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LAS VIRTUDES, EL CELO APOSTOLICO Y LA

PASIÓN POR LA EUCARISTÍA


DEBERES PARA CON LA SAGRADA EUCARISTÍA. EL AMOR (8)
San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

HORA SANTA
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.
Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.
Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.

LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APOSTOL SAN PEDRO 2,21b-24

La pasión voluntaria de Cristo, el siervo de Dios


Carísimos:
Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.
Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.
Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.
§ III
EL AMOR CENTRO DE VIDA 1

III. Cómo será la Eucaristía nuestro centro


Siendo la Eucaristía fin de las virtudes, será también su sostén y perfección.
Para progresar en las virtudes el cristiano necesita tener presente su modelo;
necesita una fuerza actual y siempre creciente, un amor que le excite y sostenga.
Ahora bien, sólo en la Eucaristía se encuentran de un modo perfecto estos tres
bienes:
1.º En su estado sacramental es Jesús siempre modelo de las virtudes
evangélicas. El poder de su amor dio con el secreto inefable de continuarlas y
glorificarlas en su estado resucitado para poder decir siempre a sus discípulos:
“Seguidme, aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
¡Cuán hermosas, amables y arrebatadoras son, en efecto, las virtudes
eucarísticas de Jesús! Cierto que un ligero velo las oculta a nuestros ojos
carnales, harto débiles e impuros para considerarlas en este divino sol; pero los
ojos de la fe las contemplan, el amor las admira y de ellas se nutre y en ellas se
deleita. ¡Qué bien ha sabido Jesús juntar en su estado sacramental pobreza con
divinas riquezas, humildad con gloria, obediencia con omnipotencia, flaqueza
con fuerza, mansedumbre y bondad con majestad! ¡Cuánto más oculta es en el
Cenáculo la vida oculta de Nazaret! ¡Cuánto más sublime es en el altar, en su
estado de víctima perpetua de nuestra salvación, el amor crucificado!
¡Oh, sí, en la Eucaristía es donde toman las virtudes de Jesús su última forma
de amor y de gracia!
Ya no las practica Jesús como de paso y por intervalos, sino que todas ellas
están juntas en estado permanente y lo estarán hasta el fin del mundo para ser
siempre regla actual del cristiano.
2.º Al ejemplo de Jesús se junta la gracia. Para tornarnos fácil y amable la
virtud nos viene por la comunión, mediante la cual se injerta en nuestra
corrompida naturaleza y se nos une para comunicarnos su sabiduría, su prudencia
y su divina fuerza. Después de comulgados, los confesores de la fe eran atletas
invencibles y hablaban con irresistible elocuencia. ¡Cómo habían recibido al Dios
de verdad y de fortaleza...!
Para progresar y perseverar en la virtud hace falta, además de fuerza, dulzura y
unción interior que nos la vuelva atrayente y amable. “Mi yugo es suave y mi
peso ligero”, dijo Jesús. Y principalmente en la sagrada Eucaristía es donde las
virtudes embeben la suavidad de Jesús. Las virtudes por la Eucaristía sostenidas
son más amables que las demás. La virtud de quien comulga es de ordinario
sencilla, feliz y celestial cual si se transparentara la virtud interior de Jesús. Los

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Deberes para con la sagrada Eucaristía. El adorador debe amar, servir, honrar y glorificar con todo celo la santísima Eucaristía.
CAPÍTULO PRIMERO. Del amor a la Eucaristía. (Continuación)
rayos del sol son hermosos porque son una emanación del mismo sol. Al
contrario, la virtud del cristiano que no comulga tiene cierto carácter austero,
severo y desalentador; es una virtud de campo de batalla, en lucha con el
enemigo armado de fuerza y de rigor: no es amable.
La sagrada Eucaristía es suavidad de las virtudes, suavidad tanto mayor cuanto
el amor es más puro y abnegado.
3.º El amor es, en efecto, el que sostiene y perfecciona la virtud. La virtud
sigue el grado del amor, de suerte que el amor perfecto es virtud consumada, don
total de sí a Jesús. Así es cómo el cristiano aprende a darse en la comunión,
donde Jesús se le da todo entero y personalmente.
Porque el amor es maestro muy hábil; tiene fuerzas invencibles; presto es
purificado y transformado el hombre en Jesús bajo su acción poderosa. Nada le
cuesta al amor; sufrir es su placer; las grandes cosas le hacen palpitar el corazón
de gozo. Por manera que los mayores sacrificios son para el adorador alimento
glorioso de su amor a Jesús, una compensación por tantos dones recibidos. El
noble discípulo del Salvador va cada mañana, o a lo menos a menudo, a la
sagrada mesa para pertrecharse de armas cristianas, de municiones de guerra, de
fuego divino, y de ahí parte para los combates del amor.

