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• 5 Referencias
Con el inicio de la Edad Media, tras la caída del Imperio a finales del siglo IV de
nuestra era, se detuvo la evolución de las ciencias jurídicas, sustituyéndose la
prueba de testimonios y de comparación por la confesión del imputado,
generalmente obtenida a partir de torturas. Durante este período, proliferaron los
títulos nobiliarios falsos o adulterados, como así también, los privilegios reales y
las bulas papales que, al no existir un método para diferenciar lo falso de lo
verdadero, circulaban con total impunidad (Wallace, 1956).
Hacia el 1200, el rey de León y Castilla, Alfonso X “El Sabio”, elabora “El Libro de
las Leyes” que más tarde pasaría a ser conocido como “Las Siete Partidas”: un
cuerpo legal redactado con el fin de lograr uniformidad en la aplicación de la
justicia en el reino. Alude en él, por primera vez, a las modificaciones de la
escritura que no persiguen fines criminales o que fueran pensadas para engañar,
sino a aquellas que se dan por obra del tiempo y la naturaleza en una misma
persona: no es lo mismo la letra de una persona cuando es joven y sana, decía el
rey, que cuando está viejo y enfermo. Enumera, además, normas para evaluar los
escritos impugnados, erigiendo así los pilares de la profesión de perito en
escrituras y documentos controvertidos (Velásquez Posada, 2004).
Francia fue, sin duda, el origen de los más prestigiosos investigadores en el área
documental, principalmente de corte grafo-psicológico. Basta citar los nombres de
Michón, Crépieux-Jamin, Solange Pellat, Locard, etc. De esta escuela francesa
nacen las demás de Europa, principalmente la inglesa con Saubeir y Saudek, la
alemana con Preyer, Meyer, Klages y Scheneickert, y la italiana, con Morelli,
Andreani, Ottolenghi y Marchesan.
Análisis de papel ==
El invento del papel se atribuye a Tsai-lun de origen chino en el año 105 d.c., y se
dice que en el año 751, en la batalla de Samarcanda, los árabes hicieron
prisioneros a varios fabricantes de papel, a quienes les arrancaron el secreto
guardado celosamente durante varios siglos, extendiéndose este por todo el
imperio árabe, o sea, Egipto, Marruecos y España durante los siglos XI y XII.
Fue hasta a principios del siglo XIII cuando el papel fue actualizado por los
franceses, quienes lo importaban de España e Italia, pero fue Juan Gutemberg,
quien con el invento de la imprenta dio impulso a la fabricación del papel.
Por virtud de las diferentes pastas utilizadas en la fabricación del papel, tales
como bisulfito, sosa, etcétera, este nos da una fluorescencia especial bajo la
lámpara de Wood, mejor conocida como “luz negra”, y el microscopio nos permite
examinar las diversas fibras que entran en composición del papel, e incluso
apreciar el sistema de fabricación de este.
Análisis de la fibra
Este análisis deberá hacerse al microscopio-estéreo, con el objeto de utilizar el
menor papel posible; sin embargo, puede efectuarse a simple vista siempre y
cuando haya suficiente papel disponible; para ello existen fórmulas químicas que
en Francia se les denomina “Norma NF Q 03-001”, que es la que precisa las
coloraciones obtenidas por las fórmulas en las diversas fibras, siendo estas las
llamadas “Reactivo de Herzberg”, “Reactivo de Selleger” y “Reactivo de Lofton-
Merrit”.
Examen físico
• Dimensiones en milímetros.
• Anchura y espaciado del rayado si lo tuviera.
• Configuración externa, mediante fotografía a la luz refleja con 15 o 20
aumentos.
• Configuración interna, mediante microfotografía por transparencia, mojando
el papel con tretacloruro de estaño.
• Matiz del papel y del canto.
• Espesor del papel, utilizando el esferómetro, las irregularidades del espesor
y la presión de la escritura se podrán poner a descubierto por este método.
• Filigranas y marcas de agua.
• Opacidad y transparencia se mide mediante un diafanómetro, midiendo la
luz que pasa a trasluz.
• Fluorescencia, examen con lampara de Wood o de luz negra.
Las tintas de nuez de agallas y de hierro, las de extractos tánicos, las de hulla, las
de anilina, las de glicerina y de azúcar, las de encinas, las de sulfatos ferrosos o
férricos, etcétera, suponían en otro tiempo la necesidad de llevarlas al laboratorio
para distinguirlas y fijarles su alcance y colorido, como también para averiguar sus
sustituciones y reactivos para establecer otras modalidades. El perito, en
consecuencia tuvo que apelar a la ayuda del químico, si es que quería obtener
resultados completos. Hoy, cuando la química despierta en un nuevo mundo y
transforma no solo Las cosas sino también las ideas mismas, su contribución en el
campo de las investigaciones policiacas adquiere un prestigio y un valor
incalculable; por eso, el perito moderno debe recurrir también, sin vacilaciones ni
temores, al servicio que dicha ciencia presta en sus laboratorios y puestos de
ensayo y, sobre todo, cuando se trata de analizar tintas hechas a base de distintos
ácidos y sustancias colorantes.
