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2 El misterio del dinero En el discurso popular, la palabra dinero ttene dos significados muy distintos. Decimos a menudo que al- guien «esti haciendo mucho dinero», en el sentido de que ese alguien obtiene unos ingresos; no hemos queri- do significar que tenga una imprenta en el sétano, fun- cionando toda la noche para fabricar billetes verdes. En esta acepcidn, dinero es sinénimo de ingresos o rentas; alude a un caudal, un influjo semana a semana 0 aio tras afio. También decimos que alguien tiene dinero: en su bolsillo, o en la caja de seguridad de un banco. En este sentido, dinero se refiere a un activo, una partida de la fortuna total que uno tiene. O, dicho de otro modo, la primera acepciGn describe una partida de una cuenta de pérdidas y ganancias, mientras que la segunda alude a una partida de un balance En este libro intentaré usar la palabra dinero, exclusi- vamente, en la segunda acepcién, es decir, como concep- to de un balance. Y digo que «intentaré» porque, al ser tan ubicua la utilizacién de la misma palabra para hablar de ingresos 0 rentas, ni siquiera yo, que desde hace lus- tros tengo presente la importancia de distinguir entre esos dos usos, puedo garantizar que alguna vez no caiga en utilizarla bajo aquella primera acepcién. Una de las razones de que el dinero sea un misterio tan grande para muchos es el papel que juega el mito, la m4 ficcién o la convencién. He empezado este libro con el capitulo sobre el dinero de piedra, precisamente para ilus- trar ese punto, Otra manera de subrayar el mismo punto, y quiza més vinculada con la experiencia cotidiana de todos nosotros, seria comparar dos rectingulos de papel u de las mismas dimensiones. El uno es mas o menos verde G por detras y tiene un retrato de Abraham Lincoln en el a anverso, donde figuran ademas cuatro cincos, uno en cada g esquina, y algunas leyendas. Estos trozos de papel pue- a den cambiarse por determinadas cantidades de alimentos, a vestidos y otros articulos, Mucha gente estara dispuesta ta a entrar en esos trucques. a El otro trozo de papel, recortado, digamos, de una revista ilustrada, quiz tenga también un retrato, unos nit Ps meros y unas leyendas en el anverso. Hasta es posible fi que cl reverso también sea verde. Pero sélo sirve para en- ve cender Ja chimenea. x eDonde esta la diferencia? Las leyendas impresas en el de billete de cinco délares no la explican. Sencillamente dicen bi be «Federal Reserve Note / The United States of America / Five be Dollars», y en letra mas pequetia: «This note is legal tender in Re Jor all debts, public and privates. Hace no muchos aios, to Ee entre donde dice «The United States of America» y donde bi bs dice «Five Dollars» decia «will promise to pay, es decir, ge e «se comprometen a pagar». éSignificaba eso que el gobier- m be no daba algo tangible a cambio del papel? No, significa- a ie ba sdlo que, si acudia usted a una oficina de la Reserva nm Federal y le solicitaba al cajero que hiciese honor al com- promiso, éste le entregaria cinco pedazos de papel igua- lic les, éstos con el numero uno en lugar del mimero cinco, so y con un retrato de George Washington en vez de Abra- a ham Lincoln. $i entonces le pidiera usted al cajero que in pagase ef dolar representado por cada uno de esos trozos a de papel, le daria monedas, y si usted las fundiese (aun- bi que esti prohibido hacerlo), no conseguiria un délar por cc 25 la venta del metal. Con Ia redaccién actual —omitidas las palabras «se comprometen a pagarr— ya no da pie al equi- voco anterior, lo que no significa que quede mas claro. El rétulo en letra pequena, donde dice que «este bi- Ilete es de curso legal para el pago de toda deuda publi ca o privada», expresa que el gobierno aceptara los tro: zos de papel en descargo de los impucstos y otras obli gaciones que se le adeuden a él, y que los tribunales los Considerarin