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El dinero sexuado: Una presencia invisible Violencia y contraviolencia de la dependencia econémica Clara Coria THOTT HOOT OOOOH HOODOO HOHOHOOETHHOOOHHOD decidido con toda intencién mantener en este trabajo* el tono discursivo y coloquial con que presenté el tema cuando fui invitada a exponer mis reflexiones acerca de la violencia invisible que se ejerce sobre las mujeres a través del dinero. En esa opor- tunidad se generé un clima fluido y ame- no que contribuy6 a enriquecer un inter- cambio estimulante de nuevas aperturas. Deseando que esto se repita plantearé aqui tres puntos que ojala entusiasmen para continuar —o iniciar— este didlogo con los/as lectores/as. Didlogo que cuan- do se establece puede convertirse en un espacio intimo y compartido a la vez, que pone alas a nuestra creatividad. En el pri- mer punto presento en forma condensa- da algunos de los conceptos nucleares de la problemitica del dinero con relacién a las mujeres que han sido desarrollados en detalle y mds extensamente en El sexo “El presente trabajo se publicé originalmente en La mujer y la violencia invisible, Eva Giberti y Ana Ma. Fernandez. (compiladoras), editorial Sudameri- cana, Buenos Aires, 1989. En este libro se recogen trabajos muy interesantes de varias autoras sobre el tema de la invisibilidad femenina oculto del dinero, publicado en 1986. En el segundo punto planteo reflexiones es- pecificas sobre la violencia invisible y la contraviolencia a través del dinero. Final- mente, en el tercero, incluyo un concepto tedrico, el del dinero como objeto transi- cional, que expuse por primera vez cl 18 de noviembre de 1987 en una conferencia en la Universidad Autonoma de Barcelo- na. A modo de introduccién Cuando acepté entusiasmada 1a invita- cin para exponer sobre la violencia invi- sible, no adverti hasta qué punto este tema resultaba conmovedor y movilizan- te. Comencé haciendo un esbozo rapido de los puntos que consideraba importan- te plantear. Habfa ya delimitado mi abor- daje y estaba lista y en orden para empe- zar a escribir. A partir de alli comenz6 un extrafio malestar. Ninguna manera de in- troducir el tema me resultaba satisfacto- ria, Las introducciones que me surgian resultaban insulsas 0 demasiado abrup- tas, Excesivamente intelectuales 0 exage- radamente afectivas. Pasaban los dias y mi desaz6n crecia porque no lograba dar- le una forma integradora. Evidentemente 30 el tema no era innocuo. Finalmente cai en la cuenta de que hablar de dinero y de violencia para una mujer es doblemente violento. Tanto el dinero como la violen- cia han formado parte del repertorio masculino. Y como tales, pueden incluir- se en el discurso varonil sin que esto alte- re el supuesto orden natural de las cosas. Pero el hecho de que una mujer hable de dinero y de la violencia que puede ejer- verse a través de él sobre otros —y en particular sobre las mujeres— cambia los “esquemas. Me cost6 varios dias y no po- cas zambullidas en el torbellino de mis emociones hasta dar con una respuesta que echara un poco de luz a mi entendi. miento. Se trataba de una profunda vi vencia de transgresién. Vivencia incémo- da que reactivaba el malestar por la cen- sura y el temor al castigo. Al proponerme hablar acerca de la violencia que se ejercia sobre la mujer por medio del dinero, me exponia (al preten- der desenmascarar un statu quo) a la reaccién de quienes atin persisten en cre- er que el sometimiento es el mejor méto- do para ejercer autoridad. Me exponia también a la desaprobacién de quienes sostienen que corresponde a nuestra na- turaleza femenina el ocupar un lugar de subordinacién, y finalmente me exponia a la ira de quienes detentan un lugar de privilegio y ejercen el poder a través del dinero. Un poder que no desean compar- tir. Cuando me di cuenta de todo lo que implicaba mi exposicién, no quedé mas tranquila, pero si més segura de mi mis- ma. Y pude comenzar a escribir. Este tema nos enfrenta a todos —hombres y mujeres— con nuestros propios prejui- cios y con el temor a perder una situacién conocida. Y este temor estd presente tan- to en los varones como en las mujeres. Todos tememos perder. Y ese temor nos dificulta visumbrar las adquisiciones. Di- cho de otra manera —que rememora vie- jos cuentos infantiles—, a muchos hom- bres les cuesta dejar de ser principes y a muchas mujeres les cuesta dejar de tener un principe. Plantear el tema del dinero conduce, entre otras cosas, a romper el hechizo de la bella durmiente. Pero ya no para ser rescatadas como ella por un principe de sangre azul a quien le debere- mos la vida, sino para convivir con un hombre de sangre roja —si asi lo desea- mos— y construir juntos una vida sin deudas vitalicias. Es entonces desde esta propuesta de animarnos a desnudar algu- nas de las situaciones tradicionales en que estamos enredados los hombres y las mujeres que voy a plantear tres aspectos que me parecen capitales sobre esta te- mitica. Uno es el que se refiere a la vio- lencia que implica la sexuacién del dinero. Otro es el de la violencia implicita en la dependencia econémica y la contravio- lencia resultante. Y el tercero, como ya anticipé, es el concepto teérico del dinero como objeto transicional. I. La violencia de la sexuacién... 