EL HORROR SOBRENATURAL
EN LA LITERATURA*
H. P. Lovecraft
1 micdo ¢s una de las emociones mas antiguas y poderosas de la
humanidad, y el tipo de miedo mas vieju y poderoso es €l temor a lo
desconocido, Muy pocos psicdlogos lo niegan y el mero hecho de admitir
dicha realidad no deja de dar carla de naturaleza a Jos cucntos sobrenaturales
como una de las formas genuinas y dignas de los relatos literarios. Contra ella se
disparan todas las sactas de unos sofismas materialistas, que con tanta frecuencia
se aferran a las impresiones experimentadas y a Jos sucesos exicriorizados —
entendiendo este término cn su aspecio psicolégico-, y de un idcalismo tan
ingenuo como ins{pido que se opone a las mutivaciones antiestéticas, abogando
por una literatura puramente diddctica, capaz de ilustrar al lector y “clevarle”
hacia un nivel adecuado de afectado optimismo.
Sin embargo, pese a todas las oposiciones, los cuentos sobrenaturales
sobrevivieron, se desarrollaron y alcanzaron una perfeccién destacable, al
asentarse en un principio tan profundo como elemental, cuya llamada, aunque
no sicmpre universal, es siempre necesariamente estremecedora y constantce
para las mentes verdaderamente sensibles.
El alcance de lo espectral y macabro sucle ser gencralmente bastantc
limitado, ya que cxige del lector cierto grado de imaginacidn y fantasia, una
determinada capacidad de evasién de la vida cotidiana. Y son relativamente
poco numerosos los seres humanos que pueden liberarse lo suficientemente
del encantamiento de la rutina diaria para corresponder a Jas llamadas del
més all4, y los cuentos sobre los sentimientos y acontecimientos comunes 0
sobre Jas deformaciones sentimentales y triviales de tales sentimicntos y sucesos,
siempre ocupardn el primer puesto en el gusto de la mayurla; esto quizd sea justo
Por cuanto esos problemas corricntes forman la mayor parte de la experiencia
humana.
Sin embargo, no cabe duda de que los seres sensibles siempre se inclinarén
@ nuestro lado, y a veces una curiosa estela de fantasia suele invadir el recondito
rincén de la mente mds templada, de tal modo que ningén racionalismo 0
anilisis freudiano pucde anular totalmente el estremecimiento causado por
* Det libro del mismo nombre, Ed. Premia, México, 1989.
117el susurro del vicnto en la chimenca o en el bosque solitario. Y ahi nos
encontramos con un modelo psicolégico o tradicional tan verdadero y tan
hondamente enraizado en la experiencia mental como pucdan serlo otros
modelos o tradiciones de la humanidad; un elemento contempordneo de los
sentimientos religiosos y estrechamente vinculado con muchos de sus aspectos,
y que participa en tal medida de nuestro legado biolégico mds recéndito,
que no pierde su aguda potencia en una minoria muy importante, aunque
numéricamentec no lo sea tanto, de nuestra especie.
Los primeros instintos y emociones del ser humano formaron su respuesta
alambiente en que se hallaba sumido. Los sentimientos basados en las alegrias y
Jas penas nacian cn torno a Jos fendmenos cuyas causas y cuyos efectos entendia
yen tornoa los que no comprendia, y con los cuales ¢l universo se enfrenté desde
su mds temprana edad; y asf fueron tejiéndose las representaciones, las
interpretaciones maravillosas, las sensaciones de miedo y de terror tan naturales
cn una raza cuyas ideas eran tan sencillas y cuya experiencia era tan limitada.
Lo desconocido, al igual que lo impredecible, se convirtié para nuestros
antcpasados primitivos cn una fuente tremenda y omnipotente de calamidades y
de favores que se dispensaban a la humanidad por unos motivos tan misteriosos
como enteramente extratcrrenales, y pertcnecientes a unas esferas de cuya
existencia nada se sabfa y en la que Jos humanos no tenfan parte ninguna.
