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60 Historia general del siglo 0 Xoxe, 361 ‘Yakovles, Alexander, 493, 560, 572 Yanaey, V,, 573 Yang Zemin, 584 Yanow 573, Yeltsin, Boris, $60, 571-572, 573-574, 575,576 Yoshida, Shigeru, 307 ‘Young, Andrew, 488, 489 Young, Owen D., 111, 158, 329 Zao Liyang, 584 Zapotocki, Antonin, 363 Zhdanov, 330, 331 Zhisinoveky, Viadimis, 576 Zhou Enlai, 139, 248, 339, 340, 345, 355, 386, 387, 455, 457, 483, 518, 519 Zia al Hag, gencral Mohamed, 525 Zia al Rahunan, general, 525 Zimmern, Alfred, 67 Zinéviev, Grigori E., 45, 61, 62, 73, 123, 224 Ziugénov, Gennadi, 576 Zivkow, Todor, 438, 3, 3. 3.2. 34, . El punto de inflexién de 1917. . |. Lostratados de paz. oc... 1. Indice PRIMERA PARTE De la primera guerra mundial la gran depresion La primera guerra mundial... Sobre el problema de los oxigenes De la guerra relimpago ala guerra total Estados Unidos en los afios veinte La Uni6n Soviética de Lenin a Stalin Larevolucién de Octubre... 2... Elcomunismo de guerra. Los primeros aftos de la NEP El ascenso de Stalin. . Inglaterra y la Commonwealth en los primeros afios veinte Los problemas internacionales . ..... Los problemas internos....... . La Europa continental en los primeros afios veinte, Caracteres generales de la posguerra en Europa . La posguerra en la Europa central y oriental. Eladvenimiento del fascismo ...2... La Republica de Weimar de 1919 a 1923 - 10. i. qt 11.2. 113. 4. 12. 124. 12.2. 13. 14, 15. 16, 17. Hiner general del sigh La Francia de la posguerra .. « De la crisis del Ruhr a la mejora de Locarno « Una efimera prosperidad. El caso inglés Eleaso aleman ... El caso italiano « El caso francés. El mundo iskimico ........ aoc aresma ws & El mundo indio.. eceest BS ig ee El area del Pacifico América Latina en los aftos veinte. SEGUNDA PARTE De la gran depresisn a Ia segunda guerra mundial La gran depresidn . Los origenes Laer en eleentro sss vseeeees La gran depresién en la periferia.. 00... seee ee Tar consechencias de la depresion: un mundo mis dividido... Los Estados Unidos e Inglaterra en los afios treinta Los Estados Unidos del New Deal. Inglaterra en los afios treinta...... La Alemania nazi ...0000-2222220000e La URSS de Stalin y el estalinismo. El fracaso de la seguridad colectiva.....6ssseeeeeeees ‘Los frentes populares y la guerra civil espafiola...... La agresi6n japonesa a China y sus repercusiones internacionales, . . nee 129 134 146 . 155 155 159 172 181 18. Hacia la guerra 18.1. De la dnschiuss a Minich 18.2. De Manich a la guerra 19. La segunda guerra mundial 19.1. El primera afio de guerra. . 19.2. Dela guerra europea ala guerra mundial 19.3. Las entree ds Bogs contests, 19.4. El gran viraje...... 19.5. Las relaciones entre los Aliados y la cuesti6n del segundo frente. . ve 19.6. La Resistencia... 19.7. Dela campafia de Italia al final de Ta guerra en n aropa« 19.8. De Teherin a la victoria en Europa. 19.9. El final de la guerra en el Pacifico. . TERCERA PARTE Laera del bipolarisme y del desarrollo 20, El mundo después de la guerra. ..... 20.1. Desolacisn y esperanzas de posguerra. 20.2, Norteamérica y el mundo ..... 20.3. Los acuerdos de Bretton Woods . . 20.4, Las relaciones anglo-americanas en la 20.5. LaURSS yel mundo ........ 21, La guerra fia... 7 21.1. La euestién de la bomba ...- 21.2. Primeros sintomas europeos de la guerra fr 21.3. Ladoctrina Truman ..... we 21.4. El plan Marshall y la constitucién del Cominform 22, Del bloqueo de Berlin a la guerra de Corea. 22.1. El bloqueo de Berlin re 22.2. El érea del Pacifico en la posguerra....... - 22:3. La nueva revisin de la politica exterior norteamericana yel principio de la carrera armamentistica 22.4, La guerra de Corea....... 22.5. Repercusiones internacionales de la guerra de Indice os 252 252 258 = 266 + 266 269 272 276 278 2381 238 292 297 303 303 310 312 315 2. 316 321 321 323 325 328 333 333 336 . 341 2 343 347 oy Historia general sito 38 EET { Idee aa 23. Los altibajos de la adistensién soi 39 —_ 23.1, Relevos en Washington y Mosel... sssssssssevseee 382 30. Los paises en vias de desarrollo en los afios sesenta.......... 455 23.2. La breve escampada de la distensién. ST 354 30.1. La revolucién cultural china : Dass 23.3. ELXX Congreso del PCUS y Ia desestalinizacién........... 356 30.2, América Latina en los afios sesenita, |... . 457 23.4. Los paises satélites yla insurreccién de Hungria... 360 30.3, La crisis del movimiento de los no alineados y la spas fn dle las difereneias Noite-Sur ... ert 463 24, Europa occidental y Japén en Jos afos cincuenta « 367 30-4. La edad del oro y del bipolarism o + 469 244. La reconstruccién en Europa occidental... . cee 367 24.2. El macimiento de la CEE y el principio Ae aintegracion econémica europea sees 370 CCUARTA PARTE 24.3. Japén en los afios cincuenta........ 0. . 373 Interdependencia y multipolarizacién 5. SRN poRpORRNy pee MATERIEL csv ovewein ves STD 31, Estados Unidos deta presdenet de Nino aa presencia i 379 de Carter ss evans TQ bag 31.1, Elfinal de ios acuerdos de Bretton Woods i) 2 2 305 31.2. La presidencia de Nixon y la distension 481 25.4. América Latina en los afios cincuenta. .. .. ‘ 397 31.3. La presidencia de Carter............5 487 26, De la evisis de Berlin a la crisis de Cuba 406 32. Los paises del socialismo seal a a 26.1. El Sputnik y la nueva fase de la carrera arroamentistica 406 32.1. La Union Sovietica . 7 491 26.2. La crisis de Berlin........ . 408 \ 32.2. Los paises satélites . - 497 26.3. La enueva frontera> de J. E kemedy au 264, Lactisisde Cuba, 43 33, Europa occidental en los aios setenta. 2... ++ 508 er ee 47 34, El area del Pacifico en los afios setenta.....66.ce0002 sis 27.1. Los paises vencidos esos M1 | 27.2. Les palscavencedorcs'.-- 42 35. Los patses del Sur en los afos setenta. ox Say 273. Los demés paises de Europa occidental 1 428 35.1. Elsubcontinente indio ..... 2 524 35.2. Los paises de Oriente Medio vel Mage - 527 28, Europa oriental en los afios sesenta. .. .. we cee 35.3. Los paises afticanos. . . . 531 28.1. El fracaso del experimento kruscheviano y la ruptura 35.4. Los paises de América Latina. con China . 430 ; 35.5, El problema Norte-Sur 28.2. Los paises sa 956 8 laprimavera de Praga... 436 | | 36, Estados Unidos y Europa occidental en los aftos ochenta 29. Los afios de Vietnam. ..... : : 44 ¥ noventa: convergencias y divergencias 538 29.1. Los Estados Unidos de la Great Society Saat 36.1. La presidencia de Reagan y la segzunda gem is 538 29.2. La guerra de Vietnam . ae «44d 36.2. La Comunidad Europea... .. . 545 29'3. La evolucidin de las relaciones interatlénticas en iS. Fe aes He Marea arch, oe = 547 los aftos sesenta, os ewes ww 447 36.4. La Europa continental more amen esau ot -- 550 294, Blsesentay 0cho...s.ssseeceseesssereesses 452 | 37. El fracaso de Ia perestroika, 559 37.1. Elascenso del Gorbachov y la peresiroika + 559 f 562 | 37.2. Hacia el final de la segunda guerra fria . 37.3. La crisis de la perestroika. 566 | | 37-4. La reunificacién alemana . - 568 | 37.5, La disgregacién dela URSS « 570 38. El area del Pacifico en los afios ochenta y noventa ........