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SOCIOLOGIA DE LA LITERATURA Antonio Sanchez Trigueros (director) TEORIA DE LA LITERATURA Y LITERATURA COMPARADA Director: Miguel Angel Garrido © Grupo de Investigacién de “Teoria de la literatura y sus aplicaciones”, de la Universidad de Granada © EDITORIAL SINTESIS, S. A. Vallehermoso, 34. 28015 Madrid Teléfono (91) 593 20 98 ISBN; 84-7738-442-8 Depésito Legal: M. 37.489-1996 Impreso en Espafia - Printed in Spain Reservados todos los derechos. Est4 prohibido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil, previstos en las leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicacién, integra o parcialmente por cualquier sistema de recuperacién y por cualquier medio, sea mecdnico, electrénico, magnético, electrodptico, por fotocopia © por cualquier otro, sin la autorizacién previa por escrito de Editorial Sintesis, S. A. INDICE Introduccién por Antonio Sanchez Trigueros ..........ssscseeceeeeeeeee Capitulo 1: EL ESPACIO DE LA SOCIOLOGIA LITERARIA ......eseeueeeeess 1.1. Cuestiones epistemoldgicas por Antonio Chicharro Chamo- Oe area sleet De ewe Oe ter ere haem ee ee Lift. Estado de comprensién, 11; 1.1.2. Naturaleza y fun- cién del hecho literario, 13; 1.1.3. El estudio social de la literatura, 16; 1.1.4. Sociologtas y teortas marxistas de la literatura, 21. 1.2. Primeras formulaciones por José Valles Calatrava ..........006.. 12.1. La voluntad sociolégica, 24; 1.2.2. El Romanticismo, 26; 1.2.3. La critica social rusa, 29; 1.2.4. Hyppolite Tai- ne, 30; 1.2.5. La funcidn del artista en la sociedad, 31; 1.2.6. El Positivismo, 33. Capitulo 2; LOS CLASICOS DEL MARXISMO v.sscseeececesecesseeaueeeeeceess 2.1. Los textos de Marx y Engels por Antonio Sanchez Triguero 2.2. Los clasicos rusos por Antonio Sanchez PUEIP CLO sez ec uisase ae 2.2.1. Georgy Plejanov, 44; 2.2.2. Vladimir I. Lenin, 47; 2.2.3. Leén Trotski, 50; 2.2.4. Acercamientos forma- Sistas, 52. 2.3. La Sociologia de la Literatura de Georg Lukacs por Sultana WialinGh Benstisatven Graken atten irene i) 2.3.1. La sociologia de las formas literarias. El joven Lubkdcs, 54; 2.3.2, Estética marxista y sociologta de la literatura, 65. Capitulo 3: LA CRITICA SOCIOLOGICA CONTINENTAL (RETF) W eae rene 3.1. La Escuela de Frankfurt por José Valles Calatrava ............ 3.11. Teorta estética, 81; 3.1.2. El arte como produccién, 84. 3.2. La critica marxista italiana por Carmen Martinez Romero... 3.2.1, Antonio Gramsci, 88; 3.2.2. Galvano della Volpe, 93. 3.3. Propuestas socioldgicas fronterizas ........6.00..0seeseeeceeerees 33.1. Jan Mukarovsky: la sociosemidtica por Domingo Sdnchez-Mesa Martinez, 98; 3.3.2. Erich Auerbach: 11 11 24 54 79 “2 87 98 marxista italiana”, es resumen muy comprometido de Carmen Martinez; la tercera, “Propuestas sociolégicas fronterizas”, la fir- 8 man Domingo Sdnchez-Mesa, Francisco Linares y Sultana Wah- non, que presentan, respectivamente, tres incitaciones precisas hacia la sociologia desde la sociosemiética, la estilistica y la nou- velle critique; y la cuarta, “La sociologia empirica”, y debida a Manuel Caceres, delimita adecuadamente los dominios mas estrictamente positivistas de este campo. El capitulo cuarto, La critica sociolégica continental If, complementa al anterior y des- taca tres de las propuestas que, venidas de Francia, han dado y siguen dando algunos de los mejores resultados metodolégicos €n este espacio critico: “E] estructuralismo genético”, presenta- do con transparencia por Francisco Linares, “La escuela althus- seriana , fecundo anilisis critico de Sultana Wahnén, y “La socio- critica”, utilisimo resumen también de Francisco Linares. El capitulo quinto, debido a M.2 Angeles Grande, es una pequefia monografia muy novedosa y documentada sobre critica inglesa y norteamericana, La critica materialista anglosajona. Para cerrar el trabajo, me parecié muy adecuado hacerlo con la poética baj- tiniana, Una teoria en expansion: La poética social dialégica del Circulo de Bajtin, porque, aunque ésta empezé a formularse a finales de los afios veinte, hoy es el camino socioldgico, muy transitado, que sigue abriendo las mejores perspectivas de and- lisis de la realidad histérica y de las realidades textuales. Las pdgi- nas que sobre ello ha escrito Domingo Sanchez-Mesa constitu- yen un ejercicio de sencillez sobre la dificultad y un brillante broche final. ¥ finalizo. No faltard quien diga que la Sociologfa de la Lite- tatura, sobre todo la de estirpe materialista histérica, estd hoy claramente superada, como algo que perteneceria a otra época. Sélo desde el desconocimiento de la realidad social contempo- ranea, sdlo desde una posicién puramente Oportunista, que asi- mila acriticamente los valores de esta Sociologia de la Literatu- ra a la caida del muro de Berlin y a la desaparicién de las dictaduras del Este de Europa, sélo desde ahi se le puede negar su evidente validez hoy. La dura realidad del mundo actual ava- la desgraciadamente mis palabras. Antonio Sdachez Trigueros 10 1 PL ESrPAC i) DE LA SOCIOLOGIA LITERARIA 1.1. Cuestiones epistemoldgicas «Sin duda, la teoria literaria es menos un objeto de investi- gacion intelectual por propio derecho, que una perspectiva espe- cial desde la cual se observa la historia de nuestra época». Terry Eagleton 1.1.1. Estado de comprensién Introducirnos en el conocimiento de los distintos saberes lite- rarios agrupados bajo la genérica denominacién de sociologia de la literatura nos obliga a efectuar unas necesarias precisiones ini- ciales con objeto de que el lector pueda establecer un eficaz didlo- go en su recorrido por las paginas que siguen. No obstante, adver- limos, no perseguimos en este momento ofrecer una exposicién de problemas teéricos con sus correspondientes soluciones, i por el contrario, plantear algunas cuestiones fundamentales y ela- borar un breve indice de problemas que iran hallando respuesta conveniente a lo largo de la lectura del libro. 11 La primera cuestién fundamental que deseamos dejar expues- ta desde el umbral mismo del libro, es la que concierne al esta- do de comprensién que en la actualidad aproxima a socidélogos, tedricos de la literatura, historiadores del pensamiento literario, etc. No resulta baladf, si tomamos en cuenta las palabras de Wellek que parafraseo a continuacién, hacer participe al lector e la conciencia que de ese estado de comprensién nos embar- ga. Afirmaba Wellek en el prologo de su Historia de la critica moderna (1969: 7) que la historia de la critica, lejos de ser un asunto de pura arqueologia, debia servir para iluminar y hacer posible la interpretacién de nuestra situacién actual, como a su vez sdlo se haria comprensible a la luz de una teoria literaria moderna. Asi pues, si toda explicacién y reconstruccién histé- tica se hace desde una conciencia teérica y en inevitable funcién de un tiempo presente, si ésta se elabora desde lo que hemos dado en Ilamar un estado de comprensién, debemos manifestar desde el principio el compartido y comtin rechazo actual de las posturas cientificistas que tan redivivamente han venido calan- do los estudios literarios —también, los estudios netamente socio- ldgicos bajo el nombre de sociologismo, corriente ésta que con- sidera su discurso cientifico superior, siendo suficiente para la explicacién total de la realidad— a lo largo de todo el siglo xx, siglo este que ha conocido la progresiva implantacién de un pen- samiento literaturolégico, esto es, ni esencial ni normativo y de orientacién cientifica, que alcanza su sentido en su propia base disciplinar, y no