto clésico del “arte militar” y las pricticasteroristas de las fuerzas armadas ejerciendo la dictadura (0 dotadas deplenos poderes en democracia, como en Colombia) permiten dimensionar ‘mejor la brutalidad del empleo de a violencia por parte de las fuerzas defen soras de los intereses de las clases dominantes. ‘Una breve digresién al respecto. Para no remontarnos demasiado atris| ‘nla historia, tengamos presente que desde 1856 (Declaracién de Paris) los Estados han ido definiendo un conjunto de disposiciones ~declaraciones, ‘ratados, convenios, regas, convenciones- reguladoras de los procedimien- tos empleados en las guerras (jus in bello), siendo fandamentales los cuatro rc wo WW. ANSALD Convenios de Ginebra aprobados en 1949 (I, para aliviar la suerte que corren los heridos y enfermos de las Fuerzas Armadas en campai I, paraalivias la suerte que corren los heridos y enfermos de las Fuerzas Armadas en el mar; i, sobre el trato debido a los prisioneros de guerra, y IV, sobre la proteccién. debida a las personas civiles en tiempo de guerra), parcialmente modificados por tres protocolos posteriores (dos de 1977 y uno de 2006). Cabe seiialar que el Derecho Internacional Pablico, el mbito regulador de las guerras (internacionales y civiles 0 internas), no solo contempla la situacién y aceidn de los combatientes regulares (Fuerzas Armadas estatales), sino también de los “irregulares” o “combatientes ilegales” (esto es, civiles participes activos en conflictos armados), a los cuales confiere una serie de normas que los hacen sujetos del derecho de guerra y, por tanto, no crimi- nalizados, siendo considerados prisioneros de guerra en caso de detencién, En tal cardcter se les deben otorgar, entre otros tratamientos, respeto de la persona y de su honor (no deben ser maltratados ni abusados); garantias de Alojamiento, vestimenta,alimentactén, higiene y asistencia médica dignas y adecuadas. "Analizar los conflictos armados desarrollados en América Latina duran~ tel tiempo considerado en este libro ala luz de las normas internacionales reguladoras de las guerras permite apreciar con més fuerza atin el grado de ilegitimidad e ilegalided desde el punto de vista del derecha~ y de inmo- ralidad ~desde la ética-. Un cuidadoso y exhaustivo andlisis comparado del trato dado al enemigo por las fuerzas de uno y otro bando mostraria diferencias notorias en lo cualitativo, aun reconociendo Igs casos de vio laciones de derechos humanos por algunos insurgentes en determinados ‘momentos, algunas incluso injustificables desde todo punto de vista (como ciertas acciones de Sendero Luminoso contra campesinos a los cuales con- sideraba desafectos).. Cierro la digresién y setomo el hilo argumental. La tercera cuestion de ceuio gramsciano que nos permite analizar los conflictos de violencia politica ‘armada es de cardcter metodolégico y atafe al andlisis de las relaciones de fuerza, relaciones que se dan en el terreno politico y en el militar. Hay en los Quaderni del carcere (Cuadernos de la cércel) dos secciones particularmen- te -valiosas: “Andlisis de las situaciones. Relaciones de fuerzas” y “Observs clones sobre algunos aspectos de la estructura de los partidos politicos en los periodas de crisis orgénica” (Gramsci, 1975: Ill, 1578-1589 y 1602-1613, respectivamente)” En la“relacin de fuerza”, Gramsci distingue tres momen- tos o grados: 1) “una selacién de fuerzas sociales estrechamente ligadas ala 7. Enla mds conocida version fagmentads de los Cuadernos dela cre, esas seciones Srencuentan en Notas sabre Maquiaelo, sabres politic y sobre el Estado modemo, Fibro ot que exten varias edicones en castlano. JA GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! 65 economia, objetiva”. 2) “Una relacin de las fuerzas politica, es decir la valo- sacion del grado de homogeneidad, autoconciencia y organizacién aleanza- do por los diferentes grupos sociales”; este momento muestra subdivisiones: momento econémico-corporativo, momento de conciencia de solidaridad de iniereses meramente econdmicos, y momento de la fase mas estrictamente politica, que “indica el neto pasaje dele estructura a la esfera de las superes- fructuras complejas”. Y3) la elaciGn de as fuerzas militares, de cardcter deci sivo dentro de él se distinguen otros dos grados: militar en sentido estricto, fo téenico-militar y poltico-militar (1975: Il, 1583-1586). Bn el andlisis del tercer momento es posible apelar con utilidad al concepto militar “coyuntura cestratégica’, esto es, 1 grado de prepaacion estratégca de eatro dela ucha, uno de cuyos principales ele ‘mentos ext dado or las condiciones cuaitativas del personal eigen y de as fuezas ‘cas que se pueden lamar de primera nea (comprendidas en ella las de ast). 