+. 577 39. Los paises del Sur en los afios ochenta y noventa ......2.6++ 585 39.1, Elsubcontinente indio .... 0.20... e000 . S85 39.2. Los paises de Oriente Medio y del Magee ~ 587 39.3. El Africa subsabariana ...... + 591 } 39.4, América Latina . 593 | 39°5. Algunas breves consideraciones en forma de ‘eptlogo . + 598 Esta obra, publicada por Editorial Critica, | se aeab de imprimir en los talleres de Indicaciones bibliogrifieas 2.22... cceeeeeee sees 608 | ABM Grificel 10 de noviembre de 2004 | Indice onomistico.. . 2 617 GIULIANO PROCACCI HISTORIA GENERAL DEL SIGLO XxX CRITICA BARCELONA Primer isi Sire Mayor rnc: enero ce 2005 (Qyedan aguante prhibidas ine ura cta eles Slares de epyrigh bajo as snsones (Gubler ene eye la eprdscin cao pica de ena obra por ulques mein 0 proceent ‘Senprenddoelaepeogeafa yl ttariento formic ye Astabucdn de eemplares dea eine ae (quero presto pubes ‘Tio orga Stor dt ele “Tadccin crallena de Guilo M. Cappel, con a colitorsin de Luu Cabo Dine dea eabiora oun Balle Fotocompoi:Puemer 8. A, (© 2000, by Paria Beano Mondadect {© 2003, del edacsioncatlara pum Ean y Ameo Enrowin, Calica S Ly Diagonal 662-64, 08034 Barelans small editorili@edcrticaee Ieplfanainecticues ISBN 84-902.593-8 ‘Depési egal B-M4170-2008 Iimprio en Eepaia 2005, A & M Grae, S.C, Sant Peon ce Mots (Barons) Primera parte De la primera guerra mundial a la gran depresién 909.82 963 1 52311-1 {OE La primera guerra mundial I.I. SOBRE EL PROBLEMA DE LOS ORIGENES De sobraes conocido que el estallide de la primera guerra mundial marcé el final de un largo ciclo historico, el transcurrido entre el Congreso de Viena y-el atentado de Sarajevo, Exactamente un siglo, a lo largo del cual la que Karl Polanyi lms Ia «paz de los cien afos» habja quedado asegurada por un sistema que tenia su centro en E-uropa y su periferia en las 2onas de in- fluencia y en las colonias de las distimtas potencias europeas y que funcion: ba segin las eglas que él mismo se habia fjado. En el plano politico la re- gh era la del equilibrio entre ls grandes potencias, del cual era guardiana y garante Inglaterra; en el plano econémico, el principio de el mercado, del cual era expresién ¥ garantia la conves sda aca oo el pte te thle le wad Ja comunidad cientifica y de la libre cixculaciéa de las ideas y de los descu- brimientos. En Europa se viajaba sin pasaporte y se realizaban los pagos en ‘metalico. El papel moneda no se har4 corriente hasta la guerra. Todo ello no iba a sobrevivir al conflicto que estallé en Sarajevo y no hay duda, por lo tanto, de que el afio de 1914 marca un punto de inflexién no sélo en Ia his- toria de Europa, sino del mundo contemporiineo, y representa un aconteci- miento después del cual nada fue igual a lo que existia anteriormente. Son éstas las razones por las que he considerado que era preciso omitir [a na~ rracién de los primeros quince afios del siglo para comenzar con la primera guerra mundial, Pero quiero aclarar que la decisin de iniciar mi exposicién con aquel fa- ‘dico julio de 1914 no implica en absoluto que yo comparta la opinién, re- cientemente expresada, de que dicha guerra habria sido «lesencaclenada por un accidente» y que, por consiguiente, xepresente «uno de los eventos mis © Hier gener del enigmticos de la historia moderna» (Furet, 1995). Tampoco deseo apro- piarme de la afortunada formula del «siglo breve». Mas bien, quiero expre~ Sar mi conviccién de que un andlisis de los origenes de la primera guerra snundial no puede limitarse a los primeros catorce afios del siglo Xx, que no representan més que los tltimos coletaz0s del siglo XU%, 0 a una belle pogue «que probablemente fue tal Gnicamente en el recuerdo, en la afioranza o en el remordiriento de quienes la vivieron, sino que debe remontasse mds atris en el tiempo y ser mis profundo. Debemos, pues, hacer mencién de sus prece- dentes y de sus raices. Me limitaré a algunas consideraciones sumarias La Formula de La paz de los cien afios también tiene su revés de Ja mo~ neda. De hecho, si se amplia el punto de mira més alld de los confines eu~ ropecs, el cuadro se hace menos tranquilizador. La guerra civil americana se saldé con seiscientos mil muertos, la revolucién mexicana, con dos millones (Wolf, 1969, p. 66), y la guerra que, a mediados del siglo XIX, enfrent6 a Ar- gentina, Brasil y Uruguay, aiados y apoyados por Inglaterra, con Paraguay costo a este tltimo ln pérdida de las cuatro quintas partes de su poblacion ‘masculina, un auténtico genocidio. Y no hay estadistica que pueda medir los abismos de atraso y de ignorancia, el niiinero de violencias, de saqueos, de ineestos, de infanticidios, que eran prctica habitual en esos «campos del Se- for» donde vivia, hasta tiempos recientes, el ochenta por ciento de la hu- ‘manidad. Incluso la civilizada Europa tuvo sus manchas: los ehorrores bil- garos», el racismo, tal y como se manifest6, por ejemplo, en Ia campatia Que, a principios de siglo, fue promovida a rafz de Ja rebelién de los boxers contta el «peligro amarillo», y a la que se sumé también el mismo empera~ dor Guillermo TI, Por no hablar del antisemitismo, que siempre ha existido ten las entrafias de la vieja Europa, pero que se hizo més virulento durante la {gran crisis agraria: en los afios de Johann Strauss hijo y de la Secesi6n fue al- calde de Viena Karl Liiger, el fandador del Partido Cristiano Social, quien no sélo en sus manifestaciones propagandisticas, sino también en su que~ hacer como administrador, two un talante claramente discriminatorio para con la comunidad judia. Pocos afios después se celebraba en Francia el pro- ceso Dreyfus. En otros lugares se tomaban medidas ms expeditivas: en cier~ ‘0s paises de Europa oriental los pogromos etan episodios frecuentes. ‘Aqui se podrfa matizar que a intolerancia y Ia violencia siempre han existido, pero tambien es cierto que éstas no siempre han contribuido a ali mentat un incendio tan extenso como el que prendié en Europa y en el mundo entre 1914 y 1918, Intentemos, pues, acercarnos més al problema especifico de los origenes de la primera guerra mundial. Sobre este argu mento se han escrito miles de paginas y se han propuesto distintas interpre- taciones. Hay quien ha llamado Ja atencién sobre la carrera de rearme y sus ‘automatismos, y en especial sobre el rearme naval en el que se vieron en= vueltas Alemania ¢ Inglaterra; otros han insistido en la rivalidad ruso-aus- Dea primera guerra ural la gran depron trinca en los Balcanes; ot#0s, en la que enfienté a las grandes potencias co- foniales en el reparto del mundo en zonas de influencia; otros, en los factores internos que animaron a algunos gobicrnos a considerar una guerra ripida y vyictoriosa como la tinica alrernativa posible frente a una crisis interior ini nente ~es éste el caso particular de Austria-Hungria-; otros, finalmente, in sisten en todas esas causas juntas. Por lo demis, hay un amplio acuerdo en reducir al denominador comin del término «imperialismo» el conjunto de contradicciones y de contrastes que minaban la estabilidad de Europa y del mundo prebélico, «La era del im- perialisino» es