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PERROS DE NADIE ESTEBAN VALENTINO angina Cua Fred Ange! Sanchar repre: unos Aes Bardo nuove ESTEBAN VALENTINO SHeniecolecign ElBarca de Vaper Extrafios son, muchas veces, los comienzos de las histo- vias humanas. Extraios y lenos de imprevistos y de dudas y de improvisaciones. Porque cuando Bardo entré con su banda de casi nitios «@ la casa aquella, en la que esperaba encontrar algunos apa- rratos, algunas joyas y sobre todo dinero, la imaginé desha- bitada, sumisa, lista para la: bisqueda y para el hallazgo. Y sin embargo no fue ast. Sucedié que el hijo mayor de los duefios —"Los duefos son todos iguales’ solfa repetir Rardo— se sintié grande en sus diez aftos recién cumplidos y quiso quedarse solo. Cuando escuchs ruidas en el come dor, se levant6 creyendo que encontrarfa a sus padres y a las esperables preguntas sobre su soledad: “;Cémo fue to do?, eno tuviste miedo?, galgo rare?’ pero, en lugar de las {frases amables que sus diez afios buscaban, se encontré con el revélver del Lungo, que se le disparé sin cuidado, sin des- tino. Se le disparé para siempre, siempre. La bala rozé la cabeza rubia que buscaba preguntas amables y eso conver: (id a Bardo de que era el momento de alejar a los suyos. El se quedé para comprobar que sus catorce afios no tenian ‘que cargar, con tamana prontitud, una muerte; que los diez 7 fos, de cabeza amarilla, tenfan solo un raspén y un miedo ‘que no se sacaria nunca, nunca. ‘Lo llevs hasta la cama y trat6 de calmarlo antes de irs. “yAhora nos vas a rebar?” —preguntaron los diez aftos—, “No, este afano ya fue" —dijeron los catorce—. Pero cuan do quiso escapar comprobé que era tarde, que la poticia ya estaba alli y que su madre tendria otro hijo al que ir a Visitar @ los temibles encierros adultos, donde desde hacta lafios se oscurecia un hermano vagamente conocido. Entonces algo empexé a resquebrajarse en él. En algu nna parte de sus certezas, comenzé un rompimiento. Esta Ia historia de ese rompimiento. (Cuando Nueve escribié “culo” en la escuela, no sospechs que pondria en marcha tantas resoluciones. Pensé en su pprofesora de Quimica, que lo atormentaba desde el suefio y ‘aun desde la vigilia. Con los ojos en el echo, escribié “culo” ‘como una venganiza, como un exorcismo. Pero el mundo re- solvid, y él no lo sospechaba. Su alejamiento de la vida aca: démica lo obligé a decidirse por otros senderos, Esta es la historia de esa decision. No es extrario que decisiones y rompimienios habiten las vidas de hombres 0 de casi-irios. No es extrafio. Cuando decisiones y rompimientos no se encuentran, pasan ciertas ‘cosas. Cuando se encuentran, pasan otras. Los perros la miraban pasar sin molestarla. La conocian ‘de memoria y sabian que su hambre eterna no tenfa que te nerle miedo a esa mujer de caderas amplias. Los perros que Ja miraban pasar no tenian duefio. Eran jaurfas fantasma- les con costillas que podian contarse y tan ignorantes de ccaricias como de carne. Eran perros solos, perros llenos de ausencia, perros de nadie. Esos perros la miraban pasar. Elizabeth caminaba por una de las salidas de la Villa, abarcando la mayor parte posible del frente. De aca para alla y de allé para acs. El vestido rojo furioso pegado al cuerpo, el pelo abundante cayéndole en cascada sobre los hombros, la cartera plateada, no demasiado grande, y los zapatos haciendo juego, las medias negras caladas, que asomaban sugerentes por debajo de la rodilla, un eter- no cigarrillo entre los dedos, manchado con el rouge de tuna boca exageradamente marcada a fuego. A las once de la noche, Elizabeth comenzaba su paseo diario por los li- mites de la Villa, esperando un cliente. Cada tanto, un au- to se detenfa a su lado y entonces la noche ofa algunas breves palabras que salian por la ventanilla y otras que se ‘metian en el vehiculo. Pero siempre, indefectiblemente, el, ° coche segufa su viaje y Elizabeth volvia a su rutina de pa- 308 para un lado y para el otro. Asi, hasta que empezaban 12 asomarse las primeras luces del amanecer. En ese pun- to, Elizabeth daba por terminada su jornada nocturna y dirigia sus zapatos plateados hacia su casilla. Se acostaba, y alas ocho y cuarto sonaba el despertador. Otro dia. ‘Bardo habfa salido répido del encierro. Los catorce afios que declaraba su nombre de papel y lo que dijo el pibe rubio le sirvieron para volver enseguida a los caminos de terraya las muchas calles angostas y a las pocas calles an- chas. Caiminé esa manana sin guardapolvo porque se dio si mismo el permiso de la ausencia ala escuela y porque, como siempre, nadie pregunt6 demasiado en la casa. La carpinteria de Hugo se fue acercardo a sus ojos has- ta que la oxidada puerta de dos hojas se lo tragé. Adentro, Hugo discutia con una cajonera que no queria quedarse fir- ‘me y que no aceptaba los mandatos de la cola para madera, —jHugo...| —grité el chico al entrar. —iPero la gran... con este cajén! zQuién..? Ah, Bardén, qué hacés, ratén? “Nada, estaba al pedo y vine a verte, No fuiste a la escuela? —No. Después de la otra noche voy a dejar pasar unos dias antes de volver. No quiero ser un bicho raro y que me pregunten a cada rato cémo es la cana, Feo, no? —Y, yo qué sé. Lindo no fue. Pero dejé, no quiero ha: blar de eso. 2Cémo anduviste? —Igual que siempre, Bardo. Con poco labure, Parece ‘que la gente ya no necesita muebles. Se querfan Bardo y Hugo. Con ese carifo lejano que parece no contaminar mucho a ninguna de las partes involucradas. Pero se tenfan un buen afecto. Hugo 16 hay bia adoptado a Bardo desde chiquita, cuanda descubirig ‘que detrés del pibe que iba camino a la pesada, casi sin es- calas, habia una inteligencia que sabfa escuchar. Y Bardo se habia pegado a ese carpintero torpe, que se sentaba du- rante horas a la puerta de su negocio con un mate y unos bizcochitos, a abrirle las puertas mas cerradas de su al- ‘ma. Se sabjan casi tinicos en esa historia de confesiones y secretos, y esa sensacién habia servide para acercarlos todavia més. No se puede saber exactamente hasta donde egé Bardo con su sinceridad. Es posible pensar que se permitiera franquezas que ninguno que los conociera ha bbria imaginadlo. Huge era el dinico que podia sacar al chi- co de su habitual parquedad y, a la vez, Bardo era vital ppara el carpintero. Bardo era su principal conexién con el mundo que empezaba en la puerta de su carpinteria, El hombre contaba, el muchacho escuchaba y al final decia un par de frases que a Hugo le servian para quedarse pen- sando hasta la noche. Asi habia sido siempre. Asi era tam: ién esa mafana, —2Qué te pasa que tenés tanta bronca con esa cajone- ra? —pregunts Bardo. —Nada. Que no se pega y esté demasiado vieja para clavarla... Bah, si. Me pasa lo de siempre. Bardo lo miré para que Hugo se diera cuenta de que lo centendiia, y tambien sabia que el carpintero sba a seguir ha blando y que “lo de siempre” tenia ese dia algunas nove dades. Ya estoy podrido, Bardén. Esta casilla es una bosta. Yo ‘soy un carpintero de cuarta y quiero irme de acé, pero no sé cémo, y encima tengo miedo. Como si perder estas cua ‘to chapas de mierda fuera tan terrible. —No —dijo Bardo—. Pero a vos te pasa como a mi ‘aando me agarraron en esa casa. Si salia, me encanaban, y si me quedaba, me amasijaban. Cuando estaba por abrir Ja puerta me di cuenta de que no tenfa ninguna buena. Un bajén, Eso, Un bajén —acept6 Hugo—. No hay buenas. Se quedaron en silencio dndole al mate y a los bizco- hitos, sabiendo que el otro estaba alli només, y disfrutan: do de esa certeza, Cuando se separaron, Bardo se fue para la cancha, y Hugo se quedé pensando en eso de que no hay. buenas. La gente de Nueve se estaba preparando para la noche. ha a haber salida. Nueve se prendia a veces en esas excur- siones exploratorias, sobre todo, después de que lo echa ran de la esctiela por haber escrito la palabra “culo” en. lugares indebidos, en momentos inadecuados. Siempre al: go se podia cuttin, A eso de las doce se Iban a dejar caer por la Villa Nueve no era una figura principal en el grupo, pero, pese a sts breves catorce afios, era una presencia respeta- fla en el barrio de la Fabrica porque no acrugaba y, lega- do el caso, sabfa ir al frente. Esa noche estuvo a las once y media donde siempre y empezaron a caminar para la Villa, No era una distancia demasiado importante y en. ‘menos de treinta minutos tropezaron con los primeros pa- sillos. La Villa tenia algunas caracteristicas que la hacfan, ‘especial. Por ejemplo, estaba claramente delimitada, Nunca rninguno de sus habitantes quiso confesar si esta exacti- tud en la linea divisoria era un efecto buscado para dejar en claro que de aqui para alla, ustedes, y de aqui para acé, nosotros, 0 si fue obra de la casualidad eso de que de aqui para alld, eteétera, De modo que se podia caminar por la calle lindera a la Villa y se estaba, sin dudas, en el mun- do de aqui para allé. Ademés, con su particular geografia, daba la sensacién de tener puertas mas que calles de ac ‘cos0. Esto la hacta fécilmente rodeable, Hegado el caso de. tuna redada, pero también fécilmente defendible. Si sus hhabitantes no querfan que alguien entrara, no entraba. Esa posibilidad se daba més con bandas rivales que con la policfa, El grupo de Bardo era especialmente celoso en 60 de la integridad territorial Pero esa noche no habia actividad, ni vigilancia ni na- da, y la Villa ofrecia sus entradas y salidas come una mu jer tal vez excesivamente complaciente, Igual que otra ‘ciudad, cantada hacia lejanos anos, la Villa, ibre de mie- do, multiplicaba sus puertas. Y, cosa extrafia, nadie tran- sitaba ese territorio limitrofe de la vereda, ese aci‘allé con piso de ceinento y algunos faroles encendidos. Tal vez el frio, tal vez algun prondstico de Iuvia, Lo cierto es que Nueve y los suyos recorrieron ese limbo sin ver a nadie. Hasta que oyeron un nuldo. EI vestido rojo pegado al cuerpo, el pelo abundante ct ‘yéndole en cascada sobre los hombros, la cartera plateada no ‘demasiado grande, y los zapatos haciendo juego, las medias caladas, que asomaban sugerentes por debajo de la rodilla, lun eterno cigarrillo entre los dedos, manchado con el rouge de una boca exageradamente marcada a fuego. El golpe de los tacos sobre el cemento rompia la oscuridad y le daba a ln excena un clerto aire de mala pelicula de misterio, —Una puta —dijo-el jefe de los intrusos. —Si, gy? —dijo Nueve. —,Cimo “y"? Que algo tendré, algo ya habré hecho —se planté el Jefe, como para que no quedaran dudas de 3 que ya habia elegido su objetivo y de que ningtin advene- dizo lo iba a apartar del botin que imaginaba esperéndo- Jo en la cartera plateada no demasiado grande. —2Qué? Ahora apretamos putas? —quiso seguir cues. tionando Nueve, a partir de algiin tipo de honor manci Mado. —Apretames lo que tenga plata, chabén. ¥ si'no te gus- 1a, te las podés tomar. Nadie te llamé. Los demas no quisieron formar parte de la diferencia de opiniones porque la navaja a resorte del Jefe era farno- sa, y ademés porque, secretamente, tal vee estaban com- placidos de que el dinero de esa noche legara con tanta simpleza. —Vos, topala por adelante, que yo la aprieto por atras— ordené el Jefe Sabfan moverse. Pato corrié unos metros por la vereda de enfrente, antes de cruzarse en Ia imaginaria linea de ‘camino de Elizabeth. Cuando la mujer lo vio venir, ya era tarde. Pato se le vino encima como tuna maldicién y, casi al mismo tiempo, sintié una puntada en su espalda y la vor del Jefe que le exiga la cartera plateada no demasiado grande, Entonces Nueve empez6 a ver todo como en cé- ‘mara lenta. Y vio que hacia ya unos segundos que estaba garuando y que de golpe el suave goterfo se convirtié en una catarata. La noche se hizo de agus. Y Elizabeth demos- tré en ese instante que tenfa una inesperada fuerza para su femenina condicién. De una poderosa patada en los geni- tales se desembarazé de Pato y con un codazo en el est6: mago quiso hacer lo mismo con el Jefe. Pero el pibe era duro y ducho en eso de los combates cuerpo a cuerpo. ‘Alcanz6 a clavarle la navaja a la altura de Ia cadera, al rais- ‘mo tiempo que los otros miembros del grupo se acercaban 4 cortiendo en ayuda de sus camaradas agredidos. Con tinas ‘cuantas patadas estratégicamente dadas volearom el resul- tado del enfrentamiento decididamente a su favor, arreba- taron la cartera plateada no demasiado grande, levantaron 44 sus compafieros y se metieron en la cortina de agua ha- ia el olvido. Nueve siguié parado, duro, mirando todo a través del extrafo prisma de las gotas. Varios segundos después segufa sin moverse, viendo cémo Elizabeth se le- vantaba con dificultad, mientras se agarraba el costado lle- no de barro, agua y sangre. La mujer lo mix6, pero no hizo ningdn Intento por acercarse © hablar. Enearé hacia una de las calles-puertas y se perdid en la Villa. Nueve se man- tuvo en su postura de estatua, empapéndose en la noche ‘unos momentos més, mirando la nada en que se habia con- vertido la ausencia de la mujer. Finalmente, dio media vuel- ‘a, se puso las manos en los bolsillos y empez6 a volver a su territorio, Sabfa que de lo recaudado esa noche no le to- ‘aria nada, pero descubrié con algo de alivio que eso tam- poco le importaba. Y en ese momento supo que desde entonces trabajaria solo. Que, siempre que necesitara agre: garle algdin extra a las changas que hacia, no buscaria la ‘compaifa de la banda. Sus pasos inundados se perdieron de a poco, de la rabia, de la impotencia. 5 2 Era don Eleazar un hombre de recuerdos gigantes. La ‘madre lo habia hecho judfo y le habia ensefado a querer su nombre. De nifio, le habia contado hasta el cansancio, Ia heroica resistencia de la Fortaleza de Masada. Sabia, co: ‘mo el camino a casa, la gesta de aquellos hombres y mu- jeres que, guiados por su lejano tocayo, prefirieron la muerte masiva antes que la rendicién a las tropas del cén- sul romano Tito Flavio, en el afio 73 d.C. All empezaban, los recuerdos, en esa historia de veinte siglos. Su taller ‘mecénico se poblaba de pibes de tanto en tanto, para que don Eleazar abriera la tapadera de su memoria. Y el vie~ jo empezaba. No habia preguntas. El recuerdo salia uno solo y salfa de un tirén. Si alguna vez se repetia —lo que hho eta muy comin, porque su memoria parecta fabricada de infinitos—, la historia salfa otra vez exactamente igual, sin una coma de més 0 un adjetivo de menos. Tendrfa en- tonces unos sesenta afios largos, de esos que empiezan a pesar el doble porque se esta ya mas cerca del final que del principio, Pero era un hombre de rencores breves, con 1 pelo de la cara bastante mas tupide que el pelo de la cabeza. Y con una historia siempre lista a inundar el aire 7 ‘que lo rodeaba: “Y entonces Eleazar llamé a todos al tem: plo. Ni siquiera los nifios o los impedidos quedaron afuera. ¥ les dijo que la rendicion equivaldrfa a que todos ellos fueran conducidos hasta Roma para pasear por la capital del Imperio como esclavos. ¥ que si Jehovd los habia he- ‘cho hombres libres, no habia sido para que ahora hicieran Jo que unos paganos, que crefan en dioses que bebfan vino hasta hastiarse, les ordenaran. ¥ les difo que él sabia que Tito Flavio era un hombre de honor, pero que el destino de los prisioneres estaba més allé de las decisiones de un tri- buno, por mds hijo de emperador que fuera, y que la escla- vitud no era ni siquiera una posibilidad a contemplar para hombres que habian nacido libres y que debian morir asi También les dijo que él y su familia habian resuelto eso, ‘morir, que se entregarian voluntariamente a los mas habi- les en el manejo del cuchillo, para que fuera Jehovd, y no un emperador ignorado, quien los recibiera en Su ciudad, ‘Ast hicieron los hombres, mujeres y nifios de Masada, Nadie quedé en la ciudad sin seguir el ejemplo de Eleazar y su far milia. Y, cuando a la mariana siguiente, Tito Flavio rompis ‘por fin las puertas de la ciudad, encontré las casas llenas de cdscaras vacias, de cuerpos que no tenian ni siquiera sangre que recuperar. Y el romano lloré ante el cadéver de su enemigo vencido y le rindié honores y lo insultd por lo bajo, porque le habia regalado una