en el dominio literario que le sirve de estudio, Hoy dia, asi lo pensamos, el conocimiento cientifico no resulta por sf mismo un conocimiento superior ni, por lo tanto, la uni- ca forma valida y exclusiva de conocer. En este sentido, lo es atin menos el conocimiento cientifico oportunamente adjetivado y sustentado, ya sea sobre una base formalista, ya sea sobre una base contenidista. Por otra parte, tenemos una clara conciencia de la extrema complejidad del dominio de conocimiento que es la realidad social que llamamos literatura, lo que ha posibilitado el reco- nocimiento de la legitima existencia de los diversos paradigmas en que se asienta hoy el saber literario (semioldégico, socioldgi- co, psicoanalitico, fenomenoldgico, etc.), asi como la necesidad de poner en didlogo teérico dichos paradigmas para procurar avanzar cualitativamente en el proceso de construccién de un 12 saber complejo de lo que es una realidad, como dasimss sam mente compleja. Por esta razén, no reeerTBoReney vlna tencia de una explicacién «iltima» SEES ela mallee liceraria basada aisladamente en uno y otro de los i 8 ie en cuestidn. A partir de aqui el lector puede compren “ it ue este libro no esta escrito por socidlogos de la iar s ue logos o historiadores del pensamiento literario con a mapas manchadas de asepsia, y si, en cambio, por un grupo de p ap nas que, en fecunda spiawiceies cere ee Mitiece ‘ipa en mayor o menor medida de la sociologia den Cos literaria, de la teoria de la historia dena sna rialista (perspectiva cognoscitiva esta iltima en abso A eek bable en la trastienda de la historia del pensamisnte : i brando un nuevo horizonte teérico para el saber cada vez m complejo de las practicas sociales y literarias. Ea ts 9 Asi pues, la tarea que emprendemos aa e pace exposicién de unas teorias sociolégicas de la igetas eeiniat be en ese proceso que aspira a arrastrar y comprender ini ria histérica de este conjunto de teor{as, asi como a cuPe ee situacién tedrica presente mediante el copce EE ae dominio teérico por lo que respecta tanto a su rua eebnaiast hacer, indagando los marcos tedricos de 388 os ae seni) comunes y diferenciadores de las teorfas socio Selene cela tatura, su virtual funcionamiento histérico, etc.; a 0 es, a a la luz un balance o cuenta de resultados que el lector p utilizar convenientemente. 1.1.2. Naturaleza y funcién del hecho literario El hecho de haber afirmado que poseemos sonciensia dels extrema complejidad de la realidad literaria, nos oe ai P ag sal en buena ldégica, la cuestién de la naturaleza ela mis jaenibae direccién superadora de los referidos Blagpenuicatess nae tas y contenidistas al respecto. En este sentido, decir ve es hechos literarios son productos estéticos supone zeconere ce de un principio que son practicas histéricas, esto es, qu p cio no es transhistérico ni permanente o eterno. etn Afirmar, pues, que el hecho literario es una ee iin ca, supone el inicial y bésico reconocimiento tanto 13 tencia de un excedente social que hace posible dicha prdctica en determinadas sociedades, al no satisfacer la misma necesidades sociales primarias, como el reconocimiento de una ideologfa que hace posible su produccién (Matamoro, 1980: 59). Ast pues, el hecho de que aceptemos que la literatura es una actividad artis- tica, inutil a simple vista, no debe hacer suponer que por ser tal esté por encima de la historia; asi como tampoco debe hacer suponer que tal inutilidad y gratuidad aparentes lo sean en rea- lidad, ya que toda obra de arte vive sobre la materialidad de una mercancia, es decir, que integra utilmente el mercado de pro- duccién, consumo y circulacién, y esta destinada a ser produc- cién y reproduccién ideolégica, teniendo lugar sdlo en aquellas sociedades que han alcanzado complejidad econémica y, por tanto, complejidad de relaciones sociales y de representaciones de dichas relaciones (ibid, 60). Ahora bien, reconocida la naturaleza histérica de estas prac- ticas artisticas debemos plantear la cuestién fundamental de su especificidad, ya que, si bien todos los hechos literarios son hechos histérico-ideoldgicos, no todos los hechos histérico-ideo- ldgicos son hechos literarios. Pues bien, hemos de afirmar que el cardcter estético de un texto no puede establecerse en una esfe- ra abstracta de principios ideoldégicos, ni en la verdad 0 morali- dad de sus afirmaciones, ni en una aislada serie de ptocedimientos verbales, ni nicamente en los efectos que proporcione. Debe establecerse operativamente en unos elementos objetivos que existen tanto en el conjunto de estimulos verbales, forma dis- cursiva verbosimbdlica, como en quienes reciben y descodifican los mismos. En cualquier caso, el lector no debe olvidar la vie- ja discusién tedrica planteada acerca de la radical naturaleza lin- gitlstica o ideoldgica de los hechos literarios, pues esto le ayu- dard a comprender mejor ciertos excesos contenidistas de los que se habla en el libro y, dialécticamente, ciertos excesos for- malistas que han llenado el siglo XX, siglo que esta cerrandose con una suerte de superacién tedrica de tales excesos como ha planteado con claridad Sultana Wahnén (1991: 145-146): «Tipo especial de conocimiento o tipo especial de lenguaje, ésta es la oposicién fundamental que se establece en ambos enfo- ques én lo que se refiere al concepto de literatura. Pero esta niti- da distincién se empezé a hacer un poco mas confusa cuando los 14 enfoques lingilistico-semidticos empezaron a reparar en el com- ponente cognoscitivo del lenguaje literario (caso de Lotman y, en general, de la semidtica de la cultura), al mismo tiempo que los enfoques marxistas empezaron a reparar en el componente lingiiistico-semidtico del conocimiento literario». La exposicién minimamente satisfactoria de este radical enfren- tamiento tedrico daria para un libro. No obstante, no passage dejar de afirmar al respecto que, al tiempo que ae Rata Ge as posiciones tedricas de quienes basicamente han convenido y convienen en afirmar que la literatura es por excelencia un arte cerradamente verbal que se relaciona con la ideologia seguin determinadas circunstancias y opciones, resaltamos la existen- cia de otras perspectivas tedricas al respecto que vienen a consi- derar que la literatura no mantiene ningtin tipo de relacién ee la ideologia, como si se tratara de dos feahcaden Glensacts as, porque sencillamente es ideologia. Esta BaneTRSien.} pe que compartimos, no supone la desconsideracién de la dinamica estructura verbal del hecho literario —resulta oportuno recordar lo dicho hace afios por Gutiérrez Girardot (1968) acerca de que el andlisis sociolégico fundado en conceptos como cae Oo reflejo social y elaborado sobre la base de esquemas causa es Be esclarece en modo alguno el sentido y significacién sociales de una obra literaria, siendo el aspecto social de una obra, no el mundo social que la obra describe, sino la totalidad del a je literario mismo-, lo que justifica por otra parte la actualida tedrica de quien hace décadas considerara que la palabra era " fenédmeno ideoldgico por excelencia. Nos referimos a Bajtin. | partir de aqui, se comprende el actual momento de superacién tedrica aludido, tan claramente sefialado por, entre otros, Pozue- lo Yvancos (1988: 63-64): «La propia evolucién de la teoria lingiiistica ha venido en tlti- ma instancia a deshacer esa dicotomia —fértil en su momento, pero ahora falaz— entre acceso inmanente/acceso no inmanente. La des- cripcién adecuada de las propias estructuras textuales ha hecho ver que la lectura, la convencidn historico-normativa, o la investi- gaci6n socioldégica del hecho literario no podian PLAT BUNATSE, entre otras cosas porque tales fenédmenos no son “extrinsecos” a la len- gua literaria». 