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Georgette y el general Esta historia cuenta como un buen pensamiento transfor- m6 un edén en un desierto. | / El desierto puede ser visto por cualquiera que se asome a la ventanilla del tren unas estaciones después de Chajaes. Vi el edén en mi infancia. La casa blanca, el jardin. Plata- nos de tronco manchado Ilegaban hasta el agua. Su balcon, que ahora falta, y las puertas, que ya no estan. Aquel primor hacia pensar menos en un establecimiento de campo que en el costurero de una duefia prolija. Alguien pregunt6 de quién era. Alguien chist6. Georgette era una muchacha que el general Narvéez se tra- jo de Francia. Lo francés hacia furor. De un viaje habfa que traer jabones, ropa, libros, cocineros, zapatos, perfumes, pia- nos, quesos, sombreros, sabanas, institutrices, guantes, vinos, y quien pudiera, una muchacha. En la actualidad todo se consi- gue bastante bien aqui. Era especialmente encantadora, no solo por sus hoyuelos sino porque todo le parecia bien. Habra sonreido ante la pers- pectiva de instalarse en el campo. Lo inevitable puede aceptar- se también sin sonreir. El general pasaba la mayor parte del afio volviendo magni- fica una estancia, hoy famosa. Las avenidas se han vuelto tan bellas que verlas dan ganas de Ilorar. Hasta sus pajaros desde- fian a los otros sin que nadie piense en discutirles el derecho. ria anqueza, el mayor monumento a la gloria del general es las chapas me arena a los bronces que pueblan el pais ¥ : decirlo. De aie azul con su nombre en las call eae esta historia, ¢ ae modo, poco papel tiene la es aoe e as Peer in uera porque la casa de Georgette quee a e alli. Algo mas de una hora de galope. 22 pi PAS DEL HUMO Se instal6 en un revuelo de batiles. Qué habra pensado di una Ilanura tan grande, no sabemos. Conocia los bifes y | le monumentos a los préceres. Habra comprendido. woe El general era el mas civil de los hombres. Hubiera consi- derado un minimo error en su francés una derrota imperdona- ble. Las sufria. Riendo, ella lo corregia. Nada grave, matices. Lo pasaban tan bien como si nunca hubieran salido de Paris. La casa de Georgette era en relaci6n con la estancia como la pluma que deja el cisne al nadar. Quien las viera desde el aire, como ocurria diariamente a las cigiiefias, no podia dejar de pensar en un potrillo blanco que sigue a su madre. Vistas desde el suelo tenian menos vinculos. Una ballena incompa- rablemente grande y matizada durmiendo al sol, y un bote. Un continente poblado de razas, y una isla. De perezosa, Georgette se volvié activa. La primera cosecha de huevos dio origen a cierta omelette surprise que motivo bro- mas picantes. Inventé arreglos de flores para la casa. Si alguien, en verano, sitve cerezas mezcladas con jazmines sepa que ella lo hacia. Viéndola trabajar, el general la llamaba ma petite abeille. Cuando venia del tren le trafa regalos, ella se alegraba. Cuando venia de la estancia le hablaba de arces, dlamos y alisos, ella se aburria. Pero nadie disimulé mejor el aburrimiento; ment6n en mano, ojos brillantes, pensaba en otra cosa. Después surgian recuerdos de abuelos abanderados en los Andes, del general en persona, catastrofe del indio. Ella recordaba: era un héroe. Se encendia. De no ser por Obarrio hubiera sido el paraiso. Obarrio ha- bia servido a las ordenes del general. Se cuadraba para hablar- le. Usaba pelo al hombro, vincha y chiripa. Era el capataz de Georgette. Benévola hacia los hombres desde la infancia, no podia mirarlo sin espanto. El general le habia contado como, terminada la batalla de Los Pasos, se habia demorado a con- templar desde el caballo la llanura; muertos, caballos sin due- fos, ruidos. Vio a un hombre a pie entre los restos. Penso en nos: don, Se inclinaba sobre los caidos. Les alzaba la cabeza por los pelos. Los degollaba. Cumplido el requisito monté y partié. Era Obarrio. 23 SARA GALLARDO, cy ane el general explicara a Georgette qué es un gau- Initil que et Ben iera otro capataz. Obarrio solia rascarse cho. Iniitil que ells Fudaba de que la sangre vertida le escocia, un brazo. ‘lla poleuenyer que las gargantas tratadas por su Nunca Teno 4 eee merecido pensamientos ulteriores. caparazno le de iss seis solian llegarle cajas atadas con mofios, = Gator enaguas con cintas, un chal. El viento Ilena- ae a de un olor a ovejas. Sonreia frente al espejo. La primera fisura en su reinado se produjo un verano, La familia del general se instal6 en la estancia. Pasé dias y noches sola. A veces lo veia atin. Llegaba al atardecer oliendo 1 colonia. 