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Ao? Disefio de coleccién: Rafael Celda y Joaquin Gallego Impresién de cubierta: Grificas Molina Titulo original: Five Faces of Modernity. Modernism, Avant-Garde, Decadence, Kitsch, Postmodernism Reservados todos los derechos. De conformidad con to dispuesto en los ar- tfculos 534 bis a) y siguientes del Cédigo Penal vigente, podran ser castigados con penas de multa y privacién de libertad quienes sin la preceptiva autoriza- cidn reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artistica 0 cientifica fijada en cualquier tipo de soporte. © Duke University Press, 1987 © EDITORIAL TECNOS, S. A., 1991 Telémaco, 43 - 28027 Madrid ISBN: 84-309-2105-2 Depésito Legal: M-43108-1991 Printed in Spain. Impreso en Espaiia por Mapesa. C/ Villablino, 38. Fuenlabrac Matei Calinescu Cinco caras de la miodernidad Modernismo Vanguardia Decadencia * Kitsch Posmodernismo Traducci6n de Maria Teresa Beguiristain La idea de modernidad I. ENANOS MODERNOS A HOMBROS DE ANTIGUOS GIGANTES Es siempre dificil datar con precisién la aparicion de un concepto, y mas atin cuando el concepto bajo escrutinio ha sido durante toda su historia controvettido y complejo como es el de «modernidad». Esta claro, no obstante, que la idea de modernidad sdlo pudo concebirse enel ‘entramado de una conciéiicia “de tiempo espécifico, “es decir, la ip Fi ible, 4 istiblemen- ciedad que no utiliza un concepto secuencial-temporal de la historia y organiza sus categorias temporales segtin un modelo mitico o recurrente, como el descrito por Mircea Eliade en su Myth of the Eternal Return | . Aunque la idea de modernidad se ha asocia- do casi automaticamente con el laicismo, su principal elemento cons- titutivo es simplemente u un sentido de. tiempo irrepetible y este ele- mento de ningtin modo es incompatible con una Weltanschauung religiosa como la implicada por la escatolégica visién judeo-cristiana de la historia. Esta es la raz6n por la cual Ja idea de modernidad nacié durante la cristiatia Edad Media , Mientras est4. visiblemente ausente del mundo « ad ana. La relaciones directas e indirec- tas entre el modernismo y la cristiandad se discutiran posteriormente con mayor amplitud; de momento, es suficiente sefialar que la hipo- tesis del origen médieval de la modernidad esté lingiifsticamente con- firmada. Fue durante la Edad Media cuando la palabra modernus, un adjetivo y nombre, se forjé a partir del verbo modo (significando «re- cientemente, ahora mismo»), del mismo modo que hodiernus se de- tivé de hodie (shoy»). Modernus significaba, segin el Thesaurus Linguae Latinae, «qui nunc, nostro tempore est, novellus, praesenta- neus...» Sus principales anténimos eran, tal como los lista el mismo diccionario, antiquus, vetus, priscus... | Mircea Eliade, The Myth of the Egernal Return, trad. del francés de Willard R. Trak (Nueva York, Pantheon Books, 1965). Para una discusin més ainplia de las di- versas ideas de tiempo, desde el tiempo «sofiado» del primitivo a la «irresistibilidad del paso del tiempo» ‘lel hombre moderno; ver también J. B. Priestley, Man and Time (Garden City, New York, Doubleday, 1964), pp. 236-289. 2 Thesaurus Linguae Latinae (Leipzig: Tubner, 1966), vol. VIIL, p. 1211. (23] 24 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD Es notable como se las arreglaba el antiguo latin sin la oposicién «moderno/antiguo». Esto se explica por el desinterés de la mente la- tina cldsica en la relacion diacrénica. El primer uso literario de «clasi- co» (classicus) es del siglo II, en las Noctes atticae (19,8,15) de Aulus Gelltus. Se nos ensefia que los escritores cldsicos se encuentran entre los antiguos oradores 0 poetas (cohors antiquior vel oratorum vel poetarum), pero el significado de classicus, con sus connotaciones fuertemente positivas, se determina, en primer lugar, por la refencia social a la clase prima de los ciudadanos romanos. La analogia aristo- cratica esta subfrayada por la oposicion explicita entre scriptor classi- cus y (scriptor) proletarius —el anténimo de «clasico» es «vulgar», en lugar de «nuevo» o «reciente», como podiamos esperar—. La necesidad de una palabra para «moderno» se debid sentir, no obstante, al menos desde los tiempos en los que Cicerén adopté el término griego vedzegot, que posteriormente se aclimaté en latin como neotericus. Como sefiala Ernst Robert Curtius en su European Literature and the Latin Middle Ages, «cuando mas vieja se hacia la antigiiedad, mas necesaria se hacfa una palabra para moderno. Pero la palabra modernus todavia no estaba disponible. La laguna se cu- brié con neotericus... No sera hasta el siglo v1 cuando la nueva y feliz formacién modernus... aparezca, y asi Cassiodorus puede cele- brar a un autor con un ritmo rodante como antiquorum diligentissi- mus imitator, modernurum nobilissimus institutor (Variae, IV,51). La palabra moderno... es uno de los legados del latin tardio al mundo moderno» >. Modernus fue ampliamente utilizado en el latin medieval en toda Europa no desde el siglo Vi, como creyé Curtius, sino desde finales del siglo v *. Términos tales como modernitas («tiempos modernos») Enrst Robert Curtius, European Literaure and the Latin Middle Ages, trad. del aleman por Willard R. Trask (New York: Harper & Row, 1963), pp. 251-254. * Para una discusién detallada de esta cuestién, y mas generalmente de las cate- gorias del tiempo medievales, ver Walter Freund, Modernus und andere Zeitbegriffe des Mittelalters (KéIn; Bohlau Verlag, 1957), pp. 4 y ss. Para una explicacion de un uso medieval posterior de modernos versus antiques, ver Antiqui und Moerni: Tradi- tionsbewusstsein und Fortschrittbewusstsein in spaten Mittelalter, ed. Albert Zimmer- mann (Berlin: New York: Walter de Gruyter, 1974), y especialmente las contribucio- nes de Wilfried Hartmann, Elisabeth Géssmann y Ginter Wolf; también Elisabeth Gossmann, Antique und Moderni: Eine geschichilich Standortbestimmung (Munic: Schéningh, 1974). El extendido tradicionalismo de la Edad Media y el prevalente de- sacuerdo medieval del tiempo histérico, hecho de momentos Unicos ¢ irrepetibles, va en contra del sentido mas profundo de la historia implicado por la filosoffa del tiempo cristiana. La paraddjica vision del rechazo de la Edad Media a la noci6n cristiana ori- ginal del tiempo ha sido convincentemente argumentada por Denis de Rougemont en Man's Wertens Quest, trad. Montgomery Belgion (New York: Harper, 1957). Al