15 pj explencon denn ested de csp, claa ction lengua e ideologia estética at a ae explicacién del Proceso de cieniteerd y accién OF Ue fas practicas literarias, se est4 traduciendo en u '4JO tedrico que fanto renuncia al estatismo yala UE ies “tel Signo, como privilegia el enfoque dindmico, el concepto igh : to como signo integral y, consecuentemente, el estudio d i aspectos pragmaticos de ese proceso, Soaitisa Después de tan breves c as efectuadas acerca de la naturaleza y funcién del hecho lite- ] Tener de nuevas teorias que persiguen un saber complejo de la 3 as b Ss de unn 1.1.3. El estudio social de la literatura Una vez efectuadas las anteriores consid e€raciones sobre | 4 raleza tadicalmente social del fenédmeno |j Bet «La uni i nidad no es algo que, sin embargo, caracterice a esta disciplina (...) La llamada critica sociolégica o sociologia de la 16 literatura presentard tantas variedades cuantos conceptos de “sociedad” y de “sociologia” se manejen por sus cultivadores. Lo que hay de comin en todas ellas son las nociones socioldgicas fundamentales, 0, dicho de otro modo, la problematica caracte- ristica de esta disciplina: la discusién atafie a cuestiones como las instituciones, o la conciencia colectiva, las clases sociales, las ideo- logias, etc». Este rétulo, pues, mds que denotar con exactitud un tipo de estudio literario, sirve para sefialar en una direccién de contor- nos tan anchos como imprecisos en la que nos encontramos vie- jas teorias socioldgicas de base positivista, trabajos sociolégicos de base empirica, sociologias dialécticas de la literatura, estudios marxistas no propiamente socioldgicos, estudios sociocriticos, etc.; estudios estos ultimos que est4n aportando su esfuerzo en la construccién de un complejo e integral saber de una compleja realidad, como venimos afirmando. Por este motivo, y pensando en su eficacia defctica mas que denotativa, nos hemos decidido a aceptar el titulo de Sociologia de /a literatura al frente del libro, ya que si hubiéramos defendido y conseguido el de, por ejemplo, «El paradigma sociolégico de los estudios literarios», corriamos el riesgo de reducir en exceso el espec- tro de teorfas tratado, si es que nos dejébamos guiar por la carac- terizacion que Mignolo hace del citado paradigma, que en su caso hubiera soportado mejor el adjetivo de ‘marxista’ que el de ‘socio- l6gico’, pues, segtin expone dicho tedérico (1983), en el mismo las teorfas intentan responder a las preguntas que suscitan las relacio- nes entre el texto y la estructura social, siendo el concepto nuclear cl de ideologia, paradigma nutrido por dos tipos de teorfas: las que focalizan las relaciones entre la estructura del texto y la «estructu- ta significativa» (cita a Goldmann y a Ferreras) y las que ponen énfasis en la prdctica discursiva y en la produccién del texto (nom- bra a Macherey, Eagleton y Jameson). As{ pues, bajo la denominacién de sociologia de la literatu- ta se agrupan numerosas teorias que, partiendo de diferentes perspectivas y sobre distintos objetos, toman como esfera de su dispar atencién la relacién literatura/sociedad. Narciso Pizarro, por ejemplo, se refirié a ello en un interesante libro cuyo tftulo- bisagra es harto expresivo, Metodologta socioldgica y teoria lin- wiitstica (1979: 155-1 56): 17 «La sociologia es una de las disciplinas que tienen un estatu- to mds ambiguo en el campo de las ciencias humanas. Mientras que para algunos el término sociologia designa todavia el proyecto ~atin por realizar— de construir una teoria cientifica de los fené- menos sociales en la que lo politico, lo econdmico, lo cultural, lo lingiiistico, etc., no son mas que aspectos de una ciencia integra- dora, para los mas, la sociologia es una disciplina especifica, un sector limitado de las ciencias sociales. Esta disciplina se define entonces al circunscribir un objeto y/o al definir un método». En efecto, las discusiones acerca del estatuto cientifico de la sociologia, sin adjetivos, asi como sus problemas metodoldgicos y de determinacién del objeto, afectan a esa sociologia particu- lar que es la sociologia de la literatura al existir, en lo que insis- tiremos después, una relacién de dependencia disciplinar. No obstante, como razona Miguel Beltran (1991: 79 ss.), estos pro- blemas no son exclusivos de ella, sino que afectan en mayor o menor medida a todas las ciencias sociales, aunque en el caso que nos ocupa los mismos se presenten con mayor acritud. Por lo que concierne a la variedad de sociologias, expone (ibid., 81), ésta es el resultado histérico «de tener que habérselas con el obje- to mds complejo y duro de roer que imaginarse pueda. A saber: el hombre en su dimensidn social, hacedor y producto de la polis», lo que le lleva a defender la necesidad de un pluralismo cognitivo de base no ecléctica que primard, seguin la regidn del objeto realidad social a estudiar, el tratamiento cuantitativo, cua- litativo, histérico, comparativo o critico-racional (ibid., 94). No puede hablarse, pues, de la existencia de una sociologia de la literatura, tal como reconoce un sobresaliente cultivador de los estudios socioldgicos de base empirica, Robert Escarpit (1970: 43) al afirmar que hoy por hoy no resulta adecuado hablar de la existencia de una sociologia de la literatura, sino que debe sefialarse la existencia de un terreno que comienza a ser desbro- zado y de unos equipos de trabajo que comienzan a constituir- se y a entrar en contacto entre s{. El hecho de hablar de equipos de trabajo es todo un sintoma, dicho sea de paso, de la sociolo- gia literaria que defiende, pues ésta ha de habérselas con la con- sulta y recogida de un ingente horizonte de datos, la realizacién de encuestas, su cuantificacién, etc., lo que sobrepasa la inves- tigacién individual (vid. Wahnén, 1991: 126). 18 Pero no queda aqui esta cuestién, ya que hay quienes llegan i afirmar, como es el caso de Ferreras (1980: 16-17), que no exis- te una sociologia dela literatura, sino una sociologia ante la litera- tira, esto es, una sociologia que comienza a enfrentarse a la lite- fatura. Por su parte, Orecchioni (1974: 47) sefiala también esta situacién al considerar dificil definir el adjetivo y, por tanto, la dig- nidad de ciencia auténoma para la que llama sociologia histérica de los hechos literarios. En direccién no muy diferente se habia pronunciado en los afios sesenta Memmi, al sefialar el momento problemdtico y programético de esta disciplina como tal: «La sociologia de la literatura adolece de un evidente exce- sivo retraso y esta todavia practicamente por fundar. Se duda sobre sus perspectivas metodoldégicas: no se esta seguro ni de la manera de plantear los problemas ni de su jerarquia; no esta fija- do el campo exacto de la disciplina: de ahi que frecuentemente quede ahogada dentro de la sociologia del arte o de la sociologia del conocimiento; no se distinguen con suficiente vigor los pro- blemas especificos de los problemas comunes a otros sectores» (apud, Cros, 1986: 11). Ahora bien, no sdlo no puede hablarse de la existencia de una sociologia de la literatura, sino que ha de sefialarse la pre- sencia de unos estudios que, aun ocupdndose de la realidad sefia- lada, no soportan el adjetivo de socioldégicos, a no ser que dicho término sea expurgado de su tradicidén familiar. Nos referimos alos llamados estudios marxistas de la literatura. Asf lo ha razo- nado