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EL PENULTIMO CUERPO Paola Guevara Invadida, Cuando el médico pronunci6 esta palabra, Emilia supo que no enfrentaba una experiencia del todo desconocida. Lo del cancer era nuevo, claro, pero dinvadida? Invadida estuvo siempre. Al salir del consultorio no llamé a su chofer, que esperaba a pocas calles de distancia. Un movimiento teldrico sélo perceptible por sus piernas la condujo a recorrer las calles bajo un sol tardio y uno de esos cielos amules que Bogota sabe prodigar a veces, indulgente, como un padre austero cuando sonrie. Se senté en uno de los elegantes cafés de la 82 y ordené una soda, un café vienés que nego no bebi6 y un panini con ensalada que tampoco probé. Imposible pensar en comer. Si pidié todo aquello fue sélo por el pudor que le produjo la idea de invadir una silla codiciada en plena tarde de viernes. Seguramente el duefio del lugar le sacaria mas provecho econémico a Ja mesa si la ocupara una pareja enamorada, un grupo de amigos o dos socios que sellan un buen negocio. No cllay su céncer de voracidad desenfrenada. Invasora e invadida se sinti6 siempre. Habitada or pequefias obsesiones y limites que jamés cruz6, atenazada entre la reverencia por los protocolos y la tiranfa del qué dirén, Temprano en su matrimonio, cuando los negocios de Alejandro prosperaron, la intimidad de su casa fue remplazada por las ‘camionetas blindadas, los choferes y los escoltas que entraban y salian a horas impensables. Emilia dejé de trabajar, de conducir, de ver a sus amigas de la infancia, de viajar sola, como quien dona sus mejores joyas a la caridad a cambio de un certificado transitorio de superioridad moral. Sus hijos no tardaron en colonizar todos los espacios, hasta plantar su bandera en el ‘inico rincén enteramente suyo: el bafio, ese habitéculo solitario que Emilia decoré con luces tenues, jabones franceses y un espejo que le devolvia una imagen amable, a diferencia, de la luz blanca que herfa sus retinas y desnudaba, desde su trono cenital, las imperfecciones de su piel antes inmaculada, A Tos nifios les gustaba sentarse frente a ella en la taza del inodoro. La estudiaban con paciencia y curiosidad por minutos que se le antojaban interminables. Si se negaba a dejarlos entrar a la ducha, donde pensaba, Uoraban desconsolados y acompafiaban sus lamentos con el incesante golpe de sus pequeiios putios en Ia puerta, Incluso el acto de maquillarse, ese momento reconfortante de ver su rostro pilido y pecoso de rasgos afilados convertirse en tun lienzo leno de vitalidad y color, se torn6 con el paso de los afios en un performance de sala lena. Pero la invasién vino antes de los hijos, incluso antes del matrimonio, Vino con su padre, que le repetia cada vez.que podia que no aceptaria una madre soltera en su familia, que le impedia salir de paseo con sis primos o quedarse a dormir en casa de sus amigas, y que al verla legar del colegio la olfateaba como un sabueso, pendiente de encontrar rastros del aroma de un hombre en su piel. Desde nifta le dejé bien claro que su cuerpo era un territorio de injerencia grupal, sobre el que la familia entera tenfa algo que decir o que opinar, y que siempre, siempre, hay que modificar. ‘Alls siete afios era tan flaca, que su madre estaba, empefiada en levarla al médico a que le recetara jarabes, vitaminas, suplementos y hasta hormonas para ganar peso. Su delgadez, fue vista con sospecha por tres generaciones de parientes, Por qué se evidenciaban las claviculas y las costillas, por qué ese cuello tan largo como de ganso, por qué las piernas sin came y sin gracia; dénde estaban los rollitos que amunciaban la buena salud, la fuerza fisica de su linaje, Con rechazo hacia su delgadez extrema entré en la pubertad, que trajo desafios