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ERIC J. HOBSBAWM INDUSTRIA E IMPERIO Una historia econdmica de Gran Bretafia desde 1750 Traduccién casteltana de GONZALO PONTON EDITORIAL ARIEL, S. A. BARCELONA Capitulo 4 LOS RESULTADOS HUMANOS DE tA REVOLUCION INDUSTRIAL, 1750-1850 ! La aritinética fue la herramienta fundamental de la Revolucién in- dustrial. Los que Ilevaron a cabo esta revolucién la concibieron como una serie de adiciones y sustracciones: la diferencia de coste entre comprar en el mercado inds barato y vender en el mas caro, entre cos- to de produccién y precio de venta, entre inversién y beneficio. Para Jeremy Bentham y sus seguidores, los campeones mds consistentes de este tipo de racionalidad, incluso ta moral y la politica se manejaban con estos sencillos célailos. EB) objeto de la politica era la felicidad. Cualquier placer del hombre podia expresarse cusntitativamente (por Jo menos en teorfa) y también sus pesares, Deduciendo éstos de aquél se obtenia, como resultado neto, su felicidad. Sumadas las felicidades de todos los hambres y deducidos los infortunias, el gobierno que con- siguiera la mayor felicidad para cl mayor numero de personas era cl mejor. La contabilidad del género humana tendiia sus saldos deudo- res o acceedores, como la mercantil.? EL anilisis de los resultados humanos de Ja Revolucién industrial 0 se ha liberado totalmente de este priinitivo enfoque. Adn tenemos tendencia a preguntarnos: gmejord o empeord las condiciones de la gente? y, si fue asf gen qué medida? Para ser mas precisos: nos pre- guntamos qué poder adquisitivo, o bienes, servicios, etc., que pueden comprarse con dinero, proporcioné la’ Revolucién industrial y a qué numero de individuos, admitienda que la mujer que posce una lavado- ta vivird mejor que la que no la posee (lo que cs cazonable), pero tam- bién: a) que la felicidad privada consiste‘en una acumulacién de cosas tales como bienes de consumo y 4) la felicidad publica consiste en la mayor acumulacién de éstas para el mayor mimeto de individuos (lo 18 INDUSTRIA E IMPERIO que no lo ¢s)..Estas cuestiones son importantes, pero también engaiio- sas. Es natural que todo historiador se sienta interesado por conocer si la Revolucién industrial obtuvo para la mayorfa de la gente en térmi- nos absolutos o relativos mds y mejor alimento, vestido y vivienda. Pero no logrard su objetivo si olvida que esta revolucién no fue un simple proceso de adicion y sustraccién, sino un cambio social funda mental que transforms las vidas de los hombres de modo irreconoci- ble. O. para ser mas exactos, en sus fases inicales destruyé sus viejos modos de vida y les dejo en libertad para que descubrieran o se cons- truyeran otros nuevos si podian y sabian cémo hacerlo. No obstanre, rara vez les enseié a conseguirlo, Queda claro que hay una relacién entre la Revolucién industrial como suministradora de comodidades y como transformadora social. Las clases cuyas vidas experimentaron menos transformacones [ue- ron, narmalmente, las que més se beneficiaron en términos materiales (y al revés), en tanto que su inhibicién ante los cambios que estaban afectando a los demas obedecia no sélo al conformismo material, sino también al moral. Nadie es m4s complaciente que un hombre acomo- dado y triunfante, satisfecho de un mundo que parece haber sido cons- teuido precisamente por personas de su misma mentalidad. Asi, pues, la industrializaciém briténica afecté escasamente —salvo en las mejoras— a la aristocracia y pequefia nobleza. Sus rentas engro- saron con la demanda de productos del campo, Ja expansin de las ciudades (cuyo suelo posejan) y de las minas, forjas y ferrocarriles (que estaban situados en sus posesiones). Aun en los peores tiempos para la agricultura (como sucedié entre 1815 y la década de los 30), dificilmente podian verse reducidos a la penuria. Su predominio social permanecié intacto, su poder politico en el campo completo, ¢ incluso su poder a escala nacional no sufrié alteraciones sensibles, aunque a partic de 1830 hubieran de tener miramientos con las suscepribilida- des de una clase media provinciana, poderosa y combativa. Bs proba- ble que a partir de 1830 apuntaran las primeras nubes en el limpio ho- rizonte de la vida sefiorial, aubes que debieron parecer oscuros nuba- trones para ¢l inglés cercateniente y con titulo nobiliario que habia co- nocido una era dorada en los primeros cincuenta afios de industrializa- cién. Si el siglo xvutt fue una edad gozosa para la aristocracia, la época de Jorge IV (como regente y como rey) debié ser el paraiso. Sus jau- rias cruzaban los condados (cl moderno uniforme para la caza del 20- rro reflcja atin sus origencs la época de la Regencia). Sus faisanes, pro- tegidos por los pistolones de los guardabosques contra todo aquel que RESULTADOS SUMANOS DE 1A REVOLUCION "y no dispusiera de una renta anual equivalente a [00 libras esterlinas, cbperaban la batida. Sus casas de campo seudaclasicas 0 neocldsicas se multiplicaban como no lo habfan hecho nunca desde la época isabelina ni valverfan a hacerlo. Como que las actividades econdinicas de la aristocracia, a diferencia de su estilo social, ya se habian adaptado a los métodos comerciales de la clase media, la época del vapor y de las oficinas contables no‘les supuso grandes problemas de adaptacién es- piritual, excepto quizds para los que pertenecian a los tiltimos aledafios de la jerarquia hidalga, o para aquellos cuyas rentas procedian de la cruel caricatura de economia rural que era Irlanda. Los