Del mismo modo, e] fenémeno dc los suefios contribuy6 a elaborar la nocién
de un mundo irreal y espiritual, y, generalmente, todas las condiciones de la
vida salvaje de la aurora de la humanidad condujeron hacia el sentimiento
de lo sobrenatural de una manera tan poderosa, que no cabe asombrarse de
cudn profundamente la especie humana esta saturada del antiquisimo legado de
religiosidad y supersticién. Y bajo e] punto de vista puramente cientifico, esta
saturacién ha de contemplarse como un clemento virtualmente permanente en
lo que respecta al subconsciente y a los instintos mds intimos del ser humano;
pues aunque la esfera de lo desconocido ha ido reduciéndose a través de los
milenios, un pozo insondable de misterios sigue ain envolviendo al cosmos,
micntras que un vasto residuo de asociacioncs poderosisimas sigue aferrandose
a todos Jos elementos y procesos que antafio cran misteriosos. Naturalmente,
ahora esos fenémenos pueden explicarse perfectamente. Pero m4s que todo eso,
existe una verdadera fijacién fisioldgica de los viejos instintos en nuestro tejido
nervioso, que puede volverlos oscuramente operativos aun cuando la mente
consciente se purgue de todas las fuentes de lo maravilloso.
Dado que recordamos los sufrimientos y el peligro de mucrte més vivamente
que las alegrias, y debido a que nuestros sentimientos con respecto a los aspectos
benéficos de lo desconocido fueron captados en primer lugar y formalizados por
los rituales religiosos convencionales, es por lo que toda la parte mas tenebrosa
y maléfica del misterio césmico figura destacadamente en nuestro folklore
118popular y sobrenatural. Dicha tendencia sc halla realzada asimismo por el hecho
de que la incertidumbre y el peligro siempre andan estrechamente vinculados,
formando con cualquier tipo de mundo desconocido un universo de amenazas
y de riesgos malévolos. Y tan pronto como a esa sensacién de temor y de
maleficencia se le agrega la inevitable fascinacion de la marayilla y la curiosidad,
entonees nace un sistema complejo de aguda cmocién y de imaginativa
excitacion cuya vitalidad ha de perdurar necesariamente tan Jargamente como
la propia raza humana. Los nifos siempre sentirin miedo a la oscuridad, y cl
adulto, con una mente sensible a los impulsos hereditarios, siempre temblaré al
pensar en los mundus insondabies y latentes de una vida exiraha, que existen
en los abismos planetarios, o que envuelven espantosamente a nuestro propio
globo en unas dimensiones impfas que s6lo la muerte 0 la locura pucden otear.
Partiendo de tales fundamentos, no cabe asombrarse de la existencia de
una literatura relativa ul temor césmico. Siempre existié y siempre cxistir4, y
nada evidencia mejor su tenaz vigor como ¢l impulso que, aqui y all4, mueve
a los escritorcs a salir de los caminos trillados para probar su ingenio cn unos
cuentos aislados, como si tratasen de alejar o descargar de sus mentes ciertas
formas fantasmalcs que de otra manera seguirian acosdndoles. Y asi tenemos
4 Dickens componiendo varios relatos sobrenaturalcs; a Browning escribiendo
su tremendo poema Childe Roland; Henry James, su The Turn of the Screw; al
médico y escritor norteamericano Oliver W. Holmes, con su sutil novela Elsie
Venner, a F, Marion Crawford y su The Upper Berth y tantos y tantos otros
ejemplos, como el The Yellow Wall Paper de Charlotte Parkins Gilman, asistenta
social, mientras el humorista W. W. Jacobs escribia su melodrama titulado La
Mano del Mono.
Pero no hay que confundir este tipo de literatura pavorosa con otro
género que si bien cxternamente es similar, no deja de scr muy distinto
desde e] punto de vista psicoldgico: Ja literatura sobre el puro espanto fisico
y los elementos macabros. Ciertamente, estos escritos se pucden adscribir al
mismo tipo de literatura, al igual que las historias convencionales y hasta
fantdsticas 0 humoristicas de fantasmas, en las que el formalismo 0 el malicioso
guifio del autor esconden el auténtico sentido de los elementos morbosamente
sobrenaturales; sin embargo, csas obras no pertenccen a Ja literatura del terror
césmico en su mas puro sentido. Los auténticos cuentos macabros cuentan con
algo mds que un misterioso asesino, que unos huesos ensangrentados 0 unos
espectros agitando sus cadenas segén la vicja regla. Pues debe respirarse en
ellos una determinada atmésfera de expectacién e inexplicable temor ante lo
ignoto y el més all4; hasta de estar presentes unas fuerzas desconocidas, y tiene
que existir una sugerencia, manifestada con toda la scriedad y la monstruosidad
que le sicntan al sujeto, de ese concepto mas tremendo de la mente humana: la
maligna y espectfica suspensi6n o la derrota de las eyes desde siempre vigentes
119de la Naturaleza, que representan nuestra Gnica salvaguardia en contra de los
asaltos del caos y de los demonios del espacio insondable.
