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EL HORROR SOBRENATURAL EN LA LITERATURA* H. P. Lovecraft 1 micdo ¢s una de las emociones mas antiguas y poderosas de la humanidad, y el tipo de miedo mas vieju y poderoso es €l temor a lo desconocido, Muy pocos psicdlogos lo niegan y el mero hecho de admitir dicha realidad no deja de dar carla de naturaleza a Jos cucntos sobrenaturales como una de las formas genuinas y dignas de los relatos literarios. Contra ella se disparan todas las sactas de unos sofismas materialistas, que con tanta frecuencia se aferran a las impresiones experimentadas y a Jos sucesos exicriorizados — entendiendo este término cn su aspecio psicolégico-, y de un idcalismo tan ingenuo como ins{pido que se opone a las mutivaciones antiestéticas, abogando por una literatura puramente diddctica, capaz de ilustrar al lector y “clevarle” hacia un nivel adecuado de afectado optimismo. Sin embargo, pese a todas las oposiciones, los cuentos sobrenaturales sobrevivieron, se desarrollaron y alcanzaron una perfeccién destacable, al asentarse en un principio tan profundo como elemental, cuya llamada, aunque no sicmpre universal, es siempre necesariamente estremecedora y constantce para las mentes verdaderamente sensibles. El alcance de lo espectral y macabro sucle ser gencralmente bastantc limitado, ya que cxige del lector cierto grado de imaginacidn y fantasia, una determinada capacidad de evasién de la vida cotidiana. Y son relativamente poco numerosos los seres humanos que pueden liberarse lo suficientemente del encantamiento de la rutina diaria para corresponder a Jas llamadas del més all4, y los cuentos sobre los sentimientos y acontecimientos comunes 0 sobre Jas deformaciones sentimentales y triviales de tales sentimicntos y sucesos, siempre ocupardn el primer puesto en el gusto de la mayurla; esto quizd sea justo Por cuanto esos problemas corricntes forman la mayor parte de la experiencia humana. Sin embargo, no cabe duda de que los seres sensibles siempre se inclinarén @ nuestro lado, y a veces una curiosa estela de fantasia suele invadir el recondito rincén de la mente mds templada, de tal modo que ningén racionalismo 0 anilisis freudiano pucde anular totalmente el estremecimiento causado por * Det libro del mismo nombre, Ed. Premia, México, 1989. 117 el susurro del vicnto en la chimenca o en el bosque solitario. Y ahi nos encontramos con un modelo psicolégico o tradicional tan verdadero y tan hondamente enraizado en la experiencia mental como pucdan serlo otros modelos o tradiciones de la humanidad; un elemento contempordneo de los sentimientos religiosos y estrechamente vinculado con muchos de sus aspectos, y que participa en tal medida de nuestro legado biolégico mds recéndito, que no pierde su aguda potencia en una minoria muy importante, aunque numéricamentec no lo sea tanto, de nuestra especie. Los primeros instintos y emociones del ser humano formaron su respuesta alambiente en que se hallaba sumido. Los sentimientos basados en las alegrias y Jas penas nacian cn torno a Jos fendmenos cuyas causas y cuyos efectos entendia yen tornoa los que no comprendia, y con los cuales ¢l universo se enfrenté desde su mds temprana edad; y asf fueron tejiéndose las representaciones, las interpretaciones maravillosas, las sensaciones de miedo y de terror tan naturales cn una raza cuyas ideas eran tan sencillas y cuya experiencia era tan limitada. Lo desconocido, al igual que lo impredecible, se convirtié para nuestros antcpasados primitivos cn una fuente tremenda y omnipotente de calamidades y de favores que se dispensaban a la humanidad por unos motivos tan misteriosos como enteramente extratcrrenales, y pertcnecientes a unas esferas de cuya existencia nada se sabfa y en la que Jos humanos no tenfan parte ninguna. Del mismo modo, e] fenémeno dc los suefios contribuy6 a elaborar la nocién de un mundo irreal y espiritual, y, generalmente, todas las condiciones de la vida salvaje de la aurora de la humanidad condujeron hacia el sentimiento de lo sobrenatural de una manera tan poderosa, que no cabe asombrarse de cudn profundamente la especie