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GERARDO LANDROVE DIAZ CCatedrético de Derecho penal ‘Universidad de Mercia Proteceién del honor y derecho penal “Esta palabra honor es una de esas que ‘nan servdo de base para large y brilln- tes razonamientos, sin argndrtele una ‘ea jay permanente” ©. BECCARIA Muy recientemente, ha calificado E. Gimbernat de desdichado al penalista que tiene que asistir al espectéculo ofrecido por nuestro legislador (1). El ampliamente com- partido sentimiento de frustraci6n ha sustituido a viejos op- timismos en orden a la elaboracién de un Cédigo penal realmente nuevo y cn un marco realmente democritico. Las reformas asistematicas, improvisadas, oportunistas y dema- g0gicas son el lamentable bagaje que pueden ofrecer aque- los que tienen la responsabilidad hist6rica de reconciliar al Derecho penal con Ia realidad social espafiola y de superar planteamientos politico-criminales vigentes en sistemas po- Iiticos que hoy se pretende periclitados. No creo incurrir en veleidades gremiales si capresu mi conviccién de que la ciencia espafiola del Derecho penal nada tiene que ver con Ia incuria legislativa. Al contrario, siempre que ha sido requerida su colaboracién desde ins- tancias polticas se ha mostrado gencrosa en el esfuerzo y -con frecuencia- afortunada en sus planteamientos. W)C E Ginbermat OWE, Proiogo a In sexta edicin del (Cécigo penal, Teeaos, Madd, 1989, p15. 209- La inaplazable empresa de elaboracién de un Codigo penal nuevo parece haber caido en el olvido, salvo -por su- puesto- en los momentos estratégicos de las campaiias elec- toralistas. Las dltimas reformas coyunturales sufridas por el Texto penal -el de 1848 en sus lineas macstras- son buena prueba de ello, Habra que ir acostumbréndose a este tipo de reformas (2), con las que se retoman viejos habitos lcgislati- vos, menos exigentes y, por ello, menos comprometidos. Re- duplica, ademés, el rechazo de tales planteamicntos el signo marcadamente regresivo de alguno de los ttimos retoques legislativos, caso -por ejemplo- de la Ley Organica de 24 de ‘marzo de 1988, reformadora del Cédigo penal en materia de ‘réfico ilegal de drogas (3). Por ello, suenan a cantinela de dudosa credibilidad las reflexiones contenidas -una vez més- en la tltima Memo- ria de la Fiscalfa General del Estado: "Nos preocupa la permanente inestabilidad de nuestro Cédigo penal. Diez aos después de la Constituci6n, la nueva democracia espa- fiola no ha sido capaz de dotarse de un Cédigo que, respe- tuoso con el principio jurfdico de intervencién minima en lo penal, fuera capaz, desde el consenso mayoritario de las fuerzas politicas y sociales, de plasmar en su articulado los principios basicos de nuestra convivencia pacifica. Es ur- gente reemprender la tarea del C6digo penal de la demo- racia que qued6 en simple Anteproyecto en 1980 y en pro- puesta de Anteproyecto en 1983, El futuro C6digo penal porque afoctard de modo muy directo a los derechos y li- bertades de los ciudadanos debe ser necesariamente una norma con vocacién de permanencia y amplio respaldo so- ial, y elaborada como un todo arménico y congruente con GVAE-F. Maio: Conde, 1 Betéugo y M. Garcia Arn, Le re forma penal de 1389, Teenes, Mads, 1989, pig. 16, “@) Vid. G. Landrove Diss, La contrarreforma de 1988 en materia de tnico de drogas on Criminologay Derecho pent! al servicio dela pee Sona, Libro Homenaje al Profesor Antonio Bersai, San Sebastdn, 1989, Ags H8 ys. -210- Jos principios constitucionales. Las reiteradas modificacio- res de un texto legal tan trascendente vienen dificultando el conocimiento de la norma y la connota de provisionalidad, rivindola de respeto y eficacia’ (4). En este contexto, ol legislador espaol parece satisfe- cho con la actual regulacién de tos delitos contra el honor (arts, 453 y siguientes del Codigo penal); ni la reforma um gente y parcial de 25 de junio de 1983 ni la actualizadora de 21 de junio de 1989 -las titimas modificaciones de més largo alcance- les ha afectado. Salvo en orden a la elevaci6n de la ‘cuantia de las penas de multa allt previstas Incluso, y sin més trascendencia que la de fijar el texto exacto de la ley, cabe aludir a la reiteracién en el ol- vido que ha sufrido el art, 455, definidor de la calumnia no propagada con publicidad y por escrito. En efecto, ademas del arresto mayor, se prevé la imposicién de una multa "de 20.000 a 100.000 pesetas'. Salvo que se trate de un saldo escasamente anun- iado, parece evidente que el legislador se olvidé el 21 de junio de 1989 de elevar la cuantfa de la multa, que debiera ser ahora de 100,000 a 500.000 pesetas. Olvido que se afade al sufrido por la Ley Orgénica de 25 de junio de 1983 que tampoco habia actualizado esta samciOn, manteniendo Ta ‘multa de 20.000 a 100.000 pesetas cuando lo procedente era, entonces, la alusién a una multa de 30,000 a 150.000 pesetas. ¥ todo ello se produce con ignorancia de las advertencias que al respecto habfa realizado ta doctrina espafola (5), En W)C Memoria cevads af Gablemo de SM, por el Fiscal Gene- ‘ade Estado, Madi, 198, pig. (6) Ya ens momento fe denunciaa la omisin de a Ley Orgh- sien refommadora de unio de 983 que da intact la muta ctabccde 2a m1. definitiva, se mantiene en la actualidad el importe de una pena pecuniaria que coavierte -obviamente- en mds barat la conducta tipificada en el art. 455. Paradéjicamente, una pena de multa prevista para un delito alude a la cuantia x servada para las penas leves. En cualquier caso, este olvido no debe sorprender demasiado, También nos estamos acostumbrando a las reite- radas chapuzas legislativas que convierten a nuestro Cédigo, penal en un texto impresentable y repleto, ademés, de pre- ceptos "sin contenido” o etiquetados como bis 0 ter. Cabe in- ‘vocar -por ejemplo y sin vocaciéa de exhaustividad le alu- sin en el art. 279 bis a la pena de “presidio menor’, es decir, ‘a una sancién desaparecida del arsenal punitivo espafiol desde la reforma urgente y parcial de 25 de junio de 1983, el, ‘mantenimiento del limite minimo de la multa establecida en cl parrafo 2° del art. 195 "de 75.000 a 300.000 pesetas’ o en el pérrafo 3° del art. 546 bis, 2), “de 75.000 a 1.500.000 pe- setas’. O, on otro orden de cosas, la referencia que