pesadlilla de la que se Iibrarfa solo con su propia muerte”. La madre le habia ensefado el amor por su nombre y por la memoria, Fl padre lo habia inundado de st orgullo por el anarquismo. La madre le hablaba de lejanos héroes hebreos. El padte, de Antonio Soto, el espafiol que se ha bia puesto al frente de los campesinos patagénicos cuan- do las huelgas de 2919. Y habia también tna historia, claro, 8 “Elegé un momento en que los iiltimos obreros quie todavia resistian fueron rodeados en los campos de una de las es- tancias. ¥ hubo que decidir si pelear o entregarse. Los que dirigian el movimiento dijeron que habia que combatir has: ta el final. Pero los hombres ya estaban cansados de tan ta lucha y, cuando hubo que votar, resolvieron rendirse a los soldados del teniente coronel Varela. Pero Soto no quiso suicidarse: sabia que Varela tenia orden de fusilarlo no bien se entregara y no tenfa la intencién de darle ef gus: to. Esa noche, cuando los campesinos cabalgaron con una bandera blanca para ponerse a las érdenes de Varela, Soto se perdié entre las vueltas del rfo para pasar a Chile y no volver mds" De semejante mezcolanza, Eleazar habia hecho su pro pia sintesis y se habia dedicado con entusiasmo a la pre tica de ritos africanos. Fue intentando un conjuro creado por una tribu de Sierra Leona, para que una morocha ve- Cina suya le diera bolilla, como descubrié una utilidad in- esperada de su magia. Era un domingo por la mafiana. El taller estaba cerra- do, Eleazar preparé sus pécimas y las fue echando lenta ‘mente a un caldero, mientras recitaba las palabras necesarias para que la moracha se rindiera a sus reclamos, Tal vez. al: ‘gin error en la fonética del dialecto original; tal vez, no demasiada fe de su parte, Quién sabe. Lo cierto es que la ‘morocha no tocé nunca el timbre de su casa, Eleazar pasd sole todo el domingo, reprochandose por haber elegido esa ‘magia de Sierra Leona en lugar de la mucho més segura de Mozambique. A la noche, convencido ya de la certeza de 4a fracaso, decidié sacarse algo de Ia bronca metiéndole ‘mano a una vieja camioneta Fi0o totalmente arruinada La bateria estaba muerta, pero igual le dio arranque para 9 comprobar desde el comienzo la gravedad del dafio. El ta- Her se llené de un sonido como no se habia escuchado runca en el barrio. Si él no habia perdido por completo su ‘ido con las basuras inmundas disfrazadas de motor que fescuchaba todos los dias, esa maravilla se parecta bastan- te a.una cero kilémetzo. Bajé como loco de la cabina, abrié el capot y alli, bajo una capa de tierra de tres centimetros, bramaba un sues hecho metal. La revisé toda la noche Yy no encontré ni una tuerca que no despertara st admi- racién, La prueba era concluyente, pero Eleazar necesita ba otra confirmacién. El viernes por la tarde le trajeron un Citroén 67, que lege hasta la puerta del taller gracias a la inclinacién de Ia calle. Se lo cambiaron por un burro de arranque que el duefio necesitaba para su otro coche, que todavia algo andaba. El domingo se encerré en el taller con sus It- quidos, sus palabras en la memoria y el Citroén. Cuando terminé el ritual y le dio arranque al auto, no quiso guar darse el grite que le salié de la nada. Y ya no tuvo que levantar ninguna chapa para saber que alli adentre todo funcionaba como debia, Ahora hacia aftos que vivia de su fama como el mejor mecdnico del barrio. Hacia afios, ‘que contaba sus historias en el mismo taller, que no ha- ‘bia querido abandonar pese a la prosperidad, y afios tam- sn. que Nueve escuchaba, admirando en secreto la intransigencia de Eleazar y, algo menos, la valentia de Soto. Porque al final Soto se las tomé, don Eleazar, se ra j6. No se qued con sus companieros como habia prome tid desde el principio —Ie decia Nueve, eriticando al hombre que habia incendiado el sur argentino. Bleazar pensaba cuidadosamente la respuesta: Soto era espafiol y tenfa un segundo, un aleman, tam- bien anarquista, que discuti6 con su jefe fo que debian, hacer los dos ante lo que hablan resuelto sus compane- ros. El alemén sabla que entregarse a Varela era sinéni mo de fusilamiento. Pero dijo que si siempre habian, acatado lo que resolviera la mayoria, ahora no podlfan ha- ‘cer una excepcidn, aunque eso significara la muerte. Soto ‘miré a su amigo a los ojos porque entendia que habia lle- gado el momento de una despedida definitiva, y le dijo: "No, Aleman, yo soy un luchador, y silos compafieros quie ren suicidarse, quieren dejar de luchar, Y hasta allf no los sigo’, Entonces, el alemén lo abraz6 para decirle adiés: “No te juego, Antonio. Esta es la decisién tuya y, aunque estoy seguro de que estis equivocado, sé que en cualquier Tugar en que te pongas a vivir, vas a seguir buscando un ‘mundo mejor’. ¥ Soto tuvo raz6n, porque Varela fustlé a todos los jefes que se entregaron, aunque se volvié loco ‘cuando se dio cuenta de que justo faltaba el espaol. —No sé —dijo Nueve, con los ojos clavados en un Di ‘Fella que esperaba su turno en el taller—. Me parece que el alemén ese tuvo los huevos de vn burro y que Soto se bborré. Y me da bronea, porque hasta ese momento habfa sido muy valiente. En cambio, Eleazar en Masada no le tuvo miedo a la muerte, “Bueno, quiégn sabe. Ahora tengo que seguir trabajan- do, Nueve. Cerré la cortina, que vamos a arreglar el Di ‘ella este que lo van a venir a buscar a la tarde. ‘Nueve era el tinico del barrio que conocia el secreto de Ia eficacia mecénica de don Bleazar. El hombre colocé sus ollas alrededor del auto y empezé a danzar en el taller, mientras recitaba los conjuros de los nativos de Sierra Leona. Con la préctica, habia descubierto que la danza apresuraba el proceso de reparacién y que otros rites te- nian también su utilidad. Nueve compartia la ceremonia, Los dos se habian sacado la camisa y se habian trazado Iineas con carbén tibio en el pecho. Eleazar arrojaba gotas sobre el techo y el capot del Di Tella, mientras Nueve fro- taba una hoja de banano por el tren delantero y el dist buidor. El dafio era grande y exigia esfuerzos extra. Sin detener la danza, don Eleazar se arrastré debajo del coche como una vibora venenosa buscando entre la sabana afri- cana las distracciones de su victima. Y desde alli lan26 su conjuro mas poderoso. No habia diferencial carcomido por los afios que soportara el poder de esa voz.imperati- va. Los metales recordaban en el momento sus primeros brillos. Recobraban su flexibilidad, su resistencia, su exac- tind. Décilmente se entregaban a la reparacién. Nueve ayudaba en las dificultades menores. Sus palabras de ca- torce afios alcanzaban todavia solo para las partes eléct cas més elementales. Fleazar le permitia entreverarse con las bujfas, de vez en cuando con alguna baterfa, pero su ta- rea basica consistia en reforzar los pases del duefio del ta- Her. Ademés, el hombre entendia que la inmortalidad no estaba al alcance de su magia automotriz y pensaba que el pibe podfa ser un buen aprendiz y, eventualmente, un, correcto reemplazante cuando le Hlegara el momento de dar el Gitimo arranque. El final del trabajo los encontré agotados, recostados contra una de las paredes del fondo con una lata de cerveza cada uno, —Gosté, geh? —pudo decir Nueve. Si. Es que estaba demasiado jugado —le respondié el mecénico, agitado. Nueve miré a su maestro pensando que no le iba a gustar lo que tenfa para contarle, pero sabiendo también, que, igual que el alemén a Soto, el viejo tampoce lo tba a juzgar. ~-Anoche nos caimos por la Villa, don Fleazar —susu- 16 con los ojos fijos en el piso de cemento del taller, —Aié, ey? —Apretamos a una puta, —Ais. —Yo no queria, pero usted sabe cémo es el Jefe euan. do se le pone algo, ga lastimaron? Si, pero poco. Un puntazo en el culo y unas patadas. —2Vos le pegaste? —No. Fero soy un boludo, porque al final no ligué un mango. Sos un boludo y alguna vez te van a meter un ‘cuetazo en el mate por afanarle a una mina que tiene vein te pesos para repartir entre seis. —2¥ qué quiere? Lo que saco en el mercado y lo que usted me da ‘no me aleanza. —Bueno, no me llorés més, zY ahora qué piensan ha cer? Porque los de la Villa se van a dejar caer por aca. Y vos sabés que esos no son nenes. —Y... no s6. Si vienen buscanda bardo. Pero no quiso terminar de hablar. Es mas, quiso callar se. Eleazar también prefiri el silencio. Asi Ios encontré la noche. El taller estaba a oscuras y el Di Tella no'se veta, 23 3 La carpinteria segufa cerrada, Eran més de las once y ‘a Bardo le parecié una exageracién esa costumbre de Hugo de abrir casi al mediodia cuando la noche anterior termi- aba con una borrachera inmortal. Ya se habian ido dos clientas que se habian cansado de esperar y Bardo pens6 {que era su deber de amigo entrar a la casilla y despertar al carpintero. Lo imagin6 tirado en el catre, boca abajo, on un aliento a alcohol que inundaria la habitacién casi hasta la nausea y pidiendo por favor que Io dejara morir tranquilo, que esa casilla de mierda y esa carpinterfa de mierda y que nada servia para nada y él menos que nada, ‘Abrié con cuidado la puerta de madera, prendié la luz y-lo que vio le llené de terror los catorce afos, por muy. curtido que estuviera en esos bailes. Hugo no estaba bo ‘ca abajo, estaba boca arriba, con los ojos fijos en el techo de chapa, con una mano sobre el pecho y una enorme mancha de sangre sobre las sdbanas. Mir6 a su amigo con, luna mezela de cansancio y léstima, y tuvo algo de resto pa ra calmarlo: “No te asustés. Es mds impresionante que jo- dido: Una herida en el culo que ya cicatriz6. Esto es sangre seca. Voy a estar bien’. 25 Hugo miré otra vez al techo y parecié olvidarse de la presencia de Bardo. Pero fue apenas una sensacién, Unos segundos més tarde volvié a hablarle, aunque sin dejar de mirar para arriba. —2Cémo fue eso que dijiste el otro dia? Ah, sf, que no hay buenas. ¥ no, parece que no. Hagamos lo que haga. ‘mos, nunea hay buenas, geh, Bardén? Bardo se senté en un banquite al lado de su amigo y al fin pudo preguntar, Pero zqué te pas6?, geémo te hiciste esto? —2No pensarés que destapando una botella de vino se ‘me clavé el sacacorchos en el culo, no? Estaré borracho @ la noche pero no hago boludeces. Bah, al menos no hago esas boludeces, Anoche. Estaba laburando y me atacé la barra del Jefe, del barrio de la Fabrica. As como estaba, no me re- conocieron y me quisieron afanar: Le hundi los huevos luno, pero el Jofe me agarx6 por atrés y me punted. Los inn Déciles ni se-dieron cuenta de que en Ia cartera no habia un mango. —Pero yo no te entiendo, Hugo. 2Para qué carajo labu rs de eso a la noche, si nunca te enganchés un cliente? ePor qué no te vas con el primero que pasa? Es que no sé cémo explicarte, Bardo, Yo tampoco la azo mucho. ¢Sabés? Yo siento que tengo que irine con 1 tipo solamente cuando le veo algo que me golpea el pe- cho, gentendés? Nada, —Es que yo soy un trolo que todavia tiene suefios, no ‘una puta barata, Se quedaron unos segundos en silencio, tratando de or denar lo que les pasaba por dentro a cada uno, hasta que Hugo volvié a hablar, 26 —Che, Bardo. —20ue? —En el fondo, gno me gustardn las minas a mi? —Vos no te empedas a la noche. Vos vivis empedado. Fue la primera vez en muchos dias que pudieron lar- gar algo parecido a una risa. Pero Bardo no se refa olvidn- dose dle todo, Pensaba que la gente del Jefe se habia metido fen su territorio y pensaba que esas cosas no podian que- dar sin respuesta. La navaja a resorte dorm{a en su bolsi- lo y Bardo la acariciaba, La reunién en la plaza de siempre no fue esa vez para elaborar ninguna estrategia nocturna que les permitiera ac- ceder a recursos propios. No, Esa tarde, Bardo habia convo- cado a su gente para planear un escarmniento. Esto era, sin ucla, mucho mas peligroso que las otras salidas y todos lo sabfan, Solo los més probados en el coraje podian acceder ese tipo de accién y por es0 Bardo se habia juntado tink camente con su plana mayor. Por ejemplo, en la tltima ac- cién el Lungo habia demostrado que todavia le faltaba y por eso habla quedado afuera. Los mas novatos tampoco ha: ban sido lamados, Es que tna cosa era meterse en una casa vacfa o enfrentarse con unos pibes asustados para sa- carles las zapatillas y alguna campera de marca, y otra, muy istinta, vérselas con la gente del Jefe, que no eran ningu- znos nenes de pecho. Iba a haber pelea, y de la buena, y una ver que se abria esa canilla alguien podia mojarse, como le gustaba decir a Bardo para ejemplificar que las heridas —y hasta la muerte— le podian caer @ cualquiera. La plaza estaba esa tarde con Ia soledad a pleno. Tenia ‘esa ausencia de ciertos lugares olvidados por los que debe rian recordarlo y que entonces hacen como mis grande el 7 elvido. El sol empezaba a hacerse un simulacro en el ho: nizonte y el fresco del otofio ayudaba a aumentar la sen- sacién de silencio que invadia todo. Bardo explicé las lineas de accién con detalle, para que nadie pudiera alegar ignorancia de sus deberes. Quiero que ese sepa con quién se metié y por qué Te va‘a pasar lo que le va @ pasar. No le van a dar més ga nas de andar metiéndose en la Villa para afanar nada y tampoco le van a quedar ganas de meterse con la Elizabeth. ‘Ademés, ef plan empezaba con un detalle curioso, por zno decir inverosimil. El plan empezaba con tna carta —Esta es la carta que escribf, y vos, Pelado, te vas a ir hasta el barrio y se la vas a dejar en el kiosco del Pitu. El Jefe para siempre ahi. Después nos dejamos caer por el ba rio el s4bado a la noche. En El Trépico hay joda y van a estar todos. Yo voy a llevar el ferro. Ellos alguuno van a te ner, Nos vemos el sébado a las diez en la pizzeria. Pocas palabras. Las necesarias para ser dichas. Las otras, las escritas, viajaron con el Pelado hasta el kiosco del Pitu, donde el Jefe solia realizar sus descansos. El mensaje era breve, contundente y no dejaba lugar a dudas. Decia asi “Jefe: te metiste en nuestro territorio y la punteaste a la Elizabeth. Nosotros te vamos « hacer lo mismo que le hicis te.@ ella. El sabado te voy a meter la navaja a vos.” Frases sin historia, pero con un porvenir pintado de presagio. Don Eleazar miraba a su discipulo dormido y pensaba ‘que Nueve iba a tener problemas para convertirse en el heredero de su clientela mecdnica, no porque tuviera difi- cultades para recordar los complicados rituales africanos, De hecho, para su poca experiencia y edad, lo hacfa bas. 28 tante bien. Pero don Eleazar pensaba que, fuera de las pa- redes de su talles, la vida de Nueve se hacfa cada vez més riesgosa, y eso no le gustaba. Esa tarde, antes de dormir- se, le habla contado un sueno que lo estaba visitando a ‘menudo en las tltimas noches: “Hay un monstrue enorme, don Eleazar. No, enor me es poco. Es un monstruo terriblemente gigante. No es como un dinosaurio, sino més bien grande como un. ‘edificio gigante, Y yo sé que tengo que enfrentarme a 1, Que si lo puedo vencer, todo va a cambiar en mi vi- da, Pero también sé que ganarle es casi imposible, por que es tan pero tan grande, que yo puedo pegarle como, cien tiros y no le voy a hacer ni cosquillas. Pero igual me le animo, lo peleo, Entonces me despierto, asf que nunca sé si le gano 0 si él me hace de goma. ;Qué seré es0, don Eleazar? EI mecénico lo miré y, aunque pensaba que alguna ex plicacién tenia, le dijo que él de suenos no sabia nada, ‘porque preferia que fuera el propio Nueve quien descubrie- ra los aleances de su fantasia nocturna. En esos recorda- res andaba el viejo, cuando Nueve se desperté y pregunté qué hora era, “Las ocho, Nueve. Te dormiste hace como dos'horas y te perdiste el arreglo de Ia chatita. Fs un nuevo rito tutsi, de Ta zona de Ruanda, que es muy bueno para los cigtie- ales. Otro dia te lo voy a ensefiar. Otro, cuando no te que- des dormido sonando con edificios que te atacan. A propésito, zninguno de esos monstruos tenta la cara de la banda de Bardo? —1Qué me quiere decir, viejo, que suefto eso de los monstruos porque tengo cagazo de que la banda de Bardo se deje caer por el barrio? 