humana esta saturada del antiquisimo legado de religiosidad y supersticién. Y bajo e] punto de vista puramente cientifico, esta saturacién ha de contemplarse como un clemento virtualmente permanente en lo que respecta al subconsciente y a los instintos mds intimos del ser humano; pues aunque la esfera de lo desconocido ha ido reduciéndose a través de los milenios, un pozo insondable de misterios sigue ain envolviendo al cosmos, micntras que un vasto residuo de asociacioncs poderosisimas sigue aferrandose a todos Jos elementos y procesos que antafio cran misteriosos. Naturalmente, ahora esos fenémenos pueden explicarse perfectamente. Pero m4s que todo eso, existe una verdadera fijacién fisioldgica de los viejos instintos en nuestro tejido nervioso, que puede volverlos oscuramente operativos aun cuando la mente consciente se purgue de todas las fuentes de lo maravilloso. Dado que recordamos los sufrimientos y el peligro de mucrte més vivamente que las alegrias, y debido a que nuestros sentimientos con respecto a los aspectos benéficos de lo desconocido fueron captados en primer lugar y formalizados por los rituales religiosos convencionales, es por lo que toda la parte mas tenebrosa y maléfica del misterio césmico figura destacadamente en nuestro folklore 118 popular y sobrenatural. Dicha tendencia sc halla realzada asimismo por el hecho de que la incertidumbre y el peligro siempre andan estrechamente vinculados, formando con cualquier tipo de mundo desconocido un universo de amenazas y de riesgos malévolos. Y tan pronto como a esa sensacién de temor y de maleficencia se le agrega la inevitable fascinacion de la marayilla y la curiosidad, entonees nace un sistema complejo de aguda cmocién y de imaginativa excitacion cuya vitalidad ha de perdurar necesariamente tan Jargamente como la propia raza humana. Los nifos siempre sentirin miedo a la oscuridad, y cl adulto, con una mente sensible a los impulsos hereditarios, siempre temblaré al pensar en los mundus insondabies y latentes de una vida exiraha, que existen en los abismos planetarios, o que envuelven espantosamente a nuestro propio globo en unas dimensiones impfas que s6lo la muerte 0 la locura pucden otear. Partiendo de tales fundamentos, no cabe asombrarse de la existencia de una literatura relativa ul temor césmico. Siempre existié y siempre cxistir4, y nada evidencia mejor su tenaz vigor como ¢l impulso que, aqui y all4, mueve a los escritorcs a salir de los caminos trillados para probar su ingenio cn unos cuentos aislados, como si tratasen de alejar o descargar de sus mentes ciertas formas fantasmalcs que de otra manera seguirian acosdndoles. Y asi tenemos 4 Dickens componiendo varios relatos sobrenaturalcs; a Browning escribiendo su tremendo poema Childe Roland; Henry James, su The Turn of the Screw; al médico y escritor norteamericano Oliver W. Holmes, con su sutil novela Elsie Venner, a F, Marion Crawford y su The Upper Berth y tantos y tantos otros ejemplos, como el The Yellow Wall Paper de Charlotte Parkins Gilman, asistenta social, mientras el humorista W. W. Jacobs escribia su melodrama titulado La Mano del Mono. Pero no hay que confundir este tipo de literatura pavorosa con otro género que si bien cxternamente es similar, no deja de scr muy distinto desde e] punto de vista psicoldgico: Ja literatura sobre el puro espanto fisico y los elementos macabros. Ciertamente, estos escritos se pucden adscribir al mismo tipo de literatura, al igual que las historias convencionales y hasta fantdsticas 0 humoristicas de fantasmas, en las que el formalismo 0 el malicioso guifio del autor esconden el auténtico sentido de los elementos morbosamente sobrenaturales; sin embargo, csas obras no pertenccen a Ja literatura del terror césmico en su mas puro sentido. Los auténticos cuentos macabros cuentan con algo mds que un misterioso asesino, que unos huesos ensangrentados 0 unos espectros agitando sus cadenas segén la vicja regla. Pues debe respirarse en ellos una determinada atmésfera de expectacién e inexplicable temor ante lo ignoto y el més all4; hasta de estar presentes unas fuerzas desconocidas, y tiene