1 ‘rado de preparacion esateaie puede dar fa victoria 9 fvezas “aparentemente” (es decantation, 1975 160, as alas ‘me pertenecen ‘Como se aprecia, se trata ce una propuesta metodol6gica capaz de llevar 4 explcaciones mas claboradas de las que usualmente suelen apreciarse en trabajos dedicados al tratamiento dela violencia politica armada, Retomo la cuestion de la guerra en su sentido més amplto. Charles Tily ha insistido reiteradamente en la importancia de la violencia y Ia guerra en ls procesos de formacién de los Estados europeos. Parad, fue Ia guerre le que hizo el Estado. Qué guerras y para qué? En principio, dos: una, inter- na; [a otra externa o internacional (tl vez mejor, interestatal), cada una con objetivos diferentes, mas susceptibles de solapamientos (como en hacer la guerra a otro Estado para resolver conflictos internos de distinta entided y/o ‘magnitud), La violencia y la guerra internas fueron los medios empleados por los reyes europeos a partir dela lamada Alta Edad Media, para acumular yuego ‘monopolizar el poder, instancia previa para la creacién de un nuevo tipo de comunidad politica: él Estado-nacidn, cuya forma se consolidé en el siglo XIX. Bliasy Tilly se han explayado sobre esta cuestién, yremito asus obras ya citadas. En Europa, los agentes principales del proceso de eliminacién violen- ta de poderes militares fragmentados fueron los monareas con capacidad béli- ‘a suficiente para hacerlo y as{concentrar el ejerccio del poder, desplazando ‘los enemigos internos. Este proceso, parte del que llevé del feudalismo al ‘apitalismo, es indisociable del ascenso de la burguesia como clase fundamen- tal de un nuevo blogue hist6ric. En América Latina, en ausencia de reyes y nobles, la confrontacién se produjo a partir del vacfo de poder generado por la ruptura definitiva del exo colonial. Esta potencié la accién de fuerzas centrifugas, por lo general 66 W. ANSALDE de espacios regionales més o menos amplios, cuando no meramente locales. a funcién desempefiada en Buropa continental por los reyes, aqui les cupoa grupos sociales, cuando no a lideres dotados de cierto grado de carisma (cau- illos) 0 a militares exitosos, no necesariamente carisméticos pero si pode- rosos. Esas fuerzas centrifugas ~que durante la dominacién colonial habian estado relativamente bien enjauiladas por el poder de la Corona, poder que las seformas borbénicas y pombalinas dela segunda mitad del siglo XVIII persi- guieron reforzar y acrecentar~ chocaron violentamente, desde el inicio, con Tas fuerzas de signo contrario, partidarias de la centralizaci6n. Bl extendido contlicto federales versus centralistas (unitarios en el Rio de la Plata) expresd fen buena medida aquella tensi6n originada en tiempos coloniales. ‘Cabe acotar que Tilly no persiguié ofrecer explicaciones expuestas: era entre evfoma de eyes generals dela vole cla en uta yg Se jes aracines gus stbernan ono op de enc, Tmpoca se cesten eh seers properties delosactores valet tana tals prepesones sere ‘res como rt meter pisos progr. N conten Seis ‘ttaons gu pure eave los re Stes de pode ode produc. er SStsdones ue ns ceuanscotan en as orsacones lets ee eceves ‘isk earl roe leo ent dele arncoes v= Ex Skemp, a espaco yee escenaror sas, pore ego Bust means = cassettes ecamentes spots ea vracin en erate ated ele ‘Sion clcna iy, 2007 73) se trata elaramente, de una explicacioncentrada en a hstoricidad de la violencia El uruguayo Femando Léper- Alves que postula explca las dferencias de eronologs en lacenralizacion del poder los resultados democriticos S autortartoe prestando atenciOn a te variables: guerras,organizaciones politics y pobresrurales-sostiene qu, en cuanto ala guerra, laubicaciin eogritca vo consecuencias en Unigisy, Colombia y Argentine: tonite ga en lr el au se viaba el goin ental y us os SSeS accent dps tenga den med sein a otal se BeSSr rc tanec too conta ysnoeetresatban en ere Sean neo stuaconecnimcn ypc, pon. en concur, Ceca i, mac cen tts pte oper Aes, 2005 52 Respecto de Paraguay y Venezuela, aduce que la intensidad de las guerras de independencia djs a Vonozola eel extemo mas alo a Paragay £8 1 mas bajo (mientras que los otros tres paises analizados antes ~Argentina, ‘Colombia y Uruguay- se sitéan en el medio). Bn Venezuela y en Paraguay, argumenta, la guerra (*patrones de guerra y conflicio”) fue un factor crucial para comprender el modo en que se construyé el Estado, pero en Venezuela habia guerrilleros dispersos y en Paraguay un temprano ejército centraliza~ do. La conclusién es que el tipo de conflicto fue mas determinante que la JAGALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERAARLOS EN EL MAR! 67 intensidad, Bl tipo deriva de la ubicacion geogréfica y dela centralizacién del ejército. A su juicio, todo dependia de quiénes luchaban y dénde, y no de cuintas guerras hubo (LOper-Alves, 2003: 285-287). El autor sostiene que los tipos de guerra y de movilizacin de las clases rurales fueron elementos fun- damentals en ls procesos de construcci6n de los Estados Intinoamericanos diane el siglo XIX, como también dela varaciones que se dieron en ello. a propuesta de