reto revolucionario del tiempo cristiano, Denis de Rougemont escribe, «la Edad Media LA IDEA DE MODERNIDAD 25 y moderni («hombres de hoy») se hicieron también frecuentes, espe- cialmente después del siglo X. La distincién entre antiquus y moder- nus parece que sicmpre ha implicado un significado polémico, 0 un principio de conflicto. El lector de hoy se sorprende, no obstante, al saber que la polémica entre lo antigufo y lo moderno empez6 real- mente en un perioto tan temprano como la Edad Media y que impli- c6 ideas y actitudes que a poca gente fuera de los circulos medievales de estudiosos les hubiera interesado en esa «Edad Oscura». No obs- tante, los hechos estan ahf, y se puede decir con seguridad que duran- te el siglo x11 una bien sazonada pelea acerca de los modernos rugia entre los poetas que escribfan en latin pero estaban absolutamente divididos en cuestiones de estética. Después de 1170, como nos cuen- ta Curtius, hubo «dos facciones hostiles: los discipulos de la poesia antigua de mentalidad humanista, y los moderni. Los ultimos.... re- presentan una nucva pottica. Son maestros de un estilo virtuoso for- mado ena practica de la dialéctica, y se consideran, por tanto, supe- riores a los antiguos >. Todavia es més interesantt sefialar que, tras las cuestiones de estilo, surgian cuestiones filoséficas mas amplias. Los historiadores de la idea del progreso han establecido que la faniosa maxima acerca del enano sobre los hombros de un_gigante, que es capaz asi de ver mas alld de lo que el propio gigante puede ver, hasta Bernardo d rtres, que murid en 1126. La lo aparece por primera vez en el Metalogicon de Sa- lisbury, que data de 1159 y es carectamente considerado como uno de los principales documentos de lo que los estudiosos Ilaman el «Re- nacimiento» del siglo xi. Aqui esta el pasaje que nos interesa: - Frecuentemente sabemos mas, no porque nos hallemos adelantadd/gracias a nuestra natural habilidad, sino porque nos sustentamos en la fuerza men- tal ajena, y poseemos riquezas que hemos heredado de nuestros antepasa- dos. Bernatdo de Chartres solfa compararnos con enanitos encaramados sobre los hombros de los gigantes. Decia que vemos mas y mas lejos que nuestros aMtepasados, no porque tengamos vista mas aguda o mayor, altu- ta, sino porque se nos eleva y nacemos sobre su gigantesca estatuta °. resistié volviendo a conceptos ciclicos y limitando cuidadosamente el tamafio del pasa- do y del futuro: los efectos del tipo de congelacién de tiempo que implica esto era la eliminacion de todo porvenir» (p. 95). De acuerdo con Rougemont, «la Edad Media era el periodo oriental de Europa», por su «creciente propensidad»... a sustituir la tradicién, alegorfa mistica y leyenda por los hechos que sdlo las escrituras, muy poco lefdas entonces, mostraban como histéricas. Todo esto refuerza mi idea de que la Edad media, lejos de apoyar una vaga edad de oro de la cristiandad —como alegaron por primera vez los roménticos y se ha repetido ad nauseam desde entonces— esta- ban, hablando en general, ms por una reaccién defensiva contra el fermento revolu- cionario introducido en el mundo por los Evangelios» (p. 90). 3 Curtius, op cit., p. 119. © John of Salisbury, The Metalogicon, trad. introd. y notas de Daniel D. McGa- rry (Gloucester, Mass.: Peter Smith, 1971), p. 167. El original dice: «..,Fruitur tamen 26 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD 'La sonrisa de Bernardo es viva y facil de visualizar, lo que explica su atractivo imaginativo inmediato; y su sutil ambigiiedad logra re- conciliar algunas afirmaciones basicas de los moderni (es decir, que ocupan una posicién mas avanzada en comparacién a los antiguos) con los requisitos de una época para la cual la tradicion era todavia la linica fuente de valor fiable (la relacién de la modernidad con [a anti- giiedad se caracteriza, en consecuencia, por analogia con la que los enanos y los gigantes). Desde luego fue la ambigiiedad la responsa- ble de que pudiéramos disfrutar de la libertad de hacer énfasis s6lo en uno de los significados combinados en Ia metéfora, lo que hizo que el dicho de Bernardo se conviertiera en una formula extendida y, eventualmente, en una maxima retérica ’. Ld chocante de esta com- paraci6n es que representa un estudio igualmente significante, tanto en la historia de la idea de progreso, como en-la de decadencia. Desde este aventajado punto de vista, progreso y decadencia pare- cen desde luego estar intimamente unidos: los hombres de una nueva edad estan avanzados pero al mismo tiempo son menos merecedores que sus predecesores; saben mas en términos absolutos, en virtud del efecto acumulativo del conocimiento, pero en término relativos su contribucién al conocimiento es tan pequeno que es justo comparar- los con pigmeos. Algunos ejemplos de usos posteriores de la analogia medieval pueden ilustrar su flexibilidad semdntica. A finales del siglo XVI, cuando la autoconfianza del Renacimiento daba paso a la conciencia barroca de la ilusién y mutualidad universales, la imagen completa lego a Michel de,Montaigne. Se eliminaron las figuras contrastadas aetas nostra beneficio praecedentis, et saepe plura novit, non suo quidem praecedens ingenio, sed innitens viribus alienis, et opulenta doctrina Patrum. Dicebat Bernardus Carnotensis nos esse quasi nanos, gigantium humeris incidentes, ut possimus pluraeis et remotiora videre, non utique proprii visus acumine, aut eminentia corporis, sed quia in altum subvenimur et extollimur magnitudine gigantea (Metalogicus, 11, 4, C, in Migne, Patrologia Latina, vol. 199, col. 900). Para una interpretaciGn de simil de Bernard, ver Edduard Jeaunnau, «Nani gi- gantum humeris incidentes: Essai d'interprétation de Bernard de Chartres, Vivarium V. 2 (Nov. 1967): 79-99. Sobre la circulacién de 1a figura de Bernard en el sigto xx (Peter of Bliis, Alexander Neckham), ver J. de Ghellinck, «Nani et gigantes», Archi- yuon Latinitatis medii aevi 18 (1945): 25-29. Son referencias muy titiles para el trata- miento de sus topos: Foster E. Guyer, «The Dwart on Gigant’s Shouldersz, en Mo. dern Languaje Notes (junio 1930): 398-402; George Sarton, «Standing on the Shoulders of Giants /sis, mimero 67 XXIV, I (diciembre 1935): 107-109, y la respuesta a la nota de Sarton de Raymond Klibansky, «Standing on the Shoulthers of Giants, dsis, nim. 71, XXVI, I (Dic. 1936): 147-49. Para una discusion mas reciente del tema de los enanos y los gigantes, ver Robert K. Merton, On the Shoulders of Giants: A Shandean Postcript (New York: The Free Press, 1965). Este es, como sefiala Cathen- ne Drinker Wowen en el prefacio, una «brillante, loca, bulliciosa posdata Shandea- n un retozo, una travesura, una cabriola, un baile...» (p. VI). 