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CAPITULO 3 PRETORIANISMO Y REFORMAS La etapa que cubrird el presente capitulo transcurre desde el 19 de septiembre de 1868 hasta el 1 de junio de 1917, desde el pronuncia- miento que provocé el exilio de Isabel II hasta el manifiesto de las Juntas de Defensa. _ Fueron afios de especial trascendencia para el futuro del ejército. La primera fecha se ha elegido porque el pronunciamiento que prota- gonizaron Serrano, Prim y Topete en Cédiz, y que supuso el inicio del llamado Sexenio democratico, presenta ciertos rasgos de interven- cionismo institucional, no detectables en episodios anteriores pero t/- picos de los que jalonardn la historia militar desde ese momento. La segunda, porque el manifiesto juntero puso al descubierto que los militares no se contentaban con la gestién auténoma de la institu- cién armada —excepcional privilegio tolerado por el régimen cano- vista—, sino que se consideraban drbitros de la actuacién guberna- mental y responsables tiltimos del ordenamiento constitucional. El trono de Isabel II se derrumbé cuando murieron los espadones que lo sustentaban con su prestigio castrense. La reina no supo, o 106 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA quizds no quiso, captarse a los hombres de su relevo generacional, y los generales la abandonaron a su suerte. Uno de ellos, Prim, capitali- 26 el descontento general y la mayor parte del pais se alined detras de su sable revolucionario por la fuerza de la costumbre. Los trabucazos de la calle del Turco privaron al Sexenio del hom- bre que podria haber encauzado la primera experiencia democratica en la vida publica espafiola. A su muerte, los maximalismos revolu- cionarios degeneraron en caos y violencia, y hasta los mismos que ha- bfan alentado las reivindicaciones populares se replegaron alarmados ante la gravedad del huracdn que asolaba la vida nacional. La sociedad volvié su mirada hacia el ejército, en busca de amparo —«en un humor de cansancio politico», como dirfa Madariaga—, y el general Pavia, capitan general de Madrid, con el consenso de la ci- pula castrense y en nombre de la institucién militar, desalojé a los di- putados del hemiciclo del Congreso con la pretensién de impedir el suicidio de la Republica. El hecho senté un trascendental precedente histérico. A partir de ese momento, el ejército se erigié en poder arbi- tral, al margen del poder ejecutivo, garante del correcto funciona- miento de las instituciones. A los pocos meses, Martinez Campos emulé a Pavia y restauro el régimen monérquico. Los tinicos grupos sociales que habian abande- rado el liberalismo en Espafia —la pequefia burguesfa y los militares profesionales— se replegaron hacia el conservadurismo en las ideas y hacia el reaccionarismo en las actitudes sociales, a causa de los trau- matismos del Sexenio, y la masa se encerré en si misma, frustrada co- lectivamente ante la esterilidad de su esfuerzo revolucionario. La conservadora oficialidad de la Restauracién, a cambio del com- promiso de desentenderse de los asuntos publicos, adquirié el mono- polio de la gestién militar y convirtié la institucién castrense €n un coto cerrado que no admitfa interferencias del exterior. Por ley cons- titutiva, el ejército recibié la misién de defender el orden constitucio- nal, pero la ley no establecié qué instancia de poder debia tomar la iniciativa para que interviniera, y los militares asumieron esta respon- sabilidad. Un acontecimiento traumdtico —la sorpresa colectiva ante el de- sastre de Cuba y Filipinas— conmocioné a las clases medias y desper- té de su letargo a los asalariados. Como secuela de la derrota ultrama- PRETORIANISMO Y REFORMAS 107 rina, el Cuerpo de oficiales pas6 del conservadurismo politico al reac- cionarismo ideol6gico, en un segundo tepliegue corporativo. Los mi- lirares creyeron, con cierta razon de su Parte, que politicos y opinién publica eran injustos al atribuirles la total responsabilidad del desas- ure. Para acabar oo las criticas, tras destruir impunemente varias re- dacciones de periédicos, decidieron apropiarse de una nueva parcela de poder: el control de la opinién publica, a través de su judicializa- cién y mediante fuertes presiones sobre los poderes ejecutivo y legis- lativo. Poco después, la Semana Trdgica, con su importante significa- do antimilitarista, colmé la indignacién de una oficialidad que rezumaba pesimismo y falta de confianza hacia el resto de la socie- dad. Los tltimos afios del periodo giraron alrededor de la cuestién de Marruecos, muy ligada al episodio anterior. En el entorno militar de Alfonso XIII, el Africano, nacié la idea de valerse de la convulsa si- tuacién del imperio marroquf para reverdecer los laureles marchitos en ultramar. Muchos militares avalaron esta solucién, arropados en la corriente europea de expansién imperialista, y se convencieron de que la colonizacién africana era la tinica alternativa abierta para bo- rrar el estigma del 98. Los privilegios econémicos y profesionales obtenidos por la oficia- lidad del ejército marroqui dividieron la institucién militar, al abrir una brecha entre aquélla y los que estaban destinados en las unidades peninsulares. Los acontecimientos se precipitarfan a partir de 1917, no sdlo por las consecuencias de la guerra europea, sino sobre todo por las tres crisis sucesivas del verano de aquel afio: la militar, la par- lamentaria y la laboral. Se ha Ilegado a decir que el manifiesto juntero del 1 de junio de 1917 marcé el inicio de una nueva etapa en nuestra historia contem- pordnea. En aquella fecha