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Capiruto II El impacto de los robots en la guerra: guna verdadera revolucién? 1, EL CONCEPTO REVOLUCION COMO CRITERIO ANAL{TICO DEL PROGRESO CIENTIFICO Y TECNOLOGICO Hablar de revoluciones militares es hablar de fendémenos muy antiguos mediante un lenguaje moderno. La idea subyacente deriva de constatar que la evolucién de las innovaciones tecnoldgicas no es lineal. No lo es en las fuerzas armadas como tampoco lo es en otros campos del conocimiento. De hecho, podria parecer que los historiadores militares o los expettos en cues- tiones armamentisticas han recurrido a un concepto espectacular para llamar laatencién: la revolucién. Pero no es asi. Por el contrario, se trata de la misma légica que tige las investigaciones al més alto nivel de algunos de los mejores exponentes de la filosofia de la ciencia del siglo xx. Pensemos, sin ir més lejos, en la intuicién de Koyré (1994), de acuerdo con la cual el progreso cientifico avanza «a titones», es decit, por medio de auténticos saltos cualitativos. De esta manera se intercalan etapas de una gran concentracién de novedades con otras etapas, a veces bastante prolongadas, de estancamiento o de mero reciclaje de las viejas soluciones. Las ptimeras serfan auténticas revolticiones cientificas. Arrancan de cambios de mentalidad que 4 denomina «mutaciones metafisicas». Las segundas, por su parte, se corres- ponderfan con las etapas de «ciencia normaly o de «iencia conservadora», La 50 Javier Jorpdn ¥ Josep Baqués causa de que predomine una u otra deriva serian los cambios de tipo filoséfico que se dan en la sociedad de referencia, Por otra parte, aunque Koyré en oca- siones ha sido criticado por no buscar, a su vez, el motor en tiltima instancia de esos cambios de mentalidad, la verdad es que su aproximacién al progreso de la ciencia es muy sensible a razonamientos de tipo muy mundano. Sin ir més lejos, Koyré se pregunta por las razones de que en la Grecia clasica apenas hubiera avances tecnolégicos relevantes. Maxime cuando fue una de las etapas de la historia de la humanidad en las que mds brilld el pen- samiento especulativo. Planteado con mayor claridad por qué en plena edad de oro del pensamiento no se dio un avance proporcional en el campo de la ciencia o de la técnica aplicada? Koyré (1994: 88-92) responde que no hubo parang6n entre ambas apuestas porque las élites del momento no estaban dispuestas a poner en tela de juicio algunas de las instituciones mas impor- tantes del momento. Por ejemplo, la invencién de mecanismos que auxiliaran, complementaran o sustituyeran a los remeros de las naves de la época podia suponer un gran avance. Desde luego. Pero también podia poner en entredi- cho la institucién de la esclavitud, que para muchos filésofos de la época era la columna vertebral de su sociedad. Baste recordar, en este sentido, las pala- bras de Aristételes (1985: I, 4, 1253b): «si los peines por si mismos tejiesen, y la pluma por sf misma tocara la cftara, ni los oficios tendrian necesidad de ministros, ni los sefiores de siervos». Pero, por esa misma razén, cuando la mentalidad cambia, o cuando los pardmetros filosdficos que la sostienen lo hacen, la respuesta no tarda en apa- recer. El ingenio fluye, las nuevas tecnologias florecen y se produce uno de esos saltos cualitativos. Lo hacen guiados por las nuevas necesidades. No se trata, en ese sentido, de un proceso espontdneo, ni auto-inducido. No tiene nada que ver con el genio del investigador, si entendemos ese genio como algo eremitico o descontextualizado, Koyré no es el tinico en esta forma de entender la dindmica cientifica. En el fondo, lo que hard poco después su principal discipulo, Kuhn (1962), no es otra cosa que aprovechar el camino abierto por su maestro para ofrecer una explicacién algo més socioldgica del mismo fenémeno: las revoluciones cienti- ficas. Kuhn las asume a modo de una suerte de «cambios de paradigma». Seria, pues, el equivalente funcional de las «mutaciones metafisicas» teorizadas por Koyré. Y, como en el caso antes expuesto, serian seguidas por etapas —en oca- siones prolongadas— de «ciencia normal» o de «ciencia conservadora». Kuhn plantea, en definitiva, que el motor de cambio serfa la incapacidad del viejo paradigma para dar respuesta a las nuevas preguntas. Cuando la acumulacién GUERRA DE DRONES at de retos sin respuesta es grande, se produce la revolucién. Pero, como ya su- cediera en la obra de Koyré, la pregunta es mas importante que la respuesta. Sila primera se plantea, la segunda siempre llega. Por ello, es preciso analizar en cada momento histérico las nuevas preguntas, las razones de las mismas, sus derivas y las soluciones (0 respuestas) que en cada caso emergen. Pues bien, los andlisis acerca de la existencia de revoluciones militares responden precisamente a este tipo de sensibilidad. Y es conveniente tener en Cuenta que, como ocurre con otro tipo de avances, la historia de los que se han dado en materia militar podria retrotraerse hasta la noche de los tiempos. Sin embargo, conviene no perder de vista que la literatura generada al respecto es bastante més reciente. Por eso creemos que en estas paginas es de justicia aludir a algiin precursor, siquiera sea a modo de pequefio reconocimiento académico, Es el caso del profesor Michael Roberts, cuya conferencia de 1955 pronunciada en la Queen’s University of Belfast puede ser considerada como una especie de punto de partida para el debate que ahora nos ocupa. En efecto, Roberts advierte la existencia de conexiones entre la tecnologia militar y los avances politicos ¢ institucionales, hasta el punto de establecer relaciones de tipo causa-efecto. En su caso, enfatiza el hecho de que la con- solidacién de los ejércitos permanentes fuera de la mano de la construccién del Estado europeo moderno, en pleno siglo xv1. A su vez, en una dindmica de constante feed-back, estos ejércitos permitieron el fortalecimiento de las monarquias absolutas y estas los potenciaron con el objetivo de terminar con la hegemon‘a de los seiiores feudales. Pero lo hicieron hasta el punto de que Europa muy pronto se hizo duefia y sefiora del mundo. Algo que permanecié indiscutido durante los siguientes trescientos afios. En ocasiones se critica a Roberts el hecho de que su trabajo se centrara en una tnica revolucién militar, circunscrita a la coyuntura histérica indicada. Pero eso no es dbice para admitir la enorme vis expansiva de su argumento. En el fondo, se trata de una tesis que en buena medida ha sido recogida, avalada y ampliada en cl Ambito de la Ciencia Politica por autores més conocidos, como Charles Tilly (1992). En su obra de referencia, aunque esta vez con es- casas pretensiones a la hora de teorizar acerca de las revoluciones militares en cuanto tales, él sugiere —en la misma linea en que antes lo hiciera Roberts— la existencia de procesos de cambio —de auténticos saltos cualitativos— que afectan positivamente a la construccién del Estado y que encuentran su expli- cacién en el fortalecimiento de los ejércitos europeos, tanto cualitativa como cuantitativamente. Sobre todo en la medida en que constituyen un acicate para la potenciacién de la fiscalidad y del ctecimiento econémico. Tanto es 52 Javier Jorvsn ¥ Josep Baquis asi que este teérico llega a afirmar, a las claras, que el Estado es un «producto secundario de los esfuerzos del gobernante pata adquirir armas» (Tilly, 1992: 37 y 140). Por consiguiente, tanto Roberts como Tilly sostienen que el proceso de transformacién de las fuerzas armadas no es ni aleatorio ni lineal. Como tampoco se encuentra guiado por una mera evolucién periédica, monétona, explicable a partir, quizd, de procesos endégenos. Por el contrario, se trata de un progreso racional, pero (por esa misma raz6n) irregular (Iéase adaptativo), basado en causalidades. As{ que ese proceso es conducido a través de lo que aqui definimos como revoluciones. Revoluciones que, a su vez, requieren de una explicacién o, al menos, de un esfuerzo de contextualizacién, si realmente se desea entender qué estd sucediendo o responder a la pregunta de «hacia dénde nos encaminamos». Valga afiadir, en todo caso —antes de profundizar en el concepto «re- volucién» y en sus implicaciones practicas— que nosotros no entendemos una «revolucién» como un cambio répido sino, mds bien, como un cambio profundo, Su principal atributo no es, por lo tanto, la velocidad, sino su ca- pacidad para cambiar las cosas. Aunque lleve su tiempo. Bésicamente porque, como iremos comprobando, este tipo de cambios requieren de prolongados perfodos de maduracién hasta que pueden desarrollar todo su potencial. En esto no pretendemos ser especialmente originales sino mds bien hacernos eco de la que consideramos mejor doctrina al respecto (Krepinevich, 1994: 30; Hundley, 1999: 9; Vickers y Martinage, 2004: 2; Colom, 2008: 46; Watts, 2011: 3). En este sentido, queda claro que estas revoluciones pueden situarse en el tiempo de un modo bastante aproximado, pero es complicado y probablemen- te irreal establecer una fecha emblemética concreta. Si acaso, es mds frecuente —y quizd sea mds sugerente para la comprensién del fendmeno— sefialar como hito alguna campafia militar en la cual los «efectos» de alguna revolu- cién militar se dejan notar. Ello suele suponer, en realidad, que ese resultado final se ha estado larvando durante décadas de esfuuerzos en investigacién, con el consiguiente apoyo polftico-institucional. ¥ —este es un aspecto central de Ja argumentacién de nuestro libro— que, a su vez, esos apoyos tienen que ver con alguna «mutacién metafisica» 0 con algin «cambio de paradigmay que hunde sus rafces en procesos de transformacién social, moral o cultural que van més alla de lo estrictamente castrense. (GUERRA DE DRONES o- 2, LA VERTIENTE TECNOLOGICA DE LAS REVOLUCIONES MILITARES Asumido el marco basico de andlisis, el énfasis de una revolucién militar puede ponerse —o no— en la tecnologfa. En efecto, veremos que existen vias medias o propuestas hibridas. Por el momento, es importante sefialar que algunos autores han situado a las innovaciones tecnolégicas en el epicentro del progreso del arte de la guerra. No en vano, a todos nos resulta familiar la crénica que ubica como variable explicativa del éxito militar el invento (y el primer uso en combate) del estribo para las tropas a caballo, del arco largo, 0 del cafién y la pélvora, o de los fusiles de repeticidn y las ametralladoras. La lista serfa larga. Y nadie duda (nosotros tampoco) que esa visién de las cosas contiene, al menos, una parte de la verdad. Pues bien, el caso més Ilamativo en tiempos