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CULTURA (MASCULINA) La concepcién del mundo, al igual que el mundo en st mismo, ‘es obra de los hombres; ellos lo describen desde su propio punto de vista, al que confunden con la verdad ab- soluta. Simone de Beauvoir La relacién de las mujeres con la cultura ha sido de tipo jndirecto. Ya hemos expuesto cémo la organizacién psiquica actual de los dos sexos dispone que las mujeres inviertan su energia emocional en los hombres, mientras estos «su- bliman» las suyas en el trabajo. Siguiendo esta senda, el amor de Ja mujer se convierte en el combustible que mueve la maquina cultural. (Esto por no hablar de las «grandes ideas» nacidas directamente de las discusiones matinales de tocador.) Ademas de proporcionarle su soporte emocional, las mu- jeres tuvieron, otra importante relacién indirecta con la cul- tura: la inspiraron. La «musa» era femenina, Los hombres cultos estaban emocionalmente distorsionados por el pro- ceso de sublimacién; convertfan la vida en arte y, por tanto, no podian vivirla, Las mujeres, sin embargo, y los hombres excluidos de la cultura siguieron en contacto directo con su experiencia —convirtiéndose, as{, en interesante materia de estudio cultural. Un ejemplo sacado de la historia del arte nos demuestra la intrinsicidad de las mujeres en el contenido cultural. 197 PAYERSDAD de RUINED REQ ISTITUTO BR ALOSUFIA FACMLIAS UE FALOSOIA Y LETRAS 4 Los hombres son estimulados eréticamente por el sexo opues- to; ahora bien, la pintura era quehacer masculino; por tan- to, el desnudo pasé a ser un desnudo femenino. En aquellos casos en que el desnudo artistico masculino alcanzé niveles notables —ya fuera en Ia obra de un artista individual, como Miguel Angel, o en todo un perfodo artistico, como’el dé la Grecia clasica— los hombres eran homosexuales. . El contenido artistico, cuando lo hay, est4 en Ja actuali- dad todavia mucho mds inspirado por las mujeres. Supon- gamos por un momento que eliminamos los personajes fe- meninos de las peliculas y las novelas mas populares, in- cluso de las obras de directores «de fuerte sesgo intelec- tual» —Antonioni, Bergman o Godard—; no quedaria gran cosa, porque durante los ultimos. siglos, especialmente .en la cultura’ popular —y debido, quizds a la problematica_po- sicién de Jas mujeres en la sociedad-- las mujeres han pa- sado a ser el contenido principal del arte. En realidad, si analizamos la propaganda —aunque sea de un sélo mes— de Ja produccién cultural, creeremos que las mujeres son lo twnico que ocupa el pensamiento de la gente. ¢Qué podemos decir acerca de las mujeres que han con- tribuido directamente .a Ja cultura? No hay. muchas. En el caso de aquellas pocas que han participado en la cultura masculina, han tenido que hacerlo en sus propios términos masculinos, Es algo palpable. Al tener que competir como hombres y en una actividad masculina --mientras seguian presionadas para que se encontraran a si mismas en sus antiguas funciones femeninas, funciones a todas luces con- trapuestas a las ambiciones que se habian autopropuesto— no es de extrafiar que rara vez resultaran tan habilidosas como los hombres en el juego de fa cultura. No es ya cuéstién de igualdad de competencia, sino de autenticidad, Hemos visto al hablar del amor cémo las mu- jeres modernas han imitado la psicologfa masculina, con- fundiéndola con la salud, y cémo han terminado por ello en peor situacién que los mismos hombres; ni siquiera, eran fieles a sus propias enfermedades. Hay todavia aspectos mds complejos ‘en esta cuestién dela autenticidad; Jas mu- jeres carecen dé medios para llegar 4 un acuérdo acerca de 198 qué es Io que realmente su experiencia les dicta y de si real- mente ésta es distinta de la de los hombres. El instrumento de representacién, de objetivacién de la propia experiencia para poder examinarla, esta tan plagado de prejuicios mas- culinos, que casi nunca pueden contemplarse culturalmente Jas mujeres a si mismas a través de sus propios ojos. El re- sultado es que los contenidos de su propia experiencia que chocan con la cultura ‘:predominante (masculina), son recha- zados y reprimidos. Debido; pues, a que los dictamenes culturales son obra masculina y a que tan sdlo presentan una perspectiva mascu- Jina sobre las cosas —~intensificada ahora por