se consolidé el poder militar —lo que des- pués se conocerfa como poder fdctico— en la politica espafiola, esta vez encarnado en una asociacién ilegal de jefes y oficiales de infanteria organizados en Juntas de Defensa. No fue ésta la primera intervencién institucional del ejército, ni el primer plante colectivo de un grupo de militares, ni tampoco era Nnovedosa su feroz critica de las actividades politicas en libros, revis- 108 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA tas, periddicos y conferencias. Lo nuevo era la pretensién corporati- va de modificar la linea programatica gubernamental y presentarse como grupo de presién al margen de la linea de mando. Desarrollo del pretorianismo La politica castrense de Antonio Cénovas del Castillo, figura clave de la época de la Restauracién, favorecié que el ejército se erigiera en po- der tutelar del Estado, tolerd el desarrollo del pretorianismo durante el tiltimo cuarto del siglo xIx y senté las bases del militarismo que iba a presidir la vida publica espafiola en los afios centrales del siglo Xx. Naturalmente, las pretensiones del estadista malaguefio no eran ésas; més bien todo lo contrario. Pero con perspectiva centenaria, es preciso establecer que sus planteamientos en politica militar adolecie- ron de graves defectos y dieron lugar a que los militares, actuando corporativamente, llegaran primero a independizarse del poder civil y después a imponer «soluciones castrenses a la gobernacin del Esta- do», acertada definicién del término militarismo acuiiada por el pro- fesor Seco Serrano. El eje de la politica de defensa canovista fue combatir el peligro. In- terior y, en segundo término, conservar la soberania espafiola sobre las provincias ultramarinas. Fuera de esto, mostré decidida voluntad de no inmiscuirse en el juego de las alianzas europeas y permanecer apartado del expansionismo imperialista en Africa y Asia. Descarta- das las amenazas a la integridad del territorio peninsular —principal mision de las Fuerzas Armadas—, lo légico habria sido reducit paula- tinamente el potencial terrestre y dedicar mayores recursos Y atencio- nes a la flota, cuya precariedad era patente. El ejército, sin embargo, merecié més atencién que la marina, al considerar que los riesgos mds reales y acuciantes procedian del carlis- mo, firmemente afincado en las zonas rurales, del emergente republi- i. ani y del internacionalismo, muy recientes ae havan condo mune parisina de 1871: «el mds grande peligro q " corrido jams las sociedades humanas», en frase de Cénovas. conten oe indujo a creer que s6lo la fuerza de las armas a el riesgo de un estallido revolucionario, ya fuera carlista, PRETORIANISMO Y REFORMAS 109 republicano © socialista. Por ello, en febrero de 1875, recién llegado ‘Alfonso XII a Madrid, el Estado se apresuré a definir formalmente el papel de las fuerzas armadas en el régimen restaurado: «defender el orden social, las leyes y la integridad e independencia de la patria». ‘Al afio siguiente, fiel a la tradicién liberal, la Constitucién obvié definir las misiones de las Fuerzas Armadas, omisién subsanada por la Ley Constitutiva del Ejército de 1878, que reiterd los conceptos apuntados en 1875: «La primera y, mds importante misién del Ejérci- to es sostener la independencia de la patria y .defenderla de enemigos exteriores € interiores». En 1889, el gabinete presidido por Sagasta reformé la ley constitu- tiva y el articulo anterior qued6 redactado en los siguientes términos: «Entre las diversas misiones confiadas al Ejército, la primera y més importante es defender la independencia e integridad de la patria y sostener el imperio de la Constitucién y las leyes del Estado». Andan- do el tiempo y sin cambios sustanciales, la nueva redaccién inspirarfa el articulo 37 de la Ley Orgénica del Estado de 1966 y el octavo de la Constitucién de 1978. El objetivo de defensa ultramarino ocupé siempre un lugar secun- dario. Lo demuestra el hecho de que, en 1875 y 1876, no se escati- maran medios para poner fin al conflicto carlista, mientras se dejaba larvada la insurreccién cubana, huérfana de atencién, de tropas y de armas. De nuevo, de 1895 a 1897, la guerra ultramarina quedé su- bordinada a la situacién peninsular, al primar la estabilidad interna sobre la suerte de las colonias. . No obstante, Cénovas, con acertada percepcién de la realidad, tomé conciencia de que la monarqufa alfonsina, como habfa ocurri- do con la isabelina, precisaba del firme respaldo de la institucién cas- trense. Esto influyé decisivamente en la formulacién de su politica militar, dirigida fundamentalmente a estrechar los lazos que unjan al monarca con los ejércitos y dejar en manos de los militares la direc- cién y gestién de la institucién. Debido a ello, el ejército adquirié la costumbre de regirse auténomamente, la profesién militar se buro- cratiz6 y la oficialidad se convirtié en un colectivo fuertemente cor- Porativizado, enzarzado en disputas domésticas. 