7 LA IDEA DE MODERNIDAD 27 de Ios gigantes y los enanos, pero la idea esencial de la sucesi6n de generaciones, simbolizada por los cuerpos humanos unos sobre los hombros de los ots, se mantuvo y desarroll6. Los modernos, sugie- re Montaigne, pueden estar mas avanzados que Jos antiguos, pero no deben ser honrados por ello, pues no han hecho nada heroico para estar donde estan; su elevada posicién en la escala del progreso es una consecuencia de la ley natural mas que del esfuerzo y mérito per- sonal. El punto de vista de Montaigne acerca del progreso no carece de cierto toque de melancolia —un bienvenido recordatorio de que el reconocimiento del progreso no conduce automiticamente a un optimismo exaltado—. «Nuestras opiniones», escribe Montaigne, «estan injertas unas en otras. La primera sirve de almacén a la segun- da, la segunda a la tercera. Asi, subimos paso a paso como por una escalera. Asi ocurte que el que ha subido mas alto a menudo es més alabado de lo que Se merece, pues con referencia al anterior esta una pizca mas alto» Al principio del siglo xvul, Robert Burton hace uso de la figura en la parte introductoria de su Anatomy of Melancholy (1621), «De- mécrito al lector». Para entonces, podemos suponer, la vieja sonrisa se ha convertido ch un mecanismo convencional con el cual un autor intentara justificar su compromiso en el campo del conocimiento. Burton cita como fuente a un oscuro autor espaiiol y mistico, Diego de Estella (1524-1578), pero todo el pasaje, con su aire de exquisita erudicién, no se puede considerar como nada mas que un ejercicio ret6rico. Ni el aprecio de los antecesores ni la autoimplicacin del enano como simbolo para el propio autor tienen una fuerza real : «Aunque hubiera gigantes en la vieja fisica y filosofia, aun asi, digo con Didacus Stella, un enano a hombros de un gigante puede ver mas que el propio gigante; yo puedo asimismo aiiadir, alterar y ver mas alla que mis predecesores» Durante la segunda mitad del mismo siglo, Isaac Newton emplea la figura en una importante carta a Robert Hooke. Pero, aun en este caso, la figura parece pretender, no tanto trasmitir la filosofia del progreso, como expresar sentimientos de modestia personal, grati- tud y admiracion hacia pensadores y cientfficos anteriores. «Pero en- tretanto», escribe Newton a Hooke el 5 de febrero, 1675/167, «tu 8 &.J. Trenchmann, trad. The Essays of Omtagne (London: Oxford University Press, $972), vol 2, p- 545. La cita original: «Nos opinions s‘entent les unes sur les autres. La premitre sért de tige... & la seconde, la seconde a la tierce. nous eschellons ainsi de degré en degré. Et advient de [a que le plus haut monté a souvent plus d'hon- neur que de merite; car il n’es monté que d'un grain sur les espaules du penultime», en Montaigne, Ocurvres complétes, textes établis par A. Thibaudet et Maurice Rat (Paris: Gallimard, Bibliotheque de la Piéiade, 1962), p. 1046. Robert Burton, The anatomy of Melancholy (London: Dent, Everyman's Li- brary, 1964), p. 25. 28 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD concedes demasiado a mi habilidad en la biisqueda de esta materia. Lo que hizo Descartes fue un buen paso. Tt has afiadido mucho en diferentes modos... Si he visto més alld, es por estar a hombros de gigantes '°. Con la omisién a cualquier referencia explicita a los «€nanos», los «gigantes» de Newton sélo pretenden ser una hipérbo- le laudatoria. Una de las metamorfosis mas significativas de la analogia me- dieval se encuentra, hacia mediados del siglo XVII en el Preface to the Treatise on Vacuum (,1647?). Publicado postumamente, esta obra temprana es quizd la més cartesiana de Pascal, Como Descar- tes, Pascal es un adicto defensor de la libertad de los thodernos en ‘la investigacién y la critica contra [a injustificable autoridad de los _anti- guos. La antigiiedad ha sido objeto de culto hasta el punto de que los «oraculos estan construidos con todos sus pensamientos y misterios, incluso con sus oscuridades» '', Pero, a diferencia de Descartes, Pas- cal no cree que Ia nueva ciencia y filosofia deba comenzar desde el Principio. No hay una ruptura real en la continuidad del esfuerzo por conocer dela humanidad, y €l’ésfuerzo de los antiguos ha facilitado a los modernos la comprensién de aspectos de fa naturaleza que en la antigiiedad hubieran sido imposibles de comprender. Por tanto, es nuestro deber reconocer nuestra deuda, Pascal dice: Es asi como hoy podemos adoptar sentimientos diferentes y nuevas opinio- nes, sin menosprecio de los antiguos y sin ingratitud, ya que el primer co- Nocimiento que nos han proporcionado ha servido de escalén para el nues- tro propio, y puesto que con estas ventajas estamos en deuda con ellos por nuestra superioridad; ya que al elevarnos con su ayuda hasta cierto grado, el mas pequerio esfuerzo hace que subamos todavia més alto, y con menos dolor y menos gloria nos encontramos sobre ellos. Esta es la causa por la Que somos capaces de descubrir. Nuestra mirada se extiende mds, y aun- que sabian tan bien no obstante, no la conocian tan bien, y nosotros vemos mas que ellos ', ‘© Quoted in L. T. More, isaac Newton (New York: Charles Scribner's Sons, 1934), pp. 176-177. '" _ Blaise Pascal, Thoughts, Letters, and Opuscules, trad. O. W. Wigth (Bonton: Houghton, Mifflin and Co., 1882), p. 544. "Ibid. p. $48. el original: «C’est de cette facon que l'on peut aujourd'hui pren- dre d'autres sentiments et des nouvelles opinions sans mépris et sans ingratitude, puis- que les premiéres connaissances qu’ils nous ont données ont servi de degrés auz né- tres, et que dans ces avantages nous leurs sommnes redevables de I'ascendent que Rous avons sur eux; parce que, s‘étant élevés jusqu'a un certain degré oii ils nous on Portés, le moindre effort nous fait monter plus haut, et avec moins de peine et moins de gloire nous ous trouvons au-dessux d'eus. Cést de Ia que nous pouvons découvrir des choses qu'il leur était impossible d’apercevoir. Notre vue a plus d’étendue, et, quoiqu'its connussent aussi bien que nous tout ce qu’ils pouvaient remarquer de la nature, ils n’en connaissaint pas tant néanmoins, et nous voyons plus qu’eux», en Pas- cal, Oeuvres