Las condiciones que debe presentar una tinta para ser buena –dice Guareschi- son
numerosas. En primer lugar su color debe ser intenso, ser fluidas y conservarse sin
alteración, resistiendo en cuanto sea posible a los agentes atmosféricos.
Por nuestra parte, anotamos que deben desecharse las tintas que por su acidez
afectan las plumas de acero y las que, en razón a la transformación de las sales
ferrosas o férricas, son muy propensas a la oxidación.
Los libros sobre tintas abundan en fórmulas. Todas ellas presentan inconvenientes
y ofrecen ventajas. Hay tintas muy finas que se secan con mucha dificultad,
posiblemente por la presencia de azúcares, glucosas, etcétera. Ya vemos como
los papeles carbón y las tintas usadas para los mimeógrafos, así como las de
imprenta, deben llevar alguna sustancia higroscópica que impida una evaporación
rápida a fin de que los colorantes no se sequen inmediatamente. Las tintas para
escribir deben llenar todos los requisitos indispensables, con mira a que su
perduración sea más segura, toda vez que si ellas quedan sometidas a ser
borradas por obra del tiempo o de otros agentes, ninguna eficacia presentarían
desde el punto de vista de la conservación y permanencia de los escritos y los
documentos realizados con su ayuda o mediante su uso.
El índice de resistencia de las tintas debe ser elevado para que por medio de
reactivos y otras composiciones químicas no sea fácil borrarlas ni tampoco
someterlas al sencillo o cruel efecto de la acción mecánica del borrador, del
raspado, etcétera. De otra manera, la falsificación, adulteración y sustitución de
firmas y manuscritos tendría cabida sin obstáculo alguno y se presentarían para
un cumulo de injusticias, engaños y delitos. Aquí estriba la principal critica que los
expositores han hecho a las tintas de origen orgánico, que son muy propensas a la
descomposición, porque pese a que penetran fácilmente en el papel son de poca
firmeza y escasa estabilidad, lo cual no sucede con las hechas a base de polvo
fino de carbón, que cobran por ello mas dureza y persistencia.
En el estudio de los colores se pasa fácilmente del negro al gris oscuro, y de este
al gris medio, para después invadir al claro hasta llegar, por ley de sucesión, al
blanco, fenómeno que se debe al impresión sensorial que van despertando los
cambios de tintas casi imperceptiblemente. Por eso el experto debe ejercitar su ojo
observador a fin de que las sensaciones cromáticas le lleguen con su valor bien
definido y exacto en cada caso; se necesita, en consecuencia, una buena
capacidad perceptiva que permita hallar aun las más mínimas discrepancias entre
los matices más cercanos contemplados en la escala de tonos y coloridos. Hay
colores casi semejantes que, al ser comparados con detenimiento, ofrecen serias
diferencias. Muchas veces el mismo examen de las manchas creadas en un
escrito o documento, por la acción del borrador o del raspado, indica la similitud
entre sombras y el color esencial del papel, y para buscar su claridad y definir con
exactitud su alcance resulta necesario observar de manera cuidadosa cada uno de
los detalles.
Así pues, cuando se habla del color es preciso atender sus propiedades
fundamentales: tono, claridad y saturación. La sensación visual ayuda a establecer
estas características, siempre y cuando se tenga en cuenta la ley del contraste
simultaneo, en virtud del cual la condición fisiológica en que esta la visión para
mirar el color de un objeto no es pura ni integra, ya que esta influida por sus
colores de los objetos vecinos, en razón a que el área de visión esta invadida
simultáneamente por distintas clases de coloridos. En consecuencia, hay que
evitar interferencias y apartar, en cuanto sea posible, el efecto de una luz o de un
color que compliquen o tiendan a desorientar y confundir el examen y verificación
exacta de la intensidad de los trazados hechos por medio de la tinta o del lápiz, no
sea que por ese influjo traiga como consecuencia inmediata el aumento de la
tonalidad de un color o se disminuya su claridad o que, por ley de proximidad, el
acto sensorial de una coloración despierta sufra alteraciones en su alcance y en
sus efectos.
Los defectos por la visión del color, muy principalmente la cromastenia común, o
dificultad en que se hallan aun los sujetos normales por falta de experimentación
para distinguir el tono de los colores y diferenciar exactamente su claridad y poder.