tn titulo repetido en varias obras de sintesis sobre los tltimos decenios del siglo XIX y principios del Xx. Se trata, sin embargo, de un térmi- no y de un coneepto controvertidos y que admiten distintas interpretacio~ nes. Para Hobson, quien fue el primero en intentar un anilisis del fenéme- no, el imperialismo correspondia a una forma degencrativa del capitalismo de la libre competencia y, como tal, podia ser frenado y climinado; en cam~ bio, para Lenin, quien le dedicé uno de sus escritos més famosos, redactado durante la primera guerra mundial, el imperialismo representaba una fase, la «suprema», del desurrollo capitalista, un fenémeno consustancial e inheren- tea la naturaleza misma del capitalismo: como tal, slo podia ser suprimido mediante la superacién de este tiltimo. Un corolario de semejante interpre- tacién era que cualquier discusién sobre la responsabilidad de cada una de las potencias en el estallido del conflicto, cualquier Schuldfrage, era ociosa, cn tanto que todas eran igualmente responsables. Para Schumpeter, por fin, quien escribié sobre el tema en 1919, el imperialismo no era un fend- ‘meno nuevo, sino, al contrario, un eatavismo» que ahondaba sus raices en un pasado feudal y militarista, cuando no en la naturaleza humana y en sus freudianas «pulsiones», Por consiguiente, los imperios centrales y su mifita- rismo aparecfan como los principales responsables de la guerra. A cada teoria del imperialismo cortespondia, pues, un distinto diagnostico de los origenes yylas causas de la guerra, y una distinta terapia para asegurar la paz. De cual- quier forma que se le definicra, el imperialismo segufa siendo un enredo de contradieciones sin solucionar, Pero no se puede decir que la conciencia de tales contradicciones haya calado profundamente en la opinién piiblica y menos ain que perturbara en exceso los suefios de la que iba a pasar a la historia como la «generacion de 1914», Era conviccidn extendida que, en un mundo econémicamente inte~ grado como era el del siglo 2x, la guerra era un instrumento ya anacrénico ¥y obsoleto, y que un eventual conflicto entre pueblos civilizados hubiera re~ presentado un dafio no s6lo para los vencidos, sino también para los vence- dores, para la comin y mutua prosperidad de ambos. Hubiera sido —como rezaba el titulo de un afortunado libro del periodista americano Norman ‘Angel una «gran ilusién». Todo lo mis se podia y se debia recurrir al uso = Hora general el igo 4 de a fuerza y de las armas para llevar la civilizacién al mando no civilizado, stars po mplo I opinign del presente smesicano Theodore Roose , aunque ello no obsté para que se le otorgas 3s primeros pre- trios Nobel dela ass nn TM oowgne uno de os primeros pre For Jo tanto, es comprensible que, cuando en julio de 1914, a ratz del steatsdo de Sardjera-y de ultrenolon puentaicsa Sekt le conoccwtina tos se precipitaron y quedé clara que el conficto cra ya inevitable, a l opi~ nin publica se la cogié por sorpresa, desprevenida. No se puede decis, sin embargo, que por ello resultara traumatizada. Porque era convicci6n genera lizada que la guerra seria breve, como lo habian sido las ibradas en territo- rio europeo a lo largo del siglo XIX: una Blizztrieg. Los militares estaban convencidos de ello: el plan Schlieffen, que preveia la invasion de Belgica, una rpida aniquilacin de Francia y un sucesivo ataque resolutivo a Rusia, se basaba precisamente en este concepto, Estaban convencidos de ello los go" biernos, los exponentes politicos con pocas excepciones, entre ellas ta de ita liano Giolitt, para quien la guerra no duraca tes meses, pero tampoco tres ahios. Asimismo, estaba convencida de ello una parte no desdeftable de la opinidn pablica: la que recibié el anuncio de la guerra como el final de una cotidianidad aburrida y gris y como una revancha de sus propia frustracio- nes. Ese era quizé el estado de dnimo de las multitudes que en las calles de Paris y Berlin despedtan a los soldados que iban al frente con manifestacio- nes de entusiasmo patri6tico; 0 el de los dos millones y medio de jévenes que en Inglaterra -un pais donde el servicio militar obligatorio se introdujo solo durante la guerra corrieron a alistarse como voluntarios, como si de una competicin deportiva se tratara. También en Italia a pesar de que en- {6 en guerra cuando el conflieto estaba ya estabilizado yl ilusion de fa Blitz~ Arieg se habia esfumado~ se repitieron, en el «mayo himinoso» de 1915, las ‘mismas escenas de entusiasme que diez meses antes se habian visto en Pa- risyen Berlin. La exaltacién patridtica del momento arrastré también a in- telectuales de gran prestigio. El primer nombre que viene a la memoria es el de Thomas Mann, quien en sus Consideraconer de un apatiticainterpret6 la guerra en curso como un conflieto entre Ia solidez de la Kultur alernana y Ja volubilidad de la cessation francesa. Incluso el joven Antonio Gramsc, por entonces estudiante y militante socialista en Turin, se decanté a favor de Ja intervencién. Entre los convertidos al patriotismo se contaron también algunos premios Nobel de la Paz, como cl italiano Ernesto Teodoro Mone- tayel francés Paul Estournelles de Constant. Los dems, los que~como Fi- lippo Tommaso Marinetti- consideraban la guerra como la shigiene del mundo», recibieron su estallido con entusiasmo, como una liberacién, y al- ggunos de ellos se apresuraron a alistarse. Por contra, los casos de abierta dis crepancia, como el de Romain Rolland en Francia o de Bernard Shaw en Inglaterra, quedaron como episodios aislados. Dee primera guerra mse shale grom epson 3 Existfan, desde luego, corrientes de opinién que habfan convertido la lucha contra la guerra en una de las razones de su vida. En 1907, los parti- dos que formaban parte de la Intemacional Socialista, reunidos en congre- so en Stuttgart, habfan votado una resoluciéa, presentada por Lenin y Rosa Luxemburg, cn la que se comprometian a reaccionar con el llamamiento a ia huelga general en el easo de que, a pesar de todo, la guerra estallase. Sin embargo, ia conviccién dominante entre los socialistas curopeos era que nunca se legaria «tales extremos, y todavia pocos dias antes del inicio de la conflagracidn, ellos se disponian a reunirse en Viena la tltima semana de agosto, para un congreso que tuvo que ser anulado a causa del atentado de Sarajevo. Cada partido socialista se vio, asi, en la necesidad de tomar po~ sicidn ante un hecho consumado e inespexado. El mas fuerte de ellos, la so- cialdemocracia alemana, vot6 el dia 4 de agosto los créditos de guerra exigi~ dos por el gobierno, y lo mismo hicieron los socialistas austriacos. Esto proporcioné a los socialistas franceses la justificacién o el pretexto para po~ Sicionarse del lado de su gobierno, a pesar de que acababan de librar una vi- gorosa lucha contra la prolongacion a tres anos del servicio militar y que en fas elecciones de 1914 habjan cosechado un importante éxito. Ladecistén se tomé pocos dias después del asesinato de su lider mas prestigioso, Jean Jaurés, a manos de un fandtico chovinista. En agosto de 1914, dos represen~ ‘antes socialistas —Marcel Sembat y Jules Guesde~ entraron a formar parte de un gabinete conocido con el nombre de Union Sacrée. En Inglaterra, el Partido Laborista también acord6,en mayo de 1915, que uno de sus més des- tacados lideres entrara.en el gobierno de coalicién presidido por lord Asquith y seguidamente, en diciembre de 1916, en el presidido por Lloyd George. Entre los demas partidos socialistas, los tinicos que se pronunciaron contra la guerra fueron el puftado de bolcheviques rusos y los serbios. En cuanto al Partido Socialista Italiano, adopté una fé rmula no exenta de ambigiedades: ni adherirse ni sabotear. El compromiso cle Stuttgart, pues, seafirmado en el congreso de Basilea de 1912, no fue respetado, No por ello es admisible ha blar de «fracaso»-y menos alia de «traicibr» por parte de la Segunda Interna~ ional: ademés del factor sorpresa y de a falta de preparacidn, es necesario tener en cuenta el hecho de que ea los sectores de la opinisn publica yen las clases sociales que constituian la base de la fuerza electoral de los partidos socialistas ~especialmente los trabajadores organizados en sindicatos~ cl re- flejo patriético prevalecis sobre el internacionalista, mientras, por contra, di chos partidos estaban escasamente presentes ¥ arraigados en el mundo cam= pesino, que seria la reserva de donde los cjércitos, especialmente el ruso y el italiano, iban a obtener la gran mayoria de sus reclutas. En cambio, aquellos partidos, como los de tendencia catélica, que estaban més arraigados en el mundo rural adoptaron una posicién de espera o de apoyo. El Zenérum ale- ‘mn se adhirié a la tregua reclamada por el gobierno (Biirgerffiede) y en Tta- a Historia pena dl igh 8 lia el ditigente eatdlico Filippo Media entré a formar parte del gobierno Bo- selli, en 1916, Elclero catdlico, por su parte, quedé profundamente dividido, pero en su conjunto mantuvo wna postura discreta, a la espera de una sefal de los superiozes. Esta sefial se prociujo en agosto de 1917, cuando el nuevo papa, Benedicto XY, dirigi6 a los jefes de las potencias beligerantes una car- ta, levantando su voz para condenax la ‘La entrada en guerra de los E:stados Unidos en abril de 1917 no cam- bid, por el momento, los equilibrios militares que se habian establecido en el terreno, ya que el cuerpo de expedicién norteamericano serfa operativo ten Francia sélo en la primavera cle 1918; pero el enorme potencial econd- ico del que disponia este pais aseguraba a los aliados un arsenal y unos re- ‘cursos decisivos. La guerra habia Iegado a un punto de inflexi6n: a partir de ahora, la cuestidn ya no era quién seria el vencedor, sino cudindo y eémo ter- ‘minaria la guerra, ‘En Austria-Hungrfa y en la propia Alemania hubo quien se percatd de dllo. En abril-mayo el nuevo emperador austriaco, Carlos, dio a su cufiado, tl principe de Borbén Parma, el encargo de sondear al presiclente francés y a Lloyd George, declarando su disponibilidad para importantes concesio- nes, ¥ en julio el Reichstag aprob6 una resolucién en la que se pedfa la paz. En agosto fue el turno de la mencionada nota pontificia y en septiembre el de los gestos aperturistas que el secretario de estado de Asuntos Exre- Hores alemén, barén Von Kuehl mann, tuvo para con sus interlocutores in- gleses, Pero tampoco esta vez todos estos intentos llegaron a resultado algu- no y también esta vez el partido de los intransigentes y de los militares ogré salirse con la suya. Ya en julio de 1917 el canciller Von Bethmann Hollweg habia sido obligado a dimitir por el hombre fuerte del momento, el general Ludendorff. En el frente opuesto, en Francia, a consecuencia de Ia crisis del gobierno Painlevé y del alejamiento de la Union Saerée por par- ‘eta primera guerra medal gran depres 5 te de los socialistas, el cargo de presidente del consejo de ministros pasabaa Bee eee altel mereom casa recooslincén ode edna y prtidaronfenble de coin gueze asta la victoria, Pero algunos creian (o tenian la ihusin) que esa paz. que los gobiernos no conseguian acordar, podria, sin embargo, alcanzarse gracias a la presién -ée Ia opinién piiblica, desde abajo. Esta era la conviccién de amplios secto- res de los partidos de la Internacional Socialista. Cuando habia estallado la guerra, en cada partido de Ia Internacional se habia producido, como hemos cbserval, una excision entre los que apoysban lesen baico yuna mi- nosia que se mantenia firme en el principio de la oposicién a la guerra. Esta sia 6 Ra ini nextel ein pn tebe ti sh ees ferencias en las que habian participado, entre otros, Lenin, Rosa Luxem- burg, Karl Liebknecht y algunos socialistas italianos, pero sus llamamientos hhabian tenido escasa resonancia. A lo largo de 1917, por iniciativa de los s0- cialistas de los paises neutrales y especialmente de los escandinavos y de los, holandeses, fue tomando consistencia Ia idea de convocar para el mes de agosto, en Estocolmo, una conferencia en la que habrian tenido que partici- par delegaciones de todos los paises. Esta propuesta encontré de inmediato el apoyo sin reservas de los socialistas rusos y de aquellos socialistas alema- nies que en 1917 se habjan separado de la Socialdemocracia para formar un partido socialdemécrata independiente (USPD); adem, se mostraron in teresados en ella miembros aislados de los paises aliados. En Inglaterra uno de los mis autorizados exponentes laboristas, Arthur Henderson, ministro del Gabinete de Guerra, fue a Petrogrado, en junio, para ponerse en contac- 9 con los sociales roe y pars converear con clo sobre las iodide les de la conferencia que se proyectaba. Pero poco después, en agosto, se vio obligado a dimitir por haber declarado, doaape eaceotienda copetal dd Partido Laborista, su apoyo a la participacién de los laboristas ingleses en la conferencia. Las divisiones que se dieron entre los varios partidos de la In- ternacional Socialista y dentro de cada uno de ellos hicieron que finalmente Iaconferencia de Estocolmo tuviese que ser aplazada sine die. A ello contri- bbuyé también, por lo demis, el desarrollo de los acontecimientos. Porque, mientras tanto, en Rusia la situacién se habia deteriorado toda~ via mis. En las dos metr6polis del pais, Petrogrado y Mose, se suftia el hambre; en las filas del cjército se accratuaba cada dia mas el proceso de di- solucién, lo que permitia a los ejércitos imperiales penetrar cada vex mis profundamente en territorio ruso, hasta llegar a amenazar Petrogrado, La ofensiva en Galitzia, decidida en junio por el gobierno provisional, y a cuya cabeza se encontraba ahora el socialrevolucionario Kerensky, s¢ sald6 con un desastroso fracaso y unidades enteras del ¢jército ruso dejaron simple- mente de luchar. Los soldados que formaban parte de ellas volvieron a sus 2 Hsia pera de siglo 1 aldeas y reclamaban la tierra como compensacion por sus sufrimientos y sus sacrificios. La economia se encontraba totalmente colapsada y la mone~ da habia perdido practicamente todo su valor. La situaci6n era, pues, insos- tenible, Un gobierno autoritario era para muchos la tinica alternativa ala di~ olucidn y a la snarquia definitivas. Como