7 ae fue ministro dejé de verlo durante meses. Cuando empez6 la campajia para la presidencia no lo vio mas. Fieles, aliados, adulones Ilegaban a la estacién por docenas. Una no- che, un grupo que habia bebido champagne dobl6 en volanta por la huella de su casa y le ofrecié la mas desagradable de las serenatas. Obarrio dio vuelta los caballos, los sacé a rebenca- zos. Georgette no salié por dias. Brillante fue la presidencia del general. Pero Georgette no se interesaba por la politica. Engord6. Aquel rizo que siempre escapaba de sus peinados dej6 de escaparse. A veces, sentada ante el piano, hacia sonar una nota. Se entrego al orden. Un grano de polvo era un drama. Qued6 la cocinera. Qued6 Obarrio. Una vez por afio él se iba. Adonde. A beber sangre en tierra de indios segun la co- cinera. Qué sangre, inquiria Georgette temblando. Fresca, de yegua, que salta a la boca desde el Pescuezo en un chorro que crece y decrece con el latir del coraz6n. Pasado un mes volvia, saludaba, soltaba sus caballos. Se ponia a trabajar. Georgette sufria desmayos. Hacia llamar al médico del pue- ee galope. La fiebre la vencia. El muchacho eandee a alferin re ie eee los vidrios de las ventosas dian con solicitud, se retiraban sonadense. 1 senacho 3" c , an sofiadores. Empez6 a hablar en francés sentada en un banco del jardin. Un aia alz6 los ojos y vio ante si al degollador de Los Pasos. Un © negro emergia de sus botas de Potro. Le pidié una cerisette. 24 gp pals DEL HUMO fl trafa un cordero en los brazos. Se lo ofrecia para criarlo. No comprendio aquel ceceo gauch co. El no entendia francés, Murié una tarde, en su cama imperial. El acolchado de tafe- tas se correspondia con el poniente rosa. Su fantasma se levan- t6. La vio, despeinada, dormida. Vio la casa, el piano, la cocina. Vio los caballos en el palenque. Vio un diamante, una estrella, un lirio, crey6 verlos. Era el amor de Obarrio. Amor por ella. Suspendida en la casa recorrié los armarios, las flores que gquedaban. Un anhelo por irse, una ansiedad por estar, su des- tino entraba y salia en ella haciéndola persistir en su zozobra. Temblaba como el corcho de un hilo invisible en un agua in- visible. El presidente de la Reptiblica jugaba al croquet con sus hi- jas. Era su mes de vacaci6n. Bajo los arboles una muchacha le sonrié, hoyuelos que variaban en los claroscuros del sombrero de paja; era rubia; un rizo se escapaba de su peinado; como un vuelo de abejas, un recuerdo de besos la envolvia. El general corrié bajo las ramas. El grito de una hija lo detuvo. Se volvié con una sonrisa estatica. Estaba a punto de caer en un canal que las Iluvias habian vuelto profundo. Comenzé la decadencia del general. A partir de esa hora perdié la calidad de acero de su mente. En conferencia con los gobernadores se interrumpia para pedir un bombon de licor. El pais esperaba un gobierno comparable al primero. El vicepresidente se esforz6 por complacerlo. Nada result6 como es debido. De todos modos, el general ya habia entrado en la historia. Y la historia no le imput6 aquel fin. Nadie sabia el apellido de Georgette, el general lo habia olvidado, en la tumba se puso Georgette y una fecha. Quedé sola, flotando por la casa y el jardin. Persistié su pasién por el orden. La casa tomé ese esplendor anormal. Ni una pluma fue llevada por el viento, ni una hoja entré por la ventana del salén durante afios. Corrian rumores, no se encon- traba personal. El edén persistia. Terminé al medio siglo. Cuando una hija del general, aque- Ma que lo corrié el dia del croquet, cumplid ochenta afios. Con ese motivo tuvo un buen pensamiento. Hizo rezar una misa a la intencién de los miembros vivos y difuntos de la familia de Narvaez y de todos cuantos tuvicron algo que ver con ella. Los 25 SARA GALLARDO. méritos de la misa son infinitos. Los beneficios alcanzaron y sobraron. Alcanzaron para mucho mas de lo imaginado por la hija del general. Alcanzaron a los peones que cavaron po- zos para los Arboles de su estancia, a los indios que exterming y a los soldados que mando. A los aliados y a los enemigos, ‘A Obarrio, a la cocinera, al médico del pueblo y al muchacho de la farmacia. Me alcanzaron a mi, que lo cuento, y a ustedes, que lo leen. Alcanzaron a Georgette. Esa bendicién cay6 sobre su anima. La zozobra se quebro como un vidrio. Una rendija parecié mostrarse. Por ella se colé. Y entré en la paz. Y la casa se dejé estar. Las hojas pudieron avanzar sobre las avenidas, la glorieta se pudrid, las avispas se instalaron en las arafias. Se desplomé el balcén; perdié las puertas. El edén se hizo desierto. Alli esta. Puede ser visto por cualquiera que se asome a la ventanilla del tren unas estaciones después de Chajaes. 26

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