0 el mito de que “el dinero es cosa de hombres” El fenémeno de sexuacién al que me re- fiero tiene la particularidad de estar tan presente que se vuelve invisible. Y de ser tan cotidiano que deviene “natural”. Re- sulta “natural” por ejemplo que, en las reuniones, los hombres hablen de dinero y las mujeres de los chicos. Natural tam- bién que ellos entiendan lo que significa un millén de délares —aunque nunca lle- guen a tenerlo— mientras a las mujeres “no les entra en la cabeza” (como es posi- ble oirles decir), Natural que ellos tengan conciencia del presupuesto familiar y que por ello no sean vistos como materialis- tas. Natural que trabajen por dinero y no por amor, como a veces lo hacen las mu- jeres. Natural también que se reserven el derecho a ser los que deciden los gastos de envergadura y quienes administren las herencias. Natural que ganen més que la mujer. Natural también que paguen la cuenta del restaurante, 0 que hagan como que la pagan ellos aunque sean las mujeres quienes les pasen el dinero por debajo de la mesa. Tan natural resulta el dinero en ma- nos de los varones que se produce una asociacién simbélica por la cual el dinero 31 oo queda adscripto a lo masculino. Llega in- cluso a ser considerado sindnimo de viri- lidad y masculinidad. Esta asociacién es compartida por las mujeres quienes, con- vencidas de que el dinero es masculino, deducen también que “masculiniza” y te- men sv contacto por el riesgo que supone de llegar a perder feminidad. Esta creencia de que el dinero “es cosa de hombres” es avalada por nuestra cultura que refuerza la asociacién con lo varonil de muchas maneras. Por ejemplo, es muy difundida la creencia de que el di- nero ensucia, contamina y pervierte. Y que eso afecta irremisiblemente la pure- za, belleza y pulcritud asignadas a la fe- minidad. Resultarfa divertido, si no fuera tan dramético, descubrir las incoheren- cias en los prejuicios populares que ha- cen creer por ejemplo que algo rechaza- ble como la suciedad, la contaminacién 0 la venalidad econémica son deteriorantes para un individuo mujer, pero no causan melia a la integridad de un individuo va- ron. También resulta doloroso descubrir los prejuicios con que se instrumentan al- gunos conceptos cientificos. Por ejemplo, en psicoanilisis, el dinero ha sido visto por Freud como formando parte de una ecuacién que lo asocia con las heces, con el pene y con los bebés. A través de mi ejercicio profesional en la clinica he podi- do constatar que esta ecuacién sigue siendo valida. Pero lo que no son validas son algunas de las interpretaciones que de ella se hacen. Por ejemplo, que las am- biciones econémicas son propias en los varones pero impropias en las mujeres porque ellas deben satisfacerlas, simbéli- camente, con el deseo del hijo. Es intere- sante observar cémo a partir de un con- cepto tedrico vdlido se pueden deducir afirmaciones que discriminan los sexos y generan iatrogenia. De muchas maneras se refuerza la idea de que el dinero “es cosa de hom- bres”. La asociaci6n entre el dinero y lo varonil también est4 presente en la nor- ma social que asigna al vardn el deber de mantener econémicamente a la mujer. Y junto con este deber la atribucién de ad- ministrar sus bienes. Se dan luego las pa- radojas sociales de que, a menudo, con la inclusién de las mujeres en el mercado la- boral suelen ser ellas quienes mantienen el hogar, pero sin embargo siguen siendo ellos quienes manejan los bienes. Y el he- cho de que esta administracién le corres- ponda al varén es vista como natural tan- to por hombres como por mujeres. He podido observar, a lo largo de 9 afios ininterrumpidos de investigacién so- bre el tema, que las mujeres tienden a ad- ministrar el dinero del mes..., los “dineros chicos”, los de la casa y la comida, aque- Hos que no dejan hueilas, mientras que los varones, casi sin excepcidn, adminis tran los dineros grandes. Como si existie- Ta una division sexual del dinero por la cual los “dineros chicos” no entran en conflicto con lo femenino. Mientras que, por el contrario, los dineros grandes, los que son bien visibles, los que dejan hue- las y pueden ser usados para ejercer el poder resultan impropios con el “ser fe- menino” y por lo tanto son administrados por los hombres. Esta division sexual del dinero es la que explica en gran parte que, sin excepci6n, las herencias que reci- ben las mujeres sean administradas por Jos varones, con el consentimiento de am- bos. Estos son algunos ejemplos concretos del fendmeno de sexuacién del dinero que, avalado por hombres y por mujeres, es expresién de una enorme violencia. Violencia que se encarna en el prejuicio de creer que el dinero es cosa de hom- bres © incompatible con lo femenino. Este prejuicio est4 sustentado a su vez en la ideologia patriarcal que alcanza en sus efectos devastadores a ambos sexos. Pero eso si: de manera muy distinta. Los varo- nes, condicionados por