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BUTOH, LA DANZA DE LA OSCURIDAD

por Luis Díaz desde Tokio, Japón

A los 93 años, Kazuo Ohno, uno de los creadores de


esta forma única de danza japonesa nos habla de su
significado. Cómo recobrar el cuerpo desde el
vientre materno es una de las claves que entrega
este maestro conocido en todo el mundo.

El primer bombardeo nuclear en 1945 sobre


objetivos civiles en la historia de la humanidad en
Hiroshima y Nagasaki, trajo consigo la rendición
incondicional de Japón ante las fuerzas aliadas.

Con el correr del tiempo, las imágenes de algunos


sobrevivientes de aquel holocausto nuclear, que
caminaban desorientados, con sus cuerpos
quemados y con los globos oculares reventados y colgando sobre sus mejillas
produjeron una reacción de asco y repulsión entre los japoneses. Así nació el
Butoh, "la danza hacia la oscuridad".

Recobrar el cuerpo

Algunos lo clasifican como un paso intermedio entre la danza y el teatro, otros


como una poesía grosera. Sin embargo, uno de los creadores del Butoh,
Tatsumi Hijikata (1928-1986) pensaba que su arte tenía el propósito de
recobrar el cuerpo primigenio "el cuerpo que nos ha sido robado".

Hijikata y su obra homo erótica Kinjiki (Colores Prohibidos) escandalizaron a


la comunidad artística nipona en 1959, la que entonces cultivaba formas
occidentales de baile. El mismo Hijikata presentó varias obras consideradas
repulsivas y que nunca se habían visto en el Japón de pos guerra ni en ninguna
otra parte del mundo.

En una de ellas bailaba con los ojos desorbitados, una falda rosada y un pene
metálico de grandes proporciones atado a su pubis. Así Hijikata, junto con el
otro fundador del Butoh llamado Kazuo Ohno (1906-) dieron un vuelco en 180
grados desarrollando una representación única del cuerpo en movimiento, que
desafió lo convencional y que hoy es conocida en el mundo entero. Hijikata
murió sin llegar a envejecer, mientras que Ohno tiene 93 años y es el
representante de mayor edad que sigue dando funciones en solo y enseñando.

A una hora al sur de Tokio, en las faldas de un cerro en Yokohama, tres veces
por semana unos 15 estudiantes de todas las edades y de distintas partes del
mundo llegan al salón de práctica.

El salón está repleto de recuerdos, fotos de Ohno tomadas en las principales


capitales del mundo, caligrafías japonesas, recuerdos y unos posters
enmarcados de "La Argentina". La bailarina española Antonia Mercé ejerció
una influencia decisiva en la vida de Ohno cuando éste aún era muy joven y
trabajaba como profesor de educación física en un colegio de niñas. Ohno
quedó tan impresionado con la obra "La Argentina", que comenzó a estudiar
danza moderna.
El maestro y su hijo

El dicho japonés "minoru hodo atama o taruru ineho", que en español sería:
"Cuanto más llena está la espiga de arroz, más inclina la cabeza" alude al
hecho que las personas de gran calidad humana y profesional resultan ser las
más sencillas y fáciles de tratar. Este dicho caracteriza con fidelidad la
personalidad del maestro Ohno, como le llaman sus estudiantes y la de su hijo
Yoshito (64).

Aunque ambos son conocidos en todo el mundo, el trato que les dan tanto a
sus estudiantes como a los visitantes que llegan a su salón de práctica es
extremadamente cortés y amable. Entre los estudiantes extranjeros del
maestro, como le llaman sus alumnos, curiosamente, la mayoría son
hispanohablantes. Un español, que interpreta las instrucciones del japonés al
inglés durante la clase, dos argentinos y dos mexicanos, además de una israelí
y una australiana. El resto son japoneses.

En el vientre materno

Pasada las siete de la tarde todos los estudiantes ya se encuentran vestidos con
buzos o ropa ligera haciendo ejercicios de estiramiento. Hace no mucho ellos
solían sentarse a los pies del maestro Ohno, mientras éste les hablaba durante
media hora sobre la obra que iban a bailar como una manera de inspirarlos y
ponerlos física y mentalmente en la obra.