el art. 513 -definidor de la asociacion para cometer el delito de robo- hace al art. 172-22 cuando hace casi diez afios (desde la promulgacign de la Ley Orginica de 21 de mayo de 1980) que la remisi6n correcta es, naturalmente, al art, 173-18. Los ejemplos pueden multiplicarse, ‘Al margen de que el honor aparezea solemnemente proclamado en la Constitucién espafiola de 1978 como un derecho fundamental, hay que reconocer que al abordar su examen tropezamos necesariamente con un concepto difuso, ‘Ta GBS verde numa por Ta de 30000 a TSODDN pesos VIC. por ‘emplo: Jd» Manzanares Samaniego, Supresin de las penas de muerie, (presi ¢intendicalsn ci, modifescién de euantiasy otra reformas, en {Ea reforina del Cédigo penal de 1983, Bdersa, Madrid, como V, vol. 2, 3985, pig, LO. T'S. Vives Ant6n, en Ia obra colectva Derecho penal Parte especial, 2 edici, Tiantlo-Blanch, Valencia, 1988, pig, 658. Una ‘ex promulgada la Ley Orgfnica de 21 de junio de 198, se ha insstido en a lusencia de actualizaign de una pena de multa ya defectuosa desde junio ‘de 1983 (en este sentido: E. Ons Berenguer, ea la obra colectiva La re: oma penal de 189, Tiant lo Blanch, Valencia, 1989, p43) -212- vago, casi evanescente. Peculiaridad ya subrayada por Bec- caria en su trascendental obra Dei delitie delle pene, como se recuerda en el pértico de estas paginas. Por ello, la deli- mitacion de su protecci6n juridico-penal no es una cuestién pacifica, a pesar de los alambicados esfuerzos doctrinales que han construido complejas teorfas diferenciadoras del honor real y aparente, objetivo y subjetivo, etc. Al cardeter circunstancial del honor, subrayado con reiteracién por la doctrina cientifica y la jurisprudencia es- pafolas, hay que afiadir una serie de matizaciones impuestas por la peripecia socio-politica sufrida por nuestro pais en los Sltimos tiempos (6) Efectivamente, constituye un lugar comtin en las re- flexiones doctrinales més recientes la afirmacién de que du- rante el franquismo la libertad de expresién -tan vinculada a la tutela del honor- aparecfa notablemente mutilada, Nada ms lejos de mi intencién que negar esta evidencia. Creo, sin embargo, que debe ser matizada: claro que existia libertad de expresién durante el fascismo; algunos gozaban del pri- vilegio de decir todo lo que les venfa en gana. Existia, por supuesto, libertad de expresién; lo que ocurre es que -como tantas otras cosas- estaba mal repartida. Los problemas, el conflicto entre libertad de expresién y derecho al honor se plantea cuando este derecho se democratiza. Por ello, cuando -al menos formalmente- se consolida en Espatia un Estado social y democritico de Derecho, opta nuestro Tribunal Constitucional por la conocida teorfa de la osicin preferencial, que supone una prevalencia provisional de la libertad de expresién frente al resto de los derechos fandamentales y, naturalmente, frente al derecho al honor; si OE s males, por eJemplo: M. Alonso Alamo, Proecciéa ‘penal de! honor. Sentido actualy limites consitvciomales, en Anuar de ‘Derecho penal y Ciencias pennies 1983, pigs 127 ys 23- bien su configuraci6n implica una necesaria y casufstica va- loraci6n particular de la colisi6n entre ambos derechos. 1m Como ya tuve oportunidad de. poner de relieve, las mis ambiciosas y recientes reformas del Cédigo penal han omitido toda referencia expresa al titulo de los delitos con- tra el honor. Conociendo las més recientes "fuentes de inspiracién" de nuestro legislador la explicaci6n es sencilla (7). Tanto el Proyecto de 1980 como Ia Propuesta de Anteproyecto de 1983 se mostraban prudentes en esta materia, Ambas res- petaban la estructura vigente en la actualidad. Por ello, los reformadores de junio de 1989 han ignorado esta problems- tica obsesionados, quizé, con otras cuestiones que -en st opinién- exigian urgentes retoques legislativos. Por ejemplo, 1a expresa tipificacion de la penetraciGn anal como constitu- tiva de violaci6n, la referencia a los lamados "conductores suicidas" entre los delitos contra la seguridad del trfico o la erradicacién del ambito de las faltas de conductas consis- tentes en arrojar animales muertos, basuras 0 escombros en las calles 0 en sitios pGblicos donde esté probibido hacerlo o ‘ensuciaren las fuentes 0 abrevaderos. En efecto, nuestra doctrina ha subrayado la timidez de que hizo gala en la materia la Propuesta de Anteproyecto de 1983 al omitir algunas decisiones poltico-criminalmente recomendables (8). Se reconoci6, sin embargo, que aquel Gh) Coa alinma Graberaat, han dado de ser un antcpo de la reform tro Derecho para converse -simplemente- en un"sagueo” de los tabsjos preleysatvos de 19801983 que enc exo se meacionan (en Prdlogo cit, pig. 15) (6) Vie 1. Berdugo Gémer de ta Tore, La reform de fs dttos contra el honor, en Documentaciéa Juridica, Monoyrtco dedicado ala 1A. texto prelegislativo, hoy arrinconado, mejoraba la actual re- gulacién -y la del Proyecto de 1980- dando cabida, ademés, a un tipo de difamacion, largo tiempo reclamado por un am plio sector doctrinal. Las limitaciones en la materia del Proyecto de Cédigo ‘penal de 1980 son evidentes: las innovaciones se reductan a la incorporacién atenuatoria de la retractacion en el dmbito de la calumnia, art. 222, al simple retoque de la definicin legal de ta calumnia e injuria encubiertas, art. 230-2, y a di- versas alusiones, contenidas en varios preceptos, a los profe- males de la informacién que hubieren cometido alguno de Jos detitos contra el honor allf descritos y sancionados. Como es sabido, muchas de las enmiendas presenta- das al Proyecto enriquecieron notablemente su contenido. Tal es el caso, por ejemplo, de la propuesta de adicién de preceptos tipificadores de la difamacién como figura agra- vada de Ta calumnia e injuria y construida en base de la ma- yor agresividad del sujeto activo, cristalizada en el ataque *persistente y sistemético" al bien juridico protegido me- diante campafias difamatorias u otros medios similares. ‘También se pretendi6 ampliar el Ambito de relevancia de la exceptio veritatis en los supuestos de injuria "cuando se trate de imputaciones realizadas en defensa de intereses colecti- vos legftimos’, en funcién de que la prucba de la verdad debe amparar a quien en ejercicio