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1—EL DERECHO DF CONQUISTA JUSTIFICADO.—CALUM- NIAS EN CONTRA DEL COLONIAJE REBATIDAS EN ES- PECIAL POR ICAZBALCETA—z QUIEN FUE EL? Siendo como es el pantido liberal v su engzendro, el socialismo, un levantamiento de las feroces concupiseencias que hierven en el fondo de la animalidad humana, en contra de la Revelacion divina y su moral austera, eta légico que por tal de hacerse de e6mplices éntre gonta igmam, fei] da embancar, denastaran a los abnegados misio- nerog que realizaron, con ayuda de la catélica Espaiia, la conquista espiritual det Anahuac. “La guerra es poderoso instrumento de civilizacién” (Kurth) y siempre justa cuando se hace para venger agrayios contra la clvi- Tizucién y el derecho natural, en pueblos que practican sacrificios humanos y hasta cl canihaliemo, asi como es justo invadir el ajeno. domicilio donde se est4 oprimiendo a una doncella, o martirizando a inocentes nifios, y, por medio do la fuerza, subyugar al causante de esos desmanes, “La tnica raz6n natural que apoya a esta tesis, ensefia Suarez, cs la de que ce trata do la justa dafensa del inocen- te.” (Tract. de Charitate. Disput. de Bello). : ‘A pesar de sus oxageraciones, Las Casas, gran amigo de los indios, sostenfa que todo pueblo que vive fuera de la ley natural podia ser Objeto de conquista, sigmiendo en ésto a la docinina catohea ense- fiada por Sto. Tomas, por Espafia incluida en su paternal legislacion de lay Leyes do Indias, y plenamente aprobada en estos concaptas de un escritor protestante y safudo anticatélico, el americano Pres- cot: ‘Las dantes costumbres de los aztecas son la mejor apologia de la Conquista.” (Historia de 1a Conquista). ‘No obstante las vociferaciones estruendas de inconsulivs escritores contra Ia conquista de México, por cllos afeada de usurpacién “del albedrio, de la riqueza, da la libertad de los conauistados,” asi Al- perto Carrefio (Elg. 1921. p. 544), no faltan historiadores librepen- adores y positivistas que por motivos que la Iglesia considera in- morales, permiten oeupur luda regién que no se cneucntre de un ‘modo cfcetivo bajo el dominio o protectnrado de uno de los Estados gue forman la comunidad del derecho de gentes, (Congreso de Ber- Tin. 1885) Més inmoral, sin comparacidn, es la teoria que bajo ese respecto profesan on los planteles oficiales, intelectuales de pucolillu, reuvu- Tosos enemigos de Espaia, a la que, sin advertirlo, absuolven cuando fandan el derecho de caniristn sdln en el derecho selvatico de la fuerza bruta. {No en pleno Congreso proclam6 Ja fina alhaja de Bulmes, que él ‘era partidario del darwinismo, en cuya virtud el organismo mas dé- bil debe perecer umle el uds fuerte? {No sancioné un ministro de Comonfort, Ezequiel Montes, el de- recho del mds fuerte, el derecho de conquista? (Vig. p. 135). andlisis; pues, nunca aveulura afirmaci que ny teaga aparejado <) documento justificativo de su autenticidad”. (Bar. p. 177. 169. TRA IRR 1I.—LA LLAMADA “CULTURA AZTECA” 2EN QUE CONSIS. TIA? GOBIERNO DESPOTICO, RELIGION FEROZ Y GEN- TES COMIENDOSE UNAS A OTRAS. Historiador tan sin tasa encomiado por aquéllos mismos cuyos di- lates hist6ricos no sc consé en confintar, dice Icazhalecta estat “can- sado de oir declamaciones vulgares, hijas unas veces de falta de tudio, otras del espiritu de raza y de partido, Ks eosa comin repre- sentar a los expanoles como bestias feroces que devoraban a inocen- tes cozderos, y al rey de Bspaila como un liranu insaciable, ocupado exclusivamente de mancener a la colonia en ol embrutecimiento para que nunea conociesen sus cerechos, y en sacarle el mayor pro- ducio posible”. La verdad dozesrnada os cue “los indios oran oprceores de otros indios. El antiguo régimen ere completamente despético. Una es pecia de aristorracia 22 aprimia y exiarsianaba al patina, sa pos traba a eu yez con abyccto ceremonial ante el cefiudo monarca cuya volantad no sujete a traba alguna, era obedecida sia réplica”. Bn softal da aeitumierto, ol pueblo, paste do cuelillae ante él, so Icva- ba a Ia boca el dedo de en media de la diestra Meno de tierra, en tan- 40 que los sacerdoles y nobics no podien legar a los aposentos del monarea, sin despojarse del ealzado a In puorta, ni monos alzar la Vista hacia él (Perry) sin pagar con la vida tamano desacato. En cambio, podian robarse les nobles casi todas las hijas de las Mejores familias. ‘Venian desde 20 hasta 800 mujeres, (Herbert Spencer. Los Antign Mexicanos. México. 