Signos de los tiempos: itinerarios de la Resurrección
Ruth Ramasco de Monzón
Tucumán, 7 de marzo de 2011
Campamento de Catequesis Especial
Es extraño pensar que, cada vez que busquemos signos, la
mayoría crea que los signos sólo pueden pronosticar catástrofes o revelar hechos que ocurrirán necesariamente. Pero, si nuestra vida, el todo de nuestra historia, el todo del Universo, pertenece a Dios, entonces, todo acontecimiento, en su carácter de signo, sólo habla de una cosa: del amor de Dios que viene por nosotros. Y ese amor que viene por nosotros es un ofrecimiento que se hace a un ser libre.
Muchos pueden decir que esto es ingenuidad: que hay
acontecimientos durísimos, de un sufrimiento inenarrable, que no puede ser verdad que alguien nos diga que en todo acontecimiento es Dios quien nos busca. Otros pueden pensar que todo está escrito, que nada podemos hacer sobre ello, que todo ocurrirá fatalmente. Sin embargo, el acontecimiento central de nuestra fe, el Misterio de la Muerte y Resurrección, nos dice que el amor de Dios ha venido a nosotros, no haciendo que nosotros padeciéramos para encontrarlo, sino sujetándose Él libremente al dolor y angustia de los hombres para mostrar su cercanía con nuestra vida. Por ende, buscamos los signos, no de las catástrofes que fatalmente nos esperan, sino de la Resurrección de nuestra vida, de nuestro mundo, de la alegría del Padre bueno que viene a llevarnos a casa y nos invita a descubrir los caminos de esa Resurrección y a hacerlos libremente nuestros. En ese sentido vamos a trabajar esta mañana los signos de los tiempos: como itinerarios de Resurrección que aparecen en el medio de nuestra vida y nuestra historia común como hombres. Como itinerarios que nos salen al paso [2]
en el medio del camino, hasta en el camino de nuestras desesperanzas,
como se manifiesta el Resucitado a los discípulos de Emaús.
Nos preguntemos entonces qué vemos, qué escuchamos, qué
malestares y alegrías llevamos como hombres. Ahí, en ese nudo de las experiencias concretas de los hombres, se encuentran los signos. De manera que, si de alguna manera, todos o muchos de nosotros somos afectados por acontecimientos semejantes, debemos preguntarnos por su sentido. Pero agreguemos otro elemento que proviene de la identidad de su tarea evangélica en la Catequesis especial: ¿qué signos pueden ver quienes ven la insondable humanidad de aquellos que no son reconocidos en su humanidad por muchos, o que a veces son difícilmente amados hasta por sus mismos familiares? ¿Qué hábitos de visión ha producido en Uds. este amor que los ha llevado a anunciar el Evangelio a los oídos de estas personas y no a los de otras? Porque es eso lo que necesitamos descubrir o sólo poner en la mesa común para que se vuelva pan para todos.
aunque no pueda decirlo claramente? ¿Hacia dónde quiere llevarnos el amor? Porque, en última instancia, es de ello de lo que se trata: de un itinerario de amor a descubrir; itinerario que, en clave cristiana, es siempre un itinerario pascual.