Es evidente que no podemos esperar que todos los cuentos macabros
procedan del subconsciente, afluyendo en una serie de fragmentos; las mentes
creadoras son distintas y lo mejor de cada estructura tiene sus lugares sombrios,
Ademis, gran parte de las mejores obras pueden proceder de las mds variadas
fuentes. La atmésfera ¢s siempre ¢l elemento més importante, por cuanto el
criterio final de la autenticidad no reside en urdir Ja trama, sino en la creacién
de una impresin determinada. Hemos de saber que, generalmente, un cuento
macabro que trata de ensefiar o de impartir un efecto de tipo social, o un cuento
cuyos horrores se pucden esclarecer mediante unos medios naturales, no ¢s un
auténtico cuento de espanto césmico, No obstante, es un hecho que tales relatos
Poseen, en determinados pasajes, unos matices ambientales que responden a
cada condici6n de la auténtica literatura del horror sobrenatural,
Por consiguiente, podemos juzgar un cuento macabro, no a través de las
intenciones del autor o la pura mecdnica de la trama, sino mds bien a través
del nivel emociona] que es capaz de alcanzar en sus mds pequefios elementos
sobrenaturales, Si se excitan y sugicren las adecuadas sensaciones, entonces cabe
admitir que su “alto efecto” lo hace merecedor de los atributos de Ja literatura
sobrenatural, sin importar cémo se ha conseguido prosaicamente. El nico
comprobante de lo auténticamente sobrenatural es sencillamente el siguiente:
saber si suscita o no en el lector un hondo sentimiento de espanto al contacto
de unos clementos y fuerzas desconocidos; una actitud sutil de acecho Heno de
espanto, como si se estuviese cscuchando el latido de unas alas tenebrosas 0
el zurrido de unas formas y unos seres en el limbo mas remoto del universo
conocido, Y naturalmente, cuanto mejor se evoque ¢sa atmésfera en todo el
cuento, tanto mas se le puede adscribir a ese tipo de literatura.
Los origenes del cuento de horror
Como era légico esperar de una forma literaria tan intimamente vinculada a las
emociones primitivas, el cuento de horror es tan antiguo como el pensamiento
y el habla humanos.
E! terror e6smico figura como un ingrediente del primitivo folklore de to-
das Jas razas, y cristaliz6 en las mas antiguas baladas, crénicas y escrituras
sagradas. Era, evidentemente, un rasgo preeminente de los rituales mdgicos,
con sus evocaciones de los demonios y espectros, surgidos de los tiempos pre-
hist6ricos, y que alcanzaron su mayor desarrollo cn Egipto y entre los pueblos
semiticos. Obras tales como el Libro de Enoc y el Claviculae de Salom6én ilus-
tran claramente la pujanza de los cuentos sobrenaturales en las mentes de]
Oriente antiguo, y sobre esas ideas se asentaban unos sistemas y tradiciones
120cuyos ecos se han extcndido vagamente hasta nuestros dias. Los aspectros
de ese temor trascendental se reflejan en la literatura clésica, y se acentuaba
mucho més atin en la literatura legendaria paralela a la corriente clasica, pero
que desaparecié por falta de elementos escritos. E] Medioevo, sumido en sus
fantdsticas tinieblas, dio un gran impulso a las representaciones trascendentales,
y tanto en cl Oriente como en Occidente se afanaron por preservar y ampliar el
sombrio legado extrafdo tanto del raro folklore como de la magia y los textos
cabalisticos académicamente formulados, que habian llegado hasta ellos. Las
brujas, Jos duendes en forma de lobo, los vampiros y otros seres sobrenaturales
y espantosos, estaban en Jos labios de los bardos y las abuclas, y era corto cl
paso que faltaba dar para rebasar los limites que separaban los relatos orales
de la composicién literaria formal. En Oricnte, Jos cuentos sobrenaturales
tendian a revestir los matices mds vistosos de una donasidad, que casi los
transmutaba en la ms pura fantasia. En cambio, en Occidente, donde los
misticos teutones habian licgado de sus tenebrosas selvas boreales y donde
los celtas recordaban los extrahos sacrificios en los bosques de los druidas, las
lcyendas sobrenaturales asum/an una intensidad tremenda y se rodeaban de una
almésfera de convincente gravedad que duplicaba la potencia de unos horrores
a mitad explicados y a mitad insinuados.