de la libertad de expre- sin y de la critica piblica defiende intereses colectivos frente a In cormupeién econémien 0 poltica de quienes par- ticipan en la vida ptblica ejerciendo 0 pretendiendo cjercer cargos 0 funciones de responsabilidad social. Finalmente, con otra de las més significadas enmiendas se intentaba zanjar los problemas de interpretacién suscitados por el vi- gente art. 464; a tal efecto se precisaba que el acusado de calumnia o injuria encubiertas o equivocas que rehusare dar a re oe vol 1, 1983, pays. 4455. explicacion satisfactoria “a juicio del Tribunal sentenciador* serfa castigado como reo de calumnia o injuria manifiestas Algo mas ambiciosos se mostraron los redactores de la Propuesta de Anteproyecto de 1983; no con relacién a las paredes maestras del Titulo -que se respetan- sino por la alusion a problemas concretos. Asf, por ejemplo, se tipifi- ceaba en el art, 194-1 la calumnia como "la falsa imputacion de un delito’, abarcéndose -en consecucncia- también a los perseguibles a instancia de parte, habida cuenta que mate- rialmente no existe diferencia en la entidad de la agresi6n al hhonor que tales imputaciones suponen (9); asimismo, se dio cabida (arts. 195 y 201) a las calumnias ¢ injurias "reiteradas contra una persona fisica’; se ampli6 (art. 203-1) el ambito de la exceptio veritatis aludiéndose no s6lo a la prueba sobre la verdad de las imputaciones cuando éstas fueren dirigidas contra autoridades 0 funcionarios piblicos sobre hechos concernientes al ejercicio de su cargo, sino también “cuando sean constitutivas de falta’, con lo que -ademés- sc afirma que la imputaci6n de una falta se concebfa como constitutiva de injuria; incluso (en el art. 206) se prevefa, ademés de la pena sefialada para el delito contra el honor de que se tra- tare, una pena de inhabilitacién para los profesionales de Ja informacion de seis meses a cuatro afios, segin la entidad de la ofensa y el daio causado, etc, De todas formas, los términos en que Ia Propuesta abordaba la problemética de los delitos contra el honor fue ‘acogida con escaso entusiasmo por la doctrina espafiola. En cesta linea se denunci6, por ejemplo, el silencio en orden a la delimitacién de los Ambitos de proteccién civil y penal, la ausencia de una deseable ampliaci6n del juego de la exceptio Dy Faralclameate, en clan GET dela Propuesta se aludia como autores de prowocacién indebida de sctuaciones- a los que “imputare fal- Samente alguna persona hechos qu, si fuerea ciertosconsttuiran infrac- ‘in penal, esta impulacién se hisiere ante funcionario judicial oadminis- trativo que tenga el deber de proceder a su averguac -216- veritatis en el campo de las injurias, la persistencia en el art. 204 de una formula que no zanjaba expresamente la cuestién de para quién ha de ser satisfactoria la explicacién del acu- sado de calumnias 0 injurias encubiertas o el mantenimiento de diversas tipificaciones auténomas en funcién de las ca- racteristicas personales del sujeto pasivo de alguno de estos atentados contra el honor, etc. Sin embargo, ninguna de aquellas iniciativas -alguna perfectamente razonable- ha sido tenida en cuenta en las més recientes reformas de nuestro Cédigo penal. Quizd me- rezcan la atencién del legislador en una pr6xima -enésima- ‘actualizacién. Quizd en la misma que se aborde una demen- cial criminalizaci6n del consumo de drogas o el endureci- miento de las penas privativas de libertad previstas para los delitos patrimoniales cometidos, en exclusiva, por los secto- res marginados de la poblacién espaiiola. Vv Resulta incuestionable que, al margen del silencio le- gislativo y la escasa ambici6n de los proyectos antes alucli- dos, la doctrina cientifica espafiola se ha mostrado, en no pocas ocasiones, notablemente critica con la fisonomia que ofrecen hoy los delitos contra el honor. Existe un notable repertorio de problemas no siempre bien resueltos o, incluso, ignorados por nuestro Derecho po- fvo que no han escapado a la especulacién cientifica. Por ello, y al margen de las formulas legales que en el futuro se adopten, parece razonable que los mismos sean, al menos, tenidos en cuenta por quienes tienen la responsabilidad hist6rica de legisla. Por ejemplo, una vez promulgada la normativa que regula la proteecién civil del honor, bien pudiera acometerse -27- una paralela despenalizacién en este émbito y una mejor es- tructuracién de los tipos hoy vigentes. Un amplio sector doctrinal aboga por la eliminacién de la falta de injurias. Bien es cierto que tal paso debe darse con la necesaria cautela y la técnica legislative adecuada para no convertir toda injuria en constitutiva de delito, con lo que se lograrfa un efecto diametralmente opuesto al per- seguido. No existe hoy un criterio sustancial de distincién en- te los delitos contra el honor, descritos y sancionados en el Cédigo penal, y las intromisiones en ci Ambito del honor contempladas en la Ley Orgénica de 5 de mayo de 1982. Por ello, no puede sorprender que se haya entendido que el c terio que determina la competencia de orden jurisdiccional para conocer de un litigio sea la accién que ei demandante cjercita realmente y no la que hubiere podido hipotética- mente ejercitar. Incluso, la propia ubicacién de los delitos contra el honor en el Libro It del Cédigo penal es objeto de contro- versia doctrinal. Su colocacién inmediatamente antes de los delitos contra cl estado civil y contra la libertad y seguridad xno goza de la simpatfa de muchos estudiosos de esta pro- blemética. A ello cabe afiadir que tanto el Proyecto de Co- digo penal de 1980 como la Propuesta de Anteproyecto de 1983 los ubicaban con posterioridad a los delitos contra la libertad (en la Propuesta de 1983, inmediatamente después jficador de la omisién del deber de socorro). Con un planteamicnto de més largo alcance que una simple preferencia de signo sistematico, no faltan voces que reclaman el desplazamiento de la calumnia al ambito de los delitos contra la administracion de justicia, Otra de las criticas més extendidas al respecto es la ‘que denuncia la inexistencia de un tipo especifico de difa- ‘macién en nuestro Derecho. Como ya se indic6, algunos tra- 218 bajos prelegislativos ofrecieron diversas f6rmulas perfecta- mente