En primer lugar, trabajaremos con aquellos hechos o
acontecimientos que nos vinculan con todos los hombres, que nos permiten mirar fuera del ámbito de nuestra vida en su cotidianeidad parroquial y familiar. En segundo lugar, detendremos la mirada en los itinerarios de Resurrección que la tarea de la Catequesis Especial conoce ya sobre ellos. [3]
A. Los acontecimientos-signos: el catequista, hombre junto a los
hombres
Hablaremos ahora de algunos de los acontecimientos-signos
que se presentan frente a nuestros ojos y nuestro corazón. No constituyen, ni mucho menos, la serie total de los signos. Pero consideramos que son, entre ellos, altamente relevantes. Son los siguientes:
1. Incertidumbre sobre el carácter humano
2. Exacerbación de las dificultades de convivencia
3. Un poderoso anhelo de libertad
4. Posicionamiento inédito de la mujer en los diversos ámbitos
5. Nuevos instrumentos y estrategias de comunicación
6. Contexto de crisis mundial
7. Pobreza creciente e inhumana de amplias franjas de la población
Empezaremos por aquel que puede resultarnos más cercano:
1. Incertidumbre sobre el carácter humano: Por todos lados asoma
una angustiante incertidumbre: ¿qué requerimos para considerarnos humanos? ¿Riqueza, consumo elevado, afirmación de los derechos, juventud, independencia? Esta búsqueda de una identidad en algo que agregamos a nuestro ser, o en algo que podemos perder, lo queramos o no, es también un signo de los tiempos. Porque, por más que pertenezca al repertorio de preguntas que siempre nos hemos hecho, en este momento se [4]
han vuelto interpelantes de nuestras decisiones políticas,
económicas, de las interacciones culturales, de la vida familiar, de nuestras decisiones más íntimas y privadas. Hombres y mujeres extraviados sobre lo que significa ser seres humanos sin más; agendas de los organismos internacionales imponiendo debates o resoluciones políticas sobre el origen o el fin de la vida humana. ¿Cuándo empezamos a ser humanos, cuándo dejamos de ser humanos? ¿Qué nos permite decidir sobre la vida o la muerte, la libertad o la esclavitud de otros, su salud o su enfermedad? Para muchos, no hay preguntas: no hay seres humanos frente a sus intereses y codicias. Pero para quienes hay seres humanos, hay un montón de preguntas e incertidumbres.
2. Exacerbación de las dificultades de convivencia: los hombres
singulares, la vida familiar, las sociedades, el mundo global, no puede encontrar estrategias de convivencia. Si miramos el mundo global, las identidades (étnicas, religiosas, ideológicas, etc.) se vuelven focos de enemistad, las diferencias parecen irresolubles, la paz es una utopía. Más aún, todo acontecimiento parece tener la posibilidad de prender una mecha y producir un estallido de consecuencias insospechables. Si miramos la vida social, las disidencias internas producen antagonismos irreductibles, capaces de detener y hasta destruir todo el proceso de un país; no es posible crear oposiciones que no sean una dialéctica de odio o rechazo mutuo absoluto. Si miramos la vida familiar, la inestabilidad, el desasosiego, la casi imposibilidad de asumir una dinámica que supere la individualidad, torna altamente difícil la presencia de otro que sea nuestra pareja, de unos otros que sean hijos reales y no nominales. La vida individual se transforma a veces en una difícil soledad, soledad que hace que algunos se subsuman en el trabajo y que hasta excedan el número de horas, [5]
porque es el único lugar que reconocen suyo; o soledad que
provoca una entrega sin resistencias a la muerte, porque para nadie su vida es importante; o que vuelve una tortura el tramo de la ancianidad, porque nadie quiere convivir con una persona que necesita cuidados.
3. Un poderoso anhelo de libertad: de alguna manera, ha ingresado
en la conciencia colectiva de los hombres que la libertad de decidir su modo de vida, la libertad de vivir y morir dentro de una cultura, la posibilidad de que un colectivo social autodetermine su presente y su futuro, es algo a lo que todo el mundo tiene derecho. Sin embargo, este anhelo poderoso no logra conciliarse con la construcción de una vida social factible para todos, ni con la aceptación realista de la historia, ni con la construcción efectiva de la sociedad. El deseo de libertad oscila permanentemente entre la construcción y la destrucción, y no logra encontrar su cauce. ¿Tenemos siempre que escoger entre una legalidad exterior inapelable que coaccione y reprima y una ausencia de legalidades que se vuelva destructiva de lo que encuentra a su paso?