el bombardeo masivo de los medios de comunicacién— las mujeres no pueden conseguir una auténtica idea de si mismas. ¢Por qué las mujeres, por ejemplo, se sienten excitadas por repre- sentaciones’ pornograficas de cuerpos femeninos? A través de su experiencia ordinaria del desnudo femenino —en los vestuarios de un gimnasio, pongamos por caso—, el es- pectdculo de otras mujeres desnudas puede resultar intere- sante (aunque probablemente sdlo en la medida en que juz gan de acuerdo con criterios masculinos), pero no directa- mente erético. La distorsién cultural de la sexualidad ex- plica también cémo Ja sexualidad femenina se ve enzarzada en el narcisismo —las. mujeres se hacen mds el amor a. si mismas en forma sustitutiva, a través del hombre, que a éste por si mismo. A veces, esta obsesiva difusién cul- tural del: hombre-sujeto / mujer-objeto desensibiliza tanto a las mujeres con respecto a las formas femeninas que hasta orgdsticamente se ven afectadas (1). Existen otros ejemplos. de los efectos distorsionantes de ‘una cultura exclusivamente masculina sobre la -perspectiva femenina. Volvamos otra vez a la historia de la pintura figu- (J) Se ha descubierto que Ja incapacidad femenina de. represen- tacién imaginativa sexual es una causa importante de frigidez, ‘Mas- ters y Johnson, Albert Ellis y otros han subrayado Ja importancia del “enfoque sexual” cuando sé ensefia a las mujeres frigidas a con- seguir el orgasmo, Hilda O'Hare, en International Journal of Sexo- ogy, atribuye correctamente este problema a la. ausencia en nuestra sociedad de. una contrapartida femenina a los incontables estimulan- tes del impulso sexual masculino. (N. del A.) 199 rativa. Ya hemos visto cémo en la tradicién del desnudo las inclinaciones heterosexuales masculinas Hevaban a in- sistir sobre la hembra mds que sobre el varén, como forma estética y agradable a los sentidos. Una tal predileccién por uno de los dos se basa, evidentemente, en una sexualidad artificial en si misma, producto de creacién cultural. Sin embargo, por lo menos cabria esperar el predominio del pre- juicio opuesto en Ia vision de las mujeres artistas englobadas atin en la tradicién del desnudo. Pero no sucede asi. Acuda- -Mos a cualquier escuela artistica de este pais y veremos las aulas Ilenas de muchathas trabajando diligentemente a par- tir de modelos femeninas, dando por sentado que el modelo masculino es de un modo u otro menos esiético —en el me- jor de los casos, poco usual— y sin preguntar jamds por qué el modelo masculino Heva un taparrabos, cuando la modelo femenina no se atreverfa a sofiar en aparecer ni con una cinta. Si echamos una ojeada a las obras: de famosas pintoras asociadas a la Escuela Impresionista del x1x, como Berthe Morisot y Mary Cassatt, una se extrafia ante su obsesiva preocupacién por el tradicional tema femenino: mujeres, nifios, desnudos femeninos, interiores, etc. En parte esto se explica por las circunstancias pol{ticas imperantes en la época; las pintoras ya eran lo bastante afortunadas pudien- do pintar lo que fuera, para atreverse a tocar el tema del desnudo masculino, Pero no es esto todo. A pesar de su so- berbio dibujo y de su habilidad compositiva, estas muje- res siguieron siendo artistas de segunda fila, porque hab{an «plagiado» un Conjunto de tradiciones y una. vision del mun- do inauténtica en ellas. Trabajaban dentro de los estrechos limites de lo que habia sido definido como femenino por una tradicién masculina —veian a las mujeres a través de ojos masculinos, pintaban la idea masculina de la hembra. Esta hhazafia la Mevaron ademas al ultimo extremo, porque in- tentaron sobrepasar a los hombres en este menester; habian sido engafados por una chachara aduladora (seductora). De ahi la falsedad que corrompe su obra, haciéndola «feme- nina», es decir, sentimental, huera. Producir una verdadera obra de arte «femenina» exigiria 200 4 n Jas mujeres un rechazo de toda la tradicién cultural, pues- to que la mujer que participa de la cultura existente (mas- culina) debe triunfar y ser juzgada segtin los criterios de una tradicién en cuya confeccién no ha tomado parte —y, desde luego, en dicha tradicién no hay el menor resquicio para una perspectiva femenina de las cosas, aun dando por supuesto que la mujer pudiera descubrir en qué consistiria dicha perspectiva. En