completes, texte établi et annoté par Jacques Chevalier (Paris: Galli- mard, Bibliotheque de la Pléiade, 1954), p. 532. LA IDEA DE MODERNIDAD 29 Hay poca duda respecto de que Pascal tuviera in mente la vieja sonrisa cuando escribid este pasaje. Probablemente todavia la en- contraba sugerente a pesar del grotesco contraste entre enanos y gi- gantes, que podria resultar para su gusto —educado en una época que requeria refinamiento intelectual— una fabula demasiado cruda y al mismo tiempo demasiado infaftil. Pero, a pesar de estas hipotéti- cas consideraciones es seguro que el joven Pascal, cuando escribié el Preface to the Treatise on Vacum, no pensaba en sus contemporaneos como pigmeos. Pascal utiliza una serie de elementos tomados de Ja metdfora original, siendo la mds sorprendente la referencia a la posi- cién més elevada y, conscuentemente, al punto de vista mas amplio de los modernos, pero deja fuera a los gigantes y los enanos. Si la fi- tenia una via antimoderna, ha desaparecido total- miento de Pascal Il. EL PROBLEMA DEL TIEMPO: TRES ERAS DE LA HISTORIA DE OCCIDENTE La oposicion entre «modernos/antiguos» adquirié aspectos parti- cularmente draméticos durante el Renacimiento con su aguda con- ciencia contradictoria del tiempo, tanto en términos psicolégicos como histéricos. Durante la Edad Media al tiempo se concebia en li- neas esencialmente teolégicas, como prueba tangible del caracter transitorifo de la vida humana y como un recordatorio permanente de la muerte y del més alld. Este pensamiento Jo ilustra la recurrencia de temas mayores y lemas como momento mori, fortuna labilis (ta inestabilidad del (lestino), la vanidad ultima de las cosas, y ladestruc- tividad del tiempo. Uno de los topoi mas significativos de la Edad Media, la idea de un Theatrum mundi, establecié una analogia entre este mundo y un escenario, en donde los humanos son actores invo- luntarios representando los papeles que les ha asignado la divina Pro- videncia. Tales ideas eran naturales en una sociedad estatica, econd- mica y culturalmente dominada por el ideal de laestabilidad e incluso la quiescencia —una sociedad temerosa del cambio, en donde fos va- lores seculares s¢ consideraban desde un punto de vista enteramente teocéntrico de la vida humana—. Existian también razones practicas para la l4yay borrosa conciencia del tiempo del individuo medieval. Debemosfecordar, por ejemplo, que era imposible una mediacién exacta del tiempo antes de la invencién del reloj mecénico de finales del siglo xitt '?. Por la combinacién de estas causas, como ha sefiala- 13 Ver J. B. Priestley, op. cit., p. 38. También, L Thorndike, «Invention of the Mechnical Clock about 1271 A.D.», Speculum 16 (1941): 242-43. Acerca de la distin- 30 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD do recieritemente un estudioso del descubrimiento del tiempo en el Renacimiento, la mente medieval «podia existir en una actitud de descanso temporal. Niel tiempo ni el cambio parecian ser criticos, y, por tanto, no habia gran preocupaci6n por controlar el futuro '*. La situacién cambié dramaticamente en el Renacimiento. El con- cepto teoldgico del tiempo no desaparecié repentinamente, pero desde entonces tenia que coexistir en un estado de tensién creciente con una nueva conciencia del valor del tiempo practico —el tiempo de Ja accion, la creacién, el descubrimiento y la transformacién—. Para citar de nuevo a Ricardo Quifiones en su The Renaissance dis- corvery of Time, «Dante, Petrarca y Bocaccio compartieron el senti- do de la energia y el rejuvenecimiento de la sociedad, asf como los intereses mds practicos con respecto al tiempo. Encontramos en ellos el surgimiento de una energia y un amor por a variedad. Eran de al- guna manera pioneros e intensamente conscientes de vivir en un tiempo nuevo, un tiempo de resurgir poético. Pero también podian considerar el tiempo como una valiosa comodidad, un objeto mere- cedor de atencién escrupulosa. !° Se ha demostrado convincentemente que fa divisién de la historia occidental en tres eras —antigiiedad, Edad Media y modernidad— data del principio del Renacimiento. Mas interesantes que la periodi- zacién per se son los juicios de valor transmitidos por cada una de estas tres eras, expresados por medio de la metdfora de la luz ylaos- curidad, el dia y la noche, la conciencia yelsuefio. La antigitedad cla- sica se asocié con la luz resplandeciente, la Edad Media se hizo noc- turna y absorta" «Edad Oscura», mientras que la modernidad se consideré como un tiempo de surgimiento de la oscuridad, tiempo de despertar y «renacer» anunciando un futuro tuminoso. El acercamiento renacentista a la historia lo ilustra en el siglo XIV el padre del humanismo Petrarca. Theodore E. Mommsen ha seriala- do que Petrarca introdujo la nocion de «Edad Oscura» en la periodi- zaci6n de la historia. Resumiendo los resultados de esta investiga- cién, Mommsen escribe: «El hecho de que seamos capaces de asociar este concepto de «Edad oscura» con Petrarca significa algo mas que la mera fijaci6n de una fecha. Ya que toda la idea de [a rinascita ita- cidn entre formas viejas y nuevas de conciencia en la tardia Edad Media, con referen- cia especial al impacto de los nuevos métodos mecdnicos de medir el tiempo, ver Jean Leclercq, «Zeiterfhrung und Zeitbegriff in spatmittelalter», en Antiqui un Modern. ed. Zimmermann, pp. 1-20. Un articuto notable acerca de las dos nociones medieva les de tiempo en conflicto tiempo religioso versus tiempo comercial— es el de Jac. ques Le Goff «Au Moyen Age: Temps de I’eglise et temps du marchand», Annales. Econocmies, Sociétés, Civilasations 15 (1960): 417-43. Ricardo Quitiones, The Renaissance Discovery of Time (Cambridge, Mass.: Harvard University press, 1972) p. 7. ' Ibid., p. 11, LA IDEA DE MODERNIDAD 31 liana est4 inevitablemente conectada con la nocién de la era prece- dente como una €poca de oscuridad. Quienes vivian en ese renaci- miento lo vefan como un tiempo de revolucién. Querian apartarse de las tradiciones y estaban convencidos de que habian logrado tal rup- tura '°. Pero el guefio de Petrarca, acerca de la gloria de la antigua Roma y su amgnbjza de restauracién al final de un largo perfodo de olvido, no se daba'sin la consciencia de que él mismo habia sido predestinado a vivir «entre tormentas variadas y confusas», y que todavia era el hijo de la odiada Edad Oscura. Su mensaje, tal como expresa en Africa, el poema €n latin que consideré su mayor