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Apolo y Dafne A los dioses les pasa lo mismo que a los hombres: jamas olvidan su primer amor. Asi que no importaba cudntos afios pasasen: el dios Apolo nunca podria borrar de su memoria a la bellisima Dafne, la ninfa que lo habia enamorado en su juventud.' Apolo era el dios de la poesia y la mtisica. Cuando conocié a Dafne, acababa de matar a la serpiente Pitén, un monstruo des- comunal que tenfa su guarida en una oscura cueva de la regién griega de Tesalia. Pitén era una bestia sanguinaria que andaba en busca de carne a todas horas. Mataba a las ovejas de los reba- fios, a las vacas que pastaban en los valles, a los pastores que echaban la siesta a la sombra de los Arboles y a las nifias que se bafiaban en los arroyos. Desesperados, los hombres suplicaron a los dioses que los librasen de aquella pesadilla, y entonces Apolo viajé hasta Tesalia, se situé ante la cueva de Pitén y acribill6? a la bestia con una Iluvia de flechas. Pitén intenté defenderse, pero fue en vano, y perdié la vida sobre un charco de sangre. Tras aquella hazafia, Apolo se volvié terriblemente orgulloso: se pasaba la vida hablando bien de si mismo y presumiendo de la valentia ue habia demostrado al enfrentarse a Pitén. 1 En la saitolesha griega, las ninfas son divinidades que tienen apariencia de muchachas y que habitan en las cuevas, los bosques, los rfos, las fuentes... 2 acribillar; causar numerosas heridas a una persona o animal. —Soy el mejor arquero del mundo —repetia a todas horas. Lo peor fue que Apolo, a fuerza de quererse tanto a si mismo, empezé a despreciar a los demas. Un dia, se cruz6 en uno de los bosques de Tesalia con el pequefio Eros, el dios del amor, y aca- bé6 discutiendo con él. Eros tenfa la apariencia de un chiquillo inocente, que volaba de aqui para allé con sus pequefias alas. Encar- gado de propagar el amor por el mundo, se dedicaba a lanzar fle- | chas al corazén de la gente, con las que despertaba grandes pa- siones. Las disparaba con un arco diminuto, porque, como Eros era un nifio, no tenia fuerzas para levantar un arco de tamajfio normal. El caso es que el dfa en que se cruzé con Eros, Apolo miré aquel arco que parecia de juguete y dijo entre risas: — Es el arma mds tonta que he visto en mi vida! Para qué la usas, para matar mariposas? —iMariposas? —replicé Eros, indignado—. jEres muy gra- cioso, Apolo, pero dndate con ojo, no sea que algtin dia tengas que pagar por tus burlas! Tal vez no he matado a ninguna ser- piente con mi arco, pero deberias saber que mis flechas han en- loquecido de amor a hombres y dioses. —jMenuda hazajia! —se carcajeé Apolo—. Si dependiera de tus flechas, Piton atin andaria por aqui matando rebajios... —Yo en tu lugar no despreciaria el poder de mi arco, Apolo. 3O es que no sabes que el amor ha movido a los reyes a librar guerras sanguinarias? ;Es que no te han dicho que, por amor, los poetas han escrito sus mejores versos y algunas mujeres han llorado de pena hasta desgarrarse el coraz6n? Dime, Apolo, jpo- drias enloquecer tii a alguien con tus flechas? ;O lograr que un hombre saltara de alegria? ;O que se arrojara al mar por pura desesperacién? Apolo respondié con una mueca de desprecio. —Déjate de palabreria, muchacho —dijo—, y apartate de mi camino, que tengo prisa. El pequefio Eros enrojecié de rabia. Eché a volar para quitar- se de enmedio, pero, desde el cielo, le lanzé a Apolo una severa advertencia. —jRecordarés toda tu vida este momento! —le dijo—. jJuro por el padre Zeus que tendras tu merecido! Eros cumplié su arnenaza. Para vengarse de Apolo, se valié del arma que mejor conocfa: el amor. Aquel mismo dia, lanzé dos flechas desde el aire: una de oro y otra de hierro. La de oro tenia la punta de diamante y servia para enamorar a la gente, mientras que la de hierro estaba rematada con una punta de plomo y provocaba un rechazo absoluto del amor. Eros lanzé la flecha de oro contra el corazén de Apolo, y disparé la de hierro contra el pecho de Dafne, una de las ninfas mds hermosas de Te- salia. Como los dos flechazos fueron indoloros, ni Apolo ni Daf- ne se dieron cuenta de que sus vidas estaban a punto de cambiar para siempre. Hasta aquel dia, Apolo ni siquiera se habia fijado en Dafne. Para él, era una ninfa mas, a la que a veces veia cazando por el monte o bafiindose en el rfo. En cambio, desde que recibié el flechazo de ros, no puco quitarsela de la cabeza. Se pasaba el dia pensando en ella, y abandond la caza y el canto, a los que so- Ifa dedicar la mayor parte de su tiempo. Lo unico que Je apetecia era contemplar a Dafne, pues su corazén ardia de amor igual que la paja arde en el fuego. Dafne, en cambio, no queria saber nada de Apolo, y cada vez que lo veia, echaba a correr 9 se escon- dia entre los Arboles, porque su misma presencia le hacia sentir incémoda. Llegé un dia, sin embargo, en que no pudo esquivar a Apolo, y el dios aproveché la ocasién