esta sexuaci6n, se ven obligados a ser los que tienen el dine- ro y afianzar con ello su masculinidad. Todos hemos oido decir alguna vez que un hombre con dinero es bien macho. A cambio del peso que significa esta impo- sicién social, usufructian los beneficios de disponer del dinero y cuentan con la posibilidad de ejercer poder a través de él. Una posibilidad que, por desgracia, 32 ooo utilizan demasiado a menudo muchos de ellos. A su vez las mujeres, condicionadas también a que el dinero es “cosa de hom- bres” han ido conformando su subjetivi- dad y feminidad en conflicto con el dine- ro, configurando asf una situacién de de- pendencia. Situacién que intentan com- pensar con algunos de los beneficios que ésta ofrece, como el confort y la protec- cién. Pero a diferencia de los varones, que preservan el derecho a moverse con libertad, poder elegir y desarrollar capa- cidades productivas, las mujeres terminan cercenando su propio desarrollo. El con- fort que les ofrece la dependencia cobra altisimos intereses que comprometen su salud mental y es muy frecuente que ter- minen descapitalizadas en dinero y en de- sarrollo personal. La sexuacién del dinero genera con- diciones insalubres para el psiquismo. Y en esa insalubridad reside parte de la vio- lencia invisible, encubierta en el paterna- lismo que suelen ejercer con gusto los va- rones y reclamar a menudo las mujeres. Violencia con apariencia de generosidad y proteccién. Violencia que se filtra y mi- metiza con ciertas ilusiones infantiles promovidas por la cultura como la del principe azul que salva a la mujer. Vio- lencia que adquiere visos siniestros por- que pasa inadvertida al amparo de los he- chos cotidianos... tan reiterados... tan ob- vios... tan invisibles... y tan deteriorantes. IL1 Violencia y contraviolencia en la dependencia econémica Este fenémeno de sexuacién es en gran medida responsable de la dependencia econémica de las mujeres. La depend encia en general es una situacién que ge- nera un estado de inermidad ¢ impoten- cia. Se configuran, pues, limitaciones que condicionan carencias que otro deberd cubrir. A veces las situaciones de depend- encia son impuestas por la especie como en el caso de los bebés, los nifios peque- fios. Otras por el infortunio, como en el de los enfermos. Otras dependencias son el resultado de sistemas de organizacion social que ubican a algunos individuos en inferioridad de condiciones respecto de otros, como sucede con los analfabetos, los pobres y las mujeres. Todos estos tipos de dependencia, y aiin otras que podriamos agregar, tienen algo en comin. En todas ellas hay alguien que —de manera abierta o encubierta, por propia decisidn o imposicién— dele- Ba en otros la posibilidad de decidir. Y de esta forma la capacidad de eleccién y el po- der de decisién se les vuelven ajenos. En esa ajenidad se hace carne la sumision. Es en estos tipos de dependencia en los que se entrelaza la violencia. Deseo aclarar que estas situaciones de dependencia son distintas de aquella otra que se suele lamar “dependencia normal”, que es la que se da entre las personas adultas y sanamente afectivas, ocupadas y preocupadas por aquellos a quienes quieren y por quienes son queri- das. En esta oportunidad voy a ocuparme de una situacién particular de dependen- cia en donde impera la violencia. Me re- fiero a la situacién de dependencia y mar- ginacién econdmica en la que estamos in- mersas las mujeres. Cuando nos ponemos a analizar la violencia implicita en esa forma de dependencia, podemos apreciar que ésta se origina en distintas fuentes y 33 que también adopta formas diversas. A ve- ces es posible ubicar las fuentes de la vio- lencia en el medio so- cial y en las discrimina- ciones manifiestas que se dan en él. Asi, por ejemplo, cuando a una mujer se le paga me- nos que a un hombre por el mismo trabajo. Resulta asombroso que sdlo en 1983 se haya derogado en Sui- za —un pais de los Ila- mados desarrollados— la ley por la cual las mujeres recibian un 30 por ciento menos de salario que los varones por el mismo trabajo. También resulta asom- broso enterarse de que en 1987 existen en la Carrera de Investigadores del CONICET2 300 investigadores de tiempo completo, de los cuales el 47 por ciento son muje- res. Esta afirmaci6n no llama la atencién. Lo que si impacta es confirmar que, con relacin al escalafén, las mujeres son una multitud en los niveles mas bajos y practi- camente inexistentes en los més altos, Concretamente en las dreas de investiga- cién de Ciencias Agropecuarias, en Bio- quimica, Mateméticas, Ingenieria, Eco- nomia y Habitacional no hay ninguna mujer en la categoria més alta. También resulta sorprendente que en eventos cientificos en donde la mayoria de los participantes son mujeres, los luga- res de prestigio y autoridad sean ocupa- dos por varones. Concretamente en el Congreso de Familia y Pareja, realizado en Buenos Aires del 6 al 9 de mayo de 1987, hubo mas de 1 300 inscritos. El au- ditorio —como pudo apreciarse y quedé registrado en fotos— estaba constituido en un 90 por ciento por mujeres. Sin em- bargo, en el acto