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odisea LA IsLA QUE NAVEGA A LA DERIVA Jorce Diaz <9) SUM a oT ae OO ocd Anetra CMEC CL aot Rue permanente de guerra, aunque nadie sepa Cn CR Re ER ec Cee Guido, junto con Marcos y Yen Sue, encom ee EU RoC ein eee aU Lt Cece eres Re Ree On Rei de un camién que los transporta a un Ret EOL Lee eee ers} guerra: “Es posible, incluso, que la guerra ieee ea eee cre en Pa ee oe ee ees Pe OL RL mera omer ne) ee esl eee Pore te ie tak ree ee ee ee Rae m Cun ek oe a areca A lo largo de las aventuras y desventuras de que serdn participes, cada chico emer ng uM CRS Ua ULL PERU ERC Con CCUM HLy Penna cen cad instintivamente la solidaridad y el compaiierismo, hasta el punto ser guiados por Guido y arriesgarse en la esperanza de Cea Renae Pr Cm RC acer Re ay La IsLa QUE NAVEGA ALA DERIVA A. Editorial Don Bosco A Blas Sarmentero, que fue «un nifio de la guerra». A mis hermanos, Matilde, Carmen y Roberto, 1s transterrados». que fueron «ni Soy un nifto solitario que busca encontrar una lluvia intermitente, el humo de una chimenea y el sonido de un nombre que dejé muy atras. Pablo Neruda La luz de la azotea de mi casa de nifio es toda mi memoria. Si la pierdo algin dia, Dios mfo, qué oscuro serd ya todo el mundo. Rafael Alberti fNpIce Cariruto i La evacuacién Capituto II: En el camino Capiruto II: El agua Capituto IV: La noche Capiruto V: El campamento CaviruLo VI: La primera maitana CaprituLo VIL: El mar Cariruco VIE Otro cuento en la noche Capiruto IX: La enfermeria CapiruLo X: Abdala tiene un plan Capiruto XI: La huida. Capiruto XII: La granja Cariruto XIE: La seftora Volgan Capiruo XIV: A través de las montafias CariruLo XV: El paso secreto CapfruLo XVI: Por fin en casa 103 109 17 CapituLo I La evacuacion udndo empez6 la guerra?... Guido no estaba muy seguro. Cuando uno tiene once afios esta muy ocupado en hacer descubrimientos cada dia y no se tiene tiempo para mirar hacia atrés o hacer historia. Es posible, incluso, que la guerra hubiera estado siempre allf, agazapada, y que sus abuelos, cuando fueron nifios, también hubiesen visto las mismas cosas que él. Guido vivia en una aldea fronteriza por donde pasaban soldados cada poco tiempo, con uniformes diferentes, pero la misma expresidn de cansancio en sus rostros, la misma opacidad en sus ojos frios. —jHay que esconderse, que vienen los soldados! —{De qué bando? —jQué importa! ;Son los otros! —iY quiénes son los otros? —jLos que estaban antes! —jHay que esconder el grano, las gallinas, la cabra y el burro! —{¥ por qué el burro? —Se los llevan. El afio pasado tuvimos un caballo y duré muy poco en la cuadra. —{ para qué necesitan un burro o un caballo, si los soldados no aran el campo? —Nihace falta que lo hagan. L: los terrones mejor que el arado. —Como ya no hay ganado, se comen los caballos. Un burro, para un soldado hambriento, tiene cuatro patas y cara de caballo. bombas levantan Eso le dolié a Guido. No dijo nada, pero pensé que un animal de labranza es como alguien de la familia, una persona conocida, como el tendero Aurelio, como Romén, el zapatero, gente servicial, indispensable. No se puede uno comer a un tio abuelo, por ejemplo. Guido pensé que quizds eso era la guerra: comerse unos a otros sin sentido, esconder las tres gallinas en un arc6n con la esperanza de que no cacarearan cuando pasara el enemigo. {El enemigo? {Quién era el enemigo?... El solo tenia amigos y, a lo mas, dos enemigos a los que no se comeria por ningtin motivo: la raposa, que, a veces, se robaba 8 los jamones ahumados y la culebra verde que, con su lengua bffida, se comfa los huevos, dejéndolos huecos y aparentemente intactos. —1Ya vienen! jAI refugio, debajo de la cocina! —{ Qué esperas? ;Qué miras? ;Qué estas pensando, parado ahi como un bobo? Era muy dificil saber si los que se acercaban como hormigas desde las colinas eran los que incendian los graneros, los que roban y se llevan al Alcalde maniatado y con los ojos vendados. Aunque, pensén- dolo bien, todos hacen lo mismo, los de uniformes grises 0 marrones; por lo tanto, si todos son iguales, es imposible saber de qué bando son unos y otros. No hay forma de saber qué bandera defiende a mis gallinas, qué aviones protegen a mis gatos 0 qué artilleria destroza mis nidos de patos. Siempre habia sido asf y, por eso, Guido no estaba seguro