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El cuerpo no olvida nunca nada. En el envaramiento, en las crispaciones, en los dolores de los musculos de la espalda, de los miembros, del diafragma, y también los de la cara y los del sexo, se revela toda la historia de la persona, desde su nacimiento hasta e| dia de hoy. Desde los primeros meses de su vida, usted ha reaccionado ante presiones: "Ponte asi, ponte as. No toques eso, no toques aquello. No toques...” Usted se fue plegando como podia. y para conformarse, tuva que deformarse. Libérese de la programacion de su pasado: una mujer le cuenta su experiencia personal y profesional y le propone una anti-gimnasia. No una doma forzada del cuerpo-carne, del cuerpo considerado como un animal al que es preciso disciplinar, sino movimientos a los que Thérése Bertherat llama premisas. Mediante estos movimientos, usted podré realizar un retroceso a través del tiempo de su vida y encontrar su verdadero cuerpo, armanioso, equilibrado y auténomo. \ THERESE BERTHERAT CAROL BERNSTEIN “AUTO CURACION ANTI GIMNASIA FEeCSSSCSCSSCSSSSSSSSSSSSESEEEEEESSESESE Titulo de la edicién original scLe corps a ses raisons» Traduccién Fabid Garcla-Prieto Buendia ‘Sobrecubierta Rolando. Memelsdoritidisehadores © Editions du Seuil, 1972 © Para ta edicién espatola de bolsillo Editorial Argos Vergara, S.A. ‘Aragon, 390, Barcelona-13 (Espafa) ‘Queda hecho el depdsito de acuerdo a a ley 13, Sa re DEDICATORIAS A la sefiora A., célebre abogado, que teme perder autoridad si abandona Ia rigidez de su nuca y la expre- sién agresiva de su rostro y que confunde la imagen de si misma con su imagen de marca. ‘Al almirante B., que sintiéndose disminuido al lle- gar la edad del retiro, ha aprendido a respirar, a man- tener alta la cabeza (y no la mandibula)... y ha creci- do tres centimetros. Ala seftora C., que se ha hecho Ia cirugfa estética de la nariz, de los parpados, de los senos, pero que vierte autenticas lagrimas cuando se da cuenta de que no puede hacerse la cirugia estética de la vida, ‘A D., que lleva su cuerpo para que lo cuiden del saismo modo que lleva el coche al garaje. «Haga usted Jo que crea necesario. Yo 1 quiero ocuparme de eso.» ‘Sin embargo, no tengo nada que decirle que él no sepa ya en él fondo de si mismo. Ala seforita E., virgen y martir, que se ha pasado cuarenta afc: afirmande que le gustarfa eliminar su ‘vientre, grueso como él de una mujer en estado de ocho meses, Siempre sonriente y amable, se niega, no obstante, a ¢fectuar los movimientos que !a librarian de dl, Ala sefiora F., que odia su propio cuerpo, afirma que adora los que no se parecen al suyo, pero sélo tra ta de humillarlos. 8 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES AG, que, cuando era una adolescente, supo cermar tan bien los ojos sobre si misma que, durante aos, Iegé a dormir dieciséis horas al dia. Con los hombros encorvados, la cabeza echada hacia atras, andaba por la vida come una sondmbula, hasta el dia en que, con los ojos desorbitados por la incredulidad, tropez en el espejo con una mujer avejentada, ‘Al conde de H., que considera que su salud es un vasunto de Estados, ya que se niega a admitir que pay dece una enfermedad si la Seguridad sucial no st hace cargo de los gastos. INTRODUCCION ‘SU CUERPO, ESA CASA QUE USTED NO HABITA En este momento, en é] Jugar preciso en que usted se encuentra, hay una casa que leva su nombre, Us- ted es su tinico propietario, pero hace mucho tiempo que ha perdido las llaves. Por eso permanece fuera y no conoce m4s que la fachada. No vive en ella. Esa casa, albergue de sus recuerdos més olvidados, mds rechazados, es su cuerpo. «Si las paredes oyesen.,.