aquellos casos en los que una mu- jer, cansada de perder en un juego regido por reglas mas- culinas, ha intentado tomar parte en la cultura de un modo femenino, ha sido menospreciada y mal interpretada; el establishment cultural (masculino) la ha. clasificado como «Lady Artist», es decir, trivial, inferior, y ahi se acabé todo. Incluso en aquellos casos en que no ha quedado mds reme- dio que reconocer (a regafiadientes) su valia, se ha puesto de moda —manera sencilla de poner de relieve la propia ageriedad» y refinamiento de gustos— afirmar que es «bue- na» pero intrascendente. Posiblemente sea cierto que la presentacién exclusiva del aspecto femenino de las cosas —que tiende a ser una larga protesta lamentativa mds que la representacién de una exis- tencia plena y sustantiva— es una visién limitada. Pero una cuestién de igual importancia y mucho menos planteada es ja siguiente: ¢acaso esta vision es mas limitada que la co- rriente vision masculina de. las cosas, la cual, aunque, no sea aceptada como verdad absoluta, es por lo mehos con- siderada «seria», pertinente'e importante? ¢Es realmente Ja Mary McCarthy de The Group una escritora tan por debajo del Norman Mailer de The American Dream? o ¢es que esta describiendo una realidad cuya onda los hombres, los controladores vy criticos del «establishment cultural», son incapaces de sintonizar? - El hecho de que hombres y-mujeres se hallan sintoniza- dos en distinta longitud de onda, de que existe realmente una realidad enteramente distinta para unos y para otras, es algo enteramente evidente a partir de nuestra forma cul- tural mds. primaria —los libros de cdémics. Hablo ahora de mis propias experiencias. Cuando era pequefia, mi her- mano tenia una habitacién entera de cdmics. Pero, a pesar 201 oe de ser yo una lectora voraz, esta’ inmensa libreria de cémics ne me interesé en lo mds minimo.’ El preferia los «serios», como las «historietas bélicas» (;Aak-Aak-Aak!) y Superman; en plan de diversién mas ligera, los «de humors, como Bugs Bunny, Tweetie y Sylvester, Tom y Jerry, y todos los estupidos repetitivos que se empefiaron en publicar un men saje mas que evidente. Aunque estas «historietas de humor» irritaban la mayor sensibilidad de ‘mis facultades estéticas, era capaz de leérmelas de un tirén. Pero, si hubiera dis- frutado de una mayor libertad como hermana mayor y de una supervisién paterna algo menor, probablemente me “hu- biera enfrascado en la lectura de toda una coleccién «seria» de «historietas de amor» (GRAN LAGRIMA. Oh, Tod! {No le cuentes lo nuestro a Sue! jmorirfa!), ocasionalmente True Confessions; y para diversi6n mas «ligera», Archie y Veré- nica, o ‘aquellas: variantes ocasionales mas imaginativas de Jas historietas para nifios como Plasticman o las historietas del Tio Scroofe McDuck dentro de la serie del Pato Donald --me encantaba la egofsta extravagancia de’ bafiarse en dinero. (Muchas mujeres —-privadas de su yo— me han ‘con- fesado esta misma pasion de su infancia). Lo mds probable, es que no hubiese invertido ningtin dinero en libros de cd- mics. Los cuentés de hadas, mucho menos realistas, cons- titufan ‘mejores evasiones. Mi hermano sostenfa la opinién de que los gustos de las nifias eran de «sentimentalismo estipido» y yo estaba con- vencida de que él era «basto é insensible», ¢Quién tenia ra- z6n? Ambos la teniamos, pero él gané (la, coleccién era suya). . Esta diferenciacién contintia. operando a niveles’ stipe’ riores. Yo tuve que obligarme a mi misma a leer a Mailer, Heller, Donleavy y otros, por Jas mismas ‘razones por las que’ no podia soportar los libros de mi’ herinano; para mi no eran otra cosa que versiones mas complejas de (res- pectivamente) Superman, 'Aak-Aak-Aak y:de las Aventuras de Bugs Bunny. Pero,’ aunque ‘la lectura ‘«masculina» sit guid repeliéndome, durante el proceso de adquisicién ‘de «buen gusto® (gusto masculino)’ perd{f también el gusto’ por Ja léctura «femenina»; es mids, Ilegué a odiarla! Y, rie aver- 202 giienza confesarlo, la muerte me habria cogido antés con un libro de Hemingway en las manos que con uno de Vir- ginia Woolf. Para ilustrar en términos mas objetivos esta dicotomia cultural, no necesitamos atacar los: tigres de papel mas evi- dentes (en todos los aspectos) —vgr. Hemingway, Jones, Mai- Jer, Farrel, Algren y los demas. La