para pedirle que se casa- ra con él. —Jamas me casaré —dijo Dafne—: el amor no me interesa. —Es que un dios como yo te parece poca cosa? —No es que desprecie tu amor, Apolo: es que no quiero el amor de nadie. Naci libre, y me he propuesto permanecer libre hasta el fin de mis dias. A pesar de aquella negativa, Apolo no perdié la esperanza. Ni siquiera parecia disgustado, pues jcOmo iba a molestarse con una muchacha a la que amaba con locura? Miraba los ojos de Dafne, y no podia creerse que fuesen tan bellos; se fijaba en sus manos, y le parecia imposible concebir otras mas delicadas. To- do en Dafne le gustaba: su largo cuello y su espesa melena, sus dientes blancos y sus labios de un rojo encendido, sus ojos oscu- ros y su piel del color de la nieve, Se morfa por abrazarla, por acariciar sus mejillas, por cubrirla de besos... Dafne reparé en los ojos de Apolo y, de repente, tuvo miedo, porque descubrié en ellos la mirada de un ser obsesionado con una sola idea. Pen- 6 que Apolo seria capaz de cualquier cosa con tal de abrazarla, y se asusté tanto que eché a correr por el bosque. —jNo te vayas, Dafne —grité Apolo—, no quiero hacerte daio! Pero Dafne se perdid de vista enseguida. Apolo eché entonces a correr tras la ninfa igual que el lobo tras el cordero. Durante la carrera, Dafne le parecié més hermosa que nunca, pues el viento desnudaba sus hombros, agitaba su tunica y formaba graciosas ondas en su larga melena. Dafne corrfa tan aprisa que, en cierto instante, se crey a punto de perder el aliento. Las zarzas del bosque le arafiaban los tobillos, y los guijarros del suelo se le clavaban én los pies, pero no notaba el dolor, porque lo unico que sentia era un miedo terrible. Jenia que correr, huir, ponerse a salvo, pues estaba segura de que, si se detenfa, Apolo se lanza- tia sobre ella, loco de amor. — Dafne! —oy6 decir, La voz soné en aquel momento mds préxima que nunca. Dafne volvié la cabeza, y entonces vio que Apolo estaba a punto de rozarle el hombro. La ninfa palidecié: preferia morir antes que soportar las caricias de Apolo, el calor de su aliento, la locu- ra de sus ojos... Entonces Dafne vio que se acercaba a las orillas del rio Peneo y pensé que alllf se encontraba la tinica salvacién posible. —iPadre, aytidame! —grité con todas sus fuerzas. Dafne era hija de Peneo, quien, como todos los rfos, tenfa po- deres divinos. Podia, entre otras cosas, prever el futuro y trans- formar a las personas en bestias. —jAytidame, padre, por piedad! —repitié Dafne. Peneo arremolind sus aguas, alarmado. Llevaba algtin tiempo disgustado con su hija, porque ella se negaba a casarse y a darle nietos, pero no dudé en prestarle su ayuda, pues la queria con toda su alma. De repente, Dafne dejé de correr, y su cuerpo se volvié rigido como una piedra. Una fina costra cubrié su pecho y endurecié su vientre, sus blancos brazos se convirtieron en ra- mas, y su larga cabellera se transformé en una copa de espesas hojas. De sus pies nacieron raices que se hundieron en la tierra, y su rostro, su bello rostro de rosadas mejillas, se transformé en una dura corteza. Peneo habfa pensado que la mejor manera de salvar a su hija era despojarla de su forma humana, as{ que ha- bia convertido a Dafne en un laurel, en el primer laurel que exis- tid en el mundo. Cuando Apolo vio lo que habfa pasado, rompié a llorar como un nifio, Ya no importaba cudnto amor le ofreciese a Dafne: ella nunca podria corresponderle. Roto de dolor, Apolo acaricié las hojas del laurel, besé sus ramas y abrazé su recio tronco, y en- tonces le parecié que el Arbol temblaba entre sus manos. —Nunca te olvidaré, Dafne —dijo con voz tristisima—. Ya no podras ser mi esposa, pero en adelante serds mi arbol. Y asi fue. Desde aquel dfa, la cftara y la aljaba® de Apolo per- manecieron colgadas de las ramas del laurel, y el dios decidié convertir aquel drbol en un simbolo de gloria, asi que dispuso que las hojas del laurel sirvieran para coronar a los generales victoriosos y para honrar a los grandes poetas.* 3 eltaraz instrumento musical de cuerda parecido al latid; aljaba: caja portétil aque sitve para llevar las flechas a cuestas. 4 El mito de Dafne ofrece una explicaciOn legendaria a una costumbre que se mantuvo cn Europa durante siglos, y que consistia en premiar con una coro- rel a los militares, atletas o poctas destacados. De hecho, Dafite, cu nifica ‘laurel. PREGUNTAS DE LA LECTURA: “APOLO Y DAFNE” 1.- EQuién es Apolo? EQuién es Dafne? 2.- éPor qué Apolo maté a la serpiente Pitén? 3.- 2Quién es Eros y por qué queria vengarse de Apolo? 4. Qué hizo Eros para vengarse de Apolo? 5.- Por qué Dafne le tenia miedo a Apolo? 6.- £De quién era hija Dafne y qué poder tenia su padre? 7. éPor qué Peneo estaba disgustado con Dafne? 8.- 4Cémo pensé Peneo que era la mejor manera de salvar a su hija? 9. éPara qué dispuso Apolo que sirvieran las hojas de laurel?

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