recientes es el del mariscal ruso Nikolai Ogarkov (1984), a la sazén jefe del estado mayor conjunto de la extinta URSS. No cn vano, él popularizé la nocién de «Revolucién Tecno- légica Militar» (RTM, en adelante) a consecuencia del impacto de la carrera nuclear, desde luego, pero no solo ni principalmente por ese motivo. De hecho, en pleno apogeo de la doctrina de la Destruccién Mutua Asegurada (MAD), lo que trafa de cabeza a Ogarkov era la eventualidad de un enfren- tamiento entre las dos superpotencias y sus acélitos, basado en el empleo de armas convencionales. Asi que lo que motivé a Ogarkov a inventariar el concepto RTM fue la paulatina introduccién de los satélites militares (0 de doble uso, en su caso) asi como de las armas guiadas de medio y largo alcance, dotadas de una precisién sin precedentes. Golpear més fuerte, desde més lejos, y mds répidamente. Antes de que el enemigo pudiera hacer lo propio y sin quedar expuesto a su fuego de contrabaterfa. De eso se trataba. En esa época los soviéticos ya habla- ban de la existencia de una verdadera revolucién —por oposicién a una mera evolucién del modelo preexistente— centrada en lo que dieron en llamar el «complejo reconocimiento-ataque» (RUK, en sus iniciales rusas). Este nuevo paradigma militar, liderado en la practica real por Estados Unidos, integraba novedades como los radares de apertura sintética, las muni- ciones guiadas o las mejoras en el apartado de mando y control (Watts, 2011: 1-2), Asimismo, ya se comenzaba a hablar de la information warfare, que en la década de 1990 cristalizaria en la Network Centric Warfare (NCW) (modo de hacer la guerra basado en la superioridad de la informacién y en la organi- zacién en red) (Mazarr, 1993: 38). En ese contexto Ogarkov estaba preocu- 54 Javier JonvAn y Jossr Baqués pado por la posibilidad de que, aprovechando esas innovaciones, las fuerzas norteamericanas abrieran una brecha tecnoldgica imposible de cerrar por los demés paises, incluyendo el suyo (Roxborough, 2002: 69). La reflexién es interesante en si misma, porque se podria aducir que algo similar puede estar ocurriendo en nuestros dias con la entrada de los robots en el arsenal estado- unidense, Aunque la realidad es més compleja y demasiado incipiente. Pero no adelantemos acontecimientos. Claro que lo que le quitaba el suefio a Nikolai Ogarkov era la que se dio en llamar la doctrina de la batalla aeroterrestre, pronto materializada en sede OTAN bajo el acrénimo FOFA (Follow-on Forces Attack). A iniciativa del ge- neral estadounidense Bernard W. Rogers, los aliados trataron de resolver a su favor una hipotética guerra convencional en el teatro europeo por medio de una serie de ataques lanzados a gran distancia contra la retaguardia enemiga (del Pacto de Varsovia, en este caso). Su objetivo eran las fuerzas de segundo y de tercer escalén enemigas. Su razén de ser consistia en impedir que llegaran refuerzos a primera linea, con lo cual también se preveia el ataque a su cadena logistica. De esta forma la derrota del primer escalén seria mucho mas facil. Lo importante a nuestros efectos es constatar que alrededor de los avances tec- nolégicos ya comentados (y de otros creados ad hoc) también se iba generando una doctrina de empleo capaz de maximizar su rendimiento. El resultado final deberia ser la derrota de unas fuerzas armadas més numerosas, sin tener que llegar para ello al choque de sus respectivas fuerzas de maniobra. Para cubrir esos ambiciosos objetivos los norteamericanos perfeccionaron algunas tecnologias ya existentes, adaptandolas a los nuevos requerimientos. Pero también desarrollaron otras nuevas, a pattir de una inversidn en I+D cla- ramente orientada a este fin. En el primer apartado cabe citar elementos como la mejora de las direcciones de tito y de las municiones de piezas de attillerfa autopropulsadas clésicas, como los M-109 de 155mm a los que ademas se les alargé el tubo del cafién a fin de lograr mayores alcances. O como Ja intro- duccién de los MLRS (Multiple Launch Rocket System) dotados con cohetes de 227mm que, en la practica, no dejaban de recordar a los viejos Katiuskas soviéticos de la Segunda Guerra Mundial. Entre las auténticas novedades cabe destacar la aparicién de conceptos como el JSTARS (Joint Surveillance and Target Attack Radar System), el LANTIRN (Low Altitude Navigation and Tar- geting Infrared for Night), las bombas con guia laser (GBU) o los misiles de crucero lanzabies desde aviones, entre otros ingenios. Aviones que, dicho sea de paso, ya incorporaban diseftos stealth (caso del F-117 y del B-2, ambos de la USAF). (GUERRA DE DRONES 55 Como puede apreciarse, el conjunto expuesto constituye una panoplia de sistemas de vigilancia, reconocimiento, designacién de objetivos y vectores capaces de poner en serios apuros incluso a ejércitos bien pertrechados de vehiculos blindados y de baterias de artilleria autopropulsada. Ciertamente, si las cosas salfan como estaba previsto, la opcién de que el enemigo fuera capaz de llevar al grueso de sus tropas al combate en campo abierto podrfa ser marginal. De todos modos, hay que tener en cuenta que muchos de esos avances no fueron desplegados en numero apreciable hasta algunos afios después de que Ogarkov se hiciera eco de tales progresos (Chapman, 2009: 19-20). En varios de los casos citados hubo que esperar a la Guerra del Golfo de 1991 para po- der apreciar su verdadero potencial. Y, atin asf, esa guerra suele ser considerada como de «transicién» entre dos revoluciones militares diferentes en la medida en que convivieron en el campo de batalla materiales y hasta tdcticas que, por una parte, recuerdan los escenarios de la Segunda Guetra Mundial, Sin ir mis lejos, los carros de combate M-60 de los marines no eran sino la tiltima evolucién del viejo modelo de carro de combate M-48 Patton (empleado en la guerra de Vietnam), mientras que el diserio tactico seguido por el general Norman Schwarkopf fue, en esencia, una vetsién més o menos actualizada de la blitzkrieg. Aunque, por otra parte, también es cierto que la puesta en escena del poder militar estadounidense ya integré algunos de los avances propuestos bajo palio de Ia doctrina FOFA. Y, en ese sentido, quiza anticipara algunas de las caracteristicas de las guerras del futuro, pese a la existencia de no pocos problemas operativos (Tofller, 1995; Freedman, 1998: 30-31), bastantes de los cuales derivaban del exceso de expectativas (Scales, 1997: 25). Todo esto lo planteamos para reforzar con datos un argumento ya esgri- mido: que los procesos de progreso en el arte de la guerra que venimos expo- niendo, por revolucionarios que sean —Ogarkov tenfa claro que lo eran— maduran lentamente. Siempre ha sido asf. Ahora cabe afiadir un segundo argumento que complementa al anterior, a saber, que las mas de las veces las nuevas etapas de este progreso de corte revolucionario superan e integran, pero no destruyen, las conquistas previas. O, al menos una parte sustancial de las mismas. Dicho con otras palabras, las novedades suelen convivir mas © menos arménicamente con sistemas de armas provenientes de etapas ted- ticamente superadas. Es lo normal, visto en clave histérica. Y nada nos hace pensar que vaya a cambiar en un futuro préximo. En este punto podemos retomar las reflexiones del mariscal soviético, a fin de conectarlas con nuestra aproximacién de tipo conceptual al fendmeno de 56 Javier JorpAn ¥ Josep Baquts las revoluciones militares. Es importante tener en cuenta que muchas veces se comenta que el enfoque popularizado por Ogarkov adolece de un problema: pese al cardcter ideolégicamente orientado de sus reflexiones, el hecho de cen- trar el andlisis en la cuestién tecnolégica eclipsa la realidad en la que aquella echa raices. Dicho de otra manera, Koyré, o Kuhn, hubieran considerado que el anilisis del general soviético pecaba de superficial. En efecto, es conveniente conocer el substrato sobre el cual se elevan las innovaciones tecnolégicas para comprender mejor sus posibilidades de consolidacién o de éxito. O su acep- tacién social y politica a medio y largo plazo. Con todo, que el andlisis sea parco en detalles 0 que sea poco profundo no significa que sea incotrecto. En el fondo, Ogarkov era consciente de que a lo largo de la historia los avances tecnolégicos han aportado lo que los econo- mistas denominan «ventajas comparativas». Las que operan a favor de quienes han estado en vanguardia de las innovaciones. Se trata de ventajas que muchas veces han sido decisivas para ganar guerras 0, en su caso, para evitarlas (me- diante la disuasién). Pero en este tiltimo escenario haciendo prevalecer, frente a terceros, las posturas de quienes ostentan ese liderazgo tecnoldgico. 3. MAs ALLA DE LA TECNOLOGIA: LAS REVOLUCIONES EN LOS ASUNTOS MILITARES Ya hemos comentado que el papel de Ogarkov fue el de precursor. Como cabfa esperar, sus reflexiones tuvieron su correlato en el bloque occidental poco tiempo después. Pero eso no ocurrié siguiendo el mismo esquema de trabajo auspiciado por el mariscal soviético. Porque cuando Alfred Marshall, director de la Oficina de Net Assessment del Pentdgono, se dispuso a elabo- rar su propia versién de los hechos, a principios de la década de 1990, fue incapaz de concebir las revoluciones militares como algo basicamente tecno- légico. En efecto, aunque en principio Marshall orquesté la respuesta tedrica norteamericana al concepto RTM, en realidad también se propuso resolver algunos de los problemas que planteaba (Colom, 2008: 41), Su apuesta fae clara: las innovaciones tecnoldgicas en si mismas cuentan poco. Ahora bien, se les puede sacar provecho —entendidas como auténticas revoluciones— si van acompafiadas de innovaciones paralelas en el campo de la doctrina, sobre todo a nivel operacional, asf como en el de la organizacién (Marshall, 1993: 1), En su dia este tipo de discurso también fue empleado por Donald Rumsfeld quien dejé un diddctico resumen del mismo: «Todas las armas de Guerra be DRONES 57 alta tecnologia del mundo no pueden transformar las fuerzas armadas de los Estados Unidos a menos que también transformemos la forma de pensar, de prepararnos, de cjercitarnos y de luchar» (Rumsfeld, 2002: 29). Al fin y al cabo, lo que Marshall planteaba es que los sistemas de armas se insertan dentro de un todo més complejo. Requieren un plan. También pre- cisan una orgdnica adaptada. Entonces, la revolucién no consiste en el hecho en si de disponer de nuevos sistemas de armas, sino més bien en el resultado de determinado empleo de esos nuevos medios. La tecnologia es una condi- cién necesaria, pero no suficiente, para conseguir ese resultado, Incluso