nobles no tu- vieron que dejar de ser feudales, porque hacia ya mucho tiempo que habian dejado de setlo. Como mucho, algun rudo ¢ ignorance baronet delyinterior tendria que encararse con la nueva necesidad de enviar a sus hijos a un colegio adecuado (las nuevas “escuelas piblicas” se constcuyeron a partir de 1840 para educar a éstas y a los vastagos de los florecientes hombres de negocios) o disfrutac mas asiduamente de los encantos de fa vida londinense. Plécida y prdspera por igual era la vida de los numerosos pardsi- tos de la sociedad aristocrdtica rural, alta y baja: aquel mundo cural y pravinciano de funcionarios y servidores de ta nobleza alta y baja, ¥ las profesiones tradicionales, somnolientas, coreompidas y, a medida que progresaba la Revolucién industrial, cada vez mas reaccionarias. La iglesia y las universidades inglesas se dormian en los lauceles de sus privilegios y abusos, bien amparados por sus rentas y sus relaciones con los pares. Su corrupcidn secibia mas ataques tedricos que practi- cos. Los abogudas, y lo que pasaba por ser un cuerpo de funcionarios de la administracién, seguian sin conocer la reforma Una vez mis el antiguo régimen alcanz6 un punto culminante en la década posterior a las guerras napolednicas, a partir del cual comenzaron a aparecer algu- nas olas en los tranquilos remansos del capitula catedralicio, colegios universitarios, colegios de abogados, etc., que produjeron, a partir de la década de 1830, algunos timidos cambios ( los furibundos y desde- iosos ataques procedentes del exterior, ejemplificadas por las novelas de Dickens, no fueron muy efectivos). Sin embargo, el respetable clero victoriano de las novelas de Trollope, aunque muy atejado de los ho- gacthianos clérigos-magistrados cazadores de la Regencia, era el pro- ducto de una adaptacién cuidadosa y modcrada, no de la ruptura. Las susceptibilidades de tejedores y jornaleros agricolas no hallaron las mismas atenciones que las de los clérigos y preceptores. cuando hubo que introducirlos en un mundo nuevo. 80 INDUSTRIA E [MPERIO Una consecuencia importante de esta continuidad —en parte refle- jo del poder establecido de la vieja clase alta, en parte negativa delibe- rada a exacerbar las tensiones polfticas entre las gentes acaudaladas 0 influyentes— fue que las nacientes clases comerciales hallaron un firme patron de vida aguardindoles. El éxito social no iba a significar ninguna incognita, ya que, a través de él, cualquiera podia clevarse a las filas de la clase superior. Podia convertirse en “caballero™ (gensle- man) con su correspondiente casa de campo, quizd con el tiempo in- gresaria en las filas de la nobleza, tendrfa un escaiio en el Parlamento para él o para su hijo educado en Oxford o Cambridge y un papel so- cial ficme y establecido. Su esposa se convertiria en una “dama” (lady) instruida en sus deberes por cieritos de manuales sobre reglas de la etiqueta que se publicaron ininterrumpidamente desde 1840. Las dinastias m4s antiguas de negociantes se beneficiaron ampliamente de este proceso de asimilacidn, sobre todo los comerciantes y financictos y de forma especifica ¢l comerciante ocupado en el comercio colonial, que llegé a ser el tipo de empresario mas respetado c importante des- pués de que los molinos, fabricas y funciones hubieran llenado los cie- los del norte de humo y neblina. La Revolucién industrial no supuso tampoco para é] transformaciones esenciales excepto quiz4 las que pu- dieran experimentar los articulos que compraba y vendia. Como ya hemos visto, se inserté en la poderosa, extensa y préspera estructura comercial que fue la base del poderio britdnico en el siglo xv. Eco- némica y socialmente sus actividades y nivel social eran familiares, cualquiera que fuese el peldafio alcanzado en Ia escala del éxito. Du- rante la Revolucién industrial los descendientes de Abel Smith, ban- quero de Nottingham, disfrutaban ya de cargos oficiales, se sentaban en el Parlamento y habian realizado matrimonios con la pequefia no- bleza (aunque todavia no con la realeza, como harfan més tarde). Los Glyns habian pasado de regentar negocios de salazones en Hatton Garden a un posicién similar a ta descrita; los Barings, propietarios de una fAbrica de tejidos en el West Country, estaban a punto de con- vertirse en gran potencia del comercio y las finanzas internacionales, y su escenso social habia corrido parejas con el econdmico. Tenian ya, 0 estaban a punto de conseguir, la dignidad de pares del reino. Nada mas natural que otros tipos de negociantes, como Robert Peel, indus- trial del algodén, iniciaran la misma andadura de riquezas y honores ptiblicos a cuyo fin se hallaba ef gobierno ¢ incluso (como sucedié con el hijo de Peel y también con el de Gladstone, comerciante de Liver- pool) el cargo de primer ministro, En efecto, el llamado grupo “peeli- RESULTADOS IUMANOS DE LA REVOLUCION 81 «2 del Parlamento, en et segundo tercio del siglo xix, representaba cabalmente este grupo de familias negociantcs asimiladas a la oligar- quia terrateniente, aungue estuvieran a matar con ella cuando choca- ban los intereses econdmicos de la tierra y los negocios. Sin embargo, la insercién cn 1a oligarquia aristocrdtica es, por de- finicién, s6lo asequible a una minorla (en este caso para una minoria de excepcionalmente ricos a de los negociantes respecables por su tra- dicién).’ La gran masa de gentes que se clevan desde inicios modes- tos —aunque rara vez de la estricta pobreza— a la opulencia comercial, la mayor masa de los que, por debajo de ellos, pugnaban por entrar en las filas de la clase media y escapar de las humildes, eran deiasia- do numerosas para poder ser absorbidas, cosa que, ademés, en las pri- mers etapas de su progreso, no les preocupaba (tal vez sus mujeres eratt menos neutrales). Este grupo fue adquiriendo cada vez mayor conciencia como “clase inedia” y no ya como una “capa media” de la sociedad, conciencia que se fue generalizando a partir de 1830. Como tal clase, exigia derechos y poder. Ademas —y sobre todo cuando sus componentes procedian de estirpes no anglicanas y de regioncs caren- tes de una sélida estructura aristocrdtica tradicional— no estaba vin- culada emocionalmente con el antiguo régimen Tales fueron los pila- res de la liga contra la Icy de cereales, ensaizada cn cl nuevo mundo comercial de Manchester: Henry Ashworth, John Bright de Rachda- le (ambos cudqueros), Potter, del Manchester Guardian, los Gvegs, Brotherton, el cristiano biblico ex industrial del algodén; George Wilson fabricante de colas y almidones, y el mismo Cobden, quien pronto cambié su no muy brillante carrera en ef comercia de indianas por la de idedlogo fullsime. Sin embargo, aunque Ja Revolucién industrial cambié fundanentat- mente sus vidas —o las vidas de sus padres— asentdndoles en nuevas ciu- dades, plante4ndoles a ellos y al pais nuevos problemas— no Ics desor- ganiz6. Las sencillas maximas del utilitarismo y de la economia libe- ral, aia mds desmenuzadas en los latiguillos de sus periodistas y pro- pagandistas, les doté de la guia que necesitaban, y si esto no era sufi- ciente, la ética tradicional —protestante o la que fuera— del empresa- rio ambicioso y emprendedor (sobriedad, trabajo duro, puritanismo moral) hizo el resto. Las fortalezas del privilegio aristocritico, la su- persticién y la corrupcién, que atin debian derribarse para permitir ala libre empresa introducir su milenio, les protegian también de las incer- tidumbres y problemas que acechaban al otro lado de sus mutus. Hasta la década de 1830, apenas si habian tenido que enfrentarse con el 82 INDUSTRIA £ IMPERIO problema de qué hacer con ¢] dinero sobrante después de vivir con cé- modo dispendio y de reinvertir para la expansién del negocio. El ideal de una sociedad individualista, una unidad familiar privada que sub- venia a todas sus necesidades materiales y morales sobre la base de un negocio privado, les convenia porque cran gentes que ya no necesita- ban de la tradicidn. Sus esfuerzos les habian sacado del atolladero. En un cierto sentido su propia recompensa era el gusto por la vida, y st esto no les bastaba, siempre podian recurrir al dinero, la casa conforta- ble alejada de la fabrica y de la oficina, la esposa modesta y devota, el circulo familiar, el encanto de los viajes, el arte, la ciencia, la literaru- ta, Habian triunfado y se les respetaba. “Atacad cuanto querdis a las clases medias —decia el agitador de la liga contra la ley de cereales a un auditorio cartista hostil— pero no hay un hombre entre vosotros con medio penique a la semana que no csté ansioso por figurar en ellas." * Sélo la pesadilla de $a bancarrota o de las deudas se cernia, de vez en cuando. sobre sus vidas, pesadilla atestiguada por las novelas de la época: la confianza traicionada por un socio infiel; la crisis co- mercial; la pérdida del confort de clase media; las mujeres reducidas a la miscria: quieds incluso la emigracién 2 aquel dltimo reducto de in- descables y fracasados: las cofonias. La clase media triunfante y aquellos que aspiraban a emularla es- taban satisfechos. No asf el trabajador pobre —la mayorfa, dada la na- turaleza de las cosas— cuyo mundo y formas de vida tradicionales des- truyé la Revolucién industrial, sin ofrecerle nada a cambio. Esta rup- tura cs lo esencial al plantearnos cudles fucron los efectos sociales de la industrializacién. El trabajo en una socedad industrial es, en muchos aspectos, completamente distinto del trabajo preindustrial. Bn primer lugar esc4 constituido, sobre todo, por la labor de los “proletarios”, que no tie- nen otra fuente de ingresos digna de mencién més que el salario en metalico que pereiben por su trabajo. Por otra parte, ef trabajo prein- dustrial lo desempefizn fundamentalmente familias con sus propias tie- Fras de labor, obradores artesanales, etc., cuyos ingresos salariales com- plementan su acceso directo 2 los medios de produccién o bien éste complementa a aquéllos. Ademas el prolctario, cuyo dnico vinculo con su patrono ¢s un “nexo dinerario", debe ser distinguido del “scrvi- dor" o dependiente preindustrial, que tenia una relaci6én social y hu- mana mucho mds compleja con su “duefio”, que implicaba obligacio- nes por ambas partes, si bien muy desiguales. La Revoluci6n industrial sustituyé al servidor y al hombre por el “operario” y el “brazo” cx- RESULTADOS IIUMANOS DE LA REVOLUCION 83 ¢epto claro esté en el servicio doméstico (principalnente mujeres), cuyo ntimero multiplicd para beneficio de la creciente clase media, que encontré en él el mejor modo de distinguirse de los obrecos.’ En segundo lugar, cl trabajo industrial —y especialmente el eraba- jo mecanizado en las f4bricas— impone una regulacidad, cutina y mo- notonfa completamente distintas de los ritmos de trabajo preindustria- les, trabajo que dependia de la variacién de las cstaciones o del tiem- de la multiplicidad de tareas en ocupaciones no afectadas por la in racional del trabajo, las azarcs de otros seres humanos 0 ani- males, o incluso ¢] mismo desco de holgar en vex de trabajar. Esto era asi incluso en el trabajo asalariado preindustrial de trabajadores espe- cializados, como por ejemplo el de los jornaleros artesanales, cuya to- zudez por no empezar la semana de trabajo hasta el mactes (cl lunes era ‘santo”) era la desesperacién de sus patronos. La industria trajo consigo la tirania del reloj,,la maquina que sefialaba el ritmo de traba- jo y la compleja y cronometrada interaccién de los procesos: !a medi- cién de la vida no ya en estaciones (“por san Miguel’ o “por la Cua- resma”) © en semanas y dias, sina en minutos, y por encima de todo una reguldridad mecanizada de trabajo que entraba en conflicto no s6- lo con la tradicién, sino con todas las inclinaciones de una humanidad atin no condicionada por ella. Y si las gentes no qucrian tomar espon- t4ncamente los nuevos caminos, se les forzaba a ello por medio de la disciplina laboral y las sanciones, con leyes para patronos y empleados como la de 1823 que amenazaba a estos dltimos con encerrarlos en la cdrcel si quebrantaban su contrato {a sus patronos sélo con sanciones), y con salarios\an bajos que sélo el trabajo ininterrumpido y constante podia proporcionarles el suficiente dinero para seguir vivos, de modo que no les quedaba més tiempo libre que el de comer, dormir y, puesto que se trataba de un pafs cristiano, rezar en domingo. En tercer lugar, el trabajo en la época industrial se realizaba cada vez con mayor frecuencia en los alrededores de la gran ciudad; y ello pese a que la més antigua de las revoluciones industriales desarrollé buena parte de sus actividades en pucblos industriatizados de mineros, tejedores, productores de clavos y cadenas y otros obreros cspecialis- tas. En 1750 sdlo dos ciudades de Gran Bretafia cenian mds de 50.000 habitantes: Londres y Edimburgo; en 1801 ya habia ocho; en 1851, veintinueve, y, de cllas, nucve tenian mds de 100.000. Ha- cia esta época los ingleses vivian més en la ciudad que en cl campo, y de ellos, por to menos un tercio en ciudades con mas de 50.000 habi- tantes. ;¥ qué ciudades! Ya no era sdlo que el humo Motara continua- B4 INDUSTRIA 2 IMPERIO mente sobre sus cabezas y que la mugre les impregnara, que los servi- cios publicos clementales —suministro de agua, sanitarios, limpicza de las calles, espacios abiertos, etc.— no estuvieran a la altura de la emi- gracién masiva a la ciudad, produciendo asi, sobre todo después de 1830, epidemias de célera, ficbres tifoideas y un aterrador y constan- te tributo a los dos grandes grupos de aniquiladores urbanos del siglo xix: la polucién atmosférica y la del agua, es decir, enfermedades res- piratorias ¢ intestinales. No era sdlo que las nuevas poblaciones urba- nas, a veces totalmente desconocedoras de la vida no agraria, como los irlandeses, se apretujaran en barriadas obreras frias y saturadas, cuya sola contemplacién era penosa. “La civilizacién tiene sus mila- gros —escribié sobre Manchester el gran liberal francés Tocqueville~ y, ha vuelto a convertic al hombre civilizado en un salvaje.” © Tampo- co s¢ trataba solamente de la concentracién de edificios inflexible ¢ im- provisada, realizada por quicnes los construfan pensando tan sélo en los beneficios que Dickens supo reflejar en su famosa descripcién de “Coketown” y que construyeron inacabables hileras de casas y alma- cenes, empedraron calles y abricron canales, pero no fuentes ni plazas publicas, paseos o drboles, a veces ni siquiera iglesias. (La sociedad que construyé la nueva ciudad ferroviaria de Crewe, concedié gracio- samente permiso a sus habitantes para que usaran de vez en cuando una rotonda para los servicios religiosos.) A partir de 1848 fas ciuda- des comenzaron a dotarse de tales servicios publics, pero en las pri- meras generaciones de la industrializacién fueron muy escasos en las ciudades britdnicas, a no ser que por casualidad hubieran heredado la tradicidn de construir graciosos edificios publicos o consentir los espa- cios abiertos del pasado. La vida del pobre, fucra del trabajo, transeu- refa entre las hileras de casuchas, en las tabernas baratas ¢ improvisa- das y en las capillas también baratas ¢ improvisadas donde se le solfa recordar que no sdlo de pan vive el hombre. Era mucho més que todo esto: la ciudad destmryé la sociedad. “No hay ninguna otra ciudad en el mundo donde la distancia entre el rico y el pobre sea tan grande o la barrcra que los separa tan dificil de franquear"’, escribié un clérigo refiriéndose a Manchester. “Hay mu- cha menos comunicacién personal entre el duefio de una hilanderia y sus obreros, entre el estampador de indianas y sus oficiales cternamen- te manchados de azul, entce el sastre y sus aprendices, que entre el du- que de Wellington y el mds humilde jornalero de sus tierras."”"