odisea
LA IsLA QUE NAVEGA
A LA DERIVA
Jorce Diaz <9)SUM a oT ae OO ocd
Anetra
CMEC CL aot Rue
permanente de guerra, aunque nadie sepa
Cn CR Re ER ec Cee
Guido, junto con Marcos y Yen Sue,
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de un camién que los transporta a un
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guerra: “Es posible, incluso, que la guerra
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areca
A lo largo de las aventuras y desventuras
de que serdn participes, cada chico
emer ng uM CRS Ua ULL
PERU ERC Con CCUM HLy
Penna cen cad
instintivamente la solidaridad y el
compaiierismo, hasta el punto ser guiados
por Guido y arriesgarse en la esperanza de
Cea Renae
Pr Cm RC acer Re ayLa IsLa QUE NAVEGA
ALA DERIVA
A. Editorial Don BoscoA Blas Sarmentero,
que fue «un nifio de la guerra».
A mis hermanos, Matilde, Carmen y Roberto,
1s transterrados».
que fueron «ni
Soy un nifto solitario
que busca encontrar
una lluvia intermitente,
el humo de una chimenea
y el sonido de un nombre
que dejé muy atras.
Pablo Neruda
La luz de la azotea
de mi casa de nifio
es toda mi memoria.
Si la pierdo algin dia,
Dios mfo, qué oscuro
serd ya todo el mundo.
Rafael AlbertifNpIce
Cariruto i La evacuacién
Capituto II: En el camino
Capiruto II: El agua
Capituto IV: La noche
Capiruto V: El campamento
CaviruLo VI: La primera maitana
CaprituLo VIL: El mar
Cariruco VIE Otro cuento en la noche
Capiruto IX: La enfermeria
CapiruLo X: Abdala tiene un plan
Capiruto XI: La huida.
Capiruto XII: La granja
Cariruto XIE: La seftora Volgan
Capiruo XIV: A través de las montafias
CariruLo XV: El paso secreto
CapfruLo XVI: Por fin en casa
103
109
17CapituLo I
La evacuacion
udndo empez6 la guerra?...
Guido no estaba muy seguro. Cuando
uno tiene once afios esta muy ocupado
en hacer descubrimientos cada dia y
no se tiene tiempo para mirar hacia atrés o hacer
historia.
Es posible, incluso, que la guerra hubiera estado
siempre allf, agazapada, y que sus abuelos, cuando
fueron nifios, también hubiesen visto las mismas
cosas que él.
Guido vivia en una aldea fronteriza por donde
pasaban soldados cada poco tiempo, con uniformes
diferentes, pero la misma expresidn de cansancio en
sus rostros, la misma opacidad en sus ojos frios.—jHay que esconderse, que vienen los soldados!
—{De qué bando?
—jQué importa! ;Son los otros!
—iY quiénes son los otros?
—jLos que estaban antes!
—jHay que esconder el grano, las gallinas, la
cabra y el burro!
—{¥ por qué el burro?
—Se los llevan. El afio pasado tuvimos un caballo
y duré muy poco en la cuadra.
—{ para qué necesitan un burro o un caballo, si
los soldados no aran el campo?
—Nihace falta que lo hagan. L:
los terrones mejor que el arado.
—Como ya no hay ganado, se comen los caballos.
Un burro, para un soldado hambriento, tiene cuatro
patas y cara de caballo.
bombas levantan
Eso le dolié a Guido. No dijo nada, pero pensé que
un animal de labranza es como alguien de la familia,
una persona conocida, como el tendero Aurelio, como
Romén, el zapatero, gente servicial, indispensable.
No se puede uno comer a un tio abuelo, por
ejemplo. Guido pensé que quizds eso era la guerra:
comerse unos a otros sin sentido, esconder las tres
gallinas en un arc6n con la esperanza de que no
cacarearan cuando pasara el enemigo. {El enemigo?
{Quién era el enemigo?... El solo tenia amigos y, a
lo mas, dos enemigos a los que no se comeria por
ningtin motivo: la raposa, que, a veces, se robaba
8los jamones ahumados y la culebra verde que, con
su lengua bffida, se comfa los huevos, dejéndolos
huecos y aparentemente intactos.
—1Ya vienen! jAI refugio, debajo de la cocina!
—{ Qué esperas? ;Qué miras? ;Qué estas pensando,
parado ahi como un bobo?
Era muy dificil saber si los que se acercaban como
hormigas desde las colinas eran los que incendian
los graneros, los que roban y se llevan al Alcalde
maniatado y con los ojos vendados. Aunque, pensén-
dolo bien, todos hacen lo mismo, los de uniformes
grises 0 marrones; por lo tanto, si todos son iguales,
es imposible saber de qué bando son unos y otros.
No hay forma de saber qué bandera defiende a mis
gallinas, qué aviones protegen a mis gatos 0 qué
artilleria destroza mis nidos de patos.
Siempre habia sido asf y, por eso, Guido no estaba
seguro de si se encontraban en guerra o si la vida era
tan enigmatica, tan Ilena de preguntas sin respuesta.
Cada dia estallaba nuevamente en fuegos de artificio,
como si los del dfa anterior no hubiesen bastado.
Nada cambiaba, solo el sonido del idioma que
hablaban unos y otros. Esos gritos en lenguas extran-
jeras eran tan inexplicables como comerse aun pobre
borrico de ojos htimedos que solo habia cometido
el error de nacer para tirar del carro o del arado. Y,
encima, parecerse a un caballo en el est6mago de
los soldados muertos de hambre.
Lo que sf cambiaban eran las estaciones. Fieles
a la cita del invierno, legaban la nieve y la escarcha.En la primavera, estallaban las flores como obuses
de colores en la pradera.
Guido gozaba de las estaciones y cada una de
ellas le trafa mensajes misteriosos de vida: abejas
susurrantes, topos infatigables, vencejos acrébatas,
cigarras musicales, aves migratorias, cigtiefias cen-
tinelas de los campanarios, escarabajos protegidos
porcaparazones fosforescentes, caracoles escribiendo
en los troncos con su baba plateada, en fin, todos
los asombrosos habitantes del campo. Con cada
uno de ellos, Guido se comunicaba en un lenguaje
secreto, intraducible. Hubiera guerra 0 no, cada
majfiana iniciaba un didlogo con todos los traviesos
visitantes del bosque. Sabia que en cada estacién,
el tejado de su casa recibirfa huéspedes diferentes,
menos incomprensibles que los grupos de soldados
vociferantes y menos destructivos,
Pero un dia, Guido supo con certeza que la guerra
habia llegado, Esta vez no cabfa la menor duda. No
se trataba de la rutina de las invasiones intermitentes,
como las estaciones.
Esa majfiana (jhabia amanecido ya 0 solo fue
el resplandor de los misiles?) ardié su casa y se
Ilevaron a sus abuelos en una ambulancia. Su padre
tomé6 un fusil muy oxidado y dijo que se marchaba
a las montaiias para unirse a otros guerrilleros que
resistfan la violencia de los invasores. Su madre
cuidaba a sus hermanos como la gallina del arcén a
sus polluelos, pero cay6 enferma y la Cruz Roja la
traslad6 a un barracén para cuidarla.
10Guido pensé: «Asi que esto es la guerra. Es mi
madre pélida y Horosa; mi padre alejéndose en la
niebla; mi casa ardiendo y mis hermanos mudos, con
los ojos grandes y secos, pero llorando por dentro».
Guido se equivocaba. La guerra no era solo eso.