IV. La Eucaristía, fin del celo del cristiano


Conocer, amar y servir a Jesús en el santísimo Sacramento: he aquí lo que tiene
que hacer el verdadero adorador. En hacer que sea conocido, amado y servido en
su estado sacramental: ahí se manifiesta el verdadero apóstol de la Eucaristía. El
apóstol que se limitara a mostrar a Jesús en Belén sería una estrella o quizá un
ángel; quien de lejos le señalase en la vida pasada sería un Juan Bautista, que no
muestra más que a Jesús viajero. El apóstol de la Eucaristía muestra a Jesús vivo,
lleno de gracia y de verdad en su trono de amor.
La verdad de Jesús no es perfectamente entendida sino cuando se la ve en la
Eucaristía, así como en la fracción del pan conocieron al Salvador los discípulos
de Emaús. La verdad divina en la Eucaristía recibe su última gracia porque aquí
es donde el mismo Jesús habla, la revela y se manifiesta a sí mismo, y nada
iguala a la luz del sol.
El amor de Jesús no es bien apreciado sino en la sagrada comunión, cuando la
misma alma se pone bajo la acción de este fuego divino. El fuego no es cosa que
se define, sino que se siente.
Nuestro Señor reveló a los apóstoles el evangelio de su amor después que
hubieron comulgado, porque sólo entonces podían comprenderle.
Sólo en la sagrada comunión puede gustarse el amor de Dios, y al estar
conmovida con el amor eucarístico es cuando el alma aprende a amar, a darse a
Dios, a consagrarse a su gloria como los confesores de la fe.
Por eso, hacer que Dios en la Eucaristía sea conocido, amado y recibido
dignamente es el oficio más santo de un apóstol. La obra apostólica por
excelencia es enseñar la doctrina cristiana a los ignorantes y prepararlos a la
primera comunión, a recibir los sacramentos. Porque un alma que ama a
Jesucristo, que tiene hambre de Él, casi no necesita otro auxilio, porque ha
hallado vida, y vida superabundante que brota hasta la vida eterna, donde tiene su
manantial.

V. La Eucaristía, noble pasión del corazón


La felicidad del hombre está en su amor apasionado. Todo hombre tiene una
pasión que se convierte en vida. Esta real pasión del corazón es inspiración de
sus pensamientos, cuadro vivo de su imaginación, deseo violento de su voluntad,
el objeto ardientemente anhelado en todos sus sacrificios. Nada le cuesta a la
pasión adorada, nada le parece imposible, tener que aguardar es delicioso
tormento.
Sólo una pasión divina puede beatificar el corazón del hombre y volverle
bueno y generoso: la noble pasión de la divina Eucaristía.
No hay cosa que pueda compararse con el ímpetu y la fuerza del alma que
busca y suspira por el amado. Su dicha consiste en desearle y en ir en pos de Él.
En la Eucaristía Jesús se oculta para que sea deseado, se oculta para dejarse
contemplar; se hace misterio para estimular y aquilatar el amor. La sagrada
Eucaristía viene a ser así alimento siempre nuevo y poderoso para el corazón que
abrasa. Algo de lo que sucede en el cielo pasa entonces; siéntese igual hambre y
sed de Dios, hambre y sed siempre vivas y siempre satisfechas; el alma amante
penetra en lo más hondo del amor divino y descubre siempre nuevas riquezas,
mientras Jesús se le va manifestando gradualmente para más pura y fuertemente
atraerla.
¡Oh, feliz aquel a quien la santa pasión de la Eucaristía inspira y enciende; feliz
mil veces quien no vive más que por el amado, como la esposa de los Cantares, y
quien en todas las cosas no ambiciona otra cosa que su reinado eucarístico! Bien
puede el tal decir con san Pablo: Ya no soy yo quien vivo, sino que vive en mí
Jesucristo (Gal 2, 20). Si exprimirse pudiera toda la substancia de esta alma,
saldría una hostia Jesús Sacramentado es su vida.

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