vilidos como descargo de cualquier deuda cifrada en délares. Pero, épor qué deberian ser aceptados también por personas privadas en transacciones privadas, a cambio de bienes o de servicios? La respuesta mas breve —y la correcta es que las per- sonas privadas aceptan esos pedazos de papel porque con- fian en que otras lo harin también, Los pedazos de papel verde tienen valor porque todos creen que tienen valor. Y todos creen que lo tienen porque, segiin la experiencia de todos, lo han tenido antes... exactamente como pasa- ba con el dinero de piedra del capitulo 1. La nacién apenas podria funcionar sin un medio de intercambio comin y gencralmente admitido (0 con cier- to numero, siempre pequefio, de tales medios). Ahora bien, la existencia de un medio de intercambio comin y generalmente admitido depende de un convenio: todo nuestro sistema monetario debe su existencia a la acepta- cién mutua de lo que, mirado desde cierto punto de vista, no es mas que una ficcidn. No se trata de una ficcion fragil; al contrario, la uti- lidad de una moneda comin es tan grande, que las per- sonas tratarin de seguir manteniendo [a ficcion incluso bajo las provocaciones mis extremas. Pero tampoco ¢s indestructible. La frase «no vale un Continentals nos re- cuerda cémo fue destruida por la excesiva cantidad de billetes que emitid cl Congreso Continental para finan- iar la guerra de Independencia. % Las numerosas inflaciones que han ocurrido en ta his- toria, bien sean moderadas, como las mids recientes en los Estados Unidos, Gran Bretatia y otros paises adelantados, 6 galopantes, como las también recientes en los paises de Sudamérica y Centroamérica, 0 como las hiperinfla- ciones que se produjeron después de la Primera y la Se- gunda Guerras Mundiales —y atin podriamos recordar otras anteriores y remontarnos a [a antigiiedad grecorro- mana—, han demostrado la solidez de la ficcién y, por via indirecta, su utilidad. Es preciso que ocurran infla- jones gravisimas, con indices expresados por dos digitos ‘9 mis durante varios afos, para que la gente deje de usar ese dincro que se devalia tan ostensiblemente. Y aunque se picrda la fe en la ficcidn, los pueblos no retoman al trueque primitivo, sino que prefieren adoptar una mone- da sucedinea. En’ muchas inflaciones historicas se ha re~ tornado al metal en especie, oro, plata 0 cobre, pata reem- plazar la moneda, 0, como sucedio durante la guerra de Independencia, se ha admitido la citculacién de mone- das extranjeras. Incluso puede ocurrir que las personas no abandonen por entero el papel, y que teconozcan la vali- dez de otros billetes a los que no haya afectado una emi- sion excesiva. La guerra de Independecia, acontecida hace mas de dos siglos, y la Revolucidn rusa de 1918, nos proporcio- nan dos ciemplos especialmente reveladores. El Congre- so Continental emitio demasiados billetes; en consecuen- Gia, ya no podia cumplirse el compromiso de la reden- cién en especie y nadic aceptaba esa moneda, a no ser a punta de pistola. Por otra parte, algunas de las trece co- lonias originarias emitieron su propio papel moneda, aunque en cantidades limitadas, y ése si continue siendo admitido, y circulaba junto con diferentes monedas ex- tranjeras. Mas sorprendente todavia es el ejemplo de la Revolucidn rusa de 1918, a la que siguié una hiperinfla- | cic cic vie bie pr co ne da ya ott bil pu: nei pu: das cue zar nes sid: gan de co sun sod can mo vue des: org: n cign de magnitud incluso mis grande que la norteameri- cana. En 1924, cuando termino la inflacion y se estable- Gia un nuevo sistema monetario, se cambiaba un rublo Chervorts nuevo ipor cincuenta mil millones de rublos viejos! Esos rublos viejas eran los que habia cemitido el nuevo reamen sovidtico, Tambien existian ain en illetes Tos ru- blos viejos de los zaristas. Teniendo en cuenta la escasa probabilidad de que regresara ningin zar para redimir el Pompromiso impreso en