La guerra solo estaba empezando para él. Lo supo
luego, cuando un camién se detuvo en el camino
y lo subieron a él. Grité llamando a sus hermanos,
pero fue inttil. Ellos también eran subidos a otros
camiones que partian en diferentes direcciones. Los
estaban evacuando de la zona mas conflictiva, de la
linea de fuego.
Nifios resignados 0 espantados escondian su
miedo detras de un gesto hosco. Ninguno de ellos
hablaba. Venian de otros pueblos. Algunos se ori-
naban y otros rezaban en un dialecto que Guido no
habia escuchado nunca.
Hecho un ovillo junto a la lona del cami6n, Guido
miraba hacia afuera, el paisaje que corria en sentido
contrario, la cinta de cemento que lo alejaba de su
hogar, de sus padres, de sus palomas, de sus escon-
dites secretos. Y, sin embargo, la primavera estaba
allf afuera, lo Ilamaba como todos los afios. Una
ardilla, al borde del camino, le hizo una sefial con
la cola. Un pajaro se posé en el borde del camién
durante unos segundos y Guido supo que era uno de
sus amigos. La vida seguia allf afuera y sus amigos
no lo habjan abandonado.
(Adé6nde llevaban a los nifios evacuados del frente
de batalla? Guido lo sabria muy pronto.
ilCapituLo II
En el camino
"n bandazo del camién en una zanja del
| camino, lleno de baches producidos por el
| impacto de la metralla, desperté a Guido.
XS Durante unos segundos, no record6 dénde
estaba, qué hacia en un camién baqueteado en el que
se apiiiaban nifios adormilados o Ilorosos.
{Por qué no estaban cerca de él el calor del cuerpo
de su madre ni la presencia tranquilizadora de su
padre? Buscé a sus hermanos entre las caritas asus-
tadas, pero no reconocié a nadie, excepto a Marcos,
el hijo del herrero del pueblo. Guido pens6: «Marcos
no necesita buscar a su familia, porque ya no tiene
familia».
13Durante los primeros bombardeos, su casa-
herreria fue alcanzada por un obtis y murieron
todos. Marcos salié bien librado porque estaba en
ese momento en la escuela. Todo esto habia pasado.
hacfa mucho tiempo. Aparentemente, Marcos se habfa
acostumbrado a su condicién de huérfano solitario.
Primero lo Ilevaron a la casa del cura, que ya habia
recogido a otros nifios. Cuando expulsaron al cura
y cerraron la iglesia, los nifios fueron repartidos. A
Marcos le tocé la casa del guardia, pero este se fue a
las trincheras y la mujer no pudo seguir mantenién-
dolo. Ahora vivia en un molino en ruinas. El parecia
estar mejor preparado que ninguno de los nifios del
pueblo para afrontar esta situacién de inseguridad
Sin embargo, nadie sabia lo que pensaba. Detrés de
su carita cinica, guardaba sus miedos secretos.
Desde el fondo del camién donde se acurrucaba,
Marcos le guiiié un ojo en forma cémplice. Era dos
aiios mayor que Guido y ese guifio lo tranquilizé
mas que si le hubieran dado un abrazo apretado.
Con ese guifio recobré su conciencia y la decisién
de sobrevivir. En la expresién maliciosa de Marcos,
reconocié todo el humor de su pueblo y la espe-
ranza de encontrar un aliado en la desolacién de esa
majfiana. El camién corria hacia la tierra de nadie y
Guido necesitaba cémplices para salir con bien de
esta aventura.
Tal vez fue el guifio amistoso y burlén de Marcos
lo que le hizo recordar también las palabras de su
madre: «Si al pasar por un lugar muy oscuro tienes
14miedo, canta, cualquier cosa, pero canta. La forma
de dominar el miedo es burlandose de él».
Guido empezé a cantar muy bajito, casi para si.
Era una viejisima copla popular que, probablemente,
la cantaron sus padres y sus abuelos.
A tu puerta me planté
porque me vino la gana.
Ah‘ te dejo esta cancibn
para cantarla manana.
Tu madre dice que no
y yo digo que se vaya,
qué es lo que dices tt,
no te oigo ni palabra.
Vamonos de romeria
a la Fiesta de las Animas,
si los vivos tienen sed,
los fantasmas se emborrachan.
Marcos se unié a su canto, susurrando en voz
baja.
Vamonos de romerta
a la Fiesta de las Animas...
Algunos nifios no sabian ese idioma y los miraban
sorprendidos. Otros captaban el sentido, aunque no
comprendfan la letra, y se reian igual. La mayoria
empezé a seguir el compas del estribillo dando
palmas con las manos.
Muy pronto, el camién fue una bulliciosa fiesta
de voces infantiles y palmas. La algarabia termin6
cuando el camién se detuvo.
15Todos los nifios se asomaron por los agujeros que
tenia la lona que cubria el vehiculo. Guido no podia
comprender bien lo que vefa. La carretera estaba
invadida por una columna de fugitivos de los frentes
de la guerra, gentes de todas las edades, razas y con-
dicién social, que caminaban penosamente Ilevando
sus escasas pertenencias sobre los hombros. Algunos
arrastraban pequefios carros donde transportaban
colchones y, encima de ellos, ancianas con niiios de
pecho en los brazos.
Guido comprendié que se habfa quedado dor-
mido y durante la majiana la carretera se habia
ido Ilenando de desplazados que huian ciegamente
hacia delante, lejos del fuego y el exterminio. Aun
un destino incierto era preferible a la represién, la
angustia y el hambre.
Ahora, cuando el sol estaba alto, la carretera
se habia hecho intransitable. Estaba colapsada por
una multitud doliente, abigarrada, que querfa salir
cuanto antes del infierno hacia un imposible camino
de esperanza
El camién de los nifios se adelantaba un poco y
volvfa a detenerse. Se avanzaba poquisimo. Se escu-
chaban palabrotas y juramentos cuando el conductor
aporreaba la bocina para abrirse paso.
Junto a Guido, un nifio albino con los ojos bor-
deados de pestaiias blancas, empez6 a llorar.
—;Qué tienes? (Te duele algo? ,Qué te pasa?
—Tengo sed. Quiero agua.
16Otro pequefio, de rasgos musulmanes, contagiado
por el Ilanto, empez6 también a hacer pucheros y a.
Hamar a su madre.
En ese momento, se escuché el ruido inconfun-
dible de unos aviones acercdndose. El camién se
detuvo. Los dos soldados del convoy abrieron la lona.
Las 6rdenes fueron duras, urgente:
—jA tierra! ;Todos a la zanja de la cuneta! jVamos,
moverse! {Ctibranse la cabeza con las manos, boca
abajo! ;Son bombarderos!
Los niiios estaban petrificados, algunos no com-
prendian el idioma, pero los mayorcitos empujaron a
la mayorfa hacia la cuneta. La carretera se transform6
en un infierno. Estallaban las primeras bombas en
medio de la muchedumbre que se dispersaba como
hormigas atemorizadas. El griterio era terrible, pero
aun mas terrible era el ruido de las explosiones. La
gente abandonaba sus enseres, se abrazaba, impotente,
tratando de proteger a sus familiares
Guido, Marcos y el nifio albino quedaron juntos
en la zanja y enterraron la cabeza entre la hierba.
Guido pensé que era como jugar al escondite, pero
menos divertido. Descubrié junto a él a una nifia
muy morena de ojos rasgados. Cuando una de las
bombas estallé muy cerca, la nifia no pudo contener
su miedo y trat6 de huir a campo traviesa. Guido
corrié tras ella, la cogié del talle y la arrastré a la
zanja junto a sus compaiieros.
Los aviones pasaron rasantes con su estruendo.