nueva «escuela de la vi- rilidad» de la literatura del siglo xx constituye en si misma una respuesta directa, es mas, una violenta reaccién cultural masculina a-la creciente amenaza que se cernia sobre la su- premacia masculina —«Virility, Inc.», un manojo de «tipos duros» culturalmente subdesarrollados, dando continuamen- te palos: de. ciego para. salvar. str condicién de hombres. Y aunque su fama es mayor, los escritos de dichos artis-’ tas sobre la experiencia «masculina» no son mds perspicaces que los de Doris Lessing, Sylvia Plath o Annais Nin sobre Ja experiencia femenina. En realidad son culpables ‘de ha- ber confundido deliberadamente su experiencia, cosa que convierte en falsos sus escritos, En cambio, examinaremos un prejuicio més insidioso {porque es menos evidente) afincado en escritores que in- tentan con sinceridad describir el espectro total de la ex- periencia masculina/femenina —Bellow, Malamud, Updike, Roth, ete—, pero que fracasan en su intento, a menudo sin eonciencia de ello, por haber descrito esta totalidad desde un éngulo (masculino) limitado. Echamos una breve. ojeadaia una narrdcién de Herbert Gold, escritor no «masculino» ‘ni*en su estilo ni en el con- tenido de sus obras. Esta hablando de lo que les interesa a las mujeres, es decir, relaciones —preferiblemente hombre/ mujer, matrimonios, divorcios, lios amorosos..En esta na- rraci6én —«¢Qué ha sido de tu criatura?»— describe el asw to amoroso entre-un atormentado profesor joven. de uni- versidad con. su rubia, una estudiante checa, | El retrato que se nos da de. Lenka Kuwaila desde el pun- to de vista.masculino del protagonista es tnicamente sen- sual;.aun suponiéndola..sensible en tales términos. La his- toria empieza asi: . : Una muchacha. Una muchacha alegre, bonita y mialé- 203 vola, plenamente cualificada tanto por su dulzura como por su crueldad. Cuando él miro en su mesa a la btis- queda de cigarrillos, encontré un sedoso montén de panties doblados como flores, que le aturdieron ‘con la alegria de la primavera. Cuando ella se puso un pat, Henando repentinamente los dos delicados pétalos de ropa formando dos capullos gemelos, fue como si el sol hubiera obligado a una flor a una delicada floracién primaveral. ;Oh! jLa necesitaba, la amaba y, por esto, en honor de ambos, contemos la verdad de forma tan directa como ésta llega siempre! Sin embargo, la verdad que se nos da «de forma tan di- recta como ésta siempre llega», es sdlo su visién de la verdad: Hay un momento en la vida de cada hombre en que éste es capaz de hacer cualquier cosa. Ahora era este momento en Ja vida de Frank Curtiss. La pérdida de esperanzas de un arregio con su esposa le habia Ile- vado a un goce profundo con una hermosa muchacha. Hasta en casa parecian ir las cosas mucho mejor. Las querellas ‘se enfriaron y calmaron. Su trabajo marcha- ba bien. Apenas necesitaba dormir y no sufrid su ha- bitual alergia durante la primavera en que conocié a Lenka. Nada de molestias nasales, nada de ojos en- rojecidos. Respiracién profunda, visién aguda. El do- lor de ‘cabeza ocasional producido por la fatiga y el exceso quedaba curado al toque de su mano, ante su acogida cuando sonriente él Ilegaba, mostrando sus dientes, a través de la ventana. Ahora bien, la verdad de ella debe de haber sido ente- ramente distinta, verdad de la que no tenemos ningtin in- dicio en la narracién hasta que un dia (imprevisiblemente) Lenka escribe a la ‘esposa una larga carta. Ei matrimonio en ruinas, que habia ido mejorando de modo constante desde que Frank empezé su asunto con Lenka, es destruido para siempre: : 204 Lenka abandoné New York sin verle, después de reci- bir su angustiosa llamada: ePor qué? ¢Por qué? ¢Por qué tuviste que hacerlo de este modo, Lenka? ¢No ves que de este modo des- truyes todo: io que existe entre nosotros, incluso lo pasado? —No me importan los recuerdos. Lo pasado no signi- fica ya nada, Esta pasado. Lo unico que querias era deslizarte por mi ventana un par de veces por se mana... —Pero, ¢qué significaba el escribirle asi? ¢Cémo...? —Te preocupabas mas por una harpfa calculadora que por mi. Simplemente porque tenfas un hijo. —¢Por qué? ¢Por qué? Ella Je colgé el teléfono. Se ‘quedé contempiando con jndiferencia el teléfono. Todas las mujeres del mundo le estaban colgando el teléfono. Estaba