utilizables. Difamaci6n que, fugazmente, tuvo acogida en el Codigo penal espafiol de 1928 (10), La exigencia de una notable ampliaci6n del émbito de eficacia de la exceptio veritatis es, también, otro de los temas insistentemente planteados por la doctrina, En esta linea, se postula -ademés- el expreso reconocimiento de la prueba de Ja verdad en el desacato. En ocasiones, se echa de menos el instituto de la re- tractaci6n y su cualificada eficacia atenuante, Justo es reco- nnocer que la circunstancia de arrepentimiento esponténeo resulta s6lo en parte asimilable a ella Se destaca, asimismo, la necesidad de que en los ca- sos de calumnias 0 injurias encubiertas se clarfique -de una vez por todas- para quién ha de ser satisfactoria la explica- ci6n del acusado, No faltan -por supuesto- criticas, a veces de notable severidad, para la formula legislative actual que mantiene diversas tipificaciones aut6nomas en base de la condicién personal del sujeto pasivo de alguna de estas agresiones contra el honor. Proteccién especifica de los representantes o esferas del poder politico que ha llegado a ser calificada de poco democritica Se cuestiona, incluso, la persistencia en los tipos de penas privativas de libertad; que se consideran inidéneas, TT Hae EGET CGS pea de 1928 estab concebido en los siguientes términos:“Difemacin es toda informacion pabic,tendencioss, Sstemiicamente proseguida eoaira una persona natural o juridica, reve- Tanda divulgando hechos de ru conducts privada ositwaciones morales 0 ‘econmiess, © bien estados patoldgenso sexuales con propésito de qu ree ‘dunden en su desprestigio o descrédito, o ruina desu fama o interes. Di- Famacin grave es la que se realiza por medio de la pres w otro medio de ‘Publcacin odifsion; menos grave, la que ge lleva a cabo de palabra 0 por {serito, pero en ambos casos con publicidad. Una y ote seran castgadas ‘espectivamente como It calurnia grave y menos grave con publiidad® -219- salvo en los supuestos més graves, caso por ejemplo de la difamacion. Estas penas -se afirma- por su escasa entidad no resultan eficaces desde el punto de vista preventivo; y -se afiade- tampoco tendrfa sentido imponerlas con mayor sever ridad en delitos en los que no se reconoce un suficiente inte- 16s piblico como para fundamentar la persecuci6n de oficio. ‘Como puede deducirse de tan esquemética eaumera- ion de las cuestiones atin pendientes, la actual regulacién de los delitos contra el honor -como tantas otras- esté muy lejos de justficar el silencio en la materia de nuestro legis- lador. v Como es sabiddo, en muchos de los paises de nuestro pretendido entorno cultural se concede a los perjudicados la opcién entre Ia via civil y la criminal a la hora de recabar la protecci6n jurisdiccional del derecho al honor. Proteccién Civil del honor que se configura como adecuada alternativa a la proteccién penal y que supone -en dltimo término- una ierta descriminalizacion prictica de esta delincuencia. Con ello, ademés, se reconcilia a la reacci6n penal con su desea- ble cardcter de ultima ratio, con el principio de intervencién minima, Sin embargo, tradicionalmente en Espafa la tutela ci- vil se ha considerado insuficiente ¢ inadecuada y, por ello, la proteccién del honor se ha confiado a las normas penales, es decir, a la més rigurosa de las reacciones previstas en el or- denamiento juridico. Bion es cierto que la tutela civil del hhonor se habfa abierto camino con base en el art. 1902 del Codigo civil (11). or ‘que la regulacinoftecda por la Ley Orginica de 5 de mayo de 1982 n0 ha faventedo, pero s{robustecide notablemente, las aciones cviles para Ia lutox Machado cuando afm ala, noe Tala Ron WS. 220. La promulgacién de la Ley Orgénica de 5 de mayo de 1982, de proteccién civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, parece indicar la adopci6n por nuestro ordenamiento de los crterios foréneos antes apuntados. Ley de 1982 que fue promulgada en desa- rrollo del art. 18-1 de la Constituci6n espafiola de 1978 que, entre otros derechos fundamentales, garantiza expresamente el derecho al honor. Yes lo cierto que a partir de la entrada en vigor de la Ley sobre proteccién civil del derecho al honor se ha venido produciendo un incremento constante de reclamaciones ju- Giciales en la materia, Las razones de ello se han querido ver -en primer término- en el paralelo espectacular incremento de la agresividad de los medios de comunicacién social y, también -y sobre todo-, en las ventajosas consecuencias ju dicas que la ley atribuye al ofendido, especialmente en lo que atafe a la cuantia de las indemnizaciones que se derivan de los perjuicios causados en el honor (12). En este sentido, ha legado a seiialarse que la utiliza- ci6n de este nuevo cauce es cada vez més frecuente y, por ello, merece un apartado especifico en la Memoria anual de la Fiscalia General del Estado, dentro de la relacion de asuntos civiles incoados por los juzgados de primera instan- cia en las distintas provincias espafiolas. Destacfndose ast que las demandas planteadas en 1985 fueron 124; en 1986, 249; en 1987, 330 (13). Cabe completar esta referencia nu- mérica afadiendo que Ia Memoria en que s¢ recogen los datos de 1988 cifra estos asuntos en 438. La inmensa mayo- rfa de las demandas se inician por agresiones al honor yno a ‘ProlecaGn del Bonar (en Libertad de prensa 7 proweses por “Asiel, Barcelona, 1988, pg 46) (2) Cir B. Estrada Alonso, El derecho al honor en la Ley Org alice 11982 de 5 de mayo, Cet, Madsid, 198, pag. 19, (13) Cir R Casas Valés, Honor, intimidad e imagen. Su tutela en | LO 182, en Revista Juridica de Catauaya, 1989, 2, pig 286, en nota. 221- la propia imagen o intimidad, Por ello, goza de amplia difu- si6n la alusi6n a esta normativa como la "Ley del libelo" (14). Quizés porque en una sociedad democrética la liber- tad de expresién y cl derecho al honor se comportan como ‘un matrimonio mal avenido en el que en cualquier momento puede surgir el conflicto (15), resulta incuestionable el pro- tagonismo que, entre los demandados al amparo de aquella normativa, ostentan los profesionales y los medios de comu- nicaci6n social. Por ello, no puede extraiar que desde de- terminados sectores interesados se la considere como