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DEBERES PARA CON LA SAGRADA EUCARISTÍA.

EL AMOR (5)
¿CUÁL ES EL FIN QUE JESUCRISTO SE PROPUSO
AL INSTITUIR LA EUCARISTÍA?
San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

HORA SANTA
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.
Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.
Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.

Lectura del Santo Evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, Jesús les dijo: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno
come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo.
Los judíos se pusieron a discutir entre ellos:
—¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Jesús les dijo:
—En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el
último día.
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come
vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los
padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente.
¿CUÁL ES EL FIN QUE JESUCRISTO SE PROPUSO
AL INSTITUIR LA EUCARISTÍA?1
2.º Mas ¿cuál es el fin que Jesucristo se propuso al instituir la Eucaristía? Queda
anteriormente indicado: conseguir el amor total del hombre. Sí, Jesucristo
instituyó el santísimo Sacramento del altar para ser amado del hombre, poseer su
corazón y ser principio de su vida.
Así lo dijo expresamente: “Quien me comiere vivirá por mí” (Jn 6, 58). Vivir por
alguno es rendirle el homenaje de nuestra libertad, de nuestro trabajo y de la
gloria de nuestras obras. Quien comulga ha de vivir por Jesucristo, ya que
Jesucristo es su sustento.
“Ya que soy Yo quien te alimento –nos dice el Salvador–, por mí debes trabajar.
Trabaja santamente por mí, que soy tu vida, tu Pan de vida eterna. Trabaja por mi
amor, puesto que yo te alimento de mi amor sustancial. De tal, árbol, tal fruto”.
Jesucristo dijo: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí y Yo en él”
(Jn 6, 57). Y así como un criado debe mostrarse respetuoso ante su amo, el
soldado ante el rey y el hijo ante el padre, del mismo modo lo que es y tiene el
hombre debe honrar a nuestro
Señor, por una completa sumisión y cumplido homenaje por haberse dignado
hospedarse en nosotros en la Comunión.
En la Comunión debe producirse igual efecto que el que se produjo en la
encarnación, en la que la naturaleza humana de Jesucristo se unió
hipostáticamente, esto es, totalmente a la persona del Verbo. La voluntad humana
de Jesucristo se sometía perfectamente a la divina; Dios mandaba al hombre y el
hombre tenía a mucha honra el obedecer a Dios.
Ahora bien, siendo la Comunión la extensión de la encarnación en cada hombre,
es natural que Jesucristo viva y reine en el que comulga. Todo el que comulga
debiera poder exclamar como san Pablo: “Ya no soy yo el principio de mi vida;
lo es Jesucristo que en mí vive; lo es el creador en su criatura; lo es el Salvador
en el cautivo rescatado, el amor divino en el reino que ha conquistado”.
No cabe duda que Jesucristo se propone ganar el corazón del hombre con la
Eucaristía. Si Jesús llega al hombre con todos los dones y atractivos de su infinita
bondad, lo hace por cautivar al hombre con la gratitud.
Si Jesús es el primero en dar su corazón, es para tener el derecho de reclamar al
hombre el suyo.
Y como el amor exige de suyo comunidad de bienes, sociedad de vida, fusión de
sentimientos, quien ama a Jesucristo como es amado por Él logrará formar con Él
una admirable unión de vida. Es éste cabalmente el verdadero triunfo de
Jesucristo: transformar la vida del que comulga en su propia vida, y en sus
costumbres, obrando con la suavidad del amor y sin violencia ni coacciones.