cabe afirmar que lo més importante es la doctrina ya que las opciones tecnolégicas, bdsicamente, tratardn de dotar de verosimilitud a sus contenidos. Esa es la ra- z6n, dicho sea de paso, por la que en 2009 —dieciséis afios después de haber escrito su texto base— Alfred Marshall todavia se mostrase muy escéptico en relacién con los supuestos logros de la revolucién protagonizada por las fuerzas armadas de los Estados Unidos. A su entender, los incuestionables avances tecnolégicos no habrian ido acompafiados de una correlativa innovacién en los métodos o en la organiza- cién militares sino que, en esencia, solo habrian conllevado garantias adicio- nales para implementar los viejos esquemas de siempre (Watts, 2011: 5-7). El veredicto de Marshall puede parecer excesivamente critico, Pero, en realidad, no hace mis que recoger unas dudas que otros expertos venian contemplando desde el momento mismo en que se comenzé a hablar abiertamente de la exis- tencia de revoluciones militares. Segtin nuestro autor, las nuevas tecnologfas estaban operando a modo de multiplicadores de fuerza, en efecto, pero siem- pre dentro de un paradigma que podria definirse como convencional (Jensen, 1994; Stein, 1995). Quienes se acercan a este punto de vista suelen aducir que, en realidad, se trata de un fenémeno bastante frecuente que tiene que ver con una inercia de muchas instituciones —la militar no es una excepcién— consistente en buscar que las novedades encajen en el modus operandi ya es- tandarizado (Cohen, 2005: 240). En tales casos, puede que haya indicios que nos hagan pensar en procesos de corte revolucionario. Pero si nos detenemos a analizar frfamente lo que ocurre, podremos comprobar que las continuidades superan en importancia a los cambios (O’Hanlon, 2000, 32 y ss.). Sea como fuere, a partir del momento en el que Marshall puso las cartas sobre la mesa pudo decirse que las revoluciones militares contienen, al me- nos, tres pilares (tecnolégico, doctrinal y organizativo). Eso queda claro en cl terreno de los conceptos, con independencia de cudl sea el resultado de la observacién empirica. Y ese es e] motivo debido al cual podemos apteciar que, 58 Javier JorvAn ¥ Josep Baqués progresivamente, la literatura especializada va dejando de hablar de revolucio- nes «tecnolégicas» militares en beneficio del concepto, bastante més amplio, de revoluciones en los «asuntos» militares (mas conocida por sus iniciales en inglés como RMA, Revolution in Military Affairs). Por otra parte conviene destacar que las motivaciones para avanzar hacia una RMA pueden ser de distinta indole, no solo de catdcter tecnoldgico. En los siguientes parrafos planteamos una adaptacién propia de las tesis que Co- hen (2005) recopila al respecto. Si bien en la practica puede darse el caso de que confluyan varios estimulos, proponemos un criterio de clasificacién de las diversas posibilidades que puede ser uitil a efectos analiticos. A saber: a) Aparicién de nuevas amenazas, lo cual obliga a revisar la propia fortaleza a la luz de las capacidades del rival, actual o potencial. En este caso se produce tuna suerte de auto-evaluacién cuyo veredicto permite detectar las hipotéticas Jagunas cuantitativas y/o cualitativas presentes. La opcién incrementalista —en el sentido que el politélogo Charles Lindblom (1991) da a esta expre- sién— no es descartable. No obstante lo cual, cuanto més evidente sea el gap detectado, més probabilidades habré de que la respuesta sea algo més que un mero aumento de los recursos preexistentes o que una estricta readaptacién ylo modernizacién de los medios ya disponibles. Llegado este caso podria- mos hablar, por lo tanto, de RMAs reactivas. 6) La revision de la propia capacidad de disuasién, aunque todavia no se hayan detectado amenazas reales. En este caso, el Estado implicado trata de mante- ner su credibilidad internacional ante el temor a la obsolescencia de algunos de sus recursos y/o procedimientos. Como en el escenario anteriormente descrito, muchas veces el resultado de este escrutinio no requeriré un cam- bio dréstico. Desde luego, no de un cambio catalogable como «tevolucio- nario» en los términos que venimos empleando. Sin embargo las RMAs, cuando acontecen, suclen arrancar de este tipo de escenarios. Todo depende del diagnéstico de la situacién. De hecho, este efercicio suele hacetse perid- dicamente, aprovechando los ciclos de revisién de la politica de defensa y/o las planificaciones estratégicas, Pero, ademés, es recomendable prestar espe- cial atencién en la medida en que cambia la tipologia de los conflictos. Por ejemplo, una cosa es prepararse para lidiar guerras convencionales contra Es- tados cuyos puntos fuertes y débiles son similares a los del que se plantea esa revisién, Otra muy diferente es hacer lo propio para enfrentar supuiestos de contrainsurgencia en guerras asimétricas desarrolladas en sociedades dotadas de idiosincrasias muy dispares. Se trata de lo que Mary Kaldor (2001: 16) GUERRA DE DRONES 59 dio en llamar «nuevas guertas» y Steven Metz «guertas grises» (Metz, 2000: 56-57). Aunque ni siquiera son los tinicos escenarios previsibles. En aquellos casos en los que se requieran cambios realmente profundos y en los que los Estados scan capaces de adelantarse a estas necesidades podrfamos hablar, mas bien, de RMAs proactivas. ©) Presiones institucionales, tanto al maximo nivel politico como en tétminos de industria armamentistica. En estos casos el motor del cambio suele ser endé- geno. En ocasiones para tratar de cambiar el statu quo internacional. Quizd mediante el incremento de las distancias en relacién con otros Estados en lo que concierne al poder militat. Otras veces ocurte que confluyen los intereses de la industria del armamento con los de los planificadores de las politicas de defensa. Esto solo es viable en Estados fuertes, con un PIB importante y que estén dotados de un complejo milicar-industrial bien implantado. Pero se trata de caracteristicas usuales entre lo que autores como Mearsheimer (2001) definen como «grandes potencias» o «grandes poderes politicos» que son, en definitiva, los que pueden encabezar las RMAs. Aunque estemos hablando de planificar y de transformar, para dar este paso también es im- portante que haya una buena sintonia entre élite politica, sociedad civil ¢ institucién militar. Se trata, una vez més, de los tes componentes de la cé- lebre trinidad de Clausewitz (1999: 196), Pues bien, en este caso podrfamos hablar de la existencia de RMAs ofensivas. 4, La Crencta Potfrica ¥ LAS REVOLUCIONES MILITARES: EN BUSCA DE RESPUESTAS "Todas estas aproximaciones son titiles a nuestro objetivo. Peto para enten- der mejor las conexiones entre las innovaciones tecnoldgicas que son las aban- deradas de cada cambio de paradigma y los avatares de cada época —que son su causa tiltima— atin son insuficientes. El paso definitivo hacia una integra- cién de todas las variables en liza lo oftece otra perspectiva. Esta vez si, capaz de analizar la quintaesencia de cada revolucién en los asuntos militares. Se trata del enfoque apuntado por Clifford Rogers (2000) y desarrollado por Robert Knox y Williamson Murray (2001). Un enfoque al que podriamos denominar como «Revolucién Socio-Militar» (RSM, en adelante), aunque Knox y Murray se refieren a él como «Revolucién Militar» a secas. Su voca- cién es la de proponer un punto de vista comprehensivo que integre en un todo las fuerzas armadas, la sociedad de la que proceden y el Estado al que 60 Javier JorDAN y Joser Bagués sirven. Rogers advierte que cualquier otra perspectiva pecaria de parcialidad y no nos permitiria llegar al fondo del asunto. En sus propias palabras, una revolucién militar es «un cambio de época en la naturaleza de la guerra, con consecuencias que se extienden a las estructuras sociales y al modo en que los Estados ponderan, adquieren y emplean el poder» (Rogers, 2000: 325 en la misma linea Knox y Murray, 2001: 7). Por lo tanto, no es adecuado ana- lizar los progresos de las diferentes RMAs de modo autorreferencial. Si esta nueva perspectiva es la correcta, de ello se deriva que no solo es cierto que la tecnologia cuenta poco si no la vinculamos a los progresos operacionales y orgdnicos. También lo es que esos tres pilares de las revoluciones en los asuntos militares (tecnolégico, doctrinal y organizativo) resultan insuficientes si no los vinculamos a las necesidades y a las ventanas de oportunidad, pero asimismo a los constrefiimientos y a los obstaculos que aparecen en cada época, en el seno de cada sociedad, En realidad, cuando los autores de esta escuela explican el impacto de las RSMs acuden a metéforas del tipo de que las RSMs serfan el equivalente a unos «terremotos» capaces de alterar significativamente (pero de manera nunca completamente previsible) el territorio afectado que es, exprimiendo la metéfora, el modo en que entendemos la politica o nuestras instituciones. A su vez, las diversas RMAs son vistas como los «avisos» y como las «réplicas» de esos mismos terremotos (Murray, 1997: 70-71 y 73, respectivamente), Con lo cual, de paso, ya se deja entrever la conexién existente entre todos esos fenémenos. Lo que puede llamar la atencidn a primera vista es que el listado de RSMs que maneja Williamson Murray apenas incluye elementos tecnolégicos, doc- trinales u organizativos: es decir soslaya casi por completo los criterios es- trictamente militares. Y lo hace asi porque, a la hora de la verdad, las RSMs constituyen el marco socio-politico que dota de sentido a las RMAs. Con lo que su habitat natural no es el cuartel, ni el campo de batalla, ni siquiera, en puridad, la industria de defensa. Es, més bien, ese terreno de juego del que nos hablara Clifford Rogers, el de la polis, delimitado por la sociedad y por el Esta- do. :Dénde radica, entonces, su vertiente militar? Muy sencillo: ocurre que las RMAs siempre se explican en relacién con alguna RSM. De la misma manera que los avisos y las réplicas se explican en relacién con un terremoto, primero permitiendo que lo anticipemos y luego desplegando todos sus efectos. Por eso, cuando analicemos monogréficamente el sentido de Ja entrada de los robots en el seno de las fuerzas armadas més importantes del mundo, los factores ligados a la nocién de revolucién socio-militar deberdn estar muy Guerra De DRonss 61 presentes. Aunque, como enseguida veremos, habrd que hacer un esfurerz0 ultetior por comprender las dindmicas de cambio que nos permiten pasar de la RSM moderna a otra de nuevo cufio, que bien podrfamos categorizar como posmoderna. Pero no adelantemos acontecimientos. Por el momento, es conveniente que sigamos