Lopez-Alves se Funda en Tilly (1983). Sino hay como la muerte para embellecer alas personas, sein el decir de Jorge Luis Borges, no hay como la guerra para leitimar el empleo dela violencia, para “embellecerla,justificarla,a menudo sin demastados argu- mentos, pra, incluso, tornarla respetabe y, por extensin, enaltecer a los ‘combatientes (alos propios, en primer lugar), honrar a ls ealdos,enaltecer memoria y, en otros tiempos, para bien considerar alos sobrevivientes (en particular los de los Estados vencedores), aunque la guerra més contempo- rinea (digamos, desde la de Vietnam hasta hoy) oftece el insitedo abando- no de los que regresan ala vida civil fecuentemente librados a ou suerte ¢ Incluso objeto de olvido, como lo han padecido y padecen en Estados Unidos Jos que volvieron de Vietnam, Irak, Irin, Afganistan, y en Argentina, los de Malvinas, para poner tan solo unos pocos ejemplos. Eta actitud no siempre es indicadora de una voluntad de renunciar a la violencia y ala guerra Fen l Ambrica Latina del siglo XTX, ls guerras contibuyeron a clmentar aunque de manera desigual, un cierto entimiento de pertenencia edentidad nacional, mientras en las primeras décadas del XX fue primordialmente la onvergencia hacia el conilico con la dominacisn y dependencia extranje- ras el elemento que afirmé la consolidacién dela nacién (Ansaldi y Gior- ano, 20122) En la regin las guecrasliamadas “internacionales” han sido Pocas, obviamente més durante el siglo XIX, el dela ruptura dela dominacién ‘colonial y la construccién de nuevos érdenes politicos. Yaen el siglo XX, el ‘mimero fe menor: la del Chaco, entre Bolivia y Paraguay (1932-1935); las de Peri y Ecuador por cuestioneslimitrofes (1941-1942, 1981, 1995); la de Honduras y El Salvador (1a “guerra de fitbol” o “de las cien horas", 1959); lade Argentina contra el Reino Unido (1982). De menor intensidad fueron, tun conteo no exhaustivo, la Hamada “guerra de Letizia", entce Ecuador y Colombia (1932-1933) y el enfrentamiento entre carabineros chilenos y fendarmes argentinos (1965) paises que estuveron al borde de uns guerra 1978, cuando ambos estaban gobernados por dictaduras institucionsles de as Fuerzas Armadas (Estados Terroristas ce Seguridad Nacional) que, al mismo tiempo y a despecho del conato, coordinaban acciones contrainsur- Bentes,planeadasy cjecutadas de consuno (Plan Céndo). A propésito, estas acciones pueden analizarse como un caso especial de internacionalizacion de onflictosinternos o si se prefiere, de violencia politica interna, No deben olvdarse operaciones militares sigificativas, pese a no ser gue- vas en sentido estricto: Ia accién “disuasiva” combinads de Gran Bretais, 6 W. ANSALDI ‘Alemania Italia contra Venezuela (bloqueo de 1902-1903) y, especialmente, las ocupaciones realizadas por Estados Unidos en Cube (1898-1901, 1906, 1912), Haiti (1914, 1915-1934, 1994 y 2010, este aft con el pretexto de enviar “ayuda humanitaria” (ras el terremoto de enero), Repablica Dominicana (1916-1924 1965), Nicaragua (1912, 1927-1933), Panamé (1908, 1912, 1918, 1925, 1989), Honduras (1911, 1912, 1924) y Grenada, en el Caribe (1983). En otros casos, la intervencién militar norteamericana no se tradujo en ocupa- cidn del territorio, peo fue una clara demostracién de fuerza, como en Méxi- co (911, 1913, 1914, 1916, 1918-1919), 0 bien clave como apoyo logistico a ‘grupos golpistas 0 reaccionarios locales, como en Panamé (1903), Guatemala (1984 y 1966), Cuba (1961), Brasil (1964), Bolivia (1967), Nicaragua (d&cada de 1980), Colombia (Plan Colombia, iniciado en 2000, einstalacién de bases ‘militares, en 2005), Venezuela (2002), Honduras (2008) y la sucesién de ope- raciones encubiertas en Chile (en las décadas de 1960 y 1970), amén de su participacién en el Plan Céndor, sin olvidar el precedente decimonénico de William Walker en Centroamérica. Todos estos casos ~que no son todos~ fueron expresin de la recurrencia ala violencia en situaciones de internacio- nalizacién de conflicts en el interior de los paises latinoamericanos afecta- dos, el mis dlgido de ls cuales fue el de la guerra de los contras nicaragtienses, ‘Come se aprecia, durante el siglo XX los Estados latinoamericanos pro- agonizaron muy pocae (y breves) guerzas internacionales. En cambio. fue zon miiltiples las ocasiones en las cuales, ademas de las policias, las Fuerzas ‘Armadas a institucin de mayor concentracién de violencia estatal conside~ rada legitima— protagonizaron “guerras internas”, es decir, ingrvinieron en la resolucién de conflictos sociales y/o politicos significativos en el interior de sus respectivos paises. Dejo de lado los golpes de Estado, limiténdome a la recurrencia a aquellas para reprimir a movimientos campesinos, obreros, estudiantiles, milenaristas. La lista es largulsima. Cito, sin ninguna pretensién de exhaustividad y a mero titulo ilustrativo, unos pocos casos de mayor grave- ‘dad, aquellos en los cuales los muertos