una nueva "Ley de Prensa’, a pesar de que no nacié a la vida ju- ridica nacional para regular Ia actividad de los medios de comunicacién social, sino para proteger determinados dere- cchos al margen del medio agresivo que se utilice (16). En ‘cualquier caso, parece haber convertido a la periodistica en una profesién arriesgada. A todo ello hay que aftadir que la Ley Orgénica de 1982 se usa no s6lo con frecuencia sino también con éxito (17): aproximadamente un cincuenta por ciento de las de- ‘mandas son estimadas en los supuestos de protecciéa del ‘honor, al margen -por supuesto- de que las pretensiones, so- bre todo las de tipo econémico, sean aceptadas de forma tan s6lo parcial. Para un observador de superficie parece evidente que Ja tutela penal del honor ha de resultar més eficaz que la ci- TAS Vid por GenplasF Sahar y otros, Qué es diam? Li belo conte a Ley del bla ives, Mad 1987 (5) Clr F- Manor Conde, Libead de expres y derecho al ho- zor en l Eatado soil y democrbico de Derecho en Criinologiay Der ho pena a servicio dea persona, i pl 86. (G6) Ea i mater vi con carder genera: L. Lépee Guerm, La livertad de lformaciony ef derecho al honor en Poder Juda 1 especie ‘Vi deieao an Protea jradcional de los derechos fundamentals libertad pias, 1989, dg. 25 9s. (GP) Chr. Casas Valle, Honor, ainda c imagen. Suttle en ta 10 182i, igs. 289 ys8. -222- vil; aunque s6lo sea en funcién de los medios de reaccién propios y exclusivos del Derecho penal. Sin embargo, este sector del ordenamiento jurfdico tiene una serie de logicas limitaciones, derivadas de su peculiar naturaleza, Me refiero fundamentalmente -por supuesto- a exigencias derivadas del dogma legalista y del principio de culpabilidad. Por ello, una ‘opcién exclusiva -como la tradicional en Espaiia- por las normas penales puede conducir a supuestos de desprotec- ‘i6n del derecho al honor que se pretende tutelar. En el ori- gen de la Ley civil de 1982 esté la pretensién de cubrir estos supuestos. ‘Ademés, justo es reconocer que -destle el punto de vista del ofendidio- 1a tutela civil presenta ciertas ventajas s0- bre la penal: la mayor rapidez derivada de un procedimiento privilegiado que permite -incluso- obviar Ia mayor lentitud de los declarativos ordinatios; la accién civil no debe supe- rar obstéculos, a veces insalvables para la penal, habida cuenta que puede prescindir del elemento intencional para pronunciarse sobre una responsabilidad de tipo objetivo, impensable en el dmbito criminal; en la esfera privada cabe la posibilidad de una responsabilidad directa de las personas, Jurfdicas; existe, ademés, la convicci6n en los demandantes de que los tribunales civles son mAs generosos que los pe- nales al establecer las indemnizaciones; en el Ambito civil no se corre el riesgo -como en el penal- de alcanzar sanciones insuficientes o desmesuradas, ya que en estos casos sabe el juez que podré matizar las posibles medidas y, sobre todo, el importe de las indemnizaciones, etc. Eu defiuitiva, se con- cibe el Derecho civil como un Derecho que repara y no se limita a sancionar (18). Ello sentado, en el predmbulo de la propia Ley de 1982 se afirma que en los casos en que exista la protecciéa penal tendré ésta "prefercate aplicacién, por ser sin duda la TB) Vis. Casas Vall, Honor, Timid e imagen. Su rte en la LO 82 ct, pigs. 300y 58, 223; de mAs fuerte efectividad, si bien la responsabilidad civil de- rivada del delito se debers fijar de acuerdo con los criterios que esta ley establece’. Parece aludirse, en suma, a la nece- sidad de no abandonar la tutela penal cuando se produzcan agresiones de cierta entidad. Bien es cierto que el muy dis- cutido art. 1°-2 de la propia ley utiliza al respecto una f6r- mula ciertamente ambigua: "cuando la intromisién sea cons- titutiva de delito, se estaré a lo dispuesto en el Codigo penal’, Lo que resulta indudable es que una vez promulgada la ley civil de 1982.-y al margen de sus posibles limitaciones- parece abierto el camino a una despenalizacién, por lo me- ‘os parcial, de determinados atentados contra el honor. Asf, ninguna agresiOn a este bien jurfdico quedaria sin la res- puesta adecuada y, ademés, podria reducirse la intervencién penal, por ejemplo, en el Ambito de las injurias menos tras- (es. Planteamiento politico-criminal que responde a Jas orientaciones que -se afirma- rigen actualmente en nues- to pats. En Ia linea apuntada, cabe destacar que en la Pro- puesta de Anteproyecto de Cédigo penal, en 1983, se dero- gaba el vigente art. 586-1°, sancionador -con rango de falta- de los que injuriarén livianamente a otro de palabra o de obra, Tipicidad que, sin embargo, se mantiene en nuestro ‘Cédigo, incluso después de la reforma actualizadora de 21 de junio de 1989, ¥ ello a pesar de que, una vez més, en el predmbulo de la ley se invoca el principio de intervencién minima como basico del moderno Derecho penal y se reco- noce la desmesura que siempre ha existido en el dmbito de los en su dia llamados "delitos veniales". Por ello, no puede extrafiar que nuestra doctrina plantee el siguiente interrogante: ‘si en nuestro Derecho las injurias leves son también punibles équé terreno queda para las infracciones meraments civiles?* (19). En cualquier caso, aunque todavia es frecuente el re~ curso a la via penal, son cada vez mas los supuestos en que los ofendidos prefieren la civil. Como antes se indic6, el uso reciente que se hace de la Ley civil de 1982 demuestra que su proteccién se considera tanto 0 més eficaz que la propor- cionada por el Cédigo penal. Parece, en defintiva, que una vez alcanzada esta ra- zonable tutela civil del honor el siguiente paso ha de venir constituido por una paralela despenalizacién que, ademés, trate de lograr una mejor estructuraci6n de los tipos. vl En mi opiniGn, y en el Ambito de la delincuencia con- tra el honor, las reflexiones victimologicas ofrecen un nota- ble interés. Parece innecesario subrayar que durante mucho tiempo -hasta la consolidacién de la Victimologia como iencia- la victima habia sufrido el més absoluto desprecio por parte del Derecho penal y procesal, de la Politica crimi- nal y la Criminologfa (20). En efecto, el Derecho penal esté unilateralmente orientado hacia el detincuente; fa situacién de ta