trazando el argumento paso a paso. La «revolucién socio-militar moderna», que abarcaria aproximadamen- te desde las guerras napoleénicas hasta algunos aftos después de la Segunda Guerta Mundial, obedece a cambios de tipo politico-institucional, ideolégico, econémico y hasta demogrdfico. Para la mayoria de autores (Murray inclui- do) cada uno de estos cambios contiene, en sf mismo, tintes revolucionarios. Se trata de una tesis plausible, aunque quizds podria discutirse o matizarse. Sin embargo, no cabe duda de que la confluencia de dichas variables en un mismo contexto espacio-temporal si posee dicha impronta revolucionaria. A continuacién examinamos cada una de ellas. a) La maduracién del Estado propicié la definitiva marginacién de las formas de violencia privada en beneficio de un mando tinico, jerérquico, centrali- zado, dotado de medios y/o tropas a través del erario piiblico, Ahora bien, la consolidacién del Estado se alcanza lentamente y hay muchos indicios que apuntan a que su plena operatividad acontece no antes de mediados del siglo xvn y en algunos casos —siempre hablando de Europa— habra que esperar hasta bien entrado ef siglo x1x (Baqués, 2006: 51-60). Pense- mos, como botén de muestra, en los procesos de codificacién del derecho positivo o en la puesta en marcha de una auténtica buroctacia fiscal, cuyos miembros ya trabajan de forma permanente y a tiempo completo (Rein- hard, 1997: 29). O pensemos, sin ir més lejos, en la sustitucién de simbolos, poderes y normas meramente dinésticos (incluyendo banderas, haciendas y privilegios) por otros auténticamente transversales. © incluso, ya que nos atafie directamente, pensemos en la definitiva monopolizacién de la seguri- dad y la defensa por parte del Estado, sin necesidad de tener que negociar y Hegar a acuerdos ad hoc con los miembros de su nobleza o hasta de cooptar en beneficio propio a auténticos sefiores de la guerra terrestre 0 naval —es el momento de recordar la légica implicita en las patentes de corso— (Tilly, 1992: 105) alos que algunos analistas no dudan en identificar como los fle- cos de cierto «feudalismo remanente» (Bendix, 1964: 44-45) que se solapa con los primeros esfuerzos de las monarquias de la época a fin de afianzar ese poder politica y jurfdicamente piramidal, aunque socialmente transver- sal del que venimos hablando. 62 4) Javier JorvAn y Josep Baguis Las mejoras en la gestion del aparato fiscal inctementaron exponencialmente las capacidades presupuestatias de los Estados, que ya no dependfan de la ra- pitia, del botin de guerra o de la obtencién de metales preciosos. A su ver, esa racionalizacién de la hacienda puiblica, unida a la unificacién del derecho a lo largo y ancho del Estado, hizo factible la puesta en marcha de una enotme cadena logistica que evitara esa vieja costumbre de tener que solicitar auxilio a los paisanos (en forma de alojamiento y, a veces, hasta de manutencién) para sostener el esfurerzo de los militares de su propio ejército, incluso en campagias que tenfan lugar dentro de sus fronteras. De ahi deriva la consolidacién de una red de acuartelamientos, polvorines/ arsenales, hospitales, fabricas de amas y/o municiones, servicios administra- tivos, etc. En esta fase también aparecen las academias de formacién de ofi- ciales. Gracias a todo lo cual ya se pudo encuadrar de modo permanente y en términos de eficacia esa suma ingente de tropas, que se iba a lograr, ademas, contando con un material homologable que, en tiltima instancia, favorecta las tareas de mantenimiento ¢ instruccién, La revolucién industrial también fue decisiva, por varios motivos. Por un lado, su impacto més inmediato fue la creacin de una base tributaria cada vex més sdlida, a partir de la cual se pudo hacer realidad lo comentado en el parrafo anterior. Por otto lado, fue hija de importantes avances tecnolégicos (por ejemplo, la méquina de vapor) y no dejé de propiciar un incentivo para el I+D hasta entonces inusitado. Ello produjo tecnologias de doble uso que constituyeron, en cuanto tales, auténticas RTMs o hasta RMAs. De hecho, fueron decisivas en conflictos como la Guerra de Secesién de los Estados Unidos o Ja Guerra Franco-Prusiana. Es el caso del telégtafo, del ferrocarril o de la progresiva sustitucién de la vela en los buques de guerra, con el con- siguiente aumento de la velocidad. Por tiltimo, pero no menos importante, la revolucién industrial tuvo un evidente impacto sociolégico. Por vez primera requirié la incorporacién en masa de obreros a las fibricas de la época, Normalmente esos trabajadores estaban a las drdenes de capataces con los que no mantenian ninguna rela- cién de confianza previa, se incorporaban a un equipo en el cual eran una pieza més del engranaje, debian cumplir escrupulosamente unos horarios prefijados. Y, en ocasiones, hasta iban uniformados. El concepto clave es, en todo caso, «estandarizacién»: de habilidades, de procedimientos, de piezas de recambio y hasta de estilos de vida. Se trata, pues, de la antitesis del modelo de produccién agrario. En ese sentido, significé un giro de ciento ochenta grados. Un cambio decisivo, puesto que reproducta la Iégica inherente a la GUERRA DE DRONES 63 @d institucién militar y la hacfa més ficilmente asimilable por parte de los ci- viles. De hecho, ambos fenémenos se retroalimentaron con éxito durante muchas décadas. Probablemente fue ast hasta bien avanzado el siglo 30%. La revolucion francesa fue, sobre todo, una revolucién inspirada en un nuevo ideal, que quedé bien expuesto cuando uno de sus precursores —el abate Sigyés— enfatizé la necesidad de trasladar el poder a la nacién. A su vez, esa nacién estaba compuesta por todos aquellos que se sometfan a una mis- ma ley —léase Constitucién—, sin ostentar privilegios. En efecto, lo que se pone sobre la mesa por vez primera es el nacionalismo entendido como un discutso explicito, internamente coherente y orientado a la préctica politica. Tenfa todos los atributos de una ideologfa. Por lo demés, se trataba de un nacionalismo de Estado. Cabe aftadir, para ser rigurosos con lo previsto en el modelo francés, que su fandamento no era necesariamente étnico, Su importancia es crucial por varios motives, a saber, los soldados ya no van ala guerra a mori por el rey, sino por la patria (los reyes, en cuanto personas, pueden fallar; las patrias no); los ciudadanos son conscientes de que alcanzan su plenitud como tales a través de la movilizacién (al principio, el derecho de suftagio activo —tambign recién estrenado— solfa vinculatse al deber de cumplir el servicio militar); la nacién (al menos en su discurso teético, ampliamente difundido) no entiende de clases sociales, con lo cual opera como una suerte de «emento social» que cohesiona a gentes potencialmente enemistadas por otros motivos, generando nucvas formas de solidaridad y de lealtad, aunque en muchas ocasiones eso pase por la identificacién —a con- traluz— de enemigos comunes; por tiltimo, el carécter altamente simbélico y emotivo del nacionalismo, unido a los demas factores, hace posible que los llamados a filas acudan fuertemente convencidos y comprometidos. De esta manera, el extemporinco suefio de Maquiavelo, més tarde reftendado por autores como Montesquieu, Rousseau y hasta —al menos en parte— Adam Smith, se hizo realidad: ya no seria necesario basar las fuerzas armadas en la contratacién de mercenarios extranjeros. De este modo, la primera levde en masse tiene por fecha 1793. Algunas décadas después otros Estados europeos adoptardn la misma politica de reclutamiento, Todo lo cual nos deja a las puertas de la viabilidad practica del modelo basado en el «ciudadano-solda- do». E incluso de la viabilidad practica de la «nacién en armas». Revolucion demogrdfica, Para que todas las piczas del puzle encajen tenemos que integrar otra variable: el capital humano. Esta vez medido en términos cuantitativos. Pues bien, la revolucién demogréfica venfa produciendo, des- de hacfa algiin tiempo, un crecimiento exponencial de la poblacién. A finales 64 Javier JorDAN ¥ Joser Baquéts del siglo xv y principios del siglo xrx ya se podian recoger los frutos de ese proceso. Mas atin: ese es el momento ideal porque para entonces la tasa de fecundidad femenina atin no habia descendido a causa del incremento del nivel de renta de las familias (eso sucederd més adelante) mientras que la mortalidad infantil ya se habia rebajado gracias a los avances graduales en la higiene, en la medicina y en la alimentacién de madres ¢ hijos. De esta forma, aunque las campafias militares fuesen muchas y cada vez, més duras, la muerte de un vastago en combate, por trégica que fuese, no solfa significar la ruina —ni econémica ni moral— de la familia afectada. Habia margen. Sia esto unimos el clima social creado por la titil influencia del fenémeno ideoldgico comentado Iineas atrés, no es extrafio que el Estado encontra- ra un terreno propicio para legitimar tanto el servicio militar obligatorio come, llegado el caso, el empleo masivo de esas tropas en combate. Es més, posiblemente cualquier otra opcién hubiera sido dificil de explicar, dadas las circunstancias, en esa etapa histérica. De esta forma, el servicio militar obligatorio puede ser considerado como la RMA por excelencia, en el marco dela RSM moderna. Una RMA, como en su momento sefialamos, que nada tiene que ver con la tecnologia, pero si con los cambios doctrinales y organi- cos que caracterizan a este tipo de revoluciones. 