Matamoro (1980: 47) cuando dice que la palabra sociolo- gla tampoco es demasiado familiar a la tradicién del materialis- mo histérico: «En efecto, desde la polémica Marx-Proudhon hasta Georg Lukacs, pasando por las disidencias entre la dialéctica materia- lista y el positivismo, la sociologia y la consideracién del grupo social o el todo social como un sujeto abstracto [el materialismo propugna una concepcién de lo social bajo formas hist6ricas deter- minadas y concretas], han sido armas de la ideologia burguesa para resistirse al andlisis de clase inmanente al sistema social». En cualquier caso, no puede negarse que tales posiciones (eéricas marxistas, independientemente de cudles hayan podi- 19 do ser los caminos ulteriormente recorridos e independiente- mente de ciertos desarrollos «desnaturalizadores y dogmaticos» (Fontana, 1982: 214 ss.), surgen como consecuencia de una compleja red causal que las ponen en estrecha relacién con la incipiente sociologia en el tortuoso proceso de toma de con- ciencia del ser histérico que es el hombre, de su propia realidad social (vid. Moya, 1970). De todas formas, como el lector supo- ne, hay importantes diferencias tedricas entre el materialismo histérico y la sociologfa; diferencias relativas al concepto de his- toricidad, de lo real, de la relacién entre teoria y praxis, etc., cuyo tratamiento adecuado no vamos a hacer ahora. El panorama se complica atin més si se especifica la exis- tencia de unas practicas propiamente critico literarias que, a pesar de considerarse sociolégicas, no reniegan de su condicién esencial de discurso critico (vid. Chicharro [1990] para la cues- tin de la relacién entre la teoria y la critica literarias) y, en bue- na légica, no rechazan la valoracién (vid. Dubois, 1974: 57 ss.), amplidndose asi el marco de discusién epistemolégica por cuan- to se oponen objetividad cientifica y valoracién subjetiva, etc., y salta sobre la mesa el capital problema del estudio sociolégi- co y/o literario de la realidad social literaria externa o interna- mente considerada, etc. (vid. Cros, 1986: 13 ss.) Llegados a este punto, el lector no se habra sorprendido de la existencia de muy diferentes y encontradas posiciones respecto del estatuto cientifico de la sociologia de la literatura, ni le deja- r4 sorprendido, por tanto, la amplitud del arco que abarca las posiciones de quienes consideran que esta disciplina no resulta una actividad cientifica, tal como se afirma desde la base del materialismo histérico (por no ofrecerse como ciencia unitaria de lo real y por su concepcién del todo social como un sujeto abstracto), asi como las de quienes piensan que se trata de una ciencia auxiliar (Garasa, 1973; Salomon, 1974) o de una disci- plina «intersectorial» (Reis, 1981) 0, incluso, para cierta teoria de influencia marxista, de la ciencia total de la literatura al tener por objeto la produccién histérica y la materializacién social de las obras literarias en su génesis, estructura y funcionamiento y en su relacién con las visiones del mundo que las comprenden y explican (Ferreras, 1980: 18). De cualquier forma, incluso en el caso de Ferreras, que ele- va la sociologia de la literatura a la categoria de ciencia total de 20 la literatura (zbid., 18), se afirma la existencia de una relacién de dependencia metodolédgica de la disciplina en cuestién con respecto a la sociologfa, hasta el punto de padecer sus problemas e indecisiones (Gutiérrez Girardot, 1968), asi como un consi- derable retraso, segtin Riezu (1978: 103), debido a la prioridad que la ciencia que estudia la realidad social ha dado a otros obje- tos de interés, llegandose a un interés tardfo por el estudio socio- légico de la literatura, interés que, dicho sea de paso, es justifi- cado por alguno de los sociélogos dialécticos por ser la literatura un modo de conocer y construir mentalmente la realidad, lo que la hace objeto de la sociologia del conocimiento (no se olvide que conocimiento, segtin Giner [1986: 153-154], es la versién del mundo transmitida socialmente). 1.1.4. Sociologtas y teorias marxistas de la literatura Después de todo lo dicho en el apartado anterior, estaremos en condiciones de comprender la diversidad de posiciones res- a del objeto de esta disciplina, no sélo por lo que afecta a as teorfas socioldgicas y marxistas de la literatura entre si, sino también por lo que concierne a las primeras, dadas las diferen- Clas existentes a que aludiamos anteriormente. Comprendere- mos, pues, que el proceso de elaboracidn de una sociologta de la literatura y de una teorfa marxista de la literatura es un pro- ceso complejo y contradictorio, con imbricaciones mutuas (vid, entre otros, y aparte de las paginas que siguen: Cases, 1970; Garasa, 1973; Leenhardt, 1971 y 1982; y Wahnén, 1991). Aunque se utiliza, como vimos, la denominacién de socio- logia de la literatura para amparar a teorias tanto socioldgicas como marxistas, lo cierto es que no son pocos quienes distinguen con claridad que una y otra via, al partir de bases diferentes, se ocupan de objetos de conocimiento diferentes también. Entre quienes asi piensan se encuentra Edmond Cros (1986, 19-21), quien establece una nitida separacién entre las sociologias expe- timental y empirica, asi como el content analysis norteamerica- fo, y una de las aportaciones mds coherentes del horizonte mar- xista: la del estructuralismo genético goldmanniano. Las primeras se interesan, viene a decir, por el hecho socioldgico que repre- genta el hecho literario, por lo que carecen de sentido las polé- 21 micas surgidas entre empiristas y goldmannianos, pues se apli- can a objetos de teorfa diferentes, Por esta razén, el estructura- lismo genético ha representado, con relaci6n a la sociologia tra- dicional de la literatura, una modificacién radical en el estudio del hecho literario, habiendo sido sus principales descubrimien- tos tedricos el del sujeto transindividual y el del cardcter estructu- rado de todo comportamiento intelectual de este sujeto. Hay quienes, como Riezu (1978: 92-93), consideran que desde el marxismo se teoriza en favor de otra ciencia de los fené- menos artisticos y literarios, rechaz4ndose asf la ciencia de la lite- ratura propiamente dicha, cosa que, segtin expone, no ocurre en el caso de la via socioldgica: «Pueden quiza sefialarse dos corrientes principales [en la sociologfa de la literatura]. La primera acepta una posible inter- pretacion socioldégica de la obra literaria, pero sin desechar las formas tradicionales y académicas de la critica literaria y de la ciencia de la literatura (...), la otra linea constituye la llamada corriente marxista o de inspiracién marxista dominada por un cierto entusiasmo sociologista que casi pretende afirmar la infruc- tuosidad de todo cuanto hasta ahora ha constituido y logrado la ciencia de la literatura». Hay otras explicaciones, menos claras tedricamente en algu- nos casos por cuanto, a pesar de distinguir entre una y otra via de estudio, parecen caer en el error de distinguirlas por la face- ta 0 aspecto de un mismo objeto, la relacién literatura/sociedad, de que se ocupan respectivamente, como aclararemos ahora. Ni que decir que sdlo vamos a citar algunas por via de ejemplo, ya que son muchos los tedricos que se han pronunciado, con pocas variaciones, en este sentido. Precisamente Castellet (1976: 157-158), uno de los pione- ros de la critica sociolégica en nuestro pais, excepcién de la socio- logia de la literatura que se ha hecho sin saberlo (vid. Mainer, 1973), plantea que las relaciones entre literatura y sociedad