de si se encontraban en guerra o si la vida era tan enigmatica, tan Ilena de preguntas sin respuesta. Cada dia estallaba nuevamente en fuegos de artificio, como si los del dfa anterior no hubiesen bastado. Nada cambiaba, solo el sonido del idioma que hablaban unos y otros. Esos gritos en lenguas extran- jeras eran tan inexplicables como comerse aun pobre borrico de ojos htimedos que solo habia cometido el error de nacer para tirar del carro o del arado. Y, encima, parecerse a un caballo en el est6mago de los soldados muertos de hambre. Lo que sf cambiaban eran las estaciones. Fieles a la cita del invierno, legaban la nieve y la escarcha. En la primavera, estallaban las flores como obuses de colores en la pradera. Guido gozaba de las estaciones y cada una de ellas le trafa mensajes misteriosos de vida: abejas susurrantes, topos infatigables, vencejos acrébatas, cigarras musicales, aves migratorias, cigtiefias cen- tinelas de los campanarios, escarabajos protegidos porcaparazones fosforescentes, caracoles escribiendo en los troncos con su baba plateada, en fin, todos los asombrosos habitantes del campo. Con cada uno de ellos, Guido se comunicaba en un lenguaje secreto, intraducible. Hubiera guerra 0 no, cada majfiana iniciaba un didlogo con todos los traviesos visitantes del bosque. Sabia que en cada estacién, el tejado de su casa recibirfa huéspedes diferentes, menos incomprensibles que los grupos de soldados vociferantes y menos destructivos, Pero un dia, Guido supo con certeza que la guerra habia llegado, Esta vez no cabfa la menor duda. No se trataba de la rutina de las invasiones intermitentes, como las estaciones. Esa majfiana (jhabia amanecido ya 0 solo fue el resplandor de los misiles?) ardié su casa y se Ilevaron a sus abuelos en una ambulancia. Su padre tomé6 un fusil muy oxidado y dijo que se marchaba a las montaiias para unirse a otros guerrilleros que resistfan la violencia de los invasores. Su madre cuidaba a sus hermanos como la gallina del arcén a sus polluelos, pero cay6 enferma y la Cruz Roja la traslad6 a un barracén para cuidarla. 10 Guido pensé: «Asi que esto es la guerra. Es mi madre pélida y Horosa; mi padre alejéndose en la niebla; mi casa ardiendo y mis hermanos mudos, con los ojos grandes y secos, pero llorando por dentro». Guido se equivocaba. La guerra no era solo eso. La guerra solo estaba empezando para él. Lo supo luego, cuando un camién se detuvo en el camino y lo subieron a él. Grité llamando a sus hermanos, pero fue inttil. Ellos también eran subidos a otros camiones que partian en diferentes direcciones. Los estaban evacuando de la zona mas conflictiva, de la linea de fuego. Nifios resignados 0 espantados escondian su miedo detras de un gesto hosco. Ninguno de ellos hablaba. Venian de otros pueblos. Algunos se ori- naban y otros rezaban en un dialecto que Guido no habia escuchado nunca. Hecho un ovillo junto a la lona del cami6n, Guido miraba hacia afuera, el paisaje que corria en sentido contrario, la cinta de cemento que lo alejaba de su hogar, de sus padres, de sus palomas, de sus escon- dites secretos. Y, sin embargo, la primavera estaba allf afuera, lo Ilamaba como todos los afios. Una ardilla, al borde del camino, le hizo una sefial con la cola. Un pajaro se posé en el borde del camién durante unos segundos y Guido supo que era uno de sus amigos. La vida seguia allf afuera y sus amigos no lo habjan abandonado. (Adé6nde llevaban a los nifios evacuados del frente de batalla? Guido lo sabria muy pronto. il CapituLo II En el camino "n bandazo del camién en una zanja del | camino, lleno de baches producidos por el | impacto de la metralla, desperté a Guido. XS Durante unos segundos, no record6 dénde estaba, qué hacia en un camién baqueteado en el que se apiiiaban nifios adormilados o Ilorosos. {Por qué no estaban cerca de él el calor del cuerpo de su madre ni la presencia tranquilizadora de su padre? Buscé a sus hermanos entre las caritas asus- tadas, pero no reconocié a nadie, excepto a Marcos, el hijo del herrero del pueblo. Guido pens6: «Marcos no necesita buscar a su familia, porque ya no tiene familia». 