+ En la casa que es su cuerpo, si oyen. Las paredes que lo han ofdo todo y no han olvidado nada son sus misculos. En el envara- miento, en las crispaciones, en la debilidad y en los dolores de los misculos de la espalda, del cuello, de Jas piernas, de los brazos, y también en los de la cara y en los del sexo, se revela toda su historia, desde el nacimiento hasta el dia de hoy. siquicra darse cuenta, desde el primer mes de su vida reacciond a las presiones familiares, sociales, morales. «Ponte asi, @ asd. No toques eso. No te to- ques. Pértate bien. ;Pero, vamos, muévetel Date pri- sa. gAdénde vas tan de prisa...?» Confundido, s¢ plega- ba a todo como podia. Para conformarse, tuvo. que deformarse, Su verdadero cuerpo, naturalments armo- nioso, dindmico, alegre, se vio sustituido por un cuér- po extrafio al que acepta mal, que en el fondo de sf mismo rechaza. Es la vida —dice—. jQué le vamos a hacer!» eta kkk ak 10 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES Pues yo le digo que si, que se puede hacer algo y que Sélo usted puede hacerlo. Auin no es demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde para liberarse de la pro- gramacion del pasado, para hacerse cargo del propio cuerpo, para descubrir posibilidades todavia insospe- chadas. Existir significa nacer continuamente. Pero gcudn- tos hay que se-dejan morir un poco cada dia, integrin- dose tan bien en las estructuras de la vida contempo- rénea que pierden su vida al perderse de vista a si mismos? Dejamos a las médicos, a los psiquiatras, alos ar. quitectos, a los politicos, a los patronos, a nuestros €sposos, a nuestros amantes, a nuestros hijos el cul dado de nuestra salud, nuestro bienestar, nuestra s¢- guridad, nuestros placeres. Confiamos la’ responsabi- Tidad de nuestra vida, de nuestro cuerpo a Jos otros, a Veces a personas que no reclaman esa responsabili- dad, que les abruma, y con frecuencia a quienes for- man parte.de las instituciones cuyo primer objetivo consiste en tranquilizarnos y, en consecuencia, en re- primirnos, (¢¥ cudntas personas de toda edad existen Cuyo cuerpo pertenece todavia a sus padres? Hijos sue misos, esperan en vano a todo le largo de su vida el permiso para vivirla. Menores psicolégicamente, se rohben incluso el espectéculo de la vida de los de- ands, lo que no les impide convertirse en sus censores més estrictos.) Al renunciar a la autonomia, abdicamos de nuestra soberanta individual. Pertenecemos asia los poderes, @ los seres que nos han recuperado. Reivindicamos tanto la libertad precisamente porque inos sentimos esclavos; y los mds hicidos nos reconocemos como es- clavos-cémplices. ¢¥ c6mo podria ocurrir de otro modo puesto que nf siquiera somos ducfios de nues- tra primera casa, la casa de nuestro cuerpo? Sin embargo, es posible encontrar las laves de anrropucci6e it nuestro cuerpo, tomar posesién de él, habitarlo al fin, para hallar en él Ja vitalidad, la salud, la autonomfa a que tenemos derecho. éPero cémo? No, desde luego, consideranda el cuer- Po como una mfquina forzosamente defectuosa y molesta, como una maquina formada por piezas sepa- radas, cada una de las cuales (eabeza, espalda, pies, nervios...) ha de confiarse a un especialista, cuya autoridad y veredicto se aceptan ciegamente. No, des de luego, contentandose con ponerse de una vez por todas Ia etiqueta de «nervioso», «propenso a los in- somnios», «estrefiidos o «frdgil». ¥ no, desde luego, tratando de fortalecerse mediante la gimnasia, que no es mais que la doma forzada del cuerpo-carne, del cuer- Po