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Cada vez que recibo una carta recuerdo algo que ocurrié una noche de invierno. Haba salido tarde del trabajo: ya no pasaban colectivos y tuve que volver a mi casa caminando. En ese tiempo vivia cerca del antiguo mercado de} Abasto; cuando pasaba frente a la mole fantasmal, un hombre salié de las sombras del edificio. El Abasto parecia un castillo en la neblina violeta de la noche y fa aparicién del hombre me asustd. No se dio cuenta de que habla es- tado a punto de chocarme, y siguié caminando unos metros de- lante de mf, sin verme, Bra un cartero, y soportaba el peso de una enorme bolsa de cuero sobre sti espalda. Cuando pasé bajo un fae rol de luz amariila, una carta cayé de su bolsa gastada, Lo alcancés al tenderle la carta lef el nombre del destinatario. Que casualidad —dije-, Esta carta esté dirigida a mi, El cartero me sacé el sobre de las manos. Sus ropas eran casi andrajos, donde brillaban borones dorados. La gigantesca gorra le tapaba la mitad de la cara. No se le vefan los ojos. Ya se alejaba, sin decir gracias, cuando le pregunté: —zNo es tarde para hacer el reparto? Ni tarde ni temprano. Es Ja hora justa. Cruzamos la calle: cl cartero se detuvo frente a la puerta de mi casa. Saqué fa llave del bolsillo, mientras esperaba que el cartero me diera la cartas apenas abri la puerta, vacié su bolsa de cuero en dl umbral. Qué hace? ;Est4 loco? Ahora sonrefa, libre del peso de tantas cartas Todas son para usted fine su tinica explicacis Y desaparecié en la esquina. Mi esposa estaba durmiendo cuando entré. Encend{ la limpara del esctitorio para estudiar los sobres. El cartero tenfa razén: todas estaban ditigidas a mf, Al- gunos matasellos eran de aiios atrés, octos, del presente. La mayoria, del futuro. Qué escampillas ean raras dijo Ana, mi mujer-. Nunca las habfa visto. davia no existen, Faltan diez afios para que alguien escriba esa carta. Calenté un poco de guiso de lencejas mientras Ana miraba fa correspondencia ~Voy a poder conocer toda tu vida, las cosas que hiciste y las que harés :Quién es esta chica que te escribi6? —sostenfa un sobre escrito con tinta azul lavable-. Tenias dieciséis aitos.. No la abras. No toques nada, Si hay cosas que olvidé, bien olvidadas estin. Y del futuro no quiero saber nada, hasta que legue el momento. El correo funciona | cada dia peor. No le gusté que no la dejara abrir ninguna carta. Después del café meet hasta el edificio del Co- toda la correspondencia en una valija y tome un tax reo Central, Los portones de la entrada estaban cerrados; sélo una pequeha puertita al costado permanecia abierta. Subs por la escalera y Hegué hasta una oficina iluminada. Un cartel en la puerta anunciaba: Oficina de Asuntos Sobre Frente a su escritorio, un hombre estudiaba un plano de la ciudad con lu- pa, mientras se servia una copita de una botella de ron. Vacie la vaiija sobre aturales, el mapa No me diga nada. Bs la terceta vez en el mes. Sabe Io que pasa? Nadie quiere trabajar de noche. Entonces el correo contrata a los carteros de la etet- nidad. Gran error -miré el destinatario-. Es la zona de Agustoni. Ahora lo llamo. Levanté el teléfono y le pidi al cartero que se presentara de inmediato, Cuando colgé me explicé: —Los carteros de la eternidad tienen acceso a la correspondencia de todas f las épocas. Trabajan bien, pero cuando se aburren equivocan las cartas a pro- pésito. A veces las envian a lugares errados, otras, a la petsona justa en la época incorrecta. ;Sabe cudl es su broma preferida? Mandar palomas mensa- jeras en bandadas. Imaginesc: abre la puerta y entran trescientas palomas. Le , o esto para que sepa que hay casos peores que el suyo. —Si no leyé las cartas, las devuelve y listo. Se olvida del asunto. El cartero entré a fa oficina, Miré con disgusto las cartas amontonadas. {Para que las trajo de vuelta? gSabe lo que me costé llevarlas hasta su casa? Des- de la huelga de tranvias de 1918 no recuerdo haber caminado tanto. Haga un favor: sc las Heva y las lee en el momento oportuno, -No podria resistie la tentacién de hacerlo ahora. Y menos mi mujer, ~{Cree que yo no siento cutiosidad por todas las cartas quic tengo que repartir? Pe- ro me las aguanto. Tenga, Ilévese por lo menos la mitad. Habia abiorto la valija y estaba llendndola con mis cartas. Yo no estaba dispuesto a llevarme una sola. Forcejeamos, y terminamos por volcar una botella de ron. ~Miire lo que ha hecho ~dijo el encargado de la oficina-. sa es forma de tratar la co- rrespondencia? Todas las cartas huimedas. Ademés, no me ha dejado ni una gota de ron. La responsabilidad es del correo -me defendi, Agustoni buscé una carta ~Por lo menos cenga la gentileza de llevarse ésta, La hubiera recibido dentro de dos dias. Me ahorra un viaje. No le hice caso y bajé las escaleras con Ia valija vacta. No he vuelto a ver a Agus- toni, ni al hombre de la oficina, pero no los olvido: la carta que recibi a los dos dias, y todas las otras que llegaron a mi casa desde entonces, tuvieron ef mismo olor a ron. Pablo De Santis.

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