Gran parte de la fuerza del folklore occidental y de los cuentos sobrena-
turales dimanaba incuestionablemente de la encubicrta aunque a menudo sos-
pechada existencia de los cultos espantosos de unos adoradores cuyas cxtrafias
costumbres ~procedentes de las épocas prearia y preagricola, cuando una raza
colonizadora de mongoloides invadié Europa con sus rebafos~ ¢staban arrai-
gadas en los ritos de la fecundidad de la mds remota antigiicdad. Este culto
seereto, que los campesinos fueron legandose a través de milenios pese a la do-
minaci6n extranjera de las religiones drufdica, grecorromana y cristiana én las
regiones conquistadas, estaba marcado por los salvajes “aquelarres de brujas”
en los bosques y las colinas mas remotos en la noche de Walpurgis -del 30 de
abril al 1 de mayo, en la que, scgdn la leyenda germ4nica, sc rednen Jas brujas
en el Blocksberg (Harz)- y durante la noche de Todos los Santos, que consti-
tuyen las temporadas tradicionales de la reproduccién de las cabras, las ovcjas
y demés animales; y dicho culto se convirtié en ¢] manantial de un riquisimo
acervo de leyendas magicas, que dio origen ademés a la intensa persecucion
de las brujas como demuestra cn Norteamérica ¢] tipico caso de las brujas de
Salem. Parecido en su esencia y quiz4 vinculado directamente con dicho culto,
existia el espantoso sistema secrcto de los adoradores de Sétanas, teologia in-
vertida que originé unos horrores tales como las famosas “Misas Negras”; en
sa misma trayectoria podemos notar asimismo las actividades de quienes per-
scguian unos Objctivos algo mas cientificos o filoséficos, como los astrdlogos,
cabalistas y alquimistas del tipo de Alberto Magno o Ramon Lull, que invaria-
122blemente abundan en aquellos tiempos tan rudos. El predominio y arraigo del
espiritu medieval de] horror en Europa, intensificado por ta negra descsperacion
suscitada por los azotes de la peste, puede calibrarse perfectamente a través de
las grotescas esculturas malignamente introducidas en la mayoria de las obras
religiosas del Gitimo perfodo del Gético; ias demonfacas gérgolas de la iglesia
de Notre-Dame de Paris y del Mont Saint-Michel figuran entre los especimenes
més famosos, ¥ a través de toda esa época, cabe recordar que tanto entre la
gente ilustrada como entre fa masa ignorante existia una creencia incuestiona-
ble en todas las manifestaciones sobrenaturales, que iban desde las m4s dulces
doctrinas del Cristianismo hasta las mayores monstruosidades de la hechiceria
y la magia negra. De mancra que los magos y los alquimistas mas famosos del
Renacimiento: los Nostradamus, Tritethemius, c] Dr. John Dee y Robert Fludd,
catre otros, surgicron en terreno ya abonado.
Deese fértil mantillo se nutrieron los tipos y los personajes de las leyendas y
Jos mitos mas tenebrosos que permanccieron vivos en la literatura sobrenatural
hasta nuestros dias, mas o menos disfrazados 0 alterados por la técnica moderna.
Muchos de ellos fueron extrafdos de las fuentes orales m4s primitivas y forman
parte del legado permanente de la humanidad. El espectro que aparece para
solicitar la inhumacion de sus huesos, el demonio enamorado que viene para
Ievarse a Ja esposa, cl espiritu maligno o ¢l vampiro que cabalga en cl viento
nocturno, el hombre lobo, el brujo inmortal, todos ellos figuran en ese cuerpo
tan curioso de la ciencia medicval que Mr. Barin-Gould supo compilar tan
eficazmente en su obra. En todos los lugares donde predominaba la mistica
sangre nérdica, la atmdsfera de los cuentos populares se vuelve mas intensa,
mientras que ¢n las razas latinas cncontramos un matiz de bésica racionalidad
que denicga a sus supersticiones, aun a las més extrafias, muchos de los tonos
de encanto tan caracteristicos cn nuestras Ieyendas nacidas en los bosques y
amamantadas en los hielos.