110 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA El rey-soldado La iniciativa de vincular al titular de la monarquia con las Fuerzas Ar- madas fue uno de los aspectos més originales de la politica canovista. Tal decisién dio origen a una particular forma de interpretar el papel institucional de los militares y contaminé la cultura politica de la ofi- cialidad espafiola hasta los afios de la Transicién a la democracia. Es evidente que la situacién de partida era comprometida. Las Fuerzas Armadas habjan sufrido durante el Sexenio la més grave crisis existencial de su historia. A su término, el cuerpo de oficiales, apifia do en torno al generalato, habia experimentado que, actuando unido, era el arbitro indiscutible de la politica nacional, y los generales-poli- ticos habfan elevado el listén de sus expectativas: en el futuro, no se iban a contentar con liderar o respaldar una determinada opcién de partido. Causa sorpresa que, para hacer frente al problema, CAnovas optara por una linea politica basada en procedimientos poco vilidos para neutralizar sintomas cabalmente detectados, tal vez adecuados a obje- tivos coyunturales pero letales a largo plazo. Probablemente, nunca llegé a advertir que el fondo del problema militar habia cambiado ra- dicalmente. Dichos procedimientos se mostraron suficientemente eficaces para contener veleidades intervencionistas individuales, porque el Sexenio habia inmunizado politicamente a la oficialidad. Sin embargo, no eran los ms eficaces para larvar el desarrollo del incipiente pretoria- nismo —embrionario ya en enero y diciembre de 1874—, fendmeno muy distinto del pronunciamiento tipico del espadén isabelino. Favo- recer el binomio rey-ejército y reconocer de facto la existencia de un poder militar auténomo, en lugar de eliminar el problema, ofrecieron el caldo de cultivo ideal para que creciera y se desarrollara. : La Restauracién se libré de intervenciones castrenses en politica, porque el ejército nunca consideré amenazadas las esencias del régi- men y porque la cdpula militar compartia con la clase gobernante SU repulsa al régimen de los generales. Sin embargo, la oficialidad —el fu- turo generalato de Alfonso XIII—, incapaz de establecer matices en- tre un Narvéez y un Martinez Campos, se educd y promociond con” vencida de su papel arbitral. PRETORIANISMO Y REFORMAS 1] Desde el punto de vista institucional, la introduccién del concep- ro prusiano de rey-soldado fue el mas trascendental de los diversos re- sortes concebidos por la Restauracién para civilizar la vida publica. Su implantacién se inicid mediante una habil politica de gestos, re- frendada después constitucional y legislativamente. En la actualidad, estamos tan habituados a contemplar al rey con uniforme militar que asumimos esta costumbre con naturalidad. Tal uso, sin embargo, es relativamente reciente. Aunque tradicionalmente Jos monarcas ejercian el mando directo de las tropas en campajia, Carlos V fue el tiltimo en hacerlo habitualmente y, desde mediados del siglo XVI, sdlo en cuatro ocasiones lo harfan sus sucesores: Feli- pe IV en 1634, Felipe V en 1705, Carlos III en 1762 y Carlos IV en 1802. A ninguno de ellos, sin embargo, se le pasé por la mente vestir de uniforme para la ocasién ni investirse de un determinado empleo militar, y mucho menos hacerlo en tiempo de paz. Sélo en la futura Alemania, el monarca ejercia funciones militares efectivas en paz y en guerra, segtin los planes disefiados por Stein y Schanhorst en 1813, al objeto de poder controlar con eficacia un ejército compuesto por oficiales y tropa de muy diversas nacionalida- des, El esquema prusiano, perfeccionado por Roon a mediados de si- glo, permitié la creacién del imperio alemdn, y muchas naciones eu- ropeas imitaron sus rasgos mds caracteristicos a partir de 1870. EI que més atrajo la atencién de Cénovas fue el que vinculaba la jefatura de las Fuerzas Armadas al kaiser, asignandole el titulo de co- mandante general de los ejércitos, por lo que decidié preparar al principe Alfonso para que desempefiara dicha funcién cuando ocupa- a el trono. El objetivo era que la figura uniformada del monarca, a la cabecera del escalafén, impusiera respeto y disciplina entre los gene- rales con aspiraciones intervencionistas. EI principe fue enviado a Viena para que asimilara el ambiente mi- litarista del imperio austriaco. Luego emprendié una gira por diversos paises europeos en la que predominaron las visitas de cardcter cas- trense, culminada con su ingreso en la Royal Military Academy, a fin de redondear su formacién en la cuna de la oficialidad inglesa, la més Fespetuosa de las europeas hacia el régimen parlamentario. Fue la pri- mera vez que un monarca espafiol recibié este tipo de educacién, y senté un precedente obligado para la de sus sucesores. 112 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA Apenas llevaba Alfonso XII tres meses en Sandhurst cuando Mar- tinez Campos precipité su proclamacién. Al llegar a Barcelona a pri- meros de enero de 1875 y por consejo de su primer ministro, se en- casqueté el uniforme de capitan general —prenda que hubo de confeccionarse precipitadamente—, y de esa guisa hizo su solemne entrada en Madrid. Era la primera vez en la historia contempordnea que el rey de Espafia se presentaba ante la nacién con arreos milita- tes, seguramente para el alborozo de éstos y la sorpresa de la pobla- cidén. Pocos dias después, marché al norte, a ponerse al mando de las tropas enfrentadas a las que lideraba el también uniformado preten- diente carlista. En febrero de 1876, los carlistas fueron derrotados y Alfonso XII desfilé triunfalmente por las calles madrilefias al frente de 50.000 hombres, rodeado del Estado Mayor de Operaciones que el Ministe- rio de la Guerra habfa puesto bajo sus érdenes directas durante la cam- pafia. El desfile duré seis horas; los madrilefios jalearon el espectaculo, lanzando palomas, versos, flores, cigarros y monedas a los euféricos sol- dados; los militares marcharon orgullosos tras su rey, y en la retina de unos y otros quedé vinculada la figura del joven monarca con la ins- titucién militar. La Constitucién de 1876 refrendé enseguida esta politica de ges- tos a