pue- den enfocarse desde dos perspectivas: la primera, tomando la sociedad como punto de partida, y la segunda, tomandola como punto de llegada. La perspectiva primera corresponde a la criti- ca sociolégica, esto es, a una critica que cree que no puede pres- cindirse de los elementos sociales que estan en los inicios de toda 22 obra literaria, tanto los referentes al autor como los que se refie- ren al momento histérico. Frente a esta perspectiva se situa la sociologia de la literatura, que estudia los efectos de la obra sobre la sociedad. El critico catalén considera la critica sociolégica como una critica fundamentalmente marxista. Esta clasificacién de los estudios sociolégicos del fenémeno literario se viene repitiendo con insistencia. Por ejemplo, Gara- sa (1973), que en su libro se ocupa fundamentalmente de lo que se viene llamando critica sociolégica, sefiala dos direcciones diver- gentes de este tipo de estudios: de la sociedad a la literatura y de la literatura a la sociedad. Por esta razén, distingue entre las inves- ligaciones especificamente sociolégicas que acuden a las obras como una instancia mas en sus inducciones, entre la interpreta- cién de una obra en su connotacién social y entre la aplicacién cle métodos propios de la sociologia a distintos aspectos de! hecho literario, Basicamente distingue entre sociologfa de la lireratura y critica socioldgica, siendo ésta ultima la encargada de puntua- lizar el condicionamiento social de los temas, asuntos, formas o estilos de las obras. También, al igual que Castellet, identifica la critica sociolégica con la critica de base marxista, especialmente con la de Lukdcs. Leenhardt establece asimismo esta separacién radical, insis- tiendo en ella en sus ultimos trabajos escritos al respecto (1982: 139). Distingue una sociologia del objeto artistico que el socié- logo sigue en su existencia social -composicién social del ambien- te creador, reglas y leyes internas— y otra corriente que toma la propia obra de arte como objeto, considerdndola en su inser- cién sociolégica desde el punto de su creacién, lo que requiere otra nocién del ambiente o medio. Por su parte, el mismo Robert Escarpit establece estas dife- rencias bdsicas, el estudio de la literatura en la sociedad y de la sociedad en la literatura, aunque, siguiendo a Wellek, superpo- ne un esquema de comunicacién social al hecho literario plan- teando la existencia de una sociologia del escritor, una sociolo- gia de la obra y una sociologfa del publico, resultando ser la segunda la mds desarrollada, donde ubica las investigaciones de Lukacs, Goldmann, etc. Para Escarpit (1958 y 1970), pues, todo hecho literario supone escritores-creadores, libros-obras y lec- tores-puiblico, lo que constituye un complejo circuito de inter- cambios, en el que confluyen el arte, la técnica, el comercio, etc. 23 En este breve recorrido selectivo, conviene reparar en las consideraciones de Zalamanski (1974). Este socidlogo sefiala la existencia de una sociologfa empirica y de una sociologia gené- tica. La primera, expone, estudia el hecho literario apoyandose en la sociologia; la segunda, relaciona la estructura de una obra con la de un grupo social que es la determinante en un momen- to histérico dado, si bien él se propone, como resulta sabido (vid. Cros, 1986: 15 ss.), una sociologia de los contenidos en el seno de la primera via. Se trata de un estudio socioldégico que ha de venir a completar el estudio de quién lee, esto es, se trata de determinar el contenido ideoldégico, tal como es entendido comunmente, de un conjunto de obras en una época dada. Para ir concluyendo, queremos dejar claro que estas explica- ciones, a las que les reconocemos su valor defctico, resultan exce- sivamente simples tedricamente, pues efecttian una clasificacién de las vias sociolégicas del fenémeno literario presuponiendo, y aceptando por tanto, la evidencia de dicho fenémeno, frente al que se sittian especificando una y otra faceta. Ahora bien, el hecho de situarse a mayor o menor profundidad genética 0 quedarse en aspectos puramente externos de esa realidad comun, supone dar por buena una relacién de identidad entre el objeto de conoci- miento, no externo a la propia teoria, y el objeto o dominio real. ‘Tras estas consideraciones que dejan lanzados al aire, que no resueltos, algunos problemas, conscientes ademas del turbulento tiempo histdérico que nos ha tocado vivir, afirmamos la necesidad del conocimiento de ese amplisimo y controvertido dominio tedrico que se ampara bajo el nombre de «sociologia de la literatura» con obje- to de colaborar en Ja dura tarea de crear un saber complejo de una realidad, como tantas veces hemos dicho, sumamente compleja. De ahi que invitemos al lector a que se sittie frente a estas teorfas en tan- to que instrumentos de pensamiento de virtual eficacia histérica y no en cuanto preciosos y raros fésiles del pensamiento social. 1.2. Primeras formulaciones 1.2.1. La voluntad socioldgica Entre los numerosos y decisivos cambios culturales genera- dos por la transformacién ideolégica producida en el siglo XVIII, 24 que cimenta el horizonte epistemolégico contempordneo, se encuentran, intimamente conectados, el del surgimiento de la eritica y la consecuente construccién del concepto de literatura como objeto al que se aplica dicho discurso. Sustentandose en las nociones basicas de sujeto y razén (Rodriguez, 1984: 19), la critica literaria, tanto en su vertiente de teoria o alta critica, como de critica periodistica, aparece his- toricamente en oposicidn a las poéticas tradicionales y como un subgénero del discurso filoséfico Critica, esencialmente funda- mentado por Kant (Wahndén, 1991: 48). Paralelamente, la espe- cializacién de la ciencia con su desarrollo inductivo-experimental y la aparicién de ese nuevo horizonte y ese metadiscurso critico planteardn la necesidad de crear otro objeto, la literatura, que permita deslindar los discursos ..terarios de los cientificos y filo- sdficos, e incluir y revalorizar los nuevos géneros literarios —tra- sicomedia, novela, ensayo-, objeto que, frente al antiguo nom- Bre de «poesia», pasara a designarse como «literatura» en un proceso lento y vacilante de especializacién semantica del tér- mino y que, durante toda la segunda mitad del siglo XVIII y cul- minando en el libro de Mme. De Staél De la littérature conside- rée dans ses rapports avec les institutions sociales a 800), lleva a abandonar el originario sentido de ‘instruccién’ para designar, en la que es una de sus acepciones fundamentales aun vigente hoy, el ‘conjunto de obras literarias de un pais o de una época’ (Escarpit, 1962). Al mismo tiempo, frente al racionalismo y aristotelismo dominantes en las figuras cimeras —Boileau, Voltaire, Johnson, Muratori, Lessing, Luzan— de la preceptiva clasicista de los siglos XVII y XVIII, que plantea la obra literaria como imitacién de la naturaleza y defiende su caracter diddctico, canénico y univer- gal, se introduce un sentido histérico en el estudio del hecho literario, que ya se vislLumbra en los mismos Johnson, Voltaire, Vico, Herder y Winckelmann, y que llegar4 a su constitucién definitiva en el horizonte ideolégico claramente roméntico. Es también en este momento cuando pueden abrirse paso diferentes reflexiones que, al margen de ese preceptismo aristoté- lico dominante, aluden a la conexién establecida entre literatura y sociedad, en una linea que, si bien de forma y desde posiciones muy distintas, ira creciendo y consolidandose paulatinamente en el romanticismo y el positivismo hasta llegar al marxismo o a la Z5 llamada sociologia emptrica. Resulta evidente, no obstante, que los primeros atisbos tedrico-criticos de esa relaci6n —que se verdn ulte- riormente reforzados por el surgimiento del positivismo, la cons- titucién de la sociologia como ciencia y el nacimiento y desarro- llo del marxismo- estén endeudados con la creacién de ese reciente espacio critico, la aparicién de ese sentido histérico y la conside- racién del nuevo objeto Jiteratura, asi como con otros factores mas generales concernientes al horizonte epistemoldgico y la moder- na ideologfa social que resulta del predominio burgués, como la progresiva desacralizacién de la visi6n del mundo, la sustitucién del derecho divino por el derecho natural o las ideas esenciales de sociedad civil y pacto social entre sujetos (Moreau, 1978: 17-25; 26-48) que defienden, frente a las posiciones organicistas feuda- les, Hobbes, Spinoza, Rousseau en £1 contrato social, Locke 0 Man- deville y que acabaran cristalizando en la Declaracién de Derechos del Hombre de 1789. 