4. Posicionamiento inédito de la mujer en los diversos ámbitos:
aunque quepa decir que las diversidades culturales vuelven relativo este acontecimiento, es innegable que en vastos sectores del mundo la mujer pertenece ahora al ámbito de la vida pública. Por un lado, por su presencia en diversos ámbitos de esta vida: en el área del trabajo, de la política, la ciencia, la creación de cultura. Pero, por otro lado, porque los rasgos y hechos que antaño pertenecían sólo al ámbito de lo privado o de su propia biología se han vuelto parte de la agenda político-social: el embarazo, la maternidad, la lactancia, las tareas domésticas. En tercer lugar, porque rasgos que antes eran despreciados y asociados peyorativamente a lo femenino, son reconocidos como valiosos en [6]
la gestión de lo público: la intuición, la empatía, la consideración
de lo vivo, el cuidado, la compañía, la expresión de los sentimientos, etc. Este nuevo posicionamiento no ha logrado, sin embargo, evadirse de la dinámica de las exclusiones mutuas, ni de las dialécticas de poder.
5. Nuevos instrumentos y estrategias de comunicación: las nuevas
tecnologías de comunicación han producido consecuencias de inmensa magnitud en diversos ámbitos. Se ha modificado la circulación del conocimiento, produciéndose un intercambio que coopera eficazmente en la producción de las comunidades científicas, y abre su acceso para una inmensa franja de la población. Se han modificado los procesos de enseñanza- aprendizaje, pues los ritmos interactivos producen una insatisfacción creciente en el ritmo de las aulas, a la vez que permite disponer de múltiples fuentes de información y de vías alternativas de aprendizaje. Se delimitan nuevas exclusiones: los que pueden hacer uso de estos medios y los que no. Ha cambiado el mundo de las relaciones interpersonales, por la posibilidad de estar disponible para la comunicación siempre (de no mediar fallas técnicas); ha cambiado el protagonismo, las iniciativas sociales y la posibilidad de convocatoria y de acción política, pues las redes posibilitan agrupaciones variadas, mensajes instantáneos, captura de imágenes que muestran acontecimientos e impiden la formación de los discursos públicos hegemónicos. Han surgido nuevas indefensiones, pues los adultos no pueden cubrir el amplio espectro de relaciones e intervenciones que traspasan los muros de sus viviendas.
6. Contexto de crisis mundial: el momento actual se caracteriza por
la presencia de un contexto de crisis. Esta crisis ya no es la de un país o la de una economía o la de una región del mundo. El [7]
contexto de crisis es mundial. Crisis alimentaria, porque no hay
suficientes recursos de alimentación y los conflictos se expresan como dificultades para dar de comer a la propia población y para tener agua. Crisis energética, que vuelve codiciables los recursos de petróleo, gas, uranio, etc. Crisis de empleo, que ya no permite solucionar el problema por la emigración masiva de los habitantes de una sociedad hacia otra y que marginaliza a una altísima franja de las poblaciones. Crisis política, producida muchas veces por la dificultad que una sociedad tiene para sobrevivir, los autoritarismos concentrados, la dependencia. Crisis educativa, porque necesitamos de la educación para resolver los problemas, pero necesitamos recursos para recrear la educación. Crisis ambiental, por la inmensa depreciación del medio ambiente que han producido las decisiones políticas y económicas de los hombres. Contexto de crisis, no ya sólo problemas; geopolítica de la crisis, con una inmensa tensión de caos y beligerancia a nivel mundial.
7. Pobreza creciente e inhumana de amplias franjas de la población:
Ninguno de los rasgos arriba mencionados es verdadero como descripción de los acontecimientos que vemos, si no los hacemos pasar por el tamiz del desafío de sentido que representa en este momento la pobreza. La inhumanidad de la miseria es en estos momentos extrema: alimentos que no alcanzan para las demandas de los hombres y crisis alimentarias que convulsionan la geopolítica; poblaciones íntegras desplazadas y hacinadas; caza de esclavos y esclavas sexuales o laborales en los países pobres; países sin ninguna perspectiva de subsistencia si no mediara la ayuda de organismos internacionales; migraciones que son verdaderos éxodos de la miseria; pandemias de la pobreza, la falta de higiene y cuidados mínimos, la falta de alimento; cadenas de [8]
servilización, dependencia y clientelismo obrando como andamiaje
de los poderes políticos. La lista podría seguir y seguir. Una inmensa pobreza creciente que se extiende como una mancha de petróleo en el océano, matando todo lo que vive.