se sabe, éata fie el rumbo que tomaron los acontecimientos. La revolucién de 1917 es un acontecimiento que no pertenece sélo ala historia cusa, sino a la de toda Ja humanidad contempordinea. Ast que ten~ ddeemos que volver a hablar con ms detenimiento tanto de sus consecuencias internas como de su enorme impacto fuera de las fronteras de Rusia. Por ahora, para no perder cl hilo del discurso que hemos venido desarrollando hasta aqui, nos limitamos a considerar su influencia cn los sucesivos avata- res del conflicto mundial y en las negociaciones de paz. ‘Una de las primeras iniciativas del gobierno revolucionario presidido por Lenin fue Ia promulgacién de un decreto sobre la paz, dirigido «a los pueblos y a los gobiernos»; alli el gobierno se declaraba a favor de una p: «sin indemnizaciones y sin anexiones» y del derecho a la autodctermina: ‘Gin, y se apelaba a Tos pueblos para que obligaran a sus respectivos gobicr- nos a terminar con la masacre que se estaba produciendo. Al mismo tiem- po, yen relacién con lo anterior, se hacian piiblicos los tratados suscritos por el gobierno zarista, revelando asi las intrigas de la «diplomacia secret, Se trataba de un documento explosivo, pero también ambiguo. Al di- rigirse «a los pueblos y a los gobiernos», el gobierno sovidtico no llegaba a clegir entre una solucién negociada del conflicto, sobre la base de los prin- cipios enunciados en el decreto, y wna solucién revolucionaria. Esta ttima se contemplaba sobre todo en relacién con Alemania, donde la perspectiva de una revolucién inrinente parecia cercans. Lenin estaba convencido, is cluso, de que, de no realizarse esta expectativa, los propios bolcheviques no tendrian posibilidad ninguna de mantenerse en el poder. Cuando resul- 16 claro que esta esperanza tenia que ser aplazada, el grupo dirigente sc en~ contré ante la dramatica disyuntiva entre aceptar unas condiciones para la rendicidn que se anunciaban durisimas 0 rechazar dichas condiciones, con- fiando en el desarrollo futuro del movimiento revolucionario y en la solida- ‘idad del protetariado internacional. Ante tal dilema, el grupo dirigente bol- chevique se encontré dividido entre quien, como Trotsky y Bujarin, sostenia Jatesis del rechazo y quien, como Lenin, estaba decidido a firmar la paz, por muy dura que fuese. Al final, tras un debate dramético, esta tiltima solucisn, prevaleci, aunque por poco tiempo. E13 de marzo de 1918 se firmaba asi, en Brest-Litovsk, un tratado de paz segyin el cual la Rusia soviética renun- Giaba a los paises balticos, a Finlandia y a algunas regiones de la Transcau- ‘asia, que pasaban a los turcos, y retiraba sus tropas de Ucrania, donde los alemanes se apresuraron a instalar un gobierno titere fiel a ellos. Dela priera gerne mania ala ram depresion = Aunque no pudo evitar la humillacién de Brest-Litovsk, el decreto de paz no carecié de efectos. En la nueva situacién que se habia determinado a raiz de la intervenci6n norteamericana y la revolucion de octubre, el proble- ma de la definicin de las finalidades de 1a guerra ~es decir, de las solucio- nes que ce tendrfan quo adoptar para asegurar una paz duraders, dando ya por descontada la previsible y deseada victoria aliada~ se fue imponiendo cada vez mis entre amplios sectores de la opinién pablica. Una aportacién especialmente relevante en tal sentido vino del Partido Laborista inglés, que en diciembre de 1917 hizo publica una declaracidn, redactada por Archur Henderson ~el hombre de la conferencia de Estocolmo-, Sidney Webb y Ramsay MacDonald, donde, entre otras cosas, se abogaba por el derecho aa autodeterminacién de los pueblos que formaban parte de los imperios austro-hiingaro y turco y por la creacién cle una Sociedad de fas Naciones, a la que, entre otros cometidos, tendria que ser confiado el mandato sobre toda Africa tropical Sobre este telon de fondo hay que colocar los catorce puntos que ¢l presidente americano, Wilson, hizo ptiblicos el 8 de enero de 1918. Este célebre documento tenfa unos cuantos puntos en comtin con el decreto de Lenin sobre la paz, como la condena de la diplomacia secreta y la reivin~ dicacién del derecho a Ia autodeterminacién; pero en otros aspectos se di- ferenciaba de él radicalmente. El principio de la «libertad de los mares», ‘mencionado en su primer articulo, suponta no sélo un mundo regulado por las leyes de la libre competencia y de la economia capitalista, sino también el papel hegemdnico que Estados Unidos habria ejercido en este mundo y cen este mercado. Bajo estos presupuestos, estaba claro que en la Sociedad de las Naciones, euya creacidn se proponia en el iltimo articulo, las poten cias vencedoras, y en particular Estados Unidos, iban @ tener un papel pre: ponderante. Habia, pues, entre ambos documentos y entre las visiones del ‘mundo que ellos suponian, diferencias irreconciliables: el proyecto de Wil- son de un nuevo orden internacional realizable mediante una expansién gradual de la democracia occidental en. las relaciones interns e interna- Gionales y una prudente descolonizacién («solucidn imparcial de todas las ‘exigencias coloniales»)~ estaba muy lejos del de Lenin, segin el cual la tini~ ca posibilidad de prevenir una nueva Weltkrieg consistia en una Weltrevo- ution, que destruyera el orden capitalista y llevara a cabo una descoloniza~ cisn integral. Existi sin embargo, una coincidencia fundamental. Objetive final de ambos documentos era un nuevo sistema de relaciones internacio- rales, capaz de asegurar la paz no ya en virtud del mantenimiento del séa~ fuquo y de la congelacidn de las relaciones entre los estados y ls clases, sino gracias a la eliminaci6n de las causas de la guerra: la opresién y Ia sumni- sién de un pueblo por parte de otro, y las desigualdades sociales dentro de cada estado. 2 Historia general dal sgl 2 1.4. LOS TRATADOS DE PAZ La paz de Brest-Litovsk permitié a Alemania desplazar todo su potencial bélico al frente occidental, donde, entre marzo y julio de 1918, lana6 unas ofensivas a gran escala que, sin embargo, después de los primeros éxitos, se estrellaron en la resistencia aliada. En julio, las tropas anglofrancesas, refor~ ‘zadas por un contingente norteamericano de un millén de hombres al man- do del general Pershing, pasaron a la ofensiva, obligando a los alemanes a la retirada, esta vez sin posibilidades de revancha, También en los dems fren- tes en los Baleanes, en Oriente Medio y en el frente italiano~ los aliados pasaron al ataque. En octubre el Kaiser ofrecié a Wilson Ja paz sobre la base de los catorce puntos, pero su propuesta fre rechazada. Se constituy6 en- tonces un gobierno de coalicién presidido por el principe Max von Baden, que, por lo demés, tuvo una duracién efimera. Bl amotinamiento de a base naval de Kiel y el estallido de motines revolucionarios en Berlin, obligaron al principe a transferir sus poderes al lider socialdemécrata Ebert. E19 de noviembre se proclamaba la repiblica en Berlin, mientras que el Kaiser se refugiaba en Holanda. Unos dias antes, el 4 de noviembre, Austria habia fir ‘mado el armisticio con Ttalia y también habia proclamado