29 No, si ya sé que no. Ya sé que vos sos de los que no. arrugan, de esos valientes que van siempre al frente y to- do eso que dicen siempre ustedes. Solamente me pregun- ‘taba si ademis sos de los que piensan. —Bueno, viejo, ya esté. La cagada ya me la mandé. Ahora hay que bancarse la que venga. Después me voy a abrir de ellos, pero en esta tengo que estar. on Fleazar miré a su aprendiz, entendiendo que ya lo habia retado lo suficiente por el episodio del viaje 4 la Villa, y duleificé un poco el gesto. Se sent6 en el piso frio del ta- Iler y golpes con la palma de su mano derecha el pedaci- to de suelo que quedaba libre a su lado, sin quitarle los ojos a Nueve. Fl pibe entendié la invitacion y puso su co- Ia donde habia indicado el viejo. No dijo una palabra por- que sabia que su maestro de mecénica necesitaba cierto silencio para comenzar una historia, y pensé que por €s08 mundos quedaba su futuro inmediato, ¥ no se equivocaba En el momento en que el Pelado legaba al kiosco del Pit con la misiva de Bardo, don Eleazar empezaba a hablar: Nadie sabe hasta dénde es capaz de llegar por amor. Es como un salto en largo. Si pruebo yo, puede ser que ha- ‘ga unos buenos tres metros. Pero si saltés vos, seguro que pasés los cuatro. Y algtin chorrito del barrio, corrido por la policia, con envién y miedo, en una de esas pasa limpito el arroyo, que tiene mas de cinco metros. Pero el récord mun- dial, el de los saltadores profesionales, lo iene un yanki con casi diez metros. Lo mismo pasa con el amor. Nosotros podemos, yo qué sé, enfermarnos por amor. © ponernos locos de contentos, si nos dan bolilla. O hacer algunas lo- curas, ¥ e30 seria como los tres o cuatro o cinco metros del salto en largo. Pero equé cosas puede hacer alguien que salte casi diez metros en estos asuntos del amor? Bueno, 30 ahora te voy a contar la historia de alguien que salté no diez, sino veinte metros, que hizo lo que nadie hizo. Esta cs la historia de alguien que decidié no morirse hasta vol- ver a encontrarse con la mujer que amaba. Y tuvo que es- pperar siglos. Escuché y después contame qué pensis del tipo que se cree un héroe porque va a ver a la novia un, dia de llavia: “EI hombre se lamaba Vlad Drakul y era un noble, un conde que tenia su castillo entre unos montes de Europa, que se llaman Cérpatos. Era el comandante cris- tHano de un ejército que luchaba contra los sarracenos du rante la Edad Media, porque los otros no eretan en Dios, sino en Ald, y por eso se hacian la guerra y se odiaban, Drakul estaba casado con una mujer a la que adoraba por encima de cualquier otra cosa que tuviera que ver con él. in- ccluyendo ese Dios por el que salia a morir todos los dias. ‘La mujer se lamaba Elizabetha y dicen que era hermosa ‘como una noche estrellada y también amaba a su sefior, ¥y mil veces habria muerto por él, si se lo hubiera pedido. Pero nunca hizo falta eso porque él solo queria que ella respirara para que sus pulmones pudieran hacer lo mismo todas las mananas y todas las noches, y siempre. ‘Sucedié que una poderosa fuerza sarracena entré en ef pais y destruyé los sembrados y mato a los campesinos y ‘quemé las casas. Los espias que mandé el conde te habla- ron de un ejército invencible, que aventajaba al que los cris- tianos podian reunir en nimero, armas y ferocidad. Pero ef conde tenta su fe y tenta su valor y, sobre todo, tenfa a su Elizabetha, y no tuvo temor. Ast que no escuchd a los que Te aconsejaron recluirse en su castillo. Una mariana de sol brumoso y timido, salié a un combate sin esperanza. Pero ocurri6, como fantas veces antes y tantas veces des pués, que los pocos fueron més fuertes que los muchos y 3a {os derrotaron y fos hicieron hur. Esa maftana Dios derro 16 a Ald y el conde Drakul cabalgd victorioso sobre los ca daveres de sus enemigos, y dicen que reia, mientras su espada se afilaba una y otra vez sobre los cuellos de los hombres odiades. En desbandada y lenos de panico y ren cor, unes pocos sarracenos lograron esquivar la furia de exe ‘demonio y huir a regiones donde no pudiera encontrarlos la sed de exe filo terrible. Huyendo sin sentido, encontraron tin castillo perdido entre los Cérpatos y a un campesino tembloroso. Le preguntaron quién habitabe ally, cuando el hombre respondis que era la morada del noble senor de ‘aquellas tieras, el siempre bienamado conde Drakal, los {fugitivos planearon una venganza cruel. Cortaron la cabe 2a del campesino y la desfiguraron, y le arrancaron los ca bellos. Cuando fue imposible reconocer algin rasgo en ella, Ja metieron en una bolsa de tela y cabalgaron hacia el cas Lillo. Se detuvieron ante el portin principal solo para gri tar que el ndmero y la furla de los sarracenos habia sido demasiado para las debiles legiones cristianas y que, en ‘memoria de su valiente jefe, habfan traido su cabera has fa el castillo. Arrojaron la bolsa, que cays en el patio cen tral, escaparon al galope, pensanda que las horas de dolor que se vivirian en el castillo hasta que se supiera la verdad, Serfan una pequena venganza ante la derrota,y que ya le _garia el tiempo de mejores resarcimientos. Pero si hubie- ran sabido hasta qué punto la mentira danaria a su vencedor en ese dia, se habrian enado de gozo. Porque cuando la sehora Elizabetha oyé la nueva y abrié la bol sa y vio la cabeza destruida de quien creyé su conde, en Toquecié de llanto, y corrié hasta la torre mds alta y se arrojé al aire para encontrarse con su so, mas alld de la noche. 22 Al dia siguiente, Drakul regress con su estandarte de triunfo desplegado y todos entendieron, entonces, que el engaio habia llegado primero para dejar al castillo sin su mejor luz y a Vlad, sin su tinica excusa para seguir vivo. Pero 4 decidié otra cosa. Sabia que todo aquello que vivia lo habia vivido ya antes, y que volveria a vivirlo en algiin por. venir. ¥ resolvié simplemente no morir, mantenerse en es- te mundo contrariando la ley de ese Dios impiadoso, que no ‘habia sabido cuidar de lo que Drakul mds amaba, mien- tras él combatia en Su nombre, hasta que ella reaparecie- se en algtin lugar y bajo alguna forma. Siglos estwvo asi, alimentandose de sangre y del recuerdo de Elizabetha, has- ta que ella volvié. EI la reconoci6 entonces y la amé como nunca y la recorrié como siempre, repitienda su nombre, mientras la disfrutaba, y al fin pudo recostarse en paz. Cerré tos ojos junto a ella, y durmis y durmié y durmis, y no dlesperte jams. Después, el viejo callé largo, para que su oyente supie- ra que ya no hablaria. Nueve mixé a don Eleazar y ni quiera quiso decirle que la historia del conde ese le habia, gustado, porque pensé que pronto deberia volver a pensar ten ella, y porque en ese momento golpearon a lapuerta del garaje y oy6 clara la vor de Alejo, que le decia al vie~ jo mecénico que el Jefe queria verlo a Nueve en el kiosco del Pitu, porque tenia noticias de Bardo. ¥ entonces pen- s6 que la banda de la Villa tenia més gente que la de ellos y; también, més experiencia en esas peleas, pero quién sa- be, se dijo, quién sabe. 33 4 Bardo desconocia al hebreo Bleazar y, si hubiera sabi: do, se habria sentido més cercano a Tito Flavio y a su ham- bre de conquista. Bien esté que el romano no anidaba deseos de venganza y tal sentimiento era el principal —si no el inico— impulso que guiaba a Bardo cuando preparaba la nvasién hacia el paraje del Jefe. Tampoco sabia de Masada 'y e8 seguro que el barrio de la Fabrica estaba bastante le- jos de parecerse a la fortaleza judia. Pero algo tenfan en co- ‘matin aquella historia de hace veinte siglos y esta historia de ahora. El responsable del atague —Bardo, Tito— no su bestimaba a su rival —el Jefe, Fleazar— y el combate se harfa en terrenos del atacado, lo que les daba cierta ven- taja a los defensores. En todo caso, se sabe, porque la historia lo cuenta, que la hora final cay6 para Masada, y también se sabe que el sébado a la noche llegé para todos, pero en especial para las huestes de Bardo y de Nueve. —Bueno, ya es la hora —dijo Bardo a los suyos—. Ya deben estar en EI Trépico. Cada uno sabe qué tiene que hacer. ¥ también saben que meterse con el Jefe no es jo- da, Pero si dejamos pasar esta, van a pensar que se pueden 35 ‘caer por la Villa cuando quieran y hacer Io que se les can te, Vamos a entrar por la avenida porque a esta hora hay mucha gente y no se les va a ocurrir hacernos una tram- ‘pa. Vamos, cuando estemos cerca de El Tropico se van pa ra donde dijimos, Vamos —ordené luego de una breve pausa. 'Y fueron. Todos. Como soldados romanos al asalto de ‘Masada, Pero levaban navajas en lugar de lanzas. Y un 22 largo. El Jefe habia dispuesto su escaso mecanismo de defen- ‘sa con sabidurfa. En ese momento, Nueve pensaba en la historia de Drakul y en eso de que los pocos fueron més aderosos que los muchos, y pensaba también que algo fasi deberfa suceder si querfan salir bien parados de la que se venia, Sabja que la tropa de Bardo era bastante mas mu merosa que la propia y confiaba en que la suerte que acon: pafié al conde de los Cérpatos le fuera igual de propicia a su grupo. Estaban bien distribuidos, pero no eran dema siados, y solo algunas navajas yun par de armas de fue- {go abultaban sus bolsllos. La entrada de El Tr6pico brillaba fen la noche coma tun templo pagano y alli se librarian las, batallas centrales de aquella guerra de castigo por el ata que a. a... ;Puchat Nueve casi se muerde la lengua cuan- do la comprobacién le estallé en la mente como una ‘granada, El motivo de los combates de esa noche y el mo- tivo de la inverosimil inmortalidad del conde Drakul te- fan el mismo nombre. Elizabeth, Elizabetha, Fl travesti de la Villa. La condesa de Jos Carpatos. zNo seria Bardo la marca de una nueva venganza? ;No caeria él sobre el barrio de la Fébrica como una sombra de maldicién, como un terror sin nombre? Y si eso era verdad y el grupo de 36 Ja Villa vena con fuerzas inesperadas, gservirian los con, juros hutus, que tan bien reparaban distribuidores inser- vibles, para ponerles freno a los poderes de la oscuridad? Elizabeth, Elizabetha. ,Cémo no lo habia pensado antes? Ahora era demasiado tarde para cualquier advertencia y solo quedaba la pelea. Miré el reloj de El Tropico. Eran. las once y media, “Buena hora para morir’, se dijo, mien- tras Matias cafa a unos veinte metros de él con la cara abierta. Cuando corrié para ayudarlo, el atacante ya no estaba y Nueve empez6 a sospechar que esa vex. no seria igual y que los que eran més, al termina la noche, segui rian siendo mds. Sacé la navaja y empez6 a buscar un enemigo. Se comprobé, entonces, que no basta la astucia en Ia distribucién cuando el rival tiene semejante habilidad pa ra planear el ataque. Los pocos combatientes del Jefe ca- yeron uno a uno con la cara cruzada © con heridas varias, porque casi todos debieron enfrentarse a dos o mas ata ‘antes. Pero el més buscado por los chicos de Bardo, el autor del puntazo que desencadené esta expedicién punt tiva, el lider de la banda de la Fabrica, el mitico Jefe, no aparecié por ningtin lado. En cierto punto del combate, Nueve quedé rodeado. Se dio cuenta de que cualquier re- sistencia era intl y de que solo iba a complicar las cosas, Todavia no estaba herido, pero sabia que eso era cuestisn, de minutos. Bardo dio unos pasos hacia él. Esper6 que sus lugartenientes Io agarraran de los brazos y después hablé. ©, mejor dicho, habl6 y actus. ¥ dijo e hizo ass Esto es para el Jefe, Nueve. Deciselo de parte nuestra Y la navaja de Bardo volé hacia Nueve, Y se clavé en el exacto punto en el que habfa suftido Elizabetha su ataque, ‘cuando se enteré de la muerte de su amado conde, lo que 37 provocé la ira de Drakul contra el barrio de la Fabrica y Ia no menos santa ira de Bardo contra Dios, que en ese ‘momento empezaba a cancelarse. Elizabeth se habia arro- jado del enchapado mas alto de la Villa con su cule heri- do y ahora la sangre de Nueve cafa a la tierra desde la misma parte de su anatomfa, Las cosas no eran claras en la cabeza de Nueve cuando lo dejaron en medio de una mancha que crecia sobre el piso del barrio de la Fabrica ¥ se fueron pensanda que las cosas habian salido bien y que el mensaje Hegaria a destino. ‘Cuando el timbre soné en Ia madrugada de don Eleazar, el viejo supo que la suerte no habia estado del lado de su. aprendiz en el combate de la Fabrica y que Nueve lo ne- ccesitaba. Pero, cuando abrié la puerta y vio al pibe, se dio ‘cuenta de que la necesidad era grande. Lo entré con es- fuerzo y lo acosté sobre una manta que acomodé en el pi- so del taller No se preocupe, don —pudo decir al fin Nueve— Bardo hizo todo lo posible para que el puntazo que me dio fuera lo més parecido al que le dio el Jefe a Elizabeth, ‘Ya va.a pasar. Oiga, alguno de los conjuros que hacemos para los autos, spodria servir para mi? —No, chiquilin —le contests Fleazar acariciéndole el pe- lo con ternura—, Esas cosas arreglan metales inservibles, pero yo ya probé sobre mi para curarme de mis dolores y To dnico que logré fue perder el tiempo. Esperd, que te voy a limpiar la herida. El viejo dio vuelta a Nueve, le bajé el pantalén y empe- 26 a limpiarlo con el alcohol fino que usaba en Ios ritos ‘mandingas, insuperables para los diferenciales de los aut tos europeos, demasiado delicados y que no toleraban la 38 fuerza excesivamente violenta de los pases Hegados desde Marruecos. EI liquide hacta gritar de dolor al herido, lo que le servia a Eleazar para retazlo: —zCémo era que ustedes se la bancaban, pendejo? Se la bancaban para tener las caras cortadas o el culo lava do. 2Y el Jefe no era un tipo bravo? Se nota. No le daban los pies para rajar. Y quedate quieto, que me hacés meter- te el alcohol en cualquier lado. Nueve no respondfa porque estaba demasiado ocupado fen que el alcohol le ardiera lo menos posible y porque sa- ‘bia que no tenfa muchas respuestas. El primer viaje a la Villa habia sido un error gigante y, a partir de alli, no po- dian sino encadenarse errores como eslabones groseros de su peor destino. Sabfa que las cosas no terminaban en ‘su trasero herido, ni en las caras cruzadas de sus herma- znos de infortunio. Estaba seguro de que la pequefia histo- ra cercana Io habia puesto en un lugar en el que no haba buenas decisiones. ":Dénde escuché eso antes?”, pens6, mientras el fuego que le caia sobre la herida seguta que ‘mandolo por dentro. Todo se confundia en su historia de errores propios y ajenos. "Pero mi error més grande fixe ha- ber nacido’, volvié a pensar para si, mientras alguna voz extrafia le aseguraba que esa frase tampoco era totalmen- te original. 