Con la cara pegada al suelo, Guido vefa como un
17bichito diminuto salfa de un agujerito y se posaba
en su nariz. Era simpatico, tenia el caparazén rojo
con puntitos negros. La curiosidad que le producfa
el bichito distrajo a Guido de su miedo. Lo tomé
en la punta de su dedo y se lo mostré a la nifia que
loraba.
—Es una amiga mia, igual que ti. ~Cémo te
llamas?
—Yen Sue —dijo la nifia y dejé de llorar.
—Te la regalo —dijo Guido. Y le pasé la chi-
nita.
La nifia se rid y le devolvié el pequefio insecto,
que corrié por sus dedos.
Los aviones se alejaban. Atin se escuchaban los
gritos de la gente. Los heridos eran trasladados a los
carros 0 se quedaban tirados sobre los colchones, a
la orilla del camino.
Los soldados Hamaron a los nifios y los hicieron
subir de nuevo a los camiones.
La caravana de refugiados se fue recomponiendo
poco a poco, pese al dolor y al miedo, Habia que
continuar. Habfa que huir de la persecucién y el
fuego.
Guido no quiso seguir mirando la carretera.
Prefirié concentrarse en la chinita que recorria la
palma de su mano con la tranquila familiaridad de
una vieja conocida.
18CapituLo III
El agua
os soldados desviaron el convoy hacia un
camino comarcal de tierra y gravilla. La
carretera principal se habfa convertido en
una trampa mortal debido a los bombardeos.
Ademas, la gente que hufa la hacfa intransitable.
Darian un rodeo, pero, al menos, el camino estaba
despejado.
A mediodia, los camiones se salieron de la senda
arenosa y se detuvieron bajo unos arboles. Los nifios
bajaron y se dispersaron por las inmediaciones para
orinar y buscar agua. No la encontraron. Los montes
que estaban cruzando eran resecos y los arboles,
muy escasos.
19Los soldados repartieron pan y salchichén entre
los nifios.
—No tenemos mas agua que la de este bid6én —les
dijeron.
Con el tapén del bid6n repartieron el agua como
si fuera una medicina. Cuando les Ilegé el turno a
Guido, Marcos, Yen Sue y el Albino, el bidén estaba
seco.
Yen Sue, la nifia oriental, empezé a Ilorar.
—Ven, vamos a buscar agua.
—{ c6mo?... Esto es
Marcos.
i un desierto —replicé
—Pero no lo es del todo. Donde hay pajaros,
lagartijas y conejos, es que hay agua. He visto una
liebre cuando veniamos.
—¢Y cémo vas aencontrar agua? —volvid a poner
en duda Marcos.
Guido se subié a un arbol y escogié una rama
en forma de V. Cuando bajé, le quité las hojas y la
corteza hasta dejarla pelada y flexible,
—{ Qué haces?
—Lo que hacia mi tfo, que es un zahorf.
—{Y qué es eso? —pregunté el Albino, con sus
enormes ojos glaucos.
—Son los que pueden descubrir el agua —res.
pondié Guido—. Si sabes hacerlo y tienes la ramita
correcta, la horquilla se inclinaré hacia la tierra
indicando que hay agua subterranea.
20—TU no eres un zahori —observé el escéptico
Marcos.
—Soy el sobrino de un zahori, que es lo mismo.
Guido empezé6 arastrear la zona de los 4rbolescon
su horquilla. Los demas nifios iban detrds, curiosos,
expectantes.
De pronto, la varilla se incliné hacia la tierra.
—jAqui es!
—No se ve nada. Te estds burlando de nosotros.
No se ve porque hay que cavar un poco. Debe
de ser un manantial subterraneo —insistié Guido—.
jAytidenme!
Los nifos
arrancaron las piedras y sacaron un
poco de tierra con las manos. Estaban a punto de
desistir, cuando Guido lanzé un grito.
—La tierra parece htimeda.
—jEs verdad!
Los demas nifios se acercaron también al grupo.
s soldados, malhumorados, fueron a ver qué
asaba.
—jHay agua! —les grité Guido.
—No digas tonterfas. La sed te hace ver visio-
nes.
—jPor favor, traigan una pala y profundicen este
agujero! —suplicé Guido.
Los soldados, incrédulos, fueron a buscar una
pala. Agrandaron el foso y empezaron a sacar tierra
cada vez mas htimeda. Muy pronto, la pala estaba
a1chapoteando en el agua. Los niiios gritaban, se
refan y se empujaban. Uno de ellos se lanzé al foso
y empez6 a mojarse el cuerpo y a echarse agua en
la cara. Los soldados dejaban hacer, solo se preocu-
paban de profundizar y agrandar el foso. Los nifios
se inclinaban sobre el manantial y bebian a morro.
Los soldados, exhaustos, se inclinaron también sobre
el foso y bebfan el agua transparente, purisima. Se
les habia pasado el malhumor.
— ,Cémo has encontrado esta vena de agua sub-
terrdnea?
—Son cosas de mi tio. El me enseiié.
Aprovechando la existencia del manantial, los
soldados decidieron acamparallfy partiralamafiana
siguiente.
Al atardecer, los nifios se reunieron bajo los
Arboles, como hacen los polluelos cuando el sol se
pone. A Guido le encantaba ver como las gallinas
recogfan a todos los pollitos debajo de sus alas. Poco
tiempo atrds, é] habia dormido al calor del rescoldo
del hogar, escuchando muy cerca el respirar pausado
de sus padres y hermanos. Ahora se sentia huérfano
de afectos, en esa colina de vegetacién rala, donde
silbaba un viento seco, que presagiaba el frio de la
noche.
La oscuridad se fue apoderando del paisaje deso-
lado y Guido necesité llamar a su madre, casi lo hizo,
pero se mordié los labios. Lo estaban mirando sus
nuevos amigos, la nifia oriental, el nifio albino, Marcos
y un pequefio del que se decfa que era mudo.
22Un largo dia habia terminado. Un dia que habia
durado aiios para Guido. Ayer era un nifio chico,
pero en este momento se sentfa un nifio mayor, con
responsabilidades. Por ejemplo, no podia llamar a
su madre a gritos. Tenia que hacer frente a lo que
viniera. Por. el momento, Guido y todos los nifios
del convoy de evacuados tenfan que enfrentarse a
los misterios inquietantes de la noche.
23CapituLo IV
La noche
uido se acomodé en el saliente rocoso
de una quebrada. Muy cerca de él,
brillaban los ojos de Marcos, siempre
atentos, siempre burlones; lacarade luna
oscura de Yen Sue y el nifio albino que se cubria el
rostro con las manos, no se sabia por qué. El nifio
musulmén, de pelo renegrido y ensortijado, rezaba
muy quieto, silenciosamente, haciendo misteriosos
signos enel aire. Se les habia unido también un chico
sordomudo pelado al cero.
Guido pe nuevos y
atin no termina el dia. Qui. irva para eso,
(No! jLa guerra no sirve para nada!» —rectificé—.
25«A lo mejor, si consigo dormir a cielo raso, mafiana
por la mafiana la guerra haya terminado»,
Al comienzo, el silencio parecia absoluto, pero
luego, Guido empezé a percibir la presencia invisible
de los habitantes de la noche: el intermitente lamado
del grillo, los aleteos fugaces, el roce imperceptible
de los roedores. A lo lejos, en el horizonte, estallaban
a veces los fuegos fatuos de los obuses. En alguna
parte seguian disparando proyectiles dia y noche.
Los cafiones no descansaban. Los nifios se sobre:
taban y segufan la direccién de las bolas de fuego,
como presintiendo que Ievaban la destruccién de
sus propios hogares en sus carcasas
Guido escuchaba el sollozo sofocado del nifio
albino que se cubria la cara con las manos. Con
mucho cuidado, le separé las manos del rostro. Su
cara parecia una luna llena muy hiimeda,
—No te tapes la cara. Mira al cielo. Es muy bonito.