de apertura, sobre 9 personas que ocuparon el estrado, s6lo 2 eran mujeres. Y en el acto de cierre, inte- grado por 6 perso- nas, s6lo una era mujer. Parad6jica- mente en uno de los dos discursos de cie Ire, presentado por un var6n, se realza- ba la participacién de la mujer en dicho Congreso. Lo que se omitia era la otra parte de la verdad Efectivamente, nuestra _participa- cién se dio en abru- madora —_mayoria. Pero se nos habian reservado los lugares menos jerarquicos, y ademés el Congreso fue posible con nuestro aporte eco- némico. Estos datos de nuestra realidad inmediata y nacional corresponden a una situacién mundial y generalizada. Las estadfsticas de la UNES co dan prueba de ello. “Las mujeres representan el 50 por ciento de la poblacién adulta del mundo y un tercio de la fuerza de trabajo oficial, pero realizan casi las dos terceras partes de] total de horas de trabajo y reciben slo una décima parte del ingreso mun- dial y poseen menos de una centésima parte de la propiedad inmobiliaria mun- dial”? Realmente es necesario negar mu- chos aspectos de la realidad para seguir afirmando que no existe la violencia eco- némica sobre las mujeres. Porque aunque las mujeres, como lo muestran dichas es- tadisticas, cubramos las dos terceras par- tes de las horas totales de trabajo, queda- mos sin embargo asignadas y restringidas al dinero menor. Menor en cantidad y menor en satisfacciones. Al dinero de la caja chica, como lo he llamado. La de- pendencia econdmica de las mujeres es el resultado de una discriminaci6n real que existe y es posible constatar estadisti mente. Esta discriminacién vehiculiza 34 oo una violencia concreta y manifesta. Vio- lencia sin eufemismos. La violencia de la dependencia Existen otras formas de violencia que no derivan de esas discriminaciones ma- nifiestas como las que acabo de sefialar. Son violencias encubiertas. Son las que se hacen presentes cuando por ejemplo un marido se hace rogar para dar a su mujer el dinero yue es conyugal y también a ella pertenece. O cuando, en su actitud reti- cente, fuerza a la mujer a pedirselo una y otra vez. Cuando controla sus gastos y exige detalles pormenorizados de los mis- mos. Situacién denigrante que é1 segura- mente no toleraria para si. Cuando la tra- ta como a una nifia y si, efectivamente, ella se comporta como tal, él contribuye a perpetuar esa actitud. Cuando da por descontado que el coche familiar es de uso prioritario del varén. Cuando llega a decirle incluso que el dinero es de quien lo provee y... “como ella no trabaja”, ne- gando asi y deformando la realidad por la cual los servicios domésticos y maternales prestados por una mujer dentro de la so- ciedad conyugal tienen un equivalente econémico sin cuyo aporte el capital di- nero que obtenga el marido se veria sen- siblemente reducido. La ecuacién se hace més evidente cuando se le paga a una persona de servicio lo que se le escamo- tea a la esposa. La violencia también est4 presente en la conviccién que tienen muchas mujeres de que el dinero no les pertenece. Esa misma violencia transformada aparece en forma de mentira cuando las mujeres di- cen, por ejemplo, que gastaron menos de Jo que en realidad pagaron cuando se compraron algo para ellas. En esta men- tira hay miedo encerrado. El miedo de que el otro las censure por haber hecho uso de un bien vivido como ajeno. A ve- ces el otro no censura, pero el temor per- siste y también persiste la vivencia de algo indebido. Es imposible hablar de de- pendencia. sin tomar en cuenta las miilti- ples y complejas violencias que ella implica y genera. 11.2 La contraviolencia de la dependencia econémica Con esta expresién deseo subrayar que no s6lo hablo de Ia violencia que se ejer- ce sobre el individuo dependiente sino también de la violencia con que responde el que depende. Violencia a menudo dis- frazada y tortuosa, Violencia que recurre a mecanismos encubiertos. Mecanismos que son asi porque al dependiente le est4 vedado —justamente— la expresi6n libre de su protesta, Mi reflexion es que los modelos de rela- cidn entre los individuos (en este caso hombre-mujer) que sostienen y promueven la dependencia implican tal violencia que lo iinico que pueden generar es contravio- lencia> Cuando en una pareja es el hombre quien administra el dinero y se lo da dia a dia a la mujer estamos —sin lugar a du- das— en presencia de una situacién de dependencia por parte de ella. Y estamos también en presencia de una compleja red de violencias que surgen de esa situ: cin dependiente. Cuando no hay cast 05 fisicos ni gritos la violencia puede pa- sar inadvertida. Sin embargo comienza a desembozarse cuando nos hacemos algu- nas preguntas. Por ejemplo: Cpor qué es s6lo él quien administra el dinero?; des porque le gusta tener el control de todos los gastos?; 2porque cree que su mujer es mala administradora o incapaz de apren- der?; éporque no le tiene confianza?; éporque prefiere que siga adoptando la misma actitud que una nifia frente a los padres?; dporque teme a las libertades que ella podria tomarse si también admi- nistrara el dinero? No es