sumaron decenas ¢ incluso centenas CCanudos (todavia en el siglo XIX, en la primera década republicana, la de 1890) y Contestado (1912-1916), en Brasil; Santiago (1905), Santa Maria de Iquique (1907), Punta Arena (1920), San Gregorio (1921), La Corua (1925), Vallenar (1931), Alto Bio-Bio en Ranuil (1934), en Chile; “Semana Roja” (1903) y “Semana Trigica” (1919) ~en Buenos Aires~, huelgas de los petro- eros (1917) y de los obreros rurales (1921-1922) ~ambas en la Patagonia~ de los trabajadores de La Forestal (1922), movimiento mesiénico en Napalpt (1924), en Argentina; los mineros bolivianos masacrados en Catavi (1942 y 1965); la insurreccién campesina en El Salvador, en 1933, brutalmente repr ‘ida, al igual que la huelga de los trabajadores bananeros de Santa Marta, en Colombia (1928) y las protestas del movimiento estudiantil en México (1968). Recientemente, campesinos paraguayos han sido objeto de otra fern A GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR} 6 eres poll ta xpresone merle ea extant epretn tsar lpn er Beers ee horror. ol nn Thando econficto pon miter Pras Armada ition fercann pleerete fac coe Din See Sourtiad Nelli frie der as poten Gxpe ie ca a itn Norse encriba il eet exe co sa Ae vor lslnoezeans el "exeig ners) noeraadian rn cau oa es lo dps Sat empties Cal Bass palace mena dseuh dle ineash or 2s a car rn ldap guna esecescba cri coo pert combair sve dearmde¢ on disie toe spaptdor ange Pnsones police ara con un rpaciad to ee cic thor condo clgna Ge ssl ocala gue "ones agul Bis coo spon gue coer protacaaiis yc a gaia Spc arcntal marron ened is age toms episode gue ets ha at Baad amén dene etn. un xa de ondeacin de la conflictividad social (Ansaldi y Giordano, 2012b: 313), su proceso de formacién -y después también el de consolidacién- se vinculé dialécticamen- feo de formetn deascases annette poor de Ing Gols "dE ela xpeen de un cee scl patos i ces wa cnn or nts esau eal caieoeegeee tance dina plc ots igre teak pnts porlley (Slee 208 2) Empereags eho lasainds france e"Elado cn toc complojic acide plc ties friar non y mut a auc tanbln lg sien coneaa desparate (Genes I765,O,como seen ata pure sega be cade rasa ccd poi scend ics hegsnoie serena decors” rs Fat, Dich desire mane el beats el sono tangs ens aces Bees fdas pee coulcan casera yo cpundrd por dea de gers odoinn canta on oa ope ng conte a clases subalternas (dominadas) a fin de mantenerlas controladas, debilitadas, oerpnadney smrnoendo al ancoamiete Serene “ehems dc antes (Anny Geran, tls S09) 20 31, aus encores mann End ne un enbeny sleds Bescon) patel conse ndopnn dc rae pines oe la funcién de imponer coercitivamente y administra las condiciones generales de produccién y reproduccién de las relaciones capitalista; 2) leitimar, esto tsconvrren vubl relent densa a deen 0 W. ANSALDI capaz de satisfacer la primera exigencia. Aqui es importante la formacién de tun sistema de legitimacidn de la autoridad esatalolegtimacién politica -bési- camente hay dos el mitico (en el caso de dizecciones politics autoimpuestas apelando al recurso de mitosdiversos (a “supremacta dela raza, la nacién, el “enemigo interior, et.) y el procedimental-representativo (empleo de una serie de procesosformales, en particular el sufragio)-, que debe diferenciarse de la legitimacién de la existencia del Estado, y que remite ala seilada exigencia de sostener ls relaciones de produccién (Capella, 1993: 79-80). En sociedades de clases, quienes ejercen la dominacin son también quie- nes explotan la fuerza de fabajo, Relaciones de explotacién y de dominecién son, pes relaciones mediadas por distinta formas de violencia Se trata de tn confliio estructural conocido como lucha de clases. En ciertas situaciones (ges en una situacién revolucionaria), esta lucha deviene declaradamente guerra de clases. Pero as{ ocurre solo cuando el conflicto “se exterioriza, en particular porque el brazo coercitivo del capital esté fuera de los limites de la tunidad productiva. Este significa que cvanclo surgen confrontaciones vio- lentas por lo general no son directamente entre el capital y la mano de obra. [No es el capital en si, sino el Estado, el que se hace cargo del conflcto de clases cuando intermitentemente rebasa los muros y adopt na forma més violenta” (Wood, 2000: 55 asitécas me pertenecen) En la historia agraria de América Latina, ese fendmeno exige tener en cuenta situaciones como las de unidades de producctén largamente presentes la plantacién esclavista, la hacienda (el siatenna de levicndas), la eatencla y las plantaciones capitalistas~ en les que l poder coercitivo se encuentra, en primer lugar, ene interior de cada una de cllas, onde se enfrentan directamente los hacendados y los campesinos, los plantadores ylos esclavos, primero, y los trabajadores asabfriados, después, los estancieros los obrerosrarales (curiosamente, el conficto menos explc to), sin perjuicio de a intervencién del Estado cuando