que existir una sugerencia, manifestada con toda la scriedad y la monstruosidad que le sicntan al sujeto, de ese concepto mas tremendo de la mente humana: la maligna y espectfica suspensi6n o la derrota de las eyes desde siempre vigentes 119 de la Naturaleza, que representan nuestra Gnica salvaguardia en contra de los asaltos del caos y de los demonios del espacio insondable. Es evidente que no podemos esperar que todos los cuentos macabros procedan del subconsciente, afluyendo en una serie de fragmentos; las mentes creadoras son distintas y lo mejor de cada estructura tiene sus lugares sombrios, Ademis, gran parte de las mejores obras pueden proceder de las mds variadas fuentes. La atmésfera ¢s siempre ¢l elemento més importante, por cuanto el criterio final de la autenticidad no reside en urdir Ja trama, sino en la creacién de una impresin determinada. Hemos de saber que, generalmente, un cuento macabro que trata de ensefiar o de impartir un efecto de tipo social, o un cuento cuyos horrores se pucden esclarecer mediante unos medios naturales, no ¢s un auténtico cuento de espanto césmico, No obstante, es un hecho que tales relatos Poseen, en determinados pasajes, unos matices ambientales que responden a cada condici6n de la auténtica literatura del horror sobrenatural, Por consiguiente, podemos juzgar un cuento macabro, no a través de las intenciones del autor o la pura mecdnica de la trama, sino mds bien a través del nivel emociona] que es capaz de alcanzar en sus mds pequefios elementos sobrenaturales, Si se excitan y sugicren las adecuadas sensaciones, entonces cabe admitir que su “alto efecto” lo hace merecedor de los atributos de Ja literatura sobrenatural, sin importar cémo se ha conseguido prosaicamente. El nico comprobante de lo auténticamente sobrenatural es sencillamente el siguiente: saber si suscita o no en el lector un hondo sentimiento de espanto al contacto de unos clementos y fuerzas desconocidos; una actitud sutil de acecho Heno de espanto, como si se estuviese cscuchando el latido de unas alas tenebrosas 0 el zurrido de unas formas y unos seres en el limbo mas remoto del universo conocido, Y naturalmente, cuanto mejor se evoque ¢sa atmésfera en todo el cuento, tanto mas se le puede adscribir a ese tipo de literatura. Los origenes del cuento de horror Como era légico esperar de una forma literaria tan intimamente vinculada a las emociones primitivas, el cuento de horror es tan antiguo como el pensamiento y el habla humanos. E! terror e6smico figura como un ingrediente del primitivo folklore de to- das Jas razas, y cristaliz6 en las mas antiguas baladas, crénicas y escrituras sagradas. Era, evidentemente, un rasgo preeminente de los rituales mdgicos, con sus evocaciones de los demonios y espectros, surgidos de los tiempos pre- hist6ricos, y que alcanzaron su mayor desarrollo cn Egipto y entre los pueblos semiticos. Obras tales como el Libro de Enoc y el Claviculae de Salom6én ilus- tran claramente la pujanza de los cuentos sobrenaturales en las mentes de] Oriente antiguo, y sobre esas ideas se asentaban unos sistemas y tradiciones 120 cuyos ecos se han extcndido vagamente hasta nuestros dias. Los aspectros de ese temor trascendental se reflejan en la literatura clésica, y se acentuaba mucho més atin en la literatura legendaria paralela a la corriente clasica, pero que desaparecié por falta de elementos escritos. E] Medioevo, sumido en sus fantdsticas tinieblas, dio un gran impulso a las representaciones trascendentales, y tanto en cl Oriente como en Occidente se afanaron por preservar y ampliar el sombrio legado extrafdo tanto del raro folklore como de la magia y los textos cabalisticos académicamente formulados, que habian llegado hasta ellos. Las brujas, Jos duendes en forma de lobo, los vampiros y otros seres sobrenaturales y espantosos, estaban en Jos labios de los bardos y las abuclas, y era corto cl paso que faltaba dar para rebasar los limites que separaban los relatos orales de la composicién literaria formal. En Oricnte, Jos cuentos sobrenaturales tendian a revestir los matices mds vistosos de una donasidad, que casi los