descabellado pensar que éstas y otras preguntas mds pasen por la cabeza de la mujer (cons- ciente 0 inconscientemente) cada vez que recibe una porcién diaria de dinero. También podriamos preguntarnos por qué ella tolera esa actitud desautorizante del marido. éPorque asi es més facil y c6- modo?; éporque no corre el riesgo de co- meter errores y asumir la responsabilidad de corregirlos?; iporque le hace creer que est a merced de él y asi halaga su 35 vanidad masculina?; éporque desea sentir que en su marido tiene un papa?; épor- que no esta dispuesta a hacer el esfuerzo que significa administrar el dinero? Tam- poco es descabellado pensar que éstas y otras interrogantes se crucen por la cabe- za del marido. En el escueto ejemplo que acabo de plantear la actitud paternal del hombre obliga a la mujer a pedir. Y¥ ese hecho la coloca en una situacion de inferioridad. Si- milar a la que tienen los nifios que deben pedir dinero porque aiin no estén en con- diciones de adquirirlo. Por otra parte, el hecho de contribuir a que un adulto fun- cione como un nifto es un ejercicio de vio- lencia. Pero atin hay algo més. El tener que pedir pone al que pide a merced del dador que puede caer en la tentacidn de poner condiciones. Como podemos ver, la violencia que se ejerce sobre alguien dependiente tiene muchos matices. Ahora bien, si coincidimos en que la administracién exclusiva del dinero por un solo miembro de la pareja ejerce vio- lencia sobre el otro, vamos a tener que aceptar que ese otro reaccionaré de algu- na manera. Y que esa manera podra ser abierta 0 encubierta. Si se rebela y no acepta la situacién habré posiblemente un intercambio de opiniones violentas por ambos lados, pero explicitas... hasta que se consiga un equilibrio que satisfaga 4 ambos, Si por el contrario se tolera la violencia no se la puede enfrentar, la reacci6n muy posiblemente sera encu- bierta y podra aparecer en forma de con- traviolencia. Hay muchas formas habituales de contraviolencia por parte de las mujeres, que son las que sufren —por su sexo— este tipo de violencia econémica. Por ejemplo, desentenderse absolutamente de las cuestiones econémicas y delegar toda esa carga en los hombres. Pareciera que de esta manera intentan compensar Ja exclusidn en las decisiones con la falta de compromiso. Otra forma de contra violencia es sacar provecho del lugar de victima ¢ intentar obtener beneficios se- cundarios. O delegar el control de lo eco- némico en los hombres y retener para si el control sobre los afectos familiares, fundamentalmente sobre los hijos. Como Ja contraviolencia est obligada a ser sub- terrdnea, puede Hegar a adquirir formas tortuosas y laberinticas. Y no resulta oco frecuente que algunas cuestiones de dinero tengan su repercusi6n en el lecho conyugal. En ocasiones suelo decir que cuando las cuentas no se resuelven sobre la mesa se terminan dirimiendo en la cama, He podido comprobar que cuando las mujeres toleran la dependencia eco- némica o se adaptan a ella, el resenti- miento resultante encuentra su cauce de expresin a través de la contraviolencia. Y de esa manera, la pareja se instala en una relacién afectiva, sexual y econémica basada en la desconfianza mutua, Es obvio que el efecto deteriorante de las consecuencias de la dependencia econdmica en las mujeres afecta a ambos miembros de la pareja. Lo que no resulta i a gente lo pone en evidencia— es que la mujer es afectada doblemente porque a la mujer se le suman las limitaciones que dicha dependencia ge- nera al deterioro que en su personalidad provoca la incapacidad para tomar deci- siones, hacer elecciones y asumir las res: ponsabilidades de la accién extradomésti- ca, La independencia econémica posibili- ta un grado de libertad y movilidad que estimula el desarrollo de proyectos perso- nales y da cabida a la adquisicién de habi- lidades y experiencias que van enrique- ciendo al individuo. Es frecuente encon- trar que los hombres en la edad media de Ja vida vivencien una cierta capitalizacin de las energias y dedicaciones invertida en sus aos anteriores. Y es también fre~ cuente observar el sentimiento contrario en las mujeres que se sienten descapitali- zadas, tanto en dinero como en experien- cias de produccién y creatividad. Muy a menudo en estos casos el malestar que produce la injusticia de una capitaliza- cidn tan dispareja suele llevar a las muje- res a estados de profunda depresién. Es. tados en que ni siquiera es posible usar la contraviolencia para defenderse de la violencia recibida. 36 oe Voy a concluir este punto con una re- flexién que incluye una propuesta. La violencia y la contraviolencia que implica y genera la dependencia econémica est4 profundamente arraigada en nuestra cul- tura, Cambiar esta situaci6n no seré tarea facil. Pero ningén cambio profundo ha sido facil y la humanidad ha progresado cuando ha sido capaz de enfrentar los prejuicios, tanto en lo cientifico como en lo social. Tomemos solamente como ejemplos a Galileo, Darwin, Freud, Eins- tein, La sexuacién del dinero es otro prejui- cio instalado profundamente en nuestras pricticas sociales cotidianas. Y esa sexua- cién es portadora de una violencia que se hace muy evidente en la dependencia econémica que sufren las mujeres, yen la defensa reactiva de éstas sobre los varo- nes en forma de contraviolencia. Mi mo- desto aporte para contrit ‘+ al cambio es enfatizar la necesidad .