13 Durante los primeros bombardeos, su casa- herreria fue alcanzada por un obtis y murieron todos. Marcos salié bien librado porque estaba en ese momento en la escuela. Todo esto habia pasado. hacfa mucho tiempo. Aparentemente, Marcos se habfa acostumbrado a su condicién de huérfano solitario. Primero lo Ilevaron a la casa del cura, que ya habia recogido a otros nifios. Cuando expulsaron al cura y cerraron la iglesia, los nifios fueron repartidos. A Marcos le tocé la casa del guardia, pero este se fue a las trincheras y la mujer no pudo seguir mantenién- dolo. Ahora vivia en un molino en ruinas. El parecia estar mejor preparado que ninguno de los nifios del pueblo para afrontar esta situacién de inseguridad Sin embargo, nadie sabia lo que pensaba. Detrés de su carita cinica, guardaba sus miedos secretos. Desde el fondo del camién donde se acurrucaba, Marcos le guiiié un ojo en forma cémplice. Era dos aiios mayor que Guido y ese guifio lo tranquilizé mas que si le hubieran dado un abrazo apretado. Con ese guifio recobré su conciencia y la decisién de sobrevivir. En la expresién maliciosa de Marcos, reconocié todo el humor de su pueblo y la espe- ranza de encontrar un aliado en la desolacién de esa majfiana. El camién corria hacia la tierra de nadie y Guido necesitaba cémplices para salir con bien de esta aventura. Tal vez fue el guifio amistoso y burlén de Marcos lo que le hizo recordar también las palabras de su madre: «Si al pasar por un lugar muy oscuro tienes 14 miedo, canta, cualquier cosa, pero canta. La forma de dominar el miedo es burlandose de él». Guido empezé a cantar muy bajito, casi para si. Era una viejisima copla popular que, probablemente, la cantaron sus padres y sus abuelos. A tu puerta me planté porque me vino la gana. Ah‘ te dejo esta cancibn para cantarla manana. Tu madre dice que no y yo digo que se vaya, qué es lo que dices tt, no te oigo ni palabra. Vamonos de romeria a la Fiesta de las Animas, si los vivos tienen sed, los fantasmas se emborrachan. Marcos se unié a su canto, susurrando en voz baja. Vamonos de romerta a la Fiesta de las Animas... Algunos nifios no sabian ese idioma y los miraban sorprendidos. Otros captaban el sentido, aunque no comprendfan la letra, y se reian igual. La mayoria empezé a seguir el compas del estribillo dando palmas con las manos. Muy pronto, el camién fue una bulliciosa fiesta de voces infantiles y palmas. La algarabia termin6 cuando el camién se detuvo. 15 Todos los nifios se asomaron por los agujeros que tenia la lona que cubria el vehiculo. Guido no podia comprender bien lo que vefa. La carretera estaba invadida por una columna de fugitivos de los frentes de la guerra, gentes de todas las edades, razas y con- dicién social, que caminaban penosamente Ilevando sus escasas pertenencias sobre los hombros. Algunos arrastraban pequefios carros donde transportaban colchones y, encima de ellos, ancianas con niiios de pecho en los brazos. Guido comprendié que se habfa quedado dor- mido y durante la majiana la carretera se habia ido Ilenando de desplazados que huian ciegamente hacia delante, lejos del fuego y el exterminio. Aun un destino incierto era preferible a la represién, la angustia y el hambre. Ahora, cuando el sol estaba alto, la carretera se habia hecho intransitable. Estaba colapsada por una multitud doliente, abigarrada, que querfa salir cuanto antes del infierno hacia un imposible camino de esperanza El camién de los nifios se adelantaba un poco y volvfa a detenerse. Se avanzaba poquisimo. Se escu- chaban palabrotas y juramentos cuando el conductor aporreaba la bocina para abrirse paso. Junto a Guido, un nifio albino con los ojos bor- deados de pestaiias blancas, empez6 a llorar. —;Qué tienes? (Te duele algo? ,Qué te pasa? —Tengo sed. Quiero agua. 16 Otro pequefio, de rasgos musulmanes, contagiado por el Ilanto, empez6 también a hacer pucheros y a. Hamar a su madre. En ese momento, se escuché el ruido inconfun- dible de unos aviones acercdndose. El camién se detuvo. Los dos soldados del convoy abrieron la lona. Las 6rdenes fueron duras, urgente: —jA tierra! ;Todos a la zanja de la cuneta! jVamos, moverse! {Ctibranse la cabeza con las manos, boca abajo! ;Son bombarderos! Los niiios estaban petrificados, algunos no com- prendian el idioma, pero los mayorcitos empujaron a la mayorfa hacia la cuneta. La carretera se transform6 en un infierno. Estallaban las primeras bombas en medio de la muchedumbre que se dispersaba como hormigas atemorizadas. El griterio era terrible, pero aun mas terrible era el ruido de las