transmutaba en la ms pura fantasia. En cambio, en Occidente, donde los misticos teutones habian licgado de sus tenebrosas selvas boreales y donde los celtas recordaban los extrahos sacrificios en los bosques de los druidas, las lcyendas sobrenaturales asum/an una intensidad tremenda y se rodeaban de una almésfera de convincente gravedad que duplicaba la potencia de unos horrores a mitad explicados y a mitad insinuados. Gran parte de la fuerza del folklore occidental y de los cuentos sobrena- turales dimanaba incuestionablemente de la encubicrta aunque a menudo sos- pechada existencia de los cultos espantosos de unos adoradores cuyas cxtrafias costumbres ~procedentes de las épocas prearia y preagricola, cuando una raza colonizadora de mongoloides invadié Europa con sus rebafos~ ¢staban arrai- gadas en los ritos de la fecundidad de la mds remota antigiicdad. Este culto seereto, que los campesinos fueron legandose a través de milenios pese a la do- minaci6n extranjera de las religiones drufdica, grecorromana y cristiana én las regiones conquistadas, estaba marcado por los salvajes “aquelarres de brujas” en los bosques y las colinas mas remotos en la noche de Walpurgis -del 30 de abril al 1 de mayo, en la que, scgdn la leyenda germ4nica, sc rednen Jas brujas en el Blocksberg (Harz)- y durante la noche de Todos los Santos, que consti- tuyen las temporadas tradicionales de la reproduccién de las cabras, las ovcjas y demés animales; y dicho culto se convirtié en ¢] manantial de un riquisimo acervo de leyendas magicas, que dio origen ademés a la intensa persecucion de las brujas como demuestra cn Norteamérica ¢] tipico caso de las brujas de Salem. Parecido en su esencia y quiz4 vinculado directamente con dicho culto, existia el espantoso sistema secrcto de los adoradores de Sétanas, teologia in- vertida que originé unos horrores tales como las famosas “Misas Negras”; en sa misma trayectoria podemos notar asimismo las actividades de quienes per- scguian unos Objctivos algo mas cientificos o filoséficos, como los astrdlogos, cabalistas y alquimistas del tipo de Alberto Magno o Ramon Lull, que invaria- 122 blemente abundan en aquellos tiempos tan rudos. El predominio y arraigo del espiritu medieval de] horror en Europa, intensificado por ta negra descsperacion suscitada por los azotes de la peste, puede calibrarse perfectamente a través de las grotescas esculturas malignamente introducidas en la mayoria de las obras religiosas del Gitimo perfodo del Gético; ias demonfacas gérgolas de la iglesia de Notre-Dame de Paris y del Mont Saint-Michel figuran entre los especimenes més famosos, ¥ a través de toda esa época, cabe recordar que tanto entre la gente ilustrada como entre fa masa ignorante existia una creencia incuestiona- ble en todas las manifestaciones sobrenaturales, que iban desde las m4s dulces doctrinas del Cristianismo hasta las mayores monstruosidades de la hechiceria y la magia negra. De mancra que los magos y los alquimistas mas famosos del Renacimiento: los Nostradamus, Tritethemius, c] Dr. John Dee y Robert Fludd, catre otros, surgicron en terreno ya abonado. Deese fértil mantillo se nutrieron los tipos y los personajes de las leyendas y Jos mitos mas tenebrosos que permanccieron vivos en la literatura sobrenatural hasta nuestros dias, mas o menos disfrazados 0 alterados por la técnica moderna. Muchos de ellos fueron extrafdos de las fuentes orales m4s primitivas y forman parte del legado permanente de la humanidad. El espectro que aparece para solicitar la inhumacion de sus huesos, el demonio enamorado que viene para Ievarse a Ja esposa, cl espiritu maligno o ¢l vampiro que cabalga en cl viento nocturno, el hombre lobo, el brujo inmortal, todos ellos figuran en ese cuerpo tan curioso de la ciencia medicval que Mr. Barin-Gould supo compilar tan eficazmente en su obra. En todos los lugares donde predominaba la mistica sangre nérdica, la atmdsfera de los cuentos populares se vuelve mas intensa, mientras que ¢n las razas latinas cncontramos un matiz de bésica racionalidad que denicga a sus supersticiones, aun a las més extrafias, muchos de los tonos de encanto