desconectado. Sintiéndose traicionado y engafiade, Frank cuida aturdi- damente sus heridas. A lo largo de lo que queda de historia sentimos su desconcierto; no entiende qué ha podido mo- verla a hacer aquello, no «entiende a las mujeres». Por fin lo deja correr concediéndole «plenas cualificaciones por su crueldad» asi como por su dulzura, Ahora bien, la «crueldad» de Lenka es la consecuencia directa de la incapacidad que él tiene de ver en ella mas que a «una muchacha» (alegre, bonita, o malévola), en vez de, quizds, un ser humano complejo con intereses propios distintos de los suyos. Sin embargo, gracias al sincero modo de relatar el incidente y el didlogo que tiene Gold, un lector perspicaz (probablemente femenino) podria leer entre lineas que Lenka fue Ja traicionada. Veamos a Frank unos afios mas tarde en Manhattan: . Encontré a una muchacha que le ayudara a morder ‘una manzana, sorbiendo su dulce jugo al amanecer y besandose finalmente como buenos amigos para vol- verse cada uno de su lado y conciliar el suefio... Se 205 me: sentia libre... Arrojé lejos de s{ el tubo de aspirinas. Su visién matrimonial de si mismo. como un btifalo pesado, peludo, cansado, con Ja cabeza gacha y el mo- rro herido, dio paso a otra imagen: era delgado, su postura era buena, era un tipo dgil. Cuando su ex- esposa volvié a casarse, desaparecié su ultimo. vestigio de remordimiento. Libre, libre. Jugaba al badminton dos veces por semana con una muchacha francesa que pronunciaba «Badd-ming-tonn.» Feliz soltero otra vez, un dia Frank Hama impulsiva- nte a Lenka: Pero después de decirle cudnto tiempo habia perma- necido en New York, ella Je contesté que no sentia ningtn interés por vere. ~-Estaba resentido, seguramente lo comprenderas. Sigo pensando que anduviste muy equivocada, pero de to- das maneras te estoy muy agradecido, Todo fue para bien. -~-Y se ha terminado —contesté ella. Mas adelante él la encuentra por casualidad. Est4 consu- mida.por las drogas y alterna con clientes bajo la protec- cién de un misico negro: 206 Ella podria haber inventado alguna estipida mentira (para invitarle a subir a su habitacién), pero reconocié la mirada de desprecio en la cara del hombre, y en su vida, que ahora contaba ya con un cuarto de siglo, hab{fa.aprendido tan s6lo una manera de responder al juicio de los hombres. Se apreté contra é] con una mezcla de recelo y timidez en su cara, una semisonrisa provocadora, técnica felina muchas veces practicada, Y sus ojos se llenaron de ld4grimas al tiempo que los cerraba; las lagrimas se balancearon en sus hrimedos parpados y rodaron por sus. mejillas. —Frank —dijo entrecortadamente—. Dejé de recor- darte durante mucho tiempo, no sé cuanto, las cosas se pusieron dificiles, crei que estabas demasiado en- fadado... Pero he estado recordando... Este es el mo- tivo... Perdona... La rode6 con sus brazos y se la acercé, pero con mas confusién que amor o ternura... Entonces pensé en. las cartas sobre las que ella aca- baba de mentir y de repente, mientras ella levantaba el rostro esperando ser besada, la imagen mas viva de su mente era ésta: ella era una mujer manchada. Su miedo incontrolado Mend su mente de. confusién -——engafio, enfermedad, oculta compasién, lodo y re- tribucién. Sin saber qué era lo que temia, se limité @ pensar: (—Inmundicia, marrulleria, corrupcién creciente, pts- tulas, Hagas...) No pudiendo soportar las amarguras de Lenka, pensd6: (—jImpostura, marrulleria y vicio!) La aparté de si antes de que sus labios entraran en contacto; las ufias de Lenka se hincaron en su brazo, desgarrando Ja piel. Huyé, Sus sollozos le acompafia- ron a través de la puerta abierta, mientras 1 bajaba dando bandazos por las infectas escaleras y alcan- zaba el aire libre de la calle. Cae el telon, Frank acaricia a su esposa, que se encuen- tra en las primerfas de su embarazo, preguntandose qué habra sido de Lenka. No se trata de una historia de contenido masculino ni es una historia de estilo «masculino». Hay en ella la sufi- ciente descripcién emocional para sonrojar a cualquier es- critor masculino, Sin embargo, sigue siendo una ‘narracién «masculina» gracias a la peculiar limitacién de su perspec- tiva de las cosas; en otras palabras, no comprende a las mujeres. Los motivos. de Lenka para escribir a la esposa, su negativa a verle, su intento