explosiones. La gente abandonaba sus enseres, se abrazaba, impotente, tratando de proteger a sus familiares Guido, Marcos y el nifio albino quedaron juntos en la zanja y enterraron la cabeza entre la hierba. Guido pensé que era como jugar al escondite, pero menos divertido. Descubrié junto a él a una nifia muy morena de ojos rasgados. Cuando una de las bombas estallé muy cerca, la nifia no pudo contener su miedo y trat6 de huir a campo traviesa. Guido corrié tras ella, la cogié del talle y la arrastré a la zanja junto a sus compaiieros. Los aviones pasaron rasantes con su estruendo. Con la cara pegada al suelo, Guido vefa como un 17 bichito diminuto salfa de un agujerito y se posaba en su nariz. Era simpatico, tenia el caparazén rojo con puntitos negros. La curiosidad que le producfa el bichito distrajo a Guido de su miedo. Lo tomé en la punta de su dedo y se lo mostré a la nifia que loraba. —Es una amiga mia, igual que ti. ~Cémo te llamas? —Yen Sue —dijo la nifia y dejé de llorar. —Te la regalo —dijo Guido. Y le pasé la chi- nita. La nifia se rid y le devolvié el pequefio insecto, que corrié por sus dedos. Los aviones se alejaban. Atin se escuchaban los gritos de la gente. Los heridos eran trasladados a los carros 0 se quedaban tirados sobre los colchones, a la orilla del camino. Los soldados Hamaron a los nifios y los hicieron subir de nuevo a los camiones. La caravana de refugiados se fue recomponiendo poco a poco, pese al dolor y al miedo, Habia que continuar. Habfa que huir de la persecucién y el fuego. Guido no quiso seguir mirando la carretera. Prefirié concentrarse en la chinita que recorria la palma de su mano con la tranquila familiaridad de una vieja conocida. 18 CapituLo III El agua os soldados desviaron el convoy hacia un camino comarcal de tierra y gravilla. La carretera principal se habfa convertido en una trampa mortal debido a los bombardeos. Ademas, la gente que hufa la hacfa intransitable. Darian un rodeo, pero, al menos, el camino estaba despejado. A mediodia, los camiones se salieron de la senda arenosa y se detuvieron bajo unos arboles. Los nifios bajaron y se dispersaron por las inmediaciones para orinar y buscar agua. No la encontraron. Los montes que estaban cruzando eran resecos y los arboles, muy escasos. 19 Los soldados repartieron pan y salchichén entre los nifios. —No tenemos mas agua que la de este bid6én —les dijeron. Con el tapén del bid6n repartieron el agua como si fuera una medicina. Cuando les Ilegé el turno a Guido, Marcos, Yen Sue y el Albino, el bidén estaba seco. Yen Sue, la nifia oriental, empezé a Ilorar. —Ven, vamos a buscar agua. —{ c6mo?... Esto es Marcos. i un desierto —replicé —Pero no lo es del todo. Donde hay pajaros, lagartijas y conejos, es que hay agua. He visto una liebre cuando veniamos. —¢Y cémo vas aencontrar agua? —volvid a poner en duda Marcos. Guido se subié a un arbol y escogié una rama en forma de V. Cuando bajé, le quité las hojas y la corteza hasta dejarla pelada y flexible, —{ Qué haces? —Lo que hacia mi tfo, que es un zahorf. —{Y qué es eso? —pregunté el Albino, con sus enormes ojos glaucos. —Son los que pueden descubrir el agua —res. pondié Guido—. Si sabes hacerlo y tienes la ramita correcta, la horquilla se inclinaré hacia la tierra indicando que hay agua subterranea. 20 —TU no eres un zahori —observé el escéptico Marcos. —Soy el sobrino de un zahori, que es lo mismo. Guido empezé6 arastrear la zona de los 4rbolescon su horquilla. Los demas nifios iban detrds, curiosos, expectantes. De pronto, la varilla se incliné hacia la tierra. —jAqui es! —No se ve nada. Te estds burlando de nosotros. No se ve porque hay que cavar un poco. Debe de ser un manantial subterraneo —insistié Guido—. jAytidenme! Los nifos arrancaron las piedras y sacaron un poco de tierra con las manos. Estaban a punto de desistir, cuando Guido lanzé un grito. —La tierra parece htimeda. —jEs verdad! Los demas nifios se acercaron también al grupo. s soldados, malhumorados, fueron a ver qué asaba. —jHay agua! —les grité Guido. —No digas tonterfas. La sed te hace ver visio- nes. —jPor favor, traigan una pala y profundicen este agujero! —suplicé Guido. Los soldados, incrédulos, fueron a buscar una pala. Agrandaron el foso y empezaron a sacar tierra cada vez mas htimeda. Muy pronto, la pala estaba a1 chapoteando en el agua. Los niiios