el conflicto se expand ‘Asimismo, no debe olvidarse que la cuestin de clase va unida ala étnica. Las guerras no son solo un hecho militar. En cierto sentido, puede argu- ‘mentarse que ese es, por evidente y obvi, el aspecto menos relevante. Es que las guerras -sean internacionales 0 civiles~ afectan plenamente alas socieda- des y los Estados involucrados: en la demografia, la economia, ls relaciones socials y étnicas la politica, la cultura, los imaginarios. Las guerras destruyen vidas (no solo provocan muertes: también sobrevivienteslisiados fisica y/o psicoldgicamente) y recursos econémicos’ rompen lazos sociales (a veces, 8. Hemos comenzado a imestigar esta cuestion en un nuewo proyecto, “Condiciones seciohisteias de a woknciarral en Ames Latina, 1950-1990", que se realizar en @ tpeno 2013-2015 tra vez con fnanciaci6n del Consejo Nacional de Inesigacones Clentieasy Teens de Argentina 9. La destuccion de la economia es Societal tanto come estatal o gubernamenta no en vano seha lamado als guara“deveradora de recursos fiscaes") {A GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! n incluso familiares), desplazan poblaciones, generan odios, rencores y ven~ ganzas, En ocasiones, converte a ex combatientes en mercenarios, sicarios, bandidos y otras formas de continuidad de la violencia, en tal caso manifies- tamente ilegitimas legales. a destruccién de tejdo social es mayor cuanto mayor es el nivel de ferocidad de la contienda, Por caso, no puede entenderse Ja historia social y demogeéfica de Paraguay sin atender ala terrible caida de poblacién masculina en las guerras de la Triple Alianza y del Chaco, una decena de afios en el lpso de sesenta y cinco (1865-1930). Y lo mismo vale para Colombia desde la décade de 1940 y para Guatemala desde 1954. 1a memoria de las guerras desempefa, con frecuencia, un papel funda- mental en la construccién del imaginario social, también en la arena de la ‘confrontacién (discursiva), Un caso paradigmatico (pero no tinico) es el de Is Guerra dela Triple Alianza en Paraguay. Lorena Soler ({2007] 2008) ha rastreado ls tradciones politicas nauguradas con la propia guerra y revalo- siaadas en las décadas de 1940 y 1950 ante la imposibilidad de constituir un régimen liberal democratico, pero también de las limitaciones de una econo- sla originada, pecisamente, por los resultados de Ia Guerra Grande. Bn et estudio, Soler desarrolla y demuestra en lineas de larga duracién las modi- ficaciones del Estado y la nacién desde los inicios de la Reptblica Indepen- dient pasando por la dictadura de Stroessner, hasta el proceso de transicion ala democracia politica iniciado con el dervocamiento del viejo dictador. La hipétess central de Soler es que la constituci6n de un Estado y a invencién de tana nacional compés de una “siempre posible” Guerra dela Triple Alianza, propiciaron un conjunto de representaciones e imagenes politicas que, en Aisponibilidad y Guerra del Chaco mediante, resultaron de suma eficacia para Ia ictadura stronista,y en las cuales pueden encontrarse claves expicativas sobre problemas estructurales y politics actuales dela democracis, Posteriormente, Luc Capdevila ha analizado el proceso de comstruccién del imaginario social paraguayo sobre aquel brutal enfrentamiento desde la inmediata posguerray, como Soler, hasta la transicin ala democracia« par- tirde 1999, Para Capdevila la Guerra de la Triple Alianza ha sido empleada por las elites polticas para modelar la identidad nacional, sin descuidar el luniverso de representaciones sociales en el seno de las clases populares, con sus variados mitos y disfmilesinterpretaciones de la controvertida figura de Francisco Solano Léper.(Capdevila, 2010, en particular el cap. 2, significati- vamnente titulado “Arqueologia del recuerdo”) En {a historia de las sociedades ltinoamericanas, las guerras de indepen dencia y las civiles,o por la conquisia del poder politico, dieron origen a otro tipo de violencia, la simblica, decisiva para la construccién de la identidad racional, el imaginario social, a historia oficial y los héroes nacionales. Hsas construcciones han estado (estin), entonces,estrechamente relacionadas con la resolucién de largas décadas de confictos, de guerras (de independencia; a W. ANSALDI cae es vencidoe La consrucion de una \dentidad nacional, de una ee ee erm carne ounce eal aE ee ee cis beciade pected dads donde oo asi, subordinate sen be por encina dels pardon expen Se parcialidades, de partes, como su propio nombre lo indiea, ys més atin, por ee a es qec dian dscns cosndleoeesy sre acne aq opus oan ee yg pela cba coms ama oem ro ea cleo Ue coldardades, es necesario que aquelo que sre de factor “specced nn Se esd, por cosecn ao yur tod rdn anterior encvenra un emo deconfrntalén Shahi. riografla (pero no solo en ella), donde las controversias se cargan de inten aoe ee plese lnn obe isin on ee scented campo Moron cn neural oP defn de aca enela