Estos son acontecimientos: no pueden transformarse en signos si no se
leen y entienden como tales. Por lo tanto, es eso lo que intentaremos hacer ahora.
Primero, en un pequeño momento de reflexión personal: tan sólo unos
minutos en los que coloquemos uno de esos acontecimientos en el interior, los recibamos allí y lo dejemos hablar.
Luego, en un pequeño coloquio grupal donde compartamos lo que esos
acontecimientos han dicho dentro de nosotros. La pregunta para orientar el coloquio es sencilla:
¿Qué hecho hemos elegido y qué nos ha dicho?
B. La Catequesis Especial: testigos de la Resurrección
[9]
Vamos a comenzar ahora guardando en nuestro interior el
rostro de alguno de los destinatarios del Anuncio del Misterio Pascual: aquel o aquella que más conmueva nuestro corazón. Nos es necesario tenerlo presente porque es su rostro quien puede enseñarnos a escuchar los que estos acontecimientos dicen y descubrir su carácter de signos. Sabemos ya de antemano algo, algo que la misma tarea y el mismo Anuncio del Evangelio nos ha enseñado: necesitamos signos.
Veamos entonces qué escucha ese rostro que llevamos dentro
de cada uno de esos acontecimientos.
1. Incertidumbre sobre el carácter humano: para muchos,
nuestros rostros o nuestros cuerpos, o nuestros movimientos, horrorizan. Su rechazo les dice y nos dice que no pueden considerarnos igual a ellos. Sin embargo, procedemos de ellos, de la curiosa combinación de sus genes, de sus malas prácticas médicas, de sus químicos y de la contaminación de sus industrias, de accidentes espantosos de todo tipo, de sus hábitos, de su edad. O a veces, nadie sabe por qué. Nuestra presencia, que ha despertado a veces una capacidad de amor inquebrantable, que ha despertado también repulsiones que no pueden soportarse, debiera decir, gritar en los corazones de los hombres, que procedemos los unos de los otros y que eso es un indicio de nuestra humanidad; debiera decir que todos los hombres somos vulnerables, que todos podemos perder la posibilidad de manejarnos a nosotros mismos, y pasar a depender de otros. Todos podrían leer eso en nuestros rostros, en nuestros cuerpos, y escuchar la inexcusable necesidad que los hombres tienen de sus semejantes. Todos debieran reconocer en nosotros a sus propios hijos, puesto que somos hijos de hombres. ¿Cuál es la incertidumbre, si procedemos los unos de los otros? Y, en el sentido del Kerigma, ¿cuál es la [10]
incertidumbre si, aunque los hombres nos rechacen, sale en
nuestra búsqueda el amor de Dios? El anuncio del Kerigma volviéndose signo pequeño, captado por el centro de nuestra alma, allí donde Dios se regala, aunque no podamos sumar ni multiplicar, desnuda toda predicación. Pues el Misterio del Amor de Dios se dice en aquel centro donde un hombre o una mujer se vuelven capaces de acoger su Realidad: y ahí, nuestro desafío no es muy diferente del de todos los hombres. Ese es el centro de nuestra humanidad: y cuando no es reconocido, todas y cada una de las facetas de nuestra experiencia se tornan una incertidumbre dislocada de su centro. Ya no la hermosa incertidumbre que brota de la novedad de la historia y de la presencia de Dios en ella: sólo un interrogante que no sabe cómo proteger al hombre de sí mismo.