logro, era cierta- mente optimista y de esperanza heroica. No obstante, debemos dar- nos cuenta de quc esta esperanza competia con el profundo senti- miento personal de frustracién del poeta, como lo muestran sus propias palabras: «Mi sino es vivir entre tormentas variadas y confu- sas. Pero para ti quiza, si como espero y deseo vives después de mi, seguird una edad mejor. Este sueno de olvido no durara para siem- pre. Cuando la oscuridad se haya dispersado, nuestros descendientes podran volver a la pureza radiante anterior Claramente, Petrarca tenia un yo dividido. Se le ha descrito mu- chas veces en términos de sus fidelidades en conflicto hacia los siste- mas de valor clasico y cristiano como una personalidad que incorpora todo el drama espiritual de una época de transicién. Lo que quiza se haya sefialado menos es que Petrarca tendia a extender sus contra- dicciones y las de su época al concepto de la historia del mundo. Para Petrarca y después para las siguientes generaciones de humanistas, la historia ya no aparece como un continuum, sino mas bien como una sucesién de épocas claramente distintas, negras y blancas, oscuras y luminosas. La historia parece proceder por rupturas dramaticas, al- ternando periodos de grandeza ilustrada con perfodos oscuros de de- 16 ‘Theodor E. Mommsen, «Petrach’s Conception of the “Dark Ages,"», Specu- tum XVIL, 2 (April 1942) 241 17 Africa, IX 451-57. Citado por Mommsen, op. cit., p. 240. EI original: Michi degere vitam Impositum varia rerum turbante procella. At tibi fortassis, si —quod mens sperat et optat— Es post me victura diu, meliora supersunt Secula; non omnes veniet Letheus in annos Iste Sopor. Poterun discussis forte tenebris Ad purum priscumque iubar remeare nepotes. Cf. Edizione nazionale delle opere di Francesco Petrarca (Florence: G. C. Sansoni, - 1926), vol. 1, p. 278. 32 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD cadencia y caos. Aqui nos enfrentamos con una paradoja obvia, es decir, que la muy discutida actividad optimista y el culto a la energia del Renacimiento emana de una visi6n de la historia del mundo que es esencialmente catastréfica. Hablar del pasado inmediato —el pasado que naturalmente es- tructura el presente— como «oscuro» y al mismo tiempo afirmar la certeza de un futuro «luminoso» —incluso aunque sea el resurgi- miento de una Edad de Oro previa— implica un modo revoluciona- rio de pensamiento, para los que intentarfamos en vano buscar pre- cedentes coherentes anteriores al Renacimiento. éEs necesario enfatizar que la revolucién es algo mds que, y cualitativamente dis- tinta de, una expresién simple de disgusto o rebelién? La revolucion se diferencia de cualquier tipo de rebelién espontdnea o incluso cons- ciente porque implica, ademds del esencial movimiento de negacion 0 rechazo, una conciencia especffica de tiempo y una alianza con él. De nuevo aqui la etimologia es reveladora. «Revolucién, en su acep- cion original y todavia primera, es un movimiento progresivo alrede- dor de una orbita, y también el tiempo necesario para completar uno de dichos movimientos. La mayor parte de Jas revoluciones histéri- cas se han considerado a si mismas como vueltas a un estado inicial mas puro, y cualquier teorfa consistente de la revolucion implica una visién ciclica de la historia, se vean como ciclos sucesivos alternados (luz, oscuridad) o formando simbdlicas espirales ascendentes, segun una doctrina mas sistematica del progreso. En tanto que el Renacimiento era autoconsciente y se vio a si mismo como el comienzo de un nuevo ciclo de la historia, logré una alianza ideolégicamente revolucionaria con el tiempo. Toda su filo- sofia del tiempo esta basada en la conviccién de que la historia tiene una direcci6n especifica, expresiva de un patron no transcendental, predeterminado, sino de la interaccién necesaria de fuerzas inma- nentes. El hombre, por tanto, tenia que participar conscientemente de la creaci6n del futuro: se atribuy6 un elevado premio a quien esta- ba con su tiempo (y no contra él), y se convertfa en agente de] cambio en un mundo incesantemente dinamico. Aqui el ejemplo de Petrarca es de nuevo ilustrativo. Para él, los moderni eran todavia los hombres de la Edad Oscura, pero con una diferencia importante: sabian que el futuro restauraria el «resplan- dor puro» de la antigiiedad. Al propio Petrarca, a pesar de sus con- flictivas fidelidades, le estimulaba su creencia en el futuro. Esto le evit6 convertirse en un admirador pasivo de la grandeza de los anti- guos. Por el contrario, su culto a la antigtiedad —lejos de ser una mera afici6n a la antigiiedad— era una forma de activismo. Estaba convencido de que el apasionado estudio dé la antigledad podria y deberia encender el sentido de la emulacién. Deseaba tanto revivir el espiritu de la antigiiedad que esto le hizo consciente de los peligros LA IDEA DE MODERNIDAD 3 de un culto exclusivo y unilateral al pasado por si mismo, y asi sc hizo oir en su oposiciOn a quienes menospreciaban cualquier modernidad, contra laudatores veterum semper presentia contemnentes. Ill. LOS ANTIGUOS SOMOS NOSOTROS La querella de finales del siglo Xvi entre los antiguos y los mo- dernos (0 como se le conoce en Inglaterra tras el titulo de la famosa satira de Swift, La batalla de los libros) era una consecuencia directa de la erosién de la tradicién autoritaria en cuestién de conocimiento y con el tiempo —-era inevitable— en cuestion de gusto. El proceso de erosién comenzo con la importante revision de los valores y doc- trinas que formaban el legado de la Edad Media. pero el propio Re- nacimiento fue incapaz de ir mAs alld del cambio de la autoridad ecle- sidstica a la autoridad de la antigitedad. Podemos incluso decir —en tanto que la propia Edad media habia reconocide la autoridad de los antiguos griegos y romanos en cuestiones no teoldgicas— que el Re- nacimiento estaba en ciertos aspectos menos liberado de las tradicio- nes medievales que lo que realmente creian. No obstante, indirecta- mente el Renacimiento cred un conjunto de argumentos racionales y criticos para romper, no sdlo con una, sino con toda forma de autori- dad intelectual; y su lucha contra ciertos patrones culturales medie- vales les hizo descubrir y perfeccionar armas ideoldgicas que muy bien podrian ser utilizadas —y de hecho posteriormente lo fueron— a aquellos mismos antiguos a quienes se suponia que reivindi- caban. La Querelle des Anciens et de Modernes en sus