? La ciudad era un volcin cuyo retumbar ojan con alarma los ricos y pode- rosos, y cuyz erupcién les aterrorizaba. Para sus habitantes pobres la RESULTADOS HUMANOS DE LA REVOLUCION 85 ciudad era mds que un testigo presencial de su exclusién de la sociedad humana: era un desierto pedregoso, que a costa de sus propios esfuer- zos tenian que hacer habitable. En cuarto lugar, Ja experiencia, tradicién, sabiducia y moralidad preindustriales no proporcionaban una guia adecuada para el tipo de comportamiento idéneo en una economia capitalista. El trabajador preindustrial respondifa a incentivos materiales, en tanto que deseaba ganar lo suficiente para disfrutar de lo que le correspondia en cl nivel social que Dios habia querido otorgarle, pero incluso sus ideas sobre la comedidad estaban determinadas por cl pasado y limitadas por lo que era “idéneo” para uno de su condicién social, 0 como mucho de la in- mediata superior. Si ganaba ms de lo que consideraba suficiente, po- dia#y-como el inmigrante irlandés, desespero de ta raconalidad burguesa— gastarlo en ocios, juergas y alcohol. Su misma ignorancia material acerca de cu4l cra el mejor modo de vivir en una ciudad, o de comer alimentos industriales (tan distintos del alimento rural), podia hacerle mas pobre de “lo necesario” {cs decir, su propia idiosicrasia le hacia “mds pobre” de lo que Je hubiera correspondido). Este con- flicto entre la “economia moral” del pasado y !a racionalidad econé- mica del presente capitalista era evidente en dl imbito de la seguridad social. La opinién tradicional, que atin sobrevivia distorsionada en to- das las clases de la sociedad rural y en las relaciones internas de los grupos pertenccientes a la clase obrera, era que un hombre tenia dere- cho a ganarse la vida, y si estdba impedido de hacerlo, el derecho a que su comunidad le mantuviera. La opinidn de los economistas libe- rales de la clase media era que las gentes debian ocupar los empleos que ofreciera el mercado, en cualquier parte y bajo cualesquiera condi- ciones, y que el individuo razonable crearfa una reserva dineraria para accidentes, enfermedad 0 vejez, mediante el ahorro y el seguro indivi- dual 0 colectivo voluntario. Naturalmente no se podia dejar que los pobres de solemnidad se murieran de hambre, pero no debian percibir mas que el minimo absoluto —una cifra por supuesto inferior al salario minimo ofrecido en ef mercado— y en las condiciones mis desalenta- doras. El objetivo de la ley de pobres no era tanto ayudar a tos desa- fortunados, como estigmatizar los vivientes fracasos de !a sociedad. La clase media opinaba que Jas “‘sociedades fraternas” eran formas de seguridad racionales. Esta opinién cra contrapuesta a la de la dase obrera, que tomé cstas sociedades literalmente como contunidades de amigos en un desierto de individuos, y que, como cra natural, también gastaban su dinero en reuniones sociales, festejos ¢ “inttiles” atavios y 86 iNDUSTRIA EB IMPERIO rituales a que eran tan adictos los Oddfellows. Foresters y las dems “Ordenes” que surgieron por todo el norte en el perfodo inmediata- mente posterior a 1815. De modo parecido, los funerales y velatorios itracionalmente costosos que los trabajadores defendian como tradi- cional tributo a la muerte y a la reafirmacién comunal en la vida, eran incomprensibles para los miembros de la clase media, que advertian que los trabajadores que abogaban por aquellos ritos, a meaudo no podian pagarlos. Sin embargo la primera compensacién que pagaba una asociacién obrera o una “sociedad fraterna” era casi invariable- mente un servicio funerario. . Mientras la seguridad social dependié de los propios esfuerzos de los trabajadores, solid ser econémicamente ineficaz comparada con la situaci6n de la clase media, cuando dependiéd de sus gobernantes, quie- nes determinaban el grado de asistencia publica, fue motor de degra- dacién y opresin mas que medio de ayuda material. Ha habido po- cos estatutos mds inhumanos que Ja ley de pobres de 1834, que hizo “menos elegible’ cualquier bencficencia que el salario mds miscro; confind esta beneficencia a las casas de trabajo semicarcelario, sepa- rando a Ja fuerza a los hombres de sus mujeres y de sus hijos para cas- tigatles por su indigencia y disuadirles de la peligrosa tentacién de en- gendrar mds pobres. Esta tey de pobres no se legé a aplicar nunca en todo su tenor, ya que dond: el pobre era fuerte huyd de su extremosi- dad y con el tiempo se hizo algo menos punitiva. Sin embargo, siguié siendo la base de la beneficencia inglesa hasta visperas de la primera guerca mundial, y las experiencias infantiles de Charlie Chaplin de- muestran que seguia siendo lo que habia sido cuando el Oliver Twist de Dickens expresaba el horror popular por ella en la década de 1830.8 Hacia esta fecha —en realidad hasta los afios 50— un minimo del 10 por ciento de la poblacién inglesa estaba en la indigencia. Hasta cierto punto fa experiencia del pasado no era tan nimia como podia haberlo sido en un pais que hiciera el trnsito de ‘una épo- ¢a no industrial a otra industrial moderna de modo més radical y di- recto, como sucedié en Irlanda y las Highlands escocesas. La Gran Bretafia semiindustrial de los siglos xv y xvi prepard y anticipé en cierto modo la era industrial del xix. Por ejemplo, la institucién fun- damental para la defensa de la clase obrera, la trade union, existia ya in nuce en el siglo xvin, parte en ta forma asistematica pero no ineficaz de la “negociacién colectiva por el disturbio” de cardcter periddico y practicada por mariners, mineros, tejedores y calceteros, y parte en la forma mucho mis estable de gremios para artesanos especializados, a RESULTADOS HUMANOS DE LA REVOLUCION 87 ' veces vinculados estrechamente a escala nacional mediante la practica de ayudar a los asociados en paro a buscar trabajo y conseguir expe- riencia laboral. En un sentido muy real el grueso de los trabajadores britanicos se habia adaptado a una sociedad cambiante, que se industrializaba, aun- que atin no estuviera revolucionada. Para determinados tipos de tra- bajo, cuyas condiciones atin no habian cambiado fundamentalmente —de nuevos mineros y marineros vienen a la memoria—, las vicjas tra- diciones podian ser suficientes: los marincros multiplicaron sus cancio- nes sobre las nuevas experiencias del siglo xix, tales como las de la caza de Ja ballena en Groenlandia, pero seguian siendo canciones po- pulares tradicionales. Un grupo importante habia aceptado ¢ incluso, es viardad, recibido con alborozo a Ia industria, la ciencia y el progreso (aunque no al capitalismo). Bran éstos los “artesanos” o “mecdnicos”, los hombres de talento y experiencia, independientes ¢ instruidos, que no velan gran diferencia entre ellos mismos y los de un nivel social si- milar que trataban de convertirse en empresatios, o seguir siendo agri- cultores yeomen 0 pequefios tenderos: las gentes que sefalaban los limi- tes entre la clase obrera y la clase media.