2. Exacerbación de las dificultades de convivencia: nuestra
presencia en nuestros hogares, nuestra humanidad desvalida y diferente, ha dividido las aguas. En muchos, nuestro cuidado, el costo económico, moral, físico y psíquico del mismo, ha producido escisiones y rupturas, catástrofes familiares, distancias sin fin. Hemos visto muchas veces separarse a nuestros padres, porque alguno de ellos no aguantaba la inmensa tensión de convivir con un ser distinto y desvalido. Algunos de nuestros hermanos no han aguantado la dificultad de compartir el amor de sus padres con nosotros; muchas veces, nuestros padres han sido injustos con sus otros hijos y han cargado su alma con un inmenso dolor. Pero en muchos otros casos, la vida familiar se ha consolidado, como si se hubiera producido un misterioso ingreso en lo más humano y sobrenatural de cada uno de sus miembros. Ha surgido una risa y un humor que sólo existe en casas como la nuestra; nuestros [11]
hermanos defienden a los débiles, porque llevan nuestro rostro
en su alma; nuestros padres han aprendido a amarse de un modo que supera el amor de otras parejas. Son padres sin vanidad; humanos de otra manera, fuertes de otra fortaleza. Las dificultades de convivencia se transforman con el amor; pero no con un falso amor de azúcar y de miel, sino con un amor dispuesto a las tareas comunes, a salir corriendo mil veces para ayudar o sustituir en el trabajo, a compartir las responsabilidades y alegrarse con los logros.
3. Un poderoso anhelo de libertad: cuando alguien nos ve en la
calle o en un lugar común, junto a quienes nos cuidan, la mayoría piensa que nuestra vida es una inmensa esclavitud y falta de libertad para quienes están a cargo de nosotros, una inmensa complicación. Muchos contrastan sus ganas de moverse, de disponer de su cuerpo y su cansancio, de su dinero, y piensan que todo eso se restringe al infinito con nosotros. Además, ven todo lo que no podemos hacer, lo que no podemos lograr, lo que no podemos anhelar. Nuestra cama, nuestra silla de ruedas, nuestras dificultades motrices, nuestra situación de aprendizaje…todo es para ellos una negación de la libertad. Pero, ¿es así? ¿Es tan verdadero afirmar o creer que la libertad es un impulso sin límites? ¿Es verdad que los hombres son libres porque no dependen de nada, ni nada los coarta? ¿Cada vez que hay un límite, un orden, una restricción, ya han perdido su libertad? No es verdad; nuestra vida dice que un anhelo irrestricto de libertad se ha olvidado de su propia humanidad. Porque todos tenemos límites, mayores o menores; todos producimos costos y consecuencias en los que nos aman lo suficiente como para responsabilizarse de nosotros; todos lograremos algunas cosas sí y muchas otras no. En eso, nuestra [12]
vida es más parecida a la de los otros hombres que lo que ellos
aceptarían. El poderoso anhelo de libertad que atraviesa la historia corre el riesgo de olvidarse que siempre tendremos límites, materia, tiempo, historia. Corre el riesgo de olvidar que el Dios que es Señor de toda libertad, que es la misma libertad, ha querido para sí nuestros límites, nuestra coporalidad, nuestra historia.
4. Posicionamiento inédito de la mujer en los diversos ámbitos:
sabemos también, en la claridad de nuestra percepción de los seres humanos sin disfraz de por medio, que los nuevos lugares de la mujer en la vida y la historia de los hombres no se delimita por funciones, sino por la construcción nueva de su ser. Aunque resulte triste lo que debemos decir, no todas nuestras madres biológicas son realmente nuestras mamás; y, también, como muchos lo saben y como es nuestra alegría, nuestras mamás, las que lo son con toda su alma, con toda su humanidad, se han vuelto la mamá de cualquier ser humano que las necesite. Muchas mujeres, cuando llega el momento de la tarea y la responsabilidad, del compromiso y la fuerza, sólo sienten lástima por sí mismas. Muchas transforman nuestra vida en la excusa para no hacer nada. Muchas utilizan nuestra vida como un ropaje que cubre sus cobardías y su pereza. Y están las otras, las que llegan a ser realmente nuestras mamás. No importa cómo hayan sido o reaccionado cuando hemos nacido o ingresado en nuestra situación: han crecido para poder amarnos, han peleado contra su tristeza y su autocompasión, han aprendido a alegrarse y a reír con nuestra vida, se han vuelto leonas rugientes para defendernos. Las hemos visto correr, pelear, gritar si era necesario, enfrentar a quienes se creían poderosos frente a nuestra vida desvalida. [13]
Las hemos visto salir a trabajar, luchar a veces con el hombre
que aman, conseguir dinero de debajo de las piedras. Huelen a amor, y cualquiera puede sentirlo: donde ellas estén, allí está nuestra casa. Cuando alguien las alaba, se ríen, porque saben las mil veces que se han equivocado, y las cincuenta mil veces que han querido abandonarlo todo. Sólo saben una cosa: ser mujer no es un lugar fijo, porque el amor reclama por todos lados. ¿Dónde ubicarse? Donde llame el amor. ¿Cuál es el lugar de la mujer en este momento? Donde llame el amor: adentro, afuera, en la casa, en la construcción de la cultura, en la vida política… ¿Hay algún lugar donde no se escuche el llamado omnipresente del amor?