victima es, puramente marginal, cuando no limitada a la participacién ‘como testigo en el esclarecimiento de los hechos. Esta situaci6n no es fruto de la casualidad; el Dere- cho penal moderno nace -precisamente- con la “neutraliza- GE F Balls Landrow, Tacciones contre el honor: algunas cuestiones refevantes, en Revista General de Legisacin y Jurisprodencia, 1986, pp, 723. (09) Vie. A. Gareia-Pabloe de Molina, Manual de Criminotogi, Espasa Universidad, Madrid, 1988, pgs. 76s. 25. i6n" de la victima (21). En momentos hist6ricos anteriores [a justicia punitiva se realizaba, precisamente, por medio de la Victima. La concepcién de la pena como garantia de un orden colectivo cuyo mantenimiento corresponde al Estado ‘no aparece, légicamente, hasta el siglo XVIII Ast, el ius pu- niendi estatal supone -sobre todo- el enjuiciamiento de los delitos desde el punto de vista de la colectividad, superdn- dose toda idea de odio 0 venganza contra cl delincuente, ‘Como es sabido, con anterioridad el castigo de los actos ‘riminales se levaba a cabo mediante la venganza privada; cen la justicia penal, la victima o sus allegados desempefiaban tun papel protagonista y socialmente tolerado. A partir del momento en que el Estado monopoliza la reacci6n penal, es decir, desde que se prohibe a las victimas castigar las lesiones de sus intereses, el papel de las mismas se va difuminando hasta casi desaparecer. Y esta neutraliza- ci6n se produce también en el Ambito cientffico. Creo inne- ‘cesario insitir en el olvido que se produce ya en las cons- trucciones de Ia escuela elisica (preocupada por el estudio del delito, la pena y el procedimiento) y de la escuela posi- tiva (obsesionada con la figura del delincuente). Desde este ‘momento se ignora el papel de las victimas en el fenémeno criminal, Abandono que habria de durar hasta bien entrado cl siglo XX, con la aparicién del denominado movimi victimol6gico y de la ciencia que lo sustenta, Por otro lado, la neutralizacion de la victima y la apa- ricién paralela de la accién penal pablica, en sustitucién de a compensacién y el acuerdo entre el delincuente y su vic- tima, determinan que las posibilidades de ésta de intervenir cn el proceso penal sean muy reducidas. Bien es cierto que -como en el caso de los delitos contra el honor- la existencia de instituciones como la que- TY ViEWTinssemery F Mion Conde, Intrnducin a ts Crt minologia yal Derecho pena, Tirant lo Blanch, Valencia, 1989, pig. 29. 206- rella, la denuncia, el perdén o la acusacion particular, ofre- cen a Ia victima ciertas posibilidades de intervencin, directa o indirecta, En efecto, os delitos contra el honor son en nuestro sistema delitos privados, en el sentido de que se exige que- rella de la parte ofendida para su persecuciOn; natursleza ‘que desaparece en los supuestos de que sean cometidos a través de los medios de comunicacién social 0 contra auto- ridades, para convertirse en delitos semipiblicas o piibicos, respectivamente (arts. 3 y 4 de la Ley de Proteccién Juris- diccional de los Derechos Fundamentales de la persona, de 26 de diciembre de 1978 y 467 del Cédigo penal). Ademés, el perd6n del ofendido -de la victima del atentado contra el honor- extingue Ia accién penal, segtin precisan con cierta insistencia los arts. 112-5° y 467, en su pérrafo cuarto, del Codigo penal. Por todo ello, en el Ambito de esta delincuencia el papel de la victima adquiere una relevancia inédita en otro tipo de agresién a bienes jurfdicos de los que es titular. ¥ ello resulta perfectamente razonable, a pesar de los riesgos ‘que pueden derivarse de una posible "venta del perd6n" 0 del menoscabo de la seguridad jurfdica. Ms afin, en alguna ‘oportunidad se presenta tal circunstancia como una técnica politico-criminal descriminalizadora y no como un simple ‘capricho del legislador (22). Es evidente que la realizacién legislativa de una determinada Polttica criminal depende tanto del Derecho penal sustantivo como del procesal penal Quizé estemos asistiendo al inicio de un amplio mo- vimiento de privatizacién del Derecho penal en nuestro sis- tema, semejante al ya producido en otros paises en los que cexisten programas de reparacién a cargo del infractor que "GB GTM, Valle Maz, Agurosaspectos sobre ls limites de tutela penal del honor en la Propuesta de Anteproyecto del nuevo Cigo ‘penal.en Documentacin Juridica, 1, ct, pags 6538. han Hlegado a otorgar una nueva dimensi6n a la justicia pe- nal, superando criterios simplemente retributivos. Privatiza- cin que -por supuesto- no hay que entender en el anacr6- nico sentido de autotutela o venganza privada, sino como ra- zonable protagonismo de la vietima. En esta linea bien pudiera ser interpretada la inicia- tiva que cristaliz6 en le promulgacién de la Ley Orgénica de 5 de mayo de 1982, de proteccién civil del honor. En otfos ambitos se observan también decisiones le- gistativas en este sentido. Por ejemplo, la exigencia de de- nuncia de la persona agraviada para la persecuci6n de las conductas de exhibicionismo 0 provocacién sexual descritas en el art, 431-2° del Cédigo penal; requisito de procedibili- dad introducido por Ley Orginica de 9 de junio de 1988 -como el tipo- y que no se exige respecto de las conductas descritas en el parrafo 12. ‘También se exige, después de la reforma de 21 de ju- nio de 1989, denuncia para perseguir los delitos de impru- dencia temeraria con resultado de dafios (art. 563-28) y las faltas de imprudencia simple -antirreglamentaria 0 no- con- tra las personas (art, 586 bis) 0 que causen determinados dafios en las cosas, siempre que concurra la infraccién de roglamentos (art. 600) (23); sia ello unimos la posibilidad de cextinguir la responsabilidad criminal por medio del perd6n (art. 112-54) en un némero creciente de supuestos, la pi tizacién se ofrece evidente; es decir, que no legue a ini- ciarse el procedimiento criminal o que termine sin sentencia {en los casos en que las partes hayan Hlegado extraprocesal- “mente a un acuerdo satisfactorio para ambas. By Ea aetna, shan dexpetalicado todos tos datos inferiores ‘Ja cusatiacubierta por sl seguro obligatorio -cometides incluso por im ‘prudenciatemeraia- todos los daios ocasionados por imprudenca simple Sin nfraccin de relamentos, con independencia de su cuants. 