la repéblica. Final- mente, el 11 de noviembre, el nuevo gobierno republicano alemin firmaba Ja capitulacién. La primera guerra mundial habia terminado, [La conferencia de paz de Paris comenzé el 12 de enero de 1918 y eon- . En su pla- taforma figuraban reivindicaciones como la propiedad piiblica de la energia eléctrica, la eventual nacionalizacin de los ferrocarrles, el convenio colee- tivo, un paquete de ayudas o subvenciones en favor de los agricultores afec- tados por las rebajas de los precios agricolas, la abolicion de las disposicio- nes que limitaban la libertad de huelga y un cierto niimero de medidas de Iegislacién social. Todo ello bajo el signa del rechazo al «principio del indi- vidualismo despiadado y de la despiadada competencia». Se trataba de un programa en el espiritu de la tradicién reformadora y «populistar y que, como tal, logré reunir un consenso relevante y en todo caso poco habitual para un «tercer partido». Pero también se trataba de un consenso socialmen- te heterogéneo y diversamente motivado en términos politicos. Entre los ppartidarios y los electores de La Follette se contaban no sélo seguidores (0 nostilgicos) del populismo de Theodore Roosevelt y de la «nueva democra- cia» wilsoniana, sino también algunos sindicatos, el Partido Socialista y, a través del Farmer Labeur Party, donde se habian infiltrado incluso algunos co- munistas, cuyo apoyo, por otra parte, La Follette se apresurd a sechazar. La aportacidn de votos mis consistente fue, con todo, la de la minoria étnica ale- mana, que no olvidaba que La Pollette habia sido un decidido opositor de la intervencin en la guerra, En realidad el éxito del «tercer partido», que re- sulté especialmente Ilamativo en Wisconsin y en otros estados agricolas representaba més una prucba de la crisis del Partido Demécrata y del «pro- gresismor ~ya fuera de derivacién rooseveltiana o wilsoniana~, que el naci- Iiento de una fuerza politica en condiciones de introducirse de forma estable en el tradicional sistema bipartidista. A la muerte de La Follette en 1925, el Partido Progresista se descompusa, en efecto, en sus varios componentes ¥ dejé de ejercer un papel politico eficaz. Durante los afios veinte, pues, la hegemonia republicana fue indiscuti~ ble y por consiguiente las administraciones que se sucedieron pudieron tra~ bajar con tranquilidad y continuidad. st nara general cel rig El terreno donde fue més evidente la inversién de tendencia respecto de las administraciones demécratas fue el cle la politica exterior y de las rela- ciones internacionales. La orientacién general fue la de devolver a los Esta- dos Unidos su plena libertad de aceién, desvinculando al pais de los com- promisos adquiridos durante la guerra y en la conferencia de Paris. En este Contexto se sittian los tratados de Washington de febrero de 1922 sobre el firea del Pacifico ~de los que hablaremos en su. momento~ y, en lo que res- pecta el escenario curopeo, la estipulacién, en julio de 1921, de un tratado de paz con Alemania. También la cuestién rusa ~cuya trascendencia habia sido percibida claramente por Wilson, hasta el punto de intentar estableces, 1 principios de 1919, un contacto con el gobicrno sovigtico (misién bulitt)— file, a su manera, solucionada, simplemente soslayindola. Ello no obsté, sin embargo, para que la administracién republicana, y su dindmico secretario de Comercio Hoover, enviara consisterstes ayudas humanitarias a la Rusia hambrienta. En cuanto a la Sociedad de las Naciones, el presidente Har- ding, nada més tomar posesiGn de su cargo, se apresuré a declarar que Esta~ os Unidos exclu la posibilidad de entrar a formar parte de ellas y nombré embajador en Londces, la capital mis interesada en Ia asamblea de Ginebra, 42.un notorio opositor del Covenant. A los tres afios de la enunciacién de Tos catorce puntos, que tantas esperanzas y tantas ilusiones habian despertado en este lado del Atlintico, Norteamérica daba la espalda a Europa y renun~ ciaba al designio wilsoniano de un liderazgo internacional, retirandose para utilizar un término que precisamente en aquellos aftos se hizo corrien- te en su waislacionismoy. En un mundo que, si habia dejado de ser un sistema, soguia, no obstante, siendo interdependiente, las relaciones internacionales no se limitaban, sin embargo, a las tradicionales relaciones diplométicas, sino que implicaban tuna compleja red de corzelaciones, a partir de las econémicas. Los datos re~ lativos ala balanza comercial, comparando entre anteguerra y posguerra, son realizada a golpe de requisiciones manu militar. En com- paracién con el decreto del 8 de noviembre el cambio era brusco, con la consecuencia de que el margen de consenso entre los campesinos se fue re~ duciendo, El gobierno soviético intenté encontrar un punto de apoyo en los campos, promoviendo la formacién de comités de campesinos pobres (ton bedy), con el objetivo de aprovecharse del antagonismo entre estos tiltimos (bednuak’} y los campesinos medianos (serednjaki) y ticos (kulaki), que se ha- ban beneficiado en mayor medida de la distribucién de las tierras. Los Aom- bedy no duraron mucho (fueron suprimidos a principios de 1919), pero el principio y la préctica de la lucha de clases ya habian sido introducidos en Jos campos y en el mir, causando desgarros. Es mis: hay estudiosos que ‘mantienen que estas medidas, en lugar de ser una consecuencia de la guerra civil, fueron una de sus causas, dada su intempestividad y falta de madu- raciéa, y que la misma guerra civil se hubiera podido evitar si en fa prima~ vera de 1918 se hubiesen adoptado agucllas medidas de liberalizacién co ‘mercial que se tomaron en 1921 con el viraje de la NEP (Medvedev, 1978) Es cierto que si el poder soviético hubiese carecido de apoyo en el cam- poyno hubiese podido superar la prueba terrible de a guecra civil, pro también @s cierto que la actitud de los campesinos durante Ia guerra ~fuera de pasi- vidad, de neutralidad o incluso de apoyo— se explica mis por el temor —que la experiencia de las zonas ocupaclas por los blancos habia demostrado que era fundado~ de un retorno de los pomeshili, que por motivaciones positivas. Sea como fuere, es seguro que el principio de la guerra civil coincidis con el giro de los botcheviques en la politica agratia, cuando no fue una con~ secuencia de ello. En efecto, fue en junio de 1918 cuando un contingente checoslovaco de sesenta mil hombres, que tenfa que ser enviado a Viadivos- toka través del transiberiano, se nego 2 dejarse desarmar y entré en contlicto con las autoridades soviéticas locales. Fue la sefial del inicio de una guerra civil que se prolongaria durante dos afios y costaria la vida de millones de se- res humanos. Su desarrollo fue muy confuso, especialmente en Uerania, en. el Ciucaso y en las regiones de Asia central, donde los confictos politicos se sumaron y se mezclaron con los de las diversas etnias, y conocis fases al~ temas: hubo momentos en que los ejércitos de los generales blancos, que operaban en varios frentes y eran apoyados por Francia, Inglaterra y Japdn, estuvieron cerca de alcanzar la victoria, pero