A veces les decía "si quieren comprender sus propios cuerpos deben aprender
a caminar bajo el mar, en el lecho marino. Conviértanse en polvo de polilla.
Todas las huellas del universo se encuentran en las alas de una polilla". En
otras, les explicaba que "yo aprendí el Butoh en el vientre materno. De hecho,
todas las formas de danza provienen de esa misma fuente".

En muchas ocasiones, justo antes de que los estudiantes comenzaran a


improvisar, Ohno les repetía que debían danzar en el útero de sus madres, "no
pensar sobre el hecho sino que sentirlo". Una de las obras más conocidas del
maestro se llama justamente Okaasan, "Mamá".

Últimamente, sin embargo, aparentemente debido a su avanzada edad, el


maestro Ohno sólo se limita a sentarse en un sillón a presenciar las clases
mientras que su hijo Yoshito se encarga de colocar la música y de conducir.

Las clases son improvisadas. Los movimientos son extremadamente lentos y


coordinados con la cabeza, muñecas, piernas y tobillos. A veces los ojos van
cerrados, pero en otras, abiertos y expresando una emoción de alegría o pena,
enojo o placidez.

En muchas ocasiones la danza ocurre dentro del estudiante, casi una danza
más imaginaria que real. En otras, parece un cuerpo más propicio a escuchar
que a hablar; un cuerpo buscando escuchar dónde debiera dirigirse el próximo
movimiento.

El propósito, dice Ohno, es terminar con los hábitos para, así, poder permitir
la libertad del ser. Pero según Ohno no es fácil liberarnos de los hábitos puesto
que se han asentado en nosotros. Junto con su hijo Yoshito, Ohno agrega que
"si no nos liberamos de nuestros hábitos, si no los podemos reconocer, no nos
será posible permitir que lo involuntario manifieste su sabiduría sutil".
Los Ojos en la Espalda

Al cabo de una hora de clase la antesala está llena de invitados que observan a
los alumnos improvisando. La mayoría de los invitados, que se sientan en el
suelo detrás del sofá del maestro Ohno, recorren todos los talleres de Butoh
que existen en Tokio. Aparte del taller de Ohno, uno de los más populares es el
llamado Sankai Juku liderado por Ushio Amagatsu.

Él, junto con su grupo, actúan con sus cuerpos pintados de blanco y, aunque
en sus presentaciones no improvisan como el grupo de Ohno, gozan de mucha
popularidad en Japón y en el extranjero. La japonesa más famosa en el Butoh
y que también enseña y dirige se llama Natsu Nakajima.

Durante la clase las instrucciones son variadas: conviértanse en una flor,


cierren los ojos y bailen en su oscuridad, son una esfera, etc. Finalmente, al
terminar las casi dos horas de clases todos se juntan a compartir un vino tinto,
galletas, dulces y té verde.

Son muchas las dudas y preguntas que surgen, pero dos me parecen
demasiado importantes como para olvidarlas. Yoshito nos explica que para
ellos el concepto de belleza es un poco distinto al que impera en Occidente.
Shibui le llama, "es un concepto estético y que indica una distinción silenciosa,
una belleza sobria, recatada". Este shibui puede llenar todos nuestros sentidos,
según dice, pero lo hace sin gritar, de manera indirecta, sutil. Así es la belleza
en el Butoh, y quizás en muchas manifestaciones artísticas japonesas.

En vez de responderme la segunda pregunta mediante una explicación verbal,


Yoshito me lleva a una esquina del salón, mientras los demás comparten
animadamente en varios idiomas. Yoshito, quien viste un pantalón negro y
una camisa blanca con cuello al estilo Mao y luce la cabeza rapada, parece de
pronto transformarse. Me explica con su cuerpo lo que les repite una y otra vez
a sus estudiantes: "los ojos están en la espalda".

Yoshito deja caer levemente los hombros, su espalda se arquea un poco, los
ojos suben a un costado y todo el salón se llena con su presencia. Luego separa
los brazos de su cuerpo, sus piernas van casi dobladas y el pecho firme y
cuando me mira me doy cuenta que la animada conversación del resto ha
cesado y que todos nos observan en silencio.

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