aspectos estéticos estaba basada efi gran parte de las discusiones filos6ficas y cientificas de los siglos XVI y XVII, y tuvo como consecuencia la liberacidn de la raz6n, no sélo de la tirania de 1a escolastica medieval, sino también de las trabas igualmente restrictivas impuestas por la idolatria rena- centista a la antigiiedad clasica. Los Ensayos (1580) de Montaigne. cl Advancement of Learning (1605) y el Novum Organum (1620) de Francis Bacon, el Discours de la Métode (1634) de Descartes son al- gunos de los hitos importantes de la historia del establecimiento de la modernidad. De una u otra manera, la mayorfa de estos autores y de sus seguidores culpaban a la antigiiedad —o més bien a la ciega vene- racin de la antigiiedad de la prevalente esterilidad del pensamiento y de la ausencia general de métodos adecuados para las ciencias. Terminoldgicamente es interesante sefialar que la palabra «mo- derno» —y también el concepto— adquirié connotaciones predomi- nantemente negativas en el uso general, y tanto mas cuando ocurria, implicita o explicitamente, en contraste con «antiguo». En Shakes- peare, por ejemplo, «moderno» era sinénimo de «lugar comun tri- 34 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD vial» (Alexander Schmidt, Shakespeare Lexicon, 3.* ed.,N.Y., 1968, p. 732), como puede verse en el siguiente parrafo de All’s Well That Ends Well (II, 3,2), donde Lafew afirma «Dicen que los milagros han pasado y pedimos a nuestros fildsofos que conviertan en modernas y familiares cosas sobrenaturales y sin causa.» En lo que concierne ala relacién entre lo antiguo y lo moderno, el sentimiento general era que los modernos todavia eran enanos en comparacién con los anti- guos gigantes. Esto puede explicar la raz6n por la cual algunas de las mentes mds avanzadas de su tiempo, filésofos y cientificos, reaccio- naron con tanta intensidad contra el culto a la antigiiedad. También puede explicar, a un nivel mas especializado, Ja interesante estrate- gia terminolégica adoptada por los defensores de la modernidad. Francis Bacon es, con toda probabilidad, el origen de un nuevo y poderoso simil que ilustra su punto de vista y el de su generacién de la armonia entre la antigiiedad y la Edad Moderna. Mientras en la vieja metafora gigante/enano de Bernard de Chartres y John de Sa- lisbury la idea de progreso se habfa traducido en una relacion espa- cial-visual, en Ja version de Bacon se establece un contraste tempo- ral-psicoldgico que conlleva un sentido de desarrollo progresivo que vindica totalmente la modernidad. Bacon construye una paradoja que implica la experiencia de ta juventud y la sabiduria de Ja anciani- dad. Desde el ventajoso punto de vista propuesto por el filésofo no hay duda de que somos nosotros, los modernos, quienes somos los auténticos antiguos, ya que los antiguos, cuando vivieron, fueron jé- venes y «modernos». Aquellos que lamamos antiguos sdlo son anti guos y viejos con respecto a nosotros, ya que son claramente mas venes que nosotros con respecto al mundo. Hay varias formulaciones de esta paradoja en los escritos de Bacon. En el Advancement of Learning: Y hablar con verdad, Antiquitas saeculi juventus mundi. Estos tiempos son los tiempos antiguos, cuando el mundo es antiguo, y no aquellos que nosotros consideramos antiguo, y no aquellos que nosotros consideramos antiguos ordine retrogrado, por un cémputo hacia atras desde nosotros mismos '*. '® Francis Bacon, The Advancemen of Lerning, ed. W.A. Wright (Oxford: Cla- rendon Press, 1900), p. 38. Thomas Hobbes hizo uso de [a misma paradoja en la «Conclusiéa» de su Leviathan (1651): «Aunque reverencio a los hombres de los Tiem- pos Antiguos, que bien han escrito la Verdad de forma perspicaz, o nos han dejado en mejor posicién para encontrarla; pero a la antigéedad como tal, creo que nada se le debe: porque si reverenciamos la edud, la presente es la mas Vieja» (Hoobes, Leviat- han, reimpreso en la edicién de 1651, Oxford: Clarendon Press, 1947, p. 556). Para la época de Swift estas ideas habian llegado a ser un cliché. Asi el autor de la Batile of the Books (1704) pudo escribir, mofindose de todo el argumento (especialmente en su aplicacion a las cuestiones literarias): «Here a solitary Antient, squeezed up among a whole shelf of Moderns, offered fairly to dispute the Case, and to prove bi manifest tw D LA IDEA DE MODERNIDAD En el prefacio a Instauratio Magna: Y por su valor y utilidad debe reconocerse simplemente que la sabiduria que hemos deribado principalmente de los griegos no es sino como la ju- ventud del conocimiento, y posee las caracteristicas apropiadas a los mu- chachos; puede hablar pero no puede engtndrar, porque es fructifera en controversias pero estéril en obras '. O en Novum Organum: En cuanto a la antigiiedad, la opini6n que los hombres sostiene con respec- to a ella cs bastante negligente, y poco consonante con la propia palabra. Ya que la vieja edad del mundo es la que ha de ser considerada como la verdadera ahtigiiedad; y éste es atributo de nuestros propios tiempos, no de aquella ¢poca temprana del mundo en la que vivieron los antiguos, y que, aunque con respecto a nosotros era mas vieja, con respecto al mundo era mas joven. Y ciertamente asi como nosotros buscamos un mayor cano- cimiento de las cosas humanas y un juicio mas maduro en el hombre viejo que en el joven, a causa de su experiencia y del nimero y variedad de cosas que ha visto, ofdo y pensado; de fa misma manera se podria esperar de nuestra épeca, con solo conocer su fuerza y eligiéramos ensayarla y ¢jer- cerla, mucho més que de los tiempos antiguos, tanto mas cuanto que es la edad mas avanzada del mundo, y almacena y esta abastecida de infinidad de experimentos y observaciones ”°. El razonamiento de Bacon apela a los defensores de la moderni- dad, y no nos deberiamos sorprender al descubrir que su compara- cin se formuld y desarroll6 a lo largo del siglo xvil pasando luego al XVill. En Francia, donde la, Querelle (que realmente comenzd > afites) con nzoformalmente en tre Perrault y Fonte- elle, Descartes sigue de cerca a Bacon cuando dice «C’est nous qui ~Jommes les ancietis», no sin implicar que los elogios dedicados a los antiguos deberian dirigirse correctamente a los auténticos antiguos, los modernos. Oftos autores franceses, incluyendo Pascal (en su ya mencionado Preface to the Theatrise on Vacum), utilizaron esta figu- ra paradéjica antes de que Fontanelle la introdujera en su Digression sur les Anciens et les Modernes (1688) 7!. Reasons, that Priority was due to them, from long Possesiion, and in regard to their Prudence, and seemed very much to wonder, how the Antients could pretend to insist upon their Antiquity, when it was so plain (if they went to that) that.the Monderns were much te more Antient of the two» (Swift, A Tale of a Tub, Oxford: Clarendon Press, 1920, p. 227). 