considerado como no inteligente, come un animal al que es preciso disciplinar. ‘Nuestro cuerpo ¢s nosotros mismos. Somos lo que: parecemos ser. Pero'nos negamos a admitirlo, No nos atrevemos a miramos. Por lo demas, ni siquiera sabe- mos hacerlo. Confundimos lo visible con lo superficial. Solo nos interesamos én lo que no podemos ver. Lle- gamos incluso a despreciar e] cuerpo y a quienes se interesan por su cuerpo. Sin detenernos en la forma —el cuerpo —, nos apresuramos a interpretar el con tenido, las estructuras psicoldgicas, sociolégicas, téricas. Durante toda la vida hacemos juegos malaba- res con las palabras para que éstas nos revelen las ‘razones de nuestro comportamiento. ¢¥ si tratésemos de buscar, a través de las sensaciones, las razones del cuerpo? Nuestro cuerpo es nosotras mismos. El es nuestra nica realidad aprehensible. No se opone a la inteli- gencia, a los sentimientos, al alma. Los incluye y los alberga. Per ello, tomar conciencia del propio cuerpo significa abrirse el acceso a Ia totalidad del ser... pore que cuerpo y espiritu, lo psiquico y lo fisico, incluso. PSSSSSSSSEEESCESESESCESECEECEECEGEEEES EL CUERPO TIENE SUS RAZONES Ja fuerza y Ia debilidad, representan, no la dualidad del ser, sino su unidad, En ‘este libro trataré de exponer Jas interrogacio- nes y los métodos naturales de quienes consideran que el cuerpo es una unidad indisoluble, Propondré tam- bin movimientos que no embrutecen, sino que, al contrario, desarrollan la inteligencia muscular y exi- gen a priori la perspicacia de quienes los practican. Esos movimientos se originan en el interior del cuerpo; no vienen impuestos desde el exterior, No hay nada en ellos de mistico o de misterioso. Su objetivo no estriba en escapar del propio cuerpo, sino en evir tar que el cuerpo continie eseapindose de nosotros, y Ja vida con él. Hasta ahora, sélo hemos definide dichos movi- mientos por lo que no son: ni ejercicios ni gimnasia. Pero qué palabras pueden hacer comprender que el ‘cuerpo de un séry su vida son una y Ia misma cosa y que no vivir plenamente su vida si previamenté no ‘ha despertadé las zonas muertas de su cuerpo? Antes de redactar este libro, no me habia preocu- ‘pado nunca de encontrar la palabra, La prictica de los mowvimientos y su resultado me parecian una defini- cidn suficiente, A decir verdad, cuando me pregunta- ban qué era lo qué yo enseflaba, respondia: «Anti- gimnasia...» afiadiendo siempre que eso s6lo podia comprenderse mediante el cuerpo, a través de una experiencia vivida, ‘Pero un libro sdlo esta hecho de palabras. Enton- ces traté de inventar una para resumir lo esencial de esos movimientos, tinicamente conocidos hasta ahora por quienes los practicaban. Combiné en todos senti- dos una multitud de raices griegas’y latinas. Todos los resultados eran parcialmente apropiados, munca sulie cientemente satisfactorios. Y de pronto, un dia, un tér- mino que existia ya y que antiguamente habia servido como nombre comén, un término simple del que yo inrmopucci6n 15 ‘me servia con frecuencia, me soné justo, Premisa. Las Premisas. En consecuencia, llamaré Premisas a los movimientos que preparan el cuerpo —el ser en su totalidad — para vivir plenamente. A todo lo largo de este libro, y reunidas al final, se encontraré la descripcién de ciertas Premisas, gro- cias a las cuales se comprenderé que es posible dejar de desgastarse intitilmente, de envejecer prematura- mente, empleando, no diez o cien veces un exceso de energia, como se hace por regla general, sino sdlo Ja energia apropiada para cada gesto, ‘Asi podra usted permitirse el dejar caer las