@Sabfas que est Ileno de amigos? Las estrellas son
nifios que nos miran. Cuando se van de la Tierra,
pueblan el cielo. ,Que cémo lo sé?... Me lo dijo el
maestro de mi escuela y tiene raz6n. Desde mi ven-
tana, yo veo las estrellas y les doy nombres, ;Ves ese
lucero?.., Es Joaquin, un saltimbanqui que escupia
fuego por la boca. Esas dos estrellas que hay sobre
los Arboles son las Gemelas que bailan en la feria,con
trajes de tul y lentejuelas. Se Ilaman Rosa y Rosina.
{No ves cémo giran en la punta de los pies?
26En ese momento se escuché una explosién y dos
misiles cruzaron el cielo. El nifio albino se tapé de
nuevo la cara con las manos.
—jNo tengas miedo! Son estrellas fugaces. A
veces caen en la Tierra como meteoritos. Por cada
meteorito que cae, nacen tres nifios. Tienes que buscar
una estrella que sea tu amiga. Elige una. Dale un
nombre. No te abandonara jamas. {Qué te parece
esa estrella azulada que hay cerca de la luna nueva?
i.Cémo la vas a Lamar?
—Aurora.
—4Por qué?
—Asf se lama mi madre.
—Muy bien. Esta noche, Aurora va a velar tu
suefio.
El nifio albino se puso a mirar a su estrella-madre
y pronto se quedé dormido. Guido permanecié un
rato observando el cielo. Bl sabia que los misiles
no eran estrellas fugaces, pero también sabia que
alguien alla arriba se preocuparia de que no cayeran
sobre ellos. El que encend{fa cada noche los luceros,
desviarfa el curso de esos astros malignos y los
hundirfa en el mar.
Antes del amanecer, cuando la oscuridad se
habia vuelto livida, Guido se desperté con un pre-
sentimiento. Yen Sue, la nifia de los ojos rasgados,
no estaba durmiendo apoyada contra él. La buscé
entre los diferentes grupos de nifios dormidos, pero
no la encontré.Bajo, entonces, al fondo de la quebrada y la llamé
en voz baja, para no despertar a los otros. Decep-
cionado, iba a regresar por la escarpada pendiente,
cuando escuché una vocecita llorosa:
—jNitucha!... ;Kisaka!...|Minosoya!... —repetfa
la nifia con su acento lastimero.
Siguiendo la direccién de esos llamados, Guido
encontré a Yen Sue subida en una roca y lanzando
su inttil invocacién hacia el despefiadero en el que
terminaba la quebrada.
—{Qué haces aqui? ;A quién llamas? ;Son tus
hermanas?
—No, son mis cabras. Todas las mafianas me
levanto para llevar las cabras del corral a los cerros.
Alli paso el dfa con el rebafio.
—Ellas se quedaron atras, en tu pueblo. Es inttil
llamarlas, aunque pronto volverds a verlas. Ahora
reundmonos con los otros nifios. Podrfas haberte
perdido.
—Cuando amanecié, me parecié que me estaban
esperando. Cref que era un dfa cualquiera, como
todos.
—No, no es un dia como todos. Ven conmigo.
Guido y Yen Sue volvieron a subir Ja cuesta y se
acercaron al grupo. Los soldados ya preparaban el
cami6n. Luego repartieron un poco de pan y Ilenaron
los bidones con agua.
—jVamos, suban al camién, nos marchamos de
aqui! Atin tenemos mucho camino por delante.
28Aun el sol no terminaba de subir sobre la niebla
que cubria el monte, cuando los camiones volvieron
al camino.
—jA dénde vamos? —pregunt6 Marcos al con-
ductor.
Al campamento de refugiados. Llegaremos al
mediodia, si tenemos suerte.
Marcos no dijo nada, pero cruzé los dedos. Fl
nunca habia tenido suerte, quizas ahora fuera la
excepcidn.
2CapituLo V
El campamento
I campamento no era un campamento. Guido
comprendia, poco a poco, que las cosas no
son exactamente lo que se dice de ellas. La
paz no era paz, sino rencor; la guerra no era
guerra, sino persecucién a indefensos. El dia podfa
ser noche, debido al humo de los gases, y la noche
podfa ser dia, debido al fulgor enceguecedor de los
misiles.
En vez de conformarse con darles nombres a las
cosas, habia que esforzarse por cambiarlas, pero
{c6mo se hacia eso? El no lo sabia, mas aun, todos
estos pensamientos en su cabeza formaban una
nebulosa con destellos, pero informe, contradictoria
y dolorosa.
31Elcampamento era un recinto arenoso alambrado.
Unas dunas préximas al mar, acotadas para evitar
fugas. ,Fugas adénde?... Lo tinico que deseaban estos
fugitivos era asentarse, echar rafces, no moverse mas.
por caminos que llevaban a ninguna parte.
Guido, como todos, se desilusioné cuando vio el
arenal vacio. Fue como un escalofrio que le congelé
la mirada. Pero Guido se sobreponia muy pronto a
la tristeza. Era su forma de ser, algo instintivo, ni
siquiera racional, una especie de rebeldia. A él no
era facil hundirlo. Era una especie de corcho que
volvia a la superficie porfiadamente.
Guido se subid a un promontorio de la duna y
miré alo lejos el mar. | Qué maravilla! Criado tierra
adentro en un valle montafioso mal comunicado,
Guido no habia visto nunca el mar. Por ahora, para
él era solo una cinta plateada y espumosa, rever-
berando al sol. Una presencia intuida mas que real,
pero lo cierto es que estaba alli. Le Ilegaban el olor,
el sonido inconfundible, los graznidos lejanos de las
gaviotas, la sal que ardfa en la piel, acostumbrada
a otro aire. Y eso lo hacia feliz. Por un momento
le parecié volar, planear sobre esa cinta espejeante,
disolverse en esa anchura dorada de arena.
«No es un mal sitio, después de todo» —pensé.
Si bien no habja nada, ni siquiera retretes, ni barra-
cones, ni sombra, ni literas, al menos estaba el mar.
Y era suficiente.
Habia que armar unas carpas del ejército para
albergar a los cientos de nifios refugiados en ese
32lugar, es decir, habfa que inventarse un campamento.
Pero no habia voluntarios ni soldados suficientes, y
los que habja, estaban nerviosos, agotados, hartos
de la guerra, de vigilar nifios Horones, cuando ellos
habjan sofiado volver a sus pueblos como héroes,
defensores de una Patria amenazada.
Fue necesario organizar a los nifios evacuados
de tal manera que ellos mismos armaran las carpas
y. asi y todo, era dificil evitar que esta tarea se con-
virtiera en un gran caos.
Mas urgente que un lugar para dormir, era esta-
blecer turnos para comer y habilitar una letrina
comin, evitando asi las infecciones. Los organis-
mos internacionales de ayuda humanitaria nunca se
plantearon si les gustarfa a los nifios comer todos los
dias raciones de queso, pan integral y frutos secos.
Llegaban vitaminas, pero no Ilegaban carne ni fruta
ni legumbres.
Guido y su pequefio grupo de amigos improvi-
saron como pudieron una carpa en lo alto de una
duna.
Este es un mal sitio —afirmd el pragmatico
Marcos, con un deje burlén—. El viento nos dara de
leno. Sera un milagro si no salimos volando. No
ves que los soldados han ordenado las carpas en la
parte baja, resguardadas por las dunas, formando
calles simétricas?
