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ARTIFICIOS (1944) ) 488 ( PROLOGO Aunque de ejecucién menos torpe, las piezas de este libro no difieren de las que forman el anterior, Dos, acaso, permiten una mencidn detenida: La muerte y Ja briijula, Funes el memorioso. La segunda es una larga metdfora del insomnio. La primera, pese a los nombres alemanes 0 escandinavos, ocurre en un Buenos Ai- res de suefios: la torcida Rue de Toulon es el Paseo de Julio; Triste-le-Roy, el hotel donde Herbert Ashe recibid, y tal vex no leyé, el tomo undécimo de una enciclopedia ilusoria. Ya redac- tada esa ficcidn, he pensado en la conveniencia de amplificar el tiempo y el espacio que abarca: la venganza podria ser heredada; los plazas podrian compuitarse por afios, tal vex por siglos; la pri- mera letra del Nombre podria articularse en Islandia; la segunda, en Méjico; la tercera, en el Indostdn. ¢Agregaré que los Hasidim incluyeron santos y que el sacrificio de cuatro vidas para obtener las cuatro letras que imponen el Nombre es una fantasia que me dicté la forma de mi cuento? Posdata de 1956.— Tres cuentos he agregado a la serie: El Sur, La secta‘del Fénix, El Fin. Fuera de un personaje —Recabarren— cuya inmovilidad y pasividad sirven de contraste, nada o casi nada es invencién mia en el decurso breve del tiltimo; todo lo que hay en él esté implicito en un libro famoso y yo he sido el primero en desentraiiarlo 0, por lo,menos, en declararlo. En la alegoria del Fénix me impuse el problema de sugerir un hecho comin —el Secreto— de una manera vacilante y gradual que resultara, al fin, inequivoca; no sé hasta dénde la fortuna me ha acompaiiado. De El Sur, que es acaso mi mejor cuento, bdsteme prevenir que es posible leerlo como directa narracién de hechos novelescos y tam- bién de otro modo. Schopenhauer, De Quincey, Stevenson, Mauthner, Shaw, Ches- terton, Leén Bloy, forman el censo heterogéneo de los autores que continuamente releo. En la fantasta cristolégica titulada Tres versiones de Judas, creo percibir el remoto influjo del tiltimo. Ea Buenos ‘Aires, 29 de agosto de 1944. ) 488 ( PROLOGO Aunque de ejecucién menos torpe, las piezas de este libro no difieren de las que forman el anterior, Dos, acaso, permiten una mencidn detenida: La muerte y la brujula, Funes el memorioso. La segunda es una larga metdfora del insomnio. La primera, pese a los nombres alemanes 0 escandinavos, ocurre en un Buenos Ai- res de suefios: la torcida Rue de Toulon es el Paseo de Julio; Triste-le-Roy, el hotel donde Herbert Ashe recibid, y tal vez no leyd, el tomo undécimo de una enciclopedia ilusoria. Ya redac- tada esa ficcidn, he pensado en la conveniencia de amplificar el tiempo y el espacio que abarca: la venganza podria ser heredada; los plazos padrian computarse por afios, tal vez por siglos; la pri- mera letra del Nombre podria articularse en Islandia; la segunda, en Méjico; la tercera, en el Indostan. ;Agregaré que los Hasidim incluyeron santos y que el sacrificio de cuatro vidas para obtener tas cuatro letras que imponen el Nombre es una fantasia que me dictd la forma de mi cuento? Posdata de 1956.— Tres cuentos he agregado a la serie: El Sur, La secta‘del Fénix, El Fin. Fuera de un personaje —Recabarren— cuya inmovilidad y pasividad sirven de contraste, nada o casi nada es invencién mia en el decurso breve del ultimo; todo lo que hay en él estd implicito en un libro famoso y yo he sido el primero en desentrafiarlo 0, por lo, menos, en deciararlo. En la alegoria del Fénix me impuse el problema de sugerir un hecho comtin —el Secreto— de wna manera vacilante y gradual que resultara, ai fin, inequivoca; no sé hasta dénde la fortuna me ha acompafado. De El Sur, que es acaso mi mejor cuento, bdsteme prevenir que es posible leerlo como directa narracién de hechos novelescos y tam- bién de otro modo. Schopenhauer, De Quincey, Stevenson, Mauthner, Shaw, Ches- derton, Leén Bloy, forman el censo heterogéneo de los autores que continuamente releo. En la fantasia cristoldgica titulada Tres versiones de Judas, creo percibir el remoto influjo del tiltimo. JLB. Buenos “Aires, 29 de agosto de 1944. FICCIONES 499 LA MUERTE Y LA BRUJULA 4 Mandie Molina Vedia De los muchos problemas que ¢jercitaron la temeraria perspicacia de Lénnrot, ninguno tan extrafio —tan rigurosamente extrafio, diremos— como la periédica serie de hechos de sangre que cul- minaron en Ia quinta de Tristele-Roy, eftre el interminable olor de los eucaliptos. Es verdad que Erik Lénnrot no logré impedir el diltimo crimen, pero es indiscutible que lo previé, Tampoco adiviné Ja identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero ai la secreta morfologia de la malvada serie y be area de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el Dandy. Ese criminal (como tantos) habia jurado por su honor la muerte de Lannrat, pero éste nunca se dejé intimidar. Lénnrot se creia un puro razonador, un Auguste Dupin, pero algo de aventurera habia en él y hasta de tahur. El primer: crimen ocurrié en el Hétel du Nord —ese alto pris- ma que domina el estuario cuyas aguas tienen el color del desierto. A esi Lorre (que muy notariamente reune la aborrecida blancura de un sanatorio, la numerada divisibilidad de una carcel y la apariencia general de una easa mala) arribé’ el dia tres de di- ciembre el delegado de. Poddlsk al Tercer Congreso Talmudico, doctor Marcelo Yarmolinsky, hombre de barba gris y ojos grises. Nunca sabremos si el Hétel du Nord le agradé: lo acepté con Ja antigua resignacién que le habla permitido tolerar tres afios de guerra en los Czrpatos y tres mil aiios de opresién y de po- groms. Le dieron un dormitorio en el piso R, frente.a la suite que ho sin esplendor acupaba el Tetrarca de Galilea. Yarmolinsky cend, postergé para el dia siguiente el examen de la desconacida ciudad, ordené en un placard sus muchos libros y-sus muy pocas prendas, y antes de media noche apagé la luz. (Asi lo declaré el chauffeur del Tetrarca, que dormia en la pieza contigua.) El cuatro, a las 11 y 3 minutes a.m, lo lkimé por teléfono un re- dactor de la Fidische Zaitung; el doctor Yarmolinsky no réspondid; lo hallaron en su pitza, ya levemente oscura la cara, casi desnudo bajo una gran capa anacrénica, Yacia no lejos de la puerta que daba al corredor; ua pufalada profunda le habia partido el pecho. Un par de horas después, enel mismo cuarto, entre perio- distas, fotégrafos y gendarmes, ¢l comisario Treviranus y Lénnrot debatian con serenidad el problema. JORGE LUIS BORG! OBRAS COMPLETAS No hay que buscarle tres pies al gato —decia Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro-. Todos sabemos que el T trarca de Galilea posce los mejores zafiros del mundo. Alguien, pera robaris, habrd penetrado aqul por enor Yarmolinsky 5° levantado; el ladrén ha tenido que matarlo,

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