m4s- caras, los disfraces, las posturas afectadas, el no hacer ya de los nifios, descargarme de mis responsabilidades a su respecto, no significaba pre- tender encargarse de los tres, reducirnos a una imagen conformista de viuda y huérfanos débiles y agradeci- dos ante la autoridad que nos ha recuperado? Mas tarde me enteré de que los parientes de sus enfermos consiguieron que una callecita de los subur- ‘bios leve el nombre de «callején del Dr. Bertherat», Por fin un gesto que parecia justo, humano, Sin recursos ante la miscara sin cuerpo de la Autoridad, EL CUERPO FORTALEZA 33 proclamaban asi su malestar, porque, ciertamente, también ellos se sentian ea un callején sin salida. No recurri mas que a una persona, Suze L. me re- cibié en su despacho, una pequefia habitacién acol- chada que daa un jardin abandonado en Ja parte trasera de la casa. Sentada a mi lado, no me toca, Es- peraba a que yo pudiesc hablar. A través de una niebla ‘de imagenes, de recuerdos, yo buscaba la claridad de Jas palabras triviales. ¥ las encontré —Necesita trabajar. Carezco de recursos. —Si, si que los tiene. Si pudiera dedicarme a un trabajo como el suyo. Ya antes... —jEra eso lo que queria decirme? —Lo ha adivinado? No respondié. Cree que me seria posible? —lLa ayudaré, Primero hay que obtener un titulo, Y¥ tendré que aprender muchas cosas. —Pero zy lo que no se aprende? La serenidad. La paciencia. —Desengéfiese, Yo adquiri la serenidad, como us- ted dice, y eso era lo més dificil No consigo imagindrmela de otra manera. Antes yo era colérica, incluso violenta, —zAntes de trhbajai? —Antes de operarme. Sostenfa mi mirada. —Me han operado tres veces, Cancer de may {No en ese cuerpo s6lido y calido! Impasible que Ja muerte haya logrado entrar también en su cuerpo, ‘Me resbalaron las lagrimas a lo largo de la nariz. —Fue hace diez afios. Entonces todavia era. joven, Me Io tomé muy mal. Me sentia estropeada, también moralmente. No soflaba mds que en volver a ser como ITT TTT ee eee 36 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES antes. No me imaginaba que podia Jlegar a ser infini- tamerte mejor. Le dije que no comprendia, Entonces me explicd edmo, a partir de un cuerpo disminuido, se habia onstruido un cuerpo fortaleza. Después de su operacién, no podia toser, ni hablar apenas era capaz de respirar sin encentrarse mal. Pa decia dolores agudos y constantes en el hombro, en el brazo, en todo el lado izquierdo. Imposible echar el brazo hacia atris. «¢¥ qué necesidad tiene de echarlo hacia atrés? —le habfa respondide su médico—., ¢No Je basta con seguir viviendo?» Pero, sometida a la opresién de su cuerpo, no par- ticipaba ya en la vida. Se sentia como un ser aparte, humillada, castigada, sola con su dolor, Como un ani- ‘mal cafdo en una trampa, no vela otra manera de es- capar al dolor que corténdose la parte dolorosa, de- jandola tras ella. Al fin, un ‘dia, leyé un articulp firmado per L, Ehrenfried, Se hablaba en él del cuerpo, no como de una méquiina maléfica que nos tiene a su merced, sino como de una materia labil, maleable, perfectible. Se acordé entonces de que, algunos afios antes, se habia dirigido a la sefiora Ehrenfried, una especialis- ta en los problemas de la zurderia, porque temia con- trariar a su hija, que no sé decidia a ser «una verda- dera zurda>. La sefiora Ehrenfried la habia tranquilizado a pro- pésito de su hija, Luego habia sugeride a Suze L. que trabajase con ella. Creyendo que la sefiora Ehrenfried queria que Ia ayudase en las conferencias que daba a Jos padres de los nifios que trataba, Suze L. se nego y no volvié mas a su casa. Pero ahora