los Tublos zarists, llama mucho Ir atencidn el hecho de que fuesen aceptados como di- nero sucedineo, conservando ademas su antigua capact- dad adquisitiva, Y la conservaban_precisamente porque ya no existia ningdn gobierno zarista que pudiese emit Ytros nuevos, y por tanto circulaba una cantidad fija de billetes. ‘Durante la hiperinflacién alemana que sobrevino des- pués de la Primera Guerra Mundial, la moneda suceds pea estuvo representada por billetes de otros paises. Des- pads de ka Segunda Guerra Mundial, las autoridades alia ves de ocupacion consiguieron controlar rigidamente las cuestiones monetarias, como parte de su intento de for- sar controles de precios y de salarios. En estas condicio- hes era dificil recurrir al dinero extranjero. Pero la nece- wend de una moneda sucedénea eta tan grande, que Tle- gaton 2 utilizarse como tales los cigarilos y las botellas aeoages en esta funcidn alcanzaban un valor econémi- co muy superior a su valor intsinseco en tanto que con- sumibles. En 1950 vivi personalmente uno de los limos epi- sodios de este uso de los cigartillos como moneda de votnbio, Para entonces s¢ habia restaurado la estabilidad onetagia en Alemania, y el marco aleman de papel habia vuelto a ser ef medio comin en circulacién, En un viaic esde Paris, donde pasé algunos meses como asesor del brganismo estadounidense encargado de Ta administracion 28 del plan Marshall, con destino a Frankfurt, entonces ca- pital provisional de Alemania y también base de las au- Toridades estadounidenses de ocupacién, me vi precisado a repostar el depésito de mi «cuatro-cuatro» (un pecue- ho utilitario de la marca Renault). Entonces me di cuen- ta de que no levaba marcos, aunque iba a recibir una asignacién tan pronto como Ilegase a Frankfurt. Si Meva- ba, en cambio, dolarcs, francos franceses y libras esterli- has. La Fra alemana que lend mi depésito, sin embar- 20, no quiso aceptar en pago ninguno de estos billetes, Giciendo que no seria legal. Finalmente me pregunto si haben Sie keine Ware?» (weticne usted algo de mercancia?»). Y nos pusimos amigablemente de acuerdo cuando le di tun carton de cigartillos (que me habia costado un délar en el economato norteamericano de Paris... recuerde el Tector que esto sucedia hace muchos afos) a cambio de tuna gasolina que ella misma habia valorado en 4 déla- fer al cambio oficial del marco, pero que yo podria ha- ber adquirido en el economato americano por un délar. Desde el punto de vista de cla, obtenia cuatro délares de cigarrillos a cambio de cuatro délares de gasolina; desde cl mio, yo habia obtenido gasolina por valor de fun délar a cambio de los cigarrillos que me habian_cos- tado un dolar. Y todos contentos, por consiguiente. Pero, como solia yo preguntar poco después a mis alumnos, idénde habian quedado los otros tres délares? ‘Conviene afadir que pocos aiios antes, con anterio- ridad a la reforma monetaria de 1948 —realizada por Lud- wig Erhard, que fue el primer paso de la notable recupe- Teen econdmica de Alemania en la posguerra, un car ton de cigarrillos se habria valorado en una cantidad de marcos muy superior a la que habria podido cambiarse por cuatro délares al tipo oficial entonces vigente. En tanto que moneda, los cigarrillos circulaban entonces por paquetes, o incluso sueltos, ya que un cartén representa- tT tia an ma cor era me cof en lab <08 ror un tru 29 ba una denominacion excesivamente alta para la mayo- ria de las compras corrientes. Los extranjeros expresaban a menudo su sorpresa cuando comprobaban que los ale- manes eran tan aficionados a los cigarrillos americanos como para pagar precios fantisticos por ellos; a lo que ca preciso explicarles: «No son para fumar, sino para co- merciar con ellos» Como sugiere el ejemplo de los cigarrillos (0 el det cofae), son extraordinariamente diversos los articulos que en un momento u otro han servido como dinero. La pa- labra «pecuniariow procede