1.2.2. El Romanticismo En general se reconoce a Johann G. Herder, a finales del siglo XVII, la formulacién de las primeras apreciaciones sdlidas sobre la conexién entre literatura y sociedad: Galvano della Vol- pe (1972: 97) habla de su «sociologismo literario» y Wellek lo aprecia como un «antecedente de Taine por lo mucho que insis- te en el medio ambiente» (1969: 228) tras comentar que su his- toria literaria esta concebida fundamentalmente desde el aspec- to sociolégico. Herder, que defiende los postulados feudales organicistas en sus Ideas para una filosofia de la historia de la humanidad, identificando la nacién con una planta que subsis- te al echar raices profundas (Moreau, 1978: 19), reprobaba la caracterizacién de la literatura por géneros y entend{a que, igual que una flor, hab{a que interpretar naturalmente \a obra litera- ria, situandola en el lugar que ocupa en el orden de Dios. Desde esta perspectiva, aunque nunca desarrolla un andlisis completo, por los escritos de Herder aparecen numerosas refe- rencias, mas bien presociolégicas, que insisten en la conexién de la literatura con el medio ambiente —paisaje, clima, raza o nacién, costumbres-—, una realidad externa a lo literario conce- bida mds como medio natural que como dimensién propiamente 26 social, Pero Herder también conecta ya con el ronticismo al iener en cuenta la consideracién histérica en el asis de los liechos literarios y apoyar genéticamente la criticararia en la historia de los pueblos: como escribe P. Ribas, prolista de su Obra selecta, para Herder, la singularidad de la pa consiste en ser «expresién del alma diversa de cada pueb (Herder, 1982: xx); y asf, por ejemplo, en su trabajo sobrezkespeare, el autor alemén explica el nacimiento del dramalés por la existencia de un pueblo que quiere inventarlo corme a su historia, al espfritu de su época, las costumbres, etoid., 259). Las referencias sociolégicas de Herder se sittian dende la dpti- (4 romantica que interpreta la obra literaria confecto del espiritu nacional y de la época —volkgeist y zeitger dos con- ceptos en los que coincide gran parte de esta critiara expli- car los agentes externos que determinan el feném literario, (al y como lo plantea August W. Schlegel al indicar el Aunst- yeist, cl espiritu artistico, se modifica segtin las divs circuns- . tancias socioambientales —nacién, época— (Welleld73: 67). Publicado trece afios antes que De Alemania, otlave para li constitucién del romanticismo francés y «versientimen- talizada de las doctrinas que (Mme. Staél) habia zndido de \. W. Schlegel y otros primeros tedricos romantic(Abrams, 1953: 91), el trabajo mds interesante de esta épisobre las imbricaciones de sociedad y literatura es, sin dudl libro de Madame De Staél De la littétature considerée das rapports avec les institutions sociales, que no sélo supone la oduccién del historicismo en Francia, sino que también consye el pri- mer intento serio de historia social literaria. Su edad y su propésito los manifiesta as{ la autora: «mostrar laicién que existe entre la literatura y las instituciones sociales:ada siglo y cada pats (...) trabajo (que) no ha sido realizaddavia en ningtin libro conocido» y\«examinar cual es la inficia de la religién, las costumbres y las leyes sobre la literatuicudl es la influencia de la literatura sobre la religién, las cosibres y las leyes» (Staél, 1800: 2, 12). El libro consta de dos partes: en la primera, tida «De la littérature chez les anciens et chez les modernes»,él exami- na las obras de Grecia, Roma y algunas naciones rernas a la luz del espiritu nacional de cada pueblo; en la segun«De P’état actuel des lumiéres en France et de leurs progres frs», plan- 27 tea la similitud de rasgos de la futura literatura francesa y la ame- ricana sobre la base de dos pueblos en los que estan establecidas «la libertad, la igualdad politica y las costumbres conectadas con estas instituciones» (ibid., 266), y pasa a revisar ulteriormente cuestiones como las costumbres, la emulacién, las mujeres escri- toras, etc. En tanto que manifestacién de este espfritu nacional y/o de la época, el reconocimiento de la relacién literatura/sociedad era ya algo usual dentro del horizonte roméntico. Por los mismos afios que Staél, y también en Francia, el vizconde De Bonald cer- tificaba tal relacién al afirmar, primero en un articulo del Mer- cure de France (1806) y después en su Legislacién primitiva, que «la literatura es la expresién de la sociedad, como el habla es la expresién del hombre» (Levin, 1963: 375). De la misma forma Geoffroy, que rechazaba la preceptiva IlamAndola «escoldstica de la literatura» y que apostaba por una «filosoffa de la literatura», defendia la unién de la critica literaria con el estudio de las cos- tumbres en el Journal des Débats del de febrero de 1804: «examinar de qué manera la religién, el gobierno, el sistema social pueden influir sobre el gusto y la forma de ver de una nacion, estudiar el espiritu de un siglo en los escritos de su tiempo, bus- car en los poetas y oradores nociones histéricas y politicas mucho mas seguras que las que se encuentran comtnmente en las his- torias y tratados dogmaticos, he aqui lo que yo llamo la filosofia de la literatura» (dpud, Fayolle, 1978: 92). En Alemania, el joven critico romantico Adam Miller, que también siguié esencialmente las huellas de los hermanos Schle- gel, refiriéndose al poeta Hans Sachs reconocia que «las entidades politicas, econdémicas y poéticas se condicionan mutuamente» (Wellek, 1973: 330), entendia que el escritor era inevitablemente una fuerza proyectada en la sociedad, un hombre que no puede ser indiferente ante la situacién social de su pais, y proclamaba la necesidad de aumentar la densidad social de la literatura defen- diendo un teatro que volviera a sus origenes de representacién comunitaria, que metiera al espectador dentro de la accién con la abolicién, incluso, de la barrera entre escena y espectador. En Inglaterra Francis Jeffrey, y luego William Hazlitt, se planteaban igualmente esas relaciones: el primero reconocia en 28 ‘i ensayo sobre Wilhelm Meister la existencia de condiciones ‘ibientales -gobierno, clima, modelos, etc.