inéditos. Las nifias del colegio catético comparaban en el laboratorio de Biologia sus senos nacientes bajo las camisas blaneas de alforzas, y ahi Emilia fue clasificada en el reino de Jas planarias filo platelmintas, Todo lo agravé el rock: en espaol, cuando la eancién de Los Toreros Muertos promulgé el nuevo decreto generacional: «Quiero una novia pechugona, que sea maciza. Que sea rolliza. Que cuando la abrace no la abarque. Més vale que sobre, no que falte». Quién querria salir con una tabla de surf en la adolescencia, si Sofia Vergara saltaba de puntillas en Ja playa porque la arena ardia y necesitaba aleanzar una Pepsi helada para calmar la sed. Y como reiteracién estridente de estos dogmas corporales, los senos de Pamela Anderson enfundados en el bafiador rojo de de la Bahia tenian extraordinaria facultad de rebotar en cimara lenta sin causar dolores de espalda, siempre al rescate de hombres ahogados que requirieran respiracién boca a boca, De noche, los pechos de Emilia dolian, Se desvelaba a causa del malestar, Sélo la alentaba la esperanza de que aquellas punzadas fueran la antesala del erecimiento en la escala Soffa, en la escala Pamela. Su madre le alargaba compresas tibias de brandy y limén, el secreto de las tias voluptuosas, y cuando el método ettlico fraeasé probaron con las cremas milagrosas, potenciadoras de grasa corporal que en poco tiempo demostraron su ineficacia. Si Emilia no tuvo sexo hasta el matrimonio no fue por falta de deseo, sino por el panico a que un chico palpara su deformidad. La universidad prometia alivio, pero la Guardianes la televisién fue invadida por los senos rotundos de Marta Sénchez cantando Desesperada, en cuya letra proclamaba «soy una mujer normal». Pobre Emilia, anormal entre las especies. Cuando se comprometié con Alejandro, su suegra la ayud6 a elegir el vestido de novia, que después de cada prueba tuvieron que achicar, porque en los seis meses previos a Ta boda bajé diez kilos a causa del estrés, La modista protestaba con un argumento irrefutable: no era culpa del vestido o de la habilidad de sus manos, sino del cuerpo de Emilia, que se resistia a darle volumen a puntadas tan finas y a sedas tan hermosas. La modista, contrariada, apuntaba sus medidas cada vez més chicas en un cuaderno a rayas. Se lamentaba: «Habra que meterle relleno en el pecho para que no parezea un muchacho». Su madre zanjé la diseusién y pagé los implantes de seno de Emilia, quien perdié la sensibilidad en los pezones pero alegré a todos con un strapless profundo el dia de la boda, Bast6 que tuviera a su primer hijo para que aparecieran Tas cames y curvas que reclamaba su modista. Pero cambié de repente el modelo de belleza y la delgadez extrema fue, ahora sf, deseable. Qué roma cruel era esta, De moda las claviculas visibles de su infancia, las costillas sobresalientes de su vida pGber, los senos planos de su adolescencia y los cuarenta y cinco kilos de su boda. Un dfa las prétesis de silicona descomunales, las caderas llenas como repisas, las cinturas de un angosto imposible y el pelo rubio a la fuerza comenzaron a Tucir sospechosos. El cuerpo de Emilia resulté ser el cuerpo del deseo de la mafia y sus senos prestados, los, ‘que su madre cligié en talla extragrande, se hicieron simbolo de una negacién nacional. Las reinas de delleza y las modelos famosas corrieron a retirar sus implantes 0 a cambiarlos por unos de talla chica, muy chica, y pulularon en televisiOn las figuras andréginas y anifiadas, como eternas péberes. Emilia descubrié que su cuerpo anormal de los dieciséis afios era el nuevo must de la temporada. Sus senos naturales nunca estuvieron mal, vaya sorpresa, sélo se equivocaron de época. La escasez de earnes que antes molestaba a Ia modista pas6 a ser pretendida de forma frenética