de seduccién —descritos con una aversién. tan abrumada de sentido de culpabilidad— son cosas que Frank no puede soportar, exactamente igual que sucede en la vida real con los demds hombres, («No pudiendo soportar las amarguras de Lenka, pen- 207 6: jImpostura, -marrullerfa y vicio!) Conocer a una mujer mas alla de las fronteras de su encanto, le resulta demasia- do penoso. Juzga a las mujeres tan sélo con referencia a si mismo y a lo que ellas pueden proporcionarle, sea en términos de belleza y placer o de dolor y amargura. No importa de qué se trate, E] no se preocupa por tal cosa, porque no se da cuenta de que su propio comportamiento puede convertirse en influencia decisiva. Es posible imaginar una versién completamente distinta del mismo: argumento, utilizando incluso los mismos datos y didlogo, pero escrita esta vez por la propia Lenka. Su com- portamiento apareceria entonces quizds no racional, pero plenamente comprensible; en cambio, el caracter masculino pareceria’ superficial. Hasta es posible que consiguiéramos algo mds que terminar imbuidos en el prejuicio sexual opues- to; podriamos conseguir tres cuartas partes del cuadro com- pleto (Frank es superficial porque es incapaz de vivir al nivel de sus emociones), porque las mujeres en. general —debido a su prolongada opresién— han aprendido a ser mas receptivas a Ja psicologfa masculina que los hombres a la femenina. Pero éste es un fendédmeno que raras veces se ha dado en literatura, porque la’ mayor parte de las Lenkas estan ya tan destrozadas por el uso y el abuso, que jamds seran capaces de escribir sus propias historias con la debida coherencia. La diferencia, pues, entre el enfoque artistico. «masculi- no» y el «femenino», no es tnicamente —como algunos creen— cuestién de diferencia «estilistica» en el tratamien- to dado a un mismo contenido (estilo personal, subjetivo, emocional y descriptivo, frente a un estilo’ vigoroso, conci- so, incisivo, frio y objetivo), sino del contenido mismo. El sistema de clases sexuales divide: Ja- experiencia humana. Hombres y mujeres viven en estas mitades distintas de la realidad. La cultura no hace mds que reflejarlo. Sdélo unos pocos artistas han sido capaces de superar en su obra esta dicotomfa. Una no puede por menos: de preguntarse si los homosexuales. tendrian o no razén al reclamar este privilegio para si. En todo caso, aunque’ no sea a través de la expresién-fisica, los mds‘ geniales artis- 208 tas han sido hermafroditas en un sentido u otro. Durante el ssiglo xx, por ejemplo, escritores de la talla de Proust, Joy- ce o Kafka lo -han conseguido, ya’ sea mediante una iden- 4tificacién: Fisica con la mujer (Proust), cruzando voluntaria- mente la linea divisoria con la imaginacion (Joyce) o re- iirandose a un mundo imaginario pocas veces afectado por ja dicotomia (Kafka). Pero no se limita al problema al he- cho de que la mayor parte de los artistas no’ consigan su- perar la divisoria, sino que ni siquiera son conscientes de Ya existencia de una limitacién cultural basada en el sexo —tanta es la aceptacién que la realidad masculina tiene como «Realidad»>, por parte de hombres y mujeres. Y gqué podemos decir de las mujeres artistas? Ya he- ‘mos visto que sélo en. los tltimos siglos se les ha permi- tido tener una participacién —y tinicamente sobte una base individual y en términos, masculinos—- en la confeccién de Ja cultura. Aun asi, su perspectiva ha resultado falsa; se es negaba el uso dél espejo. cultural. Ademés, hay muchas razones negativas en la entrada de a mujer en el mundo del arte. La abundancia crea siempre el dilettantismo, femenino —vgr. la «sefiorita» victoriana, .con todos sus talentos, o las artes. de las gheisas japonesas— porque, aparte de servir como simbolo del bienestar mascu- ino, la creciente oclosidad de las mujeres a medida que avanzaba el proceso de industrializacién, creaba un pro- ‘blema practico: habia que mitigar el descontento femeni- no, para evitar su estallido. Es posible también que las mu- jeres ingresaran en el mundo del arte como refugio. Toda- ‘Via en la actualidad las mujeres se ven excluidas de los ‘centros vitales de poder de la actividad humana; el arte, en cambio, es una de las tiltimas ocupaciones que disfrutan de aittodeterminacién y'que con frecuencia se realizan en Ya més estricta soledad. Pero