— ademés de un nivel le la evolucién histérico-temporal hacia el progreso, que orien- tiban los gustos nacionales; Hazlitt intentdé explicar la evolu- ‘10n de la comedia inglesa desde los cambios histéricos y con- videraba que «the spirit of the age» —as{ intituld uno de sus litos-, que la mentalidad de la época se transparentaba inevi- tiblemente en las obras a través de la mentalidad del autor, pero precisaba que el poeta no refleja directamente el mundo a tra- vis de ese espiritu de la época, sino que sélo lo representa media- lo por su propia subjetividad; Hazlitt combina asf el espejo y \) |impara «para demostrar que el poeta refleja el mundo bafia- Jo por una luz emocional que él mismo ha proyectado» (Abrams, 1953: 52). 123, La critica social rusa l'n los afios treinta aparece en Rusia la critica de Vissarion Nielinski, que introduce una preocupacién politico-social de la je se haran eco posteriormente, a partir de los afios sesenta, 1108 tedricos como Nikolai Chernishevski, Nikolai Dobrolyu- bov o Dimitri Pisarev. Desde una dptica sustentada en el roman- (icismo aleman, Bielinski comienza en Fantasias literarias por ‘oncebir la literatura como expresién del espiritu nacional y afir- (nar que no existe una literatura rusa que se corresponda con ese verdadero espiritu, para evolucionar, en Pensamientos y observa- ‘ones acerca de la literatura rusa, hacia la consideracién de que, el autor puede competir en la forma de su obra, el contenido ly (rasciende porque depende de la posicién sociohistérica nacio- nul, de que la obra literaria manifiesta la realidad social de su ‘nomento. En este sentido, y en relacién con su hostilidad per- onal hacia el zarismo, la critica de Bielinski no sélo aludfa a los problemas sociales rusos a partir de los textos literarios, sino que ‘ida vez con mas fuerza «propugné el realismo artistico (...) e incité a la clara expresién del propdsito social» a los escritores (Wellek, 1972: 353). Siguiendo los caminos de Bielinski, otros criticos rusos ulte- (ores como Chernishevski, Dobrolyubov y Pisarev, que com- partian la concepcién utilitarista de la literatura con expreso 29 rechazo del esteticismo auténomo del «arte por el arte», conci- bieron la obra literaria como espejo de la realidad factica —Cher- nishevski— 0 como portadora de las ideas sociales —Pisarev—. Dobrolyubov destacé fundamentalmente por su elaboracién de la teoria de los «tipos sociales», ejemplificada en Gogol, que intenta detectar la cosmovisién particular de un autor a partir de la significacién social de sus personajes, incluso al margen o en contra de sus intenciones conscientes al inventarlos. En esa misma linea Pisarev, por su parte, intentaba interpretar las obras —Crimen y castigo 0 Guerra y paz, por ejemplo— al margen de la voluntad del autor, intentando encontrar las homologias entre las realidades descritas y las situaciones sociales de la Rusia con- tempor4nea; en este sentido, Pisarev no defendia sélo un realis- mo estético, sino también, y esencialmente, una conciencia de la realidad, un realismo que pretendfa ser la llamada de atencién para actuar en el cambio y la evolucién social. Por eso atacé duramente al fildésofo positivista Augusto Comte por su justifi- cacion del sistema de explotaciémy manifesté en su trabajo sobre «Heinrich Heine» sus puntos de vista sobre el arte, argumen- tando que, aunque éste debe tener evidentemente una forma artistica, tiene que ser sensible también a las demandas e inte- reses de las masas. Pisarev continué la tradicién critica materia- | lista y democratica de Bielinski y Chernishevski, atacé el con- cepto de «arte puro» y defendid «el enorme papel cultural y/ educativo del arte en la vida de la sociedad» (Dixon, 1958: 40). A la critica social rusa se asemeja en su dimensién politica la obra del danés Georg Brandes, que, desde la légica hegeliana de la historia como evolucién del espiritu, reconocia el papel de la obra literaria como reflejo de lo nacional, epocal y social, pero con criterios mds politicos, traté en funcién de su credo reac- cionario o liberal a los escritores (franceses, alemanes e ingleses) que examinaba en los seis volimenes de Las grandes corrientes de la literatura del siglo XIX, obra que causé gran impresién tras su publicacién a finales de siglo (Wellek, 1972: 464). 1.2.4. Hyppolite Taine Situada generalmente dentro del horizonte positivista, la produccién critica de Hippolyte Taine, aunque se aproxime ya 30 jor su intento de objetividad a los planteamientos metddicos y lentificistas originados por la filosofia comtiana, se inscribe mAs jopiamente en el idealismo objetivo hegeliano, al concebir las vhras artisticas y todas las manifestaciones humanas como efec- 1) de un estado espiritual de cada época histérica (Fayolle, 1978: 110; Wellek, 1988: 51; Wahnon, 1991: 62-63). Taine conside- (i en su Filosofta del arte que la obra de arte no se encuentra ais- lila, sino que se inscribe en tres niveles: en la obra total de un itor, en la «familia de artistas» de que el autor forma parte y ri el mundo que rodea a tal familia; piensa por ello que la obra © determinada por un conjunto, que es el estado general del mpiritu y de las costumbres circundantes» al que mAs adelante Jefomina «temperatura moral» (Taine, 1865: 46, 50). '| establecimiento de los tres factores que determinan la pro- iccién artistica, a los que Taine se refiere, por ejemplo, en La tua del Renacimiento en Italia (1865) —la condicién prima- ‘))-0 «taza» y las secundarias «momento» y «medion-, se rela- ‘inten los dos primeros casos con los conceptos romdnticos i spectivos de volkgeist y de zeitgeist (Wellek, 1988: 42, 45). En 1) nocidn de «medio», que ha auspiciado el comtin reconoci- iMivnto de su sociologismo, Taine incluye, con explicaciones de i» lenomenos artisticos a veces razonables y en otras ocasiones 4) Ingenuas —la melancolfa e idea del deber inglés a causa del lita britanico-, los factores climaticos, los politicos y también, irc isamente, los sociales como agentes condicionadores del feHomeno artistico. | (5. La funcién del artista en la sociedad \clermds de la cuestidén de la influencia de la sociedad en la vlna, durante todo el siglo XIX se produce una importante toma ly postura de los escritores con respecto a la posible funcién tal del arte y del artista, que desemboca en la polémica gene- pulien la tercera y cuarta década del siglo XIX y continuada lvanite todo el siglo entre los partidarios del «arte por el arte» ls dlefensores de la funcién social y la responsabilidad del arte, ‘iitte los cuales ya se ha citado a Bielinski o Pisarev. | 4 preocupacién exclusiva por el arte proviene de los romdn- Hijo alemanes que, como Wackenroder o Tieck, se preocupa- Sil ban del perfeccionamiento de la obra y su belleza al margen de lo que la sociedad pudiera esperar (Beardsley y Hospers, 1976: 70), y en ella se alinean las manifestaciones de Oscar Wilde que sobrevaloraban el papel del arte sobre la sociedad 0 las de Whis- tler sobre la falta de responsabilidad social del artista, hasta lle- gar a la declaracién de la independencia artistica que manifies- ta Flaubert en sus cartas y, sobre todo, al rechazo de la influencia social del arte que proclama Théophile Gautier en el verdadero manifiesto del «arte por el arte» que constituye el prélogo de 1834 asu novela Mademoiselle de Maupin. Como vemos, la estética realista, que preconizaba desde esa reaccién positivista antirromantica un estatus empfrico de la obra literaria en cuanto retrato objetivo de la naturaleza huma- na y de las realidades sociales, no se correspondié en general en el Ambito de la «critica realista» con la consideracién personal de la mayorfa de estos escritores del papel social y utilitario del arte y del artista. En cambio, el naturalista Emile Zola, cuya teo- ria sobre la constitucién de una literatura cientifica a partir del empleo del método experithental