través de la atribucién a la Corona del «mando supremo» de los ejércitos. Tal cléusula no tenfa antecedente alguno, salvo los muy im- precisos que aparecfan en las de 1812 y 1869, ambas redactadas en circunstancias excepcionales. Dos afios después, la Ley Constitutiva del Ejército precisé la am- plitud de atribuciones del «mando supremo». El proyecto inicial no hacfa referencia al mandato constitucional, pero el general Concha sacé el tema a debate en el Senado y Cénovas acepté incorporar su propuesta al texto definitivo, aunque con ciertos matices. Concha consideraba que la Constitucién atribufa al rey el ejercicio total del mando, sin necesidad del preceptivo refrendo gubernamen- tal. El presidente asumié que el monarca lo ejerciera asf en tiempo de paz, pero no consintié que se pusiera al frente de unidades armadas en tiempo de guerra sin la previa aprobacién del Consejo de Ministros. EI posterior trémite en el Congreso se centré en la misma cuestin y, al hilo del debate parlamentario, el érgano de prensa gubernamen- PRETORIANISMO. YREFORMAS = /3 tal el periddico La Epoca— fue el instrumento utilizado para dar cuenta a la opinion publica de las razones que aconsejaban introducir en la ley tan controvertido tema. Para la redaccién del diario conservador, el objetivo del gobierno era apartar a los militares del «contacto de las parcialidades» y prepa- rarlos para ponerse al servicio de cualquier opcién politica, «cuando legal y constitucionalmente fuesen llamadas a regi los destinos del pais». Tal propdsito sdlo seria factible si el régimen politico garantiza- ba adecuadamente los intereses de la oficialidad, razén que aconseja- ba delegar todas las cuestiones militares en el monarca «de una mane- ra eficaz, directa, personal». La forma definitiva que la Ley Constitutiva de 1878 dio a este pre- cepto suscitaba graves dudas sobre su constitucionalidad, aparte de hacer recaer sobre el monarca la posible responsabilidad de una de- rrota y permitir que el rey, sin contar con sus ministros, ejerciera li- bremente su prerrogativa en tiempo de paz. En 1887, durante la regencia de Marfa Cristina, el general Casso- la, ministro de la Guerra de Sagasta, Ilevé a las Cortes otro proyecto de ley constitutiva que modificaba parcialmente la redaccién anterior. Canalejas, presidente de la comisién del Congreso que lo dictamind, consideré acertadamente que la cuestién era una constante fuente de conflictos para el correcto funcionamiento de las instituciones y eli- miné cualquier referencia al tema, decisién que provocé una airada reaccién por parte de Cénovas. Sagasta se libré del polémico ministro y ofrecié una solucién de compromiso. La prerrogativa regia del mando directo de tropas se re- cogié en el texto definitivo de la llamada Ley Adicional a la Constitu- tiva, publicada en 1889, pero se regularon las dos cuestiones més conflictivas. La responsabilidad del monarca quedé a salvo, mediante el reftendo de las érdenes que diera en tiempo de guerra por el gene- ral que mandara las tropas, y se restringié la libertad de que ejerciera dicha Prerrogativa en tiempo de paz, sin consulta previa al Consejo de Ministros. Todo lo anterior no es sino un sintoma de las especialfsimas rela- Ciones establecidas entre la Corona y las Fuerzas Armadas, favorecidas y teguladas por Cénovas. Sin embargo, mucho més importante fue el vinculo que se fue creando entre ambas instituciones. Los ejércitos 114 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA llegaron a considerarse como un estamento auténomo, dotado de es- tructuras de poder paralelas a la Administracién civil del Estado —creencia que conservé plena vigencia hasta 1984— y dependientes en linea directa del monarca. Tal estado de cosas tuvo gravisimas consecuencias corporativas. Aunque se acepté que los militares profesionales intervinieran activa- mente en politica, se intenté evitar, con escasa fortuna, que se afilia- ran a los partidos. Cada I{der politico propicié la presencia de genera- les en su grupo, y éstos arrastraron a una cohorte de jefes y oficiales de la guarnicién madrilefia, 4vidos de promocionar y situarse. Los que no hallaban acomodo en un partido buscaron arrimo a la sombra de la Casa Real, donde el 17 de diciembre de 1885 se habia creado el Cuarto Militar, dependencia que crecerfa en plantilla ¢ in- fluencia a lo largo de los afios. Militares politicos y militares palatinos constituyeron la base de lo que después se llamé ejército de Madrid, que Ilegaria a controlar de hecho la institucién durante el reinado de Alfonso XIII. Este monarca, que, como afirma José Maria Garcia Escudero en su Historia politica de las dos Espantas, quiso hacer de las Fuerzas Arma- das «su partido», utilizé sin reparos aquella herramienta, que insensi- blemente habfa comenzado a tener vida propia y que terminaria pot destruir el sistema politico concebido por Canovas. Los militares de su reinado ya no se sentian avergonzados de los es- padones isabelinos ni guardaban memoria de las convulsiones del Se- xenio. Formaban parte de una corporacién muy profesionalizada, con notable formacién técnica, que se lamentaba del menosprecio de la sociedad civil, del maltrato de la prensa, de la penuria de sus retribu- ciones, de la carencia de material, de los destartalados cuarteles, de la desatencidn de los gobernantes y del desamparo de los politicos. Su tinico valedor, como se les habfa repetido hasta la saciedad, era el trono. Bajo su amparo, se sentian los mds idéneos candidatos para regenerar el pais y extraer de sus filas al gran hombre, preconizado pot Nietszche, popularizado