en este sentido las mujeres ‘son como una Petty Bourgeoisie. que intentara abrir tien- da en la era dél «capitalismo corporativo». En cuanto a los altos indices de participacién femenina ‘reciente en él mundo del arte, pueden decirnos mas acerca del estado dél arte que acerca del estado en que se encuen- tran las mujeres. ¢Es que hemos de alegrarnos de que las 209 mujeres hayan asumido unas funciones. que pronto van a encontrarse fuera de produccién? (Al igual que sucede con el 95%, de negros del Post Office, no se trata de un sin- toma de integracion; al contrario, es una manifestacién de que a los indeseables se les empuja hacia aquellas funcio- nés que nadie quiere asumir. «j;Vamos, ocupa tu sitio y mantén Ia boca cerrada!») El hecho de que el arte no sea ya un centro vital de atraccién para los hombres mds brillantes de nuestra generacién, puede ser también con- secuencia de la divisién varén/hembra, como intentaré de- mostrar en el préximo capitulo. Sea ello como quiera, es posible que la animacién de mujeres y homosexuales rei- nante en torno a las artes en Ja actualidad, no signifique otra cosa que el rebullir de las ratas junto a un cuerpo agonizante (1). Ahora bien, si la nueva ilustracién femenina no ha dado grandes mujeres artistas, si ha creado una audiencia fe- menina. Del mismo modo que las audiencias masculinas siempre han pedido y recibido un arte masculino que re- forzara su propia vision de la realidad, una audiencia feme- nina exige un arte «femenino» que refuerce su realidad es- pecifica. De ah{ el nacimiento de la inmadura novela feme- nina del siglo xrx, que conduce hasta Ja historia de amor de nuestros dias, tan omnipresente en la cultura popular («los seriales. melodramaticos»), al negocio de las revistas femeninas y al Valle de las Mufecas (2). Quizds no se tra- te mds que de unos comienzos inmaduros. La mayor parte de este arte es todavia primitivo, desmafiado, pobre; pero, de vez en cuando, la realidad femenina esta tan documen- (1). Sin embargo, la presencia de las mujeres‘en el terreno de Jas artes y de las humanidades es combatida todavia encarnizada- mente por los pocos hombres que atin quédan en estos cainpos, en proporcién a la inseguridad de sa propia posicién —particularmente precaria en las escuelas tradicionales ‘y humanistas, tales’ como la pintura figurativa. (N. del A.) (2) La autora hace referencia a la famosa novela de Jacqueline Susan publicada en 1966, y que inmediatamente se convirtid en bést- sellers ‘mundial, siendo ‘lievada a Ja pantalla casi inmediatamente. (N, del T.) 210 tada como siempre lo ha estado la masculina. Un ejemplo Jo tenemos en la obra de Anne Sexton. Con el tiempo —-quizés muy pronto— veremos surgir de este fermento un auténtico arte femenino, No veamos, sin embargo, como reaccionario el desarrollo de este arte «femenino», tal como acontece con su contrapartida, la «es- cuela de la virilidad» masculina. Se trata mds bien de un quehacer progresivo —una exploracién de la realidad es- trictamente femenina es un paso necesario para corregir la distorsién existente en una cultura sexualmente predis- puesta. Sdélo después de haber integrado la cara oculta de la Juna en nuestra concepcién del mundo, podremos em- pezar a hablar en serio de una cultura universal. Todos los elementos de Ja cultura han sido corrompidos, pues, en diversos grados ‘por la polarizacién sexual. Resuma- mos las distintas formas asumidas por dicha corrupcid: 1) Arte protesiatario masculino, El arte que. glorifica auto-conscientemente la realidad masculina (en ej sentido de que se opone a aceptar por principio su identificacién con la realidad misma) es sélo una aparicion reciente. Para mi se trata de una respuesta directa a la amenaza a la su- premacia masculina, contenida en el primer estadio de in- diferenciacién de las rigidas funciones determinadas por el sexo, Un arte de tal naturaleza es reaccionario por de- finicion. A aquellos hombres que estén convencidos de que dicho arte es lo que mejor expresa sus vivencias y’ sentimientos, les recomiendo un examen detenido de su personalidad. 