tan caracteristicos cn nuestras Ieyendas nacidas en los bosques y amamantadas en los hielos. Como quiera que todas las fieciones se encarnan primeramente en la poesia, por eso mismo es dentro de la misma donde podemos encontrar la irrupci6n permanente de los elementos sobrenaturales en [a literatura clésica. Es bastante curiaso, sin embargo, que la mayoria de los ejemplos estén en prosa, tales como. cl caso del bombre lobo en Petronio, los pasajes aterradores en Apuleyo, la breve, pero famosa carta de Plinio ¢l Joven a Sura, y la rara compilacién De los Hechos Maravillosos del tiberto griego Ficgén al servicio de] emperador Adriano. En Flegén cncontramos por primera vez el cuento espantoso de la novia muerta, Philinnion y Machates, m&s tarde rclatado por Proclo y que en la €poca moderna inspird a Goethe su Novia de Corinto y a Washington Irving su Esnudiante alemén. Pero en la época en que los antiguos mitos nérdicos asumen una forma literaria y cuando mas tarde los elementos sobrenaturales surgen como un clemento constante en la literatura corriente, los hallamos mayormente 123 en pocsia, de la misma manera que gran parte de los escritos estrictamente imaginativos del Medioevo v e] Renacimiento. Las Eddas y Sagas escandinavas estan llenas de un horror césmico y fulminante y nos entremecen con el cspanto de Ymir y de sus informes engendros; micntras tanto, nuestro propio Beowulf anglosajén y el ulterior Nibelung continental estan Ienos de infernales brujertas. Dante es e] pionero de la clasica captura de la atmosfera macabra y en las imponentes estrofas de Spencer podemos encontrar mucho més que unas simples pinceladas de horror fantastico en los paisajes, las escenas y los personajes. La prosa nos ofrece una obra como la Muerie de Arturo de Malory en la cual se presentan muchas situaciones espantosas extraidas de las antiguas baladas, como el robo de la espada y la seda del caddver por parte de Sir Galahad en la Capilla Peligrosa, mientras que otros elementos més toscos’se desarrollaban en los sensacionales libros baratos vendidos en todas partes por Jos buhoneros y devorados por cl vulgo. En los dramas isabelinos, con el Dr Fausto, en las brujas de Macheth, en el fantasma de Hamlet y e] horrible espanto de Webster, podemos discernir claramente la fuerte impronta de lo demoniaco sobre la mente del publico; una impronta agudizada si cabe por cl temor verdaderamente real a la magia negra viviente, cuyos terrores, més tremendos al principio en el continente, comenzaron a resonar agudamente ¢n los ofdos ingleses a medida que iba Pprogresando la caza de las brujas bajo Jaime I. A la prosa mistica del pasado se ha ido agregando una larga scrie de tratados de hechiceria y demonologia que ayudaron a exaltar la imaginacién de las lectores. A todo lo largo del siglo XVII y en cl XVIII nos hallamos ante una masa creciente de leyendas y baladas tan fugaces como tenebrosas; sin embargo, ain no se sumen en las entrafias de la literatura culta y aceptada por el piiblico. Los libros vendidos por los buhoneros en las aldeas, con relatos macabros y sobrenaturales, iban multiplicandose y advertimos cl 4vido interés del pablico por unas obras tales como La Aparicion de Mrs. Veal de Defoe, un cuento sencillo sobre el espectro de una mujer mucrta que visita a un amigo alejado, y escrito para pregonar a la chita callando una barata disquisicién teoldgica sobre la muerte, En esa €poca, las capas superiores de la sociedad iban perdiendo la fe en los elementos sobrenaturales, inclindndose por cl clasico racionalismo. Seguidamente, empezando con la waduccién de los cuentos orientales bajo ¢l reinado de Ana de Inglaterra a comienzos del siglo XVII y cobrando su forma definitiva hacia mediados de este siglo, asistimos a la resurreccién de los sentimientos romdnticos: la era de los nucvos goces de la Naturaleza, Ja irradiaci6n de los esplendores de! pasado, de las escenas extrafias, de las gestas temerarias y de Jas maravillas increfbles. Lo advertimos primeramente en Jos poetas, cuyas expresiones cobran nuevos matices de extrafieza, de 124 maravilla y de esuremevimiento. Y