5. DE LA REVOLUCION MODERNA A LA POSMODERNA: SOLDADOS Y¥ ROBOTS Estas reflexiones ya nos dejan cerca del punto en el que nos interesa dete- nernos a fin de comprender mejor en qué tipo de contexto aparecen los robots militares. En esta linea, lo primero que hay que decir es que para entender Ja situacién actual debemos asumir que ya no estamos inmersos en la RSM moderna 0, digamos, «napoleénica». Al menos en lo que concierne al mundo occidental y a sus fuerzas armadas, En efecto, las uiltimas décadas han sido testigos de un desmoronamiento del viejo paradigma. Y sucede que de sus ruinas surge una nueva RSM. Aunque los Toffler (1995) suelen aludir a la misma como Ia «tercera ola» o bien como la «era post-industrial», de ahora en adelante nos referiremos al nuevo paradigma como RSM posmoderna. Claro que todo esto merece una explicacién sobre lo sucedido en el interin. Por las razonas ya indicadas, la RSM de la era industrial fue intensiva en. mano de obra. La movilizacién de ingentes cantidades de tropas fue posible al comienzo de la Primera Guerra Mundial, pese a la oposicién inicial de la Internacional Socialista que traté de evitarla sin mucho éxito por razones GuERRA DE DRONES 65 ideoldgicas. De modo que el patriotismo derroté a la lucha de clases, En rea- lidad, Ia carnicerfa de las enfangadas trincheras de la época supuso uno de los puntos dlgidos de la «guerra de masas» donde las oleadas de soldados de los dos bandos se sucedfan una y otra vez, dispuestas a sostener a sangre y fuego la linea de frente, hasta convertir esas tierras en gigantescos cementerios. Claro que, ante esa constatacién, podriamos plantear alguna pregunta del tipo: zacaso las nuevas tecnologias del momento, recién incorporadas al campo de batalla, no oftecian alternativas a esa masacre? La respuesta es... que no. Es decir, no habja alternativas a la matanza desde el punto de vista de la doctrina, aunque pudiera haberlas desde una perspectiva puramente instru- mental. Dicho con otras palabras, podfa replantearse la forma en que se debia implementar la violencia, pero en todo caso se apreciaba cierto menosprecio hacia las vidas de los combatientes... y hasta de los civiles. Pensemos en la apuesta doctrinal contra la guerra de trincheras oftecida por Douhet (1921). La solucién al estancamiento de la guerra habria de ser, a su entender, rompedora. Nada menos que aprovechar los incipientes bom- barderos estratégicos para transportar todo tipo de armas lanzables —inclu- yendo, en su caso, armas quimicas—. Y la cuestién ademas es que habia que arrojarlas sobre la retaguardia enemiga con el fin de debilitar la capacidad de resistencia y la voluntad de combatir del enemigo. Esta forma tan contun- dente de terminar con la sangrfa de la primera linea de fuego tuvo su maxima expresidn cinco lustros més tarde, en Hiroshima y Nagasaki. Aunque otros muchos bombardeos menos heterodoxos ejecutados contra ciudades alema- has, japonesas y briténicas a lo largo de la Segunda Guerra Mundial también respond{an a ese tipo de légica. Como puede apreciarse, en todos los casos nos movemos entre variantes del mismo paradigma de la guerra de masas. Pero, zcual es la situacién en nuestros dias? Las cosas han cambiado mu- cho. Tanto que la RSM posmoderna puede ser interpretada como una auténti- ca contra-revolucidn, Porque va a dar al traste con el paradigma que acabamos de exponer, haciéndolo inviable, Es dificil ubicar cronoldgicamente el inicio del proceso que nos conduce hasta la actualidad. Sobre todo si se desca hacerlo con detalle. No obstante, podemos apuntar algunas caracteristicas, En primer lugar desde hace algunos afios se viene hablando de la crisis del Estado. Es decir, del modelo de poder que esta institucién yertebra, Curiosa- mente, no se trata tanto de una crisis avalada normativamente, sino mas bien de una crisis vislumbrada a partir de algunos indicios aportados por la expe- riencia empirica. No en vano, se puede constatar que tanto su soberania como el ejercicio de sus funciones tradicionales han sido erosionados, en mayor o 66 Javier JorDAN ¥ Josep Bag menor medida, por otros actores. Actores ubicados tanto a un nivel geografico superior al del propio Estado (ya sean internacionales o transnacionales) como en un plano inferior (en esta ocasién por parte de las cada vez més difundidas entidades federales, cantonales o autonémicas que lo integran). En esta linea, la presién ejercida desde Naciones Unidas, o por parte de las diversas organizaciones internacionales de todo tipo, o incluso la que llega a través de los mercados financieros, son ingredientes que solo con- tribuyen a generar dudas acerca del papel presente y futuro de los Estados. Incluso de los mas poderosos. Y ya no digamos de algunas potencias medias. En general, no estamos ante discursos alarmistas que hablen del final del Estado como forma de organizacién social. Pero probablemente s/ se puede hablar de una mutacién de ese Estado post-westfaliano que, tras conocer una época dorada en los tres ultimo siglos, estd redefiniendo a marchas forzadas su rol en el mundo. En segundo lugar, el nacionalismo Ileva tiempo cotizando a la baja. Sobre todo en circulos académicos ¢ intelectuales, en los que ya existen suceddncos para definir «casi» la misma realidad (comunitarismo, federalismo, algunas versiones del multiculturalismo, etc.). Y ese es un sintoma que, mds tarde o mds temprano, acaba trasladdndose al resto de la ciudadanja. En efecto, son muchas las voces que cuestionan al nacionalismo a causa de sus efectos en la vida politica real, Esto vale tanto en el caso del nacionalismo de Estado como en el caso de los més tardios nacionalismos periféricos, Las experiencias de los fascismos del perfodo de entreguerras y durante la Segunda Guerra Mundial, en el primer supuesto, y las derivas de los nacionalismos excluyentes de base étnica, en el segundo (por ejemplo, lo ocurrido en la ex Yugoslavia) proba- blemente no agoten las posibilidades de esta ideologia, pero de por si aportan un lastre dificil de soltar. Lo interesante, a efectos analiticos, es que frente al nacionalismo ya estén surgiendo discursos alternativos —por momentos hasta beligerantes con su légica— que aspiran a sucederlo en su rol primigenio de fuente de lealtades. Esto es asi en el plano sociolégico. Pensemos en los valores posmodernos © posmaterialistas definidos en torno al cambio cultural del que nos habla Inglehart (1997: 11-18), dentro de su conocida teoria funcionalista de la evolucién de las sociedades. Como lo es también en el ideolégico, Conside- remos las diferentes ramas de la teoria cosmopolita, sobre todo a ratz de las aportaciones de Ulich Beck (2005) y su critica a la «mirada nacional», Sea como fuere, el futuro nos deparard la presencia de un numero creciente de «ciudadanos del mundo» que, aunque todavia puedan ser proclives a generar (GUERRA DE DRONES 7 algunas expectativas de solidaridad transversal (a escala global) suelen estar escasamente involucrados en dindmicas de corte patriético. En tercer lugar, en los Estados del mundo mas desarrollado la revolucién industrial, tal y como se conocié hace cuatro generaciones, ya ha pasado a la historia. El auge del sector terciario, la aparicién y el desarrollo de las nuevas tecnologias de la informacién y de la comunicacién, asi como los variopin- tos servicios prestados en nombre y por cuenta del Estado del bienestar han sustituido a las cadenas de produccién como principal fundamento del PIB. Asimismo, cada vez se lleva més la flexibilidad horaria y hasta el trabajo en casa. El empleo auténomo opera por doquier, més alld de las cldsicas profesio- nes liberales. Lo cierto es que Ilevamos varias décadas recorriendo este camino, que ha tenido varios hitos, incluyendo la reconversién industrial de la década de 1970. Pero la deslocalizacién de las escasas industrias remanentes hacia Estados en vias de desarrollo, dotados de una mano de obra més barata, est dando el golpe de gracia a las viejas formulas tayloristas y fordistas. La nueva econom{a también fomenta (0 coadyuva a ello) una nueva men- talidad. E incluso una nueva sociologia. Esta vez, delinea una sociedad cada vez mds atomizada, mds individualista, més hedonista, menos receptiva al sa- ctifico y menos tolerante a la frustracién. Una sociedad pletérica de derechos pero muy escéptica ante los listados de deberes. Racionalista y tecnocratica en grado sumo pero a la vez «desencantada», como anticipara Max Weber hace casi un siglo, Su corolario acaba siendo el imperio de una ciencia incapaz de dotar de sentido al mundo. O de elegir entre el bien y el mal (Weber, 1997: 206-207). Por ende, curiosamente, el imperio de la ciencia lo es también del escepticismo. Ah{ solo caben las escapatorias individuales permitidas por los flecos del derecho positivo. En este libro no vamos a posicionarnos en el de- bate que pueda surgir a partir de estas constataciones. Pero creemos que con- viene tomar nota de ello porque se trata de ingredientes que no contribuyen a que los jévenes de nuestros dias asuman obligaciones en el campo militar, O, al menos, a que lo hagan de buena gana. Por ultimo, en cuarto lugar, hay que tener en cuenta que apenas queda nada de la revolucién demogréfica. En el mundo desarrollado, las familias apenas aseguran el crecimiento vegetativo, a causa de una drastica reduccién de los partos. Si cada familia tiene, de promedio, menos de un solo hijo varén —o menos de dos entre varones y mujeres— es natural que la pérdida de cualquiera de ellos en combate constituya un trauma de dificil o imposible solucién. Porque eso es todo lo que tienen. La pelicula Salvad al soldado Ryan, inspirada en hechos reales, constituye un buen ejemplo de los dilemas que se 68 Javier JorvAn ¥ Joser Baquiss plantean al mds alto nivel, enmarcados en un perfodo de transicién entre las dos etapas. Lo cierto es que poner a salvo a ese soldado se habfa convertido en un imperativo moral desde el momento en el que sus tres hermanos varones habfan fallecido en acto de servicio. Entonces, qué hacer cuando un ntimero importante de soldados en la actualidad son «un soldado Ryan», bésicamente porque no hay hermano alguno que pueda consolar a la madre? Ni que decir tiene que sia este factor le sumamos la incidencia de los otros tres apartados, el escenario es poco halagiiefio si de mantener el viejo paradigma militar se trata, De hecho, el paradigma de la «guerra total» ya forma parte del pasado. Como minimo en estas latitudes. No es casual que el servicio militar obligatorio, uno de los principales em- blemas de la anterior RSM, haya sido abandonado en casi todos los Estados de nuestro entorno en cuestién de pocas décadas. Los Estados Unidos lo su- ptimieron en 1973, como corolario al desgaste suftido en Vietnam. Pero quiz4 sea atin més Ilamativo que algunas de las potencias avaladoras del modelo del ciudadano-soldado hayan hecho lo propio en tiempos recientes (Francia, en 1998 y Suecia, en 2011). En el perfodo que media entre las decisiones de Francia y de Suecia han ido cambiando el modelo casi todos los paises pertenecientes a la zona de la antes llamada Europa Occidental... y parte de los Estados de la antes conocida como Europa Oriental. Las fuerzas armadas profesionales tienen menos efectivos. Paraddjicamente, poco a poco volvemos a acercarnos a las cifras pre-napolednicas. Con la salvedad de que nuestras sociedades han triplicado sus habitantes. Lo que significa que, en términos relativos, las fuerzas armadas del futuro van a ser atin mds reducidas. Se trata de algo asi como un viaje en la maquina del tiempo que nos devuelve, en lo que a este punto se tefiere, al siglo xvm. Légicamente, esa es una parte de la verdad. La otra es que los avances tecnolégicos que se han producido entretanto contienen la esperanza de que esa merma de