en Francia por el general Boulanger y esp ftolizado por Joaquin Costa. En este ambiente, las secuelas del 98 dieron suficientes motivos para pasar a la accién, y el lustre de las campanas de Marruecos proporcioné las figuras que protagonizarian la intervencidn. PRETORIANISMO Y REFORMAS 115 Vientos reformistas Desde 1868 hasta 1917, los generales espafioles se afanaron con pe- culiar ahinco por reformar el ejército, y los jefes y oficiales, por pro- poner planes de reforma. Al principio, tal dinamismo obedecié a la incidencia de las victorias prusianas sobre austriacos y franceses, pero luego da la sensacién de que la necesidad de permanentes reformas que sentian todos ellos llegé a retroalimentarse incesantemente. Nunca antes ni después de este perfodo los militares escribieron tanto sobre su profesién. De los cientos de titulos editados, de los mi- les de articulos aparecidos en los dos o tres periddicos militares que se publicaban a diario y en la docena de revistas profesionales mensua- les, una notable proporcién trataba de reformas. Sus autores comen- taban, alababan o criticaban las propuestas por algtin ministro y tam- bién desarrollaban variopintos proyectos o re ataban experiencias reformistas en paises extranjeros. Lideres y grupos politicos sumaron su voz a esta algarabia general. Manifiestos y programas inclufan siempre un apartado para definir el modelo de ejército preferido por cada uno de aquéllos y dedica- ban varios parrafos a explicar qué cambios implantarfan cuando Ile- garan al poder. En general, los partidos con posibilidades de gober- nar prometian fortalecer la institucién y aumentar su presupuesto. Los extraparlamentarios, mucho més radicales, planteaban desde la sustitucién de la fuerza armada por una milicia popular hasta la uni- versalizacién del servicio militar. Dos temas fundamentales de debate presidieron los sucesivos pro- yectos de reforma militar, bajo la influencia de la guerra franco-pru- siana de 1870: el intento de implantar el servicio militar de inspira- cién germdnica y el dirigido a articular los cuerpos operativos en grandes unidades orgdnicas, con estructura estable en época de paz y capaces de encuadrar con suficiente agilidad a la masa de reservistas en caso de necesidad. Las restantes reformas carecieron del peso especifico de las ante- riores, y el ejército, en sus lineas maestras, permanecié fiel al modelo disefiado por Narvéez durante la Década Moderada. No obstante, quizés merezca mencionarse la preocupacidn e inversiones en el arti- llado de nuestras costas, la militarizacién de los responsables de las 116 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA o los frustrados intentos de crear un aparato tareas administrativas un apa dad a la politica militar en el Ministerio de técnico que diera estabili la Guerra. ' Durante el Sexenio, la cuestién de la abolicidn de las quintas con- cité la maxima atencién, y a su resolucién se dedicaron inicialmente los mayores esfuerzos. En 1870, a los dos afios del inicio de la revolu- cién, la entronizacién de Amadeo de Saboya hizo resurgir el carlismo en Catalufia, Navarra y el Pais Vasco y, en 1872, la guerra civil alcan- 26 proporciones alarmantes. La guerra puso de manifiesto las muchas carencias existentes, particularmente graves en artillerfa e ingenieros, y el Ministerio de la Guerra encomendé a una junta, compuesta por generales, jefes y oficiales, adecuar la estructura castrense isabelina a los principios doctrinales de la revolucién democratica. Su concienzudo trabajo, desafortunadamente truncado por el con- flicto corporativo de los oficiales de artillerfa con el gobierno, resuelto con la disolucién del cuerpo y la abdicacién del monarca italiano, tuvo parcos resultados prdcticos. En infanteria, se cifieron a la organi- zacién de 80 batallones de reserva, agrupados en 20 brigadas, cuya tropa integrarfan soldados licenciados que residieran en los pueblos de sus demarcaciones. EI general Serrano, después de la caida de la Republica, se valié de estas brigadas para levantar los ejércitos que, en julio de 1874, aco- metieron la gran ofensiva contra los carlistas. Una de ellas, al mando de Daban, fue la que se pronuncié por Alfonso XII en Sagunto. as tropas de ingenieros se desdoblaron, al transformar en regi- mientos a los cuatro batallones existentes. Pero la decisién més tras- cendental entonces adoptada fue encomendarles la responsabilidad del manejo de dos ingenios técnicos que comenzaban a revolucionar el arte de la guerra: el telégrafo y el ferrocarril. En prueba de que los tiempos estaban cambiando, los zapadores perdieron peso especifico —de cinco compafifas por regimiento pasaron a dos, llamadas ahora de zapadores-bomberos—, reaparecieron los pontoneros y se crearon compafifas de telégrafos, ferrocarriles y minadores. : A partir de 1873 y hasta que el desarrollo de la aviacién aconsejé independizar esta especialidad hacia 1930, los ingenieros militares as voducis Prestigio, al monopolizar la gestion de cuantos troducfa el acelerado desarrollo cientifico en el ejército: PRETORIANISMO Y REFORMAS = 17 gerostatoss aviones, electricidad, radio, teléfono, etcétera. . ; La Restauracién hered6, por tanto, la organizacién concebida or Narvdez en 1867, muy parcamente modificada durante el S nio: 40 regimientos de infanteria de linea y 20 batallones de ek dores, mas doce regimientos de caballerfa. E Cuerpo de Artilleria reorganizado por Castelar, se componia de cinco tegimientos de i pie, otros cinco montados de batalla, dos montados de posicién, tres de montafia y tres batallones