Como quiera que todas las fieciones se encarnan primeramente en la poesia,
por eso mismo es dentro de la misma donde podemos encontrar la irrupci6n
permanente de los elementos sobrenaturales en [a literatura clésica. Es bastante
curiaso, sin embargo, que la mayoria de los ejemplos estén en prosa, tales como.
cl caso del bombre lobo en Petronio, los pasajes aterradores en Apuleyo, la
breve, pero famosa carta de Plinio ¢l Joven a Sura, y la rara compilacién De
los Hechos Maravillosos del tiberto griego Ficgén al servicio de] emperador
Adriano. En Flegén cncontramos por primera vez el cuento espantoso de la
novia muerta, Philinnion y Machates, m&s tarde rclatado por Proclo y que en la
€poca moderna inspird a Goethe su Novia de Corinto y a Washington Irving su
Esnudiante alemén. Pero en la época en que los antiguos mitos nérdicos asumen
una forma literaria y cuando mas tarde los elementos sobrenaturales surgen
como un clemento constante en la literatura corriente, los hallamos mayormente
123en pocsia, de la misma manera que gran parte de los escritos estrictamente
imaginativos del Medioevo v e] Renacimiento.
Las Eddas y Sagas escandinavas estan llenas de un horror césmico y
fulminante y nos entremecen con el cspanto de Ymir y de sus informes
engendros; micntras tanto, nuestro propio Beowulf anglosajén y el ulterior
Nibelung continental estan Ienos de infernales brujertas. Dante es e] pionero
de la clasica captura de la atmosfera macabra y en las imponentes estrofas de
Spencer podemos encontrar mucho més que unas simples pinceladas de horror
fantastico en los paisajes, las escenas y los personajes. La prosa nos ofrece
una obra como la Muerie de Arturo de Malory en la cual se presentan muchas
situaciones espantosas extraidas de las antiguas baladas, como el robo de la
espada y la seda del caddver por parte de Sir Galahad en la Capilla Peligrosa,
mientras que otros elementos més toscos’se desarrollaban en los sensacionales
libros baratos vendidos en todas partes por Jos buhoneros y devorados por cl
vulgo. En los dramas isabelinos, con el Dr Fausto, en las brujas de Macheth,
en el fantasma de Hamlet y e] horrible espanto de Webster, podemos discernir
claramente la fuerte impronta de lo demoniaco sobre la mente del publico;
una impronta agudizada si cabe por cl temor verdaderamente real a la magia
negra viviente, cuyos terrores, més tremendos al principio en el continente,
comenzaron a resonar agudamente ¢n los ofdos ingleses a medida que iba
Pprogresando la caza de las brujas bajo Jaime I. A la prosa mistica del pasado
se ha ido agregando una larga scrie de tratados de hechiceria y demonologia
que ayudaron a exaltar la imaginacién de las lectores.
A todo lo largo del siglo XVII y en cl XVIII nos hallamos ante una masa
creciente de leyendas y baladas tan fugaces como tenebrosas; sin embargo, ain
no se sumen en las entrafias de la literatura culta y aceptada por el piiblico.
Los libros vendidos por los buhoneros en las aldeas, con relatos macabros y
sobrenaturales, iban multiplicandose y advertimos cl 4vido interés del pablico
por unas obras tales como La Aparicion de Mrs. Veal de Defoe, un cuento sencillo
sobre el espectro de una mujer mucrta que visita a un amigo alejado, y escrito
para pregonar a la chita callando una barata disquisicién teoldgica sobre la
muerte,
En esa €poca, las capas superiores de la sociedad iban perdiendo la fe
en los elementos sobrenaturales, inclindndose por cl clasico racionalismo.