5. Nuevos instrumentos y estrategias de comunicación: si alguien
aplicara a nuestra vida la parábola del buen samaritano, sabría que la pregunta no es cómo podemos comunicarnos nosotros, a través de qué medios o recursos, a través de qué procedimientos, puesto que no podemos acceder a muchos de los instrumentos o tecnologías de la comunicación. Esa no es la pregunta, así como la pregunta de Jesús no es quién es tu prójimo, sino quién se ha comportado como tal. No se trata entonces de cómo podemos comunicarnos nosotros, sino de quién ha querido comunicarse con nosotros y cómo lo ha logrado. Qué ha descubierto, cómo ha atendido a lo que necesitábamos, qué recursos ha inventado, qué ha tenido que aprender para hacerlo. La maravillosa presencia de nuevos recursos y nuevos instrumentos sólo se vuelve efectiva cuando hay una decisión de comunicación, una decisión de inclusión de otros en los circuitos nuevos, una decisión de que los otros no queden aislados y solos. Quienes nos aman han aprendido a comunicarse con nosotros porque no querían nuestra soledad; [14]
porque querían participar de nuestra vida; porque querían que
estuviéramos junto a ellos y ellos junto a nosotros. Sin esa inmensa decisión del amor, que ha construido su mirada, sus manos hábiles, sus oídos atentos, el mundo resultaría extraño y distante. Ellos han sacudido el mundo como a un árbol al que han obligado a entregarnos sus frutos: han interpelado a la ciencia, para buscar soluciones; han desafiado a la tecnología, para que nos ayudara; han peleado con los poderosos, para que nuestra vida se volviera parte de las prioridades de la sociedad. El amor ha encontrado la forma de romper la soledad.
6. Contexto de crisis mundial: todos los seres humanos, todas las
familias conocen momentos de crisis, de desafío: la pérdida de empleo de alguno de sus miembros, el aplazo en los exámenes, los ancianos a los que hay que cuidar. Pero, en nuestro caso, nuestra presencia en la vida familiar y en la vida de quienes nos aman no es un desafío que pueda restringirse a un aspecto: es un desafío para la totalidad de la vida personal y familiar. Un desafío económico, porque el cuidado, o los procesos de habilitación o rehabilitación, o las medicinas, representan una inmensa proporción del presupuesto. Un desafío para la vida de pareja, porque tienen que amarse de otra manera, con otra fuerza, con otra hondura, con otras posibilidades de reconciliación. Un desafío para las relaciones filiales y fraternas, porque siempre los otros hijos pueden no experimentarse amados; porque hay que asumir parte del cuidado; porque la mirada de los padres indagan quiénes podrán hacerse cargo si ellos mueren o cuando mueran. Un desafío para la misma organización del espacio de la casa, para la posibilidad de vacaciones, para los movimientos, para todo. Además, la situación de salud de muchos posee crisis periódicas: por lo [15]
tanto, hay que estar dispuesto a la inestabilidad, el riesgo, la
necesidad de una respuesta urgente. Contexto total de crisis; es decir, contexto de riesgo. Algunas de nuestras familias, alguno de nuestros hermanos, algunos de nuestros padres, han sucumbido en estos riesgos. Otros han crecido en humanidad, en generosidad, en la capacidad de disfrutar las pequeñas cosas, los pequeños logros. Muchos se han vuelto los hombres y mujeres profundos en humanidad, a los que muchas otras familias y amigos acuden para consolarse o para encontrar ayuda; los que dan otra perspectiva en su vida laboral, los que saben que sin apoyo mutuo y con concesiones a lo superfluo no es posible salir adelante. Y quienes creen, han experimentado, experimentan, que nuestra llegada era la llegada de Jesús indefenso a su casa, y han penetrado junto a Él en el Misterio desafiante de la vida de Dios.