al final el poder sovietico pudo resistic y superar la fase mds dificil. Esto fue posible, en una medida consi- erable, gracias a la colaboracion de los lamados spezy, oficiales del disuelto {jército zarista, los cuales, con tal de evitar la disolucién del pais, eligieron servir en el ejército rojo. Sobre su utilizacion se produjo un agrio contraste entre Trotsky, presidente del consejo militar revolucionario, y Stalin, que en cambio era contrario: el anuncio de una rivalidad politica y personal que se manifestaria de forma dramética mds adelante. ‘A principios de 1920 la guerra civil estaba ya finalizando, cuando un ‘nuevo peligro se fue acercando. A finales de abril las tropas polacas eruza- ron la frontera sovietica y el 6 de mayo ocuparon Kiey, con la intencién de reunirse con el gjército blanco del general Wrangel, que actuaba en Ia Rusia meridional. En julio el ejército rojo pasé al contraataque, reconquist6 Kiev, y avanzé en profundidad en territorio polaco. La caida de Varsovia se con- sideraba inminente y los delegados llegados a Mosca para el Il Congreso de la Internacional Comunista seguian sobre un mapa instalado en la sala del congreso los avances del ejército soviético, confiando en que Ia avanzada y Jas victorias de éste serian la sefial para una reactivacién del movimiento re- volucionario en los baluartes del Occiclente capitalista. Se producia asi una situacidn en la que quedaban de manifiesto todas las cuestiones que no ha- ‘ian sido solucionadas anteriormente y se imponian decisiones lenas de consecuencias. Era preciso escoger la ocasidn favorable para profundizar “a Hiri general del glo 6 en los contactos ya tomados con las diplomacias occidentales y aceptar la oferta de mediacién en el conflicto ruso-polaco ya avanzada por Inglaterra, o bien era preciso avanzar hacia Varsovia y apostar por una escalada revolu- cionaria en el corazén de Europa? Igual que en el caso de Brest-Litovsk, también en esta ocatién al grupo di- rigente bolchevique se encontré dividido, pero con respecto a entonces las par- tes se habian invertido, Porque esta ver. fue Lenin el que defendié la opcién de Ja guerra revolucionaria, mientras que Trotsky, apoyado por Radek y Ryko, se pronuncié en contra de la prosecucién de la ofensiva. Con todo, los aconteci- Iicntos impusieron una decisién:a mediados de agosto los polacos, al mando del general Pilsudsky, pasaban a su ver al contraataque, obligando al ejército rojo a una retirada tan ripida como lo habia sido su avanee. En octubre la Re- publica Soviética Federativa Socialista Rusa (RSFSR) y Polonia firmaban un armisticio yen marzo de 1921 la paz de Riga fjaba la frontera entre los dos estados en las lineas ocupadas por los dos eércitos en el momento del cese de Jas hostilidades: una solucin mas desfavorable, para la RSFSR, que la opcién propuesta pocas semanas atris por el ministro de Exteriores inglés Curzon, basada en un criterio étnico. En cambio el ejército soviético pudo concentrar sus esfuerzos en la liquidacién de las formaciones contrarrevolucionarias blaneas y en diciembre los restos de las huestes de Wrangel abandonaban por via maritima la Rusia meridional. El poder sovitico salia asi definitiva- ‘mente vencedor de la guerra civil. El precio de esta victoria fue sin embargo muy clevado, no sdlo en términos humanos, sino también politicos. Los bolcheviques definfan el estado a cuya cabeza estaban como una dictadura del proletariado, de 1a cual eran expresin los soviets. De hecho, se trataba de la dictadura de un partido: la colaboracién con los socialistas tevolucionarios de izquierda, puesta en marcha desde noviembre de 1917, no habia sobrevivido a la crisis de las relaciones entre los dos partidos, que s¢ habia producido a consecuencia de la paz. de Brest-Litovsk, no compar~ tida por los socialistas revolucionarios, y del nuevo curso de la politica agri- cola que, como se ha visto, los bolcheviques emprendieron a partir de mayo de 1918. El asesinato del embajador alemn Mirbach por obra de dos mili- tantes socialistas revolucionarios, y cl intento de insursecciéa promovido por ellos en Moscti en julio de 1918, dieron el golpe de gracia ala colabora- ‘Gin entre Los dos partidos. Ninguno de los dirigentes bolcheviques habia teorizado nunca un sistema monopartidista y sdlo en el XI Congreso del partido, cn marzo de 1922, el sistema de partido tinico (que en todo caso es ‘cosa distinta del totalitarismo) recibir una saneiSn oficial. De hecho, sin ‘embargo, ya desde julio de 1918 se habia establecido un monopolio del po- der por parte de los bolcheviques, aunque los dems partidos formalmente continuaban existiendo y tenfan tepresentaci6n, cada vez més limitada, en los soviets y en los sindicatos. Pero sus mérgenes de iniciativa se hacfan cada Dela primers guerra mandial ale gran depen ” ‘vex mas estrechos y sus representantes més destacados acabaroa cligiendo la salida de Ia emigeacién, allanando asi el camino a un éxodo masivo de inte~ lectuales que privé ala Rusia sovietica de enexgias y competencias preciosas Entre los que dejaron el pais se encontraba también Maxim Gorky, el mas conocido de los eecrisores ruzos de la épocay amigo de Lenin. La dictadura del proletariado iba asumicenlo, pues, cada vez ms las formas “de una cictadura militar El precedente histérico al que ve referfan los bolche- viques y el propio Lenin era el de la fase jacobina de la revolucién francesa, con su feuée en massey su Terror. La primera se realiz6 con la restauracion del servicio militar obligatorio ya formacién de un ejército que llegé acontar con cinco millones de hombres; pero también se produjo lo segundo. La pena de muerte, que habia sido abolida en diciembre de 1917, fue restablecida en junio de 1918 y entre las primeras victimas estuvieron el zar y su familia, que fueron fusilados en Ekaterinemburgo en julio. Ademiés se instituy6 tuna milicia extra ordinaria con cometidos de represidn de las actividades contrarrevoluciona- sas la Checo- y se abrieron los primeros campos de trabajo y de deportacién, Las férreas leyes que el partido imponia al pais, se las imponia también a si mismo, Durante la guerra civil sus filas habfan aumentado hasta superar los seiscientos mil afiliados, una cifra que, por lo demés, no tiene en cuenta las pér~ didas de la guerra civil “cerca de doscientos mil hombres y de la tasa muy alta de rotacién de los militantes, sometidos a un enorme desgaste psiquico y fi- sico. En total, pues, algunos centenares de miles de personas, tal vez un mi- lon, sobre una poblacion de ciento treinta y dos millones, mayoritariamente concentrados en las ciudades y en su gran mayoria jovenes. Ademés, buena parte de los afiliados (hasta el 5% en mayo de 1920) servian en el ercito rojo esta identificacién con el ejército tuvo como consecuencia la introduccién en, él partido de valores y modelos de organizacién tipicos de la vida militar. El principio de la eleccion de los cargos fue sustituido por el del nombramiento desde arriba (naznaentsex), el de [a direccién colectiva por el principio de la unidad de mando (edinonacalie)y de la