—Desde aqui se ve el mar —respondié Guido—. En
la explanada tendremos mucho calor. Que todos den
33su opinién. Vamos a votar. ,Armamos la carpa aqui
en Ja duna o en el cuadrado que nos han asignado?
Algunos dijeron que les daba lo mismo; otros
apoyaron a Guido. Al peladito sordomudo hubo
que explicarle todo por sefias y él dio su voto con
grandes gestos elocuentes. El pequefio musulmén no
dijo nada, pero dejé su hatillo de ropa en la duna,
como tomando posesién de ella.
Marcos se rid.
—Esté claro, aqui nos quedaremos. Y si el viento
nos lleva, no me importa. Saldremos por el aire a
alguna otra parte mejor que esta. De todas formas,
yo sigo pensando que seria mejor quedar més cerca
de la cocina y los retretes. ;Hay algo mas importante
que comer y hacer del vientre?
Guido se rié de la ocurrencia.
E1 resto del dia lo ocuparon en asegurar con pic-
ribuir los espacios,
ervirfan de camas, de
dras los enclaves de la lona, di
repartir las esterillas que le
recinto individual donde encogerse, lorar a solas y
rezar dando gracias por estar vivos todavia.
Cuando el sol se puso, un viento racheado levan-
taba la arena, acuchillando los tobillos desnudos, y
se metia dentro de la carpa sin misericordia.
Marcos segufa sonriendo, con esa mueca triste
e irdnica del que esta de vuelta de todo y se resigna.
No dijo nada, pero todos sabian que él lo habia
advertido.
Después de tomar la sopa de la tarde, solo habia
que esperar el descanso de la noche, ya que no los
34dejaban salir del recinto, acotado con alambrados
Ilenos de carteles en tres idiomas. Este tiltimo detalle
era evidentemente innecesario, porque muchos de
los niiios atin no sabian leer y los otros pertenecian
a tantas etnias y culturas, que se habrfan necesitado
carteles en treinta lenguas y otros tantos dialectos.
Luego del ajetreo del viaje, la identificacién, el
reconocimiento del lugar, la instalacién de las carpas
y el reparto de las raciones, sobrevino el cansancio, el
silencio. Con el creptisculo amainé el viento y cada
uno ocupé su pequefio espacio individual sobre la
esterilla, Estaban solos, acompaiiados tinicamente
por sus pensamientos y la nostalgia que borraba el
entorno.
En la tienda de campaiia que ocupaba Guido habia
seis nifios, aparte de éI. Guido recordé que en su
casa eran siete de familia, pero esta noche no veria
a su padre apagar la lampara de aceite, ni veria los
Ultimos rescoldos en el hogar, brillando como estre-
Ilas en la oscuridad. Su madre les contaba cuentos
maravillosos antes de dormir. La voz susurrante de
ella era cdlida, persuasiva y daba cuerpo y realidad
a los suefios mas fantasticos.
‘Tal vez para acompafiar su soledad, tal vez para
convencerse de que todo segufa igual en su vida, que
de un momento a otro su madre empezarfa a hablar,
Guido empez6 a contar un cuento. No estaba seguro
de si el resto de los nifios dormfa 0 lo escuchaba,
porque no oy6 ni una pregunta ni un comentario. Una
35atenci6n absorta sobrevolaba la tienda de campafia,
dando al relato una complicidad secreta.
Esto fue lo que Guido les conté la primera noche
en el campamento improvisado:
«Hace muchisimos aiios, habia un Sefior Pode-
roso que lo tenta Todo y, sin embargo, no dormia por
las noches pensando que le faltaba Algo. Ademas,
le tenta terror a la oscuridad. Le habria gustado
Prohibir la Noche, pero no sabia a quién prohibir-
sela. Todo esto lo ponia muy furioso y descargaba
su malhumor con su pueblo.
Si el Seftor Poderoso le tenia miedo a la oscu-
ridad, sus stibditos le tentan mds miedo a él que a
la oscuridad.
Un dia, uno de sus servidores le levé una
luciérnaga para distraer su terror a las sombras.
Las luciérnagas son unos insectos que levan luz
bajo sus alas.
Al Sefior Poderoso le encanté la luciérnaga.
Ahora estaba seguro de que no le faltaba Algo, sino
que le faltaba Mucho.
—jQuiero tener muchas luciérnagas, miles de
luciérnagas! Voy a ahuyentar la noche con la luz
de estos bichitos —exclamé.
Sus servidores le trajeron miles de luciérnagas
y el Senor Poderoso las encerr6 en pequefias jaulas.
El palacio brillaba como si fuera el mediodia. Pero,
poco a poco, las luciérnagas se fueron apagando,
hasta que la oscuridad volvié a redear al Seftor
Poderoso.
36—Qué ha pasado? jYo quiero mis luciérnagas!
—gritaba el Sefior como un energtimeno.
—Serd imitil —le respondieron sus fieles servi-
dores. Las luciérnagas que estan en cautiverio, se
apagan. Solo brillan cuando estan en libertad.
Entonces, el Seftor Poderoso comprendié que
él tenia miedo a la oscuridad porque le temia ala
libertad. Ordené que abrieran todas las jaulas de
las luciérnagas. Cuando los insectos estuvieron
libres en el campo, volvieron a brillar».
Esta fue la historia que Guido conté esa noche
en el campamento. Los nifios se durmieron viendo
titilar luciérnagas de libertad dentro de la tienda de
campaiia.CapiruLo VI
La primera mafiana
uido se encontraba atrapado entre los
rafles de la via de un tren. No podia
sacar los pies porque estaban hundidos
en la gravilla que habia entre los
durmientes.
Escuché el s
lbato de un tren que se acercaba.
Primero aparecié el humo y, luego, la locomotora,
un espantoso drag6n que echaba vapor por su nariz
y sus fauces abiertas.
El silbato se escuché de nuevo, esta vez mucho mas
1. Ya era demasiado tarde para tratar de escapar.
Inmovilizado por el espanto, vio como el trepidante
convoy se precipitaba sobre él, despedazandolo.
39En ese momento, alguien lo agarré de un pie y
tir6 de él, salvandole la vida.
Adin sumergido en la niebla del espanto, vio a
Marcos, retorciéndole el dedo gordo para sacarlo
del sueiio.
—{No escuchaste el silbato?
—Si, pero no podfa moverme. Estaba enganchado
en la via del tren.
—{De qué tren estas hablando?
—Del que me iba a matar.
—Lo tinico que nos va a matar es el hambre, si
no corremos al reparto del desayuno.
EI silbato se escuché de nuevo.
—Es el tiltimo aviso —aclaré Marcos.
—Tuve una pesadilla terrible. Sofiaba que un tren
me atropellaba.
—Tendremos que tomar un tren expreso para
alcanzar al reparto de la leche. Los demas ya salie-
ron hace rato.
Guido miré a su alrededor y vio la tienda de cam-
paiia vacia. La posibilidad de quedarse sin desayunar
activ6 a Guido mas que el peligro de la locomotora
asesina. Salié corriendo. Descalzo y sin camisa.
Unos soldados repartian las tiltimas raciones de
leche y pan en un cobertizo improvisado, con lonas
que tenfan pintadas una enorme cruz roja.
Enundescuido del encargado del reparto, Marcos
sacé tres raciones mas de pan y las escondid debajo
40de su camisa. Luego, corrieron hacia lo alto de las
dunas.
—jPor qué hiciste eso? —le pregunté Guido.
—jHice qué?
—Robar pan.
—jRobar? ,Cémo puedes decir eso?... Saquea-
ron mi casa, mataron a mi padre, dispersaron a mi
familia y a ti te parece mal que saque mas pan del
que me dan. No lo hago solo porque tengo hambre,
sino porque tengo rabia.