memoria oe reat selec sinban a ease Yel ot a mola ergntn may eco ay ee ee ree theca an came Nl we Pa Py rtas hin an dn des pte etna merle pen sana ain soos pn fot Rad eae ier ustorsy poles y el uso dea historia en I polite son sons et Mo Zope ox componente dele racone afiade, no son reciprocamente auténomos. Desde su espe al prec Se uachn esun poy polis (const oe i se igaino 7 dene, pene Seog see Aan leper roecto lic SEE une scten nes dn pili oe er sna mice re poet pols ar anim Enas geen le quel eis ln er oa on tens ints come taro dela te ides hsv dpa alesna “ae Se a vit pc” 200 T5219), Ag nee ee ha yrs hegemoni store un componrt ‘ine IA GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! a La violencia en democracia, silencio de las armas? ‘Toda forma de violencia (no solo Ia politica) conlleve algin grado de violacién o, al menos, afectacién de los derechos humanos. A diferencia delas situaciones de dictadura, en la cuales el ejrcicio de la violenci por el Estado es explicito, manifiesto, en las de democracia aparece velado o, porlo ‘menos, es objeto de una percepcién. En unasy otras, con muy desigual aleane ce, intensidad y consecuencias, los derechos humanos son afectados por el empleo de la violencia politica, En este punto, la responsabilidad juridica del Estado ~en cuanto monopolizador de la violencia considerada legitima~ es ‘mucho mayor que la de quienes ponen en cuestisn el orden vigente yen tal cuestionamiento apelan @ la violencia politica, incluso armada {Los derechos humanos se construyeron, histéricamente, como limites ale arbitrariedad del poder. Prescindiendo de los antecedentes dela Bill of Rights Inglesa (1689) y la Declaraci6n del Buen Pueblo de Virginia (1776), de tleance territorial acotado, la Declaracién de los Derechos del Hombre y del Chudada- io de os revolucionarios franceses (1789) fue la primera con pretensiones tuniversalistas, més allé de la inconsistencia entre tal principio o premise y Ia explicit exclusion de las mujeres y de las “clases peligrosas", que en América, lalatina y la sajona, e extendié a los hombres y mujeres de los pueblos origh- ratios, alos esclavos, alos afiunlesvendientes ya otras miscigenaciones, que no fueron pocas para la mania clasificatoria estemental dels colonizadores, Tales derechos tenfan como objetivo fundamental la proteccién de los {ndividtios, o del individuo en singular, en contraposicién con el corporativis- ‘mo del Antiguo Régimen. Los hombres (varones) devinieron ciudadanos, por nde, ttulares de derechos, sin pérdida de obligaciones, en contraposicién «con los sites, poseedores solo de obligaciones. El cambio de paradigma fe posible cuando la Moderniad le otorg6 alindividuo “un valor reconocido e Intangible” (Crettiez, 2009: 93), La vida de las personas devino, entonces, un valor que era preciso respetar, al menos como peticién de principio. En un régimen politico democritico, sostiene Crettieg, la violencia se ‘xpresa de tres maneras: 1) violencia del Estados 2) violencia impugnadora delos poderes, y 3) violencis interindividuales (mas sociales que polities) Agui me interesa solo la primera de elas. En democracia, a violencia mis cjercitada (y ms disimulada) esa estatal Enuna stuactén tall violencia potencial del Bstado est presta a transformar- Seen violencia en acto. Xavier Crettez (2009: 69) es més contundente ain: el Estado sigue siendo "el actor ontoldgicamente més violento”. Se expres, sobre todo, en ia epresion policial a maniestantes de cualquier indole. Ese viclencia € episddica, no cotidiana, en contraste con la violencia invisible practicada todos los dias del aio en las circles. Un policia dando bastonazos (incluso, ‘nel limite, disparando) a partcipantes de una marcha, concentracién u otra ™ W. ANSALDI forma de accién colectiva, puede ser fotografiado y/o filmado, y la imagen, reproducida luego en los medios de comunicaciéns por lo tanto, dablemente visibilizada: por los testigos directos del hecho, primero; por los leiores © televidentes, luego. Se trata de una prueba irrefutable, En cambio, el més variado y amplio repertorio de formas de violencia fisia y simbélice (entre ellas la tortura psicoldgica del simulacro de fusilamiento) a disposiciéa de los servicios penitenciarios es utilizedo cotidianamente, extensible en muchos casos a quienes, siendo personas en situacién de plena libertad, concurren a las circeles para vsitar a familiares 0 amistades en prisin. En paises que vivieron la tragedia del terrorismo de Estado, las précticas carcelarias viola- torlas de los derechos humanos, cargadas de violencia material y simbética, noon un episodio accidental: son una forma de persistencia de ln diciadura, Esa violencia estatal es un lado oscuro de las democracias realmente existen- tes. Va de suyo que toda violencia estatal es politica, en cuanto se aplica para mantener el orden existent. De alii certera proposicion gramsciana acerca del papel de las Fucrzas