2) La perspectiva masculina, Dicho arte no consigue una visién global del mundo porque no reconoce que la realidad masculina no se identifica con la «realidad», sino s6lo con una mitad de ella. La consecuencia es que el re- trato que nos da del sexo opuesto y de su comportamien- to (es decir, la otra mitad de la humanidad) es falso; el artista no comprende Ja motivacién femenina. Algunas ve- 211 ces, como en el caso de Ja narracién citada de Herbert Gold, los caracteres femeninos pueden todavia resultar verosimi- les, si el autor ha sido fiel por lo menos al edmo —ya que no al porqué— de su comportamiento. Un ejemplo muy conocido es el. caracter de Catherine ~sacado de la vida real— en la pelicula de Truffaut Ju- tes and Jim. Existen muchas vampiresas y femmes fatales de este tipo, que en realidad no son mas que mujeres que rehtisan aceptar su situacién de impotencia. Para conservar una ilusién de igualdad y conseguir un. ascendiente indi- recto sobre los hombres, Catherine debe valerse, dei «mis- terio» («esfinge»), la imposibilidad de prediccién de su conducta (se arroja al Sena) y las triquifiuelas (durmiendo con «hombres misteriosos» para mantenerle a «él» desaso- segado). Cuando al final, como acontece con todas las mu- jeres, pierde hasta este poder ilegitimo, su orgullo no le permitira admitir la derrota; por esto mata al hombre que se atrevid a huir de ella, al mismo tiempo que pone fin a su propia vida. Pero incluso aqui en un arte cuidadosa- mente elaborado, surge el prejuicio masculine, El] director utiliza la mistica de la «mujer misteriosa», pero sin in- tentar descubrir lo que hay debajo. Es mds, no quiere sa- berlo; la utiliza sélo como fuente de erotismo. El retra- to que se nos da de Catherine, nos Hega tnicamente a tra- vés de un velo. 3) La -mentalidad hermafrodita (de cultivo sdlo indivi- dual). Aun en aquellos casos en que el artista ha conse- guido vencer las limitaciones impuestas por el sexo, su arte debe revelar una realidad repulsiva por su propia dicoto- mia. Citemos brevemente otro ejemplo, sacado también del campo cinematografico. Aunque los directores suecos se han manifestado muy liberados de los prejuicios personales del sexo (las mujeres que nos presentan, son primeramen- te seres'humanos y después mujeres), el retrato que Liv Ullman nos da de la «noble esposa» que acompafia a su marido a través de los estadios de su creciente locura (Hour of the Wolf, de Bergman) o le ama.en su misma degenera- cién moral (Shame, de Bergman), as{ come la confusa sen- sibilidad de Lena Nyman en I'am Curious (Yellow) de Sjo- 212 man, son descripciones no de una sexualidad liberada, sino de un conflicto irresuelto atin entre la identidad sexual y la identidad humana. 4) Arte fentenino, Se trata de una nueva rama que no debe confundirse con el arte «masculino», aunque por el momento sea culpable de los mismos prejuicios —en sen- tido inverso—, ya que puede representar los albores de una nueva toma de conciencia mds que una fosilizacién de la antigua. Posiblemente dentro de la nueva década veamos su evolucién hacia ja constitucién de un arte nuevo y po- deroso —unido quizds al movimiento feminista politico o inspiréndose en él—, que captara por primera vez en toda su autenticidad la realidad en que se mueven las mujeres. Podemos asimismo contemplar una tendencia «critica» femenina, que subraya en su afaén corrector las diversas formas de prejuicio sexual que corrompen actualmente el mundo del arte. Ahora bien, con respecto a la tercera ca- tegoria citada —aquella en que el arte es culpable tan sdlo de reflejar el precio pagado por Ja humanidad por una rea- lidad sexualmente dividida— debe tenerse mucho cuidado en dirigir las criticas no contra Jos artistas, por su (cuida- dosa) interpretacién de una realidad imperfecta, sino con- tra lo grotesco de esta misma realidad, que el arte pone de manifiesto. Sélo una revolucién feminista es capaz de eliminar com- pietamente el cisma sexual que produce estas distorsiones culturales. Hasta entonces el «arte puro» es una ilusién —una ilusién responsable tanto del falso arte femenino producido hasta la fecha, como de la corrupcién de toda la cultura masculina), La incorporacién de Ja olvidada mitad cultural de la experiencia humana —la experiencia fe- menina— al grueso de la cultura, es sélo un primer paso, una condicién previa; pero debe destruirse el cisma cons- tituido por la propia realidad, antes de que pueda haber una verdadera revolucién cultural. | 213

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