pensé en volver a verla, a aquella mu- jer extraordinaria que, huyendo del nazismo en 1933, ‘se habfa encontrado en Paris con un titulo de dector ‘EL CUERPO FORTALEZA 7 én medicina inutilizable en Francia. Sola, s¢ habia dade cuenta de que su primer refugio era su propio cuerpo. Lentamente, habia madurado un método de lo que se vela obligada a llamar «gimnasias a falta de palabra mejor. Su reputacién de te6rico esclarecido habia corrido de boca en boca y ahora contaba con centenares de alumnes entusiastas, La sefiora Ehrenfried obligaba siempre a trabajar primero un lado del cuerpo y luego el otro, porque ha- bfa descubierto que, cuando un lado vive plenamente, el otro no soporta ya su inferioridad. Se transforma en disponible para ia enseSanza de su «mitad mejor Asi, a través del método de Ia sefiora Bhrenfried, Suze L, dejé de pensar unicamente en su lado mutila- do y se concentré primero sobre el lado normal. Al contrarie que en la gimnasia clisica, que trata de desarrollar misculos ya superdesarrollados, apren- did movimientos suaves y precisos que Ia ayudsron a desentrabar los muisculos, a liberar una energia que no $e conoefa. Aprendié que tenia un hombro, un bra- zo, un lado sanos y fuertes, Henos de posibilidades que nunca habia sospechado. Aprendié'a verse de manera, just jones, y a reconocer por fin las torpezas. que la sefiora Ehrenfried debio de advertir afios an- tes, cuando sugirié a Suze L. que trabajase con ella. Porque no la habia visto come asistente, sino como alumna, Suze L., que nunca se habia planteada cuestiones sobre su propio cuerpo antes de que se hubiese con- vertido para ella en una fuente de dolores, se dio cuen- ta de que hasta entonces habia respirado de una manera superficial y entrecortéda.’ Retenfa el aliento Jo mismo que acostumbraba a retener sus emociones, su célera, Resignada desde hacia afios a no saber na- dar, se atrevié por fin a confiar su cuerpo relajado al agua profunda y descubrié que sabia nadar y encon- FFF Gt U FBC k kb 8 38 ‘EL CUERPO TIENE SUS RAZONES trar placer en la natacién. Antes inhabil, incapaz de fregar los cacharros sin romper un vaso © de llevarse una taza de café a la boca sin verter una parte, sus gestos se hicieron seguros, fluidos. ‘A través “de varios meses de trabajo preciso ¢ in- tenso, comprendié que su «lado buena» era mejor de Jo que ella crefa. Pero sobre todo descubrié que su hombro sano estaba unido por nervios, por misculos, al hombro delorido, que sus costillas estaban unidas fa una columna vertebral cuyas vértebras se hallaban todas articuladas entre sf, Se dio cuenta, en fin, de que quella energfa, aquella corriente de bienestar que sen- tia animar su lado buena podian, debian pasar al lado herido, al que era preciso no abandonar por mucrto, sino forzarlo a vivir como jamés habla vivido ante- tiormente. Al principio, su carne dolorida se resistia, temien- do nuevos suirimientos, fingiendo querer permaneoer aparte, fuera de la unidad del cuerpo. Pero se obsti- nd, ¥ Pronto su cuerpo, consciente de sus pequefios progresos, cobré confianza. Incluso le dio la impresion de que el cuerpo se adelantaba a la voluntad que ella le imponia, Pronto fue el mismo cuerpo el que parecié tratar de restablecer su unidad, el que parecié saber mejor que ella cémo actuar. ‘—Me dediqué a ayudar a todos los grupos, cinco © seis diarios. No hacia otra cosa, Mis pies, mis pier- nas, mi columna vertebral, mi respiracién, todo esta- ba por hacer, ¢Sabe? Resulta largo construir un euer- po que reconoce su fuerza. —¢Y ahora? —Contimio trabajando todos los dfas. Ensayo en im{ misma los movimientos