228. vi No puede ignorarse, por otro lado, la trascendencia que en el Ambito de los delitos contra el honor ofrece la de- nominada victimizaci6n secundaria. Como es sabido, cuando se habla de victimizacién primaria se esté aludiendo a las iniciales consecuencias perjudiciales del delito, de indole econémica, fisica, psicol6- ‘ica o social; a la victimizacién producida directamente por el hecho criminal, La victimizacién secundaria se deriva de las relacio- nes de la victima con el sistema juridico-penal, con el apa- rato represivo del Estado. Segunda experiencia victimal que, con cierta frecuencia, resulta incluso més negativa que la primera -antes aludida- al incrementar el daiio causado por el delito con otros de dimensién psicolégica o patrimonial. En contacto con Ix administracién de justicia, las victimas experimentan muchas veces el sentimiento de estar per- diendo el tiempo o malgastando su dinero; otras, sufren in- comprensiones derivadas de la excesiva burocratizaciOn del sistema; incluso, el propio procedimiento criminal o los me- ios de comunicacién social producen un efecto multiplica- dor del daio, en base de la publicidad otorgada al hecho de que se trate, En algunos casos, y con relacién a determina- dos delitos, las victimas pueden llegar a ser tratadas de al- guna manera como acusados y suftir la falta de tacto o la in- credulidad de determinados profesionales. Con frecuencia, los interrogatorios de la defensa se orientan a tergiversar su intervenci6n en los hechos que se juzgan; caso, por ejemplo, del abogado que intenta hacer "confesar’a la victima de una violacién que el acceso carnal se produjo con su consenti- miento, Consecuentemente, no puede extrafiar que esta victi- mizaciOn secundaria se considere atin més negativa que la primaria: porque es el propio sistema el que vietimiza, por- 229. ‘que su nocividad se afiade a la derivada del delito y porque tal proceso afecta al prestigio del propio sistema, condicio- nando negativamente la actitud de la victima y del cole social respecto al mismo. Por todo ello, y con la finalidad de proteger a las vic~ timas de la vietimizaci6n secundaria, el Comité de Ministros del Consejo de Europa aprobé, el 28 de junio de 1985, una serie de recomendaciones encaminadas a mejorar la situa- cci6n de la victima en el Derecho y el proceso penal. Mas re~ cientemente, el 1 de abril de 1987 ha entrado en vigor en la Repablica Federal Alemana la Primera ley para el mejora- miento de la situacién del afectado en el proceso penal (co- nocida como "Ley de protecei6n de la victima’), de 18 de di- ciembre de 1986. Sobre todo en determinados casos, la voracidad de los medios de comunicacién social, las circunstancias perso- nales del ofendido, la crudeza de algin profesional, la len- titud de un procedimiento que reabre -a veces mucho tiempo después- lesiones del honor casi cicatrizadas, son ‘otros tantos aspectos que evidencian la complejidad de esta victimizaci6n secundaria y su efecto reduplicador del daft. No cabe desconocer, por otro lado, que existe en el 4mbito cientifico una -razonable- preocupacién por la suerte del sujeto activo en los casos de pretendidas agresiones al honor, es decir, por la construccién juridica que legitime el recurso a expresiones de cierta crudeza, para utilizar un ceufemismo. Me refiero, por ejemplo, a la invocacién de la eximente 11* del art. 8 de nuestro Cédigo penal: obrar en ‘cumplimiento de un deber o en el ejercicio legitimo de un derecho, oficio 0 cargo, como posible via a seguir para re- solver Ios conflictos entre la libertad de expresién y el dere- cho al honor (24). Ast, se invoca el deber de declarar como formes por parte de los funcionarios pabli- cos 0 el ejercicio de In abogacfa; actividades que son sus- ceptibles de comportamientos aptos para incidir sobre el honor ajeno, En estos casos -se afirma- el ejercicio de ta bi bertad de expresién sirve a los intereses generales en el buen funcionamiento de la administracién de justicia, en el co- rrecto desempefio de la funcién ptblica y en la garantfa det derecho de defensa. En términos semejantes, si bien con otros respaldos jurfdico-positivos, se solucionan estos conflictos -también en favor de la libertad de expresién- en la esfera del debate po- Iitico, la actividad parlamentaria o la lucha electoral; carac- terizada esta titima en demasiadas ocasiones por Ia zafiedad yla chabacaneria, que todo hay que decitlo. En mi opinién, nos encontramos ante una situacién sustancialmente distinta en aquellos casos -que me atrevo a calificar de excepcionales- en que se produce tna victimiza- i6n derivada de posibles lesiones para el honor de las per- sonas que acuden, por ejemplo, a la administracion de justi cia solicitando proteccién. ¥ bien pudiera ocurrir que ello se produzca en la més absoluta impunidad. Ya en otro lugar, y bajo el titulo "El caso de la mujer de vida licenciosa® (25), me ocupé de la Sentencia de 27 de febrero de 1989, de la Audiencia Provincial de Pontevedra. Sentencia que -por sus peculiaridades- aleanz6 una muy am- plia difusién en los medios de comunicacion espafioles. En la sentencia mencionada, el tribunal declara he- chos probados que, a altas horas de la madrugada, los dos GAY Vi an este remo, por ejeipl: 1. Berdugo Gémez dela To- re, Honor y libertad de expresbo, Teenos, Madrid, 1987, fundamental- mete pags. 93, 5, : (25) Vid. G. Landrove Di, Bl caso de ln mujer de vide licencioss, ‘en Juoces par is Democracia, 6,189, pigs. 38, 231. procesados (ambos mayores de edad, casados y sin antece- dentes penales) trabaron conversacién en una discoteca con Marfa D., de veintidés afios, separada de su marido y sin domicilio fijo, que bajo la influencia de bebidas alcohélicas que no le mermaban su inteligencia y voluntad, se encon- traba sola en la discoteca; Maria D. se prest6 a subir al vehi- culo ocupado por los procesados, a quienes no conocta hax ciéndolo en medio de ambos en el asiento delantero; al lle- gar a una zona de bosque, a un kil6metro del pueblo més Cercano, yacieron ambos con ella, dejéndola posteriormente abandonada en tal lugar. En los fundamentos juridicos, se afirma que los he~ cchos declarados probados no son constitutivos del