de plaza, mds la maestranza de Sevilla y cinco parques departamentales. El de Ingenieros, de cuatro regi- mientos mixtos, uno de ellos montado. También heredé Alfonso XII el inmenso cuerpo de oficiales isabe- lino, engrosado por el ascenso colectivo de 3.000 sargentos durante el Sexenio y desequilibrado por las recompensas concedidas durante las campafias carlista, cantonal y cubana. De los més de 500 generales y casi 24.000 oficiales que figuraban en la escalilla al finalizar dichas campajias, sdlo 6.000 tenian destino efectivo. El resto estaba conde- nado a pasar a la llamada situacién de reemplazo, en sus casas y con la mitad del sueldo. En 1876, cuando el gobierno quiso restringir los gastos militares, comprobé que esto era imposible sin reducir las plantillas, toda vez que el capitulo de personal absorbfa casi las cuatro quintas partes de aquéllos. Salvando ese capitulo, las unicas economias factibles pasa- ban por desmovilizar a los reservistas y suspender las compras de ma- terial de guerra. La estructura dada por Narvéez a la reserva a rafz de Sadowa —un tercer barallén en cuadro en los regimientos de linea y 45 comandan- cias de reserva— se utilizé para dar destino a un millar de mandos. Paralelamente, se crearon nuevos regimientos, aparte de organizar mds batallones de reserva y de depésito, agrupados en medias brigadas, con la excusa de encuadrar a los reclutas excluidos, redimidos y exce- dentes de cupo. Algunos afios después, en 1883, se intenté amortizar excedentes con la creacién de la Escala de Reserva, pensada para dar salida a los ms ancianos y enfermos. Aunque la medida fue bastante efectiva en los empleos de general —se consiguié disminuir su numero a la mi- tad—, sélo afecté a un tercio de oficiales de los otros empleos. vehiculos de motor, 118 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA EJERCITO DE LA RESTAURACION, 1877 decreto de 27 de julio de 1877, sobre la nueva organizacién del Ejército de la Peninsula 2. El Ejército lo constituyen el Estado Mayor General, el Cuerpo de Estado Mayor, el de Plazas, el de Secciones-Archivo, la Infanteria, la Artillerfa, los Ingenieros, la Caballerfa, los trenes de parque, las brigadas de trans- portes y las columnas de municiones; y como Cuerpos auxiliares asimila- dos, los de Justicia, Administracién, Sanidad, Veterinaria y Equitacién Militar, y el Clero Castrense. . E] Ejército en guerra, preparacién para ella y siempre que el Gobierno lo crea necesario, se organizard en cuerpos de ejército, divisiones, brigadas y medias brigadas, determindndose en cada caso la fuerza y proporcién en que hayan de entrar las diferentes armas, segtin el objeto a que se desti- Real w nen. 14. La Infanterfa del Ejército de la Peninsula constaré neral [...] una Academia de alumnos aspirantes a alféreces, una Escuela central de tiro, 60 regimientos de linea de dos batallones, 20 batallones de Cazadores, un regimiento de Disciplina, 100 batallones de Reserva. 26. El arma de Artillerfa de la Peninsula se compondrd de: una Direccién General, una Junta superior facultativa, un Museo, una Academia espe- cial para aspirantes a oficiales del cuerpo [...], cinco regimientos a pie de de: una Direccién Ge- En 1885, cuando murié Alfonso XII, la situacién del ejército era penosa desde el punto de vista operativo. La relacién entre mandos y tropa alcanzaba proporciones de opereta: 282 generales, 2.163 jefes y 13.606 oficiales para 86.533 soldados. Es decir, un general por cada 300 hombres, un coronel por cada 200, un jefe por cada 40 y un ofi- cial por cada seis. Como término de comparacién, los coroneles fran- ceses y alemanes mandaban alrededor de 800 hombres, los jefes, unos 200, y los oficiales, un minimo de 25. La edad de los oficiales era muy elevada, especialmente en las lla- madas «armas generales» —infanter{a y caballerfa—; los coroneles te- nian como media 53 afios, los comandantes, 46, y los tenientes, 38. En los «cuerpos facultativos» —artillerfa, ingenieros y Estado Ma- yor—, la media de edades era més razonable: 54 afios la de los coro- neles, 42 la de los comandantes y 25 la de los tenientes. - dos batallones de a cuatro compaitias, 36. 45. . El cuerpo de Sanidad Militar tendré una brigada Sanitaria destinada a PRETORIANISMO Y REFORMAS 119 cinco Tegimiento: ° , $ mo! geis baterias, pudiendo ser uno de ellos de a caballo, montados de posicién de a seis baterias, seis baterfas. E| Cuerpo de Ingenieros de la Peninsula se compondré de: una Direccié General, una Junta superior facultativa, un Museo, un Depésito toy ee fico, una Brigada Topografica, una Academia Especial para shui i rantes a oficiales del cuerpo, [...], cuatro regimientos de Zapadores Mina dores de dos batallones, un regimiento montado de Pontoneros. Telegrafistas y Ferrocarriles, también de dos batallones. ; La caballeria de la Peninsula constard de: una Direccién General, [...], una academia especial para alumnos aspirantes a alféreces del arma, [...], 24 regimientos: de ellos once de Lanceros, diez de Cazadores y dos de Huisares, de 4 escuadrones cada uno, dos escuadrones sueltos de Cazado- res, 20 cuadros de reserva. ntados de a “aballo, dos regimientos tes regimientos de montafia de prestar servicio facultativo de plana menor en los hospitales militares, fi- jos o provisionales, y a formar los cuadros de las secciones sanitarias que se organicen para los cuerpos del Ejército en operaciones. Coleccién Legislativa del Ejército, n.