que ensefio a mis alumnos. Tenge que comprenderlos con mi cuerpo antes de en- sefiarlos a otros cuerpos. Como todos los convencides, mi cuerpo quiere predicar lo que sabe, Pero a veces... EL CUERPO FORTALEZA 39 Descubriré usted que su nuevo oficio no se aprende en los libros, Su voz se torné mas dulce todavia. —Es un oficio terriblemente exigente. Un oficio anotador. Por aquel entonces no comprendi. bad eee teat t tat taut i 3 LA SALA DE MUSICA, Con treinta y seis aiios, estudiante retrasada, me inseribi en una escuela para obtener un titulo. Las alumnas temfan|a la directora que, sepxin se decia, ha- bia sido enfermera de ambulancia durante la guerra del 14. Cuando-me presenté, la mujer, alta y angulo- sa, 5€ acercé a mi, me golped enérgicamente en el hombro y me declaré rudamente: —No hablaremos sobre lo que le ha ocurrido. En ella encontré una aliada generosa que trabajé duramente para que yo consiguiese el éxito. ¥ me dediqué a aprender lo que hay bajo nuestra envoltura ; los huesos, con su ntimero increfble de en- talladuras, de tuberosidades, de tubéreulas ; los mdiscu- Jos, un ovillo de cintas que habia que desenrollar, bus- cando todos sus meandros; la complicada red de los nervios. Todo ello dibujado con gran propiedad, sir- viéndose de un cadaver, en los tomos del Rouvitre de que se habfa servido mi marido durante sus primeros afios de medicina. E] lenguaje me era familiar, pero a veocs me cos taba trabajo comprender que esos disefios estereati- pados, técnicos como los de una méquina, correspon- dian a la realidad de un cuerpe viviente, que concebla ahora siempre en movimiento, cargado de energia; una unidad y no un ensamblaje de piezas diversas. Peete eee UF FFF FUR b kkk 8S 42 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES Una tarde, interrumpf stibitamente Ia lectura y Mamé a la seiiora Ehrenfried —Venga mafiana a mi clase de las cinco. Venga con diez, minutes de adelanto. Colgué, impresionada por la musicalidad de su voz, con un ligero acento aleman. Al dia siguiente, descubri a una mujer de cierta edad, ancha, sélida, de hermoso y corte pelo blanco. Su aguda mirada se posé en la parte superior de mi rostro. —Cref que seria usted rubia. —2Cémo dice? —Tiene usted voz de rubia. ‘Al fondo de la espaciosa y clara habitacién, con vis- tas sobre el cementerio Montparnasse, habia un in- menso piano de cola. Y por todas partes, allombras de vivos colores, ¥ flores, una superabundancia de flo- res, sobre el piano, en floreros colocados en el suclo por todos los rincones de la sala, Se volviéy —Perdéneme un momento. Siéntese. Pero no habia ninguna silla. Cuando regresé, me excuisé por haber egado demasiado pronto. —Quiza desea usted preparar su leccién... —Numca preparo mis lecciones. Hay que trabajar de acuerdo con los participantes. Basta con mirarlos para ver lo que necesitan. Una leccién preparada de antemano supone una leccién fallida de antemano. —gPero cémo se puede ver? —Hay que aprender primero a verse, después a ver a los otros y, por tiltimo, ayudarles a verse. En eso se resume una gran parte del trabajo para el que usted se prepara. 