finalmente, tras la timida aparicién de ciertas escenas sobrenaturales en las novelas de la época, tales como Las aventuras de Fernando, conde misterioso de Smollett, ¢] instinto de relajamiento cristaliza en elsurgimiento de una nueva escuela literaria: la escuela “Goética", de una prosa de ficcion horrible y fantastica, en obras largas y cortas, cuya posteridad Literaria habia de volverse tan numerosa y, en muchos casos, resplandeciente de mérito artistico. No deja de ser [rancamente asombroso, cuando se medita sobre el caso, que la narrativa sobrenatural, en tanto que forma literaria reconocida y bien establecida, tardara tanto en nacer y afincarse definilivamente. Los impulsos y la atmésfera son tan viejos como el hombre, pero los tipicos cuentos sobrenaturales son, para la literatura cldsica, un vastago nacido cn el siglo XVILI. La temprana novela gética Los paisajes fantasmales de Ossian, las visiones caéticas de William Blake, las grotescas danzas de brujas del Zw O'Shanter de Burns, cl siniestro demonismo de Christobel y ¢| Viejo marinero de Coleridge, el misterioso encantamiento del Kilmeny de James Hogg, y los clementos de horror césmico que figuran cn Lamia ¥ muchos otros poemas de Keats, forman las tfpicas ilustracioncs briténicas de la introduccién de lo sobrenatural cn Ja literatura formal. Nuestros primos germanos del continente se mostsaron igualmente permeables a esta corriente, y el Wild Huntsman de Burger y hasta la famosa balada de Lenore sobre los ¢sponsales demonjacos —ambos imitados en inglés por Scott, cuyo respcto por Jo sobrenatural también era muy grande- constituyen sdlo un ejemplo de la riqueza feérica que comenzaron a facilitar los cantos germanos. Thomas Moore adapt6 en base a dichas fuentes ta Ieyenda de 1a estatua espectral (utilizada mds tarde por Prosper Mérimée cn su Vénus d ile y que se remonta a la antigiiedad més remota) y que resuena de un modo tan estremecedor en su balada The Ring, mientras que la obra maestra inmortal de Goethe, Fausto, que de simple balada se convierte en la clésica y c6smica tragedia de los tiempos, puede contemplarse como la culminacién del impulso poético germano. Sin embargo, le cupoal muy vivarachoy universal inglés Horace Walpole dar Ja forma definitiva a la literatura macabra y convertirse en su auténtico fundador. Amante de los romances y los misterios medievales, con verdadero dilctantismo, Walpole, que residia en un pintoresco castillo de estilo gético en Strawberry Hill, public en 1964 El castillo de Orranto, un cuento sobrenatural que atin con toda su mediocridad y falta de conviccién en s{ mismo, estaba destinado a ejercer una influencia casi sin precedentes sobre la literatura fantdstica. Publicado al comienzo como mera adaptacién por un supuesto William Marshal del italiano, de la obra de un mitico Onofrio Muralto, Walpole reconocié mas tarde este libro como suyo, alegrandose de su inmediata y amplia popularidad, popularidad que 125 Ademiés, todo ello incluia al tirénico y malévolo hidalgo en el papel del malo; Ja santa, largamente perseguida y generalmente insipida heroina, que sure los mayores terrores y sirve de catalizador de la simpatia de los lectores; cl valiente ¢ inmaculado héroe, sicmpre de alta alcurnia, pero a menudo presentado bajo un humilde disfraz: el rasgo convencional de unos apellidos altisonantcs, mayormente italianus en cuanto a los personajes, y toda una seric infinita de cortinajes y elementos escénicos que incluyen unas luces extrafias, unas puertas levadizas enmohecidas, unas limparas que se apagan, unos raros manuscriltos carcomidos, los goznes chirriantes, las estremecedoras tapicerias, etc, etc... Todo ese aparejo reaparece con una divertida similitud, a veces con unos efectos tremendos, a través de toda la trama de las novelas géticas. Y todo ello no se ha extinguido ni mucho menos cn nuestros dias, aunque las técnicas mucho mds sutiles obligan a dichas historias a cobrar unas formas menos ingenuas y claras. La nueva escuela habia de descubrir un ambiente mas armonioso y los escritores no tardaron en aprovechar la oportunidad que se ks brindaba. La