° 286 Otro tanto ocurria con las expectativas de carrera. Las sobresatura- das escalillas de las armas generales ralentizaban los ascensos hasta ex- tremos exasperantes. De cada cien tenientes, unos procedentes de academia y otros de la clase de sargentos, sdlo la mitad obtenia el em- pleo de capitan, una quinta parte el de comandante, diez de ellos el de teniente coronel y sélo cinco el de coronel. Como pasaba con las edades, la carrera de los oficiales de los cuerpos facultativos era mds esperanzadora. Prdcticamente todos los tenientes ascendfan a capitdn, la mitad a comandante y la cuarta parte a coronel. Estas desigualdades fueron el caldo de cultivo del ambiente refor- mista que caracterizé al ejército de Marfa Cristina. Las élites militares més comprometidas con la modernizacién de la institucién hacfa tiempo que habjan desertado del Partido Conservador, hartas de la inhibicién de Cénovas en cuestiones castrenses, y habian buscado 120 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA. acomodo en los bancos de la oposicién. Cuando la regente mostré clara preferencia por gobernar con los liberales de Sagasta, surgié el proyecto de reforma militar mds importante y ambicioso de la época de la Restauracién: el concebido por el general Cassola en 1887. Como muchas otras iniciativas reformistas, no superé el trémite parlamentario ni llegé a convertirse en ley, tal como venfa planteado, pero su anilisis es vilido para conocer las caracteristicas, problemas y carencias de la institucién. El general Cassola leyé su proyecto de Ley Constitutiva del Ejército un mes después de que Sagasta le nombrara ministro. Su objetivo era reformar la ley canovista de 1878, que en su opinién era la responsable de la degradacién de la oficialidad y de la falta de efectividad de la fuerza armada. Cassola, haciendo uso de la amplia autonomfa con que los milita- res gestionaban el Ministerio de la Guerra, pretendié que el parla- mento refrendara una estructura castrense demasiado avanzada para que fuera asumida por aquella clase politica. El proyecto, obra perso- MISION DEL EJERCITO Y ATRIBUCIONES MILITARES DEL REY, 1878 Ley Constitutiva del Ejército, 29 de noviembre de 1878 1.° La primera y més importante misién del Ejército es sostener la inde- pendencia de la Patria y defenderla de enemigos exteriores € interiores. 4.© El mando supremo del Ejército, asf como el de la Armada, y la facultad de disponer de las fuerzas de mar y tierra corresponde exclusivamente al Rey con arreglo al articulo 52 de la Constitucién de la Monarquias debiéndose llevar siempre a efecto las érdenes del Rey en Ia forma pre- venida por el articulo 49 de la misma Constitucién. 5.° No obstante la anterior disposicién, cuando el Rey, usando de la potes- tad que le compete por el articulo 52 de la Constitucién de la Monar- quia, tome personalmente el mando de un ejército o de cualquier fuer- za armada, las érdenes que en el ejercicio de dicho mando militar dictare no necesitardn ir refrendadas por ningtin ministro responsable. Sin embargo, el acuerdo de salir a camparia lo tomard siempre el Rey bajo la responsabilidad de sus ministros, en cumplimiento de lo que el articulo 49 de la misma Constitucién dispone. © 367 Coleccién Legislativa del Ejército, PRETORIANISMO Y REFORMAS 12] nal del ministto, se inspiraba en los trabajos de la junta que abordé la reorganizacion del ejército en tiempos de Amadeo de Saboya, de la que habia formado parte. Los cuatro puntales en los que se apoyaba la reforma —unificar Ja carrera profesional, crear el servicio de Estado Mayor, democratizar el serviclO militar y reordenar la organizacién territorial— vulneraban intereses de grupos sociales —civiles y militares— demasiado influ- yentes para que el proyecto prosperara. "Los cuerpos facultativos se opusieron al mismo porque no estaban dispuestos a renunciar a su racionalizado y beneficioso modelo de ca- rrera. Los oficiales facultativos promocionaban por el sistema conoci- do como escala cerrada, segiin el cual tinicamente ascendfan cuando hubiese vacante en el empleo superior. Los de las armas generales lo hacian por escala abierta, que les permitia ascender también como premio a méritos contrafdos en guerra y paz. ‘Ademés, los facultativos estaban autorizados a aceptar grados perso- nales en tecompensa de sus méritos, grados no reconocides en los cuerpos de procedencia pero s/ en el servicio de plaza y actos protoco- larios. El meollo de la cuestidn, lo que dio origen al feroz debate con- citado por la ley Cassola, fue que la normativa anterior no distingufa entre coroneles graduados y efectivos a la hora del ascenso a general. Trasladado esto a cifras, mientras que los facultativos sélo sumaban un cuarto del total de coroneles, ocupaban casi la mitad de las plazas de general. El exiguo siete por ciento de coroneles del Cuerpo de Estado Ma- yor era el més favorecido, al copar el 20 por ciento de los ascensos al generalato que decidfa el Consejo de Ministros. Por esta razon, el in- fluyente colectivo combatié con denuedo la pretensién de disolverlo y convertir a sus miembros en meros diplomados, especialistas en gestionar los estados mayores. La burguesfa, base social del régimen, contemplé también horroriza- da la posibilidad de que sus hijos tuvieran que prestar servicio con cria- dos, obreros y jornaleros, tinicos jévenes que pisaban los cuarteles. La oposicién al proyecto de la mayor parte de la clase politica —conserva- dora y liberal— fue total, al incluir el mismo la propuesta de abolir la redencién a metdlico y la sustitucién y lograr asi que Ja mili obligara Por igual a todos los espafioles. 