efectivos no signifique una disminucién en la eficacia de los ejércitos. Lo que parece evidente es que la apuesta por la progresiva robotizacién que desde hace algin tiempo caracteriza a las fuerzas de los paises mas desarrollados halla buena parte de su sentido en esta tesitura. Al menos en la medida que conlleva, por definicién, una fuerte reduccién de los operadores de los sistemas de armas. De ser asi la robotizacién podria ser entendida, basicamente, como el tiltimo peldafio del proceso de automatizacién de los ejércitos tendente a reducir la enorme necesidad de mano de obra de antafio. Pero como quiera que el asunto es bastante mds complejo, es preferible que le dediquemos un apartado especifico a este tema. Cosa que haremos en el siguiente epigrafe. (GUERRA DE DRONES 69 Pero atin hay més cuestiones relacionadas con esta cuestién. Como detiva- das de la misma, Por ejemplo, conviene tomar nota de que en las sociedades de nuestro entorno esta arraigando con fuerza la «doctrina de las cero bajas». Esto es, nuestras sociedades toleran mal (peor que nunca) que los soldados regresen del campo de batalla en atatides. Aunque puede haber ciertas dife- rencias entre Estados (no es lo mismo Estados Unidos que Bélgica o Espafia, por ejemplo) la tendencia es incuestionable en todas partes. Valga afiadir que cuando en estas lineas hablamos de bajas, pensamos sobre todo en las bajas propias, por supuesto. Ahora bien, dada la expansién de los postulados pos- materialistas y cosmopolitas, cada vez se detecta una mayor resistencia social ala aceptacién de las bajas adversarias (civiles o militares). Hay que tener en cuenta que este debate no es solo ético o filoséfico, Lo es, desde luego. Y, en ese sentido, puede aportar cosas muy interesantes, Empezando por un mayor respeto del ius in bello. Sin embargo, también afecta a la credibilidad de los Estados occidentales. Puesto que este tipo de constrefiimientos esta plantean- do una auténtica hipoteca para muchos gobiernos, en la medida en que ven como su capacidad de disuasién y, llegado el momento, de intervencién, se deteriora a ojos vista. 6. CAMINANDO HACIA EL FUTURO... DE LAS ARMAS GUIADAS A.LOS ROBOTS Aunque ya se ha comentado que hablar de fechas concretas a modo de efemérides es bastante complicado, podemos afirmar que la transicién entre el paradigma de la «guerra total», propio dela RSM moderna, y el paradigma de la RSM posmoderna se inicia, més o menos, tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Decimos que «se inicia» puesto que ya sabemos que estas revoluciones suelen ser lentas. Profundas, pero lentas. Nétese que cuando se habla de la transicién, lo hacemos en términos de certificar el momento histérico en el cual los procesos de cambio socio- politico, ideolégico, econdmico y demogréfico comienzan a despuntar, Pero podemos afiadir que en esa misma etapa histérica aparecen también los cam- bios paralelos en {a tecnologia militar que harén posible que, con el tiempo, hablemos del surgimiento de nuevas RMAs. Con las fechas, decfamos, hay que ser cautelosos, Sabemos que algunos proyectos muy incipientes de I+D anticiparon las soluciones que en nuestros dfas han alcanzado un gran desarrollo. Con incipientes nos referimos a que 70 Javier JorpAn ¥ Joser Bagués las fechas eran realmente muy tempranas teniendo en cuenta lo que estaba en juego. Por ejemplo, ya hemos trafdo a colacién el caso de los primeros aviones-bomba en plena Primera Guerra Mundial. Aunque esto se hizo cn precario —en el sentido de que o no fueron armas operativas, o muy pronto se hicieron a un lado dejando el terreno libre para perfeccionar las armas més clésicas— no deja de resultar significativo. También hemos tenido ocasién de comprobar que los primeros misiles aparecieron durante la iiltima fase de la Segunda Guerra Mundial. Desde el punto de vista doctrinal algunos de esos artefactos pretendfan complementar la labor de los bombarderos clasicos, de un modo similar a como en nuestros dias lo hacen los misiles de crucero con lo que por otro lado recordaban va- gamente los postulados de Douhet. Mientras que en otros casos —como las exitosas FX-1400— se trataba mds bien de bombas guiadas, lanzables desde aviones, pero esta vez fueron fabricadas pensando en un empleo tactico, con- tra objetivos militares bien definidos. ‘Tras esos precedentes, durante las décadas de 1950 y 1960 se desarrollaron de modo irreversible algunas de las tecnologias que, con el tiempo, han hecho posible una auténtica revolucién en la manera de entender tanto la guerra como el papel de las fuerzas armadas. Porque la toma de conciencia acerca del salto cualitativo que podia darse gracias a la implementacién en gran escala de esas nuevas tecnologias, unida a la creciente necesidad de minimizar las bajas (de momento propias) terminaron beneficiando a un paradigma nada propenso a repetir los escenarios de Gettysburg, del Somme, de Stalingrado o de Guadalcanal. A la vez, esta tendencia no se limité a dar forma a una adicién tecnolégica mds (una RTM) apenas yuxtapuesta a las armas y ptocedimientos ya existentes, sino que vino acompafiada de cambios de mucho mds calado en la doctrina militar (respondiendo, por ese motivo, al concepto de RMA). Pero no nos cansaremos de repetir que estas transiciones llevan su tiem- po. Por ello, es preciso tener en cuenta que desde el momento en el que la tecnologia comienza a oftecer soluciones adecuadas hasta que esas soluciones cristalizan en funcién de los retos planteados por la RSM vigente en cada eta- pa histérica pueden (suelen, de hecho) pasar algunos decenios. Por ejemplo, aunque en las décadas de 1950 y 1960, en una fase dlgida de la Guerra Fria, se disponia de nuevas tecnologfas en forma de vectores para transportar las cabezas nucleares més lejos, con més precisién y sin artiesgar a las fuerzas pro- pias, ese dato no resultaba decisivo. Los misiles ICBM y SLBM adquirieron su madurez, desde luego. Pero, en tiltima instancia aqueilo no fue otra cosa que el canto del cisne de la misma légica que presidia las recetas de Dohuet. En (GUERRA DE DRONES ra especial a lo largo de los primeros afios de la carrera nuclear, en el transcurso de los cuales los expertos hacian célculos —que hoy parecerfan completamen- te fuera de lugar— acerca de la capacidad de resistencia a un ataque nuclear a gran escala por parte de las sociedades implicadas. Dichas estimaciones inclufan el porcentaje de la poblacién o del tejido industrial (ya fuesen de los Estados Unidos o de la URSS) que quedarian afectados o destruidos por una guerra nuclear, de manera que se trataba de ubicar el umbral a partir del cual esa guerra total todavia seria razona- ble —contando con vencedores y vencidos— o ya dejaria de serlo. Como quiera que en esas mismas fechas ya se estaba larvando el concepto MAD (Destruccién Mutua Asegurada), este discurso qued6 obsoleto: la guerra, as{ entendida, era una locura. Pero no deja de ser sintomatico que inme- diatamente después se disefiaran escenarios en los que las armas nucleares habrfan de ser utilizadas como armas de teatro. Y fue asi hasta que la am- plia contestacién social provocada por la decisién de la OTAN (diciembre de 1979) de instalar misiles nucleares de crucero (de alcance medio) en varios Estados europeos obligé a revisar a la baja toda la doctrina nuclear. Valga este ejemplo como botén de muestra de la interseccién entre viejos paradigmas y nuevas tecnologfas. Pero también a modo de recordatorio de Ja dilatada cadencia cronolégica de estos procesos. Dicho lo cual, no es menos cierto que el feed-back entre la disponibilidad inicial de tecnologfas y la asuncién de las nuevas demandas socio-politicas contribuye a crear un efecto multiplicador en forma de un incremento expo- nencial del I+D dedicado a potenciar todas esas novedades. Y a hacerlo en el marco de una planificacién racional de recursos tendente a obtener e integrar esos sistemas de armas en un todo coherente. Lo cual genera dindmicas de aceleracién en la obtencién de la fuerza militar correspondiente. Asf que la caracterfstica compartida en todos los casos estriba en que en los afios posteriores a la Segunda Guerra Mundial se inicié el proceso de disefio y fabricacién a gran escala de armas que podian ser lanzadas a (cada vez mas) grandes distancias de su objetivo, poniendo a salvo a los encargados de su ma- nipulacién al evitar (0 minimizar) el fuego de contrabateria. Lo importante, por afiadidura, es que todo ello se consiguié sin perder «punterfa». Porque esta secuencia fue de la mano de la mejora de los sistemas de reconocimiento de imagenes y clectromagnético. En una primera fase aéreos, pero més adelante complementados por satélites. Asi como de los sistemas (o subsistemas) de deteccidn de objetivos. A consecuencia de lo cual en cuestién de pocos aiios se logré un incremento exponencial de la precisién de las armas guiadas, que 72 Javizr JorDAN y Josep Baguts queds registrado en forma de unos CEPs (error circular probable) cada ver més reducidos. Antes hemos recordado las implicaciones de la doctrina FOFA de la OTAN y el modo en que Ogarkoy vio en ello una auténtica RTM. El mero hecho de que FOFA fuese algo més que una coleccién de novedades de la industria del armamento y pasara a convertirse en una nueva doctrina operativa nos muueve a pensar que podria tratarse de una RMA. O, cuanto menos, cumplia los requisitos basicos para postular su candidatura, Todo ello sin perjuicio de que durante afios —y, segtin opiniones de relieve que ya hemos comentado, todavia hoy— se constate una sub-explotacién doctrinal de algunas de esas ventajas comparativas, de las que no se habria exprimido todo su jugo en combate. Lo cual da alas al discurso de las voces més escépticas al respecto. Ni que decir tiene que la robética militar constituye el siguiente paso en este progreso tecnolégico. Su filosofia deriva de la conveniencia y/o la necesidad de ir sustituyendo a ciertos tipos de vehiculos cuyo modelo original requeria de tripulantes humanos. Es decir que, aunque la tecnologia base pueda ser simi- laren algunos casos a la de los misiles de crucero, en los drones y otros robots militares la idea matriz es la de hacer las tareas que antes hacfa un ser humano ©, como minimo, las tareas que antes se hacian con la participacién de tripu- laciones humanas. De Jo cual derivan, en lo que respecta tanto a su disefio como a su empleo, una complejidad y una versatilidad muy superiores, Dicho lo cual, jconstituye el empleo creciente de los robots una revolu- cién militar? Y, en caso afirmativo, icon cual o cudles, de los tres tipos de re- volucién explicados, encajarfa? A