1895) al paso que Jos re- yes de Michoarén exigian para si, cuando el cuerpo se lo pedfa, la mu- Jer ¥ las hijas de sus sibcisos; (', Pimentel. Memorias. p. 37) y los de Tenochtitlin oblgaban a los pueblos que les eran sumisus a pro- veer las doncellas necesarias para ate estuviesen siempre Ilcnas las casas de alegria. (Ele. 1921. p. 586). “Y asi, lo que a nnog abun- daba, a otros faltaba, habiendo muchos pobres que apenas hallaban con guién casarse’’. (Tor. a 123. 239). “En ésto habia, ademas de vieio, granjeria; orgie colfan los nobles tomar mujeres tnicamente para hacerlas trahajar en lahores propias de su sexo”, (Ieaz) y a ve- ces en oficios muy abyevios, como era cl exclusiva enearga que ale gunas tenian da presancer el orimal al seftor. ‘A los vasallos no se les respataba en su honor, ni en sus biones, ni wu sug tieeuvias. Cuaudy veucidus, el euemigo Jes incendiaba sus tedcalis (J. Lopez Portillo, Elg. 1921. p. 586.) “f] derecho de conquista cra cl supremn, y ln guerra hebia sido siempre el estado normal ce la nacion: guerra sin euaris! en que el prisionero, preservado cuidadosaiente on €l campo ce balalla, iba a ser inmolado a sangre frin en la horrible piedra du los saerificies dane de perecian también a millares los esclavos” (Ieaz.), las mujeres y_aun los nifios de edad de cinco hasta siete, anos_ “El més enér- gieo da Ins misionemns, Fray Tarihio de Mololinia, (Ieaz.) cae buuc tiz6 @ silo mas de 400,000 indivs, dice que unas “veces, vogfan al. gimos cselavos y oles vrisioneros de guerra, y, alados 4c pies y ma- nos, ochahanlos an tn gran fuego, y nv bion acabado de queusr, sue edbanios del fuego, no por piedad gue de él habian, sino por darks giro lommenlu o muerte que era sacrificarlos sacandoles el corazin__ que 2 veces comfian los sacerdotes___ Otras veces desoliaban a todos loo prisioncrvs de guciia, y yesilause 10s clleros, y Ja carne se repar- tia por entre todos. Degollaban también mujeres, las desollabun enteramente___ y unos indios yestianse aquellos cueros, y vestidos lo mas justo que podian, bailzban con aquella ermal y espantosa visa”, (Tor. p. 44. 64) que conservabon encima hasta que cala po- drida, no siendo raro el Lafizrse los indios en sanzr>. (Flg 1991. p. 43). A le Gicho aqui por el Padre Motolinia agréease el testimonio de ua “autor capital de cosas de indios, cuyos eseritos son una mina ina- gotable para los cstudiosos”, (Icaz.) el P. Bernardino do Sahagun, quien, “‘sacrificando su bienesta> de Conde, ordendse fraile yyvnoa compartir las amarguras de nuestras indios entre quienes vivid men- digo para cnsefiar a los mendigos a vivir como hombres”. (Lie. Ras mon Mena) “No se puede leer sin horror, sentenein Alaman, esos libros en que se especifican menudemente las festividades anuales de los indios, el mtimero de las victimas que habian de Saerificarse, si. sexo, sn @flad, el Hempo que habium do tonorse engordandu, el modo de su muerte y el gaiso que labia de hacerse con sus cartes: Una religion que consagraba tales saerificios era cicrtamenta un obstGeulo insuperable para todo adclanto verdadero en la civilizacion; aes, no puede haber sociedad entre gentes que se comen unas a otras!” (Disert). No vor preseripcién religiosa solamente, sino también por aquella falta de legumbres, arbolcs’frutales y animales domésticcs: que ha- eia do loz indigenas la gonto més miscrable, se explica la lussible costumbre enize cllos de comer came humana, de la site 38 provefan en Jas carniccrias y mereados de esa clase de comestibles los que re- hufan el peligrose trabajo de ica cuger indios. “Entre uguellos pue- blos barbaros, aunque oliados y amigos, dicenos un jacobino irre- dento, Fernando Remirez, existia un infernal pacto de batirse unos contra o7os, cada