Armades. CCrettez formula algunas observaciones para tener en cuente en el alist, del eercicio de la violencia en regimenes democréticos, en particular el Ila- ado “fendmeno de los excesos”, por lo general, pero no exclusivamente, en ‘América Latina, practicados por las policas, salvo situaciones de mayor nivel de enfrentamiento, en las cuales las involucradas son las Fuerzas Armadas (Crete, 2009: cap. 11). aca Thomas Hobbes, ecuerda Philippe Braue: [el poder paltca dabe poder imponese conta toda fuerza contara | Al autor del {etn eimpocan muy poco las wolacones ala seguridad de scans que puedan resulta de i volencis de soberano. |] Po el contrar, ls tedriosliberales, como eck y Gerjan Constant. son muy sensible ala amenazadeatrariedod que el poder politico imponea os gobernados. (Sin embargo lado de iertades de opinion {de exprestn,e! ncleo duro de as derechos tuedamentaes sigue send para ellos ia $eguridad ical y a prose es dec a seguridad dels personas y dos bene. ‘Una dtincon mpotante apone la violencia puesta al senicio del derecho y a vole fue transgrede la ey, Mlentvar que une ntreduce un mento de deorden ydesovgae zac, lotr garantiza la conanza en ls rlaconesjuneas Braud, 2004. 35-36). ‘Ahora bien, conviene tener presente laafirmacién de Pierre Bourdieu: la autoridad juridica es “la forma por excelencia dela violencia simblicalegi- tima cuyo monepolio pertenece al Estado y que puede servirse del ejercicio de la fuerza fsica” (Bourdieu, 2000: 167-168). Gramsci, por su parte, consi- deraba el derecho como “el aspecto represivo y negativo de toda la actividad positiva de civilidad desplegada por el Estado” (Gramsci, 1975: Il, 1571) 10, Cuando se publics Levan (1651) aun no habia reconocimiento algun de fs dere ‘hos humanos {A GALOPAR, A GALOPAR, HASTA ENTERRARLOS EN EL MAR! 6 Para Tilly, violencia y gobierno mantienen “una relacién ineémoda”, relacién en la cual considera ala primera como relevante para el manteni- riento del poder (y antes, para aleanzarlo). Entiende que l violencia tiene dos polos ~uno, el de la violencia legitimas otro, el de Ia ilegitima-, entre los cuales hay un continuo que permite al Estado recurrit aun amplio repertorio deacciones que se inscriben en un continuum de acciones,legftimas unas, ile gitimas otras, cuyasfronteras suelen no estar bien definidas. Va de suyo que, en una confrontacién politica ermada, los que vencen definen Ia legitimidad de su ejercicio del poder, de mado que, para usar la expresiOn ilustrativa de Tilly, Ios bandidos de ayer pueden devenir los sefiores de mafiana En Amirca Latina, el nivel més alto de violencia poltica estatal en situa cién de democracia (al menos formal, con Estado de derecho en teoriavigen- te) se ha alcanzado en Colombia, caso notable de aplicaci6n de la Doctrina de Seguridad Nacional sin necesidad de instaurer une dictadur institucional de las Fuerzas Armadas, El pais vive una situacién de guerra civil de larga dluracién -ala fecha casi setenta afos-, en cuyo transcurso se han producido expresiones de violencias diferentes: estatal, uersillera, paramilitar, marco itaficante, bandidista. Bs obvio que en un periodo bélico tan prolongado se hhan producido miltiples casos de violacion de derechos humanos, de accién parspolicil, paramilitary paraestatal, pero un dato significativo es a tle rancia, cuando no la promocién, de actividades militares ilegales e ilegiti- mas por parte del Estado, en principio, justamente, encargado de velar por la legitimidad y legalidad del empleo de la violencia que detenta. Dentro de ‘exe cuadro, es rlevante la cuesti6n de los varios procesos de paz que se han llevado a cabo ~uno de ellos actualmente en curso (negociaciones entre les Fuerzas Armadas Revolucionarias [FARC] y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos)-, euyo fracaso, al menos en los dos primeros intentos, dice mucho sobre el particular. Sibien las expectativas sobre el desenlace del actual proceso son mayores que en el pasado, hay un dato que no puede soslayarse: Jas fuerzas estatales no han cesado su ofensiva militar contra les FARC. Es relevante porque en el pasado ocurrié algo similar, siendo particularmente graves los acontecimientos acaecidos entre 1985 y 1990, cuando guerrilleros {que aceptaron dejar las armas incorporarse ala lucha politica legal, através dela ereactén de la Unin Patristica, campo en el que obtuvieron una repre sentacion significativa, fueron asesinados. Ei mimero oscil, segin las fuentes, enire cinco y seis mil, entre ellos dirigentes de primera linea como Jaime Pardo Leal, Carlo Pizarro, Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galan, ademas de dirigentes sociales y sindicales, campesinos, trabajadores, profesionales. Para algunos analisas,en los ciclos de conversaciones de paz, los insurgentes son golpeados polticamente, mientras que en los ciclos de confrontacién militar seempoderan, Tambien las negociaciones de paz realizadas