° una reflexién profunda y c mprometida como primer paso para desenmascarar a sexuacién encubierta en nuestras practicas cotidia- nas, Ello dar luego paso a un aprendiza- je progresivo que nos permitiré hacernos cargo tanto de las responsabilidades que significa administrar el dinero como de disfrutar sin culpa de las posibilidades que dicha administracién ofrece. Estoy convencida de que el uso no sexuado del dinero abre el camino para un modelo de relaci6n distinta entre los sexos. Un mo- delo que no esté signado por la necesaria subordinacién de uno a otro. Un modelo que dé cabida al juego por el poder en forme abierta, desembozada y paritaria en lugar de negarlo o de obligar a unos y otros a desplegar complejos mecanismos lenos de hipocresia. Il. El dinero: un objeto transicional (facilitador de estereotipos de género sexual) Madre, yo al oro me humillo éles mi amantey mi amado pues de puro enamorado, de continuo anda amarillo; que pues, doblén o sencillo hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es Don Dinero. Quevedo Mi interés por el dinero como tema de estudio tuvo un origen impreciso en el tiempo. Se fue perfilando en forma pro- gresiva a través de un ciimulo de viven- cias, observaciones espontdneas y situa- ciones concretas a resolver. Posterior- mente, mi tarea como psicoterapeuta, en Ja que predominaban las consultas he- chas por mujeres, me enfrenté con una realidad apabullante. Tan apabullante como inadvertida: que en gran medida, la vida de una enorme cantidad de mujeres esté signada por la dependencia. De- pendencia afectiva, intelectual y econdmi- ca. Y la sorpresa fue mayor al descubrir que perpetuaban comportamientos de- pendientes en lo econémico aun cuando tuvieran independencia econémica y fue- ran capaces de ganar dinero en abundan- cia, A partir de ese momento el deseo de indagar y tratar de esclarecer el misterio de la independencia sin autonomia (eco- némica) se convirtié en una necesidad tedrica. Con posterioridad a la publica- cién de 1986, elaboré el concepto del di- nero como objeto transicional. Este con- 37 oo cepto, que expuse en una conferencia el 18 de noviembre de 1987 en la Universi- dad Auténoma de Barcelona, aparece publicado por primera vez en esta opor- tunidad. El hecho de concebirlo asi des- cubre nuevas perspectivas y_posibilita —como sostiene Winnicott— “mirar con ‘ojos nuevos muchos problemas antiguos”. Concebir al dinero como un objeto transicional abre la posibilidad de inda- gar acerca de complejos fenémenos psi- cosociales. Uno de ellos es el de la sexua- cidn del dinero, el de su incidencia en la adquisicisn de la identidad de género y el de la perpetuacién de los estercotipos se- xuales resultantes, que obstruyen el desa- rrollo de funciones yoicas. Abre también la posibilidad de indagar acerca de la re- lacidn entre nuestras teorias y nuestras pricticas como psicoterapeutas, del gra- do de coherencia 0 contradiccién entre ellas; de reflexionar acerca de los resulta- dos que obicnemos con la aplicacién de las teorias de que disponemos y de eva- luar nuestra participacién activa (como terapeutas) en el mantenimiento de cier- tos estereotipos. Para introducirnos en el concepto de objeto transicional reniontémonos breve- mente al concepto original de Winnicott. Existe —segiin él lo desarroll6— un im- portante campo de experiencia que se da entre lo intrapsiquico y Ia realidad exte- rior, al que Winnicott denominé zona in- termedia. Zona a la que —seiialé Ponta- lis—- “cl psicoanilisis no sdlo ha desc dado sino que en cierto sentido sus ins- trumentos conceptuales - -tesricos y té- nicos— Je impiden percibir, y a resultas de ello, de hacer devenir”.* Continuos trabajos de observacién ¢ investigacin levaron a Winnicott a plantear que en esa zona intermedia se dan procesos de interaccién, fendmenos transicionales en donde es posible ubicar Io que llamé los objetos transicionales. Si bien da ejem- plos de algunos de los objetos transicio- nales que observs en su trabajo con ni- fos, insiste muy especialmente en que no se trata de un objeto especifico, y que “esos objetos no son més que un signo tangible de ese campo de experiencias”. El objeto transicional es un objeto exte- rior en el que “se ha producido la proyec- cién de lo que ya se ha introyectado” (Winnicott, 1971]. En él confluyen, amal- gamados, la realidad interior y la exte- rior. Resulta ser un exponente de esa confluencia, de esa convergencia inevita- ble. Es un objeto que por sus caracteristi- as propias, o por su presencia en un mo- mento crucial de la vida del individuo, o por su ubicacién en un lugar ineludible de la compleja relacién entre lo intrapsi- quico y lo sociocultural, se convierte en el receptaculo de complejas proyecciones y en portador de mandatos sociales. Es un objeto al que se le