—Si cada uno sacara el pan que quisiera, no
alcanzaria para todos.
—¢Y a mi qué me importa que no alcance para
todos? ;Soy yo el que tiene que sobrevivir!
—No te estoy acusando de nada, solo te pregun
taba. Ademas, los que arrasaron el pueblo no fueron
estos soldados.
—¢Y cémo lo sabes? Cuando hay una guerra todos
los bandos se comportan igual. Destruyen sin mirar
qué es lo que tienen delante de los ojos.
—iY por qué hacen eso? —pregunté Guido.
—Porque tienen miedo. Cuando yo tengo miedo
me convierto en un salvaje. Lo mismo les pasa a
ellos. Vamos a esconder este pan. No repartiran
nada hasta la tarde.
La majiana estaba radiante. A lo lejos, mas allé
de las alambradas, el mar era un espejo resplande-
ciente.
41—jCémo me gustaria llegar hasta la orilla del
mar! —dijo Guido.
—jVamos! Pero antes esconderemos el pan en la
tienda de campafia —le contest6 Marcos.
—jEspera! Es imposible llegar hastael mar. Habria
que cruzar las alambradas. Eso esta prohibido.
—Por eso mismo sera mas divertido.
La cara de Marcos se encendié con la excitacién
que le producia la idea
Un grupo de nifios estaba jugando en la arena.
Hacifan canales, carreteras, castillos, torreones. Otros
nifios imitaban el ruido de los aviones y bombar-
deaban lo que habian construido los demas. Con
piedrecitas representaban a los refugiados que hu‘an.
Estaban pasandolo en grande.
Cerca de la tienda, Yen Sue le estaba mirando
detenidamente la cabeza ensortijada al chico musul-
man.
—Tienes bichos —le dijo.
Todos los tenemos —se rid Marcos—. Si yo no
tuviera bichos me sentirfa muy solo. Ellos son los
tinicos que no me han abandonado.
— Como te llamas? —le pregunté Guido al nifio
musulman.
—Abdala.
—De donde eres?
—De las montafias del sur. Expulsaron a todos
los musulmanes de allf. Yo me escapé.
(Prefieres estar aqui con nosotros?
a—No, también me escaparé de aqui.
A Abdala le brillaban los ojos como carbones.
Expresaban determinacién y rabia.
Guido noté la ausencia del niiio albino y le pre-
gunt6 a Marcos si lo habfa visto.
— El Arroz con Leche?... No quiso salir de la
tienda,
—¢Por qué?
—EI sol le hace dafio.
Guido todavia segufa descalzo. Entr6 a la tienda
para buscar sus zapatos. Mir6 por todos lados. No
estaban. Habfan desaparecido de su esterilla.
Cuando Guido se disponia a salir de la tienda,
descubrié al nifio albino acurrucado en un rinc6én,
quieto y
lencioso.
—Te robaron los zapatos.
—j{Cémo lo sabes? —preguntdé Guido.
‘Vi entrara un muchacho y llevarselos. Creo que
también se Ilevé alguna otra cosa.
—(Quién era?
—No lo sé. Nunca Jo habia visto.
—{Estas aqui adentro porque te molesta el sol,
iverdad?
—contesté el nifio albino.
—Vamos a hacer una cosa. Con esta esterilla que
sobra, te haré un sombrero.
Guido cort6 la esterilla con su navaja, formando
un cucurucho con alas.—Con este sombrero aldn no te dard el sol en los
ojos. Asf podras salir a jugar con los otros.
—Se reiran de mi.
—Claro, seguro que se reirdn de ti, pero luego se
acostumbraran, ya lo verds. Yo prefiero que se rfan
de mfa que me tengan lastima. Ahora, por ejemplo,
se burlardn de mi porque perdf los zapatos.
—Ti eres el Unico que no me llama «Arroz con
Leche».
—Es que no me gusta el arroz con leche, prefiero
el pastel de manzana.
—Yo también —sonrié el nifio albino.
—Si supieran tu nombre no te Ilamarian asf.
—Mellamo Nicolas, pero me gusta que me Ilamen
Nico.
—j{Nunca has tenido unos anteojos oscuros para
el sol?
—Si, los tenia, pero se rompieron cuando nos
sacaron del pueblo a punta de bayoneta.
—Vamos a intentar conseguirte otros.
Guido y Nicolés salieron de la tienda. Apenas
los vieron los otros niffios, se empezaron a burlar
del albino por el extraiio cucurucho con alas que
llevaba.
—Riete tti también de ellos. Comparte el juego
—le aconsejé Guido con un susurro.
Marcos se acercé a ellos.
—{(De qué va disfrazado el Arroz con Leche?Guido corté en seco la broma.
—Se llama Nicolas. Puedes decirle Nico, si
quieres.
EI nifio albino se fue a jugar con los otros, orgu-
lloso de su sombrero de paja.
Marcos se rié y le hizo un guifio de complicidad
a Guido, un gesto que indicaba la direccién del mar.
Luego desaparecié entre las dunas.
Guido comprendié enseguida las intenciones
de Marcos. Tenfa un poco de miedo, pero el lejano
sonido de las olas era para él una tentacién demasiado
grande. Disimulando su excitacién, Guido caminéd
lentamente por las dunas, siguiendo las huellas que
iba dejando Marcos.—
CapituLo VII
El mar
etrdsde la iltimadunaestaba laalambrada
y, mas alld, la playa, que terminaba
en un mar espejeante. Guido divisé a
Marcos, echado boca abajo sobre la
arena bajo un matorral. Desde alli le hizo una sefia
para que se echara al suelo. Guido lo hizo. En ese
momento, pas6 por sobre sus cabezas un helicéptero
de reconocimiento.
Guido se arrastré por la arena hasta donde estaba
Marcos.
—Estin vigilando las alambradas y la playa —le
dijo Marcos.
—Nos descubriran, entonces. Volvamos al cam-
pamento.
47—No volveran hasta dentro de dos horas. Sobre-
vuelan toda la costa. Hay mds de diez campamentos
como el nuestro.
— Cémo lo sabes?
—Desde que llegamos ayer que me estoy fijando
en eso.
—2Y por qué?
—Abdala, el musulmdn, me propuso escaparme
con él, Sabe como Ilegar a la frontera.
—{La frontera? Eso debe de estar muy lejos.
—No tanto, si uno consigue cruzar las montafias.
conoce un desfiladero.
H
—,Y para qué quieres cruzar la alambrada
ahora?
—Para estudiar el terreno. Ademis, tt quieres ver
el mar. No te voy a dejar ir solo —Marcos se rié con
ese rictus tan suyo, entre socarrén y tierno—. Tui
también estas pensando en escaparte, {verdad?
—Yo solo quiero ver de cerca el mar. Tocar el agua.
Me han dicho que es salada.
—Y qué importa eso? El mar, la montaiia, el
campo, todo me da igual. Lo tinico que me importa
es sentirme libre.
—Libre para que te disparen.
—AI contrario, libre para huir de la guerra. He
oido que estén bombardeando los campamentos de
la costa. El mayor peligro esta aqui.
Guido y Marcos se arrastraron por laarena,como _
habian visto hacer a los soldados cuando disparaban
48sobre ellos en los alrededores de su pueblo. Asi lle-
garon hasta la alambrada. Guido intent6 escalarla.
—No, asi no. Nos romperfamos la ropa y nos
verfan desde el campamento.
—Y cémo, entonc
—Como los topos.
Marcos cavé debajo de la alambrada. La arena se
desprendia facilmente. En pocos minutos consiguid
abrir un pequefio tinel bajo la valla.