Seguidamente, empezando con la waduccién de los cuentos orientales bajo
¢l reinado de Ana de Inglaterra a comienzos del siglo XVII y cobrando
su forma definitiva hacia mediados de este siglo, asistimos a la resurreccién
de los sentimientos romdnticos: la era de los nucvos goces de la Naturaleza,
Ja irradiaci6n de los esplendores de! pasado, de las escenas extrafias, de las
gestas temerarias y de Jas maravillas increfbles. Lo advertimos primeramente
en Jos poetas, cuyas expresiones cobran nuevos matices de extrafieza, de
124maravilla y de esuremevimiento. Y finalmente, tras la timida aparicién de ciertas
escenas sobrenaturales en las novelas de la época, tales como Las aventuras de
Fernando, conde misterioso de Smollett, ¢] instinto de relajamiento cristaliza en
elsurgimiento de una nueva escuela literaria: la escuela “Goética", de una prosa
de ficcion horrible y fantastica, en obras largas y cortas, cuya posteridad Literaria
habia de volverse tan numerosa y, en muchos casos, resplandeciente de mérito
artistico. No deja de ser [rancamente asombroso, cuando se medita sobre el caso,
que la narrativa sobrenatural, en tanto que forma literaria reconocida y bien
establecida, tardara tanto en nacer y afincarse definilivamente. Los impulsos y la
atmésfera son tan viejos como el hombre, pero los tipicos cuentos sobrenaturales
son, para la literatura cldsica, un vastago nacido cn el siglo XVILI.
La temprana novela gética
Los paisajes fantasmales de Ossian, las visiones caéticas de William Blake, las
grotescas danzas de brujas del Zw O'Shanter de Burns, cl siniestro demonismo
de Christobel y ¢| Viejo marinero de Coleridge, el misterioso encantamiento del
Kilmeny de James Hogg, y los clementos de horror césmico que figuran cn Lamia
¥ muchos otros poemas de Keats, forman las tfpicas ilustracioncs briténicas
de la introduccién de lo sobrenatural cn Ja literatura formal. Nuestros primos
germanos del continente se mostsaron igualmente permeables a esta corriente,
y el Wild Huntsman de Burger y hasta la famosa balada de Lenore sobre los
¢sponsales demonjacos —ambos imitados en inglés por Scott, cuyo respcto por
Jo sobrenatural también era muy grande- constituyen sdlo un ejemplo de la
riqueza feérica que comenzaron a facilitar los cantos germanos. Thomas Moore
adapt6 en base a dichas fuentes ta Ieyenda de 1a estatua espectral (utilizada mds
tarde por Prosper Mérimée cn su Vénus d ile y que se remonta a la antigiiedad
més remota) y que resuena de un modo tan estremecedor en su balada The Ring,
mientras que la obra maestra inmortal de Goethe, Fausto, que de simple balada
se convierte en la clésica y c6smica tragedia de los tiempos, puede contemplarse
como la culminacién del impulso poético germano.
Sin embargo, le cupoal muy vivarachoy universal inglés Horace Walpole dar
Ja forma definitiva a la literatura macabra y convertirse en su auténtico fundador.
Amante de los romances y los misterios medievales, con verdadero dilctantismo,
Walpole, que residia en un pintoresco castillo de estilo gético en Strawberry Hill,
public en 1964 El castillo de Orranto, un cuento sobrenatural que atin con toda
su mediocridad y falta de conviccién en s{ mismo, estaba destinado a ejercer
una influencia casi sin precedentes sobre la literatura fantdstica. Publicado al
comienzo como mera adaptacién por un supuesto William Marshal del italiano,
de la obra de un mitico Onofrio Muralto, Walpole reconocié mas tarde este libro
como suyo, alegrandose de su inmediata y amplia popularidad, popularidad que
125Ademiés, todo ello incluia al tirénico y malévolo hidalgo en el papel del malo;
Ja santa, largamente perseguida y generalmente insipida heroina, que sure los
mayores terrores y sirve de catalizador de la simpatia de los lectores; cl valiente
¢ inmaculado héroe, sicmpre de alta alcurnia, pero a menudo presentado
bajo un humilde disfraz: el rasgo convencional de unos apellidos altisonantcs,
mayormente italianus en cuanto a los personajes, y toda una seric infinita de
cortinajes y elementos escénicos que incluyen unas luces extrafias, unas puertas
levadizas enmohecidas, unas limparas que se apagan, unos raros manuscriltos
carcomidos, los goznes chirriantes, las estremecedoras tapicerias, etc, etc... Todo
ese aparejo reaparece con una divertida similitud, a veces con unos efectos
tremendos, a través de toda la trama de las novelas géticas. Y todo ello no se
ha extinguido ni mucho menos cn nuestros dias, aunque las técnicas mucho mds
sutiles obligan a dichas historias a cobrar unas formas menos ingenuas y claras.
La nueva escuela habia de descubrir un ambiente mas armonioso y los escritores
no tardaron en aprovechar la oportunidad que se ks brindaba.