eresponsbitidad personaly. En el estatu- to aprobado en la VIII conferericia de 1919 figura por vez primera un articulo que indica la «severa disciptinay como la primera obligacién para los militantes Ylas organizaciones. Ast, una virtud militar se convertia en una virtud politica. ‘La guerra civil acabé, pero las formas y los métodos organizativos con. los que se habia conducido le sobrevivian ¢ inchiso se abria paso la idea de ‘transferirlos a la obra de reconstruccién. El primer partidario de esta orien- tacién fue Lev Davidovich Bronstein, apodado Trotsky, el principal artifice de la victoria en la guerra civil. En la ponencia que presenté en el IX Con- ‘reso del partido (marzo-abril de 1920), éste avanz6 una serie de propues~ tas para la formacién de unos ejércitos de trabajo, encontrando el apoyo sin reservas de Lenin. Por su parte, Nikolai Ivanovich Bujarin fue incluso més allé y en su libro sobre la economia de la transicién, publicado también en ° Historia gona del sg 206 1920, defendis que la economia basada en el trueque y en la abolicién de Ia ‘moneda -el llamado «comunismo de guerra» no debia considerarse como ‘una dura necesidad impuesta por circunstancias excepcionales, sino precisa~ ‘mente como una etransicién» hacia el comunismo segiin Ia formula marxia~ nna de «a cada uno segiin sus necesidacles». De modo consccuente con esta orientacién, en noviembre de 1920 todas las empresas existentes en el pais fueron nacionalizadas y el suministro de bienes y servicios esenciales -en la medida en que existian—se hizo gratuito para obreros y empleados ‘Mis que una «incursién en el futuro», como se dijo, se trataba de una huida del presente, s6lo explicable por fa euforia de la victoria y Ia experan- za persistente de una revolucién en Occidente. ero no tuva que pasar mucho tiempo para que, coma se ha observado, el desenlace de Ia gucrra polaca obligara al grupo dirigente bolchevique a volver a la realidad, a la trigica realidad de un pais agotado y hambriento. Si Ia cosecha de 1920 habia sido peor que la del afto anterior, la de 1921 se anunciaba catastréfica. En el curso de este afio Rusia conocié, en efecto, una de las peores carestias de su historia, donde encontrarian la muerte ~segtin calculos apraximados~ dos millones de personas y el ntimero de nitios aban- donados—los brezprizorny— alcanzaria la cifra espantosa de cinco millones y ‘medio. En estas condiciones, pedir a un pais agotado que continuara some~ tigndose a la dura disciplina de fa militarizacidn significaba superar los Ii- mites de lo tolerable y, de hecho, el pais no lo tolerd. En el verano de 1920 tuna revuelta de grandes proporciones estall6 en la regidn de Tambor, pero no era sino el epicentro de un descontento y de una agitacidn que se difun- dian por doquier. Después de Tambov, en marzo de 1920, se rebelaba la ciu- dadela de Kronstadt, uno de los bastiones de la revolucidn, y sus marineros reclamaban unos «oviets sin comunistasy. La rebelidn de Kronstadt fue re~ pprimida por el cjército rojo al mando de Trotsky yTujachevsky, y las revuel- tas en los campos se apagaron no sélo a causa de las represiones de las que fueron objeto, sino sobre todo de la carestfa. Sin embargo, ya era evidente ppara todos que aquellas leyes dle la ecomomia y del mercado que se crey6 po- der dominar mediante la «coercion extraecondmica» y el entusiasmo jacobi~ no estaban tomandose su revancha y no se podian ignorar. Comenaaba asi ‘un nuevo perfodo en fa historia soviética, pero la huella dejada por el eco- munismo de guerra» y la militarizacién de los afios de la guerra civil nunea se borraria y seri un élemento bisico del estalinismo, 3-3. LOS PRIMEROS ANOS DE LA NEP La Rusia revolucionaria venfa, asi, a enfientarse sola a los enormes proble- mas de un pais literalmente destruido por seis afios de guerra y de guerra ci- ada primera era mundial gran dersin s vil, Leningrado y Moscii, las dos fortalezas de la revolucién, entre octubre de 1917 y marzo de 1920, habjan visto sus poblaciones reducirse a dos ter~ cios y ala mitad respectivamente, y los que quedaban padecian frio y ham- tre. La produccién industrial de 1920 results ser el 12,9% de la de 1913 y la de acero el 1,69; los trabajadores ocupados en la industria, que habian sido el alma de la revolucién, desde los tres millones de 1917 se habian quedado sen 1.240.000. Los salarios correspondian a cerca de un tercio de los pagados antes de la guerra y se pagaban gencralmente en especie, puesto que el ra- blo habia perdido pricticamente todo su valor. De la red de ferrocarriles, ‘que durante la guerra habia sido sometida a un deterioro sin precedentes, que- daba disponible s6lo una cuarta parte de su extension. Rusia sobrevivia slo ‘gracias al campo, ~adonde habfan afluido codos los obreros sin trabajo y los soldados desmovilizados~ 0, mejor dicho, gracias a la tradicional capacidad de suftimiento y a los recursos humanos del campesino ruso, Rusia seguia siendo, en efecto, un pais campesino donde el 8496 de la poblacién vivia en el campo. Y precisamente a causa de la propia revolucién, {o era més que antes. La redistribucién masiva de tierras llevada a cabo des pués de Octubre no habia afectado sélo a las tierras de los pomesbiki'y del estado, sino también a aquellas haciendas mis modernas que se habfan constituido a raiz de las reformas de Stolypin y que produefan para el mer- cado. Por consiguiente el mimero de pequeiias propiedades, cuya produc- cicn estaba destinada en buena parte al autoconsumo, habfa aurnentado de diecisiete a veinticinco millones. No es de extraiar que, dada esta fragmen- tacidn, se acentuase la tendencia de los pequefios propictarios a asociarse en Ja tradicional comunidad del mir. Las posibilidades de la reconstruccién y la suerte del poder soviético dependian, pues, de los campos y de Ja reanuda- cidn de una relacién de intercambio entre la ciudad y el campo y de la con- vivencia ~ya que no de alianza~ entre obreros y campesinos (smyeba). De los dirigentes bolcheviques, Lenin fue el que con mas claridad se dio cuen- tade ello: en su optisculo Sobre ef impuesto en especie, de abril de 1921, esbo- 26 los rasgos de la que pasaria a la historia como la «Nueva Politica Econé- micar, la NEP. Casi al mismo tiempo, el comité ejecutivo central soviético (VCIK) emanaba una serie de decretos que establecian que los campesinos serian a partir de aquel momento libres de comerciar con sus productos, a cambio de la obligaciGn de pagar al estado un impuesto en especie propor~ ional a la elaboriosidad del cultivador, Sucesivamente, en mayo de 1922, una nueva ley fundamental sobre la explotacidn de la tierra reconocia a los, campesinos plena libertad en la eleccién entre varios tipos de organizacién agricola, pudiendo optar por la asociacién en el mr o por la parcela aislada, y les permitia incluso, dentro de ciertos limites, contratar mano de obra asa~ lariada. Es dificil evaluar el impacto de tales medidas, pero es un hecho que Ia cosecha de 1922 fue buena y que a partir de este aio la superficie de tie-

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