a través de los métodos més invasivos. Su cuerpo parecia disefiado a propésito para ir en contravia del deseo establecido; el suyo era un cuerpo a la pemiltima moda, un traje de piel fuera de temporada, Presa de culpabilidades invisibles, el mayor acto de placer y liberacién sexual que recordaba Emilia en relacién a su cuerpo ocurrié tras el parto de su tercer hijo, cuando pag6 la ligadura de sus trompas de Falopio, Tras la cesérea que dejé sus entrafias abiertas y expuestas a una decena de médicos, enfermeras y anestesiélogos que asomaban ojos, manos, braz0s y sgasas a sus visceras, pidid que cauterizaran la carretera que conducia a un nuevo embarazo. Nunca quiso tomar pildoras anticonceptivas, porque si ya su cuerpo era de su padre, de su madre, de su suegra, de su ‘modista, del cine, de la television, del reino de las planarias, de Los Toreros Muertos, de su cirujano, de su marido y sus hijos, al menos no queria un cuerpo ‘que perteneciera, también, a las farmacéuticas. En Ta lactancia de sus tres hijos estuvo presente su suegro, el pediatra. Fue él quien le dijo que era de vacas y cabras lactar a las erfas, Para ser justos, tampoco habria podido dar pecho asi hubiera querido, por la sola vergiienza de tener que desnudarse el torso. EL horizonte de su cama permanecia invadido por los familiares, los amigos y los socios de su marido, visitantes permanentes que entraban y salian sin anuneiarse, y que pasaban horas aplastados en una silla, en silencio, contemplando la escena inmévil de una madre con su recién nacido en brazos. Cuando se armé de valor y prohibié a todos Ta entrada, incluso a su madre, se encerré entre dolores y lagrimas. La familia, propietaria de acciones sobre su cuerpo y lo ue de &l brotara vivo, no se lo perdoné nunca, Emilia se dijo que a lo mejor este céncer que invadia su cuerpo le ensefiarfa al fin a desterrar invasores. Era cuestién de vida 0 muerte. Miré a dos parejas que esperaban una mesa disponible para sentarse. Sinti6 el impulso de ponerse de pie y cederles su espacio, pero destapé la soda italiana, que tenfa sabor a tamarindo, y aprecié con paciencia la bella etiqueta. Pensé que nunca fue a Sorrento ni a Asis. Nunca hizo el camino de Santiago que su marido calificé de moda hipster, no pagé sus propias cuentas, nj ejerci6 su carrera, ni quebré un vaso. Tomé la taza de café y la empujé hacia el filo de la mesa hasta que cayé para estallarse contra el suelo, Puso un billete sobre el mantel, Ilamé a su chofer, le pidié las laves del carro y lo mandé a casa Por primera vez al volante en tantos afios presion6 a fondo el acelerador y sintié adrenalina, vergiienza, temor policial y reverencia por el Dios que todo lo observa. Ahora que la muerte la conduefa a una nueva expropiacién de si misma, qué luz se posaba sobre sus antiguos cuerpos: el de la nifia, el de la adolescente, el de la joven adulta, el de la mujer, el de la amante, el de la madre, el suyo propio, el de ayer; el de esta mafiana, antes del diagnéstico. Mientras loraba aferrada al timén del carro y pediia una sefal, supo que el cuerpo més deseable de todos era este: el inico que le quedaba. Este de hoy, vivo, latiente, Bl peniiltimo cuerpo. El iltimo antes de la muerte. Paola Guevara (Cali, 1977). Escritora y editora. Ha desarrollado su carrera periodistica en la Revista Cambio, Cromos, La Hoja, Grupo 10+, Casa editorial El Tiempo, entre otros. En la actualidad se desempefia como editora de cultura, tendencias y revistas, asi como columnista de opinién del diario El Pais, de Cali. Sus crénicas han sido publicadas en los libros El género del coraje y Esto que hemos heredado. Es autora de las novelas Mi padre y otros accidentes (Planeta, 2016) y Hordédscopo (Planeta, 2018).

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