gritaban, se refan y se empujaban. Uno de ellos se lanzé al foso y empez6 a mojarse el cuerpo y a echarse agua en la cara. Los soldados dejaban hacer, solo se preocu- paban de profundizar y agrandar el foso. Los nifios se inclinaban sobre el manantial y bebian a morro. Los soldados, exhaustos, se inclinaron también sobre el foso y bebfan el agua transparente, purisima. Se les habia pasado el malhumor. — ,Cémo has encontrado esta vena de agua sub- terrdnea? —Son cosas de mi tio. El me enseiié. Aprovechando la existencia del manantial, los soldados decidieron acamparallfy partiralamafiana siguiente. Al atardecer, los nifios se reunieron bajo los Arboles, como hacen los polluelos cuando el sol se pone. A Guido le encantaba ver como las gallinas recogfan a todos los pollitos debajo de sus alas. Poco tiempo atrds, é] habia dormido al calor del rescoldo del hogar, escuchando muy cerca el respirar pausado de sus padres y hermanos. Ahora se sentia huérfano de afectos, en esa colina de vegetacién rala, donde silbaba un viento seco, que presagiaba el frio de la noche. La oscuridad se fue apoderando del paisaje deso- lado y Guido necesité llamar a su madre, casi lo hizo, pero se mordié los labios. Lo estaban mirando sus nuevos amigos, la nifia oriental, el nifio albino, Marcos y un pequefio del que se decfa que era mudo. 22 Un largo dia habia terminado. Un dia que habia durado aiios para Guido. Ayer era un nifio chico, pero en este momento se sentfa un nifio mayor, con responsabilidades. Por ejemplo, no podia llamar a su madre a gritos. Tenia que hacer frente a lo que viniera. Por. el momento, Guido y todos los nifios del convoy de evacuados tenfan que enfrentarse a los misterios inquietantes de la noche. 23 CapituLo IV La noche uido se acomodé en el saliente rocoso de una quebrada. Muy cerca de él, brillaban los ojos de Marcos, siempre atentos, siempre burlones; lacarade luna oscura de Yen Sue y el nifio albino que se cubria el rostro con las manos, no se sabia por qué. El nifio musulmén, de pelo renegrido y ensortijado, rezaba muy quieto, silenciosamente, haciendo misteriosos signos enel aire. Se les habia unido también un chico sordomudo pelado al cero. Guido pe nuevos y atin no termina el dia. Qui. irva para eso, (No! jLa guerra no sirve para nada!» —rectificé—. 25 «A lo mejor, si consigo dormir a cielo raso, mafiana por la mafiana la guerra haya terminado», Al comienzo, el silencio parecia absoluto, pero luego, Guido empezé a percibir la presencia invisible de los habitantes de la noche: el intermitente lamado del grillo, los aleteos fugaces, el roce imperceptible de los roedores. A lo lejos, en el horizonte, estallaban a veces los fuegos fatuos de los obuses. En alguna parte seguian disparando proyectiles dia y noche. Los cafiones no descansaban. Los nifios se sobre: taban y segufan la direccién de las bolas de fuego, como presintiendo que Ievaban la destruccién de sus propios hogares en sus carcasas Guido escuchaba el sollozo sofocado del nifio albino que se cubria la cara con las manos. Con mucho cuidado, le separé las manos del rostro. Su cara parecia una luna llena muy hiimeda, —No te tapes la cara. Mira al cielo. Es muy bonito. @Sabfas que est Ileno de amigos? Las estrellas son nifios que nos miran. Cuando se van de la Tierra, pueblan el cielo. ,Que cémo lo sé?... Me lo dijo el maestro de mi escuela y tiene raz6n. Desde mi ven- tana, yo veo las estrellas y les doy nombres, ;Ves ese lucero?.., Es Joaquin, un saltimbanqui que escupia fuego por la boca. Esas dos estrellas que hay sobre los Arboles son las Gemelas que bailan en la feria,con trajes de tul y lentejuelas. Se Ilaman Rosa y Rosina. {No ves cémo giran en la punta de los pies? 26 En ese momento se escuché una explosién y dos misiles cruzaron el cielo. El nifio albino se tapé de nuevo la cara con las manos. —jNo tengas miedo! Son estrellas fugaces. A veces caen en la Tierra como meteoritos. Por cada meteorito que cae, nacen tres nifios. Tienes que buscar una estrella que sea tu amiga. Elige una. Dale un nombre. No te abandonara jamas. {Qué te parece esa estrella azulada que hay cerca de la luna nueva? i.Cémo la vas a Lamar? —Aurora. —4Por qué? —Asf se lama mi madre. —Muy bien. Esta noche, Aurora va a velar tu suefio. El nifio albino se puso a mirar a su estrella-madre y pronto se quedé dormido. Guido