® Los “artesanas” eran los deres naturales, en ideologia y organizacién, de los trabajadores po- bres, los pioneros del radicalimo (y mds tarde de las primeras versio- nes —owenitas— del socialismo), de la discusién y de la educacidn su- perior popular —a través de los Mechanics’ Institutes, Halls of Se ce, y una variedad de clubs, sociedades ¢ impresores y editores librepensadores—, el nticleo de los sindicatos, de los jacobinos, los car- tistas o cualesquiera otros movimientos progresistas. A los disturbios de los jomaleros agricolas se sumaron peones camineros y albahiles ru- tales; en las ciudades pequefios grupos de tejedores a mano, impreso- res, sastres, y quiz un pufiado de negociantes y tenderos, proporcio- naron un liderazgo politico a la izquierda hasta el declive de cantismo, si no més allé. Hostiles al capitalismo, eran Gnicos en elaborar ideolo- gias que no buscaran el solo retorno a una tradicién idealizada, sino que contemplaran una sociedad justa que podia ser también técni mente progresiva. Por encima de todo, representaban el ideal de liber- tad c independencia en una época en que todo el mundo conspiraba para degradar al trabajo. Sin embargo, aun estas no cran mas que soluciones de transicién para el problema obrero. La industrializacin multiplicé el ndimero de tejedores a mano y calceteros hasta el final de las guerras napoledni- cas. Después les destruyé por estcangulacisn lenta. comunidades com- 88 INDUSTRIA E IMPERIO bativas y previsoras como los obreros del lino de Dunfermline acaba- ron desmoralizdndose y en la pobreza y tuvieron que emigrar en la dé- cada de 1830. Hubo artesanos especializados que se vieron converti- dos cn obreros sudorosos, como ocurrié en el comercio de enseres lon- dinense, y aun cuando sobrevivieron a Jos cataclismos econdmicos de los aos 30 y 40, ya no podia esperarse que desempefiaran un papel social importante en una economia donde la Fabrica no era ya una ¢x- cepcidn regional, sino la cegla. Las tradiciones preindustriales no po- dian mantener sus cabezas por encima del nivel, cada vez mids alto, de la sociedad industrial. En el Lancashire podemos observar cémo las viejas formas de celebrar las fiestas —los juegos de fuerza, combates de lucha, rifia de gallos y acoso de toros— languidecian a partir de 1840; y los afios cuarenta sefialan también el fin de la época en que Ja can- cién popular era el principal idioma musical de los obreros industria- les. Los grandes movimientos sociales de este periodo —del ludismo al cartismo— también (ueron decayendo: habfan sido movimientos que no sdlo obtenian su vigor de las txtremas dificultades de la época, sino también de la fuerza de aquellos otros métodos mis viejos de acdén de los pobres. Habfan de pasar otros cuarenta afios antes de que la clase obrera briténica desarrollara nuevas formas de lucha y de vida. Eisas eran las tensiones cualitativas que oprimian a los trabajado- res pobres de las primeras generaciones industriales. A ellas debemos afiadir las cuantitativas: su pobreza material. Si ésta aumenté o no, es tema de encendida polémica entre los historiadores, pero el hecho mis- mo de que la pregunta sea pertinente ya facilita una sombria respucs- ta: nadie sostiene en serio un deterioro de las condiciones en periodos en que evidentemente no se deterioraron, como en Ja década+de 1950.10 Por supuesto que no hay duda en el hecho de que en términos re- lativos el pobre se hizo mas pobre, simplemente porque el pais, y sus clases rica y media, se iba haciendo cada vez mas rico. En el mismo momento en que el pobre se habfa apretado al maximo el cinturén —a principios y mediados de la década de 1840—la clase media disfruta- ba de un exceso de gapital para invertir en los ferrocarriles o gastarlo en los rutilantes y opulentos ajuares domésticos presentados en la Gran Exposicién de 1851, y en las suntuosas construcciones munici- pales que iban a levancarse en las humeantes ciudades del norte. Tampoco se discute —o no deberfa discutirse— la anormal presién realizada sobre el consumo de Ja clase obrera en la época de Ja primera industrializacién que se reflejé en su pauperizacién relativa. La indus- RESULTADOS HUMANOS DE LA REVOLUCION 89 trializacién implica una relativa diversién de la renta nacional del con- sumo a la inversién, una sustitucién de bistecs por fundiciones. En una economia capiralista esta operacién adquiere la forma, principalmente, de una transferencia de ingresos de las clases ao inversoras —como campesinos y obreros— a las potencialmente inversoras —propietarios de tierras o de empresas comerciales—, es decir, del pobre al rico, En Gran Bretafia no existié nunca la m4s minima escasez de capital, dada la ciqueza del pais y cl bajo costo de los primeros procesos industria- les, pero una gran parte de los que se beneficiaron de esta transferen- dia de las rentas —y en particular, los mis ricos