—j{Vamos! jRépido!
Los dos nifios pasaron por el ttinel y se alejaron
del campamento acotado. Guido se puso a correr,
descalzo, por la arena htimeda hasta el agua.
Habfa imaginado el mar de muchas manera:
como un lago, como un gran rfo, como una cascada...
Habja visto peliculas en la televisibn; habia visto
fotografias en los libros, pero la realidad era otra
cosa. Esto era una explosién de sensaciones: el calor,
el ruido, el escozor en la cara, los olores intensos, el
movimiento y el brillo de las olas.
Marcos se senté en la orilla y ni siquiera se sacé
los zapatos. Buscé un cigarrillo en los bolsillos y lo
partié en dos.
—{ Quieres?
—No. {De dénde lo sacaste?
—Se lo robé a un soldado. Me quedan dos.
Marcos loencendié y le dio una chupada inexperta,
tratando de aspirar el humo.
49Guido corrid de nuevo hacia el agua. No podia
sustraerse a la fascinacién de ese resplandor que
lo Hamaba y lo rechazaba. En trance, como en un
sueio, Guido se metié en el mar sin quitarse la ropa.
Rapidamente, el agua le legé a la cintura. Se dejé
llevar sin oponer resistencia. No sabia nadar, pero
flotaba suavemente. Cerca de él, una gaviota se
hundi6 y reaparecié con un pez en el pico. Guido se
acercé a la gaviota, que no parecfa inquietarse con
la presencia del nifio. Estaban muy cerca y ambos
se miraban con curiosidad. En el ojo de la gaviota
se reflejaba el mar. Guido alargé la mano para tocar
el plumaje brillante, pero en ese momento la resaca
de una ola lo Iev6 hacia adentro.
El mar estaba muy revuelto. Guido ya no hacia
pie. Tragé agua. Empezé a mover los brazos instinti-
vamente. Otra ola lo dio vuelta como a un mufieco y
lo sacé de su encantamiento. Empezé a sentir miedo.
Comprendié, en un relampago de lucidez, que se iba
a ahogar, que el mar de su fantasia se habia vuelto
contra él. Estaba viviendo su segunda pesadilla del
dia, pero esta no era un suejio.
Entonces, sintid que una mano lo agarraba con
fuerza del pelo y lo arrastraba mar afuera. Se debatié
con la desesperacién del condenado a muerte. Crey6
reconocer a Marcos entre la espuma. Después de
unos minutos interminables, sus pies se posaron
sobre arena firme. Respiré hondo y expuls6 todo el
agua que le salfa por la nariz y los ofdos.De espaldas sobre la arena, traté de recobrar el
ritmo de su respiracion.
Marcos también jadeaba junto a él.
—{Te querias ahogar?
—No.
—Ahora ya sabes que el agua es salada —se
burlé6 Mare Esta no es la charea del pueblo.
Hay corrientes.
—No lo sabja.
—Yo no tenfa ganas de bafiarme y perdi mis dos
cigarritos por tu culpa, aunque cuando se tiene un
tonto por amigo, uno debe saber que le pueden pasar
estas cosas.
—Gracias, Marcos.
—Tenemos que quitarnos la ropa para que se
seque.
Guido y Marcos se desnudaron y pusieron laropa
sobre la arena seca. Tiritaban.
—;,D6nde aprendiste a nadar? —pregunté
Guido.
—Formé parte de una patrulla juvenil. Querfan
conyertirnos en niiios-soldados. Nos ensefiaban a
disparar, a lanzar granadas y a desactivar las minas
personales. Yo iba a la instruccién solo porque
daban carne con la comida, pero me echaron por
indisciplinado.
—Me salvaste la vida.
—Si me lo pienso mejor, no lo hubiera hecho.
Después de todo, es tu vida. Puedes hacer con ella
51Jo que te dé la gana. Yo tengo otros planes. Fue una
estupidez haberme metido al mar. La corriente podria
habernos arrastrado a los dos. No me agradezcas.
Me arrepiento de haberlo hecho.
—Gracias de todos modos.
Guido advirtid que en el cuerpo desnudo de
Marcos aparecian unas marcas de color morado.
—éY esas cicatrices?
—{A ti qué te importa? No son cicatrices.
Se produjo un silencio incémodo. Marcos se puso
de pie y se fue a la orilla del mar. Recogfa piedras
y se las lanzaba a las gaviotas. Volvié después de
un rato.
—{le peleaste con alguien? —insistié Guido.
—No quiero hablar de eso.
Marcos se puso la camiseta himeda sobre la piel
amoratada. Luego se puso los pantalones. Rebuscé
en sus bolsillos y encontr6 una colilla.
—Quizds pueda encenderla todavia.
Marcos encendié la colilla y aspiré el humo. Solo
después de un rato volvié a hablar.
—Enunade las familias que me recogieron , habia
un hombre violento, un fanatico nacionalista. El me
envio a la milicia infantil. Decfa que yo era muy
blando. Todas las noches se emborrachaba. Repetia
que yo era un rebelde, y quizas lo era.
—iY qué pas6? Qué te hizo?
—Quiso educarme a golpes.
52En ese momento, se escuché el silbato que Guido
habia confundido con un tren expreso.
! jVamos! jVistete
—jEs la hora de la comi
pronto!
-No tengo hambre. Estoy bien aqui —respondié
Guido.
—Van a notar nuestra ausencia. Ademas, dentro
de un momento pasaran los helicdpteros.
Guido se vistié de mala gana. Se estaba muy bien,
alli, desnudo, al sol en la playa. No sentia rencor por
el mar. El imprudente habia sido él.
Corrieron de vuelta a la alambrada, buscaron
el] pequefio tunel y entraron al campamento. A lo
lejos, se acercaba el zumbido inquietante de los
helicépteros.
—Te lo dije: ya estan aqui.
Cuando Hegaron al barracén del reparto de las
raciones de comida, se pusieron a la fila. Los solda-
dos se dieron cuenta de que Guido iba descalzo y lo
apartaron del grupo.
—(Y tus zapatos?
—Los perdi.
—Hoy no tendras tu racién de comida. Asi apren-
ders a cuidar tus cosas. jVete a la tienda que te
corresponde!
Guido entré en la tienda de campajia. La penumbra
era fresca. La piel le escocia por el sol y el agua. Era
una sensacién nueva, le recordaba ese momento en
que se sintié libre, flotando, tan cerca de la gaviota
3que pudo ver la pulsacién de su ojo azul mar. Sin
saber por qué, ese recuerdo lo Iené de alegria. El
castigo no le importaba.
Mir6 a su alrededor: la tienda estaba vacfa. Mejor
asi, preferfa estar solo ahora. Las imagenes se le
agolpaban en la cabeza y no habria podido expre-
sarlas ni compartirlas.
Al poco rato entré Marcos. Fue al lugar donde
dormia, levant6 la esterilla y cavé en la arena debajo
de ella. Sacé un pequefio paquete y lo desenvolvié
delante de Guido. Era el pan que habfa robado por
la majiana. Se lo dio a Guido y él se qued6 con un
cacho.
—Come. No te perdiste nada. La racién que nos
dieron tenia gusanos. Claro que a veces los gusanos
estan muy ricos, pero hoy no; hoy sabfan solo a gusa-
nos. Ahora me voy. Tengo que hablar con Abdala.
—{Vas a escaparte esta noche? —le pregunté
Guido en voz baja.
—No, te avisaré cuando lo hagamos. A lo mejor
quieres venir con nosotros.
—No, me gusta estar cerca del mar.
—Esta mafiana podrias haberte quedado en el
fondo y para siempre —se rié Marcos.