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Deberes para con la sagrada Eucaristía. El adorador debe amar, servir, honrar y glorificar con todo celo la santísima Eucaristía.
CAPÍTULO PRIMERO. Del amor a la Eucaristía. (Continuación)
La Comunión es la más rápida y más perfecta conversión de un alma; el fuego
acaba pronto con la herrumbre, da nuevo temple al acero y devuelve al oro
impuro su brillo y su belleza.
La Eucaristía es el reinado de Jesús en el cristiano.
En Belén Jesús es el amigo del pobre, en Nazaret, el hermano del obrero, en sus
correrías evangélicas es el médico, pastor y doctor de las almas; en la cruz es su
salvador. Pero en la Eucaristía es el rey que reina doquiera: en el individuo y en
la sociedad.
El cuerpo del que comulga es su templo; el corazón su altar; la razón su trono, y
la voluntad su fiel sierva. Por la Eucaristía Jesús reinará en todo el hombre; su
verdad será la luz de su entendimiento; su divina ley, la regla invariable e
inflexible de su voluntad; su amor, la noble pasión de su corazón; su
mortificación, la virtud de su cuerpo su gloria eucarística será el fin de toda la
vida del comulgante.
¡Oh, dichoso mil veces el reinado eucarístico de Jesús! Es el paraíso en el alma,
ya que posee en ella al Dios de los ángeles y santos.
La Eucaristía es el Dios de la paz que viene a descansar en nuestra alma, ya
curada de la fiebre de las pasiones y del pecado; es el Dios de los ejércitos que
viene triunfante a tomar posesión de su imperio y guardar y defender su
conquista; es el Dios de bondad que ha menester un alma para entregarse a ella y
formar con ella una sociedad amorosa; es el ternísimo Salvador que, no teniendo
paciencia para esperar hasta la eternidad para hacer felices a los hijos de la cruz,
adelanta el día de la gloria para dar comienzo al cielo por medio de la Eucaristía,
admirable cielo de amor.
¡Oh cuán desdichado es quien no conoce a Dios en la Eucaristía! Se encuentra
huérfano y solo en el mundo.
¡Cuán desdichado es el hombre sin la Eucaristía entre los bienes, los placeres y
las glorias mundanas! Es un pobre náufrago arrojado a isla salvaje.
Pero con la Eucaristía el cristiano se encuentra bien en todas partes y puede
prescindir de todo porque posee a Jesucristo. No hay destierro para quien está
con Él, ni hay cárcel para quien vive con Él.
El cristiano tan sólo teme una desgracia: la de perder a Jesucristo, la de perder la
Eucaristía. La Eucaristía es su bien supremo.
Por la Eucaristía Jesucristo es el rey de las naciones. Jesús no vino sólo para
salvar al hombre, sino también para establecer una sociedad cristiana y escogerse
un pueblo más fiel que el judío, integrado por todos los hijos de Dios esparcidos
por toda la tierra.
Jesús será el único soberano de este pueblo, mandará a pueblos y reyes, que le
rendirán honores divinos y majestuosos homenajes.
¡Qué hermoso es este regio y popular triunfo de Jesús en la fiesta del Corpus!
Toda la belleza del arte y de la naturaleza, todo el encanto de la armonía, toda la
terrible grandeza de las armas, todo el poder y magnificencia de la majestad real
y todo el amor y entusiasmo del pueblo adornan, embellecen y honran el paso del
Dios de la Eucaristía. Tan sólo Jesús es grande este día en las naciones; es el día
de su Realeza en la tierra.
La Eucaristía es el lazo fraternal que une a los pueblos entre sí; en el sagrado
banquete, al pie del altar, todos somos hermanos, todos forman una familia.
El santo sacrificio es el calvario perpetuo del mundo.
La Eucaristía es el verdadero distintivo católico por el que se conoce al discípulo
de Jesucristo. En la sagrada Comunión y sólo en ella nos reconocemos.
El grado en que la Eucaristía reina en un hombre o en un pueblo nos da la medida
de su virtud, de su caridad y hasta de su inteligencia.
La debilitación del reinado eucarístico trae consigo la decadencia, y la ausencia
de este reinado es esclavitud, tinieblas de muerte, la noche horrible del sepulcro.
Sin la Eucaristía ya no hay sol ni vida; hombres y pueblos viven como bestias
nocturnas que buscan furtivamente su pasto, huyen de la luz y se ocultan en
cavernas salvajes: ¡tienen miedo de Dios!
De todo lo cual se colige que el motivo y toda la razón de ser de la Eucaristía
consiste en hacer ver al hombre el amor supremo de Jesús y en establecer en el
hombre el reinado del amor de Jesús. De ahí que el amor deba ser el primer
principio de la vida del adorador.
Veremos ahora cómo el amor eucarístico debe ser su centro y su fin.

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