de ellos— invitticron el dinero fuera del desarrollo industrial directo 0 lo dilapidaron sin ms, obligando asi al resto de los empresarios (mds pequeiios) a presionar adn ‘con mayor dureza sobre el trabajo. Ademés, la economia no basa- ba su’desarrollo cn la capacidad adquisitiva de su poblacién obrera: los economistas tienden a suponer que sus salarios no debian estar muy por encima del nivel de subsistencia. Hasta mediados de siglo no surgicron las teorfas que abogaban por salarios mds elevados como econémicamente ventajosos, y las industrias que abastecian al merca- do interior de consumo —es decir, vestidos y enseres domésticos— no fueron revolucionadas hasta su segunda mitad. Fl inglés que queria un par de pantalones podia elegir entre la hechura a medida en un sastre, comprar los usados por sus supetiores sociales, confiac en la ca- ridad, Ievar andrajos o hacérselos él mismo. Finalmente, detertitina- dos requisitos esenciales de la vida —alimentas y tal vez casa, pero también comodidades urbanas— no marchaban al paso de la expan- sidn de las cudades, o de la poblacién total, y algunas veces no Ilega- ban a alcanzarlas. Asi, por ejemplo, es muy probable que cl suministro de carne a Londres fuese al remolque de su poblacidn desde 1800 hasta la década de 1840. No hay duda, tampoco, de que las condiciones de vida de deter- minadas clases de poblacién, se deterioraron. Estas clases estaban compuestas bdsicamente por los jornaleros agricolas en general (alre- dedor de un millén en 1852), 0, en cualquier caso, por los del sur y este de Inglaterra, y los pequefios propietatius y granjeros de la franja céltica de Escocia y Gales. (Los ocho millones y mediv de irlandeses, principalmente campesinos, fueron reducidos a la ads increible mise- tia. Cerca de un milléa de ellos muricron de inanicién de las hambres de 1846-1847, la mayor catdstrofe humana del siglo x1x a escala mundial)" También hay que contar las cmpleadas en industrias y ocupaciones en decadencia, desplazadas par el progreso técnico, de las 90 INDUSTRIA B IMPERIO que el medio millén de tejedores a mano son el ejemplo mejor conoci- do, pero no por ello el inico. Estos tejedores se fueron empobreciendo progresivamente en un vano intento de competir con las nuevas mé- quinas a costa de trabajar més barato. Su niimero se habia duplicado entre 1788 y 1814 y su salario habia aumentado notablemente hasta mediadas las guerras; pero entre 1805 y 1833 pasé de 23 chelines se- manales a 6 chelines y 3 peniques. Hay que mencionar también las ocupaciones no industrializadas que dieron abasto a la crecienté de- manda de sus articulos no por medio de la revolucién técnica, sino por Is subdivisién y el “sudor” las innumerables costureras que trabaja- ban en los sétanos o buhardillas. Asi, pues, no nos seré posible resolver la cuestién de si, una vez sumados todos los sectores oprimidos de trabajadores pobres y com- parados con los que, de algin modo, conseguian aumentar sus ingre- sos, hallariamos promedio neto de ganancias o pérdidas, sencillamente porque no sabemos lo bastante sobre salarios, desempleo, precios de venta al detalle y otros datos necesarios para responder rotundamente a la cuestidn. Lo que si es completamente cierto ¢s que no existio unat mejora general significativa. Puede haber habido —o no— deterioro entre 1795 y 1845. A partir de entonces hubo una mejoria induda- ble, y €l contraste entre este periodo (por modesto que fuera) y el ini- cial nos dice realmente todo lo que necesitamos saber. A partir de 1840, el consumo crecié de forma significativa (hasta entonces no ha- bia experimentado grandes cambios). Tras esta déeada —conocida co- rrectamente como los “hambrientos afios cuarenta™, aunque en Ingla- terra {pero no en Irlanda) las cosas mejoraron durante la mayor parte de estos afios— ¢s indudable que el paro disminuyé de forma conside- rable. Por ejemplo, ninguna depresién ciclica ulterior fue tan catastré- fica y desalentadora como la crisis de 1841-1842. Y por encima de todo, el pdlpito de una inminente explosién social que habfa flotado en Gran Bretafia casi constantemente desde el fin de las guerras napo- lednicas (excepto durante la década de 1820), desaparecié. Los ingle- ses dejaron de ser revolucionarios. Este penetsante desasosiego social y politico no refleja tan sdlo la pobreza material, sino la pauperizacién social: la destruccién de las viejas formas de vida sin ofrecer a cambio un sustitutivo que el traba- jador pobre pudiera contemplar como equivalente satisfactorio. Par- tiendo de distintas motivaciones, ef pais se vio inundado, de vez en cuando, por poderosas marcas de desesperacién social: en 1811-1813, en 1815-1817, en 1819, en 1826, en 1829-1835, en 1838-1842, en RESULTADOS HIUMANOS DE LA REVOLUCION a1 18.43.1844, en 1846-1848. En las zonas agricolas las algaradas fue- ton ciegas, espontaneas y cuando tenian objetivos definidos obedecian casi enteramente a motivaciones econémicas. Un revoltoso de los Fens decia en 1816: “Aqui estoy entre el cielo y la tierra y Dios ¢s mi ayuda. Antes perderia la vida que marcharme. Quiero pan y tendré pan” "? Los incendios de graneros y la destruccién de maquinas tilla- doras se sucedieron en 1816 por todos Jos condados del este; en 1822 en East Anglia; en 1830 entre Kent y Dorset, Somerset y Lin- coln; en 1843-1844 de nucvo en las Midlands oriencales y en los condados del este: la gente querfa un minimo paca vivir. A partir de 1815 la intranquilidad econémica y social se combiné generalmente en las zonas