termina atribuyendo cierto animismo, Es un objeto que, como sefiala Winnicott, no se trata tanto del objeto en si, sino del uso que de él se hace. Al cabo de seis afios ininterrumpidos de escuchar, observar y analizar tanto el material anecdético como las fantasfas grupales inconscientes recogidas a través del trabajo sistematico con grupos de re- flexién, he podido constatar que el dinero ocupa un lugar privilegiado en esa zona de interaccin entre lo intrapsiquico y la realidad exterior. Tal vez ese privilegio resulte, entre otras cosas, del hecho de que en nuestra cultura es un intermediario inevitable en el intercambio social, a lo que debemos agregar que es un instrumento de poder indiscutido. ¥ como tal, usado_al servicio de las mas variadas ideologias.° El dinero, pareciera ocupar un lugar en esa zona intermedia. Y ser uno de sus mejores exponentes, Desde esta perspec- tiva el dinero funciona como un objeto transicional, como un “signo tangible” de esa zona de confluencia inevitable entre el “adentro” y el “afuera”. Zona donde lo sociocultural se vuelve interior y lo intra- psiquico se expresa en el afuera. No se trata de una simple zona de pasaje, sino de interaccién en que se producen fené- menos que han de signar el futuro de un individuo. Es la zona en donde se juega —entre otras cosas— el proceso de ad- quisicién de la identidad de género se- xual. 38 oOe EI género sexual —culturalmente de- terminado— redne una cantidad de atri- butos que frecuentemente son considera- dos prototipicos de un sexo. Estos atribu- tos pasan a conformar lo que luego se co- noce como “condicién femenina” y “con- dicién masculina”. Y estas condiciones —previo salto epistemolégico— termi- nan siendo consideradas como la referen- cia “natural” de cada sexo. ” El dinero, atravesado por un lado por las vicisitudes de la realidad intrapsiquica que se proyectan al exterior, y por otro por los mandatos socioculturales que son portadores de idéologfas, va a participar en el proceso de adquisicién de dichas “condiciones”. Las posturas dicotémicas con las que se ha abordado el estudio de las problematicas relacionadas con el di- nero han limitado enormemente no sélo la comprensién en su complejidad psico- social sino también la operatividad tera- péutica. Los andlisis tradicionales del di- nero, desde una perspectiva exclusiva- mente intrapsiquica, restringen el abor- daje del mismo a las vicisitudes del erotis- mo anal y a los trastornos atribuibles a personalidades anales. Los andlisis que, por el contrario, centran su andlisis en las vicisitudes sociales y la influencia que los distintos regimenes econdémicos ejercen sobre el individuo, caen en un determi- nismo lineal también limitativo. Ahora bien, épor qué es factible plantear que el dinero es un objeto transicional? El dinero en nuestra cultura es un ele- mento puente entre el mundo interior y la realidad social, ocupa un lugar inter- medio entre ambos espacios. Se proyec- tan en él tanto las necesidades, expectati- vas y ambiciones conscientes como las identificaciones y fantasias inconscientes. Por su lugar privilegiado en el intercam- bio social y su fuerza como instrumento de poder resulta ser un portador extre- madamente sensible de los mandatos so- ciales y de las distintas ideologias de po- der. Es atravesado por los conflictos in- trapsiquicos e intersubjetivos. Por pre- sencia 0 ausencia es testigo ineludible en la toma de decisiones, en las elecciones de alternativas, en las prdcticas cotidianas y en las actitudes que comprometen ex- periencias de mayor trascendencia. Su presencia corpérea y/o fantasmal ocupa un lugar tangible en la interaccién dentro de la compleja red familiar, entre padres e hijos, marido y mujer, amantes, amigos, etcétera. Seria demasiado ingenuo dar por sentado que el dinero sélo esta pre- sente cuando se le “ve” y en las transac- ciones comerciales. Insisto en que ocupa un lugar estraté- gico en esa zona intermedia entre el “adentro” y el “afuera”. Y ese lugar lo convierte en un mediador inevitable, de extrema sensibilidad y complejo artificio al servicio de miltiples y variadas presio- nes, que provienen tanto de la compleja realidad intrapsiquica como del mundo sociocultural. Las presiones que provie- nen de la realidad intrapsiquica expresan tanto la perentoriedad de las pulsiones como la fuerza de los fenémenos de iden- tificacién, entre otros. Las presiones del mundo sociocultural pretenden imprimir, a través de los variados sistemas econd- micos, politicos y religiosos, ideologfas con objetivos bien precisos. Es decir —segiin Schilder—, imponer una orien- tacién definida para la accién. Hay todavia otro punto muy intere- sante para explorar. Sabemos, como bien lo sefial6 Kaes [1980], que no se puede vi- vir sin ideologias, porque éstas son mane- ras de ordenar las acciones y todo grupo humano implementa alguna. Las hay de variadas orientaciones; sin embargo, pa- recerfa que dentro de la gama posible de ideologfas tendrian mayor apoyatura en el dinero (0 buscarian al dinero para ex- presarse) aquellas que propugnan el esta- blecimiento