2Y los ejercicios? —ZLos qué? Su voz habia subide una octava. No me atrevi a repeticle la pregunta, LA SALA DE MdsICA “ —Esa palabra no existe én mi vocabulario y no debe existir en el suyo si pretende realizar un buen trabajo. Y luego, como si le importase que desaparecieran para siempre las falsss ideas que yo pudiera haber adquirido, me miré fijamente y se janzé a una expli- cacién del Fundamento de su método, Aqui no hacemos jams la repeticién mecdnica de un movimiento, Forzar a un cuerpo a actuar en con- tra de sus reflejos inconscientes no sirve para nada, para nada duradero. Tan pronto como Ja atencién fla- ‘quea, el cuerpo vuelve a sus antiguas costumbres. La. explicacién escolar se olvida inmediatamente. Noso- tros tratamos de converiir en perceptible para la sen- sacién lo que hay dé defectuose en las actitudes y en Jos movimientos cjecutados involuntariamente y desde ‘tiempo atrés. Lo que buscamos es la experiencia sen- sorial del cuerpo. ¢Se ha dado cuenta de que no hay nningin espejo en mi casa? En las paredes, estanterias repletas de viejos libros -eacuadernados, de titulos alemanes, de partituras mu- sicales. El alumno debe descubrirse, no desde el exte rior, sino desde el interior de sf mismo. No debe con tar con los ojos para descubrir lo que hace su cuerpo. Teda la atencién debe centrarse sobre e] desarrollo de sus percepciones no visuales. De todas maneras, los ‘ojos s6lo ven lo que se encuentra ante ellos. Asent{ con la cabeza para indicar que la segula pero no me miraba. —Cuando ¢} alumno consigue al fin tomar concien- ia de Ja torpeza de un movimiento o de la inmovilidad de una parte del cuerpo, experimenta un sentimiento desagradable, casi de malestar, Su cuerpo desea apren- der una mejor manera de moverse, una mejor postu- ra. A nosotros nos teca proporcionarle la ocasién de crear nuevos reflejos que le permitan el rendimiento FFF eee tT U UTR Uk Fb kk ES “4 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES. maximo al que aspira. Porque el cuerpo estd construt do para funcionar al maximo. En caso contrario, s¢ deteriora. Y no s6lo los misculos, sino también los Srganos internos. Pero todo esto lo veré con mayor claridad més tarde, Basta con escuchar. —La escucharé, sefora Ehrenfried. Ne le servird de nada si no permanece también a Ja escucha de su propio cuerpo. . Llamaron a la puerta. Entraron varias personas de edades diversas, En conjunto, éramos una docena. Mis tarde supe que algunos de ellos eran kinesiterapeutas clisicos, insatisfechos de los resultados que obtenfan con sus pacientes: habfa también un médico acupun- tor, una maestra de minusvilidos mentales y dos per sonas con el cuerpo visiblemente deformado que ve- nian a reeducarse a s{ mismas. La sefiora Ehrenfried trajo un taburete de la en- trada y se senté. —Desperécense, No me thovi. No sabfa qué hacer, —iVamos! Desperécense cn todos los sentidos, como les apetezca. Como-un bebé, como un gato. No resulta facil desperezarse cen frfo». Cuando era nifia, me prohibian desperezarme, sobre todo cn la mesa. La sefiora Ehrenfried acudié en mi auail —Inclinense ligeramente hacia adelante. Levanten, sun poco los brazos hacia adelante. Piensen que toda Ja parte superior de su cuerpo se estira hacia el cielo. Ahora doblen, levemente, las rodillas. Los muslos, las piernas se estiran hacia Ia tierra. Imaginen que la cin- tura. es la frontera entre el cielo y Ia tierra. ¢¥ la es- palda? jAdvierten que sé estira? ‘Meneé Ia. cabeza, pero ella no esperaba ninguna res: puesta, —Ahora, échense boca arriba, por favor. Pensé que, aun de pie, Hendbamos ya suficiente- mente la habitacién, Los otros sc las arreglaron lo me- LA SALA DE mdsiCA a5 jor que pudieron, creindose mimiscules territorios ‘sobre las alfombras de colores. Sélo yo continuaba de Pie, arrinconada contra el piano. ‘ "No es usted tan alta como se imagina. Meta la cabeza debajo del piano. Asi tendré espacio suficiente. ‘Asi empezé una leccién durante la cual descubri que mi euello, que siempre habia crefdo largo y, en consecuencia, elegante, estaba en realidad rigido, sin cia. ee tina