19" “The Works of Francis Bacon, ed. J. Spedding et al. (Boston: Taggard and Thompson, 1068), vel. VIII, p. 26. 20" Ibid. p. 116. 21 para el uso dé Fontenelle de las patadojas de Bacon ver su «Digression...», en Ouvres (Paris: 1742). vol. IV, pp. 191-192. La antigua comparacién agustiniana entre el desarrollo de la humanidad y el del hombre individual se utiliza para encajarlo en la doctrina del progres® infinito de !a Ilustracién. Asf, los modernos son més viejos que 36 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD Si la paradoja de Bacon era nueva, el paralelismo que implica entre la vida de la humanidad y aquella del humano individual tenia una larga tradici6n. Se ha sugerido que «el uso mds temprano del simil en términos semejantes a los de Bacon se puede probablemente encontrar en la Ciudad de Dios (X,14) de san Agustin» 72. El texto de san Agustin, en el que se compara a través de ciertas etapas o edades, tiene, no obstante, un fuerte sentido teoldgico que lo hace bastante distinto de la paradoja puramente secular de Bacon acerca de la anti- giiedad de la modernidad. El «progreso» del que habla san Agustin es de hecho una ascension de la tierra al cielo, un pasar del tiempo a la eternidad *°. Hay una cualidad del tiempo totalmente nueva impli- cada en el punto de vista de Bacon acerca del desarrollo del conoci- miento y en su rechazo implicito de una autoridad cuya prestigiosa vejez no es sino el efecto de una ilusién dptica. IV. COMPARANDO LOS MODERNOS CON LOS ANTIGUOS El Renacimiento italiano es el principal responsable de la idea de la comparacion sobre bases mas o menos sistematicas de los logros de los modernos con respecto a los de los antiguos. Al inicio del ~ siglo Xv, el titulo de uno de los didlogos de Leonardo Bruni sintetiza los antiguos pero nunca se harén realmente viejos porque la humanidad como tal (a diferencia de la transitoriedad con la que est4 hecho e! individuo) puede preservar las ventajas de la madurez indefinidamente. Fontenelle escribe: «Ainsi cet Homme quia vécu depuis le commencement du monde jusqu’é présent, a eu son enfance, ou il ne s'est occupé que des besoins les plus pressants de la vie, sa jeunesse oi il a assés bien réussi aux choses de imagination, telles que la Poésie et 'Enloquence, et o& méme il acommencé a raisonner, mais avec moins de solidité que de feu. Il est maintenant dans l'age de virilité...» Fontenelle, «cet Homme-la n‘aura point de vieillese». Aun- que la maxima de Bacon ya la utilizaron en francés en tiempos de Descartes, todavia era considerada'sorprendente paraddjica por contemporaneos de Fontenelle, el Pere jesuita Dominique Bouhours. En su La maniere de bien penser dans les ouvrages de Vesprit (1987), Bouhours cita a Bacon: «Pour moi, je suis un peu de I’avis du Chacelier Bacon, qui croit que l'antiquité des sidcles est la jeunesse du monde, et qu’a bien compter nous sommes proprement les anciens». But then he notes; «Je ne scay.. sila pensée de Bacon n'est point trop subtile...» (La maniére de bien penser..., ed. 1715, Brighton: Sussex Reprints, 1971, pp. 138-139). ? Foster E. Guyer, «C'est nous qui sommes les anciens» en Modern Language Notes XXXVI, 5 (may 1921): 260. Agustin era de hecho un adversario consistente de los «progresistas» y optimis- tas tedlogos del tiempo (Eusebius de Cesarea y sus seguidores) y su concepto de la historia era definitivamente pesimista (hablaba de su época como—maligna», «demo- niaca», etc.). Para un tratamiento de la antiprogresiva filosofia de la historia de Agus- tin, ver Theodore E. Mommsen, «St. Augustine and the Christian Idea of Progress», Journal of the History of Ideas, vol. XIII (1951): pp. 346-374. | | LA IDEA DE MODERNIDAD a7 una tendencia m4s amplia: De modernis quibusdam scriptoribus in comparatione ad antiquos 24 Tales paralelismos no eran desconoci- dos en la Edad Media, pero el concepto de antigiiedad era entonces algo distinto de lo que llegé a ser tras el Renacimiento. Curtius dirige nuestra atencidn a esta cuestion crucial: «Este punto de vista puede parecer extrafio al lector moderno. Cuando hablamos de los “anti- guos”, nos referimos a los escritores paganos. Desde nuestro punto de vista ddpaganismo y la cristiandad son dos Ambitos separados, para los que no existe denominador comin. La Edad media piens¢ *.- de un modo diferente. “Veteres” se aplica a los autores del pasado, tanto cristianos como paganos» 7°. La vieja y dilatada querella entre los antiguos y los modernos no | adquirié impulso hasta que el racionalismo y la doctrina del progreso : ganaron la batalla contra la autoridad en la filosofia y las ciencias. La Querelle comenzé propiamente cuando algunos autores franceses de ! mentalidad modetna, conducidos por Charles Perrault, pensaron ; que era apropiado aplicar el concepto cientifico de progreso a la lite- ratura y al arte. Es significante el que ni cientificos ni fildsofos surgie- 1 ran la linea claramente falaz de razonamiento que proporcion@.a los. : mod lernos la sensacion de que tenian derecho a transferir su superio- | ridad cientffica sobre Ta anti dad 0 artistico. Permitaseme | | “tambien senalar qué aquellos que tomaron partido por los modernos i en notoria pelea eran figuras comparativamente menores, tanto en Francia como en Inglaterra. Esta es sin duda la raz6n por la cual lo | i | | | que ha quedado vivo de toda aquella controversia en Inglaterra, en términos del interés del lector actual no especializado, es la devasta- dora ironia de Swift contra los olvidados Wottons y Bentleys del mo- mento. La historia dela Querelle ha sido repetidamente narrada desde la aparicién del primer estudio comprensivo y autorizado, Histoire de la Querelle des Anciens et des Modernes de Hippolyte Rigault (1856). \ Aparte de abundantes articulos eruditos, podemos decir que casi todos los hechos relevantes han sido reunidos y ordenados en un nu- mero de estudios comprensivos, desde La Querrelle des Anciens et | des Modernes en France de Hubert Gillot (1914), hasta el reciente es- | tudio de Hans Robert Jauss «Aestetische Normen und geschichtlis- t che Reflexion in der Querelle des Anciens et, des Modernes» | (1964) 76; yen Inglaterra, The Battle of the Books in Its Historical Set- i i ' ! 