permanecié un rato observando el cielo. Bl sabia que los misiles no eran estrellas fugaces, pero también sabia que alguien alla arriba se preocuparia de que no cayeran sobre ellos. El que encend{fa cada noche los luceros, desviarfa el curso de esos astros malignos y los hundirfa en el mar. Antes del amanecer, cuando la oscuridad se habia vuelto livida, Guido se desperté con un pre- sentimiento. Yen Sue, la nifia de los ojos rasgados, no estaba durmiendo apoyada contra él. La buscé entre los diferentes grupos de nifios dormidos, pero no la encontré. Bajo, entonces, al fondo de la quebrada y la llamé en voz baja, para no despertar a los otros. Decep- cionado, iba a regresar por la escarpada pendiente, cuando escuché una vocecita llorosa: —jNitucha!... ;Kisaka!...|Minosoya!... —repetfa la nifia con su acento lastimero. Siguiendo la direccién de esos llamados, Guido encontré a Yen Sue subida en una roca y lanzando su inttil invocacién hacia el despefiadero en el que terminaba la quebrada. —{Qué haces aqui? ;A quién llamas? ;Son tus hermanas? —No, son mis cabras. Todas las mafianas me levanto para llevar las cabras del corral a los cerros. Alli paso el dfa con el rebafio. —Ellas se quedaron atras, en tu pueblo. Es inttil llamarlas, aunque pronto volverds a verlas. Ahora reundmonos con los otros nifios. Podrfas haberte perdido. —Cuando amanecié, me parecié que me estaban esperando. Cref que era un dfa cualquiera, como todos. —No, no es un dia como todos. Ven conmigo. Guido y Yen Sue volvieron a subir Ja cuesta y se acercaron al grupo. Los soldados ya preparaban el cami6n. Luego repartieron un poco de pan y Ilenaron los bidones con agua. —jVamos, suban al camién, nos marchamos de aqui! Atin tenemos mucho camino por delante. 28 Aun el sol no terminaba de subir sobre la niebla que cubria el monte, cuando los camiones volvieron al camino. —jA dénde vamos? —pregunt6 Marcos al con- ductor. Al campamento de refugiados. Llegaremos al mediodia, si tenemos suerte. Marcos no dijo nada, pero cruzé los dedos. Fl nunca habia tenido suerte, quizas ahora fuera la excepcidn. 2 CapituLo V El campamento I campamento no era un campamento. Guido comprendia, poco a poco, que las cosas no son exactamente lo que se dice de ellas. La paz no era paz, sino rencor; la guerra no era guerra, sino persecucién a indefensos. El dia podfa ser noche, debido al humo de los gases, y la noche podfa ser dia, debido al fulgor enceguecedor de los misiles. En vez de conformarse con darles nombres a las cosas, habia que esforzarse por cambiarlas, pero {c6mo se hacia eso? El no lo sabia, mas aun, todos estos pensamientos en su cabeza formaban una nebulosa con destellos, pero informe, contradictoria y dolorosa. 31 Elcampamento era un recinto arenoso alambrado. Unas dunas préximas al mar, acotadas para evitar fugas. ,Fugas adénde?... Lo tinico que deseaban estos fugitivos era asentarse, echar rafces, no moverse mas. por caminos que llevaban a ninguna parte. Guido, como todos, se desilusioné cuando vio el arenal vacio. Fue como un escalofrio que le congelé la mirada. Pero Guido se sobreponia muy pronto a la tristeza. Era su forma de ser, algo instintivo, ni siquiera racional, una especie de rebeldia. A él no era facil hundirlo. Era una especie de corcho que volvia a la superficie porfiadamente. Guido se subid a un promontorio de la duna y miré alo lejos el mar. | Qué maravilla! Criado tierra adentro en un valle montafioso mal comunicado, Guido no habia visto nunca el mar. Por ahora, para él era solo una cinta plateada y espumosa, rever- berando al sol. Una presencia intuida mas que real, pero lo cierto es que estaba alli. Le Ilegaban el olor, el sonido inconfundible, los graznidos lejanos de las gaviotas, la sal que ardfa en la piel, acostumbrada a otro aire. Y eso lo hacia feliz. Por un momento le parecié volar, planear sobre esa cinta espejeante, disolverse en esa anchura dorada de arena. «No es un mal sitio, después de todo» —pensé. Si bien no habja nada, ni siquiera retretes, ni barra- cones, ni sombra, ni literas, al menos estaba el mar. Y era suficiente. Habia que armar unas carpas del ejército para albergar a los cientos de nifios refugiados en ese 32 lugar, es decir, habfa que inventarse un campamento. Pero no habia voluntarios ni soldados suficientes, y los que habja, estaban nerviosos, agotados, hartos