La novela alemana respondié inmediatamente a la influencia dc Walpole y
muy pronto se hizo proverbia) por su espantosa sobrenaturalidad, En Inglaterra,
uno de Jos primcros imitadores de] género fue la célebre mistress Barbauld,
luego miss Aikin, quien en 1773 publicé un relato inacabado titulado Sir
Bertrand, en ¢] que unas manos muy hdbiles tocaban todas las cuerdas del
verdadero terror. En él se habia de un noble hidalgo que, en una landa desierta y
solitaria, cs atraido por unas campanadas y una luz alejada; el personaje penetra
en un castillo fantastico y Heno de torreoncs cuyas pucrtas se abren y cierran
y donde unos azulados fuegos fatuos ascienden por unas misteriosas escaleras
hacia unas manos muerias y animadas de negras estatuas. Un atatid con una lady
mucrta, que Sir Bertrand besa, se presenta finalmente, y tras cl beso, la escena
macabra se ¢sfuma para dar paso a un espléndido apartamento, donde la lady,
Fesucitada, ofrece un banquete en honor de su salvador.
‘Walpole admiraba este cuento; sin embargo, sentia menos simpatla por
un retofio mds preeminente de su Otranto, ef viejo barén inglés, de Clara
Reeve, publicado en 1777. Bastante veraz, esta novela carece no obstante de
Ja auténtica vibracién de la cuerda del misterio sobrenatural que distinguc a los
relatos de mistress Barbauld, y aunque menos tosco que la novela de Walpole
y mas artisticamente elaborado al manejar el clemento horrorffico a través de
una sola figura espectral, este cucnto no deja de ser definitivamente insipido
por su grandiosidad. Una vez mds volvemos a tener al virtuoso heredero det
castillo disfrazado de campesino y restaurado en sus legitimos derechos por
¢l espectro de su padre; y nuevamente nos hallamos ante el caso de una gran
popularidad que conduce a repetidas ediciones, la puesta en escena de cuento y
Su traduccidn al idioma francés, Miss Reeve escribié otra novela fantastica, que
desgraciadamente qued6 inédita y finalmente se perdi.
127128La novela g6tica ya habia conquistado sus derechos y sentado sus reales
como forma literaria, y los ejemplos fueron multiplicindose asombrosamente
a finales del siglo XVIII. La obra de Mrs. Sophia Lee The Recess, cscrita en
1785, cuenta con un elemento histérico, que gira en torno a Jas hijas mellizas
de Mary, reina de Escocia, y que aun careciendo de elementos sobrenaturales,
uliliza Ia escenificacion y los meeanismos de Walpole con suma habilidad. Cinco
afios ms tarde, todos los luceros del género se vieron empalidecidos por la
ascensién de una nueva estrella, Mrs. Ann Radcliffe (1764-1823), cuyas famosas
novelas pusieron de moda el terror y e] suspense, y que alcanz6 unos nucvos
y encumbrados méritos en el campo de la atmésfera macabra y aterradora,
pese a la costumbre provocadora de destruir sus propios fantasmas al final
de la obra con una explicaciones mec4nicamente elaboradas. Mrs. Radcliffe
anadié a los rasgos géticos ya familiares de sus predecesores un sentido genuino
de Jo sobrenatural en el escenario y los incidentes, que no dejaba de ser
casi genial, cada clemento de la accidn y de las situaciones contribuia en sus
cuentos a suscitar esa sensacidn de espanto inaudito que Mrs. Radclifle deseaba
despertar. Merced a ciertos detalles siniestros tales como un reguero de sangre
en las escaleras de] castillo, un gemido en un remoto subterréneo 0 un canto
misterioso en un bosque entencbrado, evoca esta escritora las m4s poderosas
visiones de un horror inminente; y con ello solfa rebasar en mucho las laboriosas
y extravagantes elaboraciones de otros autores del género. Y las imagenes
ofrecidas por la Radcliffe no perdian ni un apice de su potencialidad pese a
ser explicadas hacia el final de la obra. Esta escritora tenia una imaginacién
visual tremendamente poderosa, que sc manifiesta mayormente ¢n sus deliciosas
pinceladas paisajisticas, con un relieve pictérico de lo mAs fascinante, nunca
muy detallado, as{ como en sus fantasfas macabras. Su debilidad inicial, junto
@ Su acostumbrado y prosaico desencanto, estriba en su tendencia a errar en
los elementos gcograficos € hist6ricos y en su fatal predileccién por adornar sus
novelas con unos insipidos pocmitas, atribuidos a uno u otro de sus personajes.