7. Pobreza creciente e inhumana de amplias franjas de la
población: todas las revalorizaciones realizadas en la conciencia de las sociedades para impedir la discriminación; todas las nuevas denominaciones que permite asumir nuestra situación como la presencia de condiciones especiales; más aún, la presencia de colectivos que buscan afirmar su condición y rechazan incorporarse de otra manera al mundo que nos es común (como es el caso de los movimientos de sordos y su rechazo a los implantes cloqueales) , continúa sin poder superar dos interrogantes: el sufrimiento, la indefensión. Necesitamos ayuda en el dolor; necesitamos quienes nos defiendan, porque la maldad de los hombres con los indefensos no tiene límite. Por eso, pese al insondable mensaje de humanización que es nuestra vida, pese a la alegría que tantos experimentan con una sola sonrisa, pese al maravilloso mundo [16]
de Dios que tantas veces habita en nuestros corazones, ¡qué
hermosa sería nuestra salud! ¡Qué hermoso sería poder correr, crecer como los demás, bailar, trabajar! ¿Cuál de nuestros padres, cuál de nuestros hermanos, si les dijeran que puede cambiar radicalmente nuestra condición, no aceptaría sin poder parar de llorar? Por eso, todos los esfuerzos que puedan y deban hacerse para la salud de los hombres; toda la ciencia y tecnología que pueda producirse para cambiar, prevenir, mejorar, distribuir, jamás pueden considerarse insignificantes ni tornarse objeto de una descalificación desde pretendidas valoraciones de la diversidad de situaciones. Nuestra situación es humana y humanizante por el amor con el que hemos sido amados, con el que somos amados; los hombres no nos transforman en objeto de sus degradaciones porque tenemos quienes nos defiendan: pero somos frágiles. El amor de Dios se muestra en nuestra vida de miles de manera, porque nuestra situación es semejante a la de los pobres: necesitamos, dependemos de la radicalidad del amor. Esa es la característica en la que nuestra situación nos acerca a la de los pobres. Sin embargo, ¿quién de los hombres no querría que todos los hombres estuvieran protegidos de los aludes, las crecidas de los ríos por las lluvias, las enfermedades, el hambre? Valoramos el temple humano de la pobreza, pero de ninguna manera podemos dejar de luchar contra la miseria, con todas las decisiones que estén en nuestras manos. Porque creemos en un Dios que quiere la vida, no la muerte.
Acontecimientos de los hombres, signos de los tiempos,
itinerarios de la Resurrección. La situación humana de los destinatarios de la Catequesis Especial posee un inmenso mensaje, una hondonada de humanidad en donde puede escucharse la voz de Jesús, el Cristo. La [17]
realidad de su tránsito pascual abarca sus vidas, habla con ellas, goza con ella, padece en ella.
Pensemos entonces ahora en los dolores y las alegrías del
Misterio Pascual en la vida de los nuestros, y extraigamos de ellos el desafío evangélico de estos tiempos.
Nos separamos en pequeños grupos. Tomamos como criterio el tiempo
en el que llevamos trabajando:
a) Grupo de trabajo de los que llevan menos de 5 años
trabajando;
b) Grupo de trabajo de los que llevan entre 5 y 10 años;
c) Grupo de trabajo de los que llevan entre 10 y 20 años;
d) Grupo de trabajo de los que llevan más de 20 años.
Compartimos las siguientes preguntas y formulamos una pequeña
enunciación para el plenario:
¿Cuál es la alegría más importante de nuestro Anuncio del Evangelio
que quisiéramos compartir?
¿Cuál es el dolor más fuerte de nuestro Anuncio del Evangelio que
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