de la guerra, de vigilar nifios Horones, cuando ellos habjan sofiado volver a sus pueblos como héroes, defensores de una Patria amenazada. Fue necesario organizar a los nifios evacuados de tal manera que ellos mismos armaran las carpas y. asi y todo, era dificil evitar que esta tarea se con- virtiera en un gran caos. Mas urgente que un lugar para dormir, era esta- blecer turnos para comer y habilitar una letrina comin, evitando asi las infecciones. Los organis- mos internacionales de ayuda humanitaria nunca se plantearon si les gustarfa a los nifios comer todos los dias raciones de queso, pan integral y frutos secos. Llegaban vitaminas, pero no Ilegaban carne ni fruta ni legumbres. Guido y su pequefio grupo de amigos improvi- saron como pudieron una carpa en lo alto de una duna. Este es un mal sitio —afirmd el pragmatico Marcos, con un deje burlén—. El viento nos dara de leno. Sera un milagro si no salimos volando. No ves que los soldados han ordenado las carpas en la parte baja, resguardadas por las dunas, formando calles simétricas? —Desde aqui se ve el mar —respondié Guido—. En la explanada tendremos mucho calor. Que todos den 33 su opinién. Vamos a votar. ,Armamos la carpa aqui en Ja duna o en el cuadrado que nos han asignado? Algunos dijeron que les daba lo mismo; otros apoyaron a Guido. Al peladito sordomudo hubo que explicarle todo por sefias y él dio su voto con grandes gestos elocuentes. El pequefio musulmén no dijo nada, pero dejé su hatillo de ropa en la duna, como tomando posesién de ella. Marcos se rid. —Esté claro, aqui nos quedaremos. Y si el viento nos lleva, no me importa. Saldremos por el aire a alguna otra parte mejor que esta. De todas formas, yo sigo pensando que seria mejor quedar més cerca de la cocina y los retretes. ;Hay algo mas importante que comer y hacer del vientre? Guido se rié de la ocurrencia. E1 resto del dia lo ocuparon en asegurar con pic- ribuir los espacios, ervirfan de camas, de dras los enclaves de la lona, di repartir las esterillas que le recinto individual donde encogerse, lorar a solas y rezar dando gracias por estar vivos todavia. Cuando el sol se puso, un viento racheado levan- taba la arena, acuchillando los tobillos desnudos, y se metia dentro de la carpa sin misericordia. Marcos segufa sonriendo, con esa mueca triste e irdnica del que esta de vuelta de todo y se resigna. No dijo nada, pero todos sabian que él lo habia advertido. Después de tomar la sopa de la tarde, solo habia que esperar el descanso de la noche, ya que no los 34 dejaban salir del recinto, acotado con alambrados Ilenos de carteles en tres idiomas. Este tiltimo detalle era evidentemente innecesario, porque muchos de los niiios atin no sabian leer y los otros pertenecian a tantas etnias y culturas, que se habrfan necesitado carteles en treinta lenguas y otros tantos dialectos. Luego del ajetreo del viaje, la identificacién, el reconocimiento del lugar, la instalacién de las carpas y el reparto de las raciones, sobrevino el cansancio, el silencio. Con el creptisculo amainé el viento y cada uno ocupé su pequefio espacio individual sobre la esterilla, Estaban solos, acompaiiados tinicamente por sus pensamientos y la nostalgia que borraba el entorno. En la tienda de campaiia que ocupaba Guido habia seis nifios, aparte de éI. Guido recordé que en su casa eran siete de familia, pero esta noche no veria a su padre apagar la lampara de aceite, ni veria los Ultimos rescoldos en el hogar, brillando como estre- Ilas en la oscuridad. Su madre les contaba cuentos maravillosos antes de dormir. La voz susurrante de ella era cdlida, persuasiva y daba cuerpo y realidad a los suefios mas fantasticos. ‘Tal vez para acompafiar su soledad, tal vez para convencerse de que todo segufa igual en su vida, que de un momento a otro su madre empezarfa a hablar, Guido empez6 a contar un cuento. No estaba seguro de si el resto de los nifios dormfa 0 lo escuchaba, porque no oy6 ni una pregunta ni un comentario. Una 35 atenci6n absorta sobrevolaba la tienda de campafia, dando al relato una complicidad secreta. Esto fue lo que Guido les conté la primera noche en el campamento improvisado: «Hace muchisimos aiios, habia un Sefior Pode- roso que lo tenta Todo y, sin embargo, no dormia por las noches pensando que le faltaba Algo. Ademas, le tenta terror a la oscuridad. Le habria