novela alemana respondié inmediatamente a la influencia dc Walpole y muy pronto se hizo proverbia) por su espantosa sobrenaturalidad, En Inglaterra, uno de Jos primcros imitadores de] género fue la célebre mistress Barbauld, luego miss Aikin, quien en 1773 publicé un relato inacabado titulado Sir Bertrand, en ¢] que unas manos muy hdbiles tocaban todas las cuerdas del verdadero terror. En él se habia de un noble hidalgo que, en una landa desierta y solitaria, cs atraido por unas campanadas y una luz alejada; el personaje penetra en un castillo fantastico y Heno de torreoncs cuyas pucrtas se abren y cierran y donde unos azulados fuegos fatuos ascienden por unas misteriosas escaleras hacia unas manos muerias y animadas de negras estatuas. Un atatid con una lady mucrta, que Sir Bertrand besa, se presenta finalmente, y tras cl beso, la escena macabra se ¢sfuma para dar paso a un espléndido apartamento, donde la lady, Fesucitada, ofrece un banquete en honor de su salvador. ‘Walpole admiraba este cuento; sin embargo, sentia menos simpatla por un retofio mds preeminente de su Otranto, ef viejo barén inglés, de Clara Reeve, publicado en 1777. Bastante veraz, esta novela carece no obstante de Ja auténtica vibracién de la cuerda del misterio sobrenatural que distinguc a los relatos de mistress Barbauld, y aunque menos tosco que la novela de Walpole y mas artisticamente elaborado al manejar el clemento horrorffico a través de una sola figura espectral, este cucnto no deja de ser definitivamente insipido por su grandiosidad. Una vez mds volvemos a tener al virtuoso heredero det castillo disfrazado de campesino y restaurado en sus legitimos derechos por ¢l espectro de su padre; y nuevamente nos hallamos ante el caso de una gran popularidad que conduce a repetidas ediciones, la puesta en escena de cuento y Su traduccidn al idioma francés, Miss Reeve escribié otra novela fantastica, que desgraciadamente qued6 inédita y finalmente se perdi. 127 128 La novela g6tica ya habia conquistado sus derechos y sentado sus reales como forma literaria, y los ejemplos fueron multiplicindose asombrosamente a finales del siglo XVIII. La obra de Mrs. Sophia Lee The Recess, cscrita en 1785, cuenta con un elemento histérico, que gira en torno a Jas hijas mellizas de Mary, reina de Escocia, y que aun careciendo de elementos sobrenaturales, uliliza Ia escenificacion y los meeanismos de Walpole con suma habilidad. Cinco afios ms tarde, todos los luceros del género se vieron empalidecidos por la ascensién de una nueva estrella, Mrs. Ann Radcliffe (1764-1823), cuyas famosas novelas pusieron de moda el terror y e] suspense, y que alcanz6 unos nucvos y encumbrados méritos en el campo de la atmésfera macabra y aterradora, pese a la costumbre provocadora de destruir sus propios fantasmas al final de la obra con una explicaciones mec4nicamente elaboradas. Mrs. Radcliffe anadié a los rasgos géticos ya familiares de sus predecesores un sentido genuino de Jo sobrenatural en el escenario y los incidentes, que no dejaba de ser casi genial, cada clemento de la accidn y de las situaciones contribuia en sus cuentos a suscitar esa sensacidn de espanto inaudito que Mrs. Radclifle deseaba despertar. Merced a ciertos detalles siniestros tales como un reguero de sangre en las escaleras de] castillo, un gemido en un remoto subterréneo 0 un canto misterioso en un bosque entencbrado, evoca esta escritora las m4s poderosas visiones de un horror inminente; y con ello solfa rebasar en mucho las laboriosas y extravagantes elaboraciones de otros autores del género. Y las imagenes ofrecidas por la Radcliffe no perdian ni un apice de su potencialidad pese a ser explicadas hacia el final de la obra. Esta escritora tenia una imaginacién visual tremendamente poderosa, que sc manifiesta mayormente ¢n sus deliciosas pinceladas paisajisticas, con un relieve pictérico de lo mAs fascinante, nunca muy detallado, as{ como en sus fantasfas macabras. Su debilidad inicial, junto @ Su acostumbrado y prosaico desencanto, estriba en su tendencia a errar en los elementos gcograficos € hist6ricos y en su fatal predileccién por adornar