de jerarquias de poder. Des- de esta perspectiva, el dinero puede ser utilizado (igual que el osito o el pedacito de sdbana) como un mediador en esa zona de transicién entre el “adentro” y el “afuera”. Cuando Winnicott desarrolla el con- cepto de objeto transicional, lo hace con relaci6n a la experiencia infantil. Pero el 39 concepto en si mismo admite una instru- mentacién més abarcativa. Propongo, por ello, en esta oportunidad, que pensemos en el concepto de objeto transicional con relacién a distintas zonas intermedias. Una de ellas seria (como sefiala Winni- cott) esa zona intermedia de la experien- cia infantil en donde el bebé, 0 el nifio pequef, utiliza un objeto para sentirse acompaiado y calmar angustias frente a ansiedades depresivas y/o persecutorias. Otra seria la que surge en distintos mo- mentos del proceso de socializacién del individuo. En éstas iiltimas la sociedad, a través de sus variadas instituciones, ins- trumentaria un objeto, en este caso el di- nero, para transmitir pautas, criterios, va~ lores y atributos relativos a un determina- do orden social. Deseo subrayar asi el hecho de que habria varias zonas intermedias. Una de cllas, la sefialada por Winnicott, pone el foco en las primeras experiencias infanti- les en donde predominan las vivencias provenientes de lo intrapsiquico. Otra, la que aqui propongo, se ubicaria en distin- tos momentos del proceso de socializa- cién dentro del cual cl individuo va cons- tituyendo su subjetividad. En ella predo- minaria lo intersubjetivo. La adquisicién de la subjetividad cs un proceso a la vez intrapsiquico e inter- subjetivo, individual y colectivo, psiquico y social. En este proceso se inserta la ad- quisicién del género sexual. Y es justa- mente aqui —en la adquisicin del géne- ro sexual— donde el dinero funciona como un objeto transicional. Un objeto cargado con pautas y valores que se adju- dican de manera estereotipada a cada Sexo. Quiero hacer una aclaracién con el deseo de evitar posibles confusiones. El dinero, como objeto transicional, puede ser utilizado también por el individuo para calmar ansiedades depresivas y/o paranoicas. Y, en este sentido, cumpliria la misma funcién que el osito para cl bebé. Esto no es ninguna novedad. Todos hemos escuchado alguna vez decir que “el dinero calma los nervios” y que “da mucha seguridad”. ooo Mi aporte en esta oportunidad con- siste en plantear que el dinero es un obje- to transicional instrumentado por un de- terminado orden social durante el proce- so de adquisicién del género sexual para contribuir a generar un sistema de rela- ciones jerdrquicas entre los scxos. Este sistema jerarquico se caracteriza —entre otras cosas— por considerar al dinero como atributo del varén (y por lo tanto de la masculinidad) y ubicar a la mujer en una situacién de dependencia. De- pendencia que se considera “naturalmen- te” femenina. El proceso de sexuacién re- sultante contribuye a generar profundas alteraciones en el desarrollo de funciones yoicas en mujeres y profundas ansiedades desestructurantes en los varones. El con- cepto del dinero como objeto transicional posibilita comprender parte de esta com- pleja dinamica de atribucién de roles se- xuales y operar sobre ella para intentar modificar las jerarquias impuestas con re- laci6n al género.® Notas 1 Datos brindados por la doctora Simonetta So- nino, encargada del CONICET, en ocasién de participar en una mesa redonda en la inauguracién de la Biblioteca de la Mujer, Buenos Aires, 11 de mayo de 1987. 2 £1 Correo de la UNESCO, Buenos Aires, 1973. 3 Este tema ha sido desarrollado en un libro de reciente aparicién: El dinero en la pareja 0 algunas desnudeces sobre el poder, en donde se hace hincapié en los contratos implicitos que subyacen a la relacin de pareja. * En el prélogo a la edicin de 1971 de Realidad y Juego, de Winnicott. * Cuando me reficro a las ideologias lo hago en el sentido en que las definié Schilder: “las ideologfas son sistemas de ideas y connota- ciones que los hombres disponen para me~ jor orientar su accién. Son pensamientos mis 0 menos conscientes © inconscientes, considerados por sus portadores como el resultado de un puro raciocinio, pero que, sin embargo, frecuentemente no difieren en mucho de las creencias religiosas con las gue comparten un alto grado de evidencia imterna en contraste con una escasez de pruebas empiricas™ 40 Bibliografia Astelarrak, Judith, Patriarcado y Estado capita- lista Bomeman, Emest. Pychanalyse de argent. Presses Universitaires de France, Paris, 1978. Burin, Mabel. Estudios sobre la subjetividad fe- ‘menina: mujer y salud mental. Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1987. Coria, Clara. El sexo oculto del dinero. Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1986, Coria, Clara. Eldinero en la pareja o algunas des- nudeces sobre el poder. Grupo Editor Lati- noamericano, Buenos Aires, 1989. De Miguel, Jestis. El mito de la Inmaculada Con- cepeién. Anagrama, Barcelona, 1979. Dio Bleichmar, Emilce. EI feminismo espontineo de la histeria. 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