del latin pecus, que significa covejar y nos recuerda que en algin tiempo éstas sirvie- ron como moneda. Pucde citarse también el dinero de sal, la seda, las pieles, el pescado ahumado, el tabaco, in- cluso las plumas 0, como hemos visto en el capitulo pri- mero, In piedra. Las cuentas y abalorios, 0 las conchas, como en los zampun de los indios norteamericanos, son monedas muy difundidas entre los pueblos primitivos. Los metales el oro, la plata, el cobre, el hierro, el es- taiio— han sido la forma mas utilizada en los paises avanzados, hasta el triunfo del papel y de la pluma del contable (aunque en China, hace mis de mil anos, hubo también un breve periodo de circulacién de papel mo- neda). {Qué determina la aceptacién de un determinado ar- ticulo cn calidad de dinero? A esta sencilla pregunta no podemos dar ninguna contestacién generalmente valida. Sabemos que, con independencia de cémo haya nacido el habito de usar tal o cual producto como dinero, ese habito acaba por adquirir vida propia y, sencillamente, crece y se generaliza. Tal como observé en el siglo xix el gran Walter Bagchot, editor del periddico inglés The Eco- omisi, en su obra macstra Lombard Street: «El crédito es tuna potencia que puede aumentarse, pero no puede cons- truirse» (1983, p. 69). Sustituyamos «crédito» por «uni- 30 i dad de cuenta» o «dinero» y tendremos la misma idea expresada en los términos que utilizamos aqut. ‘Ahora estamos mas cerca de poder dar una respuesta de razonable generalidad a otra pregunta distinta, pero fn el fondo mas importante: Qué determina el valor, tn términos de bienes y de servicios, del articulo que ha Hlegado a ser aceptado como dinero, cualquiera que sea? ‘Cuando la mayor parte del dinero consistia en plata uw oro, w otro articulo dotado de aplicaciones no mone- farias, o tepresentaba la promesa constitucionalmente an tina’ de ctnje por tna cantidad determinada de aquellos Srticulos, surgid la falacia «metalistay que postulaba que “fégicamente, es esencial que la moneda consista en uA ginero necesario, o esté “cubierta” por una determinada Brntidad de l, de modo que la fuente légica del valor de cambio o poder adquisitivo de la moneda sea el va~ Tor de cambio 0 cf poder adquisitivo de aquel género, con independencia de su funcion monetariar (Schumpeter 1984. p. 288). Con los ejemplos del dinero de piedra de Yap, de los cigarillos en Alemania después de la Segun- da'Guerrn Mundial, y del papel moneda que se fabrica hoy dia, queda bien claro que esa opinién «metalistay es ‘ung falacia, La utilidad de un articulo para su consumo © para cuaiguier ota aplicacion no monetaria habré de: Sempesiado cierto papel en la eleccién de ese articulo pass sett como dinero (aunque el ejemplo del dinero de pie- dna de Yap indica que no siempre tiene por qué set asi) Pero, una vez adquirida la categoria de dinero, son otros frcteres, evidentemente, los que afectan a su valor de Cambio. El valor no monetario de un articulo jamés es tuna magnitad fija. La cantidad de quintales de trigo, 0 de pares de zapatos, o de horas de trabajo que. pueden permutarse por una onza de oro, no es una cifra cons pate, Todo depende de los gustos, de las preferencias y de las disponibilidades relativas. La monetizacién del oro, a pongamos por caso, tiende a alterar la cantidad de oto disponible para otras finalidades, y de este modo varia la cantidad de bienes que una onza de oro puede comprar. Como veremos en el capitulo 3, donde analizaremos los efectos de la desmonetizacién de la plata en los Estados Unidos en 1873, la demanda no monetaria de un articu- lo utilizado en calidad de moneda tiene una repercusion importante sobre su valor monetario, pero también es cierta la reciproca: la demanda monetaria influye sobre el valor no monetatio. Para lo que nos interesa de momento, podemos faci- litarnos el propdsito de desmitificar el dinero fijindonos en el convenio monetario que