ver acosteda boca arriba, la sefiora Ehrentried me pregunté si sontia el peso de mi cabeza sobre el suelo. Estaba a punto de responder que naturalmente, puesto que sabia muy bien que la cabeza era pesada; incluso me habsan ensefiado que el peso medio de una cabeza oscila entre los cuatro y los cinco kilos. Pero vacilé. Me tomé el tiempo suficiente para darme cuen- ta de lo que experimentaba y averiglié que apenas sen- tia el peso de mi cabeza sobre ¢] suclo. Todo el peso de la cabeza se sostenia en la nuca. Me dijo entonces que permitiese a mi cabeza convertirse en una man- zama que cuelga al extremo de una rama. Siempre sen- tada en su taburete, a tres metros de mi, me ayudaba simplemente con sus palabras a sentir oémo la man- ana se volvia mas pesada y la rama més flexible. Me transmitié la sensacién de que mi nuca comen- zaba, no ya a la altura de los hombres, sine entre los omoplatos y que podia doblarse hacia adelante como el cuello de un cisne, Me gustaban esas imagenes anticuadas y sencillas, que atraian toda mi atencién hacia la parte del cuerpo de que se trataba. Mas tarde, con mis propios grupos, cuando me servia de ciertas versiones de esos movir mientos para ayudar a mis alumnas a relajarse, tra- taba de no utilizar imés que palabras, de no tocar a amis alumnos y de no demostrar los movimientos. No queria que me imitasen ni que sus cuerpos obedecie~ sen a las’presiones de mis manos, sino que lograsen etka katate a taka) 46 EL CUERPO TIENE SUS RAZONES por sf mismos el descubrimiento sensorial de su cuer- po. «Si se ve obligada a tocar, cs que no es capaz de indicar», decfa la sefiora Ehrenfried. Pero las palabras son tambidn cuestidn delicada. St la sefiora Ehrenfried me hubiera anunciado simple- mente: «Tiene usted la nuca rigidas, no la hubicra creido, porque encontraba muy bien mi nuca en su posicién habitual, Y si me hubicra dicho que me pre- paraba contra los golpes que esperaba o que me ne- gaba a conceder a mi cabeza su justo peso porque, hasta unas semanas antes, habia contade con otra cabeza que pensase por mf, hubiera desoido sus obser- vaciones. © bien me hubieran atemorizado sus percep- ciones, quizé demasiado acertadas. Decididamente, las imagenes sencillas, relacionadas con la naturaleza, son de gran utilidad en la medida en que permiten reco- rrer el propio camino hacia las realidades del compor- tamiento psiquico y corporal. En el transcurso de aquella primera leccién empe- cé a comprender que los movimientos que nos Indicae ba tenian una finalidad. Como notas de musica que se aGaden unas a otras para formar una gama, los mo- vimientos de la cabeza, los hombres, los brazos, las caderas, las jpiernas, se desarrollaban, revelando al cuerpo la. interdependencia de sus miembros. Qtro de los alumnos, un joven compositor que ha- bla estudiado con ella durante varios afios, llevaba ain amis lejos Is analogia musical. Decia que sus lecciones Je recordaban las lecciones de armonia. «Armonias, carmonioso»..., palabras que casi carecian para mi de sentido a fuerza de emplearlas para describir tantos estados anodinos. Pero, para él, el términe ! Y ese peligro que presenti con ocasién de mi pri mera clase... no surgirfa de la memoria? Desde mis primeras experiencias profesionales, y a través de afios de trabajo, he comprobado que cada nuevo alumno tiene de su cuerpo una conciencia par- cial, fragmentaria: *Cada pie marcha por su cuenta», sé dice cuando uno pretende burlarse de alguien. Ahora bien, en la 1, W, Reich, La Fonction de Forgasme, Paris, L'Arche, 1970, pégina 236,

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