39 5 Los polvorientos caminos de la Villa lo vieron aparecer sin prisa, arrastrando sus afios como una sabidurfa pesa- da. Se detuvo en una esquina que sefialaba el cruce de dos calles especialmente anchas y contempls hacia los cuatro vientos. El paisaje era idéntico, mirara para donde mirara. Las casas chatas permitfan que los ojos no troperaran ca ‘i con nada, El sol reverberaba en los techos de las casillas breves y aumentaba la sensacién de soledad y vacio. A unos cuarenta metros de donde él se habja detenido, un grupo de perros revolvfa un gigantesco montén de bast a buscando la comida del dia, Cerca de alls, un almacén cobijaba seis o siete cervezas que se guardaban del calor, Las cervezas mataban el aburrimiento de la media mafa- nna, dejando que pasara el tiempo y sintiendo la cercania del cuerpo ajeno. No hablaban las cervezas. El silencio era tun homengje al otro, Una forma de estar juntos. Enseguida del almacén empezaban los pasillos, donde las ventanas de una casa se enfrentaban con las ventanas de otra casa vecina a una distancia de brazo no demasiado extendido. Alf mandaba la sombra. El sol no llegaba a pegar la cur vva para golpear las paredes y tenia que seguir conformn. a dose con los espacios abiertos. La Villa se movia entre esos dos territorios: los pasillos, las calles principales, La som- bra, la luz. sQuién reinaba? Nadie, O si. Reinaban las dos. El secreto del éxito estaba en saber vivir en ambas, El viejo dirigié la mirada hacia el otro lado, més all de la cancha de la via, donde el paisaje no variaba mucho. Otros almacenes, otras cervezas, otros pasillos, otras som. bras, el mismo sol. En uno de los arcos de la cancha, un grupo de chicos jugaba a ser el dios de las tribunas de ai- re y cada gol recibia las ovaciones del viento. Un penal bien ubicado, abajo, pegado al palo, venci6 la estirada del arquero y dejé la pelota bajo la suela experta del visitan- te. Acomods el cuerpo levemente hacia la derecha y Ie pe- 136 con a cara interna de su pie més hébil, buscando en ‘comba el poste mas lejano. El arquero ya se habia parado, pero no intenté defensa alguna. EI disparo entré junto al Angulo, rozando apenas el travesafo. Ventajas de los ar- cos sin red, que permiten pelotazos desde los dos lados. “"Todavia’, pens6 con una sonrisa, mientras volvia a cami- nar. Desde los afiches de los palos de luz, alguien se pro- ponia como la solucién, pero el visitante no le presté atencién, Eleazar no era alguien ajeno alo que pasara fue- ra de su taller, pero ahora buscaba, y quiso concentrarse cen lo que buscaba. No sabia con precisién cudn lejos estaba del objeto de ‘su biisqueda, pero no es la Villa un territorio intermina- le. No ha de superar las doce manzanas, de medo que una caminata de menos de quince cuadras deberfa ubi- carlo en el lugar hacia el cual se dirigia. El hombre sabia hhacia dénde iba, y las calles anchas y los pasillos y las cer ‘vezas y los ojos tras las Ventanas lo vefan pasar sin una di da, como diciendo: “voy hacia alla’, y es hacia alld adonde 2 ‘ba. No se detuvo demasiado en el cruce de las calles an- has, alli donde ejecut6 con tanta sapiencia su disparo al Jingulo del arco de la cancha, y desperté la admiracién de Jos chicos que mataban el tiempo a puro pelotazo. El sol estaba todavia alto, de modo que segufa siendo tempra- no, ¥ continué golpeando con dureza sobre los techos pla- ‘teados. Al fin sinti6 que estaba cerca de su objetivo, lenificé su andar y su mirada se fjé en un punto de la calle, unos treinta metros hacia adelante. Dio unos cuantos pasos més ¥y se detuvo. Lo que vio parecié satisfacerlo porque se Te prendié una sonrisa en los afios. Records sus épocas de carne firme, cuando peleaba junto con este que sus pupi- las reflejaban ahora, sohando que Ia justicia estaba al al ‘cance dé la mano. Buena habia sido aquella pelea para él Pero después todo habia estallado a su alrededor y tuvie- ron que separarse Eleazar y este, al que miraba. Fl mirador eligié su exilio en la Fabrica que todavia funcionaba y en ‘el barrio que la rodeaba. EI mirado, en la Villa. Se quedé ‘unos segundos més disfrutando de su alegria y al fin se dio cuenta de que no tendria mas remedio que hablat, si queria sorprender. Le gustaba la sorpresa a Eleazar. Debia tener que ver con su tocayo hebreo, que hasta eligié su muerte y la de su familia con tal de que Tito Flavio se sor- prendiera cuando finalmente invadiese Masada, —,Seguis sin poder arreglar un miserable banguito y todavia te llamds “earpintero"? Hugo no se dio vuelta, Conoeta la voz y, ademas, cono- cfa la verdad de la vo2. Dejé suavemente el banco en el suelo, tanto como para que no se rompiera mas de lo que estaba y, sin mixar hacia la voz, contests buseando algu- rna respuesta que no lo dejara demasiado mal parado an- te sf mismo, 8 —Es ficil hablar cuando lo tinico que hay que hacer para ser eficiente es pintarse un poco la cara, tirar algo de alcohol al aire y bailar dando unos grititos ridiculos. Algulen’ ‘que hace eso, zpuede lamarse “mecanico"? Entonces si, Hugo giré la cabeza y enfrents Ia mirada de Eleazar, que mantenta la sonrisa. El abrazo de los hom- bres, luego de la distancia y el tiempo, fue lindo, y ellos no. Io evitaron. Luego caminaron hacia la casilla del carpinte ro y se sentaron sobre unos troncos, recordando pasados compartidos. Hasta que Eleazar abandoné la sontisa y ha- Dé al fin sobre el porqué de su viaje hacia la carpinterfa,, hacia la Villa. Vengo a hablar de los chicos —dijo. Hugo callé unos segundos pero, luego, asi se dijeron: "—Nadie va a hablar por ellos si no lo hacemos nosotros ‘© ellos mismos —dijo Eleazar—. No me gusta lo que se es- tan diciendo, Yo s6 que Nueve no fue el que te hirié y que no le gust6 lo que hizo el Jefe. Pero ahora llegé la vengan- za de Bardo y me parece que no se van a poder parar los golpes de uno y otro. Si nosotros no decimos algo, se van a matar —Pero zcual puede ser nuestra voz, Eleazar? Bardo me escucha, pero yo no lo controlo, y me parece que algo pa recido te debe pasar con Nueve. Y si Nueve quiere seguir con Ia revancha de su puntazo, entonces es posible que esto no pare hasta que uno de los dos termine en un hos- pital o en la morgue, No veo que nosotros podamos hacer mucho, Me parece que su destino esta en sus manos. —Ellos no tienen nada en sus manos, carpintero. Y mucho menos su destino. Caminan hacia donde los lleva, el viento, Y los vientos de estos dfas los llevan hacia el carajo, 44 —Puede ser, Eleazar. Pero serd el-carajo que ellos se construyan. Yo voy a hablar con Bardo, pero sabiendo que él va a actuar segin lo que sienta en el momento. Las ac Giones las planea, las respuestas las da. —Tal vez yo tenga més suerte con Nueve. Puede que al menos consiga apartarlo de la Villa =-Ojalé —dijo Hugo con poca conviceién, pensando ‘que la Villa tenfa sus puntos atractivos para alguien co: mo Nueve y que no los abandonaria tan fécilmente, aun. que su maestro de mecénica afro se lo pidiera. Hugo imaginaba otros caminos. Pensaba en Sandra, la herma. na de Bardo, y, aunque no lo dijera, crefa mas en esas I reas sugerentes de catorce afios que en los discursos de un arreglamotores mistico. Tal vez, ella pudiera suavizar el porvenir de Bardo y Nueve, La casa de Bardo es pequefia, con una divisién. En una de sus secciones duermen los que la habitan, es dectr, Bardo, sus tres hermanos menores, la madre y Sandra Padre no hay hace rato, Poco después de nacido el menos, de siete afios, desaparecié y ya no regres6. La madre sos- tiene la casa limpiando una clinica por Ia noche y una ca- sa por la tarde, dos veces por semana, Bardo ayuda ya se vio cémo y la madre no hace preguntas. Sandra se ocupa, de llevar a los menores a la escuela, de ir a buscarlos, y es la responsable de acudir ante la maestra cuando los pi- bes se mandan un lio. El mediodfa siguiente al encuentro entre Hugo y Bleazar, ella salié de su escuela y caminé lentamente ha: cla su casa con pocas ganas de legar. Pero caminé por- que habia cosas que hacer y Bardo habria vuelto de la escuela y los hermas 's también y algo deberia cocinar. 45 La madre no esta y el funcionamiento de la casa queda a su cargo, Hola, Sandri —saludaron los hermanos menores, Hola, enanos —dijo la nena. Bardo no estaba todavia Buscé en la heladera, buseé en el armario y preparé todo para el almuerzo, Cuando estaban por terminar, llegé el hermano mayor. —zTe sirvo? —pregunté Sandra, sin averiguar sobre las causas de la demora. —No, ya comi por ahi —respondié él, sin explicar na da. Pocas palabras hay en la casa, Bardo no es de muchas y Sandra ha crecido miréndose en ese espejo. Tlenen ca- si la misma edad. Se llevan apenas lo indispensable para gestar un bebé nuevo, luego de haber tenido uno. Diez meses después de Bardo, llegé la muchacha que ahora le- vvanta la mesa, mientras los menores salen a jugar a la can- ‘cha y el mayor pone miisica. Sandra termina y ella también sale a la calle, alsiempreafuera, al de todos los dias. Hace tunas cuadras para cualquier lado y finalmente elige un rumbo, hacia la carpinterfa donde la esta esperando Hugo, —2Qué pasa, Hugo? —pregunta cuando llega—. :Por qué me lamaste?, zy por qué tenfa que venir sin decitle nada a Bardo? —No, nada especial. Necesito que entregues una cosa ‘un amigo mio en el barrio de la Fabrica y sé que él tu> vo problemas por ahi en estos dias, No quise que sigule- ran los quilombos. —2Y por qué no lo levaste vos? Porque todavia no estoy del todo bien de ta herida, Bueno, gme vas a llevar eso 0 vas a seguir haciendo pre- guntas, piba? 46 Sandra sonrie por primera vez y se da cuenta'de que desde que llegé ni siquiera saludé a Hugo. Ella no tiene con el carpintero la misma relacién que Bardo, pero lo quiere Dien, sin trampas. Se sienta en un banquito rezando para que ese, al menos, no lo haya arreglado su amigo, Tiene suerte y no termina en el suelo, —Ta’ bien, dame Io que tengo que Mevar y decime pa- ra quién es Es una carta. Y aqui esté Ia direccién. Es fécil. Una vex que llegues al barrio, pregunté déndle ests el taller de Bleazar y no vas a tener problemas. Alli lo conocen todos. No ¢s como yo. El hace bien su trabajo. La nena sonrié, pensando que no dejaba de ser gracio- ‘s0 eso de que alguien que no tiene Ia menor idea de qué hacer con la madera fuera carpintero y que era légico que alguien asi fuera travesti, pero sin un solo cliente en st haber. Alguien con un fracaso tan colosal sobre sus espal- das tenfa que ser un buen tipo. Tomé la carta entre sus ‘manos, se la puso entre la panza y la pollera, y emper6 a caminar para el barrio de Ia Fabrica, Cuando llegé a su destino y Eleazar la hizo entrar, co nocié a Nueve. Habia tenido raz6n Hugo, La mirada del chi co fue un prometedor comienzo. La de ella fue otro. La charla que tuvieron fue el tereero, Dos miraas yuna char- Ia pudieron més que las mutuas identidades que supie ron esa misma tarde. El tiempo harfa el resto. Curaria la hherida de Nueve y, ya que estaba, harfa de las suyas con el amor 7 6 La huida del Jefe provocé movimientos en su banda BI lider no pudo recuperar su antiguo puesto y debio de- jar la zona por un tiempo, hasta que los deseos de ver: ganza de sus antiguos subordinados se calmaran. El efecto de la herida en Nueve fue contundente. Se convencié definitivamente de que habia algo en su interior {que Ie impedia funcionar en grupos como en los que, has ta el puntazo de Bardo, él estaba. Para eso habia profun- dizado sus conocimientos de mecénica mistica ‘Ahora, dos afios més tarde, estaban él y Eleazar toman- do mate en la cocina, en el casi silencio de casi siempre. El reloj de la pared sefalaba la hora de una tarde que no se decidia entre el sol tenue y la resuelta cobertura de su cielo, 2Cuanto tiempo pasaron en esa semipenumbra? Quién sabe. Es tan caprichoso todo ese asunto de las ho- ras los dias y los afos. El hombre y su aprendiz se pusieron a hablar del pré- ximo arreglo que los esperaba: un Falcon modelo 64, que requerfa un trabajo completo del tren delantero, para lo que era necesario desempolvar los cultos de Mozambique. Hacfa bastante que no refaccionaban un tren delantero y 49 | | | habfa que afinar la coordinacién entre los dos. El tictac Jes hacfa una delicada compania. El tictac. Fl viejo estaba preparando un mate cuando tocaron el timbre. Dejé la pa- va sobre la mesa y fue a abrir. —Ah, 505 vos, nena. —Buenas, don Fleazar, ge5mo anda? —dijo Sandra des de su pollera breve, su remera ajustacla y sus aos largos y abundantes. “—-Supongo que no vendrés a verme a mi, eno? 2Y si le digo que también a usted? —No te creerfa, |Nueve! Aqui esté la chica esa que di- ‘ce hace casi dos afios que es tu novia. :Qué hago? :La de- pasar? —Déjela, viejo. Si no, se va a poner pesada. Sandra entré al taller caminando con desenfado, fue has- tala cocina y se tiré sobre su novio, que tuvo que afirmar Ia silla para no caerse. —Asi que soy una pesada, eh? Cuando vine por p: mera vez no dijiste lo mismo, gallite. Lo tinico que hicis- te fue mirarme con cara de pavo y no abrir la boca. Nueve recordé aquel dia, cuando el puntazo del herma- no de Sandra estaba a dolor pleno y sentarse era la puer- 1a de entrada al infierno. Sandra habia entrado al taller y, centonces, su cola herida habia pasado a ser una anécdota ¥y todo habia tenido para Nueve un nuevo nombre: las ¢3- sas, las calles, los autos que recibia, el taller de Eleazar, las historias del viejo, sus cada vez menos amigos, la casa a la que ya casi no iba, Cuando Bleazar vio que los dias pa- saban con el canto de Nueve inundando el taller y que el ‘chito cometia errores insélitos en los ritos marroqules, tan simples y tan conocides por él, supo que la estrategia de Hugo habia tenido, al menos en esa parte, éxito 50 ‘Todo fue simple para Nueve. Sole tuvo que dejar que su alma hablara, o gritara 0 pegara alaridos, No importa: bba, Fleazar apenas estaba alli para escuchar esos sonidos, ‘Las cosas fueron bastante més dificiles para Sandra, ‘Cuando Bardo supo que su culorroto —como él Io nom braba— entraba en el horizonte de su hermana, le prohi bié que lo viera. Pero Sandra no habia sido amasada con timideces y le hablé sin rodeos al hermano mayor: —Bardo, te lo voy a decir cortito, asi lo entendés: no- mejodas. Bardo intenté, entonces, el castigo corporal. La agarré del pelo y traté de llevarla afuera de la casa para que el barrio entero viera el escarmiento, pero una certera pata- da de la chica en la entrepierna del hermano justiciero lo convenci6 de ne hacerlo, y lo convencié del todo. Se que- 6 en el piso lamentando su iniciativa y pensando que tal vez no seria mala idea dejar que Sandra hiciera de su vi da sentimental lo que ella quisiera. Esa noche le pidié que al menos no lo levara a Ia casa, De esa negociacién nacié la historia que ahora tenta a luna chica y aun muchacho sobre una sila, en tuna coci na de un taller en el barrio de la Fabrica, Sandra y Nueve fueron al taller y asistieron a los pre- parativos de Eleazar para el Falcon que esperaba su fla- mante tren delantero. Ella se qued6 a un costado y se preparé para ver a su novio y al maestro mecénico en los ‘pasos previos del rito de Mozambique, Nueve unté su torso desnudo con una tintura prepa rada con jugo de agave, sangre de felino hembra y polvo de plumas de avestruz (bueno, fandii para el caso). Sobre el pecho dibujé las lineas de un sol abundante, cayendo st 1 pleno sobre un auto [intenté reproducir con la mayor fidelidad posible las s6lidas formas de un Falcon 64). En. los pies se aplicé una pomada elaborada sobre la base de pimienta de Cayena y pasto de las estepas sudafricanas. Este Gitimo insumo se reemplazaba bastante bien con una, combinacion de kikuyo y dichondra. En Ia planta de am- bos pies debfa escribirse la palabra francesa connaissance, con Ja que tratarfa de llamar la atencién de las potenci ccelestes y, asi, hacer descender el conocimiento necesario para que el tren delantero del Falcon defectuoso quedara impecable. ‘Mientras el aprendiz hacfa estas cosas, el maestro hacia otras, Con apenas un breve taparrabo elaborado con ho- jas de palma sobre su cuerpo, se traz6 en el abdomen var rias Kneas paralelas con una madera quemada de alerce. En. la cabeza se puso un penacho con plumas de pavo real y comenzé a arrojar, sobre la chapa del auto, gotas de pis de perro salvaje, bastante bien remedado con el pis de ‘Tomatelas, el ovejero aleman, ya algo achacoso, que cuida- tba el taller, No era lo mismo, no senor. El orin de Tomatelés era més lento y menos efectivo, pero, dejéndolo actuar tunos minutos més, se lograba un efecto bastante similar. ‘Una vez terminada esta etapa, que podria calificarse de preparatoria, comenzé la reparacién propiamente dicha, Maestro y aprendiz empezaron a danzar frenéticamente alrededor del coche, hasta que Eleazar se detuvo frente al tren delantero afectado, Nueve segula bailando y emitien- do a los gritos palabras que Sandra no comprendia. En ese punto, el viejo entré en una especie de trance. Se pur 50 a temblar sin pausa, mientras llevaba ambos brazos ha ia el cielo, Bah, hacia el techo mugroso del taller. Nueve Je dio més energia a su danza y mas fuerza a sus gritos 52 Eleazar se arrodill6 ante Ia partilla del Falcon sin dejar de temblar. Su alurnno se ubicé detras de él y le tomé las dos ‘manos, Pausadamente, fue usando los brazos del viejo co- mo base de una lentisima vertical. Cuando quedé con la cabeza hacia abajo, en una linea perfecta que formaban, el cuerpo de Nueve, los brazos de Eleazar y el cuerpo arro- illade del maestro, los dos participantes del rito lanza ron al aire un alarido desgarrador. Nueve se arrojé hacia, adelante para quedar acostado y exhausto sobre el eapot del Falcon, mientras Eleazar rod6 por el suelo y quedé sin moverse frente a las ruedas delanteras del auto, Sandra, ya habfa visto varias reparaciones, pero no dejaba de asom- brarse cada vez que asistia a una nueva. Sabfa que no de. bia acercarse hasta que los dos mecanicos volvieran de sus respectivos trances refaccionadores. Lentamente, Eleazar y Nueve comenzaron a moverse, Jentamente se incorporaron, lentamente se acercaron el ‘uno al otro. El viejo pas6 un brazo sobre el hombro del mu- chacho, el muchache pasé un brazo sobre el hombro del viejo, ¥ con pasos muy cortos, muy tenues, pasaron por delante de Sandra sin decisle una palabra y marcharon, hhacia la cocina a tomar unos mates Te voy a enseitar a que hagas vos solo estos arreglos. ‘Yo ya no estoy para estas cosas. Sandra: los siguié en silencio, sonriendo. Le eafan bien ‘esos dos. Cuando Sandra volvié a su casa, Bardo habfa termina: do de ordenar algunos muebles. — Para qué pusiste ast los muebles? —pregunté, —Tengo una reunién. Te lo dije hace unos dias, pero se ‘ve que tenés otras cosas que te distraen. 