uno de los 18 meses del aiio azteez, y en determi nado Ingar, para proyeer de yictimas Jas aras de los sacrificios”, de rechazo los mercados de carne hurnana. sta, en Tenochtitlan era algo cara: costabe 40 mentas un exclave comestible. En Atzea- potzaleo, donde estaba uno de esos mercados, lus esclavos que se comian, informa Sahagiin, “eran lamadas ‘Uaaltilzin, quo quicre de eir “lavados”, porque los lavaban y regalaban para que engurdasen, Y¥ para que su ‘carne iuese sabrosa, cuando los hubiesen de mazar y emer”. Bl duefiv del esclayo Wevaba sa vietima al templo o al matadero publico, como se leva ahora al restro una res, y alli se In mataban, y su duefio lo ‘levaba 4 su cusa donde lo destazaban para comérselo. “A les uifios cumprados a sus madres, los junzaban cn el primer mes, € ihanios matando en todas las fiestas siguiontos____ Czan cansidad de elles mztaban cada aflo, -y después de mmertos, los cocian y co- mian”. (Sahagéin). 4n todos lox pueblos y caminos, encontraban lus soldados de Cor- 463, cceribe uno ce ellos, cadaveres mutiladus de. piernas, brazos y otras partes carnoxas que los indins se Hevahan como vaex traida do carniceria la que se vendia por menudo, y se le secaba para més tarde comérsela hecha cecina. (Disert). Sebido aguéllo, suplicaba Cortés a Mocteznma que cnordo Io convidara a corer, no le sizvie- Ta carne humana. iCndntos no serian nor ntra parke Ins sacrificios humanos quo sin cesar reclamaban aquellos horribles y coléricos idolos siempra se- dientos dc sangre! Un espanol, compatero de Cortés, deseoso de averiguar ol ntimero de cabezas de los sacrificados, las que, ensariudas por las sicnes, cirenndaban e] templo mayor de Méxicv, conto 130,000. (Disert). Nies probable que exagerara. Orozco y Berra, libuzul abonado, ha- ce subir = 20,000 el ntiunero de los sacrificados on x solo dia, ha; los auspicios de Ahuizotl; (Cong. p. 20) y Vrescott mo baja ce 70,000 ei mimero de los prisioneros quc se sucrifiearon en la cedi- cavidn del lemulu dy Huichilobos. z Por Duran sabemcs que en 1487 fueron sacrificadas 80,000 gen- tes enya. sangre, con la que se embadumaban los indios, cotria como un rio y tormaba cateralus cu las yradas del templo, de tal manera gue, por ser tanto el hedor de Ja sangre, nc habia en la eluded quien Io sufriese. Y éso no cra més que un rasge de aqnalla “cylimrs az- teca”, euya desaparicion hace prurrumpir ex pujos y Uantes a la im picdad maxioana en su enemtiga contra la Iglesia. j Para los desherededos de la fortuna, ernel cra aquella religién, tanto 2qni como en Ia otra vida. En ésta, asignaba a las almas un Jugar conforme a la condicién y a la profesién que iuvicron en el mundo, quedando cerradas al plebeyo y a! pobre las paertas del pa- raiso, hateda ninguna consideracién 4 Sus vropios méritos. “Ayue- llos desdichados no podian consolarze ni con la esperanza de que sus padecimientos acaburian con la vida, y después alcanzarfon le feli- cidad cterna”. (Ieaz.) “Cuando presenciamos en nuestra suntuosa catedral, ‘la mas gran- de y més noble iglesia do América, (Lum) las graves ¢ imponenies coremonias del eulto catélico, escribe Icazbalceta, nu es posible so- focar slunero que acubaba de Inmolar___, se adu:w wua al Divs verda- dero que no pide ctro sacrificio que cl incruento del altar_. 4Co- mo no preferir los acentos de miisica acordada, al. ltigubre tamido del teponsxdi, precursor de la macanza?_____ ra posible que alguien reeordera entonees sin horror aquellos fastines de antropbfagos, dig- no remate de ehominables crimenes, cuando la nueve rcligién venta a ofrecerie la participacion del Sagrado Pan Wncaristico en el sacri- ficio incruento del altar?” Lo gue antes perecia imposible le realizé la atea escuela oficial. Un titalada protescr normalista, mnspector tecnico de escuelas Dri marias y perpetrador de escritos blasfemos, el eampanudo, como ¢e- ebro hueco, Julio Hernandez, solié a sus discipulos la ineveia de que “la religion de los aztecas era niuy parecida a la que hoy podrie- mos llemnar la idolatria cristiana”’. (Te. p. 287). Mis

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