hoy constituye la norma comin, aunque histéricamente sea un caso muy especial: tun dinero puramente de papel, que no tiene pricticamen- te valor en si mismo como género. Que ese convenio sea la norma comun sdlo se cumple desde que el presi- dente Richard M. Nixon «cerré la ventanilla del oro», el 15 de agosto de 1971. Es decir, cuando puso fin al com- promiso, asumido por los Estados Unidos en Bretton Woods, de convertir en oro los délares en poder de cual- quier autoridad monetaria extranjera, al precio fijo de 35 dolares la onza. “Antes de 1971, y desde tiempo inmemorial, todas las mo- nedas principales estuvieron directa o indirectamente vincula- das con un articulo, Alguna ver. se deshizo ese vinculo fijo, pero, por lo gencral, ello slo sucedi6 en épocas de crisis Y, como escribid en 1911 Irving Fisher al sacar conclu- siones de estos episodios del pasado: «Casi invariable- mente, el papel moneda no redimible se ha evidenciado como una maldicién para el pais que recurrid a él» (1929, p. 131). En consecuencia, estos episodios se planteaban siempre como provisionales, y lo fueron. Pero el vinculo fue debilitindose poco a poco, hasta que por timo la decisién del presidente Nixon lo elimind. Desde entonces, 32 ninguna de las monedas principales tiene vinculacién al guna con ningin género material. Los bancos centrales, sin exceptuar el Sistema de la Reserva Federal estadouni- dense, todavia asientan en sus balances una partida de oro, valorada a un precio nominal fijo, pero eso no es mis que la sonrisa de un gato de Cheshire que ya desa- parecié. ‘Asi pues, écdmo se determina lo que uno puede com- prar con ese billete de dorso verde y valor nominal de Cinco délares que teniamos al principio? Como sucede con todos los precios, la ley de la oferta y la demanda es determinante, pero cuando decimos eso caemos en una tautologia. Una respuesta completa impone que nos pre- guntemos: Qué determina la oferta de dinero, y qué de- termina la demanda de dinero? Y, mis precisamente, équé es el «dinero»? En abstracto, el concepto de dinero esti claro: es cual- quier medio cominmente aceptado como pago a cam- bio de bienes y servicios... y aceptado, no a titulo de gé- nero consumible, sino como algo que representa un de- pésito temporal de capacidad adquisitiva, utilizable para adquirir otros bienes y servicios. Pero la contrapartida em- pirica de este concepto abstracto queda bastante menos Clara. Durante siglos, y mientras los medios principales de intercambio fueron el oro y la plata, los economis- tas y otros consideraron como dinero solo las monedas. Luego agregaron los billetes de banco, redimibles a peti- cin por oro o plata en metilico. Mas tarde, y de eso hace poco mas de un siglo, incluyeron los depésitos ban- carios pagaderos a la vista y transferibles por cheque. En la actualidad se publican regularmente en los Estados Uni- dos varios agregados monetarios, cada uno de los cuales podria contemplarse como la contrapartida empirica del dinero, y que van desde el dinero efectivo, que cs el total mis pequefio, al total de activos liquidos que responden ad Ly dad cua ned nier mo: sea (cor La de mer sup lo laa ca, pen neo los ten sior inac ena situ rede lico, duc Friec 33 a ciertas especificaciones, y que ¢s el agregado Hamado “L» por la Reserva Federal.* Bata dejar de lado estas cuestiones de gran comple}i- dad téenica, consideremos un mundo hipotético en el cual el nico medio en circulacién fuese el papel mo- eda, como nuestro billete de cinco dolares. Y, mante- tendo el paralclismo con la situacién actual, supondre: mos que la cantidad de délares de ese dinero circulante ne feterminada por una autoridad monetaria oficial (como, cn los Estados Unidos, la Reserva Federal) LA OFERTA DE DINERO El anilisis de la oferta monetaria, y en particular ef de sus variaciones, es sencillo en principio pero suma

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