no fue aceptada frente al segui- miento de su escritura literaria (Levin, 1963: 375), si se aproxi- m6 mas a efectuar una critica que emparentara la literatura con la sociedad cuando, por ejemplo, manifiesta su entusiasmo por Taine o valora en El naturalismo la obra democrAtica de Balzac a pesar de sus opiniones catélicas y monarquicas (Wellek, 1988: 28). La otra tendencia de la funcién social del arte est4 clara- mente marcada por el neorromanticismo y las influencias de las ideas socialistas, y aparece ya en criticos como el norteamerica- no Horatio Greenough o el inglés John Ruskin, quien en sus _ Lecturas sobre arte expuso, desde el punto de vista de «un refor- mador ético y social» (Wellek, 1972: 204), la triple misién del arte de robustecer la religiosidad, perfeccionar la condicién moral y prestar una ayuda material a los hombres. Su discipulo William Morris, «pionero del socialismo utépico» (Venturi, 1964: 190), fue mas bien un precedente del disefio manufacturero en su rebeldia ante el «comercialismo», al que criticé en El arte bajo la plutocracia por anular con su fealdad y subordinacién del hombre a la maquina y al comercio la belleza y, consecuente- mente, el arte. Posteriormente, el marxista alem4n Franz Mch- ring planted la necesidad de llevar el arte a la clase trabajadora 32 ) Hinifesté también que «el arte por el arte» esconde una inten- 1h feaccionaria dirigida contra los poetas progresistas. | la misma linea se encuentran los juicios de los socialis- }#) lopicos como Saint-Simon, Fourier o Proudhon para los ‘Hie el arte debia contribuir a crear «érdenes sociales sin violen- ‘14 1 explotacién» (Beardsley y Hospers, 1976: 71). Asf por ejem- (0, Proudhon, en Sobre el principio del arte y su destino social 1165), antes de efectuar una revisién de la evolucién histérica lel arte, define el arte como «una representacién idealista de la itiraleza y de nosotros mismos en funcién del perfecciona- iilento fisico y moral de nuestra especie» y considera que el artis- 14 vesti llamado a concurrir a la creaci6n del mundo social, con- Hiiicién del mundo material» (Proudhon, 1865: 43). Desde “//4 posicién, emparentada con el idealismo social cristiano, lulstoi, en :Qué es el arte? (1898), opta por la disociacién de ‘lier y arte, dandole a éste ultimo una dimensién teleolégica “iliviria que lo entiende como factor de comunicacién social e ‘(fumento para favorecer la fraternidad humana. ‘0. Hl Positivismo | aparicién del positivismo refuerza, aunque replantea tam- Hirt), la relacién ya reconocida entre literatura y sociedad. Para ') lopica positivista, la determinacién de la literatura, por la socie- ‘1 ho estarfa marcada, como para el romanticismo, por con- #108 previos como el espiritu nacional o de la época, sino por ') ‘isma conciencia de la obligada ligazén de un fenémeno con ‘| medio en que se produce, ya que la mentalidad positiva: «supone la interpretacién determinista de los fendmenos, no en cl sentido de que creeria en la existencia de causas metafisica- mente determinadas, sino en la Unica medida en que trata de incluir cada fenémeno observado en las leyes universales y en (jue esta convencido de que estas leyes, o mejor dicho, estas regu- laridades, se extienden a la totalidad de los hechos» (Kolakows- ki, 1966: 75). I este sentido, el positivismo supone una nueva mirada ‘ie, a partir de los planteamientos comtianos sobre el «estado 33 Positivo» y principalmente desde la constitucién de la sociolo- gia con Durkheim, reconoce en general la influencia concreta de la organizacién social sobre los fendmenos que, como la lite- ratura, se producen en su seno y pretende determinar las pau- tas que rigen su influencia dentro del planteamiento objetivis- ta y cientifista que lo caracteriza. Si ya la misma critica biografica de Charles Sainte-Beuve observaba en la realidad vital -temperamental, biografica, ideo- légica, pero también social— del escritor la explicacién de su obra, y Taine habfa desarrollado su concepto de «medio» —uno de cuyos factores integrantes era la sociedad— como una de las con- diciones que producian y explicaban el hecho literario, Emile Hennequin se planteaba, leyendo con reservas a Taine, la necesi- dad de construir una critica cientifica que denominé «estopsico- logia» o «ciencia de la obra de arte en tanto que signo», que estu- diarfa la obra de arte desde la triple perspectiva de ser un signo estético, psicolégico y sociolégico que remite a su funcidén estética, a su creador y al medio social que respectivamente se reconocen en ella (Fayolle, 1978: 124). Ferdinand Brunetiére edifica una teor{fa determinista que pretende basarse en la historia natural de Darwin y de Haeckel, segtin su propia afirmacién (Brunetitre, 1890: 18). En su famo- so trabajo sobre La evolucidn de los géneros en la historia de la lite- ratura, antes de estudiarlos repasando la historia de la critica des- de Du Bellay a Taine, aclara cinco cuestiones esenciales en torno a la existencia, las diferencias, la estabilidad, los modificadores y la transformacién de los mismos, y aqui el tedrico francés reco- noce en la evolucién de los géneros el papel de la sociedad como un elemento secundario de sus modificadores: tras la herencia, las condiciones sociales, junto con las geograficas e histéticas, conforman los «medios» que refuerzan o disminuyen la estabi- lidad de los géneros en su devenir histérico (b/d., 20-23). Aunque la faceta mds conocida de Gustave Lanson se debe a su intento de establecer, dentro de esa pretensién cientifica positivista, el famoso método que pretende ante todo, con sus operaciones fijadas, atender a los textos y llegar a conocer veraz- mente el texto eliminando al maximo la subjetividad del criti- co y que expone en su ensayo La méthode de histoire littéraire, también reconoce, aunque reformuldndolo, el papel social de la obra literaria. En su trabajo Lhistoire littéraire et la sociologie escri- 34 le, (fas afirmar que no puede hacerse historia literaria sin socio- lola, que «el fendmeno literario es por esencia un hecho social», pero critica la banalidad e inexactitud de la férmula «la litera- (1h expresa la sociedad» para proponer la de «la literatura es /oiplementaria de la vida» y establecer a este propésito una w tie de leyes —correlacién de literatura y vida, influencias extran- i), cristalizacién de géneros, correlacién de formas y fines esté- (1/08, aparicién de la obra cumbre y accién del libro sobre el jiiblico en las que podrfa constatarse tal relacién literatura/vida (| wison, 1965: 65, 68, 73-74). l'rente a los intentos positivistas de construir una ciencia 0 storia cientifica de la literatura, que reconocia en mayor o menor dimensién la relacién de la obra artistica con la sociedad, ‘1 yeneral, las otras posiciones criticas dominantes durante el 1) de siglo no se cuestionan este problema. La eritica impre- ionista de Anatole France, Jules Lemattre o el mismo Azorin viicibié su labor como una lectura sensible, subjetiva e inter- pietativa de la obra y una actividad creadora y una escritura artis- (4, La preocupacién por la construccién de la obra literaria, por la «filosoffa de la composicion», fue la que guid de modo enicial los intentos finiseculares por construir una nueva esté- \ literaria, Serfa, pues, principalmente el marxismo el que reo- ventura y desarrollara, sobre todo en el siglo XX, la conexién ‘fitte literatura y sociedad que previamente ya habia sido for- wilida de muy distintas formas en los dos siglos anteriores. th 3D

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