53 —No empecéss a hinchar, nene. No tengo ganas de pe- lear hoy. Mejor. Yo tampaco. Lo tinico que necesito es que, ‘cuando vengan los guachos, vos te borrés. Si, los guachos chorros. —2Y ahora qué te dio, pendeja? 20 no usés las zapa- tillas que te compro? 20 ti navio no estuvo cuando ate axon a la Elizabeth? —Si, pero él no hizo nada. Y Io de la Elizabeth fue ha ce casi dos atios y bien que te lo cobraste. Todavia le due le cuando se sienta, —A Hugo también, —Bueno, mejor me rajo, porque cuando Meguen tus amigos va a oler a mierda. ‘Sandra salié sin ganas de pensar en las cosas que se di sian en su casa esa tarde, en la reunién que Bardo habia or- ‘ganizado, Le volvieron @ nacer unas ganas enormes de ver de nuevo a la mejor parte de sus dias y enfilé para el barrio de la Fabrica, Ya empezaba a anochecer en el aire, pero ella conocia los misterios de esos senderos casi oscuros. Dejando tras algunos gritos de admiracién, volvié a tocar el timbre del taller. Ahora no abrié el viejo, abrié Nueve, Ella lo abra 26 con fuerza y lo bes6 con hambre, con ganas de limpiar se, de sacarse de encima su casa de un solo cuarto, su madrenunca, la reunién de Bardo, Querfa algo propio, total- mente puro, Algo que ningtn barro pudiera mancharle ja- ‘mis. En ese segundo decidié quedar embarazada, Vamos —le dijo a Nueve, mientras le daba la mano y lo conducfa hacia la habitacién que usaba él, desde hacia tun tiempo, casi todos los dias. Bleazar lo supo desde su cocina y su mate perpetuo, lo supo desde la mirada de Sandra cuando pasé cerca de él 54 sin hablarle, lo supo en el gesto de desconcierto de Nueve. Y cuando los chicos cerraron la puerta detrés de ellos, fue lentamente hacia el taller, se vistié con los ropajes que exi- gfan los cénticos milenarios de Burkina Faso —nombre que, sabia él hacfa aftos, significaba “el pafs de los hon bres integros'—. Y danz6 alrededor del taller ya vacio, cantando suavemente para que los dioses fueran amables ¥ para que, si el deseo de Sandra se cumplia, el o la que Vinlera fuera bueno como los cervatos con los tiernos, dul- ‘ce como la miel de las abejas africanas en sus palabras y ‘duro como los colmillos de los elefantes en sus ideas. Era ‘ya de noche sobre el taller y tinicamente se ofan delicados quejidos que legaban de la pieza y el baile rogativo de un viejo solo. 55 7 2Qué se habl6 en la casa de Bardo, en la reunién entre 1 anfitrién y los muchachos que Sandra definié como los “guachos chorros"? sCuél es el plan que, de tener éxito, pondria a la Villa en los pedestales de la historia, segiin su creador? —Hasta ahora hicimos nada més que mierda, Cosas sin importancia que nos daban para puchos y zapatillas. Lo que tengo en la cabeza no nos va a dar plata. Asi que el que no esté dispuesto a seguirme, que lo diga ahora y se las tome, Pero el que se quedle tiene que saber que el asun- to puede terminar mal y que no vamos por guita, sino por un mensaje, Nadie se movid, pero el Lungo quiso tener algo mds de informacién: Ta’, Bardén, Nadie se va a borrar aunque haya que ie cen cana, pero :qué vamos a hacer? —Algo grande, Lungo, Si, pero zqué? —Vamos @ afanarnos la Casa Grande, Nadie dijo nada. 7 Pero Ia iden en el fondo era sencilla. La Casa Grande habfa sido desde siempre un espacio legendario de la 20- rna, Era una especie de quinta de fin de semana cercana a la Villa y que raras veces estaba habitada. Pero Bardo la sa- bia poblada de articulos caras y bien vendibles. Les dijo a los suyos que ya estaba podrido de robarse baratijas para cambiar por zapatillas: Vamos a dar un mensaje. Lo que saquemos vamos & repartirlo entre toda la gente de la Villa Cuando, horas més tarde, le conté el plan a Hugo, no encontré la aprobacién del carpintero: —2¥ vos no eras el que decia que yo vivia en pedo? ‘Fe van a hacer bolsa por una cortina de bano. No. No me van a hacer bolsa nada. Es shora, 0:20 hacemos mis algo ast. Después podemos volver a lo de siempre. Después cada uno haré la suya. Pero esto es dis- tinto, Hugo. Ese dfa va a tener ou aniversario y nosotris lo vamos a disfrutar hasta que palmemos Si, es0 puede ser ese mismo dia No creo. Miré, todavia somos chicos y latelevisién va 1 ver con simpatia que unos ‘negritos” de Gltima se man- den una ast. Sabés cudndo se me ocurrid? El otro dia, cuando pasé por una disqueria y estaban tocando una ean ‘eid que decta:“sCuéndo querré el Dios del cielo/ que la tor tilla se vuelva,/ que la torilla se vuelva/ que los pobres coman pan/ y Ios ricos mierda, mierda?” Ped’ que la pu sieran de vuelta y me copié esa parte. .Vos no me dijiste siempre cosas parecidas y me retaste porque decias que el afano era darles la raz6n a los hijos de puta? Bueno, aho- a vamos a dar vuelta la tortilla nosottos, unos “negros” pedorros de una villa de cuarta 38 Sf, pero te falté aprender que Dias no sabe hacer tor- tillas. Esa ya la intentamos nosotros, Bardo, y nos fue co- mo el culo. —A nosotros nos va a ir bien. ‘Terminé de ponerse la peluca, Elizabeth no dijo nada mis... Sabfa que su querido chiquito habia crecido y que yaera un casi muchacho a punto de cruzar la barrera del ipo peligroso, y se lamentaba por no haber podido e tar el cambio. Pero, si bien era cierto que élella le habia dicho siempre que la idea tenia que estar por encima de los delitos menores que, hasta entonces, habia hecho, no era menos cierto que en este nuevo delito que planeaba Bardo estaba antes la idea que la accién. Le dio miedo, pero no pudo dejar de sentir una punza da cercana al orguillo. Cerxé la puerta de un golpe, dejan- do al muchacho adentro, y salié a la oscuridad, rumbo a tuna nueva noche de fracaso. El plan tenfa varios puntos a resolver y los nueve me ses.que habia evaluado Bardo no iban a ser suficientes si no se utilizaban con eficiencia. Necesitaban hacer inteli- igencia sobre la casa, pero, sobre todo, necesitaban un ca- mién y un galp6n para guardar lo que sacaran: Vos, Pelado, te asegurds unos veinte tipos bien fuer- tes. Te vas a la casa de la Jennifer y le hablas del plan pa ra que consiga el galpén de su vieja, que para esa época Jo va.a tener desocupado. A los tipos les decis que los ne- cesitas para mover rapido un cargamento de cosas pesa- das, Vos, Chuqul, te vas para la casa con el Lungo y David, y se quedan hasta la noche, anotando todos los movi mientos que vean. Y hacen lo mismo, todos los dfas, has- ta el domingo. 59 El grupo de Bardo se dispersé por la Villa, que los tra 'g6 como una enorme ballena himeda, Hacfa dias que llovia y las calles angostas y las anchas recordaban el llanto del cielo sin obsticulos, Charcos in. itos obligaban a elegir entre el agua y el barro. Las mon: taas de basura convertian cada esquina en penones Infranqueables y solo la osadia y el valor permitian el pa 0, Bardo se quedé en la puerta de su casa disfrutando de su abrupta soledad, y viendo las acrobacias callejeras de los suyos. Se metié para no mojarse y cerré la puerta de un golpe. Buses su cama y se dejé caer para pensar. Sabia ‘que habia elegido un camino casi sin regreso, pero no lo Iamentaba. Estaba seguro de no haberse equivocado, Y es. tas cosas se dijo en su soledad el nino-muchacho, al que ‘su amigo Hugo empezaba a verle el peligro en la cara “Esta va a ser mi viltima. Cada vez siento més eso de que no hay buenas, La Elizabeth tiene razén. jLa cara que puso cuando le conté lo que iba a hacer! Casi se le cae la peluca. Pero si esta es mi ultima, scémo hago para salir de aqui?, oomo dejo esta trampa? Sf, ya sé es0 de que to- dos estamos presos, pero puta que es distinto estar preso por unas lindas palabras y estar preso por unos lindos ba- rrotes. Lo que pasa es que cada ver veo més cerca que Voy avoltear a alguien y hasta ahi no quiero llegar. Me puse esa linea y ya no sé si Ia puedo respetar, Ni hablar solo tranquilo puedo, porque se abre la puerta haciendo un rie do barbaro, que se ve que hay que ponerle aceite, y entra Sandra. Ahora, digo yo, esta, ¢por qué tiene esa cara de alegria?” —Conseguime una cita con Muchomeo —le dijo Bardo al Felado, El mio jefe de las cooperativas dela Villa no era 60 féeil de ver. El lider hacia del misterio el gran baluarte de su accidn, No era un secreto para nadie que no se vendia un alfiler en la merceria de la Ramona sin que Muchomeo lo supiera, Pero el Pelado tenfa un buen acceso al hombre por un asunto de parentescos oblicuos y Bardo sabia que sin su bendici6n el plan no tenfa ninguna posibilidad de triunfo. Ahora le tocaba convencerlo de que no habria pe- ligro para nadie y de que la gesta valia Ia pena, sobre to- do, por lo que le dirfa al resto del mundo. Ademés, ‘Muchomeo era duefo del iinico camién con el tamafo stt- ficiente para dejar desnuda la Casa Grande. E Pelado le- v6 adelante su gestién y Ia visita de Bardo a la casa de Muchomeo tuvo dia y hora. En el momento seftalado, Bardo estuvo con el Pelado en la puerta indicada. Era una casa mixta, con una parte de material, de una terminacidn sdlida que denunciaba la, capacidad albafileril del constructor, que no era otro que su duefo, y un agregado de chapa acanalada. Bl sector de ladrillos cobijaba el comedor, la cocina y la pieza de los chicos. EI dormitorio del matrimonio anfitrién y algo pa recido 2 un galpén, que funcionaba como taller de Muchomeo y como lavadero de st esposa, quedaban ba- jo la dudosa proteccién galvanizada de las chapas Cuando le abrieron y franqueé la entrada, Bardo recor 6 el origen del apodo del hombre que lo invitaba a sen- tarse. Una afeccién crénica de la préstata lo obligaba a ir a cada rato al baiio para desagotar la vejiga. Con todo, Muchomeo llevaba sus sesenta y dos afios con altivez En cuanto el duefio de casa se sent6, Bardo se dio cuen- ta de que lo estaba sabiendo, Asi como él sabia cudndo al- guna casa albergaba objetos que podfan interesarles a sus revendedores habituales, el hombre de orin intranquilo lo 6 ‘estaba sabiendo a 6). ¥ también se convencié de que a los pacos segundos lo supo de memoria. Solo entonces, Muchomeo se permitié hablar para decir su frase favorita “Voy al bario”. zQué se dijo cuando, luego de unos segundos, Muchomeo regres6 y pudo al fin comenzar la reunién, en, a que Bardo informs al Iider de las cooperativas locales“ sobre su proyecto? Se dijo lo que ya se sabe del proyecto de Bardo y sobre la necesidad del camién para que el plan legara a buen término. EI viejo escuché con atencién y dio su bendicion a la idea, asegurando de paso el vehicu- lo y algunos brazos que ayudaran a cargarlo. El acuerdo quedé sellado, El proyecto siguié su camino.” Nueve lo veta ra 2 Eleazar. Hacia dfas que parecia es tar obsesionado por transmitirle todo lo que sabia sobre los ritos indispensables para reparar las partes afectadas de las inutilidades rodadas que solian caer en su taller. Nueve se habia convertide en una joven esponja y absor- bfa todo le que ofa, pero no dejaba de sorprenderle la ur- gencia de su amigo y jefe. Hasta que una tarde, Eleazar se senté en el piso del taller y golpes el ugar que queda ba libre a su lado, como solfa hacer cuando pretendia que su discipulo se acomodara para contarle una historia. Y, efectivamente, asf ocurrié, Quiero que sepas de Konstantin Kolsak, el gran juga dor de fitbol de Ucrania, de Kiev, que les ensens todo lo que sabia a sus muchachos de la quinta divisién del Dinamo, porque pronto iban a jugar un partido de futbol. Te pregun- tards qué tiene que ver una cosa con la otra. Tiene: "Bl ge- nneral von Traden, comandante de las tropas de ocupacin de las fuerzas del Tercer Reich, habfa resuelto organizar 6 un partido entre el seleccionado del ejército alemén y ta primera del Dinamo, donde brillaba Kolsak como el més temible definidor que habia tenido hasta entonces el equi po. Nadie habia dicho nada con la claridad que tienen las palabras que se dicen, pero todos sabian quién tenia que ser el ganador. El partido estaba organizado para demos- trar la superioridad alemana sobre los ucranianos, incluso en materias tan alejadas de lo militar como el ftbol. ¥ la superioridad en fithol se demuestra ganando, y si es cua tro.a cero, mejor: “Ademés de jugar en primera, Kolsak era el téenico de Ja quinta. Convocé a sus muchachos y les dijo que, a par- tirde ese momento y hasta el dia dei partido de la prime. 1a, habria doble tuna de entrenamiento, mafana y torde YY que no habria en ese tiempo preparacin fisica. Todo se reduciria a téenica y tActica. Disparos al arco con pelota parade, con pelota en movimiento, jugadas preparadas, distintas gambetas, pases con la cara interna del pie, pa- ses con la cara externa, pases largos y cortos, ejecucién de penoles y de tros libres. Para el dia anterior al partido an te los alemanes, cuando se dio por terminado el iltimo en- trenamiento de la quinta divisién del Dinamo de Kiew, a Jas dies y treinta y cinco de la noche, los muchachos eran casi unos expertos en todo lo que fuera redondo. Kolsak pensaba que, cuando el entrenador fisico pudiera darles de nuevo una buena preparacién, ese equipo iba a ser im- batible ¥ se fue a dormir rapido porque al dia siguiente era su partido y no querta legar cansado a la cita Bsa tarde, el estadio de Kiev era un hormiguero, No aba un alma. Los ucranianos habian lenado las tribu: nas y les habian dejado a loz alemanes un pequeno coda bien resquardado por las propias tropas de ocupacién 63 Las ametralladoras y pistolas Luger que portaban eran su- {ficientes para convencer a la gente de que a esos dle unt ‘forme verde era mejor no cargarlos. Ademés, se sabla que el Dinamo iba a perder. La gente habia colmado el esta: dio para disfrutar, al menos, de una derrota digna. Empez6 el partido. ¥ a los pocos minutos, ninguna sorpresa: gol alemdn. Uno a cero. Kolsak levs la pelota a la mitad de la cancha y reanudé el asunte. En el vestuario no se habian dicho nada, nadie habia hablado, pero cinco minutos le bastaron a él y seguramente no muchos mas a sus com: paneros, para darse cuenta de que los jugadores del ejér- Cito de ocupacién eran voluntariosos y punto. Y que poco podrian hacer ante ellos, que levaban afios jugando jun: 10s, que se conocian de memoria y que eran los eternos campeones de la liga local. Pero bueno, all estaban para perder. Nadie se los habia dicho, aunque lo sabfan. Hasta que al minuto treinta y ocho Kolsak recibié una pelota cer- ca del drea y, cast por instinto, disparé. El tiro se metis ju 10 al palo derecho, Y, entonces, Konstantin se sorprendié de estar festejando el gol. ¥ mas se sorprendié cuando sus companieros lo abrazaron. Y se siguié sorprendiendo cuan do les vio los ojos en el momento en que los alemanes sa- caban del medio. A un minuto det final, el propio Kolsak desbordé por la punta, tiré el centro atrds y Blosik, entran- do solo, la clavé en un dngulo. Dos a uno para el Dinamo yy final del primer tiempo. El estadio se venia abajo. La gen- te se abrazaba como si todos se hubieran sacado la loterta, Al vestuario del equipo local llegé la gallarda figura de von Traden. Entonces, hablo. ¥ dijo con palabras dichas lo que hasta entonces se habia dicho con palabras de silencio Que ya habia estado bien, que ya habfan tenido su min 10 de gloria y que él lo podta entender. Que hasta habla 64 sido divertido eso de que el partido no hubiera resultado