122 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA Por ultimo, Cassola proponia dividir la Peninsula en Fegiones mili- tares y asignar a cada una de ellas una gran unidad orgénica, tipo cuerpo de ejército, segin el esquema prusiano. Hasta entonces, los batallones y regimientos se agrupaban en divisiones durante los perio- dos de operaciones, desarticulandose al volver al pie de Paz, Los gene. rales tampoco mandaban unidades, sino que desempefiaban el Papel de comandantes territoriales —capitanes generales © gobernadores— con jurisdiccién sobre las tropas de su demarcacién. : La cldsica divisién napolednica se componia de dos brigadas de in- fanteria, con tres regimientos y un batallén de cazadores cada una, Mapa 2. Creacién de las Regiones militares, 1893 a Zara Regiones Militares: 1.8 Madrid, 2.2 Sevilla, 3.4 Valencia, 4.* Barcelona, > g0za, 6.* Burgos y 7.* Valladolid. Capitanfas Generales: Baleares y Canarias, Comandancias Generales: Ceuta y Melilla. PRETORIANISMO Y REFORMAS 123 mds tropas de caballeria, artilleria, zapadores-minadores, sanidad, ad- ministracién y tren. En pie de guerra, era capaz de triplicar sus efecti- vos, mediante el procedimiento de afiadir un tercer batallén a los re- gimientos y duplicar la tropa de cada compafifa, lo cual era suficiente para absorber soldados en situacién de reserva activa, pero no para encuadrar a la segunda reserva. La derrota francesa de 1870 demostré que las movilizaciones masi- vas necesitaban una infraestructura previa para encuadrar con eficacia a los reservistas. Cassola quiso organizar establemente las divisiones y asignar un cuerpo de ejército a cada capitania general, con infraes- tructura suficiente para movilizar, encuadrar y equipar a los reservis- tas de su territorio. La oposicién vino esta vez de los diputados de las ciudades en las que desaparecfa la figura del capitan general, con la pérdida de estatus social que ello suponia. Se habré observado que las cuatro propuestas de Cassola llegar4n a introducirse en el ejército. La primera, aprobada por decreto en 1889, supuso la definitiva abolicidn de los grados personales y la uni- ficacién del sistema de ascensos, a fin de acallar la indignacidn de in- fantes y jinetes ante el cese del ministro y el archivo del proyecto. Los artilleros, muy afectados por la medida, llegaron al acuerdo de com- prometerse individualmente a no vulnerar el principio de ascenso por antigiiedad, que consideraban intimamente ligado a su tradicién cor- porativa. La defensa de este compromiso, firmado al salir de la acade- mia, tuvo fiinebres consecuencias durante la dictadura de Primo de Rivera. Este tiltimo fue el creador del servicio de Estado Mayor, organiza- do en 1929 y reformado en 1932. Los avatares del servicio militar obligatorio, hasta que Canalejas resolvié el tema en 1912, serdn obje- to de amplia atencién al final del capitulo. La divisidn territorial la dejaria zanjada el general Linares en 1903, recuperando el proyecto elaborado por Lépez Dominguez, cuando Sagasta le nombré ministro en 1893. La Peninsula se dividié, a efec- tos de movilizacién, en siete regiones militares —aumentadas a ocho en 1907 y a nueve en 1942, ntimero mantenido hasta 1984—, cuyo capitdn general era, a la vez que jefe del cuerpo de ejército en ella es- tacionado, responsable del control, adiestramiento y movilizacién de los reservistas de su jurisdiccién. Para ello, las regiones se comparti- 124 HISTORIA DEL EJERCITO EN ESPANA mentaron en zonas de reclutamiento, tantas como Provincias, encar- gadas de dotar de hombres al regimiento de reserva que tenfan asig- nado. Al margen de estos grandes proyectos de reforma, los distintos ministros de la Guerra de la Restauracién fueron creando una inmensa superestructura burocrdtica cuyo principal objeto fue man- tener ocupado al también inmenso cuerpo de oficiales. A finales del siglo xix, més de la mitad de ellos estaban alejados de las unidades, donde vegetaban menos de 80.000 soldados, y ocupaban destinos, més © menos burocraticos, pero siempre sin tropas bajo su mando: mi- nisterio, subsecretarfa, estados mayores, gobiernos y comandancias militares, academias, escuelas, faébricas, depdsitos, zonas y cajas de re- clutamiento. Tras la pérdida de las colonias, y con el presupuesto reducido prac- ticamente a cubrir los gastos del personal profesional, se ralentizaron los afanes reformistas. Aunque Cénovas se las habfa ingeniado para impedir que las campafias originaran un nuevo brote inflacionista en los escalafones, la incorporacién al ejército peninsular de los oficiales destinados en Cuba y Filipinas volvié a incrementarlos. Los Ilamamientos para prestar el servicio militar se redujeron al minimo. Durante los cuatro primeros afios del siglo xx, apenas llegd a haber 50.000 hombres en los cuarteles: unos 300 en cada regimien- to y 33 en las compafiias. Las gentes del pueblo, con sorna, decian que, cuando salfan a desfilar por la calle, parectan bandas de musica escoltadas por unos cuantos pelotones de soldados. d Una vez mitigadas las restricciones presupuestarias, el Ministerio la Guerra creyé que habia llegado el momento de reorganizar él eee ierinnae administrativas se encomendaron al a creacién —el ee 7m Operativas, a un organismo coe de tradas medidas foeeie tae Central—, otra de las polémicas y i erte controversia y oe assole, que volvi6 a ser objet isuelto poco después. Como an tes se anuncid. wae, : ili se i jones militares, cuyos ca » se dividié la Peninsula en siete reg! A cada uno de ell Beane generales mandaban un cuerpo de ejército. i BA : le asignaron dos divisiones, con sus correspo™ i f : : :

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