—No me habria importado —dijo Guido.
—Estds completamente chiflado.
Marcos salié de la tienda y Guido pensé que
quizds su amigo tuviera razén.
54CapituLo VIII
Otro cuento en la noche
uido debié de quedarse dormido, porque
cuando abrié los ojos descubrié al niiio
sordomudo mirdndolo fijamente.
—Hola —dijo Guido—. Bueno, es
indtil hablarte porque no puedes oirme y yo no sé
hablar por sefias.
EI nifio le dio la espalda. Guido pensé que se
habia enojado, pero luego se volvié hacia él con
algo en las manos. En la oscuridad, Guido no pudo
distinguir bien de qué se trataba.
El sordomudo dejé un par de botas junto a
Guido.
— {Qué es esto?
55EI nifio le indicé que eran para él.
—{Para mi? De donde las sacaste? ;A quién
se las robaste? Seguramente, a otro muchacho del
campamento.
EI nino negé vivamente con la cabeza.
—Si no oyes, ,c6mo entendiste lo que te acabo
de decir?
El sordomudo se fue al otro extremo, donde se
encontraba su esterilla. Guido fue hacia él.
—Tendré que devolver estas botas. No sé a quién
se las robaste, pero lo averiguaré.
En la oscuridad brillaban los ojos htimedos del
nifio.
—jNo las robé! Me las regalé un soldado —dijo
con voz temblorosa.
Guido lo miré, asombrado.
—jHablas! No eres sordomudo.
—No.
—zY por qué has hecho creer a todo el mundo
que lo eres?
E| nifio no respondio.
— {Qué quieres conseguir con esta simulacién?
—No quiero hablar.
—Una cosa es que no quieras hablar y otra es que
engafies a todo el mundo.
—jTW no sabes nada! jNo tienes problemas!
{Déjame en paz!
—{Y cual es tu problema?Solo por hablar otra lengua se llevaron a mi
padre, me echaron de la escuela y expulsaron del
pueblo a mis abuelos. Ellos son los Gnicos en la
familia que solamente hablan la lengua natal. No son
bilingties. Mis hermanos y yo hablamos el idioma
oficial, pero el acento nos delata: somos de otra raza,
de otra cultura. Hablar, para nosotros, significa exilio,
represi6n, castigo. He decidido no hablar nunca mas.
Asi estaré ms seguro. Que me crean sordomudo es
una proteccién para mi.
—jY un engafio! —replic6é Guido.
—jTodo es un engafio! Esta guerra es un engaiio,
las razones por las que nos han evacuado a ti y a mi,
son también un engajio. Yo no he dicho a nadie que
soy sordomudo, simplemente, no quiero hablar.
—No se puede vivir sin las palabras.
Al contrario, es la tinica forma de sobrevivir
para mi. Si hablo, corro peligro.
—(Y, entonces, por qué hablas conmigo? —quiso
saber Guido.
—Cuando contaste un cuento la otra noche, senti
algo.
—{Qué?
—No sé, una emoci6n, supongo. Pensé que, a lo
mejor, las palabras no eran mis enemigas.
—Yo tuve un bisabuelo que era vasco. No sé c6mo,
ni por qué Ileg6 hasta aqui. Supongo que también
huia por hablar de otra manera. El me ensefiaba
adivinanzas en su lengua. Hasta hoy me acuerdo de
37algunas palabras. Me contaba que la vida era «bide
egin itsasoz eta lehorrez», es decir, «vivir es viajar
por mar y tierra».
—Miabuela me cantaba en su lengua, tan distinta,
tanextrafia. Después odié esa forma de hablar porque
me ponia en peligro.
—Me gustaria aprender alguna cancion de las que
te ensefiaba tu abuela —dijo Guido.
— En serio? {No serfa peligroso?
—Al contrario. Sera divertido.
—Te ensefiaré alguna, siempre que ti vuelvas a
contar un cuento.
—De acuerdo, pero antes tienes que decirme tu
nombre.
—Elisio —contesté el nifio.
Alatardecer, Guido empezé a estornudar. La ropa
himeda y el sol en la playa son una mala combina-
cidn. Se sentia afiebrado y, al mismo tiempo, liviano
como una pluma.
La sirena anuncid la comida y luego, la hora de
volver a las tiendas de campafia. Marcos le trajo la
mitad de su racién, pero Guido no quiso comer.
Cuando se hizo de noche, el silencio fue total,
solo interrumpido por el ruido lejano del mar y los
estornudos de Guido. A medianoche, empezaron a
escucharse los silbidos de los misiles y las explosio-
nes. El objetivo no era el campamento, porque las
bombas estallaban muy lejos
38Los nijios salieron de sus tiendas a ver el espectd-
culo. Latrayectoria de los misiles trazaba luminarias
en el cielo como si fueran bengalas. Por un momento,
se podfa creer que se trataba de fuegos artificiales
para celebrar alguna festividad popular, sin embargo,
las explosiones los volvian a la realidad.
A través de los altavoces les ordenaron regresar a
s tiendas y no salir por ningtin motivo. Los niiios
més pequefios empezaron a lloriquear. Otros, se
acurrucaban en sus rincones y rezaban.
Elisio le susurré a Guido:
—Por favor, cuéntanos un cuento.
Con la voz ronea por la fiebre, Guido conté:
«Habiaenmi pueblo un muchacho enorme al que
llamadbamos Gigant6n. Cuando él estornudaba era
como una explosién, como un vendaval desatado
sobre las casas del pueblo. Volaban techos y per-
sonas con sus jAaaatchis!
Su nariz era como un cafién que disparaba
nisiles. Por eso lo usaban, contra su voluntad, en
lu guerra. Le colocaban nieve en la narizy el pecho
para que se resfriara y estornudara su grandioso y
temible jAaaatchis!
En mitad de la batalla se sonaba la nariz con
una sdbana inmensa que se inflaba como un globo y
reventaba en el aire como un obits... ;Aaaatchis!
El General enemigo se contagié con el catarro y
la tos del gigant6ny, de paso, contagié a su caballo,
que tosia jCoz, Coz, Coz!
59Entonces le pusieron un termémetro en la oreja
al General, al caballo y a toda la caballerta. ;Qué
risa!
Con la gripe, al Gigantén le dolia todo. Todo,
desde las muelas a las suelas, desde el pelo al dedo
gordo.
El Gigantén estaba muy afligido y decidié escri-
birle una carta al Alcalde, diciéndole que lo que él
querta era meterse en la cama y que la guerra era
una perra sarnosa.
Cuando el Alcalde abriéd la carta empezé a
estornudar. Los microbios habtan viajado por el
correo postal.
El Alcalde se empezé a sentir mity mal y gri-
taba:
—jQue suspendan esta guerra! jAaaatchis! jY
que nuestro Caitén Giganién deje de estornudar,
por favor! jAaaatchis!
Todos se pusieron muy contentos, los soldados
de ambos bandos, el bueno del Gigantén, el General
y el caballo y la mujer del Alcalde, que también se
resfri6... ;Aaaatchis!
Es mejor la paz resfriado que la guerra con
salud. ;Aaaatchis! ¥ el Gigant6n acatarrado se
metié pronto en la cama con una gran limonada.
Y asi este cuento se acaba».*
* El cuento de Guido esta inspirado en una idea tomada de Ia letra de una
cancién de Maria Elena Walsh,
60Los nifios se fueron durmiendo uno a uno, Las
explosiones ya no les parecian tan aterradoras, porque
les recordaban los estornudos del Gigant6n.
Antes de quedarse dormido, Guido sintié que
una mano amiga lo cubrfa con un trozo de manta.
jAaaatchis!