tun paseo alemédn. Pero que allf tenta que acabarse la fies- 1a, Bl equipo visitante daria vuelta el resultado y termina- ria triunfando por, digamos, cuatro a dos. Después, todos nos irfamos a casa de lo mds contentos. Y como ya no que Hla més silencio ni malentendidos, les aclaré que si ast no pasaban las cosas, los fusilaria en el vestuario cuando re lgresaran. Fsto les dijo y se marchs. Segundo tiempo. A los ocho minutos, Kolsak puso el tres uno. A los veintinueve, Diesik la tocé suave a la salida del arquero para el cuatro a uno. ¥ sobre el final, otra vez Blosik ‘marcé el cinco a uno definitive. ¥ con cada gol, os jugado- res del Dinamo se abrazaban y lloraban pensando en la ‘muerte que no querian y en la vida que se les iba con cada definicion exitosa. Pero segutan haciendo goles y seguian sin-hablarse. Solo gritaban el gol y buscaban el abrazo de los companeros. EI pitazo del fin encontro a todos los jugadores det Dinamo cerca de su drea. Y ast fueron levados hasta el vestuario y all! los fusilaron para que aprendieran @ obe- decer. ¥ Kolsak no aparecié més a dirigir la quinta divi sidn, pero quién sabe si eso fue importante, porque ya les habia ensenado todo lo que sabfa. Y cuando el preparador {isico los puso otra vez en forma, fueron imbatibles, y tam- poco queda demasiado claro si lo fueron por lo que Kolsak les dijo en ios dias anteriores a su muerte 0 por lo que les dijo delante del pelotén de fusilamtento. Fl caso es que fue ron imbatibles” Nueve se quedé mirando a su viejo amigo, a st amigo viejo de siempre, y se dio cuenta recién entonces de todo Jo que queria a ese anciano demente, que habia descubier- to la forma de mantener eternamente nuevos los autos de 65 los dems y que habfa resuelto no hacerse millonario con, fee secreto porque no queria perder su taller mugriento en 1 olvidado barrio de la Fabrica. Y entonees le pregunts por qué habia decidido quedarse. Eleazar lo miré como para que Nueve supiera que su mirada era también una palabra y le contest6 esto: “Por las telenovelas”. Nueve op- 16 por no sorprenderse y esperé simplemente alguna acla- racién. Que vino y fue verdadera: —Es0, por las telenovelas. Vos no viste que en las te lenovelas son todos millonarios, como vos decis? Bueno, 2y te fijaste en las caras de esos tipos? Siempre en guar- dia, como mirando para atrés, odiados por todos, porque s0n més malos que el higado hervido y, si alguna ve2 se consiguen una mujer, es por la plata que tienen y viven ate- rrorizados de que se la saquen. A la plata, digo. La mujer les interesa un pepino. Y a mf esa vida no me atrae para ‘nada. Entonces me dije: "Eleazar, a vos te gusta el salamin plcado grueso, dejd el jamén crudo para los que se banquen, Jas telenovelas” Y entonces me quedé acd. La felicidad no ‘es un absoluto, muchacho. Depende del coso al que le pre guntes. Hay mucha gente que no puede estar sin el jamén crud. Yo si. Y hablando de eso, de la felicidad y todo el baile, ge6mo andamos por el barrio de tu alma? —1¥0? Bien, viejo. Parece que mi felicidad es més p= recida a la suya que al jamén ese. Crude. Me parece que a vos te falta una respuesta. No sé, pero si alguien no te tiene que decir algo serio, dejo de lamarme "mecinico”, Si fuera vos, empezaria a pensar que hay secretos que tienen polleras. Nueve iba a hablar, pero en ese momento soné el tim- bre con el sonido elésico de Sandra, y entonees el chico volvié a mirar al viejo, parecié entender y fue corriendo 66 a abrir. Agarré a su novia de la mano y la arrastré hasta ‘su cuarto, mientras el viejo aprovechaba para salit; Cuando volvié, todavia los dos estaban encerrados, ape- nas si se ofa un susurro quedado y monétono. Se puso a reparar unas cosas en la cocina con una sonrisa enorme y melanedlica en la cara, No habjan pasado diez minutos ‘cuando el grito de Nueve inundé el taller. Enseguida apa- recieron los dos por la puerta como Hevados por el vien- toy se quedaron mirandolo, esperando una pregunta, Peto no bubo pregunta: Ya lo sé —dijo—. Hace rato que lo sé. Vas a tener que aprender a leer mejor en la cara de las mujeres, chiquiln. Si no, vas a tener problemas. Tengan. Y le alargé a cada uno un vaso de cervera para brindar. Se abrazaron fuerte tras el brindis, dejando que algo del Kquido les cayera en las ropas, sin preocuparse por las manchas 0 por el piso mojado, Después, solo bastante después, cuando ya estaban gor dos de tocarse y de sentirse cerca, se pusieron a disfrutar de la picada de salamin picado grueso y jamén crudo que el viejo habia preparado. 67 8 Dolorosas son las despedidas y tal vez no esti mal que asf sean, porque toda despedida tiene algén condimento de olvido, y ya se sabe que el tal olvido es la peor de las formas de la muerte. Pero los adioses llegan y la bienve- rida que estaba creando Sandra dentro de ella es la me- jor manera de recibirlos. Bardo se enteré de que su hhermana iba a ser mamé y comprendié que el rencor que habia encarnado hasta ese momento en Nueve, por la agresién a Elizabeth, habia sido derrotado, y que ahora solo le quedaba por delante su proyecto de Casa Grande deshojada, Pero Bardo es apenas un muchachito y muy po: ce88 cosas controlan los muchachitos. A veces las deape- didas se planifican lejos y apenas si queda la memoria de un apretén de manos o un beso en la mejilla, como. signo de que alguien se va. Bardo no lo sabia, pero esta ban ya en marcha un par de adioses poderosos en su vi- da, Nueve no lo sabfa, pero estaba ya en marcha un adiés, ‘enorme en la suya. as6 asi. Hay que empezar por una reunién en la casa del duefio del camién, Muchomeo: 69 —Bardo, el pendejo de la Gladis. $f, el que tiene al her mano mayor en cana, Vino a hablarme de una idea para ‘esos mismos dias. Esta organizando limpiar la Casa Grande ¥y repartir las cosas en la Villa. Tiene todo muy bien arma- dito y parece que la cosa est prendiendo. Bueno, seria una especie de mensaje. Una manera de decir que esta- ‘mos podridos de vivir asi. No me parece mala idea. Ya sé que es un poco boluda, pero por eso mismo me parece ‘que puede funcionar. EI pibe va al frente y es un buen or ganizador. Necesitan’el camién, EL hombre de traje y corbata miré a Muchomeo con luna sonrisa amplia en los ojos, le dio una buena chupada, al mate que le alcanzaban, se sacudié unas migas de biz cochito que le habian quedado en el pantalén y dijo: —Miré, Muchomeo. Esto que te vengo a decir no es una movida chiquita. Viene de bien arriba, asf que no me parece que se anden con muchas vueltas. Si les digo que ‘vos no garantizass tu eamién porque ese dia tenés que dar- selo a un coso de dieciséis aos que quiere hacerse el Robin Hood, creo que te van a mandar la topadora y no te van a dejar ni las ganas de ir al bafio. Ademés, sé que Jo que te estoy ofreciendo va a dejar buena guita. —.Cusnta? —No sé. Eso no lo manejo yo. Pero no es para despre: —Me da no se qué cagarlo al pendejo. —Oime, viejo, Vos ya no estas para andar saltando de aqut para allé. El camidn es tuyo, y pienso que no te con- viene negarlo. —gTan grande es la que se viene? —Parece que es gigante, Todavia no esté confirmado, pero es casi seguro. 70 ‘Muchomeo miré a su visitante y se dio cuenta de que no tenfa posibilidades de decirle que no. Se sintié viejo de golpe y se le vino encima como un alud la parte de chapa de su casa que nunca pudo convertir en parte de ladrillo, y se vio cansado. Algo de escupida hacia adentro nnot6 que le mojaba el alma, cuando dijo. ‘—Bueno, vamos a hacer asi, Yo le sigo dando aire a Bardo y, si al final lo tuyo sale, cambio todo a uiltimo mo- mento. Voy a decirles alos muchachos que estén atentos. tima, porque era linda la idea del pendejo. Asf son a veces las despedidas. Vienen sin que uno ha- ya abierto la boca. Era bien entrada la noche cuando Bardo Hleg6 a la car pinterfa de Hugo. Fl hombre habia terminado de banarse, de sacarse los restos de aserrin y el olor a madera del cuerpo, cuando el chico entré como casi todos los dias a esa hora, 2Qué hay, Bardén? —dijo con el amor de siempre hacia su nifo-muchacho, tierno-peligroso—. zCémo anda el afano més grande del mundo? Bardo le sonrié con cierta pena. No sabia por qué, pe- * xo estaba empezando a sentir que se habia metido en al- 0 superior a sus posibilidades y que encima ya estaba andando, asf que ni siquiera podia echarse atrés —No 86, Hugo. 2Te acordas de que un dia dijimos que a veces no hay buenas? Algo asf me est pasando. Ya te- ‘nemos casi todo cocinado y planeado. “Pero parece que mucho no te convence. Es que no me la creo, Hugo. Lo que vamos a hacer ‘es grande y todo esté marchando como si estuviéramos decidiendo ir a la cancha. ;Cudndo van a empezar a apa recer Ios quilombos? nm No sé. En una de esas no aparecen nunca, che. No tie- ze por qué salirnos todo para la mierda. Lo que tenés que hacer es ocuparte de que no salga nadie lastimado. Si al guien se corta un dedo, lo que querés hacer se va al tacho. —No, eso ya lo sé. Ya te dije que ese limite me lo puse ‘yo. No quiero matar a nadie. Y esto va a ser lo Gltimo que haga. Cuando termine todo, veré cémo sigo. No sé, quién te dice, y te acompatio todas las noches. Se rieron los dos y esa risa fue buena para Hugo- Elizabeth, que ya habia terminado de cambiarse y estaba listo para su cotidiana desilusién. Cuando se reian ast l de- jaba de verle el riesgo a su muchachito y eso le hacia bien, "Todavia es muy pibe’ pens6 con un nudo en el futuro. —2Supiste lo de la Sandra? —pregunté Bardo después de las carcajadas. No, eque cosa? —Estd embarazada del coso ese que te lastims. Te dije mil veces que él no me hizo nada. Que fue- ron los otros. —Bueno, no importa. Esté esperando un pibe del Nueve. Ais. LY? 2A vos qué te parece? —Para mi es una cagada, Ya sabés que no lo trago, —Pero ahora te lo vas a tener que tragar. Va a ser el paps de tu sobrino, Si, no sé, No quiero pensar en eso, Siento que me tenquilomba mucho y necesito pensar en lo de la Casa. Después veré qué hago. —gPara cuando espera? —Para fines de diciembre. Mira vos qué coincidencia. Justo para la misma fe cha. {Mird si el dia del despelote tenés que dejar todo y salir corriendo para el hospital? ry Bardo le tiré con la tapa de la azucarera, pero no qui- so decirle que la intuicién de Hugo ya se Ie habia venido alla cabeza y que no le habia gustado, Chazlaron un poco ‘més , al final, Elizabeth se fue para su parada a la salida de la Villa. Como siempre, a las tres de la manana, empe- zaba a volver lentamente para su casilla cuando vio que paraba un auto. Mediano. Ninguna maravilla, pero lindo. Vidrios polarizados. Lentamente, la ventanilla comenzé a bajar y allf, al volante, el mas deseado de sus suchos, su ‘mayor utopia, lo que habia esperado durante anos. Vio al que manejaba y algo se le rompié adentro. Bl auto se pu so en marcha, ‘Asi son a veces las despedidas. Vienen sin que uno ha- ya abierto la boca, Nueve caminaba hacia el taller con su brazo derecho montado como al descuido sobre los hombros de Sandra. Desde que se habfa enterado de su proxima paternidad, le hhabian nacido unas ganas enormes de no dejarla munca sola y de protegerla, de estar siempre con ella. Pero, al ‘mismo tiempo, se le habfa metido en la cabeza que el vie~ jo querta decirle algo desde hacia un rato largo y que su torpesa le impedia darse cuenta de la intencidn de Bleavar Era ya bastante cerea del ereptsculo cuando le coment Sandra lo que le pasaba. —2Cual fue la cltima historia que te conté? —quiso saber ella Elle hablé, entonces, del Dinamo de Kiev y de Kolsak, ¥¥de los muchachos de la quinta division del equipo wera. hiano que terminaron formando un grupo cast imbatible “gracias a la sabidurfa de su maestro. Como él, que ya sa- ‘bia casi todo lo que habia que saber sobre mecdnica eso- 73 tériea y que ahora se encargaba de la enorme mayorfa de Jas reparaciones, ante la mirada complaciente de Bleazar Pero no es eso lo que te quiere decir, amor —o i terrumpié la muchacha—. No te esté hablando solamen- te de que en algin momento te vaa dar todo lo que sabe. Creo que es algo més. A mi me parece que se esté desp- diendo. “Por qué despidiendo? —Eso no lo sé. Tendrias que preguntérselo a él. Pero a lo mejor es verdad lo que dijo el otro dia, Tenés que em- pezar a leer mejor en la cara de la gente o vas a tener pro- blemas, Cuando Wegaron, el taller estaba ya como el dia ‘Totalmente a oscuras. Abrieron la puerta con euidado y, an- tes de que la mano de Sanda pudiera avercarse ala lave de luz, la voz de Eleazar la detuvo. No prendan nada. No quiero ver —difo desde el fon- do del taller Ia figura que se adivinaba sentada en el piso fifo de cemento-. Vengan, siéntense aqui conmigo. Los chicos busearon dos almohadones que usaban siem- pre para esos casos y se sentaron frente al viejo, esperan- do, Pero pasaban los minutos y el silencio segufa siendo lo tnico que se ofa. Sandra bused la mano de Nueve y se Ja apreté con fuerza para que él supiera que ella estaba alls, entera, sin una renuncia, El agradecié el gesto porque ide golpe empezaba a sentirse solo y poblado de miedos. ‘AL fin el hombre empez6 a hablar, @ decir unas cosas que romptan la oscuridad, © que tal vez la hacian més espesa, Sandra ya lo sabe, Lo puedo sentir. Ella huele a reve- lacion, Pero este hijo amado, que se me cays a la vida, sa- be leer todavia mucho mejor en los metales destruidos que en el alma de los que quiere. Es que tiene demasiado 74 miedo de que el tiempo le rompa su mundo de hechizos ¥y de carburadores y de frenos y de historias del pasado y de panzas que crecen al mafiana, y tanto temor puede ser malo porque uno termina no disfrutando de lo que puede perder, pero todavia no perdié. Sandra sabe y ha compren- dido también que es la hora de la partida, Seré porque to- da ella es ahora un enorme comienzo que se ha hecho tan sabia en finales. Ahora ponete cémodo, Nueve, y escucha- ime bien, porque voy a empezar a contarte cémo va a ser tu vida sin mi, Bardo se asust6 cuando legé a la carpinteria cast sobre el mediodia y la encontré cerrada. Se imaginé a Hugo en ‘otto charco de sangre, tirado en la eamna, con otra borrache- ra gigante que le permitiera tolerar el dolor. Pero se equi- vocaba, El carpintero estaba en su cuarto, mirando un banquito que ya debia haber tenide reparado y que sin embargo seguia alli, con su pata descolada y au travesano partido, recibiendo, en lugar de los golpes y los clavos del potencial arreglador, sus miradas distraidas. El banquito no lo sabfa, pero tal vez la inaccién de Hugo le habia pro Tongado la vida mucho mas que sus torpes reparaciones. Bardo lo saludé como al descuido, pero recibié a cambio la ‘mirada vacfa de su amigo, que regresé a su pasatiempo fa- vorito de esa mafana: no sacar los ojos del banquito roto. Bardo se le senté enfrente y simplemente acompatié co- ‘mo pudo el dislogo silencioso entre Hugo y la madera, que ‘quién sabe qué cosas se estarfan diciendo en ese dia eéli do sobre la Villa. La primavera era ya una certeza estable ‘ida en el aire y Bardo empez6 a disfrutar de ese encuentro de tres que estaba ocurriendo en los fondos de la carpin: teria. Bl, Elizabeth, en su traje de dia, y el banquito. Bardo 5 tenia decidido no preguntar nada, dejar que el hombre de: cidiera aduentarse de las palabras cuando él quisiera, Mucho tiempo pasé antes de que eso sucediera. Era bien de no, che y era por lo tanto Ia hora en que Hugo debia comen- ar con su transformacién, cuando, en lugar de empezar a preparar las cosas para el bafio, hablo: Yo ya no esperaba nada, Bardén. Yo pasaba todos los dias repitiéndome eso de que no hay buenas y asi se me ‘ban las horas y los meses y la vida, y lo mas lindo que me ppasaba eran tus visitas para contarme tt: proyecto del men. saje ese que querés dejar. Que me sigue pareciendo un error, pero un error lindo, porque estés pensando mucho mas allé del robo chiquito de una video 0 una bicicleta. Porque estis buscando, chiquito, y eso te esta limpiando del peligro que empezaba a verte en la cara. Pero ese es tu plan, Bardo, tu historia, tu futuro, Yo te puedo acompafar a mi manera, pero nada mas. Hasta te puedo aconsejar, si me dejés, Pero va a ser siempre tu deseo, no el mio. Asi que ya no esperaba nada. En lugar de manejar mi avién, esta- ba viendo cémo despegaban los otros. —2Qué te pasa, Hugo? Nunca hablaste ast —ZAsi como? —No #6. Asf, yo qué sé, Tan mal de vos. Estés como lle- no de bronca con vos mismo. —Sf, puede ser. Algo asf me anda dando yueltas. — Perdoname, Hugo. Yo no tengo problemas en seguir hablando, Pademos quedarnos todo el tiempo que quie- ras, Pero me parece que se te est4 haciendo tarde para em: pezar a prepararte. —No, Bardo. Hoy no voy a salir. Hoy me quedo en ca sa, Tengo que pensar. Puede que alguna puerta tenga to davia por abrir. 