industriales y urbanas con una ideologia politica y un pro- gtama espcefficos: radical-democritico, o incluso “cooperative” (0, como diriamos ahora, socialista), aunque los primeros grandes movi- mientos de desazén de 1811-1813, el de los ludistas de las Midlands orientales y del Yorkshire, destrozaron tas maquinas sin ningdn pro- grama especifico de reforma politica o revolucién. Las fases que abo- gaban por la agitacién polftica o asociacionista tendieron a alternarse, y normalmente las primeras fueron las que contaron con mayores mo- vimientos de masa: la politica predomind en 1815-1819, 1829- 1832, y sobre todo en la época cartista (1838-1848), y la organiza- cién industrial a principios de la década de 1820 y en 1833-1838. Sin embargo, a partir de 1830 todos estos movimientos se hicieron mds conscientes y caracterfsticamente proletarios. Las agitaciones de 1829-1835 vieron surgir la idea del “sindicato general” (general tra- des union) y su arma definitiva, que podia utilizarse para objetivos po- liticos, la “huelga general’; el cartismo se apoyaba firmemente en la consciencia de la clase obrera, y para conseguir sus fines acariciaba la esperanza de la huelga general, 0, como se la Ilamaba entonces, del “mes santo” Pero fundamentalmente, Jo que mantenia unidos a todos los movimientos, o los galvanizaba después de sus periddicas derrotas y desincegraciones, era ef descontento general de gentes que se sentian hambrientas en una sociedad opulenta y esclavizadas en un pais que blasonaba de libertad, iban en busca de pan y esperanza y recibian a cambio piedras y decepciones: gAcaso su descontento no estaba justificado? Un funcionario pru- siano que viajé a Manchester en 1814 nos ha dejado una opinién mo- deradamente halagicia: 92 INDUSTRIA E IMPERIO La nube de vapor de catbén se columbra en la distancia. Las casas ¢s- tdn ennegrecidas por ella. El rio que atravicsa Manchester va tan leno de harapos de colores que mas semeja la tina de un tintorero. Todo el paisaje ts melancélico. Sin embargo, deambulan por doquier gentes atareadas, felices y bien nutridas, y eso levanta los Snimos de quien lo contempla "3 Ninguno de los que visitaron Manchester en Jos afios 30 y 40 ~y fueron muchos~— reparé en sus gentes felices y bien nutridas. “Natura- leza humana desventurada, defraudada, oprimida, aplastada, arrojada en fragmentos sangrientos al rostro de Ja sociedad”, escribiéd sobre Manchester el americano Golman en 1845. “Todos los dias de mi vida doy gracias al cielo por no ser un pobre con familia en Inglate- tra." '4 4 Nos sorprenderemos de que la primera generacién de traba- jadores pobres en la Gran Bretafia industrial considcrara mezquinos los resultados del capitalismo? NOTAS 1 Ver “lecturas complementarias™, eapecialmente 4 (E. P. Thompson, E. Engels, N. cle), nata | del capiculo 2 (K. Polanyi), Sobce el “nivel de vida". ver también E. J. is, Labouring Man (1964), Phytlis Deane. The First Industrial Revolution (1965). mavimientos obreros. Cole y Postgate (“leewras complementarias” 2), A. Briggs. .. Charsist Studies (1959). Para tas condiciones sociales, E. Chadwick, Report ow the Sanctary Conditions of the Labouring Popatation, ed. M. W. Flinn (1965); A. Briggs, Victo- tau Cities (1963), Ver también [3s figuras 2-3, 13, 20, 37, 43-46. . Es irretevante para nucstros propésites que el inteato de aplicar el “edloulo de ia feli- cidad” de Bentham implique tcnicas matemfticas muy por delante de la ariumétiea, pero no el que se haya demostrado que tal intento de aplicacién es imposible sobre la base benthamita. 3. No lo eran, por ejemplo, el comercio al detalle y ciertos tipos de industria. 4 N, McCord, The Anti-Corn Law League (1958). pp. 37-58 3, Clereas categorias de obreros no estaban reducidas totalmente al simple vineulo di- nerarias por ejemplo. los “mozes de ferrocarril". quienes a cambio de una rlgida disciplina y carencia de derechos, disfrutaban de una buena seguridad social, oporrunidades de promacién gradual ¢ induso pensiones de jubilacién. 6. A. de Tocqueville, Journeys to England and Irelend, ed. J. P Mayer (1938), pp. 107-108, 7. Canon Parkinson, citado ca A. Briggs, op. cit, pp. 110-111. 8. La Icy de pobres escoceaa cra algo distinta. Ver capitulo 15. 9 La familia de Harold Wilson, primer ministco desde 1964, 3 casi una ilustradén tentual de este cstrato. Sus ocho anteriores generacioncs paternas fueron: trabajador agricola, pequeto propictacio agricola. granjero, cordobancro y granjero. administrador de una casa de trabajo. vendedor, patero, quimico. Esta linea paterna entroncd en el siglo xx con una geac- racién de tejedares ¢ hiladores, ocra de fabricantes de torcidas de algodén, fogonero, armador de maquinas de tren y una tercera de funcianario de ferrocarriles y maestro de escuela (San- day Times, 7 de mareo de 1963). RESULTADOS HUMANOS DE LA REVOLUCION 93 10 Bs cierto que en tales periodos las grandes ro0nas de pobreva tenulian a ser olvida- das y debfan ser redescubicias periddicamente (al menos por los que nu can pobres), como sucedié en la década de 1880, una vee que las prinseras prospeccioncs sociates lo revelaton a una sorprenidida dlase media Un cedescubrimiento parcjo wvo lugar a principios y mediados de lus pasados aios 60 TL. Bs decit, can respecto al amaio de [a poblacién afeaads 12, William Dawson, citado cn A. J. Peacock, Breau! or Blood (1963) 13. Fabriken-Komminarius, mayo de 1BL4 (ver cota 4 del capitulo 3) 14. Citado en A, Briggs, op. ct, p. 12.

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