24 Una discusidn de este difialogo y del tema de los origenes de la Querelle, en Giacinto Margiotta. Le rigini italiane de la Querelle des Anciens et des Modernes (Roma: Studium, 1953) i 2 Curtius, op. cit., p. 254. 26 H.R. Jauss’s study was published as an introduction to the facsimile edition of Charles Perrault’s Paralléle des Anciens.et des Modernes en ce qui regarde les arts et les sciences Munich: Eidos, 1964). pp. 8-64. ' ‘ i i 38 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD & ting de Elizabeth Burlingame (1920) y Ancients and Moderns: A Study of the Background of the «Battle of the Books» {de Foster Jones (1936). Aqui sera suficiente recordar unos pocos hdhos mas o menos familiares que tienen que ver con la evolucién de la modernidad como concepto, con Ia intencidn de dar una explicacion mas sistem4- tica que histrica de la disputa y sus resultados. Los modernos sometieron a la antigiiedad y a sus defensores a una variedad de criticas, que pueden ser divididas en tres amplias ca- tegorias. Obviamente, aqui nos interesamos por los argumentos de los modernos que tengan alguna relevancia para la estética y no con lo que tuvieran que decir acerca de la superioridad cientifica y tecno- ldgica de la modernidad (esta superioridad, por obvias razones tacti- cas, era a menudo traida a colacién por la mayoria de los «moder- nistas»). A. El argumento de la raz6n. E\ neoclasicismo francés estaba ciertamente subordinado a la antigiiedad, pero un estudio detenido de la estética de ese perfodo muestra que, a partir de 1630, raramente se recomendaba dogmaticamente la imitacién de los antiguos —tealmente, se criticaba como una falacia—. Las famosas teglas neoclasicas se introdujeron y desarrollaron a lo largo del siglo xvi como un intento de racionalizar el indiscriminado culto ala antigiie- dad del Renacimiento y, ademas, para encontrar una teoria de la be- lleza perfectamente racional. Como sefiala René Bray en su libro La Formation de la doctrine classique en France (publicado en 1927), la discusién acerca de las reglas que comenz6é a principios del siglo xvi ha de ser consid€rada dentro del amplio contexto del racionalismo fi- los6fico dominante y de la creciente influencia del cartesianismo. La elaboraci6n y formulacién de las normas de belleza eran la expresion del triunfo de la racionalidad sobre la autoridad en la poética, y alla- n6 definitivamente el camino para la posterior demanda de superio- ridad de los modernos. Casi por unanimidad, la regla mas general es Ja del agrado, y la primera norma de la gratificaci6n artistica —asi lo afirman los argu- mentos neoclasicos— es la verosimilitud en armonia con los requisi- tos de belleza. Todas las demas reglas, desde la mas comprensiva hasta la mas especifica, se derivan more geometrico de estos princi- pios, y han de ser utilizados como gufas para la produccién (del genio natural) de toda obra de auténtico mérito. Por si mismo, el genio poético esta condenado, si no al fracaso total, a errar y producir mucha menos gratificacién de la que habria podido proporcionar si conociera y observara las reglas. En su Paralléle des Anciens et des Modernes (1688-97), Charles Perrault intenta demostrar la superiori- dad de los modernos Ilevando esta linea de discurso a sus extremos. Cuanto mayor sea el ntimero de reglas, parece sugerir el campeon de LA IDEA DE MODERNIDAD 39 los modernos, mas evolucionada ser la época y sus artistas represen- tativos. Un nuevo Virgilio, nacido en el siglo de Louis le Grand, es- cribiria una version mejor de la Eneida porque —dado que su genio fuera el mismo— se podria beneficiar de las reglas mas numerosas y sofisticadas a su disposicién. Perrault dice: Una vez puesto en claro que Homero y Virgilio cometieron un sinntimero de errores que los modernos ya no cometen, creo que he probado que los antiguos no estaban en posesidn de todas nuestra reglas, ya que el efecto natural de las reglas es prevenirle a uno de cometer errores. De modo que si el cielo estuviera dispuesto a proporcionarnos un hombre que tuviera el genio de la magnitud del de Virgilio, es seguro que escribirfa un poema mucho més bello que la Eneida porque tendria, segtin mi supuesto, tanto genio come Virgilio, y al mismo tiempo un ntimero mayor de preceptos de que guiarfan 7”, Si tomamos en cuenta el punto de vista de Perrault acerca del de- sarrollo de la razn y del progreso en general, no nos sorprendera en- contrarnos con que el més viejo de los poetas griegos, Homero, es con mucho el mas atacado por sus errores e ineXactitudes cientificas. Por ejemplo, ,c6mo demonios puede el autor de la Odisea decir que Ulises fue reconocido por su perro, que no habia visto en veinte afios, cuando Plupio deja bien claro que un perro no puede vivir mas de quince aiios’ #8 ‘Tales censuras pueden parecer mezquinas, pero enla Francia del siglo xVII tales cuestiones, se tomaban muy en serio, como lo muestra Boileau, quien en su Réflexions critiques sur longin (1694;1710) defiende a Homero de las acusaciones de Perrault citan- do el caso de uno de los perros del rey, que se sabia que habia vivido veintidés afios! En Inglaterra Swift era mucho més conciente de lo absurdo de tal aptoximacién «cientifica» ala poesia de los antiguos, y ridiculizé los excesos de Perrault y Fontenelle: Pero, ademas de las omisiones en Homero, ya mencionadas, el lector cu- rioso obsetvaré también algunos defectos en los escritos de este autor de los que no es totalmente responsable. Ya que mientras todas las ramas del conocimiento han recibido tales maravillosos avances desde su €poca, es- pecialmente en los ultimos tres afios mas 0 menos, es casi imposible que pudiera ser tan perfecto en los descubrimientos modernos como pretenden sus partidarios. Libremente le reconocemos como el inventor del compas, de la pélvora y de la circulacion de la sangre; pero reto a cualquiera de sus admiracotes a que me muestre en todos sus escritos una explicacién com- pleta del csplin. ;Acaso no nos deja también totalmente a nosotros la biis- queda del arte de las apuestas politicas? ;Qué puede haber més defectuoso ¢ insatisfactorio que su larga disertacién sobre el t€? ””. 27 Perrault, op. cit. (see Note 26), p. 322. 28 Ibid.,p. 308. 29

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