delito de violaciéa "por cuanto si bien se aprecia la realidad de los actos de ayuntamiento carnal realizados, las circunstancias personales de la ofendida y las objetivas concurrentes en el desenvolvimiento de los hechos hacen dudar a Ja Sala de que hubiese mediado por ello fuerza o intimidacién de clase alguna por parte de los procesados, descartando por su- puesto, que la misma, aunque bajo la influencia de bebidas alcohilicas, estuviere privada en todo o en parte de razén 0 de sentido y siendo aquellas circunstancias las de ser una chica casada, aunque separada y por ello con experiencia sexual, que mantiene una vida licenciosa y desordenada ‘como revela el carecer de domicilio fijo encontréndose sola cen una discoteca a altas horas de la madrugada después de haber ingerido bebidas alcohdlicas y a pesar de haberse au- sentado sus acompaiantes y que se presta a viajar en el vehiculo de unos desconocidos como eran los procesados haciéndolo entre ambos en el asiento delantero y ponién- dose asi, sin la menor oposicién, en disposicin de ser usada sexualmente en horas de la noche en e! lugar solitario al que hasta entonces, cuando menos, lleg6, segéin dijo, sin oponer resistencia 0 reparo alguno". En consecuencia, el fallo ab- suelve a los procesados del delito de violacién, declarando de oficio las costas procesales causadas. -232- Con relaci6n a esta sentencia -y al margen del mayor ‘© menor acierto en la decisi6n- hay que reconocer que el tribunal ha podido llegar a la conviecién de que los hechos sometidos a su conocimiento no integraban ninguno de los supuestos descritos y sancionados en el art. 429 del Cédigo, penal. Aceptando esta tesis de la atipicidad de la conducta, y en un sistema legalista en el que todo lo no prokibido ex: presamente esté permitido, nada cabria objetar a la deci siGn; en cualquier caso, la presuncién constitucional de ino- cencia la ampararia ante posibles dificultades probat Planteada en estos términos la cuesti6n, Ia sentencia hubiese pasado -como tantas otras- totalmente desapercibida y posiblemente hubiese sido, sin més, objeto del oportuno recurso. En mi opini6n, la singularidad de la sentencia viene doterminada por Ia excesiva locuacidad del juzgador en la ‘configuracién de los fundamentos juridicos, donde se vierten una serie de argumentaciones y calificativos algo més que discutibles. Se afirma, por ejemplo, que la mujer estaba casada, para afiadirse inmediatamente "aunque separada’ y por ello “con experiencia sexual”, Tengo la impresion de que el art. 429 del Cédigo penal protege, en este caso, la libertad sexual de las mujeres (solteras 0 casadas, ¢ incluso en este segundo supuesto contra las agresiones conyugales) y no constituye implemente- un premio a la virginidad. Hace ya mucho jempo que on este pals se ha dejado de proteger en exclu- siva a las mujeres de acreditada honestidad; concepto -por ‘otro lado- de incuestionable ambigiiedad. Pero quizé sea al adjetivo "licenciosa" utiizado para escribir la vida de Marfa D. el més expresivo -y vejatorio- de los muchos utilizados gratuitamente en la sentencia, Se- atin cl Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es li- cenciosa la vida libre, atrevida, disoluta, es decir, "entregada 233. 1 los vicios’; conclusion que aparece fundamentada, entre ‘otros, por el hecho de encontrarse "sola en una discoteca a altas horas de la madrugada después de haber ingerido be- bidas alcohélicas’. Si ello es asf, como opina la Sala, tengo la jmpresi6n de que por millones se cuentan los ciudadanos de ‘este pais que viven entregados a los vicios. Siento cierta cu- riosidad por los términos que se hubiesen utilizado si, ade- més, hubiese podido acreditarse que Marfa D. se habta fu- mado un "porro’. Posiblemente las monjas de clausura tengan menos probabilidades de ser violadas que las j6venes discotequeras que se encuentran bajo la influencia de bebidas alcohdlicas, pero de ello, en modo alguno, puede predicarse la despro- tecci6n juridica de estas ditimas. (Quizé convenga subrayar también que las mujeres fo los hombres) -de vida licenciosa o de vida recatada- nunca cestin en disposicién de ser "usados sexualmente’, en contra de lo que se dice en la sentencia. Los seres humanos pue- den, o no, acceder a una relacién sexual, pero nunca scr usados con esos fines. Usar supone hacer servir una cosa para algo o disfrutar de alguna cosa, se sca 0 no duefio de la misma. Y parece evidente que en nuestro pals existe una opinién mayoritaria que estima que las personas n0 son simples cosas y que la libertad sexual es uno de los derechos inherentes a la propia condicién humana. Por supucsto, pueden existir otras opiniones al respecto, pero me atrevo a calificarlas de minoritarias. Desafortunadamente, el trato otorgado por el tribunal a Maria D. suscita una problemiética que no es nueva. Como ya tuve oportunidad de poner de relieve, en ciertos delitos, las victimas pueden legar a ser tratadas como acusados, ex- ponerse a la displicencia 0 incredulidad de los profesionales del aparato represivo del Estado e, incluso, ser sometidas a habiles interrogatorios por la defensa, a fin de probar su responsabilidad en la comisién del delito 0 -como en este 2a ‘caso- demostrar el consentimiento en un supuesto de viola- ci6n. En definitiva, las victimas pueden ser doblemente vie- ‘imizadas: primero, por cl delincuente y, después, por el propio sistema jurfdico-penal Con frecuencia, on los delitos de violacién el violador acude a las denominadas técnicas de neutralizacién para pproteger su imagen o para -aprovechando determinados es- tereotipos sociales unidos al estilo de vida de la victima- jus- tificar su delito 0, simplemente, negarlo. Lo que ya resulta ‘menos frecuente ¢s tal actitud en los tribunales de justicia. Quiza no sea dificil localizar en los repertorios de risprudencia expresiones como las antes reproducidas, in- cluso de mayor agresividad para el honor o la intimidad de las personas. {Qué posibilidades reales existen de proteccién ciudadana ante las mismas? La via criminal?, aquiza la ci vil?, dla simplemente disciplinaria? Seria triste concluir que s6lo cabe la via de Ia resignacion, cristiana o dela otra,

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