76 —No te entiendo. Yo si. Ayer me par6 un auto. Era un hombre, Me su- bt. {Me entendés? Era un hombre. Pero también era una puerta. Bardo bejé la mirada hacia el banquito que no dijo na da, el muy cobarde, y empez6 a sentir en ese exacto segun do que su plan de intercambio se le estaba colmando de demasiadas importancias. Iba a ser tio, Hugo encontraba tuna puerta posible a otra cosa que no fuera la derrota, 2No me estard queriendo decir algo el destino, banquito? Pero la madera, ay, siguié callando. Nueve miraba a Bleazar y la sensacion de temor que ha- Dia sentido minutos antes se Ie estaba volviendo panico. —Estamos hechos de tiempo, Nueve. Ese ¢s nuestro principal componente. ¥ lo vamos gastando como pode- ‘mos © como, buenamente, nos va saliendo. Hasta que un ‘fa descubrimos que ya nos gastamos casi todo, que ape rnas nos quedan las horas justas para preparar las valijas ¥y para intentar algunas despedidas. Yo no quise ser tan, descuidado. Por e50 te trasladé todo lo que sé y ya no ten: {go nada mas que ensefiarte, Te conté hasta la viltima his. toria de los grandes vencedores sobre el olvido, porque desde que me puse los pantalones largos pensé que eso debiamos hacer los hombres siempre, Pelear del lado de Ja memoria. Vos s0s lo que 50s, pero también lo que fuis- te y lo que fue tu gente. Esa tiene que ser tu gran rique za. No le des nunea el gusto a los que se la pasan diciendo, que “hay que mirar solo para adelante”, Vos mafana vas 44 poder seguir arreglando autos solamente porque ayer hhubo un viejo que te enseité que para un solenoide inser. vible no hay nada mejor que los cantos a la fertilidad de 7 Costa de Marfil, acompafiados por una danza con el cuer- po untado en aceite de lino aromatizado con jengibre. En realidad, Nueve ya no querfa seguir escuchando. Querfa tomar a Sandra de un brazo y salir corriendo ha- su cuarto para que al dia siguiente todo volviera a ser ‘como siempre y estuviera el mate sobre la mesa de la co- ‘ina y el viejo preparindolo y é! esperando para saber qué hhabia que hacer ese dia. Pero también estaba seguro de ‘que, si hacia eso, no habrfa mate ni cocina ni érdenes y, sobre todo, no habria viejo. Fleazar segufa hablando y Nueve tavo que volver a la oscuridad del taller y al mur ‘mullo que de allf nacia: —La parte, digamos, “legal” ya la dejé toda arreglada. El taller va a ser tuyo en cuanto seas mayor de edad 0 en cuanto te cases, que me parece que es lo que va a pasar an- tes. Mientras tanto, vas a hacerte cargo de los arreglos que van a seguir cayendo porque todos ya saben que el apren- diz es tan bueno como el maestro, y no te van a tener des. confianza. Lo dems, las respuestas a todas las preguntas que te hacés ahora, las vas a tener que ir descubriendo vos mismo de a poco. Solo, o con Sandra, 0 con otros. Yo ya hice todo lo que debia hacer. Estoy tranquilo, hijo. Sé ‘que vos también vas a saber exactamente qué hacer. Te amo. Que eso no se te olvide nunca. Nueve no aguanté més. Con infinito cuidado, sin nin- gxin movimiento brusco, como le habia enseftado Eleazar ‘a moverse en los ritos reparadores, el chico se acereé ha- cia su padre-amigo y se dejé envolver por los brazos que lo esperaban. Y se quedaron asf abrazados hasta pasada la medianoche, con algin pequefio llanto ahogado de Nueve de tanto en vez, con algiin suspiro de Sandra, con alguna caricia del viejo sobre el pelo de su muchacho. En un mo- 8 ‘mento, el hombre aparté a Nueve de su cuerpo, lo miré hondo, hondo, para que se diera cuenta de cuén llenos de comienzos estn ciertos finales, y apenas dijo: —Ya. Es tiempo de partir, Y simplemente se recosté sobre el piso frio del taller. ‘A quedarse dormido. Nueve no lo contradijo. Lo acompa ‘6 un largo rato. Después fue hasta su cuarto, mientras Sandra se quedaba con el hombre, llorando despacito pa- ano sobresaltarlo. Al tiempo, el muchacho regresé con el ‘cuerpo desnudo, untado en aceites ceremoniales, que el maestro reservaba solo para las reparaciones que rozaban Jo imposible, la cara pintada con tinturas de frutas tropi- cales y Ta piel cruzada con lineas trazadas con carbén de ébano. ¥ bailé para el anciano que le habla ensefiado de ‘caminos y reposos, para que el viaje le fuera venturoso. Bailé como el hombre habia bailado hacia pocos meses, ‘para que el hijo que vivia ahora en Sandra fuera una bue 1a persona, Danzé y canté toda la noche con las lagrimas corrigndole la pintura de la cara y llendndole el cuerpo ‘como un baiio eélido que lo acercaba a la paz. El amane cer Io encontré exhausto, abrazado a su ninamujer que Jo mojaba también con sus propias lagrimas, y sabiendo que habia hecho lo que Eleazar esperaba de él ‘Una multitud fue al otro dia al sepelio. Pero ellos no. Las mejores traiciones son aquellas en las que el tral dor eree que esté haciendo lo mejor para el traicionado. Con el paso de los dias, Muchomeo se habia convencido de que al posible cambio que él iba a ocasionarle al plan de Bardo seria bueno para el chico. Bardlo, por su parte, pen- 86 que era el momento de incluir a Sandra, Hablar con 79 su frente més cercano y a la-vez més lejano. Eligié un do- mingo, cuando la madre estaba més ausente que de cos- tumbre porque era el dia que se reservaba para ir a visitar ‘a su hijo preso, Sandra terminaba de levantar la mesa de! almuerzo y habia emperado a lavar los pocos platos, cuan- do escuché la vor de su hermano y la reconocié calma, sin, sedimentos de odio, como dndose novedosos permisos para la ternura, Sonrié despacito, mientras quitaba Ia gra a mds rebelde de las ollas que habian contenido la sal —,Cémo anda esa panza? —pregunté él Por un momento estuvo tentada de no hacérsela facil con alguna respuesta clésica, tipo: “2Y a vos qué te impor. ta?", pero también ella estaba necesitada de la ternura de ély, ademés, estaban los dos solos, y la madre camino a Ia eécel, y el hermano preso, y los mas chicos quién sa bbe donde, Asi que se dio vuelta y Io enfrenté para que se la viera bien, para que se diera cuenta, por fin y para siem- pre, de que ahora ella tenia algo absolutamente propio, al- ‘20 que nadie le quitarfa jamés y que, ademas, ya era grande, notorio, saliente, prepotente, y le dijo: Hermosa, muy hermosa. :No querés tocatla? Era una propuesta que Bardo no se esperaba. Su pre gunta inicial habia sido apenas una estrategia para rom: per el hielo, pero la recién adquirida sabiduria de su hhermana la habia convertido en todo un pedide de tregua y; tal vez, hasta de reencuentro, Ahora Ia pelota estaba de su lado y la siguiente jugada le correspondia. ¢Qué iba a hacer? La rabia contra Nueve por el ataque a Elizabeth to- davia le duraba, pero las cosas algo habfan cambiado con el embarazo de Sandra y, ademds, sentia cada vez con ‘mas fuerza que estaba recorriendo senderos terriblemen- te solitarios, No quiso agregarle mas lena a ese fueguito 80 de tinico observador de las estrellas, en Ia noche de algu: nna isla. No vendrfa mal una mirada querida a su lado. Se levanté y caminé hacia su hermana con la palma derecha hacia abajo y la puso con cuidado sobre la parte mas alta de la panza. Ella no dejaba de sonreir mientras lo miraba, ‘como cuando les dos eran mucho més chicos, hacia va ros afios. Cuando ne habia en sus horizontes ni videoca seteras ajenas, ni puertas abiertas con barretas, ni armas, ni embarazos, ni amigos heridos, ni odios callados, sino apenas una nena chiquita que tenia miedo en la noche de Ja casilla y que se lIevantaba en la oscuridad de la tierra ara pasarse a la cama del hermano mayor, para oftle de cir una vez mas que no fuera tonta, que solamente las ne 1nas tontas le tenfan miedo ala ausencia de la luz y que n0 se moviera tanto porque lo destapaba todo y después s& le venta todo el frio de golpe y eso no le gustaba, Cuando terminaron de sellar su acuerdo silencioso, él la abrazé rodedndole el cuello y ella pudo, entonees, con- tarle de su tristeza de esos das por la muerte del viejo y 41 de la suya, por el presentimiento de que Hugo estaba em- pezando a dejar de ser un hombre de carne y hueso para Pasar a ser un hombre de recuerdo. Estaba terminando octubre y el tiempo —maieria de la cual, segiin Eleazar, estamos hechos los hombres— se {guia con su tozuda costumbre de transcurrir, Nueve estaba descubriendo eémo era eso de que la soledad lo estuviera esperando a la mafiana para desper tarlo, Era el momento en que més extrafiaba al viejo. Sandra no se quedaba casi nunca porque tenia que lle- var a los hermanos més chicos a la escuela. En general, @ media mafiana, se daba una vuelta por el taller, pero las, a primeras horas del dia eran duras para él. Se habia acos fumbrado a que cuando aparecia por la cocina ya estaba el mate listo y alguna cosa para masticar. Ahors,'esas pe- {quefias ceremonias cotidianas tenfan que encontrarlo a él ‘como planificador, antes que como ejecutor. Eso le moles- taba porque le indicaba a fuego que Eleazar ya se habta ido, que no iba a volver, que él estaba solo de nuevo y que el mundo volvia a estar leno de enemigos. Ademis, el nego- Gio tenia que estar abjerto mas o menos a la misma hora de siempre. Los clientes no habfan resentido mucho la au: sencia del maestro porque, tal como el viejo habia previs- to, la habilidad del aprendiz los habfa convencido de que el taller les garantizaba la misma calidad y rapidez de an- tes en las reparaciones. Pero habia que levantar la cortina, atender a los duefios de autos més madrugadores 0 més necesitados, iniciar los primeros diagnésticos para deter- iminar los ritos mas adecuados a los efectos recuperato- ros, evar las cosas del mate al taller y empezar las tareas propiamente dichas. Todo costaba el doble o el triple que lantes, pero la pariza de su mujer empezaba a servirle pa ra poder arrancar. En eso andaba, cuando soné el timbre. Era la panza. “Hola, amor —dijo Sandra, Hola, Sandri —respondié Nueve. ¥ enseguida se dio cuenta de que su panza amada de esos dias venta con pa- labras para decir “—Hablé con Bardo —. Y luego de una pausa, terminé: —Tengo miedo. 8 9 Diciembre era ya un mes maduro en dias, Sandra em: pezaba a vislumbrar el final de sui proyecto de tener algo propio y el plan de Bardo esperaba solo el guifio final Muchomeo se encontré en un bar del centro, lejos, bien lejos de la Villa, con el hombre del traje. Cuando legs a la cita, el hombre ya estaba. Apenas se saludaron, Las co- sas estaban todas dichas entre ellos y no se requerfan ama Dilidades que, ambos sabfan, rozaban Ia hipacresia, Apenas Muchomeo se ubicé frente al hombre, recibié un sobre ‘que guardé sin abrir. No necesitaba manosearlo para sa bber qué contenta y no necesitaba contarlo para saber que estarfa todo. El de “bien arriba” no engahaba a su gente. Esa era una de las claves de su éxito. El hombre prolon: {96 el sobre en algunas palabras: —Ya esté resuelta la fecha. Desde mediados de mes tie- zne que estar todo listo. Nosotros te vamos a avisar un par de dias antes. ;Tenés el tema aceitado? —Si, no va ‘a haber problemas, —Bueno, si el pendejo ese que me contabas es tan ge- nial, en una de esas, después de que pase toda, podemos decirle que se venga a tral 83 No sé, no sé si va a querer, después de Io que le ha —Calmate, ya sé que no te gusta cagarle la historia al pibe, pero allt tenés en el sobre un buen remedio para cal- marte el malestar. “No te preocupes. Va a salir todo bien, ‘Muchomeo se levanté y se fue, sin saludar. Afuera, ya cen el tren, pensé que el taje tenia razén, que se sentia una porquerfa y que el sobre lo ayudaria a sentirse distinto. Mientras Muchomeo salia del bar, Bardo terminaba de dar las dltimas puntadas a su mensaje de "Dios y las tor- tillas" con su comando de operaciones. Fl Pelado hacia de miembro informante: —Ya esta todo listo. Esa mafana bien temprano nos ‘venimos para aca con los gorilas que conseguimos y el ca: mién de Muchomeo, De acé nos vamos para la Casa Grande, Metemos el camién en el patio para trabajar tran- quilos. Cuando terminamos, nos venimos para la Villa y bajamos todo en el galpén de la vieja de la Jennifer. Después no sé cémo sigue. —Después todo sigue averiguando qué necesitan los mis jodidos del barrio. Asi hasta que no quede nada Nosotros no nos vamos a quedar ni con un alfiler. — Zfe parece tan importante esta historia, Bardo? —qui- so saber el Pelado—. ¢Tanto quilombo para decirles a unos ‘cuantos tipos que vivir en una casilla de chapa es mas feo que vivir en una casa con pileta? 2Estds seguro de lo que hhacés? “No, Pelado. No estoy seguro. Ni sé muy bien por ‘qué lo hago. Pero ya no me banco mas afanar boludeces, venderlas por dos mangos y salir a comprar zapatillas. 84 Ya estoy podeide de hacer eso todos los dias, El Hugo tie. ne raz6n. Esto termina con un cuetazo en la cabeza, En la nuestra 0 en la de otro, y yo no quiero ninguna de las dos. Pero esta es mi vida, viejo, ustedes hagan la suya. Yo ve- ré después qué mierda hago. Por ese dia el hacer de Bardo se redujo a lo de siem pre, Ir hasta la casa de Hugo, que ya habla cerrado la car- pinterfa y empezaba su transformacién cotidiana en Elizabeth. —Hola, Bardén —dijo ella—. ¢Cémo pinta toda? —2Qué tal, Eli?, gc6mo pinta? :Yo qué s6? Estos dias, lo veo todo negro, asf que si pinta de algén color, sera ne- gro només, —2¥ el plan? —Eso parece que marcha bien. Todo lo que planeamos std saliendo como habiamos pensado. Y sin embargo no ‘sé. Tengo como un presentimiento de que algo esta fallan. do en algin lugar. Ya revisé todo punto por punto varias ‘veces ¥ no la veo. Aunque la plense y la repiense, no la veo. LY por qué no parés la cosa hasta que estés seguro? Bardo miré a Elizabeth como pidiéndole que se queda- +a, pero no se animé a decitle nada. Ya estaba grande pa ra eso de los mimos y, si habia sido capaz de organizar el desvalijamiento de la Casa Grande, no se iba a rebajar aho- ra a esas debilidades. Se quedaria con sus fortalezas de si- lencio, alas que tanto se habia acostumbrado. Elizabeth lo entendi y no quiso violentarlo con una carieia inoportu- nna. Luego de su pregunta, se siguié arreglando, poniéndo- se las medias caladas de siempre. Después le tocaria el maquillaje, tema al que le dedicaba bastante cuidado tiempo. Bardo se acereé a la ventana y pregunté, con la mirada perdida en la casi noche que era ya la Villa, 85 =2¥ cémo va lo twyo? Elizabeth se sonrié por lo impersonal de la pregunta y no tuvo ganas de pasar por alto el detalle, —2¥ qué vendria a ser lo mio, si se puede saber? —Lo tayo, tu historia. Digo, el tipo ese que te esta pa rando, El del auto. —Ah, ese tipo es lo mfo. Bien. Bah, me parece que muy bien. Te dirfa que es un hombre extraordinario. —ePor qué? JQué tiene de extraordinario? —Yo me preguntaba lo mismo. ¥ estuve dale que da le pensando para encontrar una respuesta. Hasta que la encontyé, gSabés por qué es un hombre extraordinario? Porque se atreve, Para abrirme la puerta de su auto, la de su casa, hay que atreverse. Y él se atrevid. Y entonces to- do cambié para mi. Cuando ya no esperaba nada, encon- tig lo que casi nadie encuentra nunca: otro que se atreve. Bardo comprendié alli que ese pequefio refugio en la car pinterfa instil, que lo habla cuidado desde que era bien chiquito, empezaba a alejarse y que su porvenir inmé to le preparaba otra puerta cerrada. Esa noche decidié se- guir a su amiga. Vio cémo se detenia el auto de vidrios polarizados, cOmo se abria la puerta y cbmo Elizabeth en- traba para que el misterio se la tragara. Y entonces supo. Supo que ahora sf estaba solo, supo que mafiana tendrfa que empezar a preparar la