sus novelas con unos insipidos pocmitas, atribuidos a uno u otro de sus personajes. Mrs. Radcliffe escribié seis novelas: The Castles of Athlin and Dunbayne (1789), A Sicilian Romance (1790), The Romance of the Forest (1792), The Mysteries of Udolpho (1794), The Italian (1797) y Gaston de Blondeville, escrita en 1802, pero publicada péstumamente en 1826. Entre cllas, Los Misterios de Udolfo es la m4s famosa y cabe considerarla como la més tfpica de] género gOtico iniciaL En ella se nos habla de la historia de Emilie, una joven francesa trasplantada en un viejo y portentoso castillo de los Apeninos después de la muerte de sus padres y el casamiento de su ta con el duefio del castillo, el intrigante arist6crata Montini. Unos ruidos misteriosos, puertas que se abren solas, leyendas espantosas y el horror tremendo de un nicho escondido detras de una negra cortina, todo ello opera sucesivamente sobre los nervios de la heroina y de su fiel doncella, Anita; finalmente, tras la muerte de la tia. Emilie se escapa 129 con la ayuda de un compafero de cautiverio que ha descubierto; durante su camino de regreso a su pais, sc detiene en un castillo plagado de horrores: el ala del castillo donde Ja duefia moraba antes de morir, ¢] lecho mortuorio con el ncgro sudario... Pero finalmente, la herofna recobra su seguridad y su felicidad junto a su amante Valancourt después de haber csclarecido el misterio que durante tanto tiempo cavolvia su nacimiento. Se trata claramente en este caso, de un tema familiar reclaborado, pero tan bien reclaborado que Los misterios de Udolfo sera siempre un cucnto clisico. Los personajes de Mrs. Radcliffe son naturalmente unos fantoches, pero ese rasgo s¢ acusa menos, no obstante, que en los personajcs de sus precursores. En cuanto a la creacién de la aimésfera, esta novelista supera a los autores de su época. De todos los incontables imitadores de Mrs. Radcliffe, el que mds se aproxima a su estilo y su método es el novelista norteamericano Charles Brockden Brown. Como ella, perjudica la originalidad de su creatividad con unas explicaciones naturales, pero al igual que Radclifie goza de un incuestionable poder ambientador que confiere a sus escenas macabras una tremenda vilalidad, hasta que nos las cxplica. Sin embargo, difiere cn un aspecto de su maestra, al desdefar los elementos géticos extcrnos, inclidndose, para situar sus misterios, por los modernos escenarios umericanos. Empero, no llega en su repudiacion a descartar cl espiritu y el tipo de incidentes géticos. Las novelas de Brown nos ofrecen ciertas cscenas de espanio memorables y supera incluso a Mrs. Radcliffe en su descripcion de la mente perturbada. Su Edgard Huntly comienza con un son4mbulo cavando una sepultura, pero lucgo su relato sc altera con una pinceladas de un didactismo puramente godwiniano”. Su otra novela, Ormond, tata de un miembro de una siniestra cofradfa. En ella, al igual que en Arthur Mervyn, describe la epidemia de la ficbre amarilla que el autor presencia en Filadelfia y en Nueva York. Pero cl libro mas famoso de Brown es su Wieland o La Transformacién, en el que un aleman de Pensilvania, presa de fanatismo tcligioso, “oye voces” y mata a su esposa y sus hijos, inmolados en sacrificio a su idolo, Su hermana Clara, que cuenta la historia, pudo escapar por milagro al holocausto, La escena, que se desarrolla en la zona selvatica de Mittingen, €n los remotos confines de Schuylkill, se describe con una tremenda viveza; y el espanto de Clara, acosada por los especiros y los peligros y por unas misteriosas pisadas que se escuchan a través de la mansi6n solitaria, se perfila con una fuerza verdadcramente artistico. Sin embargo, al final se nos ofrece una desgraciada explicaci6n ventriloquial, pero ello no es Obice para que la atmésfera siga siendo tan genuina hasta el final de la novela. En este caso, Carwin, el maléfico ventrilocuo, és ¢l malo del tipo de Manfredo o Montini. * William Godwin, escritor inglés nacido en Wisbech (1756-1836), autor de la novela social Las aventuras de Caleb Williams. (N. del T.) 130

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