Otro de los defectos es la acromatopsia, o ceguera para el color. Son anomalías
que impiden el ejercicio de una prueba o de una observación bien detallada, pues
el experimentador entra al plano de la visión cambiada o anormal sin que logre
contrarrestar los inconvenientes de orden físico, como el contraste, y sin que
consiga adaptarse a la verdad del objeto que examina.
Por otro lado cabe anotar que hay tintas que cambian su colorido inicial entre los
tres y diez días siguientes a su uso, lo cual quiere decir que su intensidad no logra
estabilizarse sino mediante la acción del tiempo y del medio físico que la rodea. En
una experiencia y en un cotejo relativo a este fenómeno, debe expresarse
claramente el efecto proveniente del hecho indicado.
La pluma comprueba la fluidez de las tintas: hay tintas que emanan normalmente
de aquellas, y hay otras que, por su constitución grasa, no caen ni obran sino
mediante una fuerte presión. Finalmente, existen algunas que, por su natulareza
muy acuosa, fluyen con precipitación. Parece que con la fluidez anda acompañado
el factor referente a la densidad o al peso de la tinta, cuyo valor debe ser mayor
que el del agua, si es que se pretende un buen grado de flujo o emanación. Por
falta de este requisito conseguimos, a menudo, que las tintas se rieguen en el
papel y que obliguen la mayoría de las veces al retintamiento, resultando este
fenómeno no por obra y gracia de la labor de la falsificación, del calca, etcétera,
sino más bien como un efecto torpe aunque natural.
Hay que agregar, además, que la tinta no funciona sola, ya que por su finalidad
esta destinada a ser recibida en el papel. Los papeles para escribir cartas,
contratos, cheques, etcétera, tienen un grado normal de encolado, que dejan que
las tintas penetren en ellos casi insensiblemente. Sin embargo, primitivamente el
papel usado par a tales efectos adolecía del exceso de encolado que permitía la
facilidad de borrar lo escrito en razón de su muy escasa penetración, o de la
deficiencia del mismo, que propiciaba el hecho de que la tinta penetrara
exageradamente, rompiendo las fibras y regándose el color con detrimento
muchas veces de la superficie escrita. Previendo esto se ideo la formación de una
tinta que, aparte de reunir los requisitos anunciados anteriormente contuviera
alguna sustancia que afectara o atacara en algo el papel, sin dejar huellas muy
profundas, pero en todo caso bien definido. El ácido clorhídrico, por ejemplo, que
tiene la ventaja o cualidad de permitir la penetración del carbón en la tinta china
hasta un punto ligero, pero en todo caso suficiente para mantener una fijación bien
definida del color de la tinta a través del papel. El procedimiento data de tiempos
remotos y fue adoptado, según se sabe por la Societe de Encouragement, de
París.
Por esta razón interesa saber igualmente la calidad del papel porque, según su
constitución, será mayor o menor el efecto de los reactivos o medios usados para
borrar lo escrito. No basta, pues, que la tinta pueda hacerse desaparecer
fácilmente, sino que es necesario que el falsificador, al hacer caer el reactivo
sobre el papel, sepa que con él no se alteran la fibra, el color y el encolado.
Por esta razón, conocer la edad absoluta de una tinta solo nos llevara a errores,
para ello existen varios métodos señalados, pero por las razones expuestas, creo
que no nos interesaran en el presente estudio.
Es más lenta que la de los cloruros y casi no se puede comprobar hasta pasado
un año. Se produce aproximadamente de la misma manera que la de los cloruros,
con una equivalencia de un año por mes. Se calcula que habrá terminado al cabo
de doce años.
Estas pequeñas manchas sobre los trazos son características de las escrituras
con bolígrafo. Los de mala calidad e incluso acumulan tinta en tal cantidad, que el
exceso llega a rozar con la superficie del papel: manchas oscuras o surcos
acompañan a los rasgos de diversos puntos. Desde luego, la manera de sostener
el bolígrafo influye en el fenómeno y la anomalía del rasgo hace pensar
injustamente en un fraude, siendo así que es perfectamente normal y debida solo
a la mala calidad del instrumento empleado. Este defecto puede mitigarse con la
limpieza periódica de la punta del bolígrafo.
Las falsificaciones por raspado y lavado las veremos conjuntamente por ser
sistemas muy semejantes. El microscopio es de gran ayuda, pues nos revela los
deterioros dejados por el borrador; el lavado y el raspado pueden emplearse
indistintamente en los escritos con tinta liquida ordinaria, con bolígrafo y en los
escritos a máquina o impresión digital.
Muchas veces el falsificador solamente suprime una palabra, otras sustituye esta
por otra. En estos casos se aplica el método de los rayos infrarrojos que vimos
antes, o se revela la palabra primitiva a base de química, pero esta tiene el
inconveniente de dañar el papel.