gustado Prohibir la Noche, pero no sabia a quién prohibir- sela. Todo esto lo ponia muy furioso y descargaba su malhumor con su pueblo. Si el Seftor Poderoso le tenia miedo a la oscu- ridad, sus stibditos le tentan mds miedo a él que a la oscuridad. Un dia, uno de sus servidores le levé una luciérnaga para distraer su terror a las sombras. Las luciérnagas son unos insectos que levan luz bajo sus alas. Al Sefior Poderoso le encanté la luciérnaga. Ahora estaba seguro de que no le faltaba Algo, sino que le faltaba Mucho. —jQuiero tener muchas luciérnagas, miles de luciérnagas! Voy a ahuyentar la noche con la luz de estos bichitos —exclamé. Sus servidores le trajeron miles de luciérnagas y el Senor Poderoso las encerr6 en pequefias jaulas. El palacio brillaba como si fuera el mediodia. Pero, poco a poco, las luciérnagas se fueron apagando, hasta que la oscuridad volvié a redear al Seftor Poderoso. 36 —Qué ha pasado? jYo quiero mis luciérnagas! —gritaba el Sefior como un energtimeno. —Serd imitil —le respondieron sus fieles servi- dores. Las luciérnagas que estan en cautiverio, se apagan. Solo brillan cuando estan en libertad. Entonces, el Seftor Poderoso comprendié que él tenia miedo a la oscuridad porque le temia ala libertad. Ordené que abrieran todas las jaulas de las luciérnagas. Cuando los insectos estuvieron libres en el campo, volvieron a brillar». Esta fue la historia que Guido conté esa noche en el campamento. Los nifios se durmieron viendo titilar luciérnagas de libertad dentro de la tienda de campaiia. CapiruLo VI La primera mafiana uido se encontraba atrapado entre los rafles de la via de un tren. No podia sacar los pies porque estaban hundidos en la gravilla que habia entre los durmientes. Escuché el s lbato de un tren que se acercaba. Primero aparecié el humo y, luego, la locomotora, un espantoso drag6n que echaba vapor por su nariz y sus fauces abiertas. El silbato se escuché de nuevo, esta vez mucho mas 1. Ya era demasiado tarde para tratar de escapar. Inmovilizado por el espanto, vio como el trepidante convoy se precipitaba sobre él, despedazandolo. 39 En ese momento, alguien lo agarré de un pie y tir6 de él, salvandole la vida. Adin sumergido en la niebla del espanto, vio a Marcos, retorciéndole el dedo gordo para sacarlo del sueiio. —{No escuchaste el silbato? —Si, pero no podfa moverme. Estaba enganchado en la via del tren. —{De qué tren estas hablando? —Del que me iba a matar. —Lo tinico que nos va a matar es el hambre, si no corremos al reparto del desayuno. EI silbato se escuché de nuevo. —Es el tiltimo aviso —aclaré Marcos. —Tuve una pesadilla terrible. Sofiaba que un tren me atropellaba. —Tendremos que tomar un tren expreso para alcanzar al reparto de la leche. Los demas ya salie- ron hace rato. Guido miré a su alrededor y vio la tienda de cam- paiia vacia. La posibilidad de quedarse sin desayunar activ6 a Guido mas que el peligro de la locomotora asesina. Salié corriendo. Descalzo y sin camisa. Unos soldados repartian las tiltimas raciones de leche y pan en un cobertizo improvisado, con lonas que tenfan pintadas una enorme cruz roja. Enundescuido del encargado del reparto, Marcos sacé tres raciones mas de pan y las escondid debajo 40 de su camisa. Luego, corrieron hacia lo alto de las dunas. —jPor qué hiciste eso? —le pregunté Guido. —jHice qué? —Robar pan. —jRobar? ,Cémo puedes decir eso?... Saquea- ron mi casa, mataron a mi padre, dispersaron a mi familia y a ti te parece mal que saque mas pan del que me dan. No lo hago solo porque tengo hambre, sino porque tengo rabia. —Si cada uno sacara el pan que quisiera, no alcanzaria para todos. —¢Y a mi qué me importa que no alcance para todos? ;Soy yo el que tiene que sobrevivir! —No te estoy acusando de nada, solo te pregun taba. Ademas, los que arrasaron el pueblo no fueron estos soldados. —¢Y cémo lo sabes? Cuando hay una guerra todos los bandos se comportan igual. Destruyen sin mirar qué es lo que tienen delante de los ojos. —iY por qué hacen eso? —pregunté Guido. —Porque tienen miedo. Cuando yo tengo miedo me convierto en un salvaje. Lo mismo les pasa a ellos. Vamos a esconder este pan. No repartiran nada hasta la tarde. La majiana estaba radiante. A lo lejos, mas allé de las alambradas, el mar era un espejo resplande- ciente. 41

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