puesta en acto de su plan, que tesa locuira de mensaje planetario era lo nico genuino que le quedaba y que llevarlo hasta el final era ahora algo mas que un proyecto de grito justiciero. Supo que era la tinica puesta que le quedaba y se dio cuenta de hasta dénde era definitiva. Supo que tenfa una dltima ficha y que Ia esta- bba jugando a un solo némero en una movida desespera- da, Supo que él mismo estaba desesperado y que ya no 86 sabia para dénde correr. Pero, sobre todo, supo, como si Dios se lo estuviera susurrando al ofdo, que ya no valve tia a ver a Hugo. —2Cuél es tu miedo, amor? —quiso saber Nueve, la soledad de Nueve, el Nueve padre inminente, dueio del ta- lier de golpe, el triste Nueve sin Eleazar, ya sin historias de pasaclos heroicos porque el tiempo no sabe de “Nueves” que necesitan de viejos que sean inmortales. Su panza lo miraba a través de una tenue lamina de Iluvia. —Bardo. Siempre es Bardo. Hasta ahora tenfa miedo de que te hiciera algo malo por lo que habia pasado con. la Elizabeth y porque te metiste conmigo, pero ahora ya 56 que eso no va a pasar. Ahora me da miedo él. Me con- 16 una locura que esté armando y me di cuenta de que es 14 decidido a todo, a lo que sea, y yo no sé qué puede pasar, No sabe Sandra de los futuros posibles y esta en lo cier 10 porque, salvo ciertos mortales con poderes adivinatorios, Jos humanos son mas bien torpes en eso de prevenir por venires. Sin ir més lejos, de no ser asi al tipo que se va a morir ese dfa porque le pasaré por encima un auto enlo- ‘quecido le bastarfa quedarse en la cama para evitar su in- fausto adiés del mundo. Y sin embargo no, Tozudamente se levanta, se pone su corbata de siempre, sus pantalones ya algo gastados, su mejor camisa y sale al encuentro de sa esquina, en la que no deberia estar, pero esti, en el se- gundo en que no deberfa estar. Esta. Algo similar debe te- mer Sandra con Bardo, pero como ella no es una de esas mortales especiales, no tendrs més remedio que hacer Jo que hace Ia mayorfa, Esperar. Esperar a que mafana se haga hoy, cuando ya es tarde para dejar la corbata en, 87 el corbatero, la camisa en el estante, el pantalén en la per- cha y meterse de nuevo en la cama, porque maldita sea fel maldito tiempo y el maldite destino que me hizo po. nerme todo eso para estar en esta maldita esquina en es te maldito segundo y ese auto se ha vuelto loco porque viene derecho hacia donde estoy yo con mi corbata pan- tal6n camisa y mi cara de imbécil que deberfa estar dur- mienda y estoy aqui muriéndome. ‘Tres dias seguidos volvié Bardo ala carpinteria y la en- contré siempre cerrada y sin su propietario adentro, lo, {que terminé de confirmar sus certezas. "Ya esta —se di jo—, esta soledad que se me vino encima es la sefial que rnecesitaba. Mafiana damos el golpe.” ‘Averigué los detalles finales. Todo parecia indicar que Muchomeo habia hecho la parte que le tocaba con solven- cia, Bardo reunio a su estado mayor en su casa, aprove- chando que la madre habfa viajado al interior con los hijos ‘mis chicos y que Sandra estaba en el taller, ahora que te nnfa un descanso en su papel de madre sustituta, disfru tando de Ia panza a punto de estallar. No falt6 nadie, claro. Bardo los miraba con cierto ongullo, como siempre Ninguino arrugaba. Ya esta (odo listo, Bardo. La Jennifer me confirmé que la yuta no sabe nada, Sespechan que se esté arman- do algo, pero no tienen ni idea de To que va a ser ni cudn- do, Y Muchomeo tiene a la gente preparada. No sé qué pensards vos, pero yo creo que, si va a ser, tlene que ser ya BEI Pelado terminé de dar el informe de situacion y se sent6 a esperar la voz de su Jefe. Que siguié mirando el Piso unos segundos mas, como si de pronto se le hubie 88. 1a venido encima todo el cansancio del mundo. Cuando levanté la cabeza y los mir6, tenia la mirada de un hom- bore agotado. —Yo tengo mis limites y no quiero pasarlos. No quie- ro muertes en mi historia. A otzos no les interesa. A mf, si, No quiero ponerle la maquina a ninguna piba de ocho afios para decirle a la madre "dame las llaves del auto 0 te Ja quemo” A otros no les interesa. A mi, s{. Es hora de na- Nacer. Ah, nacer. Qué increible milagro es ese del na imiento, con una vida adentro de otra. Porque en el exac- to momento en que Bardo dice esas cosas, Sandra despierta, ‘ Nueve en el taller y le dice que esté teniendo una con- traccién y que ahora tienen que controlar las frecuencias Y que parece que se viene nomads este Alexis, que as se Ia mardi, porque la tecnologia les informe que es un machi: to. Sandra esta en camino de dejar de ser madre sustituta para convertirse en made de verdad, verdad, Y en el mismo instante, Bardo levanta la vista y se dice lo que ya se dijo que se dice y en vor alta dice otra cos —Mafana lo hacemos. Y¥ a veces el destino es cursi, 0 €8 idiota, © se hace Porque en ese segundo, cuando Bardo dice eso, y mien: ‘ras Sandra despierta a Nueve para que sepa que Alexis ex ‘4 en camino, suena el teléfono en casa de Muchomeo y ‘una voz le confirma desde el otto lado de la linea: “—Mafana es la cosa. ‘Muchas cosas pasardn mafiana. Son las once y cin: ‘cuenta y ocho de la noche. Ahora son las once y cincuen: ta y ocho con treinta segundos. Ahora son las once y 89 cincuenta ynueve. Ahora son las once y cincuenta y nue- ‘ve con treinta segundos. Y¥ ahora, listo. Son las doce de la noche, ‘Ahora ya es mafiana. Son las cuatro de la mafana cuando el Laureano, el Almanaque, el Negro, el Diego y todos los que van a ayu- dar en la limpieza de la Casa Grande se levantan y empie- zan a cambiarse. Toman un café bien cargado porque afuera es todavia de noche y el dia seré largo, de modo que conviene que los encuentre bien despiertos desde el mis- mo inicio. A las cuatro y media, los dieciocho salen de sus respectivas casas con diferencia de minutos. Cinco minutos después se encuentran. Tras cambiar unas po- cas palabras, empiezan a caminar todos juntos hacia Ia ‘casa de Muchomeo, que los esta esperando en Ia puerta. Se meten todos en el camién y se van, quién sabe ad6n- de, sin esperar al Pelado, Es decir, hacen algo que no es- taba en los planes iniciales. Algo ha de haber pasado. Algo. ‘Una hora de espera mas tarde, el Pelado se ha conven- cido de que tiene que ir a avisarle a su jefe que las cosas zo estén saliendo como las habian planeado. Pero antes ‘pasa por lo de la Jennifer, que demuestra tener canales propios de informacién. —Fue Muchomeo. Ayer a iltima hora cambié todo y empezé a usar a toda la gente que tenfamos organizada para un asunto que ya tenfa preparado, Yo me enteré es- ta madrugada. No se va.a hacer lo de la Casa Grande. —Pero gy lo nuestro? 2No entendiste lo que te dije, pendejo? Lo nuestro, se fue al carajo, 90 Poco més 0 menos a esa hora de la todavia recién es- trenada mafiana, golpean en la casa de Bardo. El ya esté levantado porque esté esperando noticias del Pelado y piensa que puede ser él, pero se equivoca. Es Nueve. Bardo. se alarma pensando en Sandra. ‘Qué pasa? —pregunta con una inquletud que se le dibuja en la mirada, —Nada, no te asustes. Te ven{a a avisar solamente, ‘Acabo de internarla a la Sandra. Esté todo bien. Los mé- dicos calculan que en unas horas va a parir. Yo la dejé un ratito para venir a avisarte. Qué vas a hacer? Bardo lo mira antes de responder y piensa que ya el rencor se le murié adentro y que ahora Nueve es apenas el hombre que eligié su hermana, 0 tal vez empiece a set, nada menos, el hombre que eligié su hermana, Todavia no lo sabe, pero no tiene urgencia por encontrar la ver- dad. Ya tendiré tiempo para averiguarlo cuando acabe el dia que esta apenas empezando. Ah, tiene que hablarle a ese muchacho tan parecido a él que se quedé esperando una respuesta: Ahora no sé. Ahora no puedo ir. En cuanto termine con todo lo de hoy, voy a ir a verla, Entonces es Nueve quien lo mira y siente que ya no le duele el puntazo de atras; él sabe que asf son a veces las cosas. Algo tiene que decir porque esta seguro de que sit panza amada, jadeando en ese momento en una cama de hospital, se lo dirfa: —Haceme un favor. —2Cusl? —pregunta Bardo. —Cuidate —contesta Nueve, Bardo sonrie como si ya hubiera sabido y le dice que seguro, y Nueve se da media vuelta y empieza a alejarse on hasta que Bardo le grita de lejos: "Nueve', y Nueve se da vuelta solamente para que Bardo le diga: “‘cuidala’, y Nueve Ie dice: “seguro” Cuando unos minutos més tarde golpean de nuevo, sf el Pelado que viene con una noticia seca, contundente, definitiva, Nos cagé Muchomeo. Esté mandando a toda la gen- te que tenfamos preparada a no sé dénde y se llevs el ca mién.. Bardo sale a la calle, a la ya evidente mafana que es ‘afuera. Uno por uno, los pibes de su banda se han ido en- terando de lo que pasa y, uno por uno, empiezan a caer all, donde Bardo y el Pelado ven pasar el tiempo sin saber, bien qué hacer. “Esta era mi Gitima carta —se dice Bardo— y me la robaron, Qué gracioso. Tanto afanar y vengo a darme cuenta recién ahora de lo que se siente, 2 si a par- tir de ahora me dedico a robar ideas y sentimientos? Flaco,, dame tu proyecto o te quemo. Pendeja, largame tus ganas de vivir 0 50s boleta.” —2¥ ahora qué vas a hacer? —pregunta una vor sali da de no sabe dénde. Cuando Bardo busca su origen, en- cuentra la figura radiante, impecable, de Elizabeth. Es la primera ver que Ia ve a la manana, a plena luz del dia —pQué hacés acé? —dice con una sonrisa poderosa en. la mirada, Una sonrisa de gracias. —2Cémo qué hago? Vine para tu mensaje. No te iba a dejar tolo justo hoy. Pero vuelve a preguntarte: zqué vas ‘hacer ahora? Bardo los mira y piensa que alli estén casi todos los ‘que ama, su mensaje inmediato. Los siete miembros de su banda, Elizabeth y él mismo. Nueve apéstoles de la 92 soledad, con una palabra para decir que ahora nadie eseu- cha. Y se decide. Empieza a cantar. Despacio. Para ellos: “Cudndo querré el Dios del cielo/ que la tortilla se vuel va..¥ después de la sorpresa iniclal, Jos dems lo siguen con alguna timidez: “Cudndo querrd el Dios del cielo/ que 1a tortilla se vuelva/ que la tortilla se vuelva..". ¥ se su ‘man, ahora si, cantando a todo pulmén en la soledad de la media mafana, pero en un momento Bardo les dice que Jo esperen en esa esquina, porque antes de seguir cantan- do tiene algo que hacer, y se vuelve porque la cosa ya no es con la Casa Grande. ‘Ahora parece. 93 ‘Ahora parece que Bardo decidié que ese era su plan y que nadie se lo iba a robar y que cuando vio a los que més amaba, supe que ellos estaban allf por él y no era jus- to, Entonces era mejor perderlos y armar ese pequemio show de la cancién para que se quedaran contentos, para -meterlos en el desconciertg y ast poder escaparse. Porque Je que tiene que hacer es solo de él, de su decision de ir hasta el final. Porque a él, a Bardo, nadie le va a robar na- da, y menos un viejo que ni aguantarse el pis puede, Ya 2¢ dijo que matar a alguien es su limite y que ni siquiera ‘hora lo va @ pasar, pero igual no va a dejar que le quiten nada, asf noms. Que se quede Muchomeo con el carnién, Bardo igual va a entregar la carta con el mensaje que te nia pensado escribir, Empieza a caminar lentamente, en ese ya casi mediodia, hacia un destacamento de policfa cerca- no y se toca la cintura, Si,]a maquina esté en su lugar, re visadita y limpita y cargadita, como corresponde. Pero hace un calor de locos. 94 “Ah, ah, ah, ah, ab, dale nena, dale, come te ensei en el curso, pujé, pujé un poco més para terminar de aco- modarlo, después va a salir como escupida de miisico.” “Ah, ah, ah, ah, ah, Jestés aqui, mi amor?" *S{, acé estoy, ‘Sandra, no te asustes, que va todo bien eso." “Hablale a tu ‘marido, reinita, pero no dejes de pujar y no tengas miedo porque a las primerizas siempre les cuesta."“Ah, ah, ah, aah, ah." “Eso es, chiquita, e50 es, ya casi Io terminaste de aco: modar, te ests portando como una diosa, pucha que ele- agiste un dfa para parir, eh?" 95 Hace un calor de locos, Si, la maquina esté en su lugar. Pronto legaré a la puerta del destacamento para decirles lo que tiene que decitles. ,Cémo era? Si, ya se acuerda: “Cudndo querra el Dios del cielo/ que la tortilla se vuelva..” “Je, van a pensar que vengo de una casa de comidas, pero nada de morfi, no sefor, nada de morfi. Vengo a gi tarles que esta mal, que esta todo mal, pero mal en serio, ¥y que tengo un limite que no voy a pasar nunca, nunca.” Porque es un hombrenifo de palabra, no como Muchomeo, que Ie quiso robar su idea “Pero minga, y pendeja dame tus ganas de vivir 0 sos boleta” 96 “¥ qué calor de locos que hace. Asi chiquita, asf, asi, que vas barbaro, ya casi saca la cabecita.""Nueve, dame la mano.” “Tomé, amor.”“Ah, ah, ah, ah, ay, me duele.""S6, al principio duele y después, cuando termina de salir, tam- ign, pero qué le vas a hacer, es lo que nos tocé a las mu jeres: si este hombre-nifo tuyo tuviera que pasar por lo mismo, se nos desmaya a los dos minutos, y descansé ur: poquito, que hace un calor de locos.” 97 No hay otro dia, es hoy o nunca; y quisieron que nun: ca, pero sf va a ser hoy. Si va a ser, porque él es Bardo y en la Villa lo conocen todos porque va al frente siempre. Como ahora, que esté ya al frente del destacamento, pero del otro lado de 1 wvenida que lo limita. “Si, Ja maquina sigue en su lugat. gPara qué la traje si matar ya dije que no? Ah, si, cierto, ya me acuerdo, para uusarla de lapicera, para que eseriba mi mensaje. Pero qué calor de locos que hace." 8 “Ah, ah, ah, ah. Dale nena, que ya viene, dale més fuerte, ‘mis fuerte, agarrate de tu hombrenivio, y dale més fuer: te que ya viene. Ah, ab, ab, ah.” 99 Y¥ dale nena que ya viene, ab, ah, ah, ah, qué bien te es- 1s portando, De pronto no viene ningiin auto por la avenida y enfren- te esté la casilla de seguridad con mucha mas gente de la que esperaba. Mejor, mas claro va a ser lo que diga. ¥ cuando querré €l Dios del cielo que la tortilla se vuelva... ¥ dbranme ea- rajo 44déabbbbrrrraaaannnnmmmmmeece que traigo una Y tengan, mierda, tengan estas palabras con mi lapice- ra all justo al costado de Ia casilla, justo al costado, que yo tengo mis Iimites, como el mundo los suyos, Ab, ah, ah, ah. Ya viene, hija. Ya viene, dale amor, dale Sandra que ya viene Alexis. Qué calor que hace. Qué hacés, pibe? {Te volviste loco? Dejé ese chumbo. No es un chumbo, es una lapicera, ¥ alli, al lado de la casilla de vigilancia, donde no hay peligro de pasar el limite y donde los hombres de azul se refugian y sacan también ellos sus lapiceras, y gritan por liltima vez “pendejo larga el fierro o te quemamos’, No largo nada, y bénquense mis palabras. Aaésbbbrrrasannnmmmee. 203 ‘Ah, ah, ah, ah. Dale que ya esté, nena, ya lo tengo aqui, Y entonces, los policias escribieron con sus lapiceras. lo tengo, ¥ puta que hace calor, y.. ¥. ‘Aasahhhhhbh, Salié, ya salié amor, ya salié amor, ya salié amor, r04 es Y tan ancho que es el mundo. Y tan ajeno. 206 Nada. Et hombre que acaba de irumpir en ta redaccin del periico apenas recuerda nade, solo unas gritos, un festruendo y que alguien to persique. Con estas pistas tan vagas, Santiago, un chico de 17 anos que esté haciendo ss primera pasantia tendré que bucear en el misteio que rode «este desconocido, reconstruir su historia y, de pas, dlemostrarle a sus jfes que thene madera de periods, Andrea Ferrari Nac en Buenos Aires en 1961. Es traductoraIiteraria de Inglés y periodieta. En 2003 gané el Premio de Literatura Infantil EI Berco de Vapor con ss novela El complot de Las Flores. EI hombre que querta recordar fae includ en lista The White Ravens de Ia Bibioteca internacional de In Jwwentud de Munich, Alemania Voluis de una fiesta. Es de noche, Sentis un coche que ‘ircula despacio detrés de t. Tus veclnas, tus amigos y tu {familia inician una bisqueda desesperada y angustiosa que ‘pondré cada uno en contacto.con sus propos miedos, ‘sperancas y contradiceiones. Nacié en Barcelona en 1970, Estudié Derecho pero se ha dedicado al periodiemo. Es autors de novelas y libros de relatos. Ha recbido numerosas premios. Los ojos del lobo fgand el Premio Gran Angular en 2004 PERROS DE NADIE

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