Entre las sustancias más usadas para hacer desaparecer los trazos de tinta se
encuentran los siguientes: agua clorada, cloruro de etano, ácido oxálico, bisulfito
de sodio, ácido crómico en solución sulfurosa, etcétera; pero los más usados en la
actualidad y que han sido comercializados o industrializados, se encuentran los
cloruros decolorantes, tales como el hipoclorito de sosa, llamado también agua de
javel; igualmente, tenemos el permanganato de sosa o de potasa, que por lo
común se les encuentra en el mercado la solución dosificada, envasada en un
frasco pardo, juntamente con otra solución de bisulfito de sosa; al aplicarse el
permanganato la tinta palidece de manera progresiva hasta dejar solo una mancha
castaña de bióxido de manganeso, y la solución de bisulfito hace desaparecer
cierta mancha; por lo regular un lavado reciente es invisible en circunstancias
normales, pero la mayoría de las veces, aunque no siempre, el papel, con el
tiempo adquiere un tono amarillento en el lugar del lavado.
Por regla general, estas sustancias empleadas para el lavado atacan al encolado
del papel y desprenden parcialmente las fibras superficiales, pero esto no es muy
visible, y en la mayoría de los casos el falsificador los vuelve a alisar o es tan
insignificante que no se nota.
El método especifico más usual y el único que tiene aplicación universal es el que
nos dice Ch. Sannie y J. Pinel en su artículo “Busca de los lavados en los
documentos”, publicado en Revue de Criminologie et de Police technique, Vol. IV,
1950. Hablan de la medición comparativa de la conductibilidad eléctrica del
documento, entre la zona sospechosa y la que con toda evidencia no ha sufrido
ninguna alteración, ya que el lavado modifica la carga mineral del papel y, por
ende, su conductibilidad eléctrica. Las sales minerales de la carga pueden ser
disueltas y arrastradas por el lavado; pero también es posible que suceda lo
contrario: el reactivo puede añadir a esta carga nuevos elementos minerales.
Una de las tareas más difíciles que suele plantearse dentro de este tema es la que
se refiere a la determinación de si una escritura es anterior o posterior a otra, y a
la par que es difícil es de gran utilidad, ya que por este sistema se puede llegar a
saber si una frase o una cifra fue puesta maliciosamente, con anterioridad o
posterioridad a una firma, a una fecha o a una parte cualquiera del documento;
todo con mira a producir determinados efectos jurídicos. Se ha llegado a concebir
o, mejor dicho, se efectúa en la actualidad para resolver este problema y del de las
enmiendas y sustituciones, el método de microfotografía, mediante el cual el nivel
de los cruzamientos y el relieve de los rasgos resaltan con mayor poder y
visibilidad en uno y otro caso. La enmienda hecha encima de un número o de una
palabra, por ejemplo, cobra en el objetivo y en la fotografía una intensidad mayor,
muy a pesar de que las tintas usadas sean iguales, o todo el producto dependa de
una misma mano; sin embargo, cuando se trata de tintas diferentes, la tarea es
más sencilla; con todo, en este caso el experto debe tener mucho cuidado en la
fotografía mal tomada llegue a ser sorprendido y sometido por confusiones reales
o aparentes y por serios errores.
Por este motivo es bueno advertir que siempre ha sido indicio de grave sospecha
el hecho de que en un mismo documento se presenten rasgos contrarios o
discordantes. En este caso, la prueba de la enmienda o de la intercalación se
dirige simplemente al establecimiento de tales discordancias, usando, hasta donde
sea posible, el sistema general de identificación.
En repetidas ocasiones se ha dicho que una excesiva identidad entre dos firmas o
entre dos manuscritos, es prueba evidente de que asistimos a una falsificación por
calca.
La falsificación por recortes se hace con partes del material auténtico y el falseario
lo utiliza con mira a reconstruir textos o manuscritos al parecer originales. Por lo
regular, su técnica se verifica con la ayuda de las artes gráficas (fotografía y
litografía), aunque bien puede hacerse en forma directa, caso en el cual es más
fácil de descubrir.
La falsificación por imitación servil, por su parte se conoce por las interrupciones,
tropiezos, retoques, tembelequeos y variabilidad intensiva de las tintas. El falseario
desconoce la acción dinamográfica de la letra imitada y por eso incurre en
desviaciones micrométricas y en retintamientos subyacentes, muy fáciles de
precisar a través de la lente o microscopio, y esto cuando no incurre en una
identidad excesiva o plagiaria que lo denunciaría a la sola luz de los datos
grafométricos.
Referencias
• ALBARRACÍN, Roberto (1971). Manual de criminalística. Buenos Aires:
Editorial Policial.