entre 1998 y 2002 ‘mostraron que en su transcurso las acciones militares contra les guertillas y 76 W. ANSALDI las poblaciones campesinas afines no cesaron ¢ incluso se incrementaron."" Se trata de un caso televante para el anilisis, que escapa a los objetivos de teste capitulo, sobre el cual no querfa dejar de Hamar le atencién. Es nuestra intencién afrontar su tratamiento en la nueva investigacién sobre la violencia en el Ambito rural latinoamericano. ‘Si bien de indole diferente al de Colombia, otros casos relevantes de sola- ppamiento entze violencia politica armada y democracia son los de El Salvador, ‘Guatemala y Nicaragua, si bien en ellos se traté de la transicidn ala democracia desde sendas situaciones de guerra civil, procesos analizados de manera exce- lente por Edelberto Torres-Rivas (2004; 2007; 2011), cuyos trabajos remito. ‘Analizar la relacion entre violencia politica y democracias en paises como Ios latinoamericanos es una cuesti6n més que relevante y necesaria para deve~ lar el encubrimiento del ejercicio de la violencia estatal -travestida de fuer- zao coercién- y plantear en términos no convencionales la relacién clasisa ‘entre la legitimidad y la ilegitimidad del ejercicio de la violencia, pero tam- bign para definir estrategias de cambio social. Analizarla sin prejuicios y con total honestidad intelectual arrojaré mucha luz sobre este campo oscuro que, fa veces, se muestra sin velos y permite entender mejor ciertas condiciones sociohistéricas en las cuales la apelacién la violencia politica armada apa~ rece como la ultima ratio (si no la Gnica) posible, El caso argentino, durante dl perfodo 1955-197? a nnn formidable para tal ejercicio: la proscripcién politica de una fuerza mayoritaria -el peronismo~ no fue un dato menor a Ia hora de explicar los niveles de adhesin que las acciones de las organiza~ ciones politico-militares alcanzaron en el seno de una porcidn considerable de la sociedad. Asi ls apelacién a la violencia (incluyendo algunas formas ejercidas por la “Resistencia Peronista") se convirtié en el camino inevitable para participar en la politica, También, para apreciar cémo la estrategia del ‘iltimo dictador de la autodenominada “Revolucién Argentina”, el general ‘Alejandro Agustin Lanusse, al poner fin 2 esa proscripeién y abrir el camino al triunfo electoral del peronismo y aliados en los comicios de 1973, permiti6 la derrota politica de las organizaciones que decidieron persistr en laestra~ tegia de politica armada, Es que, como escribe Xavier Crettiez (2009: 89), hay situaciones en las cuales la violencia deviene una estrategia de interpelacin al poder politico para grupos que “no tienen mas recursos que los que les otorge la visbilidad de su accién", Analizarla y explicarla desde esa perspectiva requiere, para decirlo una vex ms, situarse en el campo de a politica, no de la moral 11, Una ectura posible de esta cuestion puede vrs ene arcula ya citado “Juez de isn ha eicho, le qutra de querilas noes terrorism. Fundamentales defines pra fs pueblos’, deponible en awn kooselared. Capiruto 3 RAICES DE LA VIOLENCIA: PARA UNA NUEVA GENEALOGIA, DE HOBBES A MARX’ Lorenza Sebesta Introduccién [ste ensayo sugiere un itinerario de lectura anémalo de algunos clésicos del pensamiento politico moderno. Son autores unidos por la comin con- cicncia de que, at el prerrequitite para al desarrollo de enalqnier sociedad nacional o supranacional deriva de la ausencia de una violencia abierta y sgeneralizada, hay wna gran cantidad de violencia que contimti inscripta en las dindmicas ~sociales, econémicas o politicas~ a través de las cuales cada tuna de tales sociedades se constituye y desarrolla. Por eso, y aun cuando las reflexiones de esos pensadores no estén en si y por si dedicadas ala violencia como fenémeno, nos ayudan de manera directa o indirecta @ investigar sus causas, ya veces nos sugieren las soluciones, con frecuencia, no del todo exen- tas ellas mismas de derivaciones violentas. Mediante esta eleccién atipica he procurado superar las dicotomias en tomo de las cuales se estructuré siempre hist6ricamenteel pensamiento sobre la violencia (violencia del hombre/violencia de la sociedad, violencia de la sociedad/violencia del Estado, violencia intraestatal/violencia interestatal). Muchas veces esas dicotom{as se encuentran viciadas por estar fundamen- tadas en presuptestos indemostrables, tales como la naturaleza violenta del hombre, He tratado de evitar asimismo las especializaciones disciplinarias ue se ocupan mas bien de a relacin entre la violencia y agin tema de estu- 1. La treducn dl presente artcul,delitaano al castelano, que noha estado exes ‘de desta, es obra de Calos Cavoppi. La traduccon ol castellano dels fragmentas ‘de tertostomads en otro isiame en todos os casos me pertenece,Cualquer eror 0 Imprecisen queda exclusvamente bajo mi responsabilidad.

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