su vez, cabe plantearse de qué forma lo estén haciendo hasta ahora, sin més (pues ya hemos acumulado cierta experiencia). Pero también, de qué forma se prevé que vayan a hacerlo en un futuro razo- nable y en virtud de los disefios que ya estan en servicio o que estan prontos a hacerlo. Sea como fuere, no cabe duda de que se trata de una RTM. Ahora bien, sabemos que ese no es un concepto de gran recorrido. Entonces, la cuestién decisiva es, también se trata de una auténtica RMA? 2O considerar tal cosa es precipitado? ;O quiz exagerado? La verdad es que el debate esta abierto, Si escuchamos a los Toffler, la introduccién de la robética en las fuerzas armadas constituye algo asi como una revolucién socio-militar (RSM) a fuer de ser, por supuesto, una auténtica RMA. Decimos «algo asi como» porque ya hemos comentado que ellos se sefieren normalmente a las «olas» y no a las «revoluciones». Si bien, sabemos que una vez hechas las equivalencias pertinentes, que quedan més que insi- nuadas en su modelo explicativo (y predictivo), esas olas son equiparables a (GUERRA DE DRONES a. las grandes RSMs que nosotros hemos definido a partir de las aseveraciones de Murray. En este sentido, su apuesta es decidida, por cuanto a su entender la robstica daria pie a una etapa de cambios tan drasticos que, si bien en algu- nos parrafos Alvin y Heidi Toffler (1995: 169) comentan que, simplemente, «tendran un puesto en la naciente forma bélica de la civilizacién de la tercera ola», en otros apuntan, de modo bastante ms incisivo, que «la forma bélica de la tercera ola est4 a punto de ser radicalmente ampliada y ahondadan (Toffler, 1995: 126; énfasis nuestro). Quiza se trate, en definitiva, de los albores de la cuarta ola... iQué significado tiene esto? Pues, sencillamente, que la progresiva susti- tucién de personas por robots en las labores que tradicionalmente han des- empefiado esos mismos seres humanos es un fenémeno militar, por supuesto, pero va més alld: es un fendmeno transversal. Lo que implica que en vez de analizar las furerzas armadas como una rara avis de nuestro entorno, es preciso verlas como lo que realmente son: un epitome de la sociedad de cada época, Yen las sociedades avanzadas, la tendencia a la robotizacién —que a su juicio es imparable a fuer de irreversible— hace tiempo que Ilegé a las fabricas, y paulatinamente lo acabard haciendo a otros Ambitos de la sociedad, de modo que todo ello terminard por crear una realidad (una forma de entender la vida) completamente nueva (Toffler, 1995; y, en una linea similar, Friedman, 2012). Una realidad que, en el campo militar, tendré por protagonistas «una nueva raza de Golems» (segiin una leyenda medieval judia, el Golem era un autémata que cobré vida de forma misteriosa para cuidar a su duefio). Por lo demés, las restricciones presupuestarias en defensa no tienen porqué ser un obstdculo. Al revés. Si se trata de hacer mds con menos y de reducir costes, los robots pueden ser una buena solucién. No en vano, si hablamos de soldados humanos (nétese que el mero hecho de tener que adjetivar a los soldados hubiera resultado estridente hace pocos lustros) el precio a pagar por su formacién inicial, o para mantenerlos en plantilla a lo largo de afios 0 décadas, més los sueldos devengados en escenarios de riesgo o de combate y, Ilegado el caso, las indemnizaciones debidas a ellos mismos 0 a sus familiares puede ser bastante superior al de fabricar en serie diversos modelos de robots como los que hemos comentado en el capitulo anterior. Eso podria contribuir, por razones obvias, al éxito de esta nueva RMA. A su vez, el impacto de un cambio de tal envergadura no se quedaria en eso. En efecto, dichas dindmicas enfatizarian aspectos como la progresiva desaparicién de la evieja» ética del guerrero, asi como la aparicién —en su lugar— de guerras «wvirtuales». O la tendencia a la «desconexién» de la opinién 74 Javier JorDAN y Josep Baqués pliblica teéricamente afectada por esas guerras, En definitiva, los robots pasa- rian a ser los encargados de hacer el trabajo sucio, mientras los seres humanos podriamos dedicarnos a actividades mas egregias. En el caso concreto del campo de batalla, los robots serfan tanto el brazo ejecutor como las victimas. Primero de modo gradual, combinados con ottas atmas. Peto a medida que estas tecnologias se fuesen difundiendo (a un precio asequible) soportarian, con diferencia, el peso de las guerras. Mas 0 menos, ese seria el escenario. Decimos més 0 menos porque es evidente que los Tofiler responden a la cuestién de cémo sera el mundo de mafana (0, més bien, de pasado mafiana) si es que finalmente se dan una serie de pasos que est por ver qué nivel de profundidad (y de aceptacién) tendran en nuestras sociedades y en nuestras fuerzas armadas. Dicho con otras palabras, nos sitian cerca de un escenario verosimil, pero todavia no real, Por lo que seria necesario replantear el debate de modo més prudente. Habrfa que volver a formular la pregunta en términos de lo que estén significando a dia de hoy los robots en el campo de batalla y habria que realizar ese tipo de prospectiva que nos permita pensar a medio plazo, en funcién de las realidades y proyectos en curso. Lo demés es muy sugerente. Hay que reconocerlo. Y no seremos nosotros los que vayamos a negar que ese es el futuro que nos espera. Pero, insistimos, nuestro objetivo en este libro es otro. Tratamos de aportar claridad a lo que ya esté sucediendo a nuestro alrededor, que no es poco, Otra contribucién al debate es la que nos ofrecen Steven Metz y James Kievit (1995), cuando aluden a Ja introduccién de los robots militares, Para ellos, la RMA vigente tendrfa dos etapas. La primera, en fase de consolida- cién, habria sido presidida por el trdnsito de la automatizacién a la digitali- zacién, por la guerra de la informacién y por la mejora de la precisién de las armas mediante sistemas de guia electromagnéticos, léser y GPS (o incluso una combinacién de varios de ellos). En el mismo contexto surgen las tec- nologias stealth, especialmente en beneficio de las fuerzas aéreas, Mientras que la segunda etapa, atin incipiente —pero cuyas lineas maestras ya serfan plenamente visibles— es la que esté siendo abanderada por los robots, las nano-tecnologfas, las armas no-letales (o menos letales) y por la ciberguerra (Metz y Kievit, 1995: 7). Por lo tanto, la presencia de robots no constituirfa una verdadera RSM. Quizé ni siquiera una auténtica RMA. Sino que habrfa que verla, mas bien, como la maduracién de esa misma RMA que, apuntada durante las décadas de 1950 y 1960, acelerada tras la guerra de Vietnam y potenciada tras el fin de la Guerra Fria, llega hasta nuestros dias para dar al traste con la «guerra de masas». GuERRA DE DRONES 1 En la misma linea, e incluso enfatizando més, si cabe, esa idea evolucionis- ta del trdnsito entre las dos etapas de la actual RMA, Zalmay Khalizad y David Ochmanek (1997) sefialan que a lo largo del tiltimo medio siglo solo se habria dado —o, mejor, se estarfa dando— una revolucién en los asuntos militares, de cardcter omnicomprensivo, El problema estriba en que en el momento en que estallé la guerra del Golfo de 1991 solo estaban operativos algunos de sus outputs. Y ademés, lo estaban en mimero limitado. Por el contrario, muchos de esos sistemas todavia se encontraban en fase de desarrollo. De modo que fueron entrando en servicio, sin solucién de continuidad, en afios sucesivos. Entre las supuestas «novedades» surgidas a partir de este goteo cabria situar, por ejemplo, los sistemas ISTAR (Intelligence, Surveillance, Target Acquisition, and Reconnaissance) o algunas armas inteligentes como las bombas JDAM. Pero, en lo que a nosotros nos interesa, también la inmensa mayorfa de los dro- nes y, por supuesto, de los drones armados (Khalizad y Ochmanek, 1997: 45). En la medida en que empleemos esa guerra como punto de inflexién, podemos tener la impresién de que hubo un «antes» y un «después» de la misma. Sin em- bargo, esa crénica pecarfa de superficial (0, dicho més académicamente, de fe- nomenolégica). Si acaso, serfa mds exacto reconocer que la RMA posmoderna comienza «antes» aunque alcanza su cénit «después» de ese suceso histérico. La misma RMA, que atin no es capaz de desplegar todo su potencial a principios de la década de 1990. Por lo que, a pesar de las apariencias, la apuesta por los robots tendria raices bastante mds profundas (como por otra parte hemos com- probado en el primer capitulo). De hecho, no haria otra cosa que dotar de mas herramientas al mismo paradigma que ya estaba presente (aunque inconcluso) desde hacia algunas décadas. Si nos aferramos a esta lectura, debemos asumir que la robética, en sf misma, apenas aporta nada nuevo ala RMA posmoderna. No en el campo conceptual. Aunque, claro est4, contribuye a perseverar en su éxito. Es mds, se trata de un ingrediente fundamental para que la RMA pueda cubrir, por fin, las expectativas generadas a su alrededor. iQué podemos decir ante tales debates? Para empezar, que la presencia de robots puede ser revolucionaria, 0 no serlo, en funcién del empleo que se les dé. A su vez, esto incluye dos posibilidades. Una, descartable a corto y medio plazo, es que los robots sustituyan por completo (0 en su mayor parte) a las unidades «clasicas», constituidas por seres humanos. Eso sf serfa, en si mismo considerado, un cambio revolucionario. No creemos que haya muchas dudas al respecto, Pero, como decimos, nos queda un poco lejos. La otra posibilidad, més realista, apunta a que los robots complementen la actividad principal —que seguird estando en manos de seres humanos— pero que lo hagan de 76 Javier JorpAn v Josep Baqués modo que su integracién en las unidades provoque un giro decisive en la conduccién de las operaciones. Porque de acuerdo con nuestra tesis de fondo, el hecho clave pasa a set si las innovaciones tecnolégicas consiguen que las fuerzas armadas que se benefi- cian de ellas den un salto cualitativo tan grande que arrastre tras de si cambios doctrinales y/o orgdnicos, En esta linea, ademds de constatar las virtudes de los robots, la pregunta pertinente es otra, a saber, ;qué conexiones existen —si es que existen— entre la robética aplicada al campo militar y la doctrina de em- pleo de estos nuevos medios? ;Puede decirse que la introduccién de los robots cambia la forma de hacer la guerra? O, al menos, spuede decirse que existe potencial pata lograrlo en un plazo razonable de tiempo? De hecho, dado el tipo de conflicto en el que grandes potencias como los Estados Unidos se han visto embarcados en los afios de la posguerra fria, desde Somalia hasta Irak y