Mrs. Radcliffe escribié seis novelas: The Castles of Athlin and Dunbayne
(1789), A Sicilian Romance (1790), The Romance of the Forest (1792), The
Mysteries of Udolpho (1794), The Italian (1797) y Gaston de Blondeville, escrita
en 1802, pero publicada péstumamente en 1826. Entre cllas, Los Misterios de
Udolfo es la m4s famosa y cabe considerarla como la més tfpica de] género
gOtico iniciaL En ella se nos habla de la historia de Emilie, una joven francesa
trasplantada en un viejo y portentoso castillo de los Apeninos después de la
muerte de sus padres y el casamiento de su ta con el duefio del castillo, el
intrigante arist6crata Montini. Unos ruidos misteriosos, puertas que se abren
solas, leyendas espantosas y el horror tremendo de un nicho escondido detras de
una negra cortina, todo ello opera sucesivamente sobre los nervios de la heroina
y de su fiel doncella, Anita; finalmente, tras la muerte de la tia. Emilie se escapa
129con la ayuda de un compafero de cautiverio que ha descubierto; durante su
camino de regreso a su pais, sc detiene en un castillo plagado de horrores: el ala
del castillo donde Ja duefia moraba antes de morir, ¢] lecho mortuorio con el
ncgro sudario... Pero finalmente, la herofna recobra su seguridad y su felicidad
junto a su amante Valancourt después de haber csclarecido el misterio que
durante tanto tiempo cavolvia su nacimiento. Se trata claramente en este caso,
de un tema familiar reclaborado, pero tan bien reclaborado que Los misterios
de Udolfo sera siempre un cucnto clisico. Los personajes de Mrs. Radcliffe son
naturalmente unos fantoches, pero ese rasgo s¢ acusa menos, no obstante, que
en los personajcs de sus precursores. En cuanto a la creacién de la aimésfera,
esta novelista supera a los autores de su época.
De todos los incontables imitadores de Mrs. Radcliffe, el que mds se
aproxima a su estilo y su método es el novelista norteamericano Charles
Brockden Brown. Como ella, perjudica la originalidad de su creatividad con unas
explicaciones naturales, pero al igual que Radclifie goza de un incuestionable
poder ambientador que confiere a sus escenas macabras una tremenda vilalidad,
hasta que nos las cxplica. Sin embargo, difiere cn un aspecto de su maestra, al
desdefar los elementos géticos extcrnos, inclidndose, para situar sus misterios,
por los modernos escenarios umericanos. Empero, no llega en su repudiacion
a descartar cl espiritu y el tipo de incidentes géticos. Las novelas de Brown
nos ofrecen ciertas cscenas de espanio memorables y supera incluso a Mrs.
Radcliffe en su descripcion de la mente perturbada. Su Edgard Huntly comienza
con un son4mbulo cavando una sepultura, pero lucgo su relato sc altera con una
pinceladas de un didactismo puramente godwiniano”. Su otra novela, Ormond,
tata de un miembro de una siniestra cofradfa. En ella, al igual que en Arthur
Mervyn, describe la epidemia de la ficbre amarilla que el autor presencia en
Filadelfia y en Nueva York. Pero cl libro mas famoso de Brown es su Wieland
o La Transformacién, en el que un aleman de Pensilvania, presa de fanatismo
tcligioso, “oye voces” y mata a su esposa y sus hijos, inmolados en sacrificio a
su idolo, Su hermana Clara, que cuenta la historia, pudo escapar por milagro
al holocausto, La escena, que se desarrolla en la zona selvatica de Mittingen,
€n los remotos confines de Schuylkill, se describe con una tremenda viveza; y el
espanto de Clara, acosada por los especiros y los peligros y por unas misteriosas
pisadas que se escuchan a través de la mansi6n solitaria, se perfila con una fuerza
verdadcramente artistico. Sin embargo, al final se nos ofrece una desgraciada
explicaci6n ventriloquial, pero ello no es Obice para que la atmésfera siga
siendo tan genuina hasta el final de la novela. En este caso, Carwin, el maléfico
ventrilocuo, és ¢l malo del tipo de Manfredo o Montini.
* William Godwin, escritor inglés nacido en Wisbech (1756-1836), autor de la novela social
Las aventuras de Caleb Williams. (N. del T.)
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