Afganistén, también podriamos plantear alguna pregunta més especifica, legitima en nuestro contexto, del tipo :los robots pueden contribuir decisiva- mente a la victoria en las guerras asimétricas de nuestros dias? Esta tiltima cuestién es especialmente relevante, de acuerdo con algunos tedricos de la RMA que nos recuerdan que lo mds sensato es adaptar las inno- vaciones tecnolégicas, doctrinales y orgdnicas a la tipologia de conflictos que dominen cada época, Dicho con otras palabras, de nada (o de poco) sirven las RMAs més espectaculares si operan en abstracto, desconectadas de las amenazas reales. O las que son pensadas para batir a enemigos puramente hipotéticos. Siendo explicitos, a algunos expertos no se les antoja muy revolucionario el hecho de perseverar en los tres pilares de la RMA a partir de los avances logrados alo largo de las décadas de 1970 y 1980, puesto que estaban volcados hacia una guerra de alta intensidad contra las fuerzas del Pacto de Varsovia (aunque luego esos avances fueron parcialmente empleados con éxito en la guerra del Golfo de 1991, si bien contra un enemigo notablemente inferior). Por el contrario, lo novedoso serfa aprovechar esa inercia para adaptar las fuerzas armadas a las nuevas guerras. Pero, a su vez, esto exige un esfuerzo ulterior —tanto doctrinal como tecnolégico— habida cuenta de que se deberian integrar procedimientos y capacidades para luchar contra el terrorismo transnacional, contra la prolife- racién de armas de destruccién masiva, contra redes de traficantes de drogas o de armas (entre otros ilfcitos) 0 contra grupos insurgentes (Van Creveld, 1991 y 2000). Por otra parte, como facilmente puede observatse en la practica, en muchas ocasiones se aprecian vasos comunicantes que conectan a dos o més de esas redes perversas, ya sea por motivos ideolégicos o pragmaticos. Por lo dems, otras tantas veces este tipo de operaciones tienen lugar en el territorio Gusnea DE prone 7 de Estados fallidos 0, cuanto menos, de Estados que nada tienen que ver con grandes potencias militares en el sentido més clasico de la expresién, Entonces, Ia cuestién es, como deciamos, gpueden los robots aportar grandes beneficios en este tipo de escenarios? Y, en su caso, ;cudles son2, y :podemos considerar que responden a las exigencias de una auténtica RMA? En la practica, algunas de las tesis mds rupturistas surgen a partir de las demandas que Van Creveld trae a colacién. En los escritos de los avaladores de estas tesis podemos leer razonamientos del tipo: «tal y como ha quedado demostrado en las operaciones desarrolladas en Irak, la naturaleza de las ame- nazas emergentes borra la linea que separa la guerra del crimen, asi como los margenes del campo de batalla» (Alberts y Hayes, 2005: 103), lo cual complica la vida de los ejércitos tradicionales, que siempre han tenido problemas para enfrentar enemigos asimétricos 0 a terroristas (Alberts y Hayes, 2005: 180). De modo que la tinica forma de salir bien librados de estos retos (hablamos de una condicién necesaria, sea 0 no suficiente) consiste en aprovechar las ventajas comparativas que ofrece la superioridad tecnoldgica planteada en términos de information warfare. Esto nos remite, de nuevo, a las teorias de los almirantes William Owens (1995: 35-39) y Arthur Cebrowski (Cebrowski y Garstka, 1998: 28-35) acer- ca de los «sistemas de sistemas» y a su concrecién en forma del Network- Centric Warfare, desartollado en la década de 1990. O, mejor dicho, a su aprovechamiento en este nuevo tipo de escenario. En la practica, se trata de agudizar los sentidos para obtener, almacenar, interpretar y difundir la infor- macién acerca de las bases del enemigo (si las tiene), de todos sus movimientos y de sus preparativos. La respuesta debe organizarse, a partir de esos datos, con puntualidad. Es decir, frente a la clésica obsesién por la velocidad, aqui se apuesta mds bien por una respuesta en el momento justo, lo que significa que «el tiempo requerido es la suma del necesario para tomar conciencia de la situacién, decidir qué hacer (0 habilitar a otros para tomar la decisién mas oportuna), posicionar las fuerzas propias y actuar en consecuencia» (Alberts y Hayes, 2005: 104). Al fin y al cabo, se trata de evitar la posibilidad de verse sorprendidos y, al mismo tiempo, de sorprender, En el horizonte estd la obtencién de lo que se ha dado en llamar «conoci- miento situacional perfecto». Un reto que todavia es mds tedrico que practico y que ya ha suscitado algunas criticas hacia su discutible viabilidad (MacGregor, 2004: 2-3). El objetivo final, muy ambicioso, seria terminar con la «niebla» de la guerra de la que nos hablara Clausewitz. Precisamente, los requerimientos operativos para hacerse con esa informacién van a depender de la sinergia lo- 8 Javier JorvAn y Josep Bagués grada a través de varios medios, entre los cuales sigue jugando un papel muy destacado Ja inteligencia humana, y con sensores de todo tipo, entre ellos lgi- camente los que hemos tratado en el primer capitulo del libro. Sus implicaciones en el campo de la robética se presumen suculentas. La verdad es que no es que se requieran algunos robots, sino que su demanda va a aumentar exponencialmente con el fin de cubrir esos y otros objetivos, siempre vinculados a la recoleccidn, procesamiento, gestién de la informacién en tiempo real, cada vez con mayor precisién. En este caso, frente a los sofis- ticados equipos de reconocimiento y combate de la eta industrial que, por ese mismo motivo, solo se pueden adquirir en ntimero reducido, se aboga por la proliferacién de una miriada de pequefios robots en los que puedan viajar sen- sores capaces de oftecer la imagen requerida de los quehaceres del enemigo. En sintesis, a los robots en sus diferentes versiones —comenzando por los drones y continuando con versiones terrestres— se les viene reservando un rol importante en el contexto de la guerra de la era de Ja informacién a modo de proveedores de inteligencia y, cada vex més, como plataformas de armas, amén de otras funciones como las comentadas en el tiltimo epigrafe del capitulo anterior, Convenientemente apoyados en el proceso de digitalizacién que ya est4 en marcha, as{ como en la capacidad para trabajar en red con otro tipo de unidades, los robots pueden evitar la pérdida de muchas vidas que, en otras circunstancias, tendrian que set arriesgadas en el desarrollo de esas funciones. Por lo demés, a medida que aumente el niimero de robots y su precio disminuya, ser4 cada més usual arriesgarlos en zonas de combate, incluidos los entornos de guerra asimétrica (ya lo hemos visto en Irak, Afganistan y Pakistén), hasta llegar a convertirlos en una pesadilla para los demas ejércitos, milicias, guerrillas, mafias o grupos terroristas, puesto que serian constan- temente observados y hostigados. Ademés, pese a que logren dertibarlos o abatirlos, pronto aparecerfan otros muchos robots, incansables e impasibles, con el objetivo de rematar la labor. Algunos estudios ya apuntan que el futuro consistir4 en una interesante su- peracién del Network-Centric Warfare. No es que el concepto sea erténeo, sino que las nuevas tecnologias —esta ver si— revolucionaran la forma de hacer la guerra. Segtin esta version de las cosas, el Network-Centric Warfitre puede set un punto de partida, pero frente a las légicas meramente incrementalistas, consis- tentes en la incorporacién de nuevos adelantos en no tan nuevos conceptos, esta vez se desea dat un auténtico paso adelante. {De qué manera? Pues la previsién consiste en poder pasar en un plazo razonable de tiempo de los soldados equi- pados con buenos sistemas de radio/comunicaciones, con cascos dotados de (GUERRA DE DRONES ee equipos de visién de tiltima generacién y con otros instrumentos diseftados al amparo de varios proyectos nacionales de definicién de lo que se viene dando en llamar el «combatiente del futuro», a equipos mixtos, integrados por humanos, robots y hasta robots humanoides. A su vez, estos equipos conformarén una especie de «internet de agentes» armados. En el fondo, lo que se busca es romper la barrera existente entre seres humanos y robots, para integrarlos en un todo operativo. El escenario que se est preparando también incluye vehiculos més o menos clésicos, como un Hummer, un vehiculo de combate de infanterfa o un carro de combate, si bien convertidos en vehiculos inteligentes, capaces de tomar decisiones auténomas cuando de repente se hallen en situaciones com- prometidas. Es decir que, en circunstancias normales, el vehiculo serfa condu- cido por seres humanos, que asimismo se encargarian de disparar los sistemas de armas integrados en dicha plataforma (cafiones y/o ametralladoras pesadas, segtin el tipo). Pero ante contingencias como pueda ser el hecho de suftir una emboscada, esos vehiculos podrian iniciar una maniobra de huida e incluso hacer fuego con esas mismas armas, aunque sus ocupantes hayan sido heridos y no se encuentren en condiciones de combatir. Lo fundamental de este concepto, conocido como cloud combat, es que el hardware de esos agentes ya no seré una herramienta puesta en sus manos, sino su extensién: algo asi como un miembro mis de su cuerpo. Lo cual incluye capacidades de traslacién de érdenes a través de mecanismos que no requieren el empleo de la voz (Hipple, 2012). Pero sin necesidad de aventurar escenarios vanguardistas, en la actualidad estamos siendo testigos de la primera campafia aérea librada exclusivamente por medio de robots armados. Se trata de los ataques que vienen ejecutando los drones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana contra Al Qaeda y los taliban en las areas tribales de Pakistan desde el afio 2004. Sus logros han impulsado el empleo creciente de drones armados por parte de la USAB lo cual esta contribuyendo a su vez al desarrollo de la RTM que supone la robotizacién de las fuerzas armadas, A ratz, de la camparia de los drones en Pakistén, asi como su ampliacién a otros escenarios como Yemen y Somalia, surgen dos preguntas que trataremos de responder a lo largo del libro. La pri- mera de ellas es si la campafia de los drones de la CIA constituye el germen de una nueva RMA 0 si, por el contrario, forma parte de la RMA actualmente en curso. La segunda hace referencia al encaje de dicha campafia, que se inserta en la polftica de Obama de acciones militares de bajo perfil en lugar de las grandes intervenciones tipo Irak o Afganistan, en la RSM posmoderna. A continuacién examinamos los pormenores de este caso de estudio. Mas tarde responderemos los interrogantes que acabamos de plantear.

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